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Grandes Héroes de

la FE
Un estudio de “la fe que alcanza las
promesas” basado en Hebreos capítulo 11

Por:
Julio César Benítez

Medellín, 2011
Grandes Héroes de la Fe

Autor: Julio C. Benítez

Fecha: Julio de 2018

Medellín, Colombia

Este libro contiene una serie de predicaciones que el Pastor Julio C.


Benítez compartió en la Iglesia Bautista Reformada la Gracia de Dios
en el 2011

Prohibida su copia o reproducción sin autorización previa del autor.

2
TABLA DE CONTENIDO

Contenido
Introducción:...............................................................................7
Descripción general de la fe........................................................8
Hebreos 11:1-3............................................................................8
Por la fe se alcanza el favor divino............................................21
Hebreos 11:1-3..........................................................................21
Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin
la fe...........................................................................................33
Hebreos 11:4-7..........................................................................33
Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin
la fe...........................................................................................44
Hebreos 11:4-7 (Segunda parte)...............................................44
Tres ejemplos notables de cómo es imposible agradar a Dios sin
la fe...........................................................................................57
Hebreos 11:4-7 (Tercera parte).................................................57
El padre de la fe (Primera parte): La fe que obedece................70
Hebreos 11:8-12........................................................................70
El padre de la fe (segunda parte): La fe que mira más allá de lo
terreno y pasajero.....................................................................82
Hebreos 11:8-12........................................................................82
El padre de la fe (tercera parte): La fe que alcanza la promesa.94

3
Hebreos 11:8-12........................................................................94
La fe perseverante anhela lo mejor.........................................109
Hebreos 11:13-16....................................................................109
La Prueba de la fe....................................................................125
Hebreos 11:17-19....................................................................125
La fe bendice al pueblo de la promesa....................................139
La fe de Isaac...........................................................................139
Hebreos 11:20-22....................................................................139
La fe bendice al pueblo de la promesa....................................152
La fe de Jacob..........................................................................152
Hebreos 11:20-22....................................................................152
La fe bendice al pueblo de la promesa....................................165
La fe de José............................................................................165
Hebreos 11:20-22....................................................................165
La fe de Moisés (11:23-29)......................................................179
La fe que no teme a los hombres. La osadía de la fe. v. 23..179
La fe que se aparta del mundo y escoge a Cristo. v. 24-26..192
La fe que se aparta del mundo y escoge a Cristo. v. 24-26..206
La fe que mira al invisible, la intrepidez de la fe. v. 27........220
La fe que se aferra a la sangre de Cristo. v. 28....................233
La fe que experimenta el poder milagroso de Dios, o El triunfo
de la fe v. 29........................................................................246
La fe que conquista lo que Dios ha prometido (11:30)............260
El valor inestimable de la fe....................................................272
4
(Hebreos 11:31).......................................................................272
Victorias y padecimientos de la fe...........................................286
(primera parte).....................................................................286
(segunda parte)....................................................................300
(Heb. 11:32-38)...................................................................300
(Tercera parte).....................................................................313
(Heb. 11:32-38)...................................................................313
(cuarta parte).......................................................................325
(Heb. 11:32-38)...................................................................325
(Quinta parte)......................................................................336
(Heb. 11:32-38)...................................................................336
(Sexta parte)........................................................................348
(Heb. 11:32-38)...................................................................348
(Séptima parte)....................................................................359
(Heb. 11:32-38)...................................................................359
Paradoja de la fe......................................................................372
La carrera del cristiano............................................................382
Hebreos 12:1...........................................................................382
Puestos los ojos en Jesús (primera parte).................................394
Hebreos 12:2...........................................................................394
Puestos los ojos en Jesús (segunda parte)................................407
Hebreos 12:2...........................................................................407
BIBLIOGRAFÍA..........................................................................417

5
6
Introducción:

“Es necesario tener fe”, esta es una de las declaraciones


más comunes que escuchamos hoy día, no sólo en boca de
personas religiosas o ministros del evangelio, sino de
médicos, abogados, profesores, sociólogos, psicólogos,
entre otros. Con esta frase se quiere decir que hay una
actitud en la persona que puede influenciarle para mantener
un buen ánimo frente a las adversidades o problemas, de
manera que logren salir adelante, o al menos cobren fuerza
para continuar.
No hay nada de malo en mantener buenas y positivas
actitudes frente a los retos que nos ofrece la vida. Si
asumiéramos cada enfermedad, o calamidad, o reto, con
una actitud negativa, de derrota, entonces nuestra vida sería
miserable.
No obstante, siendo que hoy día todo el mundo habla de fe,
sin importar el credo, y siendo que las Sagradas Escrituras
nos hablan de la “fe de los elegidos de Dios” (Tito 1:1),
entonces, se hace preciso aclarar a qué nos referimos con la
palabra y el concepto “fe” que usamos los cristianos.
Pero no se trata solo de precisar definiciones, sino de vivir
conforme a esa fe

7
La fe perseverante

Descripción general de la fe

Hebreos 11:1-3
Introducción:
La carta o el libro a los Hebreos contiene fuertes llamados
de atención para que los creyentes perseveren en la fe en
Cristo y no desmayen ante los diversos ataques y
persecuciones que les vendrán como consecuencia de creer
en Jesús como su único y suficiente Salvador.
Es muy probable que los creyentes a los cuales se dirige la
carta a los Hebreos, estuvieran siendo tentados a abandonar
la fe cristiana y retornar al judaísmo. Las persecuciones, los
sufrimientos, las falsas enseñanzas de algunos maestros
judíos y otros elementos adversos se habían convertido
como en una especie de caldo de cultivo que estaba
llevando a estos creyentes a considerar la posibilidad de
retroceder en la vida cristiana.
De allí las constantes exhortaciones que nuestro autor hace
a sus lectores:

“Por tanto, es necesario que con más diligencia


atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que
nos deslicemos ¿Cómo escaparemos nosotros, si
descuidamos una salvación tan grande? (2:1, 3).
“Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de
vosotros corazón malo de incredulidad para
apartarse del Dios vivo” (3:12).

8
“Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la
promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros
parezca no haberlo alcanzado” (4:1)
“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que
traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios,
retengamos nuestra profesión.” 4:14).
“Porque es imposible que los que una vez fueron
iluminados y gustaron del don celestial, y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo
gustaron de la Palabra de Dios y los poderes del
siglo venidero, y recayeron, sean otra vez
renovados para arrepentimiento, crucificando de
nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y
exponiéndole a vituperio” (6:4-6).
“Porque si pecáremos voluntariamente después de
haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no
queda más sacrificio por los pecados, sino una
horrenda expectación de juicio, y de hervor de
fuego que ha de devorar a los adversarios” (10:26-
27).

Si hacemos una revisión minuciosa de todas estas


advertencias, y las miramos en su contexto inmediato,
encontramos que todas se enfocan en el asunto de la fe en
Jesús como el único medio de salvación. Toda la
exposición del autor de la carta se centra en demostrar que
Jesús es superior a todo el sistema religioso judaico: Jesús
es superior a los ángeles, Jesús es superior a Moisés, Jesús
es el gran sumo sacerdote superior a Aarón y toda la casta
sacerdotal, pues, él es sacerdote de la clase de Melquisedec.
Toda la exposición ha demostrado la exclusividad del
sacrificio de Cristo como único medio de efectiva salvación
para los creyentes.

9
Al finalizar el capítulo 10, el autor de la carta, animó a los
creyentes para que se mantuvieran firmes en la fe, sabiendo
que “el justo vivirá por fe, y si retrocediere, no agradará a
mi alma” (10:38). El justo, es decir, el salvo, depende
totalmente de la fe, pues, sin ella, es imposible que agrade a
Dios. La fe en Cristo se apropia de su justicia y esta le es
imputada, de manera que goza del favor divino y Dios lo
ama, así como ama al Hijo en el cual tiene complacencia,
pues, al creer en Cristo, la santidad de Cristo lo reviste.
Por lo tanto, y con el ánimo de ayudar a estos creyentes
afligidos, temerosos y tambaleantes, el autor hace un
paréntesis en su exhortación y en todo el capítulo 11 les
muestra ejemplos, tomados del Antiguo Testamento, de
personas que tuvieron una fe perseverante, y que a pesar de
no haber recibido lo prometido, mientras estuvieron en esta
tierra, tomaron tan en serio la Palabra y la promesa de Dios,
que vivieron y actuaron basados en esas maravillosas
promesas.
Todo el capítulo 11 nos presenta la fe que persevera hasta
el fin, por medio de la cual se alcanza la salvación del alma.
La estructura de este capítulo es muy sencilla, y, siguiendo
la división del puritano William Perkins, considero que
consta de dos partes:
1. Una descripción general de la fe perseverante (v. 1-3)
2. Ilustración de esta fe perseverante a través de testimonios
y ejemplos tomados del Antiguo Testamento. (v. 4-39)

Empecemos con la primera parte del capítulo. Una


descripción general de la fe perseverante (v. 1-3).

10
“Es pues, la fe1 la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve”. Es importante notar que la
expresión “Es pues”(RV) o “ahora” (KJV), o “ahora bien”
(NVI) indica que lo que sigue en este pasaje es la
continuación o que guarda estrecha relación con lo que se
acaba de decir. Para entender bien a qué se refiere el autor
de la carta con la fe de que habla en todo el capítulo 11,
entonces es necesario tener en cuenta lo que precede
inmediatamente al versículo 1 y que se encuentra unido con
la expresión ahora pues.

En la última parte del capítulo 10, el autor ha exhortado a


los lectores para que no dejen de congregarse, para que se
ayuden mutuamente con el fin de mantenerse firmes en la
fe cristiana, para que eviten cualquier postura que los inicie
en el camino de la apostasía, para que miren las terribles
consecuencias que vendrán sobre los que abandonan la fe
en Cristo. Luego les dijo que recordaran las tribulaciones y
angustias que ya han sufrido por causa de Cristo, y les
anima a seguir sufriendo con paciencia, pues, la promesa se
alcanza solo por aquellos que perseveran hasta el fin. Al
final del capítulo 10 les animó aún más para que se
mantuvieran firmes en la fe, a pesar de las tribulaciones que
esto conlleva, porque la promesa del retorno de Cristo para
dar la completa salvación a los que confían en él, está muy
cercana. Si han esperado tanto, entonces deben esperar
pacientemente un poco más. Y luego concluye su
exhortación diciéndoles que los justos viven por fe, y a
través de esa fe ellos no retrocederán para perdición sino
que perseverarán para preservación de sus almas.
1
El autor de la carta no trata de presentar una definición concisa y
completa de lo que es la fe. Ese no es su propósito. El autor afirma
aquí lo que es la fe. En especial, él quiere presentar ciertas
características de la fe relacionadas con la paciencia que espera
confiadamente en lo prometido.
11
Luego, en el capítulo 11, el autor describe cómo es esa fe
que persevera hasta el fin para salvación del alma, dando
una serie de ejemplos tomados del Antiguo Testamento. El
capítulo 11 puede ser considerado como un paréntesis, ya
que, luego, en el capítulo 12, el autor de la carta continúa
con su exhortación y anima a los creyentes para que sigan
corriendo con paciencia la carrera que tienen por delante (v.
1) “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la
fe” (v. 2).
El autor empieza diciendo “Es, pues, la fe la certeza de lo
que se espera”. La palabra fe, en el Nuevo Testamento, es
polisémica, es decir, tiene varias acepciones:
1. En algunas ocasiones significa una declaración o
confesión doctrinal. “Aquel que en otro tiempo nos
perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba”
(Gal. 1:23).
2. En otras ocasiones la fe significa creer de manera
personal y sincera en Jesús. “Pero éstas se han escrito para
que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para
que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).
3. También en el Nuevo Testamento la fe puede significar
confianza en que Dios hará un milagro, esperanza de que
algo futuro vendrá, entre otros.

Ahora, el autor de Hebreos, en este capítulo, da a la fe el


significado de una total confianza que es depositada en
Dios, en sus promesas, en su Palabra, y de manera especial,
en Jesucristo como el Hijo de Dios y el único medio
suficiente para dar salvación eterna al hombre.
El autor, contrapone dos elementos adversos en esta carta:
La fe versus la incredulidad o la apostasía. Lo opuesto de la
incredulidad es la fe, lo opuesto del pecado de la apostasía
es la virtud de la fe. Lo opuesto de rechazar a Cristo de

12
manera consciente (apostasía) es la fe perseverante en él
como Salvador.
Y esta fe perseverante no es cualidad de unos pocos
creyentes, los múltiples ejemplos que el autor presenta en
este capítulo 11 evidencian que esta es una característica de
los que verdaderamente han conocido al Señor.
El autor de la carta dice que esta fe perseverante es la plena
certeza de lo que se espera. El Catecismo de Heidelberg,
redactado por Zacarías Ursino, define así la fe de que habla
nuestro autor sagrado:
“La verdadera fe, creada en mí por el Espíritu Santo por
medio del Evangelio – no es solamente un firme
conocimiento y convicción de que todo lo que Dios revela
en su Palabra es cierto, sino también una certeza
profundamente enraizada de que no solamente a otro, sino
también a mí, me han sido perdonados los pecados, que he
sido reconciliado por siempre con Dios, y que se me ha
concedido la salvación. Estos son dones de pura gracia
obtenidos para nosotros por Cristo”2.
La palabra “certeza” que se usa en la Reina Valera, también
puede ser traducido “estar seguro” (es, pues, la fe el estar
seguro de lo que se espera), y en algunas versiones se le
traduce como “sustancia3” (Es pues, la fe, la sustancia de
2
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 364 (citando al Catecismo de
Heidelberg)
3
“Esta palabra griega, que etimológicamente quiere decir sub-stantia,
lo que está debajo, lo que sirve de base y fundamento, significa lo que
da base y realidad subsistente a las cosas que esperamos. Si en
geología puede significar “sedimento”, y en filosofía el sujeto de los
accidentes, o sea la substancia, la naturaleza de los individuos, en esta
carta a los Hebreos (3:14) ha adoptado el significado de lo que está en
el fondo del alma, con el sentido de seguridad, confianza y garantía de
las cosas que se esperan. En el Griego clásico, y también
frecuentemente en el griego de los LXX, significa asimismo lo que en
latín quiere decir “substancia”, entendido este término por hacienda,
posesión y por derecho de posesión. Por esto algunos entienden por
13
lo que se espera), tomada de la palabra griega hypostasis4
que usa el autor en este versículo. Si usamos la palabra
certeza, hablamos de la confianza subjetiva del creyente. Es
como decir: Si estoy seguro de algo, entonces tengo certeza
en mi corazón. Esto es algo que está arraigado en el
creyente. Pero si usamos la palabra “sustancia”, entonces
estamos hablando de la certeza como algo objetivo, que
está fuera del creyente. La sustancia es algo con lo que el
creyente puede contar. “Una traducción lo formula así: <la
fe es el título de propiedad de las cosas esperadas>”5.

“Es, pues, la fe la certeza6 de lo que se espera”. La fe


verdadera está segura y confiada en lo que esperamos, es
decir, en la esperanza. Y ¿qué es lo que esperamos los
creyentes? Todas las cosas que la gracia de Dios ha
prometido para sus hijos, todas las promesas del Evangelio,
que nos llevarán a la completa redención y la glorificación
futura. La fe es como un ancla que se afirma con seguridad
inamovible en la esperanza de la salvación completa que

hypostasis, la posesión anticipada y garantía de lo que va a venir. No


pocos traducen “expectación firme” o “confianza anticipada”. Otros,
siguiendo a los padres griegos, entienden que la fe es lo que da
subsistencia a los bienes celestes en nuestra alma, lo que nos da
seguridad de su existencia, y como que ya nos los hace ver. Por esto
algunos han traducido “actualización” de los bienes celestes. Para
Santo Tomás, como “substancia” es el primer principio de la cosas, la
fe “substantia rerum spedarum” es su primer principio o “prima
inchoatio rerum speradarum”, es decir, el primer principio de la vida
eterna”. Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del
Nuevo Testamento. Hebreos. Página 612
4
La mayoría de comentaristas prefieren traducir la palabra Hypostasis,
en este pasaje, como certeza o confianza, tomando como ejemplo el
sentido de la traducción de la misma palabra en 3:14
5
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 365
6
La palabra griega que se traduce como certeza también se empleaba
en un sentido técnico, significando “título de propiedad”.
14
recibiremos por los méritos de Cristo y gozaremos para
siempre en la comunión perfecta con Dios. La fe genuina
no se angustia o desespera porque no puede ver lo que se le
ha prometido, pues, de lo contrario no sería fe. La fe no
puede separarse de la paciencia. “No alcanzaremos la meta
de la salvación sin paciencia, pues el profeta declara que el
justo vive por fe; empero la fe nos dirige a las cosas que
están lejos y que aún no disfrutamos; entonces ésta
necesariamente incluye paciencia”7. En esta vida el
creyente recibe muy poco de lo que espera, porque su fe
debe ser ejercitada, y de la única manera que ella se
desarrolla, es no recibiendo de inmediato todo lo que
espera, sino, aguardando confiadamente y sin desmayar, a
pesar de no recibir, en esta vida, lo prometido. Esto es lo
que dice Pablo al respecto: “… nosotros también gemimos
dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la
redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos
salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza;
porque lo que alguno ve ¿a qué esperarlo? Pero si
esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”
(Ro. 8:23-25).

“Es, pues, la fe… la convicción de lo que no se ve”. Las


palabras certeza y convicción son sinónimos en este pasaje.
Lo que en suma nos dejan ver, estas dos palabras, es que la
fe tiene una plena certidumbre en la esperanza. Es una
profunda convicción interna que no será quitada o
suprimida por nada. Ni por las pruebas, ni por los
sufrimientos, ni porque no llega lo que se espera. “El
creyente está convencido de que las cosas que no puede ver
son reales. Sin embargo, no toda convicción es igual a la fe.
La convicción es equivalente a la fe cuando prevalece la
certidumbre, aunque la evidencia esté ausente. Las cosas

7
Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 233
15
que no vemos son aquellas que tienen que ver con el futuro,
el cual a su tiempo se transformará en presente. Aun
aquellas cosas del presente, y ciertamente las del pasado,
que están más allá de nuestro alcance corresponden a la
categoría de lo que no vemos”8.

¿Qué es lo que no vemos, a lo cual se aferra la fe del


creyente? La completa redención, la glorificación futura.
Pero la fe verdadera está tan convencida de que esto es algo
seguro para el creyente, que ahora, en nuestro caminar por
el desierto de este mundo y en medio de las aflicciones que
nos produce el pecado, Satanás y el mundo, vivimos como
si ya tuviéramos lo que esperamos, y por eso nada puede
quitarnos de manera definitiva el gozo que produce
sabernos glorificados, en fe, y viviendo para siempre en la
misma presencia del Soberano Dios. Como dijo F. F. Bruce
“… en la época del Antiguo Testamento, hubo muchos
hombres y mujeres que no tenían nada más que las
promesas de Dios sobre las cuales descansar, sin ninguna
evidencia visible de que estas promesas tuvieran
cumplimiento alguna vez; sin embargo, estas promesas
significaban tanto para ellos que regularon el curso entero
de sus vidas a la luz de ellas. Las promesas estaban
relacionadas con un estado de cosas pertenecientes al
futuro; pero esta gente actuó como si ese estado de cosas ya
estuviera presente, porque estaban muy convencidos de que
Dios podía y quería cumplir lo que había prometido. En
otras palabras: ellos fueron hombres y mujeres de fe. Su fe
consistió simplemente en confiar en la Palabra de Dios y
dirigir sus vidas de acuerdo a ella; por lo tanto, las cosas
futuras en cuanto a su propia experiencia, eran presentes

8
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 366
16
para la fe, y cosas que no se veían externamente eran
visibles para los ojos interiores”9.
La fe son los ojos espirituales del creyente, y así como
somos convencidos de lo terreno por las cosas que nuestros
ojos físicos ven, a través de los ojos de la fe, que miran las
promesas de la gracia, somos convencidos de las verdades
espirituales, las cuales son invisibles. Los ojos físicos nos
convencen de las cosas que pertenecen a lo visible, pero la
fe nos capacita para ver el orden de lo invisible. Como dice
Calvino, la fe se afirma o planta su pie con confianza en las
cosas ausentes, que casi están fuera del alcance de nuestra
comprensión. La fe es la convicción, ala videncia o la
demostración de las cosas que no se ven, esto es lo mismo
que decir, que la fe hace aparecer o ver las cosas invisibles,
las que esperamos, las que todavía no son, pero son tan
ciertas para nosotros, que ya las vemos como en nuestra
posesión total. Es en este sentido que el apóstol Pablo,
hablando de la completa salvación del creyente, desde el
principio hasta el fin, él dice que “a los que predestinó, a
éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también
justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó”
(Ro. 8:30). Aunque ya hemos sido predestinados, llamados
y justificados, la glorificación es aún futura, no la estamos
viendo. Nuestros cuerpos aún llevan la semilla de la
muerte, y más pronto de lo que pensamos, estarán
sepultados en la fría tierra. Pero la fe se apropia a tal punto
de las promesas, que el apóstol nos ve como si ya
estuviésemos glorificados.

La fe perseverante anticipa como propio lo que aún no


vemos. “La fe es una actualización del anticipo del alma.
Es el ojo del alma que nos permitirá vivir en el disfrute
presente de las cosas que no se ven. Penetra el velo de los

9
Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 280
17
sentidos y hace que las cosas invisibles se hagan reales y
tangibles; pasa más allá de las vicisitudes del tiempo y se
aferra a las bendiciones del futuro eterno. Es una activa
convicción que mueve y moldea la conducta humana. La fe
bíblica es la obediencia confiada a la palabra de Dios a
pesar de las circunstancias…”10

Aplicaciones:
- La fe no se arraiga en lo que vemos, sino en lo que no
vemos. La fe tiene la plena certidumbre de que lo
prometido por Dios para nuestras almas es
inamoviblemente seguro. La fe tiene una confiada
seguridad en las promesas divinas. Aunque a veces no
sintamos que estamos perdonados, o que somos nuevas
criaturas, o que el Espíritu de Dios está en nosotros, o que
vamos camino al cielo, o que gozamos del favor divino, la
fe toma como suyo propio lo que Aquel en el cual ella está
puesta ha prometido. Pero no se trata de una fe superficial,
no, la fe verdadera es interna, profunda, arraigada en Cristo.
Ella no mira ningún mérito alguno en el individuo, sino que
se despoja de toda autoconfianza y mira con total
dependencia a Cristo, sabiendo que solo de él procede toda
esperanza. ¿Tienes esta clase de fe? Si no puedes responder
afirmativamente con plena convicción, entonces clama al
Señor para que te el don de la fe. Recuerda que esta clase
de fe perseverante no es producida por el hombre, no puede
gestarse a través de técnicas o meditación especial. No, esta
clase de fe es un don sobrenatural del Espíritu Santo, que
nos es dado solo por Gracia. Esta fe que procede del cielo,
es la que nos lleva a apropiarnos de Cristo como nuestro
único y suficiente Salvador. Si has acudido así a Cristo,
entonces tiene la fe sobrenatural que procede del Altísimo,

10
Morris, Carlos. Comentario Bíblico del Continente Nuevo. Hebreos.
Página 108.
18
y solo te quede continuar alimentado esta fe por medio de
la Palabra de Dios, sus promesas y los ejemplos que
encontramos en ella, y que estaremos estudiando en todo el
capítulo 11 de Hebreos.
- Aunque la fe no es irracional, y no es un paso en la
oscuridad o en el vacío, sino que ella se posa sobre las
promesas seguras de la Palabra de Gracia, no obstante, ella
es misteriosa y sobrenatural, pues, está convencida de cosas
que aún no podemos ver con nuestros ojos físicos, de cosas
que parecieran ser contradictorias, “porque el Espíritu de
Dios nos muestra las cosas ocultas, cuyo conocimiento
nuestros sentidos no pueden alcanzar: se nos promete la
vida eterna, pero dicha promesa se hace a los muertos; se
nos asegura una radiante resurrección, pero todavía estamos
envueltos en podredumbre; somos declarados justos y sin
embargo el pecado mora en nosotros; se nos dice que
somos dichosos, y no obstante, estamos aún entre muchas
aflicciones: se nos promete abundancia de todas las cosas
buenas, y a pesar de ello padecemos hambre y sed; Dios
declara que vendrá pronto (a nosotros), y no obstante
parece sordo cuando clamamos a él”11. De manera que la fe,
alimenta nuestra esperanza, conduciéndonos a ser pacientes
en medio de las pruebas y el caminar por el desierto de este
mundo, nutriéndonos con la Palabra de Dios, la cual nos
asegura que pronto reinaremos con él. Por lo tanto
hermanos, no desmayemos en medio de las tribulaciones,
dudas, confusiones y angustias de la vida terrena.
Mantengamos la mirada puesta en aquel que nos ha hecho
preciosas promesas y que con total seguridad un día nos
dará lo que prometió.

