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Brigitte:

Huérfana de libertad

Por

Gregoria Emilia Díaz




Cuatro días antes para que culminara el año 2017, llamó a su contacto.
Había decidido abandonar el país porque sabía que el riesgo era enorme.
Aunque no tanto como el quedarse presa en su propia casa y con el perenne
temor de que el régimen podía sentenciar su prisión de por vida.
Así que el 27 de diciembre, solo unos pocos amigos la acompañaron hasta
la esquina de un viejo y muy conocido restaurant de Maracay, ciudad capital
del estado Aragua, en el centro de Venezuela. Extrañamente esa noche, sus
carceleros no vigilaban su vivienda como solían hacerlo todos los días, desde
que un tribunal la condenó a un arresto domiciliario.
Eran las 10 de la noche y a escasos metros del Palacio de Justicia, ese al
que fue llevada incontables veces para torturarla y sentenciarla a una condena
por delitos que el régimen se inventó contra ella, un vehículo la esperaba.
Temblorosa tomó la mano de su hija de 9 años, con quien, a partir de ese
momento, recorrería miles de kilómetros rumbo a la libertad de la que fue
privada seis meses atrás.
La ruta primaria era hasta Maracaibo, ciudad al occidente del país, capital
del estado Zulia y cuya región limita al oeste, con Colombia. De allí, Brigitte
y su hija tuvieron que transitar en autobús unos cuántos kilómetros más hasta
llegar a Maicao, un municipio colombiano ubicado en el centro-este del
Departamento de La Guajira y puente entre ambas naciones.
Durante el viaje debió sortear más de 30 alcabalas. Cada vez que el
autobús era retenido en los puntos de migración, Brigitte sentía que su corazón
latía más rápido. Tomar de la mano a la pequeña Fabiola la tranquilizaba. El
miedo de ser reconocida y deportada siempre fue su otro compañero de viaje.
Así que tuvo que convertirse en una de los cientos de víctimas que son
extorsionadas por grupos guerrilleros o delictivos, que se han adueñado de la
larga carretera que atraviesa La Guajira colombo-venezolana.
Brigitte apenas contaba para el largo viaje con apenas 4 millones de
bolívares, dinero que debió administrar minuciosamente para pagar las
vacunas que los delincuentes cobran a los pasajeros por “brindar protección”.
Aún así, no había garantía que impidiera la revisión en algún caso, de
documentación o equipajes de los viajeros, por parte de las autoridades.
En el trayecto entre Maicao a Barranquilla, tuvo que comprar un solo plato
de comida para compartir con su hija. Si los “protectores” se daban cuenta de
un gasto extra, terminarían por quitarle el poco dinero que ya le quedaba,
luego de pagar para que no le robaran la computadora; el único bien material
que llevaba consigo, además de un mediano equipaje que ambas llevaban para
este largo viaje.
Unos kilómetros antes de llegar a Barranquilla, el autobús es retenido. En
esta oportunidad se trataba de otra alcabala de migración. Un funcionario
ingresa a la unidad y solicita la identificación de todos los pasajeros. En ese
momento, Brigitte admite que estuvo a un paso de ser descubierta y que el
sistema migratorio encendería una luz roja cuando su nombre apareciera como
una de las más de 300 personas que fueron detenidas en Venezuela durante el
2017, cuando el país vivió meses de intensas protestas que terminaron en
cientos de asesinados y otros tantos tras las rejas, como ella.
Un documento de identidad falso de uno de los pasajeros distrajo la
atención del funcionario y una vez más, Brigitte corre con la suerte de no ser
descubierta. Por ahora, ella y su hija, ya lograban la primera escala que las
llevaría hasta Las Palmas, capital de la isla de Gran Canaria de España. Para el
momento, ya sus custodios y verdugos estaban enterados de su fuga. Brigitte
había evadido los barrotes de su casa convertida en cárcel.
“Me iban a tener que matar si me llevaban otra vez a un calabozo”, ha
dicho, desde el obligado exilio, cuando recuerda las veces que debía
presentarse en los tribunales como parte de la pena impuesta.
Los dos días del recorrido hasta Barranquilla fueron tortuosos. Pero una
vez allí, donde una amiga las esperaba, las posibilidades de su deportación
lucían más remotas. Ya medianamente a salvo, en una pequeña habitación
alquilada, Brigitte y su hija, recibieron el año nuevo.
Llegar a las Palmas de Canarias no iba a ser fácil. Brigitte y Fabiola
necesitaban descansar el cuerpo, pero también el alma.
Atrás dejaban toda una vida juntas, aunque los últimos meses, hubiesen
sido los más trágicos y dolorosos para ambas. Intentando organizarse para
continuar la ruta hasta España, era necesario hacer un alto, mientras algunos
contactos en Venezuela y en el propio Colombia, conseguían recursos para que
las dos pudieran continuar con un viaje por aire de más de 6 mil kilómetros.
El 20 de enero, volaron hasta Bogotá. Un contacto de la amiga
barranquillera les brindó cobijo por dos días en la capital colombiana, hasta
que llegó el día de viajar a Madrid.
La pequeña Fabiola nunca se quejó de aquel periplo. A su corta edad, ella
más que nadie sabía, que cualquier sacrificio no era nada comparable con la
tortura física y emocional a la que había sido sometida su madre y ella
misma, con apenas 9 años de edad.
Una gran amiga de Brigitte las esperaba en Las Palmas, en donde un
pequeño pero cómodo apartamento sería el nuevo hogar de una de las presas
políticas más emblemáticas que dejó la dura y cruel represión del régimen de
Nicolás Maduro, luego de las fatales protestas que se vivieron en Venezuela
durante el 2017.
Fabiola es una campeona. Su madre fugitiva no deja de alabar la entereza y
madurez con la que su pequeña enfrentó no solo el encierro injusto que le
impusieron, sino también con la que vivió por varios días, bajo la protección
de los pocos amigos de Brigitte, mientras era sometida a las tortuosas
audiencias judiciales.
Ya en Las Palmas de Canarias, aunque libre físicamente, no deja de
cuestionarse haber salido del país. Intuye que su salida de Venezuela podía
repercutir en sus compañeros de lucha que aún estaban tras las rejas, cuando
decidió convertirse en fugitiva del régimen.
Pero ver a Fabiola alegre, feliz y retomando sus actividades escolares,
compensaban la tristeza y la culpa que la acompaña como desterrada o
exiliada. Ella misma no sabe qué y quién es ahora. Lo que sí tiene claro es que
comenzaba otra lucha: la de sobrevivir en un país extraño, sin dinero, sin
trabajo y con la angustia de ser deportada.
Tres meses después de llegar a España, Brigitte acude a su primera cita con
las autoridades canarias. La Comisión española de ayuda al refugiado escuchó
su relato como un primer paso para la tramitación de su asilo. Mientras tanto,
su entrañable amiga, se convertía en el refugio y sostén de ambas, mientras se
iniciaban las gestiones y engorrosos trámites que le permitieran buscar y
encontrar un empleo.
Por lo pronto, la solidaridad de mucha gente dentro y fuera de España, le
ha permitido sobrevivir y subsidiar algunas necesidades, pero en muchas
ocasiones ha debido recurrir a instituciones y organizaciones de caridad.
Madre e hija recorren las calles de Las Palmas con la tranquilidad que
otorga estar en libertad. La pequeña no suelta la mano de su madre, como si
temiera que alguien se la arrebataran de nuevo. Y es que la posibilidad de una
deportación está latente. Pero Brigitte se repite mentalmente la promesa que se
hizo durante el arriesgado viaje desde Venezuela a España: “Mi hija tiene que
ser feliz”.
Ha dicho también que ella también se lo merece aunque sea una vez en la
vida y para ello, necesita curar su cuerpo, pero sobre todo, su alma. Y ¿cómo
no hacerlo? Demasiadas son las heridas que han cicatrizado sus escasos 29
años.
