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El crack

(de Gentuza)
—¿Es verdad que usted fue estudiante de medicina?
—Sí. Abandoné al final del quinto curso de la carrera.
Y no me arrepiento. Al contrario. Fue en una coyuntura
propicia y feliz: cuando comencé a marcar goles en las
canchas de básquetbol.
—¿Se hizo profesional entonces?
—Lógico. El deporte es espectáculo. En él no hay soles
gratuitos. Como astro máximo del básquet debo cobrar.
Bastante alumbro las boleterías de los clubes... Figúre-
se si hubiese continuado en la Universidad. Ahora sería
un mediquillo de barrio atendiendo pobres y mutuali-
zados...
—Eso de mediquillo... Usted sobrepasa los dos metros
¿no?
—Sí. Tengo dos metros catorce centímetros de altura.
Vale decir que he nacido para ser jugador de básquetbol.
Es una fatalidad biológica. Otros nacen con jorobas úni-
camente para jorobar a los sastres...
—No tanta fatalidad. ¡Con los premios, recompensas,
prebendas, viajes, regalías comerciales, agasajos, etcéte-
ra, etcétera, que devenga!
—No puedo quejarme. Pero el entrenamiento y la acti-
vidad continua crean una apetencia enorme a ser tardo,
lento, tranquilo. Me obsesiona una tendencia epicúrea
a extender las piernas bajo un árbol en vez de agitarlas
en el estadio.

mutualizados: que se atienden a través de una mutual, que paga poco.


devenga: recauda.

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—Precisamente, eso es lo que llama la atención en usted:
su estilo, aparentemente lerdo, pero rendidor de hacer go-
les. ¿Cómo logró esa virtud?
—Arduamente. Esa virtud encarna la posesión del esti-
lo. Mi estilo es un juego dentro de otro juego. Un clásico,
diría mi modus jocandi. Por cierto, mi estatura coopera.
Importante: soy un ser calmo en mi juego frenético. Para
embocar la pelota en el cesto, me basta ponerme en pun-
tas de pie y verticalizar mi brazo... Y ser situacionista.
Saber ubicarme. Hay un instinto de la oportunidad...
—Su estilo es admirable y merece la devoción que le
profesan los hinchas. Ahora bien, dado su temperamento,
diré... apacible, ¿no lo incordian los fanáticos con sus rui-
dos y expresiones?
—No. Son las moscas que bullen y fastidian en la fama.
Porque la fama es una pudrición. Los hombres eminen-
tes, los campeonísimos, lo sabemos. Y, como tales, nos
forjamos una idiosincrasia adecuada para soportarlas.
Yo, la tengo. Usted trepidó recién al calificarme de “apa-
cible”. Sin duda, quiso decir tardo, negado.
—¡Por favor! No me atribuya, ni suponga...
—Déjese de perendengues. Esa opinión está generali-
zada y, tal vez con acierto, Rabelais dijo hace siglos que
los petizos son violentos, iracundos, porque tienen el
corazón muy cerca de la mierda. Con fundamento si-
milar afirmo que los tipos longilíneos como yo somos
tardos de mente porque el bombeo de la sangre al cere-

modus jocandi: broma entre el sentido literal de la expresión latina, que sería
“modo de jugar”, y lo que significa de verdad, que es precisamente “decir algo
en broma”.
situacionista: alusión irónica a la Internacional Situacionista, una corriente
del arte surrealista.
perendengues: adornos, florituras.
Rabelais: François, escritor satírico francés del siglo XVI.
longilíneos: alargados.

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bro recaba del músculo cordial un bombeo de alta pre-
sión. Más que posible: yo lo demuestro. No es lo mismo
mandar oxígeno a una masa encefálica situada a quince
centímetros que a otra localizada a más de medio me-
tro del corazón. Extremando la comparación, destaco el
contraste de comportamiento rabioso de un perro sal-
chicha —con el corazón casi al nivel de la cabeza— con la
benigna placidez de la jirafa cuya cabeza se bambolea a
cerca de tres metros de distancia...
—Sabe una cosa: me deja pasmado su cultura. Habitua-
do a entrevistar a sportsmen para mi revista, jamás me
he topado con un jugador de básquet de su talla...
—Seguro: ¡2,14!
—...intelectual. Casi todos sus colegas son lelos, pavotes,
grandes al pedo. Supongo que lee ¡Hurrah!
—Nunca. No leo más que textos de medicina. Así,
cuando la fama me pudra del todo, quizás...
—¿Quizás qué?
—...llegue a ser un curandero insigne, con ingresos se-
mejantes a los de hoy.
—Sin embargo, lea el próximo número. Se lo pido.
—Imposible. Tan imposible como pensar que el equipo
de enanos de Liliput pueda vencer alguna vez a los Globe
Trotters...

sportsmen: deportistas.

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