11
Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 234
19
20
La fe perseverante
Descripción general de la fe. Segunda parte

Por la fe se alcanza el favor divino

Hebreos 11:1-3
Introducción:
En la introducción del capítulo 11, el autor de Hebreos, nos
presentó varias características de la fe perseverante. Él nos
dijo que la verdadera fe, la que es un don de Dios y por
medio de la cual nos asimos de la gracia salvadora (Ef.
2:8), no es una mera especulación de algo desconocido,
sino que ella es plena certeza, absoluta certidumbre de
recibir lo que esperamos, aunque en el momento no lo
estamos viendo. La fe que se opone a la incredulidad y que
nos libra del camino de la apostasía es férrea convicción en
las promesas divinas, aunque por el momento no estemos
viendo plenamente su cumplimiento. Podemos resumir las
características de la fe perseverante, que el autor mencionó
en el verso 1, con las palabras del pastor y predicador
Arthur Pink “La fe cierra los ojos a todo lo que se ve y
abre sus oídos a todo lo que Dios ha dicho. La fe es una
convicción poderosa que está por encima de los
razonamientos carnales, los prejuicios carnales y las
excusas carnales. La fe aclara el juicio, moldea el corazón,
mueve la voluntad y reforma la vida. La fe nos quita las
cosas terrenales y las vanidades del mundo, y nos ocupa en
las realidades espirituales y divinas. Se llena de valor
contra el desaliento, se ríe de las dificultades, resiste al
diablo y triunfa sobre las tentaciones. Lo hace porque une

21
al alma con Dios y toma su fuerza de él. Así, la fe es una
cosa completamente sobrenatural”.
Ahora en los versos 2 y 3 el autor prosigue mostrándonos
dos características adicionales de la fe perseverante:
1. Por la fe se alcanza el favor divino. V. 2
2. Por la fe se aprehende12 lo que está por encima de la
razón. V. 3

Analicemos el versículo 2.
1. Por la fe se alcanza el favor divino. “Porque por ella
alcanzaron buen testimonio los antiguos”.
La palabra inicial porque (indica continuación con lo
que se dijo en el verso 1, es decir, el medio por el cual
alcanzaron buen testimonio los antiguos es la fe. Ya hemos
visto que esta fe se caracteriza por una confianza plena e
incólume en la Palabra de Dios, en sus promesas, y
especialmente en caminar confiadamente a través de las
vicisitudes de este mundo, teniendo la absoluta certidumbre
de que Dios cumplirá su propósito de salvación en
nosotros.
Esta clase de fe fue la que caracterizó a los antiguos, y
también la que caracteriza y caracterizará a los santos de
todos tiempos.
Con el fin de comprender mejor este pasaje, hagámosle dos
preguntas: ¿Qué significa alcanzar buen testimonio? y
¿Quiénes son estos antiguos?

Empecemos respondiendo la segunda pregunta.


Literalmente el texto dice “los ancianos”, refiriéndose con
ello a los mismos antepasados que ya mencionó en el
capítulo 1, versículo 1 (Dios, habiendo hablado muchas

12
Aprehender (no confundir con aprender) significa asimilar o llegar a
entender algo. Son palabras sinónimas de aprehender: captar,
asimilar, percibir, comprender, entender, concebir, discernir
22
veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por
los profetas); pero de manera más clara, el término
ancianos, antiguos o antepasados se refiere al listado de
personajes que el autor nos presentará en todo el capítulo
11, el cual no es exhaustivo, sino que nos presenta una
muestra de cómo la fe modeló el estilo de vida de los
creyentes en el Antiguo Testamento. Siendo que en los
próximos versículos analizaremos de manera particular a
cada uno de los personajes antiguos mencionados por el
autor de la carta, entonces no profundizaremos más, por
ahora, en este tema.
La fe que se convirtió en el norte y guía de los antepasados
en la historia del pueblo de Israel, es la misma fe que
caracteriza hoy a los creyentes.

Ahora pasemos a la segunda pregunta ¿Qué significa


alcanzar buen testimonio? Esta expresión significa “ser
aprobado”, es decir, los creyentes del Antiguo Testamento
o de la antigua dispensación recibieron aprobación divina a
causa de su fe. Ellos fueron alabados por Dios a causa de su
fe. Esta será la característica principal de todos los
personajes que el autor nos mostrará en la lista del capítulo
11. Todos ellos recibieron testimonio de ser aprobados por
Dios, no por las obras, sino por la fe. Abel alcanzó buen
testimonio o fue aprobado por Dios, a causa de la fe (v. 4);
de la misma manera, Enoc tuvo testimonio de haber
agradado a Dios, en virtud de la fe (v. 5). No solo estos dos
recibieron testimonio de ser aprobados por Dios a causa de
la fe, sino que el verso 39 afirma que todos los personajes
mencionados, y de seguro, todos los santos del Antiguo
Testamento “alcanzaron buen testimonio mediante la fe”;
no mediante la fe en la fe, como enseñan los falsos profetas
de la teología de la super-fe y la palabra de poder, sino la
fe puesta en la Palabra de Dios, y especialmente en Jesús, el
Mesías que vendría para obrar la completa redención. Esto
23
es algo que nunca debemos olvidar. La verdadera fe que
agrada a Dios, es aquella que persevera férreamente
confiada en Jesús. El propósito que el autor de la carta tiene
al presentarnos estas características de la fe, y darnos
ejemplos de cómo la fe moldea la vida de los creyentes, no
tiene otro fin sino el de animarnos y exhortarnos a nunca
caer en la incredulidad o la apostasía, de manera que
siempre estemos depositando nuestra fe en Jesús. Esta será
la conclusión práctica que el autor extraerá de todo este
capítulo: “Por tanto, nosotros también, teniendo en
derredor nuestro tan grande nube de testigos,
despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y
corramos con paciencia la carrera que tenemos por
delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador
de la fe…” (12:1-2).

El en el versículo 6 nuestro autor dirá que la fe es el medio


por el cual agradamos a Dios, de manera que “las
realidades que expresa la palabra y se sustancia por la fe
son tan convincentes, que los antiguos se acreditaron en
ella e hicieron de la fe la razón fundamental de su
existencia. Por esta clase de fe los antiguos recibieron la
acreditación divina del beneplácito de Dios con ellos…”13.

Este buen testimonio alcanzado por los antiguos no


procedió de los hombres, sino de Dios, puesto que es
preciso “agradar a Dios” (v. 6). Fue Dios quien dijo de Job
“y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo
Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y
recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1:8). La
aprobación que recibió Job es la misma aprobación que
recibieron los creyentes en el Antiguo Testamento y la que
reciben los creyentes en la era cristiana. El Espíritu Santo

13
Pérez, Samuel. Hebreos. Página 616
24
testifica de Enoc: “Caminó, pues, Enoc con Dios, y
desapareció, porque le llevó Dios”. (Gén. 5:24). Dios dijo
de David que era “un varón conforme a su corazón” (1
Sam. 13:14). El Señor también testificó que Abraham era
su “amigo” (2 Cr. 20:7. No esperamos la aprobación de los
hombres, ni la gloria de ellos, sino la aprobación divina. La
gloria o alabanza que procede de Dios es la única que
realmente importa en esta vida y en la eternidad: “Porque
no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a
quien Dios alaba” (2 Cor. 10:18). Este testimonio no solo
está escrito en los cielos, sino que el Señor lo implanta en el
corazón de cada uno de sus hijos. Si tenemos la verdadera
fe perseverante “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro
espíritu de que somos hijos de Dios” (Ro. 8:16).

Ahora, ¿Por qué son alabadas o aprobadas estas personas?


No por sus obras, sino por la fe, y no por la fe en la fe, sino
por la fe en Dios, la fe en su Palabra, la fe en Cristo, la fe
que recibe la gracia ofrecida solo con base en la obra y el
sacrificio perfecto de Jesús.
Los creyentes del Antiguo Testamento no fueron aprobados
(justificados) por las obras, sino solo por la fe. Todo lo que
ellos pudieron hacer, todos los servicios que rindieron al
Señor, todos los sufrimientos y vejaciones que sufrieron fue
el resultado de una sola cosa: La fe. La fe en la Palabra de
Dios fue la base de su santa obediencia, de su excelente
servicio y del paciente sufrimiento que soportaron por la
causa del Reino. Si los creyentes Hebreos querían
identificarse con la religión de sus padres, la de los antiguos
hebreos, entonces era necesario que ellos perseveraran en la
fe verdadera que se aferra a la Palabra de Dios, a la palabra
del evangelio. Algunos creyentes hebreos estaban siendo
tentados a regresar al judaísmo, a practicar las ceremonias
del Antiguo Testamento, a hacer sacrificios de animales por
el pecado, a volver a depender de la mediación de
25
sacerdotes humanos, pero si ellos hacían eso estaban
mostrando que no tenían la fe verdadera que caracterizó a
los creyentes antiguos de Israel, los cuales no vieron en
esos sacrificios, ceremonias y mediaciones, la base de su
salvación, sino que se mantuvieron mirando con fe al
prometido Salvador y Mesías, el cual, cumplido el tiempo,
vino a la tierra y dio su vida en rescate de los pecadores. El
autor ha demostrado, a través de la carta, que todas las
leyes ceremoniales, los sacrificios en el altar y la mediación
de los sacerdotes, no era más que sombra de lo que Cristo
haría de manera perfecta con su vida, obra y muerte en
Cruz. De manera que si los creyentes del Antiguo
Testamento vivieran en la época del Nuevo, ellos no
practicarían ninguna de las ceremonias antiguas, ni
sacrificarían animales, y si los sacerdotes del Antiguo
templo judaico vivieran hoy, se rasgarían sus vestidos
sacerdotales, se quitarían los adornos de la cabeza, y se
avergonzarían de ser llamados sacerdotes, y se postrarían
ante aquel que es el verdadero sacrificio, el verdadero
santuario y el verdadero sacerdote, y no aceptarían que se
les llamara así.

Cuando el autor dice que los antiguos creyentes fueron


aprobados por Dios por la fe, está afirmando que todos los
creyentes, tanto en la antigua dispensación como en la
nueva, han sido, son y serán salvos solo mediante la fe.
Nadie fue salvo por obras. Tal como dice el apóstol Pablo:
“Ya que por las obras de la Ley ningún ser humano será
justificado delante de él” (Ro. 3:20). “Concluimos, pues,
que el hombre es justificado por fe sin las obras de la Ley”
(Ro. 3:28). “Sabiendo que el hombre no es justificado por
las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros
también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados
por la fe de Cristo y no por las obras de la Ley, por cuanto
por las obras de la Ley nadie será justificado” (Gál. 2:16).
26
La fe es el medio que Dios usa para aceptarnos como Hijos
suyos. “Más a todos los que le recibieron, a los que creen
en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”
(Juan 1:12). Ella no es la fuente de la salvación, sino el
medio que recibe la gracia de Dios. La fe no es algo nuevo,
de esta dispensación, sino que la fe ha sido implantada por
Dios en los corazones de los creyentes desde Adán y Eva, y
así seguirá siendo hasta que el último de los escogidos sea
salvo. Por medio de la fe Abel se apoderó de Cristo, así
como lo hacemos nosotros hoy. Con la diferencia que Abel
podía ver a Cristo a través de sombras (los sacrificios) y
ahora nosotros lo vemos claramente.

2. Por la fe se aprehende lo que está por encima de la razón.


V. 3 “Por la fe entendemos haber sido constituido el
universo por la Palabra de Dios, de modo que lo que ve fue
hecho de lo que no se veía”.

En este verso, el autor de la carta, prosigue describiendo a


la fe perseverante. Esta fe, aunque está puesta en cosas que
no ven (como ya se dijo en el verso 1), no obstante, ella no
es vana y no se quedará sin fruto. En el tiempo indicado por
Dios, esta fe puesta en lo invisible, verá cómo se hace
visible todo lo que Dios nos ha prometido en su Palabra,
porque la Palabra de Dios tiene el poder para traer a
nosotros esas cosas que no vemos.

El verso 3 es considerado por algunos comentaristas


cristianos (Simon Kistemaker) el primer ejemplo del
Antiguo Testamento que el autor presenta para demostrar lo
que es la fe, mientras que otros, como Arthur Pink, creen
que este verso forma parte de las características de la fe que
el autor mencionó ya en los dos primeros versos.
Particularmente considero que el verso 3 puede ser
considerado como una transición entre la sección de los dos
27
primeros versos, y la sección de los ejemplos que va desde
el verso 4.

El verso 3 aún continúa presentando características de la fe


verdadera, aunque usa un suceso tomado del Antiguo
Testamento. No habla de la fe particular de un personaje,
sino de una acción ejecutada por Dios, en la cual nadie
estuvo presente, ningún hombre, y no obstante se nos
manda a aceptar ese hecho por la sola fe. Ni la ciencia ni la
filosofía han podido determinar de manera segura y clara
cómo surgió todo lo que existe. El origen del mundo sigue
siendo un misterio para los hombres de ciencia. Muchas
teorías se han presentado para explicar el origen de las
especies y del cosmos, pero no están libres de muchos
problemas, pues, la ciencia versa sobre cosas que pueden
ser probadas en el laboratorio, pero nadie puede probar
científicamente cómo fue la creación, puesto que esto
sucedió hace muchos miles de años. Todas las teorías
científicas y filosóficas son solo conjeturas. Pero el hombre
de fe, aunque no logra entender todas las cosas de la
creación, sabe, por medio de la fe y no porque estuvo
presente, que este mundo material surgió de lo que no se
veía, de lo invisible, es decir, de Dios. El poder de la
Palabra (Rhema)14 de Dios, creó todas las cosas.

Cuando el autor dice “Por la fe entendemos haber sido


constituido el universo…” quiere afirmar que la fe no está
separada de la razón. La fe le permite a la razón
comprender cosas que están más allá de la ciencia. La fe no
está en contra de la razón, cuando esta ha sido influenciada
y renovada por el Espíritu de Dios. La razón caída es la que

14
Rhema significa “La palabra hablada”. Dios habló y los mundos
fueron creados. Rhema hace referencia al fiat imperial de Dios. El fiat
es el mandato para que una cosa tenga efecto.
28
no puede comprender las verdades espirituales, porque está
muy afectada por el pecado. La fe no es una confianza
ciega en la Palabra de Dios, sino una persuasión inteligente
de su veracidad, su sabiduría y belleza. A través de la
revelación bíblica podemos comprender algunas cosas de
cómo fue constituido y organizado el universo:
1. Que el mundo no es eterno, ni se creó a sí mismo, sino
que un poder externo al mundo mismo fue quien lo generó.
2. Que ese poder externo fue quien ordenó toda la creación,
y que el orden que encontramos en el universo no fue
producto de la “todopoderosa” evolución.
3. Que ese poder externo no es una fuerza ciega o
impersonal, sino Dios.
4. Que el Todopoderoso y Sabio Dios hizo el mundo con
gran exactitud y dispuso cada elemento para que cumpliera
con el propósito divino, de manera que todo lo creado
expresara las perfecciones de Dios.
5. Que Dios hizo el mundo por su Palabra y por su excelsa
sabiduría, a través de su Eterno Hijo, quien es la Palabra
encarnada y creadora.
6. Que todo lo creado no surgió de otra cosa creada, sino
que procedió de un poder invisible y externo al mundo
mismo.

La fe cristiana es racional, puesto que, a diferencia de las


muchas teorías “científicas” no creemos que el mundo es
eterno, o que surgió de la nada, pues, como dice la máxima
filosófica “de la nada, nada sale”. El mundo procedió de
Dios, quien es eterno. Pero no solo surgió de Dios, sino que
él mismo lo diseñó y organizó. Nadie estuvo presente, pero
por fe en la Palabra revelada de Dios comprendemos el
origen del universo.

Así como por fe aceptamos el origen del universo por la


sola Palabra de Dios, quien habló y las cosas fueron hechas,
29
también debemos aceptar que ahora no estamos viendo
nuestra completa redención, ni el cielo y la tierra nueva,
ahora no estamos viendo que reinamos con Cristo, no
estamos viendo la gloriosa realidad del reino de Cristo,
pero, por fe, tenemos la plena certeza que eso, que ahora
permanece invisible para nosotros, se hará realidad y
visible, no por nuestra palabra, o el Rhema humano, sino
por el poder de Dios.

Aplicaciones:
- Los que tienen el poderoso y buen testimonio del Espíritu
Santo en sus corazones, no desmayan a causa de los
reproches del mundo, pues, su gloria, es la confirmación
que Dios da a sus corazones de que son hijos de Dios, de
que son justos, rectos, los bien-amados, sus amigos, su
precioso tesoro, los escogidos. ¿Estás sufriendo vituperios y
desprecios a causa de tu fe en Cristo? Tú debes estar por
encima de ellos, porque la gloria o el desprecio de los
hombres no son nada comparado con la gloria o el
desprecio que se puede recibir del Soberano y
Todopoderoso Dios. Así no tengas títulos nobiliarios, ni
seas una persona con cuentas bancarias en Suiza; así tu
nombre no sea publicado en las revistas de farándula más
famosas del país, ni tu foto salga en la televisión o la
prensa; no obstante, has recibido el mejor título nobiliario
que ninguno de los herederos reales de las más grandes y
pomposas monarquías europeas podrá recibir, a menos que
sean creyentes, y este título es el de “hijos de Dios”. Fuiste
adoptado por el Soberano que se sienta en el Trono Alto y
Sublime. Fuiste convertido en coheredero con el Hijo de
Dios, Jesús, y ahora esperamos una herencia más sublime
que cualquier palacio terreno, y viviremos para siempre en
las mansiones celestiales, cuya belleza jamás podrá ser
descrita, imaginada o pintada por el más ingenioso artista
del mundo. Siendo que la fe nos convierte en personas de
30
tan alto rango ¿Porqué te abates cuando otros te
desprecian? Espera pacientemente en Dios, porque le
alabarás por toda la eternidad junto con los millares de
santos ángeles. ¿Por qué te turbas cuando las necesidades
materiales apremian o las enfermedades graves aquejan
nuestros cuerpos? Si morimos, entonces reinaremos para
siempre con el Rey de reyes.
- ¿Aún no estás seguro de ser aprobado por Dios? Entonces
hoy puedes estarlo, no debes continuar en ese estado de
duda. Deposita tu fe y confianza en Jesús. Todos los que
miraron a Él, por medio de la fe, desde Adán y Eva, hasta
el día de hoy, no fueron defraudados. Todos los que
acudieron a él, a su sacrificio expiatorio, recibieron la dicha
de ser considerados hijos de Dios, y ahora tienen el
testimonio de Dios, a través del Espíritu Santo, en sus
corazones de que son los amados del Padre, que son rectos,
justos y perfectos en Cristo. Acude a Cristo hoy, en un acto
de sola fe, y míralo muriendo en la cruz por ti, derramando
su preciosa sangre que tiene el poder de limpiar los más
impuros y sucios pecados. Cuando le veas, en un acto de fe,
y le pidas su misericordia, de todo corazón, ten la certeza
de que Dios te ha aceptado en Su Reino y ahora formas
parte de los que heredarán todas las promesas.
- Un camino que de seguro conducirá a la incredulidad y la
apostasía es el dudar de que este mundo fue creado
directamente por la Palabra y el poder de Dios. “El hombre
moderno se rehúsa a aceptar el relato de la creación que se
halla en Génesis. Para él la enseñanza acerca de la
evolución resuelve problemas y contesta preguntas. Dado
que esta doctrina sustituye el relato bíblico de la creación,
el hombre rechaza a Dios y a su Palabra. En respuesta a la
incredulidad, el cristiano mantiene su fe sin vacilar. El
sigue enseñando confiadamente el relato de la creación que

31
Dios ha revelado en la Escritura”15. Aunque el mundo
científico trate de ridiculizarnos por creer en la revelación
bíblica, y entender el origen del mundo como siendo creado
por la Palabra de Dios, no obstante confiamos plenamente
en lo que Dios mismo ha revelado, y no nos atrevemos a
ponerla en tela de juicio, ni a dar explicaciones extra-
bíblicas de esta verdad.

15
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 369
32
La fe perseverante:

Tres ejemplos notables de cómo es


imposible agradar a Dios sin la fe

Hebreos 11:4-7

Introducción:
La vida del creyente se encuentra llena de muchas
dificultades. Este no es un camino idílico de rosas, paz y
prosperidad, sino que, como dijo Pablo: “Es necesario que
a través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de
Dios” (Hch. 14:22). Pero, si este caminar está invadido de
muchas dificultades ¿de qué manera podremos
mantenernos firmes en la vida cristiana? Indudablemente
las promesas de salvación que hemos recibido a través de
Cristo Jesús nos permiten transitar en medio de las
tribulaciones, las aflicciones y las luchas que debemos
librar contra el pecado que aún permanece en nosotros y en
el mundo, ellas son las que nos dan la fuerza para
perseverar hasta el fin. “Peregrino” en su largo y dificultoso
caminar hacia la tierra de Beulah, hacia la Santa Sión, logró
mantener su paso firme, porque ya había vislumbrado, a lo
lejos, la hermosura de esta santa ciudad. Los creyentes nos
mantenemos firmes y perseverantes en la vida cristiana
porque a lo lejos podemos ver las glorias que nos esperan
en los cielos.
Los creyentes hebreos también estaban participando de
estas tribulaciones, algunos sufriendo físicamente por la
causa de Cristo, y otros, luchando contra los deseos de
apartarse de la fe, debido a la influencia de falsos maestros
33
que denigraban de la fe cristiana y ponían por encima la
religión judía. Pero ¿Cómo lograrían mantenerse ellos
firmes frente a las adversidades que les afligían a causa de
haber iniciado el camino de la vida cristiana? De la única
manera que lograrían llegar hasta el final, y recibir el
premio de la victoria, era, imitando a sus ancestros
creyentes, los cuales, así como ellos, padecieron las
tribulaciones propias que acarrea el camino a la Santa Sión.

Estos ancestros demostraron poseer la verdadera fe, aquella


que se apropia de Cristo y sus promesas de salvación, la fe
que persevera hasta el fin. Por eso, con el fin de animarlos
con estos ejemplos y mostrarles la resistencia y la
persistencia de esta fe, el autor de la carta toma a los más
sobresalientes héroes de la fe del Antiguo Testamento y los
clasifica por grupos para enseñarles, de manera gráfica y
práctica, que la fe perseverante es persistente, porque ella
se basa en la plena certeza y convicción de cosas que
esperamos, pero que ahora no se pueden ver con nuestros
ojos físicos.

El primer grupo de creyentes del Antiguo Testamento está


conformado por tres héroes que, a causa de su fe, recibieron
la aprobación divina, el desprecio de los hombres, y por
ella condenaron a los enemigos de Dios. Estos tres hombres
son Abel, Enoc y Noé. (v. 4-7). Luego, el autor dedica
bastante tiempo al que es denominado en las Sagradas
Escrituras “el padre de los que son de la fe”, es decir, a
Abraham. Este héroe sobresaliente del Antiguo Testamento
manifestó poseer la fe que alcanza las promesas y persiste
en medio de la ausencia de evidencias tangibles (v. 8-19).
En los versos 20 al 22, el autor resalta a los padres de la
nación judía, Isaac, Jacob y José, quienes, aunque aún eran
errantes en la tierra, estaban convencidos de que Dios les
constituiría en la gran nación que había prometido, y con
34
base en esa fe anunciaron bendiciones sobre sus hijos.
Luego se dedica un espacio mayor a Moisés, el gran
legislador y constructor de la nación Israelita. Por la fe, este
hombre pudo sacudir al poderoso imperio Egipcio,
logrando la liberación del pueblo y su entrada a una tierra,
que aunque era muy productiva, estaba invadida por tribus
peligrosas e idólatras, a las cuales ellos debían enfrentar.
Por esta fe ellos pudieron vencer y entrar a las promesas
que habían esperado por muchos siglos. En los versos 31 y
32, se mencionan los nombres de otros héroes y heroínas de
la fe como son: Rahab la ramera, Gedeón, Barac, Sansón,
Jefté, David, Samuel y los profetas.

Todos estos héroes de la fe se caracterizaron por


mantenerse siempre como viendo al invisible, y a pesar de
no tener el testimonio tangible de lo prometido, fueron
pacientes y aguardaron la promesa, la cual no podían
disfrutar antes que nosotros, y por eso ellos murieron sin
recibir lo prometido (v. 39), para que todos los creyentes,
de todos los tiempos, disfrutemos juntos las promesas de
salvación que pueden ser recibidas solo a través de Jesús, el
autor y consumador de la fe (Heb. 12:2).