Muchas de ellas, las más recientes, las más abiertas, se las infligieron el 2
de julio de 2017. Brigitte Herrada, era para entonces una joven recién egresada
de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador de Maracay, conocida
por sus siglas como UPEL, como docente de Educación especial, mención
Retardo. Y aunque ya había culminado sus estudios, su vínculo con la
universidad que la formó, una de las instituciones más comprometidas con las
luchas estudiantiles en el centro de Venezuela, era indisoluble. Además,
Brigitte aún ostentaba la figura de presidenta del Consejo Estudiantil, cuya
posición se había ganado por su liderazgo y lucha dentro del movimiento
estudiantil del estado Aragua.
Así que desde la UPEL, muchos de sus estudiantes salían a diario para
enfrentarse a los cuerpos de seguridad en evidente minusvalía y en medio de
las más cruentas y violentas represiones gubernamentales contra el
movimiento ciudadano, que solo reclamaba la salida y renuncia del presidente
Nicolás Maduro.
Aquel domingo 2 de julio, Brigitte junto a un grupo de compañeros
estudiantiles, pernoctaban en la universidad debido al cerco policial que por
varios días y noches les impedía salir. Cercana la medianoche, algunos
residentes de zonas cercanas a la universidad advertían de la presencia de lo
que parecían policías que recorrían en vehículos sin identificación, los
alrededores de la institución.
Unos 30 jóvenes, varias mujeres, entre ellas Brigitte Herrada, se habían
dividido en dos grupos. Ocuparon un salón de clases y un gimnasio. Estaban
agotados por la refriega contra la policía que ya sumaba semanas y era
imperativo protegerse unos a otros.
¿Sus armas de defensa? Piedras, pancartas y su anhelo de libertad.
Un grupo de encapuchados, vestidos de negro y fuertemente armados, una
vez que desnudan, someten y agreden al personal de vigilancia que hacía
guardia esa madrugada, ingresa violentamente al recinto violando no solo la
autonomía universitaria, sino además, atacando salvajemente a 27 jóvenes
estudiantes. La mayoría de ellos dormía en el gimnasio.
Ninguno de los sujetos portaba identificación, así que aquel grupo de
indefensos estudiantes, sospechaba que sus vidas estaban en manos de los
colectivos; grupos de civiles armados que fueron creados y formados para la
defensa de la llamada Revolución del Siglo XXI.
Antes de que el sol saliera, los estudiantes fueron sometidos a golpes y
torturas con bates. Y las mujeres además, al ultraje. Los habían vendado para
que no reconocieran el rostro de sus captores.
“Uno de los tipos me dio un golpe tan fuerte en las costillas que me oriné.
Me perdí por unos minutos, pero a lo lejos escuchaba que me decía “maldita”,
mientras aún sin respiración, vuelve a golpearme por las nalgas con un tubo”.
Eran dos sus verdugos, mientras que otros hacían lo mismo con sus
compañeros arrodillados.
Uno de los encapuchados, con incompresible violencia le baja los
pantalones a Brigitte y tuvo que someterla nuevamente a punta de golpes,
hasta que la notó indefensa.
Le manosea sus senos y el mismo tubo con el que minutos antes la había
golpeado, lo utilizó para rozar su ano en un sádico intento por violarla. El otro
encapuchado le pide al agresor que se detenga.
Pídeme por tu vida -grita el verdugo al oído de Brigitte- mientras apuntaba
con un arma de fuego a su cabeza.
“Pensé que la orden era matarnos y cerré los ojos” recuerda con voz
temblorosa.
Entonces un halo de compasión se repite. “No la mates aquí” -dijo el
encapuchado quien había intercedido por ella unos minutos antes.
Ensangrentados por la tortura, vejados, ultrajados y amarrados, son
lanzados a la fuerza en cuatro vehículos tipo camioneta en donde son llevados
a la muerte. Al menos eso creían los estudiantes.
Ya amanecía, aunque ninguno podía ver la luz del sol. Los bajaron de los
vehículos y ya dentro de un lugar para ellos desconocido, otros encapuchados
siguieron con los golpes, como si fuera una catarsis de odio. Usaban sus
cascos para ejercer el alevoso maltrato, mientras les decían “provoca matarlos,
guarimberos de mierda”. Varias mujeres se sumaron al festín de maldad y
eran ellas quienes se encargaban de doblegar con puños y golpes, a las jóvenes
exhaustas, adoloridas e indefensas.
Minutos después alguien gritó “llegó el jefe” y cesó la agresión.
Ya sin vendas en los ojos, 22 varones y 5 mujeres sabían que estaban en la
sede de la principal policía regional.
Brigitte, una de las más golpeadas, reconoció a uno de sus agresores. Supo
en ese momento que quien había intentado asesinarla y violarla, era un policía.
Le bastó escuchar su voz para reconocerlo.
“El perfume era el mismo. En medio de la golpiza, la venda en mis ojos se
deslizó un poco y logré detallar sus zapatos. Eran los mismos del policía”.
Hasta ese momento, las familias, amigos y compañeros sospechaban de un
secuestro político perpetrado por colectivos armados fieles a la revolución
chavista. Pero la noticia rápidamente se difundió y a primeras horas de la
mañana, la ciudad y el país entero rechazaban la violenta detención de 27
estudiantes de la UPEL.
Horas después, el aparato represor del régimen venezolano se puso en
marcha y sus fieles ejecutores daban inicio al juicio más arbitrario que se haya
abierto alguna vez en contra del movimiento estudiantil del país.
De nada sirvieron, los reclamos de dirigentes locales y nacionales, las
súplicas o el llanto de familiares y amigos. De nada sirvieron las exigencias
jurídicas y legales de un grupo de abogados que voluntariamente había
aceptado la defensa de los estudiantes, para que fueran liberados.
Dos días después de permanecer en los calabozos de la Comandancia
General de la Policía del Estado Aragua, los 27 jóvenes, mal heridos, sin
comida, incomunicados y sin asistencia legal hasta el momento, no habían
recibido ningún tipo de atención médica. Un tribunal militar a cargo del
Teniente Coronel del Ejército, Edgar Volcanes, se constituye en la propia sede
policial.
Sería el segundo juicio de un tribunal militar contra civiles, en el marco de
la represión oficial contra las protestas estudiantiles y ciudadanas, que se
escenificaron en todo el país desde el mes de abril de 2017 y que se
prolongaron por casi 4 meses.
Richard Suárez, Yosneiker Gracinere, Enyer Matute, Kevin Rojas, José
Saldivia, Jesús Montilla, Joan García, Fabio Cordero, Boris Quiñones,
Lisandro Perdomo, Alex González, Ángel Garrido, César Pérez, Luis
Córdoba, Andrés Aguilar, Daniel Mota, Michelle Sosa, Quiroz Valencia,
Angelo Sangroni, José González, Sergio González, Diana Valencia, Dayana
Martinez, Stefani Quintero, Sarahi Corso, Stefani Altuve y Brigitte Herrada
fueron llevados fuertemente custodiados por policías y militares, a un salón
habilitado para el juicio,
Al fondo, unas cortinas rojas servían de fondo para los retratos del extinto
presidente Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro. Ya los abogados
defensores de derechos humanos se habían constituido en la defensa, pero sin
saber qué delitos les imputarían. Ninguno de los defensores tuvo acceso previo
al expediente y a las actas policiales.
Afuera, ya entrada la noche de aquel 3 de julio, padres, madres, esposas,
novias, familiares y amigos intentaban soportar la incertidumbre. Adentro, con
notorias evidencias de los duros golpes recibidos, los 27 jóvenes son
presentados ante el juez.
La fiscal militar, Katiuska Ochoa Chacón, promovió unas pruebas con las
que imputó a los estudiantes de destrucción de fortaleza militar y extracción de
armas de la Fuerza Armada Nacional, entre otros delitos contemplados en la
jurisprudencia castrense.
Durante la audiencia de presentación, Diana Martínez, una de las
detenidas, sufrió un desmayo. Al juez no le quedó otra opción que ordenar
asistencia médica por lo que debió ser trasladada a un centro hospitalario. El
parte médico arrojó politraumatismo torácico y craneal. Diana Martínez no
pudo regresar a la audiencia. La golpiza que le propinaron los policías obligó
su internación.
Diana no fue la única que padeció severos golpes y ultraje. Visiblemente
lastimada con laceraciones, hematomas y rasguños en gran parte de su cuerpo,
Brigitte Herrada se bajó los pantalones delante del juez.
Tenía que demostrarle y mostrarle, cómo los funcionarios policiales la
habían golpeado e intentaron violarla. De ello, quedaron registros en las
cámaras de seguridad de la universidad.
“Los policías me pusieron de pie, mientras tomaban vuelo para darme
patadas en los senos.” contó Brigitte al juez militar.
Durante la audiencia hubo un momento de gran tensión. Los estudiantes
denunciaron ante el tribunal a sus captores y agresores con nombres y
apellidos. La indignación se hizo colectiva pero rápidamente fue minimizada
cuando el juez permitió el ingreso de un piquete de la Guardia Nacional. El
propósito era intimidar.
La audiencia duró diez horas, prolongando sin misericordia la angustia de
los familiares y de los propios estudiantes. Finalmente el Juez Volcanes, en
medio de amenazas e intimidaciones contra los abogados y los detenidos, los
imputa con los delitos de instigación a la rebelión, sustracción de efectos
pertenecientes a la Fuerza Armada, destrucción de fortaleza y violación de
zona de seguridad.
Se pretendió con esa decisión, acusar a los jóvenes detenidos de haber
ingresado supuestamente a un reconocido club militar ubicado a escasas dos
cuadras de la universidad. Para el juez, aquel recinto castrense en donde la
clase privilegiada de las Fuerzas Armadas Venezolanas ha construido
restaurantes, bares y clubes, era una fortaleza militar digna de resguardo.
El juez ordena además su reclusión. Y escoge para los 22 hombres, dos de
las cárceles más peligrosas del país: La cárcel de “El Dorado”, ubicada en el
Municipio Sifontes, en el Estado Bolívar, al este de Venezuela y frontera con
Brasil, y la cárcel “26 de Julio”, en el estado Guárico, región centro llanera del
país. 11 estudiantes fueron enviados a Bolívar y los otros a San Juan de los
Morros, capital de Guárico.
A la mañana siguiente, sin despedirse de sus familiares, fueron trasladados
en patrullas y con un excesivo cordón policial y militar. El primer grupo fue
llevado hasta la Base Aérea “El Libertador” para ser embarcados en un avión
militar que los conduciría hasta la remota, peligrosa e inhóspita cárcel “El
Dorado”, mientras que los 11 restantes, vía terrestre, recorrieron casi dos horas
de carretera hasta llegar a la cárcel en San Juan de los Morros.
Las cinco mujeres debían cumplir con el arresto domiciliario impuesto.
Brigitte al igual que sus compañeras, no pudo ni siquiera acudir a un centro
asistencial para una revisión médica que le fue negada durante todo el
inconstitucional e injusto juicio.
Semanas después, las secuelas de aquella golpiza se harían más evidentes.
Solo así el tribunal militar aceptó que fueran atendidas por un médico. Brigitte
presentó perforación de tímpano y un año después, aún siente dolores en
donde fue golpeada con tubos y bates.
El coraje de los estudiantes no fue doblegado. Esa valentía se mantuvo
intacta durante los casi tres meses que permanecieron encarcelados, hasta que
en septiembre de 2017, aquel juez militar declina la competencia en la
jurisdicción civil y dicta libertad condicional para los 27 estudiantes.
A partir de ese momento, tenían prohibido salir del estado, prohibición de
declarar a los medios y prohibición de protestar.
Pero los esbirros de la dictadura no permitirían ni siquiera aquella libertad
a medias. El Coronel de la Guardia Nacional, Juan Sulbarán Quintero, quien
para entonces ejercía el cargo de Secretario de Seguridad del Estado Aragua,
incumplió descaradamente la decisión del tribunal militar y mantiene la
reclusión de los estudiantes que ya habían sido trasladados a Maracay desde
las cárceles.
El Coronel Sulbarán fue designado por el gobernador de la entidad de
aquel momento, Tareck El Aissami; personaje que encabeza la lista de
sancionados por la administración del presidente de los Estados Unidos,
Donald Trump, por sus vínculos con el narcotráfico. Quedaba claro para la
comunidad universitaria y para la disidencia venezolana, que los estudiantes
de la UPEL eran una cuota de El Aissami; uno de los hombres más poderosos
dentro del régimen que hasta ahora dirige Nicolás Maduro.
Los jóvenes estudiantes fueron enviados a unas comisarías. Sus cabezas
lucían rapadas y aún vestían el uniforme amarillo que les obligaron a usar
durante la reclusión, como si se tratara de delincuentes comunes. Exhibían una
evidente delgadez que adquirieron durante los meses de prisión, producto de
las enfermedades como el paludismo, que padecieron durante el encierro. La
escasez y desabastecimiento de alimentos en Venezuela también ha llegado a
las cárceles, así que los jóvenes vivieron en carne propia, el hambre y la
desnutrición que sufren los presos en el país.
En tiempo récord, un tribunal civil se instala para abrir un nuevo juicio. Un
mes antes, la misma fiscal militar que los había acusado, solicitaba el
sobreseimiento de la causa en contra de 22 de los 27 jóvenes. Esta decisión
sería la espada de Damocles que pendía sobre cinco de ellos. Brigitte Herrada
era la única mujer incluida injustamente en esta medida.
La mañana del 28 de septiembre del 2017, los estudiantes eran llevados
una vez más al Palacio de Justicia para ser presentados ante el tribunal
ordinario. Todos, incluyendo a Brigitte.
Tres días después, el juez civil Noveno de Control del estado Aragua,
Israel Paredes, da inicio al juicio ya entrada la noche del 1 de octubre de 2017.
En una maratónica audiencia que culminó casi a la medianoche, el juez otorgó
medidas sustitutivas de privativa de libertad con régimen de presentación a
favor de 22 jóvenes de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador
(UPEL) de Maracay y dictó privativa de libertad para los 5 restantes, a
quienes les imputó los delitos de instigación pública, daños violentos,
detención de objetos incendiarios y rebelión. Una vez más, cinco de ellos eran
señalados y reseñados como delincuentes.
Con la acusación hecha por la fiscal del Ministerio Público, Ana Gómez, el
tribunal hacía borrón y cuenta nueva, enviando otra vez a prisión a los cinco
jóvenes, entre ellos Brigitte Herrada, la única mujer acusada en esta
oportunidad.
Gritos de impotencia e indignación se escucharon en el tribunal. Boris
Quiñones, Kenny Colmenares, Mitchell Sosa, Alex González, quien para el
momento de su arbitraria detención era el presidente de la Federación de
Centros Universitarios (F.C.U) de la U.P.E.L y Brigitte Herrada, quien para
entonces ya tenía una medida de arresto domiciliario, eran enviados a la cárcel
“26 de Julio”. De las cinco mujeres, Brigitte llevó la peor parte. El
ensañamiento en su contra resultaba inaudito para los abogados y para ella
misma, pero pese a los golpes y al ultraje de sus verdugos, nunca abandonó su
resiliencia.
Tal vez le pasaban factura por su temple y fortaleza, esa que demostró
frente a la fiscal militar que la imputó la primera vez. A ella, Brigitte le gritó
en plena audiencia y con la cabeza en alto.
“¡Lame suelas, oportunista, arrastrada, chavista de mierda!”, mientras
dirigía su mirada hacia el Juez a quien llamó “corrupto, inmoral”.
El nuevo juez incurría en otro error jurídico. Pero eso no parecía
importarle. Al fin de cuentas debía cumplir y ejecutar las órdenes que desde
“arriba” no dejaron de llegar a través de su teléfono, mientras se celebraba la
audiencia. Revertía la medida de arresto domiciliario que tenía Brigitte y en
actitud intransigente se negaba a aceptar que en esa cárcel no existe anexo
femenino, por lo que era imposible trasladar a la única mujer imputada, a un
recinto penitenciario diseñado exclusivamente para delincuentes masculinos.
A pesar de los reclamos de los abogados, ordena trasladarlos esa misma
noche hasta la comandancia policial de la región, hasta que se concretara el
encierro carcelario al día siguiente. Luego de varias horas y ante la insistencia
de su abogado, Brigitte Herrada es remitida al Centro de Coordinación Policial
conocido como Cuartelito, ubicado en Maracay, en donde compartiría celda
con presas comunes. Mientras tanto, Fabiola, su pequeña hija de apenas 9
años, al cuidado de una amiga, fue sometida a una nueva separación de su
madre por decisión de un tribunal que además violaba flagrantemente los
derechos de la niña, contemplados en una Constitución y en unas leyes hechas
a la medida de la revolución, que se ha vanagloriado de su amor hacia los
desprotegidos y desvalidos.
“Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro. Que nadie se rinda. Moriré
firme a mis ideales aunque eso me conlleve a renunciar a mi libertad” escribió
Brigitte luego de su encarcelamiento, donde convivió con delincuentes
comunes y en donde era obligada a escuchar todos los días, aquella arenga
revolucionaria de “¡Chávez vive, la lucha sigue!”.
El tiempo que permaneció tras las rejas se le consumía pensando en el
futuro de su hija, en lo desprotegida que estaba aún cuando gente generosa
velaba por la pequeña. Brigitte era su única familia, su único sustento y temía
que ante el ensañamiento del régimen, éste podría un mal día, arrebatársela.
Días después de aquel infausto 2 de julio, cuando se llevaba a cabo el
primer juicio, Brigitte se entera que el salario que devengaba como ayudante
de cocina en un preescolar adscrito a la Gobernación de Aragua, le fue
suspendido definitivamente. Su único ingreso para la manutención de Fabiola,
para el pago del alquiler de una estrecha habitación con baño común que se
había convertido en el hogar de ambas, le había sido arrebatado injusta e
ilegalmente; una excusa perfecta para que el régimen pudiese quitarle la patria
potestad de la pequeña.
Sus abogados apelaron una vez más a las leyes, esas que los mismos jueces
violaban en nombre de la revolución, esta vez para solicitarle al juez que
revocara el encarcelamiento de Brigitte y que al menos, se le restituyera el
arresto domiciliario para que pudiera estar al lado de Fabiola y seguir velando
por ella.
Ochenta y cinco días después de aquel injusto encierro, la solicitud fue
escuchada y Brigitte regresaba a su humilde casa, junto a su pequeña, pero
igualmente presa.
Aquel noviembre de ese año fue el inicio de un profundo proceso de
reflexión, de cuestionamientos, de evaluar cuánto más estaría dispuesta a
soportar por su deseo de libertad para Venezuela, de admitir miedos y de
reconocer que ya nada ni nadie podía hacerle más daño.
A fin de cuentas, pareciera que el maltrato hace claudicar o ceder, y aunque
Brigitte jamás lo hizo, sabía que era el momento de curarse el alma e ir en
búsqueda de la felicidad o la tranquilidad que tanto ella como su hija
merecían.
Para ese momento, solo ella y sus otros cuatro compañeros de presidio,
eran la cara visible de la represión de la dictadura. El resto de los muchachos,
pese a la prohibición de salida del país, optaron por el exilio obligado. Así que
era el momento de pensar en ella, en su hija y tomar una decisión.
Lo que no se imaginaba, es que días antes de escapar, viviría el horror de la
tortura, una vez más.
Además del arresto domiciliario, Brigitte tenía la obligación de presentarse
cada cierto tiempo ante los tribunales que la habían sentenciado. Con ello, el
régimen se aseguraba que la joven recién egresada de profesora, cumpliera con
la condena impuesta.
**
Una mañana de los primeros días de diciembre, 4 custodios llegaron
sorpresivamente a su casa y de manera violenta, tal cual la primera vez, la
sacaron casi de arrastras y semidesnuda. Fabiola, su hija, solo lloraba
desconsoladamente sin poder ayudar a su madre. Solo su entrañable amiga se
enteró de aquel procedimiento. Brigitte fue trasladada a los tribunales
nuevamente. Esta vez, ya no la acompañaban sus compañeros de universidad y
de lucha. Estaba sola, como siempre en toda su vida.
Los custodios la llevan hasta los sótanos del Palacio de Justicia. Allí, unas
15 mujeres, todas procesadas por delitos comunes también esperaban por sus
respectivas audiencias. Una a una fue saliendo, menos Brigitte.
En aquel sótano, con paredes sucias y oscuras, plagado de insectos, fue
desnudada. Moría de sed y de hambre. Nuevamente los esbirros del régimen la
humillaban como ciudadana y como mujer. Pero no se dejaría. Gritó exigiendo
respeto y aunque por dentro sentía que ya no aguantaba más, estaba decidida a
no dejarse ultrajar.
A las 6 de la tarde fue llevaba otra vez a su casa y ese mismo día hizo una
llamada telefónica a quien se convertiría en su único salvavidas: era el
contacto que la sacaría del país junto a su hija.
¿Qué más puede aguantar este cuerpo herido? Se pregunta a mitad de la
noche. Fabiola dormía en la estrecha cama que compartían, en medio de un
minúsculo cuarto arrendado y en donde apenas había espacio para una
pequeña nevera, una cocina y un televisor.
Su alma no cesa de llorar. Y aunque mantiene una guerra interna con su
conciencia, reconoce que el odio hacia su principal verdugo, Nicolás Maduro,
es inmenso.
Así que era imperativo dejar de coleccionar recuerdos, historias trágicas y
tristes. Era el momento de sanar viejas heridas, esas que se le quedaron
marcadas en su huérfana infancia y que sangraron nuevamente cuando el
régimen decidió cobrarle con crueldad, su lucha por la libertad de Venezuela.
No era fácil tomar una decisión como esa. Pero ella y su hija estaban
dispuestas a correr el riesgo. Total, ambas habían aprendido a sobrevivir y
Brigitte no quería que con Fabiola se repitiera la dramática historia que ella
tuvo que vivir de niña.
No deseaba que su hija heredara el dolor, el maltrato y el abandono al que
ella fue sometida desde que nació. Ya era suficiente con que ambas no
conocieran a sus padres.
Brigitte Carolina Herrada, recién cumplió 30 años fuera de su país. Nació
en marzo de 1988 en La Victoria, un poblado cercano a la capital del estado
central de Aragua. Era la segunda de 4 hermanos con quienes no tuvo vínculo
afectivo ni cercanía.
Su madre, cuyo nombre no quiere recordar, regaló a sus dos hermanos
menores, unos morochos. Era una drogadicta irrecuperable, cuyo único
interés era conseguir la marihuana o la cocaína del día, no solo para
consumirla sin medida, sino también para venderla. Así que no tenía tiempo
para criar y atender a los dos hijos mayores que apenas eran unos niños
también. Brigitte y su hermano estaban a merced de un entorno delictivo,
maltratador, sin que nadie velara por ellos y los protegiera.
A muy corta edad debieron ingeniárselas para sobrevivir en medio de aquel
panorama donde lo que sobraba era la violencia. Literalmente fueron
esclavizados. Conocieron a corta edad el dolor de los golpes físicos y debieron
crecer con las marcas que les dejaban en el corazón.
Brigitte, pese a su cortísima edad, aún conserva intactos algunos episodios
de aquella infame niñez. Recuerda dormir en el suelo porque ni siquiera una
cama pudo proveerles la madre. Ella y su hermano se cuidaban mutuamente.
Debían y tenían que hacerlo. A nadie parecía importarles su vida y su destino.
Muchas noches se acostaban sin comer y el ruido de sus estómagos se
convertiría en el único arrullo que escuchaban en la soledad de una casa,
también abandonada.
Ella tendría 5 o 6 años de edad, cuando la madre se los entrega a la abuela
materna. Nada cambiaría. Al contrario, ambos niños vivirían el horror del
desamor y el desapego. Una ya vieja mujer los recibe en su casa a
regañadientes. También era drogadicta, también era violenta, también era
maltratadora.
“Era una perra.” -dice sin titubeo ni ápice de remordimiento- cuando se
refiere a la abuela.
**
Todos los días estaban marcados por las palizas. Muchas de ellas dejaban
rastros de sangre en la única ropa mugrienta y harapienta que poseían. Eran
tan pequeños, tan indefensos, que por varios años no tuvieron otra opción.
Tal vez en algún momento, Brigitte pensó en buscar a su padre para que la
rescatara, pero solo sabía que se llamaba Freddy. A secas. Sin más señales, sin
más datos que un nombre, sin apellidos, sin identidad.