Empecemos nuestro análisis con el primer personaje


mencionado por nuestro autor sagrado, Abel. “Por la fe
Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por
lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios
testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella”
(v. 4).

La narración bíblica de la vida de Abel es muy corta, no


obstante, su importancia en la historia de la fe es tal que
nuestro autor lo pone al inicio de sus héroes. Abel fue el
segundo hijo de Adán (Gén. 4:1-2), luego de Caín, quienes
nacieron fuera del paraíso y heredaron la naturaleza
35
pecaminosa de Adán. Mientras de Adán se dice que fue
hecho a la imagen y semejanza de Dios, de sus hijos se dice
que fueron a “su semejanza, conforme a su imagen” (Gen.
5:3), lo cual indica que todos los descendientes de Adán
traerían una imagen corrompida por el pecado. Abel fue
concebido de padres pecaminosos y su naturaleza también
estaba en una condición caída. Abel pudo decir con el
salmista “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado
me concibió mi madre” (Salmo 51:5). A pesar de traer una
naturaleza depravada por las inclinaciones pecaminosas, la
gracia de Dios obró en él concediéndole el don de la fe
salvadora, a través de la cual pudo caminar en pos de lo
santo, lo bueno y lo que agrada a Dios. Abel tenía padres
pecadores y su hermano mayor no era el mejor ejemplo
espiritual. Caín había nacido también de padres pecadores,
pero en él no había obrado la fe. Su corazón era incrédulo y
vendido al mal.
A pesar del estado pecaminoso de la prístina familia
humana que habitó la tierra, el corazón de Abel recibió la
santa influencia del Espíritu de Dios y conoció a su Creador
de una manera plena y transformadora.

Este Abel es considerado un hombre justo, no por sus


obras, sino por la fe. El mismo Jesús, hablando de la sangre
de los profetas que había sido derramada en territorio de
Israel, mencionó la de Abel y le llamó “Abel el justo” (Mt.
23:35).

Un hecho de la vida de Abel es tomado por el autor a los


hebreos para presentar la realidad de la fe perseverante de
este siervo del Señor. Un día, tanto Abel como Caín
presentaron ofrendas al Señor. Esta práctica debió ser
aprendida de sus padres, quienes de seguro le habían
explicado todo lo que pasó en Edén y las consecuencias
funestas para sus vidas. También le habrían explicado que
36
ahora solo por medio de la fe ellos podrían tener comunión
con ese Dios al que habían ofendido. Es muy probable que,
tanto Caín como Abel, presentaran ofrendas a Dios en
agradecimiento por la provisión y la vida que les daba.

Lo cierto es que Abel “ofreció a Dios más excelente


sacrificio que Caín” (v. 4). La excelencia del sacrificio no
estribaba en los elementos usados, pues, aunque el texto no
lo dice, es muy probable que Caín haya escogido lo mejor
de la cosecha, así como Abel escogió lo mejor de las
ovejas. Ellos, de seguro, habían aprendido que a Dios se le
ofrece lo mejor, no lo insignificante o defectuoso. La
excelencia del sacrificio de Abel tampoco está relacionada
con el hecho de haber ofrecido una ofrenda de sangre, pues,
como luego se deja ver en la Ley de Moisés, el Señor
también acepta las ofrendas vegetales como ofrendas de
paz.

Hebreos dice que la excelencia de la ofrenda presentada por


Abel estaba en la fe. Abel fue un hombre de fe y confiaba
plenamente, no en sus obras, o en el sacrificio mismo, sino
en la gracia de Dios. Caín por el contrario no tenía fe, era
un incrédulo, y “…era del maligno…” (1 Jn. 3:12). ¿Cómo
sabemos, además de lo que dice el autor de Hebreos, que
Abel era un hombre de fe? Génesis nos dice que Dios se
había agradado en Abel: “Y Jehová miró con agrado a
Abel…” (4:4) ¿Porqué miró Dios con agrado a Abel? ¿Por
su ofrenda? No. Lo miró con agrado porque Abel confiaba
solamente en él para su salvación, su corazón se había
humillado ante el Soberano Salvador y la ofrenda fue
presentada con contrición, reconociendo que su Salvación y
su justicia descansaban solo en la simiente prometida que
vendría a salvar a los pecadores. Abel había comprendido
lo que luego uno de sus descendientes expresó con
profunda emoción: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo
37
daría; no quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el
espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios.” (Sal. 51:16-17).

Abel y su ofrenda encontraron el agrado de Dios porque en


su corazón se mantenía como viendo al invisible y la fe
estaba viva en él. No era una fe meramente intelectual o
emocional. Tenía la fe sobrenatural que produce las obras
de santidad, y éste vivía como un justo. Sus obras hablaban
de la justificación que se había obrado en él por medio de la
fe, y aprendió a caminar con Dios, viviendo Coram Deo, en
la presencia de Dios. De Abel se podía decir lo mismo que
Dios dijo de Job: “No has considerado a mi siervo Job, que
no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto,
temeroso de Dios y apartado del mal” (Job 1:8). Abel era
un hombre que vivía en armonía con Dios y con los demás
hombres.

Abel agradó a Dios porque él se mantuvo siempre en la fe


que caracteriza a los salvos. Abel supo lo que a Caín se le
olvidó, que “…sin fe es imposible agradar a Dios” (Heb.
11:6).
La ofrenda de Abel fue recibida con agrado porque Dios
ama la adoración de los que han sido justificados por la fe,
pero aborrece las ofrendas de los malvados. “… dando
Dios testimonio de sus ofrendas…” (Heb. 11:4). El que ha
sido justificado adora a Dios con alegría, y su ofrenda es
recibida con agrado “…porque Dios ama al dador alegre”
(2 Cor. 9:7). Pero la adoración de los incrédulos es
rechazada por el Señor: “El sacrificio de los impíos es
abominación a Jehová; más la oración de los rectos es su
gozo” (Prov. 15:8).

“… y muerto aún habla por ella”. Es posible que esta frase


haga referencia a la sangre de Abel que fue derramada por
38
Caín, y así como las almas de los justos martirizados
claman al Señor para que vengue sus muertes (Ap. 6:10), la
sangre de Abel el justo clamaba al Señor desde la tierra.
(Gen. 4:10).
Una aclaración respecto a la forma de cómo Dios dio
testimonio de haber aceptado la ofrenda. No sabemos
realmente cómo fue esto. Algunos comentaristas dicen que
probablemente fue a través del fuego que, en ciertas
ocasiones en la historia del Antiguo Testamento, descendía
del cielo para quemar la ofrenda, pero esta información no
aparece en el libro de Génesis, ni en otro libro. Asimismo
algunos creen que Dios envió un viento recio que se oponía
a la ofrenda de Caín, pero esto tampoco nos es mencionado
en las Sagradas Escrituras. Es probable que Dios haya dado
una convicción en el corazón de Abel de haber sido
aprobado por Dios. Y lo mismo pudo haber sucedido con
Caín.

El segundo personaje mencionado por nuestro autor como


un testimonio de perseverancia en la fe es Enoc. De este
creyente también tenemos poca información. Solo se nos
dice que a la edad de sesenta y cinco años engendró a
Matusalén (Gén. 5:21), que luego vivió trescientos años
más y engendró muchos hijos e hijas, y el verso 24 del
capítulo 5 de Génesis narra en pocas palabras la
desaparición misteriosa de Enoc, diciendo: “Caminó, pues,
Enoc con Dios, y desapareció, porque le llevó Dios”. En la
carta de Judas se le menciona como el séptimo desde Adán,
es decir, miembro de la séptima generación de la
descendencia de Adán.

Aunque la información que tenemos de este héroe procede


de una corta genealogía, lo cierto es que fue un hombre de
mucha piedad en su tiempo. Si de Job se dice que era un
hombre recto, y de Abel que era justo, de Enoc se dice que
39
caminó con Dios. “¿Qué significa la frase caminar con
Dios? Significa que la persona vive una vida espiritual en la
que le dice todo a Dios (véase Gn. 6:9). Enoc vivió una
vida normal, criando hijos e hijas, pero toda su vida se
caracterizó por su amor a Dios”16. Enoc vivió una vida
plenamente Coram Deo, y su cercanía a Dios fue tan
profunda, que Dios quiso tenerlo en su presencia sin que
pasara por el proceso natural de la muerte. Definitivamente
la vida de este hombre fue ejemplar en todo, pero
especialmente de una devoción espiritual inigualable, solo
superada por el Hijo de Dios.

Aunque la historia de la vida de Enoc, sus obras y sus


palabras, son prácticamente desconocidas, no obstante Dios
mismo testificó de él que fue un hombre íntegro, justo y
piadoso en todos sus caminos. No siempre los más
mencionados en la historia son los más santos, o los más
vistos o escuchados son los más piadosos. Muchos santos,
muy cercanos a Dios, pasan desapercibidos entre el pueblo
de Dios.

Pero ¿Cómo pudo Enoc gozar tanto del favor divino, al


punto que la Biblia dice que él caminó con Dios, y al punto
de que Dios quiso llevarlo vivo a los mismos cielos? El
autor de Hebreos responde diciendo que esto se debió solo
a la Fe. Enoc también nació con una naturaleza pecaminosa
y tenía las tendencias depravadas de todos los hijos de
Adán, no obstante, en él estaba la fe perseverante, aquella
que se aferra a Cristo, y por esa fe caminó en este mundo,
anhelando ver al Rey de la gloria, y amando la presencia
del Padre, al punto que Dios le concedió el deseo de su
corazón y se lo llevó a su presencia sin mediar la muerte.

16
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 372-373
40
De seguro que el corazón de Enoc, siendo regenerado por la
Gracia, debido a la fe que tenía, se mantuvo creciendo en
una constante santificación, al punto que anhelaba con
ardiente deseo estar en la presencia directa de ese Dios que
amaba, tal como hoy día el Espíritu y la Iglesia oran para
que Cristo venga pronto por su pueblo. Enoc aprendió a
deleitarse en el Señor, y él le concedió las peticiones de su
corazón (Sal. 37:4).

Aplicaciones:
- Las ofrendas y la adoración en la cual el Señor se agrada
es aquella que procede de un corazón lleno de fe. Pero de
esa clase de fe sobrenatural que produce frutos agradables a
Dios, porque se alimenta constantemente de la gracia de
Cristo. No presentes la ofrenda de Caín ante el Señor, es
decir, con un corazón incrédulo, sino hazlo con fe, sabiendo
que Dios mira el corazón más que a la ofrenda misma. Y la
mejor forma de presentar verdadera adoración es hacerlo a
través de Cristo. Si tenemos fe en él entonces presentamos
la adoración que agrada a Dios, si confiamos en nosotros y
no estamos dependiendo de Cristo, sino que nuestro
corazón es incrédulo, entonces no nos debemos presentar
delante de Dios, porque solo recibiremos su desaprobación.
Pero hoy es el día aceptable y el tiempo de salvación. Si tu
corazón es incrédulo y confías en tus buenas obras,
confiesa tu maldad delante de Dios y suplica a Cristo se
apiade de tu alma y te conceda la salvación.
- Así como Abel siguió ejerciendo influencia luego de su
muerte, de la misma manera todos los que son piadosos
impactan a los hombres que les conocieron, aún después de
la muerte. El ejemplo de un padre o una madre piadosa será
recordado por sus hijos, por sus vecinos y conocidos. Los
preceptos de un padre o una madre piadosa, aunque en vida
fueron escuchados con indiferencia por sus hijos, luego de
muertos, pueden ser una poderosa influencia para que ellos
41
vengan a la fe salvadora. Mientras que el mal testimonio de
los impíos que han muerto va decayendo y su influencia
perniciosa va desapareciendo, lo contrario sucede con el
buen testimonio de los redimidos. Entre más pasa el
tiempo, luego de su muerte, su testimonio impacta con más
claridad. Hermano y hermana, ¿Por qué te recordarán las
futuras generaciones? ¿Por ser una persona piadosa que
manifestaba su fe a través de las obras santas?
- Abel fue un hermano menor que Caín, y él recibió la
influencia de su perverso y cruel hermano. Se nos ha dicho
que es más fácil imitar lo malo que lo bueno, y esta es la
triste realidad de muchas personas jóvenes. Pero Abel no
imitó lo malo ni aprendió de su hermano Caín, sino que se
mantuvo como viendo a Jesús a través de los ojos de la fe,
y llegó a ser un hombre santo, consagrado a Dios. Abel se
aferró a la causa divina y rechazó la influencia maligna de
su hermano mayor. Apreciado niño, joven y señorita que
escuchas esta enseñanza, no es verdad que debes imitar lo
malo, es posible imitar lo bueno, si sigues las pisadas de
Jesús y confías en él. Jesús te ayudará a huir del pecado que
hay en el mundo y te fortalecerá para que seas un joven o
un niño que agrada a Dios. Abel no cedió a las presiones
del mundo, sino que se mantuvo firme en la fe en Dios.
- Enoc vivió en un tiempo donde la maldad de los hombres
había empezado a crecer en la tierra. La multiplicación de
la raza humana estuvo acompañada de la multiplicación de
la maldad, como se dice de los días de su bisnieto Noé “Y
vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la
tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón
de ellos era de continuo solamente el mal” (Gén. 6:5). Pero
en medio de una generación maligna y rebelde, Enoc
caminó con Dios. Él se apartó de los caminos perversos de
la sociedad de su época y se mantuvo firme en la fe de los
creyentes, sabiendo que no debemos amar al mundo ni a
sus deleites, sino que, como peregrinos, anhelamos las
42
cosas de nuestra patria celestial, y fue su anhelo por lo
celeste, lo sublime y excelso tan alto, que Dios le concedió
sacarlo de en medio de las maldades de este mundo y
llevarlo a la Santa Sión. Hermano y hermana, te pregunto
¿Dónde está puesto tu corazón? ¿En lo terreno o en lo
celestial? ¿Cuál es el deseo de tu corazón? ¿Lo que Dios
desea o lo que el mundo desea? Si tienes la fe de Enoc,
entonces tu deleite será pensar en las cosas sublimes y tu
deseo será vivir Coram Deo, es decir, en la presencia de
Dios.

43
La fe perseverante:

Tres ejemplos notables de cómo es


imposible agradar a Dios sin la fe

Hebreos 11:4-7 (Segunda parte)

Introducción:
El capítulo once de Hebreos se centra en el tema de la
naturaleza, importancia y eficacia de la fe salvadora. El
verso 1 nos presenta la interpretación esencial de la fe. Y en
el resto de versículos el autor nos muestra, a través de
ejemplos prácticos tomados de las Sagradas Escrituras, los
frutos, los efectos y los logros de la fe. Las mejores
ilustraciones que los predicadores podemos y debemos usar
en nuestros sermones son las que se extraen de la Palabra
de Dios.
Ya en el verso 4 aprendimos que la fe de Abel le condujo a
la obediencia, y Dios testificó de él que era un hombre
justo.

Siendo que la presentación consecutiva que hace nuestro


autor de los personajes del Antiguo Testamento tomados
como ejemplos de una vida de fe no se ajusta a un orden
histórico (como se puede comprobar al ver que en el
versículo 9 se habla de Isaac y Jacob, mientras que en el 11
se habla de Sara), entonces, algunos comentaristas, como
Arthur Pink, llegan a la conclusión que el Espíritu Santo
tenía un fin especial al escoger el orden en el cual son
presentados estos héroes de la fe. Pink dice que en este
capítulo se sigue un orden experimental de la fe: Los
primeros tres ejemplos (v. 4-7) nos presentan un esbozo de
44
la vida de fe. “Abel es mencionado de primero, no por
haber nacido antes que Enoc y Noé, sino por lo que se
registra de él en Génesis 4, siendo él una ilustración y
demostración de dónde comienza la vida de fe. De la
misma manera, Enoc es el siguiente en la lista no porque él
se mencione antes que Noé en el libro del Génesis, sino
porque lo que se encontró en él (O más bien, por lo que la
Divina gracia obró en él) debe preceder a lo que caracterizó
a la fe que construyó el arca. Cada uno de estos tres
hombres esboza o delinea un rasgo distintivo o un aspecto
de la vida de fe, y este es un orden inviolable. Algunos han
presentado este orden: En Abel vemos el culto o la
adoración que produce la fe, en Enoc el caminar de la fe y
en Noé el testimonio y trabajos de la fe”17.

En nuestros tiempos de gran confusión doctrinal, el orden


que nos presenta el autor de Hebreos ha sido tergiversado y,
por lo general, a las personas se les inculca que lo primero
que deben hacer es mostrar el trabajo o servicio de la fe.
Nuestro autor no comienza con el ejemplo de Noé, sino que
éste es precedido por Enoc, quien caminó con Dios. Es
imposible producir los frutos y el trabajo de la fe si primero
no se ha caminado con Dios. Hoy día, en nuestro afán
activista, llevamos a los nuevos convertidos a involucrarse
en algún trabajo eclesial: evangelismo, escuela dominical,
el coro de la iglesia, entre otros. Pero el apóstol Pablo es
claro al respecto y recomienda que a los nuevos en la fe se
les dé un tiempo para que caminen con Dios primero y,
entonces luego sean asignados al servicio al cual Dios les
llama: “no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en
la condenación del diablo” (1 Tim. 3:6).

17
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm
En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
45
La fe perseverante que agrada a Dios y alcanza las
promesas debe conservar este orden, y si lo invertimos,
entonces corremos serios peligros: Primero encontramos la
fe que adora a Dios, este es el inicio de la misma en la vida
de la persona. Dios le concede el don de la fe y entonces el
inconverso puede ver al verdadero Dios en su majestad y
cae postrado ante él en adoración, abandonando cualquier
confianza vana en sus propias buenas obras. Luego, este
nuevo creyente empieza a caminar con Dios, a través de le
fe, y solo después, podremos encontrar en él el trabajo y las
actividades que esa fe produce en el creyente. Mientras que
Abel es un ejemplo de cómo comienza la vida de fe en una
persona, Enoc es usado como un testimonio de en qué
consiste la vida de fe: caminar con Dios, y Noé es el
ejemplo del trabajo y los frutos de la fe.
Continuemos analizando los versos 6 y 7.

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es


necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y
que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:5).
La palabra “Pero” con que inicia este versículo indica que,
en primera instancia, es una explicación, a través de un
silogismo, de porqué Enoc fue traspuesto a los cielos. El
autor dijo que Enoc fue traspuesto porque antes había
agradado a Dios. Pero la única manera de agradar a Dios es
a través de la fe, por lo tanto, Enoc fue traspuesto solo por
la fe. “El argumento se deriva de la imposibilidad de lo
contrario: como es imposible agradar a Dios sin fe, y como
Enoc recibió testimonio de haber agradado a Dios, entonces
debió tener una fe que justifica y santifica”18.

18
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm
En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
46
Es imposible agradar a Dios, sin la fe. Esto se debe a que
los hombres, en nuestro estado natural, debido a la caída en
el pecado de nuestros primeros padres, y siendo que
heredamos la maldición de una naturaleza inclinada
siempre al mal, entonces, no hay manera de que nosotros
podamos trabajar en hacer algo para que Dios nos acepte
delante de su santidad perfecta. Nuestras mejores obras le
son totalmente desagradables. Cualquier obra que el
pecador haga para agradar a Dios será vana y, además,
ofensiva a su santidad, es por ello que Pablo, el apóstol,
declara que “los que viven según la carne no pueden
agradar a Dios (Ro. 8:8). Los que viven según la carne,
son los hombres que todavía se encuentran en su estado
natural caído, y que no han procedido al arrepentimiento.
Cualquier esfuerzo que estos hombres hagan por servir a
Dios o serle agradable será una pérdida de tiempo. Pero hay
un camino para acercarnos a la Majestad Divina y ser
hallados agradables ante él: este es el camino de la fe. Pero
no de la fe en la fe, sino de la fe en Cristo. Abel, Enoc y
Noé agradaron a Dios, y recibieron el testimonio de
aprobación divina, solo porque tuvieron fe en Dios y su
salvación.

Que los predicadores de la fe están errados cuando usan


Hebreos capítulo 11 para justificar su fe esotérica como un
medio para recibir sanidades y prosperidad se deja ver en
este versículo. El objetivo que nuestro autor tiene en mente
es el de la fe que nos salva, de la fe que nos permite
acercarnos a Dios para adorarlo, de la fe que se mantiene
firme en la doctrina bíblica, de la fe que persevera hasta el
fin para salvación.

Pero sin fe es imposible agradar a Dios. Esta es una verdad


que los hombres a menudo olvidan, y como Caín, tratan de
47
servir o rendir adoración a Dios, confiados en su buena
voluntad y su elevada moral, pero no consiguen nada más
que la desaprobación divina. Y les pasa lo mismo que a
muchas personas en el pueblo de Israel, los cuales fueron
desaprobados por Dios, porque ellos buscaban la
justificación a través de obedecer la Ley, es decir, de las
obras humanas, y no a través de la fe: “mas Israel que iba
tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque
iban tras ella no por fe, sino como por obras de la ley, pues
tropezaron en la piedra de tropiezo” (Ro. 9:32).

Ninguno de los personajes tomados como ejemplos de


verdadera fe, por nuestro autor, tiene obras que presentar
las cuales hayan ganado el mérito de obras justificadoras.
Este verso nos enseña que la justicia de la cual se les alaba,
no es propia, sino recibida por medio de la fe en Jesucristo,
como bien lo enseñara Pablo en Romanos 4:4-5 “Pero al
que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino
como deuda; mas al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia”.

Dice Arthur Pink que “con el fin de agradar a Dios cuatro


cosas deben estar presentes, todas las cuales son realizadas
por la fe: En primer lugar, la persona que agrada a Dios
debe ser aceptada por él (Gén. 4:4). En segundo lugar, la
acción que agrada a Dios debe estar de acuerdo con su
voluntad (Heb. 13:21). En tercer lugar, la forma de hacerlo
debe ser agradable a Dios: debe llevarse a cabo en
humildad (1 Cor. 15:10), en sinceridad (Is. 38:3), con
alegría (2 Cor. 8:12). En cuarto lugar, el fin debe ser dar la
gloria a Dios (1 Cor. 10:31). La fe es el único medio por el
cual estos cuatro requisitos se cumplen. La persona es
aceptada solo por la fe en Cristo. La fe nos hace someternos
a la voluntad de Dios. La fe nos lleva a examinar la manera
en que lo hacemos delante de Dios. La fe tiene por objetivo
48
la gloria de Dios: de Abraham se dice que “se fortaleció en
fe, dando gloria a Dios” (Ro. 4:20)19.

La fe es el ingrediente fundamental que debe estar presente


en toda la vida cristiana. Sin ella no tenemos ninguna
oportunidad de ser salvos, de crecer en santidad, de adorar
verdaderamente, de servir al Dios vivo, de agradarlo en
todas las cosas y de disfrutar de su presencia. Cada uno
debe examinar su propia vida y verificar que tiene esta fe
que procede del cielo, de lo contrario, se encuentra en un
estado natural, y el servicio que pretender ofrecer a Dios no
es más que despreciable esfuerzo humano.

Es por la fe que los pecadores son salvos (Hch. 16:31). Es


por la fe que Cristo habita en el corazón (Ef. 3:17). Es por
la fe que nosotros vivimos (Gál. 2:20). Es por la fe que
estamos firmes (Ro. 11:20; 2 Cor. 1:24). Nosotros andamos
por la fe (2 Cor. 5:7). Es por la fe que podemos resistir
exitosamente al diablo (1 Ped. 5:8, 9). Es por la fe que
somos realmente santificados (Hch. 26:18). Es por medio
de la fe que podemos tener acceso a Dios (Ef. 3:12; Heb.
10:22). Es por la fe que se pelea la buena batalla (1 Ti.
6:12). Es por la fe que el mundo es vencido (1 Jn. 5:4).

Aplicación: ¿Estás seguro de que tienes la fe los escogidos


de Dios? (Tito 1:1).

“…porque es necesario que el que se acerca a Dios crea


que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”
Estas dos últimas frases del verso 6 no han estado libres de
dificultad en su interpretación, especialmente para aquellos

19
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm
En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
49
ministerios que no han logrado mantener un bíblico
equilibrio entre la gracia divina y la justicia divina. Cuando
se enfatiza mucho el favor gratuito de Dios, y las demandas
se ignoran, o cuando se subrayan los privilegios y se
olvidan de los deberes, entonces se está muy lejos de
interpretar muchos textos de las Sagradas Escrituras en su
verdadera perspectiva.