Quería salvarse junto a su hermano y ambos planean escapar. Era un día
de esos en los que las golpizas se repetían sin clemencia. Ella solo tenía 9
años. Su hermano un año más. Ambos salen de la casa sin rumbo conocido. Se
adentraron por cerros y montañas. Corrían y corrían, igual como cuando se
huye del horror. Como cuando se escapa del dolor.
En un momento se extraviaron y cada uno tomó una ruta distinta. Ya no
volverían a encontrarse. Ya no sabrían nunca más el uno del otro.
Cansada y perdida, Brigitte, independiente y osada, lograr dar con la
vivienda de quien era la esposa de un tío materno. Creía que había encontrado
su salvación y refugio. Cuánta inocencia cabía en aquel corazón infantil, a
pesar de la desdicha.
Pero como si se tratara de una deuda impagable con la vida y el destino,
como si hubiese nacido sólo para ser objeto del abuso y del maltrato, Brigitte
pronto se dio cuenta que había llegado a la casa equivocada.
Allí, un día supo cuán amargo y terrible es el sabor de la sal. Esa tía
política colocó un gran puñado en su boca mientras la golpeaba sin clemencia.
Con apenas 9 años, Brigitte decidió tomar venganza e intentó incendiar el
rancho. Su actuación fue denunciada y la condujo hasta la policía. Era la
primera vez que se enfrentaría a la ley
En la comisaría, Brigitte les pide a los funcionarios policiales que no la
regresen a aquella casa. Les narró los maltratos a los que era sometida y luego
de los trámites correspondientes, es enviada al Servicio Autónomo de
Protección y Atención al Niño, Niña y Adolescente del estado Aragua,
conocido como SAPANNA. A partir de ese momento, formaría parte del
sistema gubernamental de protección a los menores de edad abandonados, en
situación de calle o huérfanos.
Brigitte había perdido a su madre. Emocional y físicamente. La asesinaron
con un disparo en medio de una riña por drogas. Así que su condición era más
que suficiente para que aplicara su ingreso: abandonada y huérfana.
En aquel reformatorio infantil, como casi todos, llegan mayoritariamente,
niños y adolescentes con mala conducta. Así que la convivencia no sería nada
fácil, pero Brigitte ya estaba acostumbrada a lidiar con las limitaciones, con
las dificultades y había aprendido a muy corta edad, a defenderse, aunque
muchas veces utilizara recursos violentos para ello.
“Me portaba mal. Sentía cómo el sistema discriminaba y de cómo nuestra
formación e inclusión a la sociedad, estaba en manos de gente sin preparación
e incapaz de lidiar con niños y jóvenes de mala conducta”.
Brigitte admite que era en extremo rebelde y sin justificarse, reconoce lo
difícil que era comportarse bien en aquel ambiente. Así que pronto se sumó a
las constantes reyertas internas, al punto de convertirse no solo en protagonista
principal, sino en la líder juvenil del reformatorio.
“No sabía canalizar mi poder” dice. Y ¿cómo saberlo a tan corta edad?
Brigitte solo había conocido la violencia como mecanismo de supervivencia.
Muchas veces encabezó protestas por los malos tratos que recibían ella y
sus demás compañeros de reformatorio. Se subía en los techos y desde allí
lanzaba piedras contra el personal de seguridad, en una ingenua demostración
de fuerza. Pero al final, los rebeldes jovencitos terminaban sometidos por la
autoridad y también a severos castigos.
Recuerda claramente, una habitación de dos metros cuadrados en donde la
encerraban por un mes. La reprimenda, lejos de sosegar y calmar el ímpetu de
la ya adolescente, la hizo más dura y ella se sentía poderosa.
Para ella, aquel recinto que algunos llamaban casa hogar, era una cárcel
para niños y jovencitos.
Brigitte tampoco olvida una linda época dentro del reformatorio. Cree que
fue una de las pocas veces en que el Estado y el gobierno regional voltearon la
mirada hacia esa población infantil y juvenil desamparada, cuyo destino era
incierto y sin estímulos o propósitos.
En Venezuela, el régimen de Hugo Chávez y luego de Nicolás Maduro, se
encargaron de establecer una división social no solo dentro de la población
venezolana, sino también en la historia nacional. Así que el fallecido Hugo
Chávez, para diferenciar lo que él creía sería un nuevo país, optó por llamar
cuarta República a la Venezuela que le antecedió y a la que le atribuyó toda la
culpa de los males pasados y presentes que ha padecido Venezuela.
Pero fue en esa cuarta república que Brigitte recuerda, cómo el sistema de
protección al menor y adolescente funcionaba medianamente, en donde había
algunos funcionarios o gobernantes preocupados y ocupados por brindarle a
aquella población vulnerable, oportunidades distintas al encierro y a la
violencia.
En medio de las políticas de reformas internas, esa población abandonada
recibió educación formal que le permitió a algunos de los niños y
adolescentes, avizorar una posibilidad de cambiar el rumbo de sus vidas,
alejados de la violencia familiar y la del propio Estado.
Fue en la década de los años 90, cuando desde la extinta Fundación del
Niño, una institución creada precisamente en la cuarta República, los menores
recluidos en el servicio de atención al niño y adolescente de Aragua,
recibieron mayor atención, más allá de la de albergue y comida. Las
autoridades del momento, estaban conscientes que era necesario además,
proporcionarle oportunidades de recreación, cultura y deporte a niños pobres y
en abandono.
La para entonces primera dama del estado, Marietta de Bolívar, ideó un
programa vacacional destinado no solo a los niños de escasos recursos, sino
también a los que formaban parte del sistema oficial de protección. Brigitte
recuerda la ropa, los zapatos y sobre todo los viajes. Era la primera vez que
salía de aquel encierro obligado y disfrutaba de paseos. También fue en la
época en que ya culminada la primaria dentro del reformatorio y previa
evaluación de los especialistas, es aprobada su inscripción en la educación
secundaria.
La consecución de sus estudios significaba salir de aquella cárcel para
menores e interactuar con otros adolescentes y adultos. Fue el liceo
“Monseñor Arias Blanco”, ubicado en una populosa barriada de Maracay, en
donde Brigitte cursó el bachillerato. Los primeros años iba acompañada de
algún funcionario adscrito al reformatorio, hasta que de acuerdo al
comportamiento exhibido y la evaluación de los psicólogos, podía ir y regresar
sola.
Esa valoración iba del 1 al 10. Ella logró la máxima, así que le permitieron
salir de vez en cuando a sitios distintos al colegio, como a una plaza o a una
heladería. La condición, era regresar antes de las 6 de la tarde a la casa hogar.
El sistema contaba con un programa de familias sustitutas, que en cada
vacación escolar o en navidad, acogía a alguno de los menores internados. En
varias oportunidades, Brigitte se quedó prácticamente sola en el reformatorio.
Sin embargo, en sus años de internación, se forjó algunos lazos de amistad
con el personal de la institución, especialmente con las cocineras.
Fueron algunas de ellas, las que en los meses de agosto o diciembre
invitaban a Brigitte a sus hogares. Las cocineras del reformatorio se
convirtieron en su única familia.
Al cumplir los 18 años, edad límite para permanecer en el sistema, la joven
Brigitte obtiene su primer trabajo como ayudante de limpieza en algunas
viviendas que la contrataban. Cumplida la faena, regresaba a la casa hogar.
Y aunque ya no podía continuar bajo el ala protectora del Estado, se las
ingenió para permanecer un año más hasta que una tarde salió con unas
amigas del mismo reformatorio y en un típico acto juvenil, ingirió el suficiente
alcohol como para que el sistema ya no tuviera excusas para mantenerla
dentro.
Al salir, Brigitte no tiene a dónde acudir y a quién recurrir. Y aunque para
este momento se había reencontrado con su hermano, nada los unía. Entonces,
una de las cocineras que en otrora la había llevado a su casa, decidió acogerla
hasta que la jovencita enrumbara su camino.
Allí permaneció por tres años. Hasta que un día ya no era solo ella. Brigitte
había quedado embarazada y una vez más abandonada.
“Me dijo que no estaba preparado para ser papá, así que como siempre,
debí enfrentar aquel nuevo reto, sola”, dice cuando se refiere al hombre de
quien se había enamorado.
Su buen comportamiento en los últimos años dentro de la casa hogar, le
hizo ganar algunos afectos para ella muy importantes y de mucha ayuda.
Quien había sido la directora del servicio de protección, se entera de su
embarazo y logra ubicarla en un modesto empleo como cocinera en un
preescolar.
Brigitte debió poner en práctica las lecciones culinarias que aprendió
cuando sus amigas cocineras la recibían en sus hogares. Ese día entendió
cuánto bien había recibido de aquellas humildes mujeres, más del que alguna
vez se pudo imaginar.
El salario no era suficiente como para cubrir, además de los gastos de
manutención de su hija recién nacida. La historia de su vida se repite y aunque
a diferencia de su madre drogadicta, Brigitte le encargó a su mejor amiga, el
cuidado de la pequeña mientras ella trabajaba.
Las separaban las limitaciones económicas, pero también la distancia
geográfica. La amiga de Brigitte, quien luego se convirtió en la madrina de la
pequeña Fabiola, vivía en un municipio ubicado a unos 50 kilómetros de la
capital del estado. La joven madre salía muy tarde del trabajo y para entonces
era imposible tomar un autobús que le permitiera ver a la niña todos los días.
Sus encuentros se redujeron a los fines de semana.
La separación entre ambas se prolongó hasta que Fabiola cumplió los 3
años de edad, cuando ya su madre, decidida a no continuar alejada de su hija,
alquila una estrecha habitación en la que vivirían ambas. No fue fácil. Muchas
veces la pequeña quedaba a cargo de alguna amiga mientras Brigitte trabajaba.
Pero la inexperta y joven madre, tenía un sueño. Y así como desde pequeña
tuvo que enfrentarse sola a los desafíos y retos de la vida, ya de adulta sabía
no podía ser diferente.
Brigitte no había descartado la posibilidad de continuar sus estudios.
Apenas había hecho un alto mientras la pequeña Fabiola crecía un poco más,
hasta que un buen día decidió acercarse hasta la Universidad Pedagógica
Experimental Libertador, UPEL; una institución de educación superior gratuita
para la formación docente y de donde han egresado miles de profesionales
dedicados a la educación primaria y secundaria de Venezuela.
Logra inscribirse y además aplica para una beca estudiantil luego del
estudio socioeconómico que le realizó la universidad. Amén de su trabajo
como cocinera, ahora contaba con otra ayuda para su sustento y el de la
pequeña.
Su ingreso a la escuela de Educación especial la conectó inmediatamente
con otros jóvenes que al igual que ella, intentaban prepararse para un futuro
mejor. El país vivía su peor momento, social, política y económicamente.
Pero esas serias dificultades, Brigitte las transformaría en la razón de su lucha.
En la universidad se vinculó inmediatamente con la lucha estudiantil a
través de los movimientos internos que hacían vida dentro y fuera de la
institución, reconocida además por ser una de las más aguerridas en lo que se
refiere a la defensa de los derechos universitarios y estudiantiles.
Brigitte, lejos de replicar la violencia con la que creció, aprendió a
canalizar los rasgos de liderazgos que ya exhibía de cuando estuvo internada
en aquel reformatorio.
A partir de ese momento, se defendería a sí misma y a otros, de las
injusticias.
Casi que inmediatamente a sus inicios universitarios, Brigitte se incorporó
rápidamente a las acciones y protestas estudiantiles y de forma vertiginosa fue
escalando posiciones dentro del movimiento estudiantil. Es así como ganó la
presidencia del centro de estudiantes de la escuela y de allí fue indetenible su
ascenso, hasta que se convirtió en miembro de la Federación de Centros
universitarios y consejera universitaria, uno de los eslabones más importantes
del movimiento estudiantil venezolano dentro del sistema de educación
superior.
La pasión con la que asumió su rol de líder estudiantil la alejó de su
propósito original: graduarse. Pero algunas materias aplazadas en el tercer
semestre de la carrera le encendieron las alarmas.
Brigitte no podía permitirse esa irresponsabilidad. De su empeño y
dedicación dependían ella y su hija. Así que a partir de ese momento prosiguió
aferrada a los libros y al estudio, hasta que culmina exitosamente la carrera de
educación especial, mención retardo.
Meses antes de finalizar, Venezuela vivía uno de los episodios más
sangrientos que la historia republicana haya conocido. Fue el movimiento
estudiantil el que se echó en los hombros, la lucha por liberar al país de un
régimen opresor y hambreador, que en casi 20 años en el poder, había
desfalcado a una de las naciones más próspera del continente.
Brigitte ya no era sólo la líder estudiantil. Para el momento ya militaba en
un partido político que había nacido de la división de Acción Democrática,
una de las organizaciones políticas que había gobernado al país en varios
períodos, hasta que un teniente coronel del Ejército de Venezuela se alzó en
armas para derrocar al gobierno de turno, precisamente en manos de un
dirigente de Acción Democrática: Carlos Andrés Pérez.
Ahora, la joven ya licenciada, estaba decidida a contribuir con el
restablecimiento del estado de derecho del país, desde otros espacios.
Venezuela necesitaba un nuevo liderazgo y fue el estudiantado nacional el que
asumió ese rol con arrojo y valentía, durante las largas y multitudinarias
protestas que se escenificaban contra el sucesor de Hugo Chávez.
Brigitte sabía que se enfrentaban a un tirano, pero aún así no desistió en su
lucha. Estaba acostumbrada a ella desde pequeña. Y aunque había culminado
oficialmente sus estudios, se mantuvo activa dentro de la universidad que la
formó, durante las diarias protestas.
Aún en desventaja, los estudiantes no se amilanaron, ni siquiera porque el
régimen utilizó a grupos de civiles armados para contrarrestar las
manifestaciones. Ni siquiera porque casi a diario, un estudiante era asesinado
vilmente por los cuerpos de seguridad del Estado.
La joven docente, sabía el riesgo que corría junto a sus compañeros. Creía
también que de su lucha dependía la libertad que soñaba para el país, para ella
y para su hija. Pronto seria presa de su osadía y víctima de la dictadura, como
otros tantos venezolanos.
Ya habían transcurrido dos meses de marchas y protestas en las que el
régimen dejaba en evidencia su talante tiránico. El asesinato de estudiantes o
de ciudadanos y las detenciones arbitrarias y torturas eran incontables e
inhumanos. Todo venezolano que mostrara su rechazo, era blanco fácil de
agresiones por parte de policías y militares.
Los estudiantes eran el principal objetivo y el régimen debía asegurarse su
rendición. Así que las incursiones a las universidades, violando la autonomía
explícitamente señalada en las leyes, se convirtieron en una de las actuaciones
más comunes por parte de los organismos de seguridad y de inteligencia, pero
también de los grupos paramilitares financiados por el propio régimen.
El acoso a las universidades fue descomunal. Ya los recintos no eran
seguros para que los estudiantes se resguardaran y se protegieran de la
represión oficial. El régimen estaba decidido a aniquilar con lo que
consideraba el más fuerte reducto de la resistencia y la disidencia nacional.
Y en gran parte lo consiguió. Logró minimizar las protestas a punta de
armas de fuego, bombas lacrimógenas y con la fuerza bruta de sus esbirros
movidos por el odio sembrado en revolución.
Brigitte, nuevamente era víctima de él. Y como si el ciclo de su trágica
historia se repitiera, fue golpeada, arrastrada, ultrajada y humillada junto a un
grupo de compañeros que desde los últimos días de junio, pernoctaba en la
universidad debido el acoso policial que les impedía salir.
Pero la brutal golpiza, el intento de violación que sufrió por parte de sus
captores, las amenazas de muerte que recibió, los juicios y su encarcelamiento
no la doblegaron. Brigitte se convertía en una de las presas políticas más
emblemáticas del movimiento estudiantil, aunque esa condición la separaba,
quizá definitivamente, de lo único puro y noble que ha tenido en la vida: su
hija.
Por ello, cuando se cuestiona si hizo lo correcto en escapar del país sin
haber cumplido con la tarea que se impuso como dirigente social, retumba en
su cabeza el llanto desesperado de Fabiola cada vez que a empujones y golpes,
era sacada de su humilde vivienda para trasladarla a las obligatorias
presentaciones ante los tribunales.