Pero el lector puede preguntarse ¿Cuál es la dificultad que


hay en este texto? Vamos a presentar las dificultades
formulando una serie de preguntas, siguiendo al
comentarista Arthur Pink: “¿Si el ejercicio de la fe es lo que
hace que agrademos a Dios, esto significa que la fe puede
ser considerada un mérito? ¿Cómo podemos evitar este
concepto a la luz de la afirmación de que Dios es
galardonador de los que le buscan? ¿En qué consiste una
“recompensa” bajo la pura gracia? ¿Cuál es la fuerza de la
doctrina en el siguiente verso? ¿El caso de Noé enseña la
salvación por las obras? ¿Si él no hubiera trabajado tanto en
la construcción del arca, entonces él y su familia hubieran
escapado del diluvio? ¿El haber sido constituido en
“heredero de la justicia” fue el resultado de su obediencia y
trabajo? ¿Cómo podemos evitar llegar a esta
conclusión?”20.

“…porque es necesario que el que se acerca a Dios crea


que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”
Junto con Arthur Pink puedo ver aquí un triple acercarse a
Dios. Uno inicial, uno continuo y uno final. El primero
tiene lugar en la conversión, el segundo se da durante toda

20
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_058.htm
En: Mayo 04 de 2011 (traducido y adaptado por Julio C. Benítez)
50
la vida del creyente y el tercero se produce en la muerte o
en la segunda venida del Señor Jesucristo.

El autor de la carta dice que para poder acercarnos de


manera correcta a Dios, primero es necesario creer que él
existe. Pero no solo significa creer que existe un dios, sino
creer que existe el Dios verdadero, el cual es revelado en
las Sagradas Escrituras y que este Dios posee los atributos
que son mencionados en su Santa Palabra (soberano,
supremo, santo, inflexiblemente justo, todopoderoso, lleno
de misericordia, lleno de gracia hacia los pecadores a través
de Cristo). Creer que él existe, no consiste simplemente en
firmar que existe una causa primera o un ser supremo, sino
que este único Dios verdadero es revelado en las Escrituras
y en las obras de la creación, pues, de lo contrario solo
estaremos creyendo en un fantasma inventado por nuestra
imaginación. Para acercarnos a Dios primero es necesario
reconocer con plena certeza que este Dios verdadero ha
hablado a través de los profetas, y especialmente por medio
de Jesucristo y que todas sus promesas de salvación son
seguras, de manera que si confiamos en él no seremos
defraudados, sino que encontraremos su poderosa
salvación.

Pero, creer que el Dios verdadero existe, también significa:


tomar en serio sus mandatos, sus exhortaciones, sus
amenazas. Y cuando tomamos en serio sus mandamientos,
entonces el Espíritu de Dios obra en nosotros y nos muestra
nuestra condición caída y miserable, a causa del pecado que
mora en nosotros y de nuestro actuar diario en contra de la
voluntad santa de este único Dios verdadero, de manera
que, como el hijo pródigo, somos conducidos de regreso a
la casa de nuestro Padre, y con arrepentimiento y profunda
humillación reconocemos delante él que hemos pecado
contra su Santa Majestad.
51
Pero creer en Dios, no solo significa que reconocemos su
santidad y justicia, sino que él es misericordioso y lleno de
gracia, a través de Cristo, de manera que si nos allegamos a
él con arrepentimiento sincero, encontraremos su
misericordia y nos dará el perdón. Es por eso que nuestro
autor dice “porque es necesario que el que se acerca a
Dios crea que le hay y que es galardonador de los que le
buscan”. Nadie podrá acercarse correctamente al Dios
verdadero si, primero, no es hecho consciente por el
Espíritu Santo, de que en Dios encontrará la gracia que le
otorgará el perdón eterno, la vida eterna y la dicha de ser su
hijo para siempre. Para agradar a Dios hay que acercarse a
él con la plena confianza de que él escucha la oración, de
que él está interesado en cada uno de los que le
verdaderamente le buscan y que encontrarán respuesta en
él. Este fue el consuelo del salmista, quien, en medio de
crueles persecuciones, incluso de parte de uno de sus hijos,
pudo tener la confianza de que Dios le permitiría ver su
salvación:
“Comerán los humildes, y serán saciados, alabarán a
Jehová los que le buscan; vivirá vuestro corazón para
siempre” (Sal. 22:26).
“Los leoncillos necesitan, y tienen hambre, pero los que
buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien” (Sal.
34:10).
“Gócense y alégrense en ti todos los que te buscan, y digan
siempre los que aman tu salvación. Jehová sea enaltecido”
(Sal. 40:16).
“Gloriaos en su santo nombre, alégrese el corazón de los
que buscan a Jehová” (Sal. 105:3)

Buscamos a Dios con la plena confianza de que él será


hallado y que su gracia nos acogerá y recibiremos de él
misericordia. Si no tenemos esta confianza, entonces es
52
imposible acercarnos a Dios. Dios podrá ser encontrado
solo cuando venimos a él con la confianza plena de que él
existe y recibirá con su gracia al que a él se acerca:
“Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en
tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el
hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el
cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual
será amplio en perdonar” (Is. 55:6-7). “Por esto orará
todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado;
ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán
éstas a él” (Sal. 32:5).

El texto no sólo nos invita a acercarnos de corazón al Dios


verdadero, con la confianza que le hay, sino que lo
hacemos confiando en su gracia, sabiendo que él es
galardonador de los que le buscan. Acercarnos con fe a
Dios significa que nuestro corazón anticipa el hecho de que
en él encontraremos la recompensa de Su gracia, que él
dará el perdón al pecador arrepentido, sabiduría al que no la
tiene, fortaleza al que está cansado, consolación al que está
triste y angustiado, dirección al que está confundido, gracia
al que está luchando contra un vicio o pecado, en fin,
cuando buscamos a Dios con fe, le hallaremos, y cuando
estamos con Dios, sabemos que tenemos todas las cosas, así
como dice Pedro: “Como todas las cosas que pertenecen a
la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino
poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó
por su gloria y excelencia” (2 P. 1:3).
Pero, ¿encontramos recompensa por nuestra búsqueda o
más bien, la búsqueda en sí ya es una recompensa de la
gracia? La gracia nos impulsa a buscar los dones que
gratuitamente nos serán dados para que confiados en la
gracia, le busquemos con todo el corazón, recibiendo todo
aquello que nos será dado solo por gracia, pero que vienen
acompañados de un querer y un hacer, donde,
53
responsabilizados por la gracia, buscamos al dador de ella y
recibimos lo que él nos quiere dar. “La recompensa deseada
por aquellos que lo buscan es la alegría de encontrarlo; él
mismo es alegría y… gozo de su pueblo (Sal. 43:4)”21.
Nuestro autor acaba de poner como ejemplo a Enoc, quien
buscó a Dios con fe y encontró lo que deseaba su alma: al
amado, la compañía perdurable del que es el placer de
nuestra alma. La oración del que espera la recompensa o el
galardón que Dios ofrece a los que le buscan con fe debiera
ser: “Como el ciervo brama por las corrientes de las
aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma
tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Sal. 42:1-2). Recordemos
que el Señor ha prometido la recompensa para los que le
buscan “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me
buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por
vosotros.” (Jer. 29:13-14)

Solo los que buscan a Dios encontrarán la recompensa que


él ha prometido a los que le aman, y por lo tanto le buscan,
como dice Pablo: “Antes bien, como está escrito: cosas que
ojo no vio, ni pido oyó, ni han subido en corazón de
hombre, son las que Dios ha preparado para los que le
aman” (1 Cor. 2:9). Todo el que no busque a Dios de
corazón, con sinceridad y conforme a la revelación que él
da de sí mismo, no lo encontrará y la única recompensa que
tendrá será el infierno: “Los malos serán trasladados al
Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Sal. 9:17).

Pero ¿Qué es buscar a Dios? Para buscar a Dios es


necesario renunciar a cualquier confianza espiritual en
nosotros, se requiere que nos neguemos a nosotros mismos,
que él sea nuestra regla y nuestra porción. Para buscarlo
con diligencia es necesario hacerlo tempranamente “Yo

21
Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Libros Desafío. Página 293
54
amo a los que me aman, y me hallan los que temprano me
buscan” (Prov. 8:17), y con todo el corazón, “Con todo mi
corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus
mandamientos” (Sal. 119:10).

Aplicaciones:
- ¿Cuántos de nosotros, que profesamos ser creyentes,
vivimos buena parte de nuestra vida ignorando al verdadero
Dios? Lo ignoramos cuando no frecuentamos leer su
Palabra, lo ignoramos cuando no oramos a él diariamente y
sin cesar, lo ignoramos cuando no consultamos su voluntad
revelada en las Sagradas Escrituras para los asuntos más
importantes de nuestra vida, lo ignoramos cuando
buscamos consuelo para nuestras angustias en otras
personas o cosas, y no en las poderosas promesas que Su
Palabra contiene, lo ignoramos cuando no seguimos sus
principios para la crianza de nuestros hijos, lo ignoramos
cuando no conocemos sus mandamientos, o conociéndolos
los desobedecemos, lo ignoramos cuando no predicamos el
Evangelio y dejamos que los impíos sigan caminando al
infierno; en fin, todos los días tenemos el reto de vivir
nuestra fe en Dios o de ser ateos prácticos, ignorando al
Dios en el cual profesamos creer. El Señor nos ayude a
vivir siempre Coram Deo, delante de su presencia, siendo
conscientes que él es el Dios omnipresente que tiene sus
ojos puestos sobre nosotros y ve nuestra maldad, pero que
también ve nuestros dolores, sufrimientos y necesidades.

55
La fe perseverante:

Tres ejemplos notables de cómo es


imposible agradar a Dios sin la fe

Hebreos 11:4-7 (Tercera parte)

Introducción:
En la introducción al versículo 6 dijimos que este primer
trío de ejemplos veterotestamentarios, nos muestran el
orden en el cual la fe obra en el creyente: Primero, Abel,
quien representa el inicio de la fe en el creyente, cuando
éste, convencido por el Espíritu Santo abandona toda
confianza en sí mismo y en sus obras, para depositarla solo
en el Salvador. Enoc, representa el paso siguiente a la
obtención de la fe, la cual se da solo por la Gracia de Dios,
el cual consiste en un caminar de fe, andar con Dios,
conocerle y confiar solamente en él. Mientras que Noé es
un ejemplo del actuar de la fe, cómo la fe, luego de ser
recibida por Gracia, luego de andar con Dios y conocerle,
conduce al creyente a obrar, actuar y producir frutos.

Hemos visto que ni Abel, ni Enoc pudieron agradar a Dios


o caminar con él, sino solamente a través de la fe, pues, esa
es la única forma y el único medio establecido por Dios a
través del cual le somos agradables. Nuestra naturaleza
pecaminosa y nuestro corazón inclinado siempre al mal,
nos impiden hacer obras que satisfagan la perfecta santidad
de Dios, de allí que sea necesario ser revestido de una
justicia perfecta que le permita a la persona ser vista como
totalmente pura ante los ojos de Dios, y esa justicia nos es
dada solamente por Jesucristo, mediante la fe.
56
En nuestro presente estudio analizaremos cómo la fe obra,
trabaja y conduce al creyente a un actuar. Hoy veremos, en
el ejemplo de Noé, cómo es una vida de fe y cómo esta
conduce al creyente a temer y a obedecer. El cielo no es
para holgazanes ni vagos, asimismo la fe no es
simplemente un asentir algo, sino que es una convicción
que nos lleva a trabajar. Ya hemos visto, en el versículo 6,
que el verdadero creyente se consagra totalmente en buscar
a Dios con la convicción de que le hay, porque anhela la
recompensa o el galardón, y este consiste en que, el que le
busca, lo encuentra, y él mismo se le da como premio. El
pecador debe buscar con todo su corazón a Dios, y lo
encontrará, pero si alguien le busca es porque Dios lo
encontró primero y le ha dado el don de la fe.

La fe nos conduce a caminar con Dios y a buscarle, a


trabajar diligentemente en conocerle. Muchos pasajes
bíblicos nos hablan de este trabajo constante por encontrar
a Dios: “Esforzaos a entrar por la puerta ancha; porque os
digo que muchos procurarán entrar, y no podrán” (Luc.
13:24). “Trabajad, no por la comida que perece, sino por
la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del
hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre” (Jn.
6:27). “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para
que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia”
(Heb. 4:11). Todo el que busca a Dios debe tener siempre
presente la mirada en el galardón, y el galardón es Dios
mismo. Él se ofrece como la recompensa, y no hay premio
más hermoso y completo que tener a Dios como nuestro
Señor. En el Sermón de la Montaña Jesús puso en
perspectiva una recompensa especial para los que son
limpios de corazón, y es que ellos verán a Dios (Mt. 5:8).

57
En las Sagradas Escrituras muchas veces se nos habla del
cielo o la salvación completa como una “recompensa”, lo
cual nos muestra el carácter de aquellos que son salvos, es
decir, son obreros diligentes. Son obreros que trabajan en
su santificación constante y en los frutos de la fe, porque
ellos saben que la “recompensa” vendrá al final, luego que
se haya completado su trabajo: “He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me
dará el Señor; juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino
también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8).

El que tiene la fe de los creyentes posee la íntima certeza y


la férrea confianza del galardón que recibirá al final del día
de su vida, así como el jornalero trabaja incansablemente,
en medio del calor del día, el cansancio y la sed, porque
sabe que al final hay una recompensa: “Bienaventurado el
varón que soporta la tentación; porque cuando haya
resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman” (St. 1:12). Esta recompensa
que espera el creyente diligente no se aferra a las cosas de
esta vida, sino que es futura, celestial: “Pero anhelaban
una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se
avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha
preparado una ciudad” (Heb. 11:16).

Ahora, ¿Con base en qué Dios da esta recompensa? ¿Por


las obras? No, porque las obras humanas, por muy
excelentes que sean, están manchadas por el pecado.
Entonces, la recompensa que reciben los creyentes está
fundamentada solamente en el terreno de los méritos de
Cristo y en sus propias promesas. Realmente lo que Dios
“premia” es la obra de su propio Espíritu en nosotros, de
manera que no tenemos ningún motivo para gloriarnos.

58
“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de
cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en
que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y
fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe”
(Heb. 11:7).
Vamos a concentrarnos en tres aspectos claves
mencionados en este pasaje. Primero, la fe de Noé y el
terreno o contenido de la misma, es decir, la advertencia
que recibió de parte de Dios; segundo, los efectos internos
que produjo la fe en Noé, es decir, “temor” y el efecto
externo de este temor: construir el arca; y tercero, las
consecuencias de su fe, es decir, la salvación de su casa y la
condenación del mundo, siendo Noé constituido en
heredero de la justicia que es por la fe.
Antes de tocar estos tres puntos, y siguiendo en esto a
Arthur Pink, es preciso aclarar una dificultad que algunos
ven en este versículo: ¿Fue salvado Noé por sus propias
obras? La respuesta es SÍ y No. Espero que no se apresuren
a tildarme de hereje, y me concedan explicar esta respuesta.
Preguntémonos, si Noé no hubiese construido el arca, en
obediencia al mandato de Dios ¿no habría perecido en el
diluvio? Entonces, ¿fue su propio esfuerzo el que lo
preservó de la muerte en el gran diluvio? No, porque el arca
fue preservada por el poder de Dios. Recordemos que el
arca no tenía mástil, ni velas, ni volante. Solo la mano de la
gracia del Señor pudo sostener a esa arca de ser destruida
por las rocas de las altas montañas y las destructoras olas
que se formarían. Entonces ¿Cuál es la relación entre estas
dos cosas? Es esta: Noé hizo uso de los medios que Dios
había establecido, y por Su gracia y Su poder, aquellos
medios fueron usados para su preservación. ¿No debe el
campesino labrar la tierra, sembrar la semilla, limpiar la
maleza y abonar el terreno? Sin embargo, es solo Dios
quien da el crecimiento. ¿No debemos todos practicar la
higiene personal, lavarnos las manos constantemente y
59
comer alimentos saludables? Sin embargo, la salud de
nuestros cuerpos está en las manos de nuestro Dios. Lo
mismo sucede en el ámbito espiritual: La salvación por la
sola gracia no excluye la necesidad imperiosa de que
usemos los medios de la gracia que Dios ha designado y
establecido.
Noé es una ilustración y un tipo de la liberación que Dios
dará a los suyos de la terrible ira que será derramada sobre
este mundo malo. ¿Era salvo Noé antes de ser salvado de
morir por el diluvio? Sí, pero la salvación no consiste
solamente en ser justificado, sino que ella conlleva a la
santificación y a la futura glorificación. Todos los días en
nuestra vida estamos trabajando en nuestra salvación,
usando los medios que la gracia nos da. No que la salvación
dependa en algo de nosotros, sino que la salvación provee
los medios de la gracia para que obedezcamos los
mandamientos de Dios, y seamos así librados de la
destrucción.

El autor de Hebreos empieza diciendo que Noé fue


advertido por Dios acerca de cosas que aún no veían. Para
entender de qué fue advertido Noé, es necesario que
vayamos a Génesis capítulo 6.
En el versículo 5, Moisés presenta un cuadro desolador de
lo que estaba sucediendo con el género humano. Así como
la raza se multiplicaba, también se diversificaba la maldad
y los hombres se volvían expertos en el pecado. La
depravación humana se evidenciaba en “que todo designio
de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal” (v. 5). La maldad llegó a crecer tanto, y
el hombre se degeneró a tal grado, que el ser de Dios
experimentó dolor y dijo: “Rearé de sobre la faz de la
tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta
la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me
arrepiento de haberlos hecho” (v. 7). Este arrepentimiento
60
no significa que Dios no sabía lo que pasaría, pues, todo
esto se encontraba dispuesto en su decreto eterno, pero, en
términos antropomórficos, el autor sagrado nos deja ver el
desagrado que el pecado produce en un Dios santo. De
manera que no solo los hombres morirán, sino todos los
animales terrestres y las aves.

Moisés, el escritor del Génesis, insiste en presentarnos la


oscura y abyecta situación moral y espiritual de la
generación en la cual vivió Noé “Y miró Dios la tierra, y he
aquí que estaba corrompida; porque toda carne había
corrompido su camino sobre la tierra” (6:12). En razón de
esta decadencia espiritual generalizada, Dios decide
destruir al género humano, en compañía de los animales
terrestres y de las aves (el pecado humano afecta a toda la
creación material), a través de un diluvio. Pero “Porque no
hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus
siervos los profetas” (Amós 3:7), entonces el Señor le avisa
a Noé del gran desastre que enviará sobre la tierra y le
indica la forma cómo él puede salvarse: “Dijo, pues, Dios a
Noé: he decidido el fin de todo ser, porque la tierra está
llena de violencia a causa de ellos; y he aquí que yo los
destruiré con la tierra” (6:13).

Pero hay una persona que no morirá, junto con su familia, y


esta persona es Noé. Dice Moisés que este halló gracia ante
los ojos de Dios. Noé era un hombre de fe, creía en el
Mesías prometido, y confiaba en Dios para su salvación.
Esta fe no era de él, sino que Dios, en su infinita gracia se
la había dado (Ef. 2:8). Noé no halló gracia ante Dios por
ser un buen hombre, o por ser justo, o porque él tenía la
buena voluntad de buscar a Dios. Hallar gracia, significa
que Dios es movido a actuar con misericordia por el solo
beneplácito de su buena voluntad. La gracia es un favor
inmerecido, y Noé halló este favor inmerecido en Dios.
61
Solo él y su familia, nadie más. Este es un ejemplo práctico
de la doctrina de la predestinación. Dios eligió a Noé para
darle Su gracia de en medio de una masa de hombres
entregados al pecado. Solo él y su familia más cercana
serían salvados de esta debacle ¿Por qué razón? Porque
Dios dice “tendré misericordia del que tendré
misericordia, y seré clemente para con el que seré
clemente” (Éxodo 33:19).

Dios le ordena a Noé diciendo: “Hazte un arca de madera


de gofer; harás aposentos en el arca, y la calafatearás con
brea por dentro y por fuera. Y de esta manera la harás: de
trescientos codos de longitud del arca, de cincuenta codos
su anchura, y de treinta codos su altura. Una ventana
harás al arca, y la acabarás a un codo de elevación por la
parte de arriba; y pondrás la puerta del arca a su lado; y
le harás piso bajo, segundo y tercero. Y he aquí que yo
traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir
toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo;
todo lo que hay en la tierra morirá” (6:15-17).

Ahora ¿Podía Dios mismo haber construido un arca


indestructible, así como hizo al mundo con su palabra, y
meter en ella a Noé y a todos los animales? Si. Pero a Dios
le place dar a los hombres deberes y responsabilidades, los
cuales son un aliciente fuerte para fortalecer la fe, que él
mismo ha dado por Su sola gracia. Dice el autor de Hebreos
“Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de
cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en
que su casa se salvase” (v. 7). Noé era un hombre salvo,
porque tenía la fe salvadora, y vivía como un salvo, dando
testimonio de su confianza en Dios, aunque era el único
creyente en su tiempo, y vivía en medio de una generación
maligna, burladora e incrédula. Es de gran ayuda pertenecer
a una comunidad de creyentes donde estamos ayudándonos
62
y fortaleciéndonos para vivir nuestras vidas cristianas, pero
no tener a otros hermanos en la fe en los cuales apoyarse,
sino solamente en Dios, es una prueba bastante difícil para
la fe. Y a esta prueba, Dios suma otra: Noé debe creer en la
Palabra de Dios que vendrá un diluvio sobre toda la tierra,
cosa que no se había visto antes, y debe empezar a construir
una gigantesca embarcación en medio de la tierra firme.
Esto sí que era una prueba de fe. Noé debía creer que
vendría algo que no se conocía y además, debía empezar a
hacer algo que llamaría la atención de la gente burlona e
incrédula de su tiempo. Debía sufrir el desprecio de los
hombres, pero esto era necesario como una prueba de la fe,
y al final, él y su familia serían salvos de la destrucción.

Dios siempre está probando la fe de los creyentes, porque


es necesario que esta sea afirmada en nosotros. Santiago
dice: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os
halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de
vuestra fe produce paciencia. Bienaventurado el varón que
soporta la tentación; porque cuando haya resistido la
prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido
a los que le aman” (Stg. 1:2, 12). Noé no fue salvo por sus
obras, pero sus obras manifestaron que él era un salvo.
La verdadera fe produce gozo porque ella se sustenta en las
promesas divinas, las cuales son seguras, pero la fe también
produce temor, porque toma en serio los mandamientos y
las amenazas que vienen de Dios. Noé no era del tipo de
creyentes que mal fundamentados en la doctrina de la
salvación por la gracia, son descuidados en su vida
espiritual y solo toman en cuenta las promesas sin
considerar los mandamientos y las advertencias. Él
confiaba solo en Dios para su salvación, pero esta
confianza no le volvió confiado y descuidado. No, cuando
Dios le advirtió de la inminente destrucción que vendría
sobre el mundo, su corazón tuvo un santo temor y por ese
63
temor él obedeció el mandato de Dios, y por 120 años
(Gen. 6:3) estuvo poniendo tabla sobre tabla, junto con su
esposa y sus hijos, construyendo una gigantesca
embarcación, a través de la cual él fue librado de la
destrucción, junto con muchos animales.

Por esta fe que tuvo Noé, y por este santo temor que le
condujo a obedecer el mandato divino, construyendo el arca
salvadora, no solo se salvó él, su familia, y los animales
escogidos, sino que los incrédulos recibieron su justo
merecido: “Por esa fe condenó al mundo”. Mientras la fe le
salvó, por esa misma fe condenó a los que no creyeron. Los
incrédulos del tiempo de Noé no tuvieron excusas para
presentar ante el Juez de toda la tierra, porque hubo una
advertencia, hubo una predicación constante por 120 años:
en cada martillazo que Noé daba sobre las tablas con las
cuales se construía el arca, se anunciaba el inminente juicio
que vendría, pero ellos no quisieron creer, no obstante,
hubo un hombre que sí creyó, y fue salvado de morir. Había
una forma de ser librado de la destrucción, y esta era, creer
en el mensaje de Noé y buscar la salvación. Pero no lo
quisieron hacer y por eso murieron. Hubo uno que sí creyó
y no murió. El mensaje del Evangelio aunque es salvación
para los que creen, también será condenación para los que
permanezcan incrédulos frente a él: “El que creyere y fuere
bautizado, será salvo; más el que no creyere será
condenado” (Mr. 16:16), “El que en él cree no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado,
porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de
Dios” (Jn. 3:18).
El autor de Hebreos termina afirmando que la fe que tuvo
Noé le hizo heredero de la justicia: “Y fue hecho heredero
de la justicia que viene por la fe”. “Por su fe Noé heredó el
don de la justicia. Su ancestro Abel <fue aprobado como
hombre justo> (Heb. 11:4). Noé, sin embargo, llegó a ser
64
poseedor de justicia; es decir, su modo de vivir fue un
modelo de justicia siempre opuesto a la incredulidad. Su
vida fue un ejemplo constante de obediencia a la voluntad
de Dios. Por medio de su vida justa, Noé halló el favor de
Dios. Por la fe él agradó a Dios”22.

Aplicaciones:
- Así como en los días de Noé, hoy la tierra nuevamente
está llena de violencia. Los hombres cada día pecan con
más obstinación y las naciones aprueban leyes que
legitiman el pecado: el divorcio, el aborto, las relaciones
sexuales ilícitas, entre otros. Todos los días miles de niños
son asesinados en el vientre de sus desalmadas madres. La
tierra está llena de violencia, y así como la sangre de Abel
clamaba por venganza en contra de Caín, la sangre
derramada sobre la tierra clama por venganza. Los hijos
cada día son más rebeldes, y ya no es extraño escuchar que
ellos mismos maten a sus padres. Cada día escuchamos de
niños y jovencitos que toman armas para matar a otras
personas. El corazón del hombre se ha vuelto experto para
pecar y el colmo de la maldad está rebosando la copa que
Dios derramará sobre el mundo causando su destrucción
total. Jesús anunció que este mundo, en su segunda venida,
sería destruido a causa de la maldad, y que la situación
moral y espiritual del género humano sería parecida a los
que se vivieron en los tiempos de Noé: “E inmediatamente
después de la tribulación de aquellos días, el sol se
oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas
caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán
conmovidas. Pero del día y la hora nadie sabe, ni aún los
ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre. Mas como en los
días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre.
Porque como en los días antes del diluvio estaban

22
Kismetamaker, Simon. Hebreos. Página 374-375
65
comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento,
hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron
hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será
también la venida del Hijo del hombre” (Mt. 24:29, 36-39).
Los incrédulos en los días de Noé no escucharon el
Evangelio predicado por este, sino que continuaron en sus
comilonas, en sus fiestas y en sus vidas normales llenas de
pecado, como si el fin nunca fuese a venir. Es posible que
ellos le dijeran a Noé: Sabemos que vendrá la destrucción
final, pero llevas más de 100 años predicando de este
asunto y el fin no llega, así que es posible que la
destrucción que anuncias demore otros 100 años más en
venir, o puede que nunca llegue. Así como los incrédulos se
burlaban de Noé, quien estaba afanado en preparar el arca
que sería su salvación, en estos tiempos la gente se burla de
los cristianos porque también les urgimos para que acudan
presurosos al arca, Jesucristo, quien es la garantía de que
seremos salvos del gran día de la ira de Dios: “Amados:
esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas
despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento,
para que tengáis memoria de las palabras que antes han
sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del
Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles; sabiendo
primero esto, que en los postreros días vendrán
burladores, andando según sus propias concupiscencias, y
diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?
Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las
cosas permanecen así como desde el principio de la
creación. Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo
antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y
también la tierra, que proviene del agua y por el agua
subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado
en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están
reservados por la misma palabra, guardados para el fuego
en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.
66
Más, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor
un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor
no retarda su promesa, según algunos la tienen por
tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no
queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan
al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como
ladrón en la noche, en el cual los cielos pasarán con
grande estruendo, y los elementos ardiendo serán
deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas” (2 Ped. 3:1-10). Siendo que el gran juicio está
por venir sobre esta tierra ¿Serás tan torpe como lo fueron
los hombres en los días de Noé que no se apercibieron del
peligro y no buscaron lo que sería su segura salvación?
Recuerda que solo a través de la fe en Jesucristo podemos
ser salvos: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay
otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que
podamos ser salvos” (Hech. 4:12).

67
La fe perseverante:

El padre de la fe (Primera parte): La fe


que obedece

Hebreos 11:8-12

Introducción:
En los versos 4 al 7 estudiamos tres ejemplos que nos dan
una clara ilustración del desarrollo o progreso de una vida
de fe: Abel representa el inicio de la fe en el creyente, esa
fe que adora a Dios no confiada en sus ofrendas u obras,
sino en Cristo solamente. Enoc representa al creyente que,
luego de recibir la fe como don de la gracia, empieza a
caminar con Dios, empieza a conocerlo; y Noé, nos
presenta a la fe que, conociendo a Dios, le obedece y
produce frutos abundantes para Su gloria, utilizando todos
los medios que la gracia nos da para crecer en él.

Desde el verso 8 y hasta el final del capítulo 11


encontraremos muchos ejemplos prácticos que nos precisan
diversos matices sobre la vida de fe. Estos ejemplos nos
permiten ver la fe desde diversos ángulos, y de manera
especial ejemplifican las diferentes pruebas que la fe de los
creyentes sufre y los triunfos que la gracia divina le
concede alcanzar.

El autor de la carta empieza su listado de héroes de la fe,


postdiluvianos con Abraham, quien no solo es el padre
biológico de la nación de Israel, a través de Isaac y Jacob,
sino que es el padre espiritual de todos los que poseen la
68
verdadera fe perseverante (… para que fuese padre de
todos los creyentes… Rom. 4:11). Siendo así, entonces
nuestro autor sagrado dedica bastante tiempo a hablar de
Abraham, ya que todos los creyentes, de todas las épocas,
somos considerados hijos de la misma fe que caracterizó a
Abraham e hijos de este héroe insigne de la fe: “Y si
vosotros sois de Cristo sois de Cristo, ciertamente linaje de
Abraham sois, y heredero según la promesa” (Gál. 3:29).
“Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de
Abraham” (Gál. 3:7). Ahora, si Abraham es llamado el
padre de los verdaderos creyentes, esto significa que
nosotros, todos los que creemos en Cristo, debemos seguir
su ejemplo en la vida de fe, imitando lo que la Biblia
reconoce en él como loable.

De manera que vamos a enfocarnos en analizar los tres


elementos que el autor de la carta a los Hebreos nos
presenta en los VERSOS 8 AL 12 como aspectos
sobresalientes de la fe de este patriarca que fue llamado, a
causa de su fe, AMIGO DE DIOS. (Y se cumplió la
Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado
por justicia, y fue llamado amigo de Dios. Stg. 2:23).

Nuestro autor nos habla de estos tres elementos:


1. La fe que obedece (v. 8)
2. La fe que mira más allá de lo terreno y pasajero (v. 9-10)
3. La fe que alcanza la promesa (v. 11-12)

1. La fe que obedece. “Por la fe, Abraham, siendo


llamado, OBEDECIÓ para salir al lugar que había de
recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (v.
8).
Abraham, así como todos los verdaderos creyentes en toda
época y lugar, fue llamado por Dios de manera
SOBERANA, conforme a sus propósitos eternos. Este
69
llamado no es aquella invitación general que hace el
evangelio donde se exhorta a todos los hombres que
procedan al arrepentimiento (“Pero Dios… ahora manda a
todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan. Hch.
17:30), pues, este llamado puede ser resistido y rechazado
por muchos. El llamado de Abraham, así como el que
reciben todos los verdaderos creyentes, es irresistible, es
decir, viene acompañado con el poder regenerador,
vivificador y transformador de Dios. La mejor ilustración
de esta clase de llamado es la resurrección de Lázaro,
quien, luego de cuatro días de muerto, estando
posiblemente en los inicios del proceso de descomposición
física, fue llamado por Jesús para que saliera de la tumba.
Pero Lázaro, en su estado de muerte física, no podía ni
tenía la capacidad para responder al llamado del Redentor.
No obstante, Lázaro respondió, pero no por una fuerza
inherente en él, pues, no tenía ninguna, ya que era solo un
muerto en estado de descomposición. Lázaro respondió,
porque el llamado de Jesús iba acompañado de un poder
regenerador. El poder vivificador del Espíritu Santo penetró
las palabras de Jesús en Lázaro y le dio vida para que
escuchara y respondiera. Lázaro recibió la vida antes de
que pudiera responder, y estando vivo, ya no quería seguir
viviendo dentro del sepulcro, sino que decidió salir para
encontrarse con su salvador.

De la misma manera Abraham, como todos los hombres,


nació muerto espiritualmente. Él no podía buscar a Dios, ni
podía creer en él de manera correcta, ni amarlo, ni servirle,
ni obedecerle, porque su estado espiritual era de muerte y
putrefacción: “No hay justo, ni aún uno: no hay quien
entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron,
a una se hicieron inútiles; no hay quien haga la bueno, no
hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12). La Biblia dice que
Abraham pertenecía a una tribu de paganos e idólatras:
70
“Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres
habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré,
padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños.
Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del
río…” (Josué 24:2-3). Abraham también fue tomado de lo
más vil y menospreciado (Y lo vil del mundo y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer
lo que es. 1 Cor. 1:28). Pero desde esa posición de miseria
espiritual el Señor lo llamó en su infinita misericordia. ¿Por
qué solo lo llama a él? ¿No estaban también en estado de
perdición sus parientes y vecinos? Todos eran enemigos de
Dios, pero la gracia electiva del Señor solo favoreció a
Abraham, su esposa, su sobrino y a algunos de sus siervos.
(Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me
compadeceré del que yo me compadezca. Ro. 9:15). El
Dios soberano que se presenta en las Escrituras no llama de
manera eficaz a todos los hombres, sino que ama a unos y
aborrece a otros. A los que ama no los ama por algo bueno
en ellos, sino solo por su electiva misericordia. (Pues no
habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal,
para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras sino por el que llama. Ro.
9:11). Él llamó a Abel, pero abandonó en su maldad a Caín,
escogió a Isaac y desechó a Ismael, amó a Jacob y
aborreció a Esaú.

El Dios de la gloria se apareció a Abraham y lo llamó para


que fuera su siervo. Dios no se apareció a los otros, sino
solo a él. (…el Dios de la gloria apareció a nuestro padre
Abraham, estando en Mesopotamia. Hch. 7:2). El llamado
que Dios hace a Abraham lo encontramos en Génesis 12:1-
3 “Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y
de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te
mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y
engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a
71
los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré;
y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.
Este es un llamado que implicaba una gran prueba para la
fe. Muchas veces el llamado del evangelio también viene
acompañado de grandes pruebas. Abraham acaba de
conocer al Soberano Salvador, quien por su sola gracia le
da la salvación, y ahora le pide que obedezca su voz, dando
pasos de obediencia en una vida de fe.

Abraham debía abandonar su casa, su pueblo, lo que había


construido durante casi 70 años. Pero la prueba contenía
grandes retos, pues, cuando se tienen 20 o 30 años de edad
es fácil salir en busca de aventuras y abandonar el país. No
obstante, Abraham, no siendo ya tan joven, debe abandonar
la tierra donde forjó sus amistades, sus negocios y donde
conoció a su esposa. “!Qué prueba para la fe era esto! ¡Qué
juicio para la carne y para la sangre! Abraham era ya de
setenta años de edad, y los viajes largos y la disolución de
las amistades no se encomiendan a las personas mayores.
Salir de la tierra de su nacimiento, abandonar su casa y
bienes, cortar los lazos familiares y dejar atrás a sus seres
queridos, abandonar la seguridad presente (este era el
parecer de la sabiduría humana) por la incertidumbre del
futuro, y salir sin saber para dónde iba, debió haber
parecido duro y áspero para el sentimiento natural. ¿Por
qué entonces hizo Dios tal demanda? Para probar a
Abraham, para dar el golpe mortal a sus corrupciones
naturales, para demostrar el poder de Su gracia”23.

Que este mandato de Dios era una prueba para le fe de


Abraham, también se deja ver en que él debía abandonar
23
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. The call of Abraham.
Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_060.htm
En: Junio 10 de 2011.
72
una ciudad cómoda, donde de seguro él tenía muchas
posesiones. Como dice Samuel Pérez Millos, hablando de
las ruinas que se encontraron donde antes estaba ubicada la
ciudad de Ur: “Las excavaciones efectuadas en el
montículo desenterraron, entre otras cosas, las tumbas
reales que datan de unos dos mil seiscientos años a. C.
Dichas tumbas arrojan luz sobre las costumbres y, sobre
todo, sobre la opulencia de la ciudad. No cabe duda que
Abraham vivía en un lugar de alto nivel en relación con la
civilización y el mundo de la antigüedad, lo que hace aún
más sorprendente el hecho de abandonar el lugar de su
residencia, donde tenía su forma de vida y en donde era,
posiblemente, un hacendado rico”24.

Es importante notar que el autor de la carta quiere resaltar


la obediencia de la fe. Abraham es uno de los mejores
ejemplos de cómo la verdadera fe no es pasiva ni
meramente teórica o emocional. No es algo que
básicamente se relacione con el sentir, no es algo en lo cual
simplemente se razona, la fe es el poder de Dios para
salvación que se apropia de la gracia y conduce al creyente
a ser obediente a la palabra de Dios. Cuando hay fe en el
corazón, entonces miramos a Dios como el Dios soberano
que es misericordioso, sabio, justo y que, cual Padre
amoroso, guiará a sus hijos a verdaderas bendiciones. “El
camino de la fe da a otros a menudo la impresión de ser
imprudente e irreflexivo, pero el que conoce a Dios está
contento con ser guiado aun con los ojos vendados, sin
saber el camino que tiene por delante” 25. Abraham mostró
con su vida lo que Jesús enseñó a los discípulos cuando les
dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis;
24
Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo
Testamento. Hebreos. Página 634
25
MacDonald, William. Comentario Bíblico (Obra completa). Página
1006
73
porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo,
que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no
entrará en él” (Mr. 10:14-15). Abraham tenía la fe que
caracteriza a un pequeño niño, el cual confía totalmente en
su padre, y cree todo lo que él le dice. Abraham no era de la
clase de teólogos y creyentes “eruditos” que se atreven a
cuestionar a Dios y ponen un manto de duda sobre la
existencia de un hombre histórico llamado Adán, o sobre
una burra que pudo hablar, o sobre una embarcación que
sobrevivió a un diluvio universal y en la cual cupo una gran
cantidad de animales, o sobre un hombre que vivió durante
tres días dentro del cuerpo de un gran pez.
Abraham, como todo verdadero creyente, debió
experimentar en carne propia lo que significa morir al
mundo, morir a la carne, desprenderse de todo lo que nos
amarre con los deseos mundanos. Como dice Arthur Pink:
“Las pruebas de la regeneración se encuentran en una
auténtica conversión: lo que prueba que se ha nacido de
nuevo es la completa ruptura con la vida vieja, tanto
interior como exteriormente. Esto es evidente en cualquier
mente renovada, que cuando el alma ha sido favorecida con
una manifestación real y personal de Dios, hay un llamado
que le impulsa a responder a Él. Es simplemente imposible
que la persona renacida deba continuar con su vieja manera
de vivir. Un nuevo objeto está delante de él, una nueva
relación se ha establecido, nuevos deseos llenan su corazón,
y nuevas responsabilidades le reclaman. El momento en el
cual un hombre verdaderamente tiene un encuentro con
Dios, se da un cambio radical “De modo que si alguno está
en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17)”26.
26
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. The call of Abraham.
Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_060.htm
En: Junio 11 de 2011.
74
Abraham debía mostrar con su obediencia que realmente
había nacido de nuevo, que tenía la fe que persevera hasta
el fin, y, efectivamente, Abraham obedeció. Él tuvo que
salir de la comodidad de la tierra que lo vio nacer hacia una
tierra que no conocía. Dios le prometió conducirlo a la
tierra que sería su herencia, pero Abraham no pudo decirle
a sus familiares dónde quedaba ese lugar, pues, no sabía
para dónde iba, solo tenía la plena confianza de que Dios lo
guiaría al sitio donde él quería que estuviera, y cuando
estamos en el sitio donde Dios quiere que estemos,
entonces nos encontramos en el mejor lugar del mundo:
“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al
lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber
a dónde iba” (v. 8). En Génesis hallamos que Dios le
promete a Abraham formar de él una nación numerosa, que
lo bendeciría abundantemente y a través de él Dios
engrandecería Su propio nombre, pues, se revelaría a la
posteridad de creyentes que Dios es fiel a su pacto y
cumple todas sus promesas.
Las Sagradas Escrituras dicen que Abraham fue justificado
porque le creyó a Dios: “Y creyó a Jehová, y le fue contado
por justicia” (Gén. 15:6). Este creer en Dios se expresó a
través de la obediencia, no que Abraham haya sido salvo
por obedecer, sino que la fe y la obediencia siempre van de
la mano. Como dice F. F. Bruce “La fe de Abraham fue
manifestada, primero que todo, por la prontitud con que
dejó su hogar ante el llamado de Dios, confiado en la
promesa de un nuevo hogar que nunca había visto antes y
que, aun después que entró en él, nunca poseyó en
persona… la fe y la obediencia son inseparables en la
relación del hombre con Dios”27. Su obediencia era la señal
de que él realmente confiaba en Dios y en su palabra. Más
tarde Dios le confirma esto a su hijo Isaac: “Por cuando

27
Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 298
75
oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis
mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Gén. 26:5).
Abraham no sabía para dónde iba, ni conocía la tierra que
recibiría en heredad, de manera que “la promesa de la
herencia no fue, en primera instancia, un incentivo para la
obediencia; fue la recompensa para su obediencia” 28. Una
de las principales lecciones que debemos aprender del
ejemplo de Abraham es que el hombre de fe está atento a la
Palabra de Dios, la escucha con solemnidad y con prontitud
se dispone a obedecerla. El hombre de fe no quiere dar un
solo paso a no ser que la Palabra de Dios le enseñe el
camino. Abraham recibió la palabra a través de algunos de
los medios usuales en el Antiguo testamento: visiones, voz
audible, impresiones, entre otros, pero los creyentes, luego
que la Palabra de Dios terminó de confeccionarse en lo que
llamamos las Sagradas Escrituras, no esperamos esta clase
de manifestaciones sobrenaturales, sino que acudimos
diariamente a la palabra profética más segura: “Tenemos
también la palabra profética más segura, a la cual hacéis
bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en
lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la
mañana salga en vuestros corazones, entendiendo primero
esto, que ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída
por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P.
1:19-21). Solo la Palabra de Dios nos puede guiar al lugar
donde Dios quiere que estemos, en todos los asuntos de
nuestra vida. Todo lo que necesitamos para llegar a la
perfección nos ha sido dicho en ellas: “Toda la Escritura es
inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir,
para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para

28
Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 299
76
toda buena obra” (2 Tim. 3:16-17). Pero no solo se trata de
escuchar la Palabra de Dios, sino de obedecerla, pues, sino
hacemos caso a lo que ella nos manda, entonces
evidenciamos que no tenemos fe, que no le creemos a Dios,
es por eso que Santiago nos exhorta diciendo: “Pero sed
hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor
de la Palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al
hombre que considera en un espejo su rostro natural.
Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida
cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley,
la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor
olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será
bienaventurado en lo que hace” (Stg. 1:22-25).

Aplicaciones:
- Esteban, en Hechos siete, dice que el Dios de la gloria se
le apareció a Abraham. Este santo varón no tenía un mero
conocimiento intelectual o emocional de Dios, sino que
pudo ver Su gloria, y por eso, cuando el Dios de la gloria le
pide que sacrifique su comodidad para seguir el camino que
la Soberana voluntad trazó para él, no tiene temor en
obedecer. “La gloria de Ur, las riquezas, la posición social,
eran mucho menores que la gloria de Dios que se le había
aparecido. Cualquier cosa que el glorioso Dios le
demandara podía asumirlo confiadamente porque no había
gloria humana que pudiera compararse con Su gloria” 29.
Hermanos, ¿Cuál es la demanda que te hace el evangelio?
¿Cuál es la gloria humana que debes sacrificar? ¿Cuál es la
comodidad mundanal que Dios te pide dejar? Recuerda que
si amamos a este mundo, entonces no amamos a Dios. Si
hay algo en esta tierra que sea más glorioso que Dios para

29
Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo
Testamento. Hebreos. Página 634-635
77
nosotros, entonces no somos dignos del evangelio. No
olvides las palabras de Cristo “El que ama a padre o madre
más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija
más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37). “El que no
toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt.
10:38). “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Confía en
Cristo, en su Palabra, en sus promesas de salvación, cree lo
que él promete, y sigue fielmente sus pisadas. Si él te pide
que abandones el amor de tu madre, porque ella te prohíbe
seguir el evangelio, entonces debes dejarlo, sabiendo que
Dios te será como una madre y como un padre.
- ¿Quieres hacer grandes cosas para el reino de Cristo?
Recuerda que “la fe activa, la que hace hazañas por Dios, es
siempre una cuestión de simple obediencia, y Dios es quien
toma la iniciativa. Pero la fe debe ser suficientemente fuerte
para obedecer aunque Dios nos mantenga en la oscuridad
acerca de algunos detalles que nos gustaría conocer.
Algunas personas nunca realizan nada para Dios porque no
obedecen dando un paso a la vez; quieren demasiada
información adelantada. Quieren eliminar de la obediencia
todo misterio, incertidumbre y aparente riesgo. Pero esto
significaría la eliminación de la misma fe” 30. Los hombres
que hicieron grandes cosas para Dios solo confiaron en Su
Palabra y la obedecieron, de esa manera el Señor los
bendijo y los usó poderosamente para Su gloria.
- ¿Has conocido al Rey de la gloria? ¿Has tenido una visión
de la gloria de Dios? ¿Dios se ha convertido en una realidad
para tu alma? ¿Has tenido un encuentro con la Majestad
divina al punto que no te ha quedado otra opción sino el
humillarte ante él y obedecerle? Recuerda que si no tienes
fe real y obediente en el Dios de gracia, entonces él será

30
Taylor, Richard. Comentario bíblico Beacon. Hebreos hasta
Apocalipsis. Página 145
78
para ti el Dios de juicio, justicia e ira. Escucha la
exhortación que te hace el Espíritu Santo hoy “Buscad a
Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que
está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo
sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él
misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en
perdonar” (Is. 55:6-7).

79
La fe perseverante:

El padre de la fe (segunda parte): La fe


que mira más allá de lo terreno y
pasajero

Hebreos 11:8-12

Introducción:
Nos encontramos estudiando el tema de la “fe
perseverante” tal y como nos lo presenta el autor de la carta
a los Hebreos. Al final del capítulo 10, nuestro autor
confrontó a sus lectores para que se afiancen más en la fe
cristiana, fortalezcan su confianza en el Señor y eviten así
caer en el camino que los puede conducir a la apostasía. Al
final de la fuerte exhortación del capítulo 10, el autor anima
a los lectores diciéndoles que tanto él como ellos no son de
los que retroceden para perdición sino de los que tienen fe
para preservación del alma (v. 39).
Es de esta fe perseverante para salvación de la cual el autor
nos habla en el capítulo 11.
Ya hemos visto que la fe perseverante, la que identifica a
los salvos, está totalmente arraigada en las promesas de
gracia que contiene las Sagradas Escrituras, y solo a través
de esta fe alcanzamos buen testimonio o aceptación ante el
Soberano Dios.
Somos salvos por medio de la fe, y esto queda demostrado
en los ejemplos que ya hemos visto: Abel fue aceptado ante
Dios no por la calidad de su ofrenda, sino porque él tenía
fe. Enoc caminó con Dios, a través de la fe, y Noé obedeció
el mandato de construir un arca también por medio de la fe.

80
Ahora nos encontramos estudiando los versos 8 al 12, en
los cuales se nos presenta el ejemplo del padre de la fe, es
decir, Abraham. En estos versos encontramos tres aspectos
claves e importantes de la fe perseverante:
1. La fe que obedece (v. 8)
2. La fe que mira más allá de lo terreno y pasajero (v. 9-10)
3. La fe que alcanza la promesa (v. 11-12)

En el primer punto observamos cómo el llamado eficaz del


Espíritu Santo convirtió a Abraham, de un pagano idólatra,
a un adorador del verdadero Dios. Abraham fue llamado de
muerte a vida, de la oscuridad a la luz, de la mentira a la
verdad. Y todo, a través de la fe.
Ahora en los versos 9 al 10, el autor de la carta nos
muestra, a través del ejemplo de Abraham, cómo es una
vida de fe, de esa fe que es capaz de mirar más allá de lo
terreno y pasajero.

“Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida


como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y
Jacob, coherederos de la misma promesa” (v. 9). Abraham
fue llamado por Dios para que saliera de su tierra y se fuera
a un lugar escogido, en el cual Dios le daría una
descendencia numerosa, y de la cual nacería el Cristo, el
Salvador del mundo. “Pero Jehová había dicho a Abram:
Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre,
a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande,
y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás
bendición” (Gén. 12:1-2). Ese lugar escogido por Dios era
la tierra de Canaán, la cual le sería entregada a Abraham y a
sus descendientes: “Tomó, pues, Abram a Sarai su mujer, y
a Lot hijo de su hermano, y todos sus bienes que habían
ganado y las personas que habían adquirido en Harán, y
salieron para ir a tierra de Canaán; y a tierra de Canaán

81
llegaron. Y apareció Jehová a Abram, y le dijo: A tu
descendencia daré esta tierra.” (Gén. 12:5, 7a).
Ahora, la Biblia nos dice que cuando Abraham llegó a la
tierra de Canaán esta se encontraba habitada por el pueblo
cananeo (Gén. 12:6). ¿Podía Dios entregar a Abraham en
posesión una tierra que ya le pertenecía a otra gente?
Siendo Dios el creador de la tierra, entonces él tiene la
máxima y final potestad para darla a quien quiera, incluso
para quitarla y darla a otros. Esto corresponde a su derecho
como creador y gobernador de toda la creación: “De
Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él
habitan” (Sal. 24:1). A causa de la maldad del hombre, de
su idolatría y de su rebeldía expresada en grados de terrible
maldad, Dios le quita la tierra y la da a los justos: “Porque
los malignos serán destruidos, pero los que esperan en
Jehová, ellos heredarán la tierra” (Sal. 37:9).
Abraham salió de la tierra de sus padres confiado en la
promesa divina de que recibiría una tierra desconocida
como propiedad para él y su innumerable descendencia. Es
así que Abraham llega a Canaán, pero se encuentra con
varias dificultades que se convierten en una prueba para su
fe. La primera dificultad es que esa tierra ya está habitada.
La verdadera fe siempre debe ser probada, de manera que
cada día se torne más robusta y no tambalee ante las
adversidades. Abraham recibe la tierra de Canaán en
heredad, pero no puede poseerla. Incluso, cuando su esposa
muere, tuvo que comprar una pequeña porción de tierra
para poder sepultarla (Gén. 23:1-20). El heredero debe
comprar una pequeña porción de tierra en lo que le
pertenece y es suyo por la promesa divina. Esos son los
misterios de la fe. La verdadera fe no se da en el terreno de
las bendiciones recibidas de manera tangible, sino en la
promesa de bendición que no puede verse materializada. Si
todo lo que mi fe desea es recibido inmediatamente,
entonces ella no puede ser ejercitada. El creyente recibe por
82
fe lo que no puede ver, lo que aún no puede disfrutar de
manera plena.
Algunas corrientes pseudo-evangélicas de nuestro tiempo
promueven una clase de fe que no es fe, pues, ellos dicen
que, cumpliendo con algunos pasos, los creyentes pueden
recibir todo lo que desean, ahora, con solo ejercer fe. Pero
la fe que persevera hasta el fin, muchas veces, no recibe lo
que le fue prometido por Dios, en esta tierra, sino que debe
mantenerse anclada en lo que espera, pero que no le llega
en vida.
Abraham, a pesar de ser llamado el padre de la fe, no
recibió, en vida, todo lo que le fue prometido, sino que tuvo
que afianzar más su fe, al no recibir de manera tangible lo
que se le había prometido. De la misma manera los
cristianos hemos sido llamados por Dios para recibir una
“… herencia incorruptible, incontaminada e
inmarcesible…” (1 Ped. 1:4), pero, luego de ser llamados
eficazmente por el Espíritu Santo, y de creer en el Señor
Jesús de todo corazón, no empezamos a disfrutar de manera
plena de todo lo que se nos ha prometido, sino que
empezamos una batalla en contra de muchas oposiciones
que surgen en medio de un mundo hostil al cristianismo y a
la vida de santidad. “Durante esa lucha se encuentra con
muchos desalientos y recibe numerosas heridas. Tiene que
llevar a cabo duros deberes, dificultades por superar,
pruebas que soportar, antes de que el cristiano entre
plenamente en la herencia que la gracia divina le ha
designado, y nada más que la fe divinamente concedida y
preservada es suficiente para estas cosas: que sustenta el
corazón frente a las pérdidas, los reproches, las demoras
dolorosas”31.

31
Pink, Arthur. An exposition of Hebrews. Extraído de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_061.htm
En Junio 30 de 2011
83
El camino que nos lleva al cielo está lleno de muchas
dificultades. Hay muchas cosas en este mundo que tratan de
desestabilizarnos. Solo los valientes arrebatan el reino de
los cielos, dijo Jesús. Los verdaderos creyentes deben
negarse a sí mismos, saliendo del mundo, divorciándose de
sus pecados y de sus intereses más amados. La plena
realidad de la vida eterna no la vemos realizada ahora, sino
que debemos cultivar la paciencia, sabiendo que pronto
nuestra corrupción se vestirá de incorrupción. Muchos
cristianos han aprendido que el comienzo de la vida de fe es
fácil, pero lo difícil es vivir esa vida de fe en un período de
muchos años.
Dice nuestro autor que Abraham habitó como extranjero, es
decir, como un peregrino que no pertenece a ese lugar.
Aunque la promesa estaba y Abraham confiaba en ella, no
obstante, él no se afanó por hacer suyo lo que le pertenecía,
sino que se fortaleció en fe para esperar el tiempo en el cual
Dios le entregaría de manera tangible la tierra de Canaán a
su descendencia. Abraham no tuvo interés alguno en
establecer relaciones de arraigo o apego con la gente de
Canaán, no porque fuera racista o regionalista, sino porque
él quería disfrutar, no tanto de la tierra, sino de la presencia
y la comunión con Dios. Siendo un hombre de fe, entonces
su mirada estaba puesta en su Señor. Mientras la tierra de
Canaán estuviera inundada de paganos que adoraban a
otros dioses, entonces él moraría en esa tierra como
extranjero. Asimismo a los creyentes se les ha prometido la
tierra como parte de su herencia. Jesús dijo:
“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la
tierra por heredad” (Mt. 5:5). Pero nosotros somos
peregrinos en ella, mientras el pecado reine en los
corazones de sus habitantes. No podemos echar raíces aquí,
ni establecer nuestra morada en la tierra, mientras no venga
la nueva tierra y el nuevo cielo, donde el pecado ya no
existirá más. Es por eso que Juan nos dice “No améis al
84
mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Jn. 2:15).
Aunque a algunos creyentes el Señor les permite tener
algunas comodidades materiales en este mundo, ellos no
deben amañarse mucho a estos placeres, pues, vivimos en
un mundo que se encuentra bajo la ira de Dios: “Y los que
disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen” (1 Cor.
7:31).

“... morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de


la misma promesa” No solo Abraham vivió como
extranjero y peregrino en la tierra de la herencia prometida,
sino su hijo Isaac y su nieto Jacob. Estos tres patriarcas
vivieron en tiendas de campaña. De tanto en tanto
cambiaban el lugar de su morada y no lograron establecerse
en un sitio fijo. “A lo largo de tres generaciones los
herederos de la tierra vivieron por la fe con sólo una
promesa. No fue hasta que las doce tribus de Israel entraron
en la tierra bajo el liderazgo de Josué que pudieron
reclamar la promesa y apropiarse de la tierra” 32. No
obstante, los siervos del Señor, en todas las épocas de la
historia bíblica, se vieron siempre como peregrinos, nunca
consideraron esta tierra como su real morada. El camino de
fe de los apóstoles también les llevó a no echar raíces en
esta tierra: “Hasta ahora padecemos hambre, tenemos sed,
estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos
morada fija” (1 Cor. 4:11).
Ahora, ¿Porqué Abraham pudo esperar pacientemente el
cumplimiento de la promesa y no se aferró a la tierra que le
había sido prometida a él y sus descendientes? La respuesta
está en el versículo 10.

“Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo


arquitecto y constructor es Dios” (v. 10). Abraham vivió

32
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 378
85
como extranjero en la tierra prometida, porque él, así como
todos los verdaderos creyentes en el Antiguo Testamento,
no estaba aferrado a herencias materiales. Ellos no tenían
como máxima esperanza poseer una tierra fértil, sino que
anhelaban la verdadera ciudad, la verdadera nación, la
verdadera riqueza, es decir, la espiritual. “La permanencia
de Abraham en Canaán fue tan temporal como las estacas
que él clavaba en la tierra para mantener armadas sus
tiendas. Abraham sabía que las posesiones terrenales son
temporales; él siempre tuvo el ojo de su fe puesto <en la
ciudad con cimientos, cuyo arquitecto y constructor es
Dios>”33. Abraham, por medio de la fe, se dio el lujo de
esperar, porque él sabía que luego que todas las ciudades
cananeas se hayan convertido en polvo, la ciudad se Dios se
mantendría incólume e indestructible.
Algunos intérpretes de la Biblia han afirmado que las
promesas para la Iglesia son celestiales, mientras que para
los santos en el Antiguo Testamento eran terrenales. Pero
los santos antiguos no depositaron su esperanza en lo
terreno, ya que ellos comprendieron que lo terreno es
pasajero y corruptible. Los santos del Antiguo Testamento
y los del Nuevo Testamento también conforman la iglesia
de Cristo, la esposa del cordero, y nuestra esperanza no se
encuentra en las cosas o placeres de este mundo, sino en lo
celestial, lo espiritual, pues, estos son eternos e
incorruptibles.
La ciudad que tiene fundamentos y cuyo arquitecto es Dios,
no es la Jerusalén terrena, sino la celestial. Esta ciudad
gloriosa un día será la residencia final y eterna de todos los
santos, de todos los tiempos y lugares. Abraham no espera
disfrutar de un reino terreno, sino de un reino celestial.
“Abraham sabía que su morada terrenal no podía ser
comparada con la ciudad celestial, de la cual Dios mismo es

33
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 378
86
su arquitecto y constructor. Por la fe él visualizó la
congregación final de todos los creyentes para la fiesta de
la redención. Él anticipó el advenimiento y la obra de
Cristo. Puesto que en él todos los creyentes son uno con el
Hijo y con el Padre”34. Los creyentes tenemos la esperanza
puesta en la promesa de Jesús: “No se turbe vuestro
corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa
de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo
hubiera dicho; voy pues a preparar lugar para vosotros. Y
si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os
tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros
también estéis” (Jn. 14:1-3).
La ciudad que Abraham esperaba tiene fundamentos firmes
porque su arquitecto y constructor es Dios mismo. El
apóstol Juan describe así esta ciudad eterna donde morarán
para siempre todos los que son de la fe de Abraham: “Vi un
cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la
primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo
Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del
cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para
su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí
el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con
ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con
ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los
ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni
clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y me
llevó en el Espíritu a un monte grande y alto, y me mostró
la gran ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo,
de Dios, teniendo la gloria de Dios. Y su fulgor era
semejante al de una piedra preciosísima, como piedra de
jaspe, diáfana como el cristal. Y no vi en ella templo;
porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y
el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna

34
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 379
87
que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y
el Cordero es su lumbrera. Y las naciones que hubieren
sido salvas andarán a la luz de ella; y los reyes de la tierra
traerán su gloria y honor a ella. Sus puertas nunca serán
cerradas de día, pues allí no habrá noche. Y llevarán la
gloria y la honra de las naciones a ella. No entrará en ella
ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira,
sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida
del Cordero.” (Ap. 21:1-4, 10-11, 22-27)
Canaán representaba para Abraham solo el proceso de la
salvación, pero no su conclusión. La consumación de la
redención se encontraba en el cielo, no en la tierra, por eso
no pudo arraigarse en lo terreno y cambiaba su morada
constantemente. Pero no es fácil esperar, por lo general
queremos recibir todas las cosas inmediatamente, de allí el
surgimiento de muchas teologías erróneas que tratar de
animar al creyente a vivir el cielo en la tierra, de adelantar
el estado de glorificación, pero esto es imposible. El
llamado que Dios nos hace es a esperar con paciencia: “Por
tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del
Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de
la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la
lluvia temprana y la tardía” (Stg. 5:7).
La mayoría de las bendiciones que nos han sido prometidas
en Cristo solo se disfrutarán en el estado eterno, es decir, en
la glorificación; mientras tanto, en nuestro peregrinar por
esta tierra, nos fortalecemos en fe, sabiendo que muy
pronto estaremos con él, y entonces gozaremos para
siempre de la verdadera tierra de la promesa. “Es
característico de casi todos nosotros que siempre tenemos
prisa. Esperar nos es más difícil que aventurarnos. Y el
tiempo más difícil es el de en medio. En el momento de la
decisión hay entusiasmo y emoción; al llegar a la meta está
el resplandor y la gloria de la satisfacción; pero en el
tiempo intermedio hay que saber esperar y velar y trabajar,
88
aunque parece que no pasa nada. Es entonces cuando se
abandonan tantas esperanzas, y se reducen tantos ideales, y
nos hundimos en la apatía de los sueños muertos. La
persona de fe es la que mantiene viva la esperanza y el
esfuerzo a tope hasta en los días grises en los que parece
que no se puede hacer nada más que esperar”35.

Aplicaciones:
- El ejemplo de la vida de fe de Abraham debe motivarnos
a mirar más allá de lo aparente. Si estamos esperando en el
Señor, entonces no debemos desmayar o cambiar los planes
simplemente porque las cosas no se están dando cómo yo lo
esperaba. Los creyentes hebreos estaban siendo tentados a
abandonar el cristianismo y regresar al judaísmo porque
Jesús estaba demorando su venida, porque no estaban
viendo que el Reino se materializara, y antes por el
contrario, las cosas en este mundo estaban empeorando.
Abraham, Isaac y Jacob “¿Se habrán sentido tentados
alguna vez a preguntarse si se habrían equivocado, o si
Dios los habría olvidado o era demasiado lento? En el
orden divino de cosas a menudo el verdadero estado de
cosas está oculto. David era rey en la mente de Dios años
antes de serlo en las mentes del pueblo. Pero la fe puede
aguardar, porque ve los hechos detrás de las circunstancias.
No tiene que gritar; ni abandona la esperanza y cae en la
desesperación”36.
- Antes de ser creyentes éramos ciudadanos del mundo, y
por lo tanto amábamos al mundo y nos conformábamos a
sus ideales, estándares y principios; pero “La fe convierte
en peregrino al que antes era ciudadano del mundo. Esa es

35
Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 914
36
Taylor Richard. Comentario Bíblico Beacon “Hebreos hasta
Apocalipsis”. Página 145
89
la condición que destaca el apóstol Pedro para el creyente:
<Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos> (1
P. 2:11). Como Abraham tenemos promesas de Dios sobre
un lugar que Jesús prepara para nosotros. Antes éramos del
mundo, pero ahora somos extranjeros que peregrinamos por
el mundo buscando la ciudad celestial conforme a la
promesa del Señor”37. En este mundo lo único que tenemos
asegurado es una tumba, así como Abraham adquirió el
pedacito de tierra que sería la sepultura de su esposa y de él
en la tierra de Canaán, pues, este es un mundo pasajero y
temporal, cada día estamos muriendo y nuestros cuerpos se
van desgastando, hasta que vuelvan al polvo. Pero los
creyentes anhelamos estar en el lugar donde ya no habrá
más muerte y para siempre viviremos con el Salvador.
Aunque es nuestro deber cultivar la tierra, hermosearla y
hacer de ella un lugar agradable, no obstante nunca
dejamos de mirar al cielo, donde se encuentra nuestra real y
eterna morada.
- En medio de las dificultades y sufrimientos, el corazón se
sustenta solamente en el poder de una fe activa y operativa,
como dice Pablo: “Por tanto, no desmayamos; antes
aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el
interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta
leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada
vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando
nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues
las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven
son eternas” (2 Cor. 4:16-17). Si meditáramos con más
frecuencia en las glorias y la felicidad del cielo, entonces
nuestras almas serán favorecidas con un gozo anticipado.
Abraham se regocijó de que había de ver el día de Cristo, lo
vio y se regocijó (Jn. 8:59). Si nosotros pensamos con más

37
Pérez, Samuel. Comentario exegético al griego del Nuevo
Testamento. Hebreos. Página 636
90
frecuencia en el día glorioso que está por venir, entonces no
estaríamos tan tristes como a menudo lo estamos. “Todo
aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica así mismo,
así como él es puro” (1 Jn. 3:3) ya que eleva su corazón por
encima de la escena de este mundo y nos lleva en el espíritu
detrás del velo. Cuanto más nuestros pensamientos se
sientan atraídos por el cielo, menos atractivo será para
nosotros este mundo.

91
La fe perseverante:

El padre de la fe (tercera parte): La fe


que alcanza la promesa

Hebreos 11:8-12

Introducción:
Prosiguiendo con su exposición sobre la fe perseverante, el
autor de Hebreos, luego de mostrarnos a través del ejemplo
de Abraham cómo la fe verdadera se caracteriza por
obedecer al llamado de Dios, y la fe convierte en peregrino
y extranjero al que antes era ciudadano del mundo, ahora,
en los versos 11 y 12, el autor llama la atención sobre el
maravilloso poder de la fe que es don de Dios, la cual se
mantiene firme a pesar de tener que enfrentarse con muchas
circunstancias desalentadoras, la cual persevera en medio
de los obstáculos más formidables, y confía en Dios aunque
algunas de sus promesas parezcan imposibles para la razón
humana38.
En estos dos versículos, aunque el autor continúa
presentando a Abraham como ejemplo de verdadera fe,
incluye a su esposa, Sara, para demostrar que la fe
perseverante alcanza las promesas, porque ella (la fe),
aunque pase por momentos de debilidad, se mantiene firme
y persevera hasta el fin.
Una frágil mujer y un anciano, son ejemplos de fe
verdadera, de esa fe que, aunque en un momento tambalea
a causa de la incredulidad, cuando pone su mirada en la
38
En la exposición de estos dos pasajes voy a seguir, casi al pie de la
letra, el comentario de Arthur Pink, tomado del inglés
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_062.htm
92
veracidad de las promesas divinas, toma fuerza y ve los
frutos de la perseverancia. Estos dos ancianos nos muestran
lo que es una fe intensamente práctica, una fe que no
solamente eleva el alma al cielo sino que es capaz de
obtener fuerza para el cuerpo, aquí en la tierra.
Vamos a meditar en estos versículos y encontraremos que
la fe de la cual el autor habla, no es meramente una fe
mental y teórica. Nos daremos cuenta que la fe de una
buena parte de los que profesan ser cristianos es muy
diferente a la fe perseverante que nos presenta Hebreos; tan
diferente como lo es la oscuridad a la luz: una clase de fe se
expresa profundamente en palabras, mientras que la otra, en
hechos. Una clase de fe se quiebra cuando se pone a
prueba, mientras que la otra sobrevive a la exposición de
toda clase de pruebas. Una clase de fe es inoperante e
ineficaz, mientras que la otra es activa y poderosa. Una es
improductiva y la otra produce muchos frutos para la gloria
de Dios. La gran diferencia entre estas dos clases de fe es
que la primera es humana y la segunda divina, una es
natural y la otra, sobrenatural. Esto es lo que, cuando
nuestras conciencias y corazones perciben su necesidad, es
buscado a través de ferviente oración.
Este estudio en el libro de Hebreos tiene como fin el que
analicemos el carácter de nuestra fe. Será de poca utilidad
para nosotros si solo nos concentramos en escuchar los
estudios, y entretenernos con la simple comprensión de los
textos bíblicos, sino somos conducidos a un cuidadoso
auto-examen. Es de poco beneficio conocer los grandes
logros de la fe de los santos en el Antiguo Testamento sino
nosotros no experimentamos vergüenza al ver nuestra
calidad de fe, y si no somos llevados a llorar
fervorosamente delante de Dios para que él obre en
nosotros una “fe preciosa”. Al menos que este tema de la fe
no produzca en nosotros aquellas obras que la naturaleza
humana no puede producir por sí misma, al menos que
93
nuestra fe no nos permita vencer al mundo (1 Jn. 5:4) y no
triunfe sobre los deseos de la carne, entonces tenemos
motivos para temer que nuestra fe no es “la fe los
escogidos de Dios” (Tito 1:1). Entonces debemos llorar con
David y exclamar: “Examíname, oh Jehová, y pruébame;
examina mis íntimos pensamientos y mi corazón” (Sal.
26:2).
No se trata de que el cristiano viva una vida perfecta de fe,
pues, solo Jesús lo pudo hacer. No, de la misma manera que
todas las gracias espirituales, la fe está sujeta a un
crecimiento y su plena madurez no se alcanza en esta vida:
“Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros,
hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va
creciendo…” (2 Tes. 1:3). La fe de los santos a veces es
vacilante, tal como se evidenció en algunas ocasiones en
Abraham, Moisés, Elías o los apóstoles. Nosotros todavía
estamos en este cuerpo de muerte y los razonamientos de la
incredulidad siempre están dispuestos para afectarnos (a
menos que sean sometidos por la gracia divina) con el fin
de oponerse a los actos de la fe. Así que con este estudio no
estamos tratando de llevar a los creyentes a pensar que por
sí mismos pueden llegar a tener una fe perfecta, ya sea en
su crecimiento, en su constancia o en sus logros. Más bien
debemos buscar la ayuda divina y asegurarnos de que sí
tenemos la fe que es superior a aquella que solo se obtiene
a través de la mera instrucción religiosa, aquella fe que se
sobrepone a la incredulidad que todavía acompaña a
nuestra carne, aquella fe que produce abundantes frutos
para la gloria de Dios.
En los versos 11 y 12 nuestro autor sagrado sigue hablando
de Abraham como ejemplo de fe, pero en conexión con su
esposa, Sara, la cual también de esta fe perseverante. Como
dice Manton “Observa la bendición que es cuando el
esposo y la esposa son compañeros en la fe, cuando ambos,
en el mismo yugo dibujan el mismo camino. Abraham es el
94
padre de los fieles, y Sara es recomendada entre los
creyentes, como siendo compañera en las mismas
promesas, en los mismos problemas y pruebas. Lo mismo
se dice de Zacarías y Elizabet “Ambos eran justos delante
de Dios, y andaban irreprensibles en todos los
mandamientos y ordenanzas del Señor” (Lc. 1:6). Es un
estímulo poderoso cuando el compañero permanente de
nuestras vidas es también un compañero en la misma fe.
Esto debería dirigirnos en al asunto de la elección: no
puede ser una ayuda idónea la mujer que es contraria a
nuestra fe, pues, la verdadera religión decae en las familias,
más que nada, por falta de cuidado de ambos”39.
“Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió
fuerza para concebir; y dio a luz aún fuera del tiempo de la
edad porque creyó que era fiel quien lo había prometido”.
(v. 11). Hay cinco cosas en las que nuestra atención debe
centrarse:
1. En primer lugar, los obstáculos de su fe: la esterilidad, la
vejez y la incredulidad
2. En segundo lugar, el efecto de su fe: “recibió fuerza para
concebir”
3. En tercer lugar, la constancia de su fe: ella confiaba en
Dios para una verdadera liberación, el nacimiento de su
hijo.
4. En cuarto lugar, el fundamento de su fe: descansó sobre
la veracidad de la promesa divina
5. En quinto lugar, el fruto de su fe: la numerosa posteridad
que salió de su hijo Isaac

“Por la fe también Sara”, no hay razón alguna para pensar,


como lo han sugerido algunos comentaristas, que aquí se
39
Traducido y adaptado de Pink, Arthur. An exposition of Hebrews.
Estraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_062.htm
En: Julio 08 de 2011.
95
habla solamente de la fe de Abraham, pues, la misma frase
que se ha usado para referirse a la fe de Abel, Enoc o Noé
se utiliza para referirse específicamente a Sara. Es muy
probable que la palabra “también” se haya introducido con
un doble propósito. Primero, para contrarrestar y corregir
cualquier error que podría suponer que las mujeres estaban
excluidas de las bendiciones y los privilegios de la gracia.
Es cierto que en la esfera oficial Dios les ha prohibido
ocupar el lugar de liderazgo o usurpar la autoridad sobre los
hombres, por lo que se les manda a guardar silencio en las
iglesias (1 Cor. 14:34), no se les permite enseñar a grupos
donde hay hombres y mujeres (1 Tim. 2:12), y se les ordena
que se sujeten a sus maridos (Ef. 5:22). Pero en la esfera
espiritual desaparecen todas estas diferencias, porque “Ya
no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay
varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús” (Gál. 3:28), y por lo tanto, el marido creyente y la
esposa creyente son coherederos de la gracia divina (1
Ped. 3:7).
En segundo lugar, la palabra “también” se agregó para
hacernos ver que las mujeres, como Sara, pueden ejercer la
misma fe que tuvo Abraham. Sara también dejó a Ur de
Caldea, ella también viajó con Abraham a Canaán y habitó
con él también en tiendas de campaña. No solo eso, sino
que también ella tuvo la fe personal en el Dios vivo. Y esto
es así porque ella también estuvo preocupada por la
revelación divina que había recibido su esposo Abraham, y
ella participó de las dificultades que debieron afrontar para
la realización de la promesa. La bendición de la simiente
prometida fue asignada tanto a Abraham como a Sara y en
consecuencia a ella se le presenta como ejemplo para la
iglesia: “Porque así también se ataviaban en otro tiempo
aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando
sujetas a sus maridos, como Sara obedecía a Abraham,
llamándole señor, de la cual vosotras habéis venido a ser
96
hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza” (1 Ped.
3:5-6). John Owen dijo: “Así como Abraham llegó a ser el
padre de los fieles, o de la iglesia, de la misma manera Sara
es madre de ella. Ella fue la mujer libre de la que nació la
iglesia (Gál. 4:22-23), y todas las mujeres que creen son sus
hijas (1 Ped. 3:6)”40.