Brigitte, además del arresto domiciliario estaba obligada a presentarse casa
quince días ante el juez. Cada traslado era inhumano y cruel, tanto, que fue
acariciando la idea de huir a partir del momento en que el resto de sus
compañeros, también enjuiciados, decidieron casi todos violar la prohibición
impuesta y salir del país.
Apenas cinco de ellos, incluyéndola, se habían quedado. Esos cuatro
compañeros de lucha estaban tras las rejas y la posibilidad de que el régimen
arremetería contra ellos si Brigitte concretaba su huida, la torturaba. Si algo
aprendió en su época universitaria, fue a ser solidaria.
“Me costó mucho tomar la decisión de salir. Me negaba a irme de
Venezuela como una delincuente y haber salido como lo hice, me ha dejado un
dolor más intenso que el de los golpes recibidos”, dice con voz entrecortada.
Brigitte pudo haber escogido el camino de su madre. Pero aprendió a lidiar
con las carencias y los abandonos y se erigió con fortaleza ante la adversidad.
Por eso está convencida que encontrará la manera de curarse estas nuevas
heridas que le deja el exilio, aunque reconoce que la frustración de dejar algo
inconcluso y el sentimiento de culpa que se llevó en la maleta, la hacen dudar
de si toda la entrega y la lucha, valieron la pena.
Muchas noches y días- comenta- me he preguntado si la equivocada fui yo
y no ese régimen hijo de puta.
De lo que sí está segura, es que la felicidad y la tranquilidad de su hija son
primordiales. Así que dejó de analizar las repercusiones que su salida de
Venezuela le acarrearía a sus compañeros encarcelados, y por primera vez
pensó en ella y en la pequeña Fabiola.
Brigitte se ha impuesto una nueva tarea: “ser feliz al menos una vez,
porque no se puede ser tan desdichado en la vida”.
Cuando intenta hablar sobre el exilio y los sentimientos que le producen el
desarraigo y el destierro, suele ser más parca de lo que ya es. Aún así, admite
que dejar Venezuela le ha afectado más de lo que se imaginaba y que el
proceso de adaptación se le ha hecho cuesta arriba.
Entonces, cuando ve a Fabiola caminando sola hacia la escuela,
disfrutando del paisaje, aprendiendo inclusive otro idioma, destacándose entre
otros niños por su dedicación escolar y sin vestigios de ausencias o
separaciones, Brigitte comprende que esta es la oportunidad que tiene para ver
crecer a su hija en paz y en libertad. A fin de cuentas, esos han sido los únicos
bienes por los que tanto ha padecido y luchado.
La transición ha sido difícil y engorrosa. Aunque Brigitte Herrada está
considerada como una presa política por los organismos nacionales e
internacionales defensores de los derechos humanos y su caso inclusive fue
elevado a instancias mundiales, obtener el estatus de asilada no ha sido fácil.
Por el contrario, requiere de una larga espera que le dificulta buscar y
obtener un empleo para cubrir las necesidades básicas de ella y de su hija.
Brigitte debe cumplir con los trámites y requisitos exigidos por las autoridades
españolas, para obtener la residencia y en consecuencia, trabajar.
Las generosas contribuciones que recibió en el exilio mermaron, así que
debió recurrir a instituciones de ayuda humanitaria y acudir inclusive, a
algunas iglesias, para recibir ropa y comida para ella y su hija. La hospitalidad
de su amiga es invalorable, pero Brigitte está consciente que debe, como antes
lo hizo, alzar vuelo sola.
A los tres meses de haber llegado a Las Palmas, es contratada como
cuidadora de un pensionado español y distribuye el horario en tareas de
limpieza en otra residencia. El salario no es mucho, pero intenta ahorrar para
hacerse de un espacio en donde ella y Fabiola ya no se sientan un estorbo o
una carga.
No tiene miedo. No está cansada ni se ha rendido. No puede hacerlo,
además.
Mientras va poniendo orden en su nueva vida, coloca en una balanza lo
recorrido y cuando se percata de lo lejos que ha llegado, se sorprende.
“Pude haber sido una drogadicta o una puta”, dice con orgullo cuando
corrobora que sin tutelaje, sin orientación, sin afectos, se convirtió en
profesora y en madre.
Al segundo rol se ha dedicado en cuerpo y alma. Espera ejercer finalmente
su profesión docente aunque sabe que ese eslabón es más difícil de superar,
cuando estás en un país que no es el tuyo. Pero no pierde la fe.
Desde que salió de Venezuela y pisó suelo español, no ha abandonado la
idea de regresar. Brigitte siente que su estadía en aquella isla es transitoria. Ha
tenido momentos en los que intenta rehacer la maleta para retornar, pero la
sonrisa de Fabiola, su seguridad y su estabilidad, hacen que los abandone.
Pero no del todo. Tiene la aspiración de volver a Venezuela y sueña todas
las noches con la libertad de su país. Anhela que sea pronto para no tener que
envejecer en el amargo exilio.
Mientras sobrevive, mientras se repone a la distancia y a la ausencia, ese
régimen que la maltrató y la encarceló, en un vano intento por lavarse el rostro
de dictadura, justo un año después, anuncia un proceso de reconciliación que
implicaría la excarcelación de presos políticos.
A cuenta gotas, el régimen decide liberar a detenidos y recluidos en sus
terribles mazmorras, una de ellas conocida como “La Tumba”. En su
maquiavélico afán de torturar, dejaba en suspenso los nombres de los que
según su criterio, serían beneficiados con un gesto benevolente y democrático.
Solo minutos antes de que el régimen concretara su pantomima, Venezuela se
enteraba de quiénes habían sido “favorecidos” con la excarcelación, más no
libertad plena y absoluta.
El régimen, fiel a su raíz totalitaria, accedía a excarcelar a “presos por
violencia política” como pretendió calificar a los políticos, dirigentes y
estudiantes detenidos injustamente. Pero lo haría, como siempre, con
condiciones.
Los “beneficiados” tendrían la obligación de presentarse en los tribunales
cada cierto tiempo según decisión judicial, no podían declarar a los medios de
comunicación social ni usar sus cuentas personales en las redes sociales y
mucho menos, salir del país.
El primero de junio, cuando se cumplía justo un año de aquella madrugada
en la que 27 jóvenes estudiantes de la Universidad Pedagógica Experimental
Libertador, eran secuestrados, torturados y enjuiciados, el régimen de Nicolás
Maduro anuncia a través de la ilegítima Asamblea Nacional Constituyente, la
“liberación” de los primeros 39 presos políticos, aunque después se corroboró
que solo 17 de ellos, realmente lo eran.
En esa primera lista, Brigitte Herrada ocupaba el número 25.
Conocida la noticia, el país se encontraba en una disyuntiva.
¿Acaso había razones para celebrar el supuesto gesto humanitario del
régimen? Mientras la dictadura se vanagloriaba de su compasión,
simultáneamente encarcelaba a un número mayor de disidentes, en su mayoría
estudiantes y militares.
Pese a ello, los venezolanos demócratas y sobre todo los familiares de los
presos políticos, lloraban de alegría al ver tras las rejas a aquellos jóvenes que
ya no lo eran tanto y quienes antes y después, siguen desnudando al régimen
frente al mundo.
Sus rostros y cuerpos famélicos, la calvicie o algunas canas, eran la
evidencia tangible de la crueldad.
Brigitte Herrada, al igual que el resto de los excarcelados, debió mostrarse
antes las cámaras de la televisión gubernamental, en medio de un obligado
espectáculo ante la Comisión de la Verdad de ese organismo inconstitucional
llamado Asamblea Nacional Constituyente, que incluía por cierto, un sermón
revolucionario antes de regresar a sus hogares.
Ella, por fortuna, no formó parte de aquella comparsa oficial. Ya estaba
fuera del país, aunque entre las medidas cautelares que incluía su
excarcelación, figuraba la prohibición de salida del país.
¿Qué hago? ¿Regreso a Venezuela?, se preguntó inmediatamente al
conocer la noticia.
Rápidamente cayó en cuenta, que nada cambiaba su condición de presa
política y que no tenía garantías de no ser detenida nuevamente, una vez que
decidiera poner un pie en el país.
Al tiempo que mentalmente evaluaba su posible retorno, miró a Fabiola
que recién regresaba del colegio. Tan libre y feliz la veía, que se sacudió la
idea y se obligó a pensar en el futuro de ambas, ya no en Venezuela.
Es cierto que en el país no dejó familia consanguínea y que sus pocos
amigos, al igual que ella, huyeron del régimen, mientras otros seguían tras las
rejas. Así que sus afectos eran tan errantes como ella. Pero el amor por
Venezuela, ese al que le consagró años de lucha, batallas sin tregua ni ventajas,
seguía echando raíces y creciendo, aún en tierra ajena.
Pero también es verdad, que Brigitte no es totalmente libre. Sigue siendo
una presa del régimen y éste, cuando le plazca, puede enviarla nuevamente a
la cárcel. De hecho, sobre ella pueden caer una vez más, el yugo y las cadenas
de la represión. Cuando al régimen se le antoje puede devolverla a prisión,
puede golpearla y ultrajarla como ya lo hizo una y otra vez.
Para cuando se anunció su excarcelación, ya sus custodios, aquellos que la
sacaron de arrastras y casi desnuda de su casa para llevarla ante el juez en
vísperas de año nuevo, estaban al tanto de su huida. El día correspondiente a
su presentación, el juez preguntó por ella.
Su verdugo ya sabía que Brigitte había burlado el sistema y escapado de
sus tentáculos. Así que cual verdugo, puede en cualquier momento revocar la
medida de excarcelación y solicitar una orden de captura internacional en su
contra.
Brigitte lo sabe y mientras camina por las calles de Las Palmas rumbo al
modesto empleo que consiguió, mira con nerviosismo hacia los lados,
temerosa de que esa espada que pende sobre su presente y su futuro, la
alcance y la hiera de muerte.
Al mismo tiempo se muestra preocupada. Presume que su salida de
Venezuela pudiese repercutir negativamente en la posible excarcelación de sus
cuatro amigos que aún permanecían detenidos. Intenta no desesperarse y
apela al cielo para implorar por la liberación de sus compañeros de lucha.
Por fortuna, dos semanas después, el régimen anuncia una nueva lista de
excarcelados. Allí estaban Boris Quiñones, Mitchell Sosa, Kenny Colmenares
y su mentor, Alex González.
Al fin, podían abrazar en libertad a sus madres, a sus padres, a sus esposas.
Brigitte, desde la distancia, lloraba de alegría y de agradecimiento. Admite que
en un momento durante su prisión, llegó a juzgar sin clemencia a aquellos
presos políticos que negociaron su libertad. Ahora, cuando no duda de la
severidad de la represión, entiende cuán vulnerable se puede ser ante el
castigo del verdugo.
“El maltrato te hace ceder y a veces hasta claudicar”, sentencia.
De regreso al nuevo hogar, busca a Fabiola en la escuela y la toma de la
mano con fuerza. Tanto que la pequeña resiente aquel apretón. Brigitte solo se
asegura que nadie pueda arrebatársela.
Respira profundo y como si fuera una película, va recordando cada golpe,
cada empujón, cada bofetada y cada insulto que recibió de niña. Se pregunta
qué ha hecho para merecer semejante destino. No comprende por qué ha sido
tan infeliz.
“¿Acaso estoy expiando culpas de otros?, ¿A quién le he hecho tanto
daño?” vuelve a preguntarse mientras camina con Fabiola. Muchas son las
respuestas que la empujan al abismo y un fatídico deseo la abruma, la
acorrala, la tambalea.
Pero morir no es una opción.
Como no lo fue cuando era tan vulnerable, tan indefensa.
¿Por qué habría de serlo ahora cuando tenía razones para seguir?
Poseía una y esa, era más que suficiente.
Así que se sacude la pena, como tantas veces y le ruega a Dios que su
corazón sane.
Fabiola se entera de la excarcelación de su madre y sin titubear le advierte:
“No quiero que te metan presa otra vez. No quiero regresar”.
Brigitte Herrada, con 30 años cumplidos en tierra ajena, vive una
encrucijada, similar a la que la embargó cuando decidió huir, o mejor dicho,
escapar.
“Me toca respirar, oxigenarme y pensar ya con la cabeza fresca, si quiero
o no envejecer aquí”.
Como una tarea, todos los días al levantarse repasa el propósito que la
llevó al exilio. Aunque lo tiene claro, de vez en cuando los entuertos de la
soledad, de la distancia con el país, le desbaratan la plana.
Reconoce que últimamente se deprime mucho y con bastante frecuencia.
El vuelco que ha dado su vida la ha dejado desplazada, desarraigada, como
una intrusa. El exilio no es algo que haya deseado para ella y para su hija, pues
intuye que con el tiempo pueden perder la noción de quiénes son.
Pero ahora es una exiliada de su pasado y de su presente. Es una exiliada
de la justicia y eso la hace por momentos, perder la visión de lo que la
mantiene viva.
Hace memoria y evoca un párrafo de "Los versos satánicos" de Salman
Rushdie: “En el exilio todo intento de arraigo se considera traición: es el
reconocimiento de la derrota.”. Aunque agradece el cobijo y la solidaridad con
la que ha sido recibida, procura no acostumbrarse como una forma de
resistencia. Esa misma que exhibió desde pequeña, la misma que no logró
doblegar el régimen.
También recuerda cómo se ha ido salvando a sí misma y de sus enemigos
internos y foráneos. De cómo ha sobrevivido sin hacer concesiones que no
sean aquellas que le provean un poco de paz y tranquilidad. Dice que tal vez
por eso no termina colgada de un árbol. Y fundamentalmente por Fabiola.
Para protegerla a ella, le ha dado golpes a su pecho para que el corazón no
deje de latir. Es ella y el amor que representa, quien la salva de la muerte y de
la cárcel. La cárcel de puertas abiertas que ha sido su vida. Mientras tanto vive
un día a la vez, porque el final de su historia, es que Fabiola crezca y vaya
siendo feliz.
"Hoy decido romper el silencio... Silencio en el cual estuve sumergida por
protección a los que quiero, silencio que se va apoderando de mi alma dejando
un montón de cicatrices, con la cabeza adolorida y obligando al corazón a
callar.
Es inevitable no pensar en aquel domingo 2 de julio del 2017; de tanto
hacerlo terminas por entender, que en cada amanecer debes hacer ejercicio con
la memoria y con las emociones que se instalan definitivamente en tu interior
y en el que revives cada golpe, cada patada, cada insulto e incluso tu pisoteada
dignidad.
Todo fue como un sueño. No podía creer que estuviese sucediendo.
Entonces, despierto de la salvaje golpiza, vulnerada, humillada, minimizada y
entumecida y sólo puedo ver impunidad, maldad, sadismo y satisfacción en la
cara de los verdugos. Definitivamente es una estampa muy amarga que le ha
dado paso a la encrucijada de ser lo que ya no podía ser: "LIBRE".
Pero tampoco debía estar de espaldas a la intolerancia y al hambre de mi
país. Era y es imposible. Para mí no era una opción ignorar tanta indolencia y
descaro por parte de una cúpula del régimen corrupto y genocida, que ha
pretendido e intentado por muchos años, silenciarnos y escondernos ante los
ojos mundo.
Es muy triste abandonar la tierra que nos vio crecer, dejar amigos, cultura,
rutinas. Muchos dicen que es necesario para lograr un mejor futuro, pero yo
confieso que mis sueños siempre fueron estar en Venezuela, en sus costas, en
sus ríos, en sus mares y en sus montañas.
Nada se me parece a ti. Hoy y aquí te lloro y me enjuago las lágrimas con
tu bandera tricolor. Puedo decir a gritos que te extraño.
Lamento tanto haberme quedado sin opciones, pero dejarte fue necesario
para seguir respirando y caminar con libertad. Era necesario ver a la extensión
de mi vida sonreír de nuevo: ¡Fabiola!
Si la vieras, Venezuela: ríe, canta en la ducha, sueña, duerme bien... Aún
tiene algo de miedo, pero pronto pasará".

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