“Por la fe también la misma Sara… recibió fuerza”. No fue


solamente por la fe de su marido que recibió bendición,
sino que ella misma ejerció la fe y recibió fuerza, y esto a
pesar de los reales y formidables obstáculos que se
levantaban en contra del ejercicio de la fe. Estos obstáculos,
como hemos señalado, eran tres: en primer lugar, ella no
había tenido hijos en sus años de juventud. Génesis 11:30
nos dice “Más Sara era estéril…”, y Génesis 16:1 “Sarai,
mujer de Abram no le daba hijos…”. En segundo lugar,
Sara ya se encontraba en la vejez, en una edad en la cual no
es posible tener hijos, porque como dice Génesis 17:17 “¿Y
Sara, ya de noventa años, ha de concebir?”. En tercer
lugar, la incredulidad que se interponía para creer en la
promesa, pues, la incredulidad carnal le persuadía de que en
tales condiciones físicas le era imposible a una mujer
anciana tener un hijo, y mucho menos un hijo saludable,
pues, los científicos nos dicen que los hijos nacidos de
padres con avanzada edad pueden traer muchas
malformaciones. En Génesis 18 vemos cómo Sara, al
escuchar las palabras de los ángeles que prometen a
Abraham tener un hijo a través de ella, se ríe a causa de la
incredulidad: “Y le dijeron (los ángeles): ¿Dónde está Sara
tu mujer? Y él respondió: Aquí en la tienda. Entonces dijo:
De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí
40
Traducido y adaptado de Pink, Arthur. An exposition of Hebrews.
Estraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_062.htm
En: Julio 08 de 2011.
97
que Sara tu mujer tendrá un hijo. Y Sara escuchaba a la
puerta de la tienda, que estaba detrás de él. Y Abraham y
Sara eran viejos, de edad avanzada; y a Sara le había
cesado ya la costumbre de las mujeres. Se rió, pues, Sara
entre sí, diciendo: ¿Después que he envejecido tendré
deleite, siendo también mi señor ya viejo?” (Gén. 18:9-12).
La risa de Sara fue de duda y desconfianza. Ella dijo: “He
envejecido”, además el Señor la reprendió por su
incredulidad: “Entonces Jehová dijo a Abraham: ¿porqué
se ha reído Sara diciendo. Será cierto que he de dar a luz
siendo ya vieja? ¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al
tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida,
Sara tendrá un hijo” (Gén. 18:13-14). Cuando Sara se vio
descubierta por el ojo escrutador de Dios “negó diciendo:
No me reí, porque tuvo miedo. Y él dijo: No es así, sino que
te has reído” (18:15). Siempre lo incorrecto conduce a la
vergüenza, pero se añade más vergüenza cuando negamos
lo que hemos hecho. Es un pecado dar paso a la
incredulidad, pero se añade iniquidad cuando tratamos de
cubrirla con una mentira.
Aunque Sara tuvo brotes de incredulidad,
momentáneamente, no obstante, cuando leemos Hebreos 11
y Génesis 18, nos damos cuenta que después que el Señor
reprendió la incredulidad de Sara, y ella se dio cuenta de
que la promesa provenía directamente de Dios, su fe se
puso en ejercicio y no dudó más, sino que creyó. Debido a
que su risa llegó desde la debilidad, más no del consciente
desprecio a la Palabra de Dios, el Señor no la hirió a ella,
como si hizo con la incredulidad de Zacarias el padre de
Juan el Bautista: “Y ahora quedarás mudo, y no podrás
hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no
creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo”
(Luc. 1:20).
Muchas son las lecciones que se pueden aprender de este
incidente. Muchas veces la palabra no surte efecto
98
inmediatamente. No lo hizo en el caso de Sara, a pesar de
que creyó después, se echó a reír en un primer momento.
Solo cuando la promesa divina fue repetida su fe comenzó
a actuar. Padres cristianos que están desalentados por la
falta de éxito en su labor, o predicadores que no pueden ver
los frutos de su trabajo, deben poner su corazón en esta
verdad. Una vez más, vemos aquí que antes que la fe se
establezca firmemente, a menudo hay conflictos que
enfrentar: “¿Será cierto que he de dar a luz siendo vieja? –
la razón se opuso a la promesa. Así como cuando se
enciende un fuego, el humo se ve antes que la llama, de la
misma manera, antes de que el corazón se base en la
Palabra de Dios, por lo general hay duda y miedo.
En los dos pasajes que estamos estudiando en Hebreos
vemos, una vez más, cómo la gracia de Dios oculta los
defectos de sus hijos: No se dice nada de la mentira de
Rahab la ramera (11:31), de la impaciencia de Job (Stg.
5:11), ni aquí se menciona la risa de incredulidad de Sara.
Veamos lo que aquí se atribuye a la fe de Sara: “recibió
fuerza para concebir”. Obtuvo lo que antes no estaba en
ella. Su naturaleza fue restaurada para llevar a cabo las
funciones normales de la procreación. Su vientre muerto
fue vivificado sobrenaturalmente. En respuesta a su fe, el
Omnipotente hizo en Sara lo que había hecho a Abraham
en respuesta a su confianza en Él: “(Te he puesto por padre
de muchas gentes), delante de Dios, a quien creyó, el cual
da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como
si fuesen. El creyó en esperanza contra esperanza, para
llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se
le había dicho. Así será tu descendencia” (Ro. 4:17).
Todas las cosas son posibles para Dios (Mr. 10:27), si, y
también es cierto que “al que cree todo lo es posible” (Mr.
9:23). El incidente de Sara es una bendita y poderosa
ilustración de cómo esta verdad es una realidad para el
creyente. Que este ejemplo motive a nuestros corazones
99
para que oremos insistentemente pidiendo a Dios que
aumente nuestra fe. Lo que más glorifica a Dios es que lo
miremos a él con plena confianza para que él trabaje a
través de nosotros y haga producir los frutos que nuestra
naturaleza humana, por sí misma, no puede dar.

“Y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad”. Sara dio a


luz un hijo, por la fe. De la misma manera que como
recibió la promesa, como recibió fuerzas para mantenerse
en ella, así vio su cumplimiento, a través de la fe. La
verdadera fe no solo se apropia de la promesa, sino que
sigue descansando en la misma, hasta que cree haberla
alcanzado. Este principio se enuncia en Hebreos 3.14 y
Hebreos 10:35 “Porque somos hechos participantes de
Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra
confianza del principio” “No perdáis, pues, vuestra
confianza”. Muchos se esfuerzan por echar mano de una
promesa divina, pero en el intervalo de la espera y de las
pruebas de la fe, renuncian a ella. Por eso Cristo dijo: “…si
tuviereis fe, y no dudareis, no solo haréis esto…” (Mt.
21:21). No debemos darle cabida a la duda, ni cuando se
recibe la promesa, ni en el tiempo de espera.
“Y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad”. Esta cláusula
se añade con el fin de mostrar el gran milagro que Dios tan
generosamente hizo en respuesta a la fe de Sara. ¡Qué
grande es la gloria de su poder! Y se ha escrito para nuestro
aliento. Nos muestra que ninguna dificultad u obstáculo
puede causar la incredulidad frente a la promesa. Dios no
está atado a las leyes de la naturaleza, ni limitado por
ninguna causa secundaria. Que su Su Palabra es superior a
la naturaleza. Él sacó agua de una roca, hizo flotar un hacha
de hierro (2 Rey. 6:6). Estas cosas deberían llamar la
atención de los cristianos, para que aprendamos a esperar
en Dios con plena confianza, inconmovibles frente a las
situaciones extremas. Para el mayor de los problemas e
100
impedimentos, entonces se requiere una mayor fe. El
corazón del creyente dice: este es un momento adecuado
para la fe, ahora que todas las fuerzas de la criatura se han
acabado es una gran oportunidad para contar con Dios, para
que él muestre su poder. Dios hizo lo que no podía ser, Él
hizo que una mujer de noventa años tuviera un hijo, una
cosa totalmente contraria a la naturaleza, y entonces, con
seguridad, puedo esperar que él hará maravillas para mí
también.

“porque creyó que era fiel quien lo había prometido”.


Aquí está el secreto de todo el asunto. Aquí estaba la base
de la confianza de Sara, la base sobre la que descansaba su
fe. La promesa del Señor no se veía a través de la niebla de
obstáculos, pero ella veía los obstáculos y las dificultades a
través de la clara luz de las promesas de Dios.
El acto que aquí se le atribuye a Sara es creer, dar por
contado que Dios es fiel; ella tenía en alta estima la
reputación de Dios. Dios le había dicho y ella había oído, a
pesar de que todo indicaba lo imposible que era el
cumplimiento de la promesa, ella creyó firmemente.
Debemos tener en cuenta que la fe de Sara fue más allá de
la promesa; mientras su mente estaba fija en la cosa
prometida, a ella le parecía completamente increíble e
imposible, pero cuando su pensamiento dejó de enfocarse
en las causas secundarias, y los fijó en Dios, ya las
dificultades no le molestaban: su corazón reposaba en Dios.
Por medio de la constante meditación en el carácter de Dios
la fe es alimentada y fortalecida para esperar la bendición a
pesar de todas las aparentes dificultades e imposibilidades.
Solo cuando el corazón mira las perfecciones de Dios la fe
puede prevalecer.
Si queremos tener una expectativa segura de poder disfrutar
de las promesas divinas, entonces nuestro corazón debe
descansar sobre la veracidad, la inmutabilidad y la
101
omnipotencia de Dios. El objeto primordial de la fe no es la
cosa prometida, sino Dios mismo, sus perfecciones, su
verdad, su fidelidad. El hombre cuya mente permanece
centrada en Dios es el que goza de la verdadera paz: “Tú
guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti
persevera; porque en ti ha confiado” (Is. 26:3). El que
contempla con gozo a Dios, es guardado de la duda y la
vacilación, de manera que se mantiene plenamente
confiado en las promesas divinas.

“Por lo cual también, de uno, y ése ya casi muerto,


salieron como las estrellas del cielo en multitud, y como
la arena innumerable que está a la orilla del mar” (Heb.
11:12). En este verso vemos que, aunque el autor sagrado
incluye a Sara también como poseedora de verdadera fe, no
obstante, el tema principal que viene desarrollando, es la fe
de Abraham. A pesar de todos los obstáculos y dificultades
que, en apariencia, eran impedimento para el cumplimiento
de la promesa dada a Abraham, de que sería padre de una
numerosa nación; por medio de la fe, pudieron ver lo que
sería el inicio del cumplimiento de esta promesa, pues, a
través del hijo nacido de dos padres que, por la edad
avanzada en la que se encontraban, tenían muertas sus
facultades reproductivas, surgiría una nación que llegó a ser
muy grande en número. Pero lo más importante es que, por
la fe que estaba en Abraham y Sara, Dios trajo al Cristo, al
Mesías, a Jesús, quien, en la carne, es descendiente del hijo
nacido en la vejez, es decir, de Isaac.
Ahora, en las Sagradas Escrituras muchas veces se utilizan
hipérboles, con el fin de enfatizar alguna verdad. En este
caso el autor usa una hipérbole cuando dice: “salieron
como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena
innumerable que está a la orilla del mar”. Lo cierto es que
la descendencia de Abraham, por la línea de la fe, no solo
incluye a los judíos creyentes, sino a todos los que, a través
102
de la fe en Cristo, somos constituidos hijos de Abraham: “Y
si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham
sois, y herederos según la promesa” (Gal. 3:29). “Sabed,
por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de
Abraham” (Gál. 3:7).
Al final, cuando entremos al estado eterno de gloria, Dios
reunirá a todos los que han tenido la fe perseverante que
caracterizó a Abraham, los cuales son “una multitud, la
cual nadie contar, de todas las naciones y tribus y pueblos
y lenguas…” (Ap. 7:9) y éstos, teniendo la misma fe, fueron
considerados hijos de Abraham. ¿Quién puede calcular los
frutos de la fe? ¿Quién puede decir cuántas vidas pueden
verse afectadas benéficamente, en las próximas
generaciones, a través de nuestra fe en la actualidad?
Pensar en estas cosas es maravilloso y debiera conducirnos
a llorar y clamar con insistencia “Señor, aumenta nuestra
fe” para la alabanza de la gloria de tu gracia. Amén.

Aplicaciones:
- El ejemplo de Sara, quien recibió fuerzas físicas a través
de la fe, forma parte de las Sagradas Escrituras para nuestra
instrucción y aliento. La fe trabajó produciendo vigor en el
cuerpo desgastado de Sara. ¿No está escrito “Pero los que
esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas
como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y
no se fatigarán” (Is. 40:31)? ¿Crees tú esto? ¿Estamos
actuando como si lo creyéramos? Muchas veces los
ministros nos sentimos agotados por el mucho trabajo,
preparar predicaciones y estudios bíblicos, atender a los
hermanos en consejería, organizar las actividades de la
iglesia, estar con la familia, entre otras ocupaciones, pero
cuando sentimos que ya no podremos continuar más, la
fuerza del Señor nos alienta. Hermanos, es posible que
ustedes se hayan sentido agotados, tanto física como
emocionalmente, frente a las muchas dificultades que trae
103
la vida, y en ocasiones has pensado claudicar, abandonar
todo esfuerzo y hundirte en la desesperación, pero recuerda
que Sara, a través de la fe, recibió las fuerzas que su cuerpo
y alma necesitaba. Si Dios ha prometido suplir toda nuestra
necesidad (Fil. 4:19) ¿Por qué entonces no habremos de
esperar y fortalecernos en él? Hermanos, “… el ejercicio
corporal para poco es provechoso, pero la piedad para
todo aprovecha, pues tiene promesa de esta vida presente,
y de la venidera” (1 Tim. 4:8). La piedad es rentable tanto
para el cuerpo como para el alma. A pesar de que
reprobamos lo que hoy día se llama “la sanidad por fe”, es
decir, la doctrina que algunos enseñan respecto a que los
cristianos no deben acudir a la ciencia médica debido a que
confían en Dios para una curación sobrenatural, sin
embargo, tampoco estamos de acuerdo con aquellos que
desdeñan a los que buscan a Dios para que supla sus
necesidades físicas. En el capítulo 11 de Hebreos también
se habla de los que “sacaron fuerzas de debilidad, se
hicieron fuertes en batalla” (v. 34). Dice el comentarista
bautista Arthur Pink que “es muy triste ver a muchos de los
queridos hijos de Dios que viven muy por debajo de sus
privilegios. Es cierto que muchos se encuentran bajo la
mano castigadora de Dios, pero esto no debería ser así.
Debe buscarse la causa, debemos apartarnos del mal,
confesar el pecado, buscar con diligencia la restauración
espiritual y la temporal”41.
- Pero las aplicaciones no solo deben relacionarse con el
cuerpo físico, pues, aunque esta debe ser la primera
aplicación, no obstante, también hay una aplicación más
alta y relevante para el alma, para lo espiritual: Más de un
cristiano experimenta cansancio y debilidad espiritual, lo
41
Traducido y adaptado de Pink, Arthur. An exposition of Hebrews.
Estraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_062.htm
En: Julio 08 de 2011.
104
cual es común, de vez en cuando, pero es necesario echar
mano de las fuerzas del Señor con toda diligencia, como si
pudiéramos arrebatar las fuerzas del Señor (Is. 27:5). En
últimas, no es más que la falta de fe lo que permite a la
“carne” impedir que crezcamos espiritualmente y se
produzcan los frutos de la santidad evangélica. No te
desesperes por tu fragilidad personal, o las debilidades que
traes contigo, sigue adelante en la fuerza de Dios,
fortalécete en fe, recuerda lo que te ordena la Palabra de
Dios: “…hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el
poder de su fuerza” (Ef. 6:10). Escucha la promesa divina,
y convierte esto en un motivo de oración, en fe: “Y aunque
tu principio haya sido pequeño, tu postrer estado será muy
grande” (Job. 8:7). Es posible que usted diga: “Ah, pero esa
experiencia no es para mí, yo soy tan indigno, tan
indefenso, me siento sin vida y apático a las cosas
espirituales. Pero no olvides que eso también sucedió con
Sara. Sin embargo, por la fe, ella recibió fuerzas. Y,
querido amigo, la fe no se ocupa de uno mismo, o no mira a
sí mismo, sino que la fe se ocupa de Dios. Abraham no
ejerció su fe “para considerar su propio cuerpo, que
estaba ya como muerto (siendo de casi cien años), o la
esterilidad de la matriz de Sara” (Ro. 4:19). Cada uno de
ellos miró hacia otro, fuera de sí mismo, y contaban con
que Dios obraría un milagro, y Dios no les falló. Él se ha
comprometido a honrar a aquellos que le honran (1 Sam.
2:30), de manera que estos honores prometidos deben ser
un motivo de plena confianza. Él siempre responde a la fe.
No hay razón para seguir siendo débiles y apáticos. Es
cierto que sin Cristo no puedes hacer nada, pero hay una
infinita plenitud en él que usted puede aprovechar (Jn.
1:16). Que a partir de hoy tu actitud sea: “Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Recuerda que puedes
contar con Él: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia
que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 2:1).
105
106
La fe perseverante anhela lo mejor

Hebreos 11:13-16

Introducción:
Hasta este momento nuestro autor ha descrito los actos
destacados de la fe perseverante de los primeros miembros
de la familia de la fe: Abel fue aceptado por Dios con base
en su fe, que creyó, no en los méritos de su ofrenda, sino en
la perfección del sacrificio de Cristo. Enoc anduvo en el
camino de la fe, conociendo y amando a Dios, a tal punto
que el Señor deseó tenerlo consigo para siempre. Todos los
creyentes, inmediatamente confían en Cristo para su
salvación, empiezan a transitar la senda de la fe, donde el
principal objetivo es conocer a Dios de manera personal e
íntima, y conociéndole, anhelamos más y más estar con él.
Noé representa al cristiano que, habiendo recibido el don de
la fe, confiando en Cristo y transitando en ese camino,
obedece los mandamientos de Dios. Noé, por la fe,
obedeció a Dios y fue librado de la destrucción. Abraham,
siendo el padre de los creyentes, nos es presentado como
ejemplo de la vida de fe – desde el comienzo hasta el final.
La fe comienza con el llamado que el Espíritu Santo hace al
incrédulo a través del evangelio – Abraham fue llamado por
Dios estando en medio de gente idolátrica y él respondió
dejando su casa; la fe es activa y obediente, de manera que
no nos deja estar ociosos en los asuntos del Reino –
Abraham abandonó su residencia para andar el camino de
la fe, sin saber para dónde iba. La fe confía plenamente en
107
la promesa divina, así se levanten formidables obstáculos y
logra alcanzar la promesa – Abraham y Sara permanecieron
creyendo en la promesa divina que les aseguró tener un
hijo, aunque los grandes obstáculos de la incredulidad, la
vejez y la esterilidad se levantaron como poderosos
gigantes, venciendo ellos, por medio de la fe, estos
impedimentos, y habiendo recibido la promesa de tener un
hijo.
Así que, en lo visto hasta ahora, comprendemos que la fe
perseverante se caracteriza por:
- Tener un comienzo en la vida del creyente, cuando este
logra comprender que sus mejores acciones no son
agradables delante de Dios, sino que confía solamente en el
sacrificio expiatorio del mesías prometido, es decir, de
Cristo. Esta fe es un don sobrenatural que procede del cielo.
- Antes de volverse activa en trabajos para el Reino de
Dios, empieza el camino del conocer íntimamente a Dios,
pues el objeto principal de la fe no son las promesas, sino el
Dios que da las promesas.
- Pero la fe también es activa, ella obedece el llamado
divino y se alegra en conocer y obedecer los mandamientos
de Dios.
- Siendo así que la fe persevera en medio de los obstáculos
y grandes impedimentos que nuestros ojos físicos ven para
que se pueda alcanzar la promesa, logramos asir aquello
para lo que fuimos llamados, recibiendo lo prometido.
En los versos 13 al 16 nuestro autor sagrado nos enseña que
el objeto principal de la fe perseverante no son los goces y
bendiciones temporales de este mundo, sino la gloria eterna
celestial. Y también nos muestra que la fe perseverante no
puede ser vencida por el diablo, que siendo ella un don de
Dios, entonces nunca se puede perder, sino que se mantiene
incólume hasta el fin.

108
“Conforme a la fe murieron todos éstos…” v. 13. “Estos”
hace referencia a todos los personajes del Antiguo
Testamento que ya han sido mencionados por el autor, es
decir, Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, Isaac y Jacob,
aunque, es muy posible que de manera especial se trate de
Abraham, Sara, Isaac y Jacob, los cuales murieron sin ver
el cumplimiento de tener una numerosa descendencia
prometida. No obstante, hay un sentido general en el cual
esta aclaración parentética que hace el autor en los versos
13 al 16, aplica a todos los héroes de la fe del Antiguo
Testamento, y en cierto sentido, a todos los del Nuevo
Testamento.
El autor dice que “éstos” murieron conforme a la fe. El
encuentro con la muerte es algo inevitable para todo ser
humano, pues, “está establecido para los hombres que
mueran una sola vez…” (Heb. 9:27). Exceptuando a Enoc,
quien fue traspuesto por Dios, y a Elías, quien fue
arrebatado al cielo, todos los hombres deben pasar por el
valle de la muerte, incluyendo a los héroes de la fe.
Ahora, algo que caracterizó a estos héroes, es que murieron
conforme a la fe, es decir, todos estuvieron viviendo por la
fe hasta la muerte. No pudieron vivir ni un minuto en esta
tierra sin esa preciosa fe que les fue dada como don del
cielo. Aunque pasaron por momentos de incredulidad,
especialmente cuando se levantaban grandes obstáculos que
hacían temblar la fe, no obstante, siendo una fe
sobrenatural, ella perseveró hasta el fin. “Conforme a la fe
murieron todos éstos”, significa que ellos perseveraron
hasta el fin, y por lo tanto, fueron contados en el número de
los redimidos.
Aunque las dudas vinieron en ocasiones, no obstante su fe
fue firme y continuaron siempre mirando al invisible, de
manera que nunca en ellos se encontró el camino de la
apostasía, porque no son “de los que retroceden para
perdición, sino de los que tienen fe para preservación del
109
alma” (Heb. 10:39). Ellos demostraron tener la fe
salvadora, la cual nos acompaña, no por un tiempo, sino por
siempre, hasta la misma muerte: “Más el que perseverare
hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 24:13).

“Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido


lo prometido”. Abraham, Isaac y Jacob solo pudieron ver el
nacimiento de sus hijos y nietos, pero nunca vieron la
multitud incontable de descendientes, ni tampoco vieron a
la gran nación que surgiría de ellos, ni vieron que ellos
habitaban en Canaán como gobernantes y ciudadanos de la
misma, pues, todos ellos murieron y los canaanitas
continuaban señoreando sobre esas tierras. No obstante,
teniendo en cuenta el verso 16, lo que el autor quiere
resaltar es que estos héroes de la fe no pudieron ver en vida
el cumplimiento de las promesas eternas, de la bendición
completa y perfecta que vendría a través de la cimiente
prometida a Eva y luego a Abraham: Jesús. Ellos vivieron
creyendo que verían el cumplimiento de esta promesa, pero
murieron sin verla con los ojos físicos, más lo
contemplaron por la fe. Al respecto Juan Calvino dice:
“Aunque Dios concedió a los padres solamente un paladeo
de esa gracia que abundantemente ha sido derramada sobre
nosotros; aunque él les mostró, solo a distancia, una
obscura representación de Cristo, el cual ahora nos ha sido
manifestado claramente, con todo, ellos quedaron
satisfechos y jamás se apartaron de su fe: ¡Cuánto mayor y
más poderosa razón tenemos nosotros ahora para
perseverar! Si desmayamos seremos doblemente
culpables”42. A través de los sacrificios de animales en los
altares ellos pudieron ver, en sombras, al Mesías que les
traería las bendiciones celestiales, pero nosotros, los
creyentes del Nuevo Testamento, ya no lo vemos en

42
Calvino, Juan. Hebreos. Página 247
110
sombras, sino que, aunque también por la fe, lo
contemplamos como el verdadero Cordero de Dios que fue
inmolado por nuestro pecado, y cuyo registro fiel ha
quedado en las Sagradas Escrituras.

“sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo…”.


Los héroes de la fe no alcanzaron a ver el cumplimiento
completo de las promesas, pues, aunque Abraham y Sara
vieron el nacimiento del hijo prometido, no vieron la
numerosa descendencia que tendrían, y solamente de lejos
vieron a la simiente que les traería la completa salvación, a
través de la cual todas las naciones serían bendecidas.
Abraham, y todos los creyentes del Antiguo Testamento,
pudieron ver a lo lejos, por la fe, el cumplimiento de esta
promesa y se gozaron en Cristo: “Abraham vuestro padre
se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (Jn.
8:56).
La verdadera fe perseverante no se limita a las cosas
tangibles que se pueden palpar, sino que, como ya dijo el
autor en el verso 1, “es la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve”. Los héroes de la fe vieron
con los ojos del alma el cumplimiento de la reina de las
promesas, aquella que movía sus vidas y les llenaba de
valor, de esperanza y consuelo, es decir, la promesa de la
cimiente que aplastaría la cabeza de la serpiente, es decir, la
promesa de la venida de Cristo.

“y confesando que eran extranjeros43 y peregrinos sobre


la tierra”. Dios le había prometido a Abraham que le daría
43
Se utiliza la palabra griega xenoi, la cual significa extraño o
extranjero. De esta raíz proviene nuestra palabra castellana xenofobia.
Lo cual indica que estos héroes de la fe aprendieron a sufrir las
consecuencias de vivir como extranjero, es decir, en tierra ajena, pues,
muchas veces se les miraba con desprecio, con odio y cierta
suspicacia. A veces la palabra xenos significaba “refugiados”.
111
la tierra de Canaán como herencia para él y su numerosa
descendencia. Abraham salió confiado en la palabra divina
y esperó pacientemente el cumplimiento de la misma, pero
pasaron los años y él simplemente era un extranjero en esa
tierra habitada por los canaanitas, y no solamente esto, sino
que era un peregrino quien cambiaba su residencia
frecuentemente, yendo de un lugar a otro. No obstante, no
desmayó en su fe, sino que la ejercitó hasta que le
acompañó el último suspiro de vida. Si un amigo cercano le
hubiese preguntando, estando en lecho de la muerte:
“Abraham, ¿aún sigues creyendo que Dios te dará a ti y a tu
descendencia esta tierra en posesión?”, el respondería. Sí,
estoy convencido de ello. - “Pero Abraham, estás en el
lecho de la muerte, solo te quedan unos minutos de vida,
¿Aún crees que Dios te dará esta tierra en heredad? –
Abraham respondería sin titubear: “Sí, creo que Dios me la
dará, por qué Él es fiel y ninguna de sus promesas cae a
tierra”. – Pero, estás a punto de morir y no vemos la
posibilidad de que en los próximos minutos se dé un
cambio tan radical en Canaán como para pensar que todo
esto llegue a ser tuyo – Abraham respondería: “Así como
Dios hizo que naciera la vida de dos cuerpos ya casi
muertos, así como hizo todo lo creado de la nada, se que él
hará lo que para ustedes es imposible, porque el Dios que
me llamó cuando estaba en Ur de Caldea es el Dios de las
cosas imposibles, y moriré creyendo que él cumplirá en mí
y en mis descendientes esta promesa”. La fe no se agota
nunca, y ella habita en el ambiente de lo no recibido de
manera tangible, por lo contrario ella madura, crece y se
siente cómoda, en lo que no puede ver y no puede sentir, y
por lo general, el creyente muere sin haber recibido de
manera plena lo prometido, pero gozándose en ver el
cumplimiento, a lo lejos.
Ellos confesaron o declararon su condición de peregrinos
en este mundo: “Y se levantó Abraham de delante de su
112
muerta, y habló a los hijos de Het, diciendo: Extranjero y
forastero soy entre vosotros…” (Gén. 23:4-5). De la misma
manera Jacob confesó que era un peregrino: “Y Jacob
respondió a Faraón: los días de los años de mi
peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han
sido los días de los años de mi vida” (Gén. 47:9).
Aprovechando la claridad de la Palabra, quiero advertir a
aquellos hermanos que, influenciados por la sectaria
teología de la “prosperidad” y de la “palabra de fe”, tratan
de usar un lenguaje “de fe”, pero que en nada está de
acuerdo con las enseñanzas que la Biblia da sobre este
tema. Algunos maestros de esta corriente sectaria les dicen
a los creyentes que ellos no pueden confesar cosas
negativas, es decir, no pueden confesar que son pecadores,
o que son débiles, o que son pobres, o que tienen
problemas, o que tienen temor de algunas cosas, o que
están enfermos. Bueno, estas enseñanzas están más
relacionadas con la Nueva Era que con la fe cristiana. Pues,
aunque los héroes de la fe vivieron por fe, y a través de esa
fe ellos se gozaron en ver el cumplimiento de las promesas
a lo lejos, no obstante, también ellos reconocieron sus
debilidades, temores y la realidad terrena en la cual vivían.
Si Abraham hubiese estado de acuerdo con la moderna
teología de la “super-fe”, o de la “confesión positiva”,
jamás hubiese confesado que era extranjero y peregrino en
la tierra que, de manera segura, le había sido
verdaderamente prometida por Dios, no obstante, y para
que veamos que esta no fue una confesión pecaminosa o
falta de fe, el autor de Hebreos la pone como un ejemplo
digno de imitar para todos los creyentes. La tierra nos será
dada en heredad, pero confesamos que somos peregrinos en
ella, tal y como lo dice el apóstol Pedro: “Amados, yo os
ruego como a extranjeros y peregrinos…” (1 P. 2:11).
“Los patriarcas fueron toda la vida personas que no tenían
un lugar fijo que pudieran llamar su hogar. Eso era una
113
cosa humillante en los tiempos antiguos, y aún lo sigue
siendo en muchos lugares. Era llevar siempre un estigma.
En la Carta de Aristea se dice: <Es magnífico vivir y morir
en la tierra donde se ha nacido; una tierra extranjera
produce desprecio a los pobres y vergüenza a los ricos,
porque siempre se tiene la sospecha de que los habrán
desterrado por algo malo que han hecho>”44.

“Porque los que esto dicen, claramente dan a entender


que buscan una patria” v. 14.
Aquí el autor nos presenta algo que caracteriza a los
creyentes, lo cual, a la vez, establece una diferencia entre
dos clases de personas en este mundo, aquellos que se
aferran a lo terreno, y aquellos que anhelan lo mejor, es
decir, lo celestial. Los incrédulos aman a este mundo y se
aferran a las cosas materiales como si eso fuera el todo de
la vida, pero los creyentes, los hombres y mujeres de fe, no
tienen como propósito establecerse y arraigarse en este
mundo, sino que sus almas regeneradas anhelan el lugar
donde está la morada de Dios. De allí que Juan, el apóstol,
le dijera a la iglesia: “No améis al mundo, ni las cosas que
están en el mundo” (1 Jn. 2:15). Es posible que Abraham,
Isaac y Jacob hayan sido personas con muchas posesiones
terrenas porque sus corazones no estaban apegados a las
vanidades de este mundo, ellos habían aprendido que todas
las bendiciones terrenas no eran más que pasajeras y por lo
tanto, vivían no concentrados en el disfrute de las
comodidades mundanas, sino con la añoranza de entrar a la
patria celestial. “Abraham había sido llamado por el Dios
de la gloria que se le había aparecido (Hch. 7:2), por tanto,
cualquier gloria terrenal no era comparable con la gloria
celestial que Dios le había mostrado al aparecérsele. Lo
temporal había dejado de tener un valor definitivo, para

44
Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 915
114
trasladarlo, por la fe, a un plano muy superior reflejado en
una patria celestial y perpetua. Canaán no era el lugar
definitivo de su anhelo”45.
Esta falta de apego a las cosas terrenas no significa que
nuestra responsabilidad de “cultivar la tierra, sojuzgadla y
señorear sobre ella” (Gén. 1:28) ha cesado. Los cristianos
tenemos la responsabilidad de ser “sal y luz” en el mundo
(Mt. 5:13-16), por lo tanto, es nuestro deber cultivar la
tierra, culturizarla, convertirla en un lugar hermoso,
desarrollarla, y usar todos los recursos que Dios nos da para
que la vida aquí sea mejor. Pero, así el Señor nos conceda
el tener muchos bienes materiales, no obstante,
constantemente miramos hacia arriba, anhelantes de que
pronto entremos a nuestra verdadera patria.
Nuestra actitud, en medio del trabajo en este mundo, debe
ser como la de los extranjeros en una nación próspera,
como USA, los cuales están trabajando, y posiblemente
ganen buenos sueldos y tengan ciertas posesiones, pero
cuando piensan en su familia, cuando ven una foto de los
padres que dejaron en su país natal, o escuchan el himno
nacional de su patria, sus ojos se llenan de lágrimas y sus
corazones tienen un anhelo profundo por su patria. Los
cristianos anhelamos y suspiramos constantemente por
nuestra verdadera patria, pues, nuestra ciudadanía no es de
esta tierra: “Más nuestra ciudadanía está en los cielos, de
donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”
(Fil. 3:20).

“Pues si hubiesen estado pensando en aquella de donde


salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (v. 15).
Nuestro autor nos deja ver que los patriarcas, si hubiesen
querido, tenían todas las posibilidades de regresar a la tierra

45
Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo
Testamento. Hebreos. Página 647
115
de donde habían salido. Abraham conocía el camino de
regreso a Ur, pero prefirió vivir como extranjero en la tierra
prometida, en la tierra donde Dios quería que estuviera, y
no quería estar en el lugar de la comodidad terrena, pero
lejos de la voluntad de Dios. La fe quiere estar en el lugar
correcto, y el sitio correcto es la voluntad de Dios.

Contrario a esta actitud de fe están los Israelitas en el


desierto, los cuales sí desearon regresar a Egipto,
evidenciando con esto que una buena parte de los que
salieron de Egipto solo tenían la mirada puesta en la
promesa terrena, pero no estaban para nada interesados en
el Reino de Dios, en la promesa del mesías salvador, en la
salvación del alma; solo querían disfrutar de los bienes
materiales del Reino. Por lo tanto, cuando ellos se dan
cuenta que las bendiciones económicas o materiales no
llegan en el tiempo que esperaban, empiezan a dudar de la
promesa divina y anhelan regresar al mundo. Para ellos la
vida de fe significaba morir, mientras que para los hombres
de fe, los sufrimientos temporales de este mundo no son
más que medios usados por la gracia de Dios para
perfeccionarnos. “Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros
en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el
desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos
has sacado de Egipto? (Ex. 14:11).
De la misma manera que los Israelitas en el desierto,
algunas personas inician la vida cristiana, y profesan creer
en Cristo, pero buscan a Dios no porque anhelan deleitarse
en él, sino por las bendiciones terrenas que ellos creen
podrán obtener de Dios: salud física, prosperidad
económica, paz de sus enemigos, entre otros. Pero venir a
Cristo, o iniciar la vida cristiana, buscando simplemente
una comodidad temporal es ofender al Salvador y
exponerse a su desprecio. Esto fue lo que dijo Cristo a
algunas personas que lo buscaban con fervor: “Respondió
116
Jesús y les dijo: De cierto, de cierto os digo que me
buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque
comisteis el pan y os saciasteis. Trabajad, no por la
comida que perece, sino por la comida que a vida eterna
permanece, la cual el Hijo del hombre os dará; porque a
éste señaló Dios el Padre” (Jn. 6:26-27). La comida que
permanece para siempre es Cristo mismo. Las señales que
estaban viendo los judíos no se enfocaban en ellas mismas,
sino que ellas apuntaban a mostrar la gloria de Cristo.
Ellos, en vez de contemplar los milagros en sí mismos,
debían contemplar a Cristo, el que hacía las señales. Pero
no entendieron esto, y así como muchas personas que hoy
día se llaman cristianas, buscan a Jesús por los milagros o
las señales, pero no lo buscan porque quieren adorarle,
conocerle, obedecerle y deleitarse en él.
Manteniéndose en esta firme convicción de esperar la patria
que Dios le habría prometido, Abraham no permitió que su
hijo Isaac fuera a Caldea en búsqueda de esposa, sino que
envió a su siervo para que le trajera esposa: “Y dijo
Abraham a un criado suyo, el más viejo de su casa, que era
el que gobernaba en todo lo que tenía: Pon ahora tu mano
debajo de mi muslo, y te juramentaré por Jehová, Dios de
los cielos y Dios de la tierra, que no tomarás para mi hijo
mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo
habito; sino que irás a mi tierra y a mi parentela, y
tomarás mujer para mi hijo Isaac. El criado le respondió:
Quizá la mujer no querrá venir en pos de mí a esta tierra.
¿Volveré, pues, tu hijo a la tierra de donde saliste? Y
Abraham le dijo: guárdate que no vuelvas a mi hijo allá.
Jehová, Dios de los cielos, que me tomó de la casa de mi
padre y de la tierra de mi parentela, y me habló y me juró,
diciendo: A tu descendencia daré esta tierra; él enviará su
ángel delante de ti, y tú traerás de allá mujer para mi hijo”
(Gén. 24:2-7). Jacob, el nieto de Abraham, tuvo que viajar

117
a la tierra de Caldea para también buscar esposa, pero él no
se quedó allá, sino que regresó a la tierra de la promesa.

“Pero anhelaban una mejor, esto es celestial” (v. 16).


Aunque los patriarcas vivieron en la tierra prometida, sin
poseerla plenamente, y recibieron muchas bendiciones
materiales, no obstante prefirieron no sentirse
completamente satisfechos en esta tierra, despreciando las
glorias de este mundo, y anhelando las glorias celestiales.
“La Canaán terrenal y la Jerusalén terrenal no eran más que
lecciones objetivas temporarias que apuntaban al reposo
eterno de los santos, la bien fundada ciudad de Dios.
Aquellos que ponen su confianza en Dios reciben una
recompensa completa y esa recompensa no debe pertenecer
a este orden mundial transitorio sino al orden perdurable
que participa en la vida de Dios”46.
Esto no significa que los héroes de la fe fueron personas
ajenas al desarrollo de este mundo, que solo vivían
pensando en cosas celestiales. El creyente, aunque no es de
este mundo, en el sentido de que no se identifica con el
sistema de maldad que impera en él, no obstante, mientras
esté en este mundo tiene la responsabilidad de cultivar,
sojuzgar y señorear sobre él, de manera que trabajaremos
arduamente, e influenciaremos a la sociedad con los
principios escriturales para que la gloria de Dios cubra la
tierra. Pero no se nos debe olvidad nunca que somos
peregrinos: “La figura del forastero se ha convertido en la
representación de la vida cristiana. Tertuliano dijo del
cristiano: <Sabe que en la tierra no es más que un
peregrino; pero su dignidad está en el cielo>. Y Clemente
de Alejandría: <No tenemos patria en la tierra>. Y Agustín:
<Somos transeúntes exiliados de nuestra patria>”47.

46
Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 308-309
47
Barckay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 915
118
“Por lo cual, Dios no se avergüenza de llamarse Dios de
ellos; porque les ha preparado una ciudad” (v. 16). El
evangelio de Juan nos narra el encuentro que Jesús tuvo
con algunos judíos los cuales reclamaban ser hijos de Dios,
pero Jesús les demuestra que ellos, a pesar de que eran
depositarios de la Ley divina y de su pueblo habían salido
los profetas y los apóstoles, no obstante, no eran hijos de
Dios. Su incredulidad frente a Jesús demostraba que no
eran de la familia de la fe, por tanto Jesús les dice: “Si
vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amarías; porque
yo de Dios he salido. Vosotros sois de vuestro padre el
diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (Jn.
8:42, 44). Dios no acepta que sea llamado el Padre de
incrédulos. Todo aquel que se crea perteneciente a Dios
pero vive en incredulidad a su Palabra, el tal está usurpando
un título que solo le corresponde a los hijos de la fe. Todo
incrédulo que llame a Dios su padre, le causa vergüenza,
así como un hijo delincuente es causa de vergüenza para
sus padres.

Dios no es padre de todos, sino solo de los que son de la fe


de Jesucristo: “Más a todos los que le recibieron, a los que
creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de
Dios” (Jn. 1:12). No todos los hombres son hijos de Dios,
solo los que creen en su Hijo, los que tienen la fe puesta en
él reciben el inmenso honor de ser llamados hijos de Dios,
pues, Dios no es “Dios de muertos, sino de vivos” (Mt.
22:32), y todos los hombres están muertos “en delitos y
pecados” (Ef. 2:1), solo aquellos que creen de corazón en
Cristo y lo aceptan como Señor y Salvador han “pasado de
muerte a vida” (Jn. 5:24). Por lo tanto, Dios no siente
vergüenza de llamarse el Dios de los vivos, el Dios de los
creyentes. Abraham, Isaac, Jacob, todos ellos creyeron en
Cristo y esperaron la ciudad o la patria que él fue a preparar
119
para todos los que creen en él. Siendo así, que ellos creen
sin reservas en lo que Dios ha prometido, y esperan la
completa salvación y glorificación, entonces Dios se goza
en ser llamado el Dios de ellos: “Yo soy el Dios de
Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob” (Mt. 22:32),
pero también podemos seguir poniendo allí los nombres de
todos los creyentes en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento.

Aplicaciones:
- “Dios es el Dios de los vivos. Cualquiera que pone su fe
en Dios entra en esa patria celestial mencionada por el
escritor de la epístola. Y Dios no se avergüenza de ser su
Dios. ¡Qué honor ser llamados hijos de Dios! Dios nos
permite llevar su nombre porque él ya ha preparado un
lugar para nosotros. Somos privilegiados por encima de
todos porque “nuestra ciudadanía”, como dice Pablo, “está
en el cielo” (Fil. 3:20). Todos aquellos que por la fe
anhelan la ciudad celestial que Dios ha preparado, reciben
la ciudadanía celestial (Jn. 14:2; Ap. 21:2). <En
consecuencia llegamos a la conclusión de que no habrá
lugar para nosotros entre los hijos de Dios, a menos que
renunciemos al mundo, y que no habrá para nosotros
herencia en el cielo, a menos que seamos peregrinos sobre
la tierra”48.
- Hermanos, no seamos creyentes “rastreros”, apegados a
las cosas y a los bienes de este mundo, teniendo anhelos
que no quieren desprenderse de esta tierra, la cual será
destruida por el fuego. Por medio de la fe, miremos y
contemplemos las glorias de la ciudad celestial. Entre más
meditemos en nuestra verdadera patria, más extranjeros nos
sentiremos en esta tierra. Entre más meditemos en la gloria
de la Santa Sión, menos placer encontraremos en los

48
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 383
120
deleites mundanos, y cada día comprobaremos que lo que
el mundo da es solo miseria. “Más si ellos en espíritu,
rodeados por densas nubes, hicieron un vuelo al país
celestial, ¿Qué haremos nosotros ahora cuando Cristo
extiende su mano hacia nosotros, desde el cielo para
llevarnos a él? Si la tierra de Canaán no los embelesó,
¡cuánto más apartados de las cosas mundanas debemos ser
nosotros, ya que no tenemos prometido un dominio fijo en
este mundo!”49.
- Jesús dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado
mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62).
Los patriarcas conocieron esta verdad y ellos se
fortalecieron en fe para continuar adelante, sin mirar atrás,
sin posibilidad de retorno. Ellos fueron como el avión
cuando llega al punto sin retorno, que es ese momento del
vuelo en el cual es imposible devolverse al punto de inicio
porque las reservas del combustible no se lo permiten, y
necesariamente debe proseguir hacia su destino. Nosotros
los creyentes, cuando ponemos la fe en Cristo, y nos
declaramos sus seguidores, hemos empezado un vuelo sin
retorno hacia la ciudad celestial. Vivamos cada día como
ciudadanos del cielo en la tierra, mostrando a los hombres
las glorias del evangelio, a través de una vida práctica de la
fe, de la santidad, del amor.

49
Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 248
121
La Prueba de la fe.

Hebreos 11:17-19

Introducción:
Luego de un corto paréntesis en el cual el autor de la carta a
los Hebreos resaltó los verdaderos objetivos de la fe, los
cuales se centran, no en lo terreno, que es perecedero, sino
en lo celestial, prosigue en los versos 17 al 19 con el
testimonio del padre de los creyentes, es decir, con la fe de
Abraham.
Ya hemos visto que la fe de Abraham fue probada desde el
mismo principio. Recién fue llamado por el Evangelio,
Dios le pone la prueba de tener que salir de la comodidad
de su tierra para un lugar que no conoce, el cual le será
dado en heredad para él y su numerosa descendencia, pero
le tocará vivir y morir como extranjero y peregrino en la
misma.
Luego viene otra prueba, Dios le promete que tendrá una
numerosa descendencia a través de su esposa Sara, la cual
será innumerable, pero los dos son ya ancianos, y Sara no
había podido concebir hijos porque era estéril. A pesar de
este gigantesco obstáculo para que la promesa se cumpla,
Abraham y Sara permanecieron confiados en la promesa
divina, y por la fe en Dios recibieron fuerzas en sus
gastados cuerpos generándose la vida saludable de un hijo
que llevaría en sus lomos a toda la innumerable
descendencia prometida, de la cual vendría la verdadera
simiente que sería de bendición para todas las familias de la
tierra, es decir. Cristo el Mesías.

122
Ahora llegamos al culmen de la fe, a la prueba reina, al
punto ideal, es decir, la obediencia de la fe que nos lleva a
entregar totalmente lo que Dios nos ha dado a través de la
misma, de manera que nos gozamos solo en obedecerle a
Él.
A través de la fe Dios nos da el cumplimiento de sus
promesas, y por ella recibimos muchas gracias y
bendiciones, pero las cosas o bendiciones recibidas a través
de la fe nunca nos deben apresar, sino que ellas son vistas
como perteneciendo a Dios, y en el momento que él nos lo
pida le devolvemos lo recibido, lo hacemos con mucho
gozo, porque nuestro interés no son las bendiciones o cosas
que nos da la fe, sino que nuestro interés es tener a Dios
como máxima posesión, y cuando tenemos a Dios, entonces
Dios nos tiene a nosotros y le pertenecemos a él, con todo
lo que somos.
Hoy comprenderemos mucho mejor porqué Abraham
recibió la dignidad de ser llamado el padre de los creyentes.

“Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a


Isaac” (v. 17).
La vida de Abraham no fue muy fácil. Algunas personas
piensan que este patriarca disfrutó como un hijo del Rey
todas las comodidades de la vida terrena, pues, Dios le hizo
muy rico. Pero considero que pocos creyentes hoy día
quisieran realmente tener que soportar las pruebas por las
cuales pasó este hombre, pues, no solamente tuvo que vivir
y morir esperando que le fuera entregada la tierra
prometida, sin ver el cumplimiento, sino que tuvo que
esperar pacientemente 25 años, luego de recibir la promesa,
para ver nacer a su hijo, del cual vendría la innumerable
descendencia de la cual surgiría la nación de Israel.
Pero ahora llegamos a la prueba más grande. Abraham ya
es un anciano, y las fuerzas de la juventud han quedado
lejos, no obstante, cuando ya él cree que ha superado todas
123
las dificultades y ha escalado a la cúspide más alta de la
vida de fe, ¡oh sorpresa le tenía el Señor! Faltaba una
prueba más, y esta era más grande que todas las anteriores.
“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a
Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí.
Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y
vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre
uno de los montes que yo te diré”. (Gén. 22:1-2).
La prueba es dura, Dios le pide a Abraham que sacrifique a
su hijo Isaac en holocausto. Esta prueba fue más grande
que las demás por las siguientes razones:
- Más de 25 años le había tocado esperar a Abraham para
ver el nacimiento de Isaac, luchando en contra de grandes
obstáculos que hacían parecer imposible el cumplimiento
de esta promesa debido a la edad avanzada de Abraham y
Sara, sumado a la esterilidad de esta. Fueron 25 años de
larga espera, de prueba para la fe, y ahora que se ha
cumplido Dios le pide que lo sacrifique, es decir, que se lo
devuelva.
- Dios le había dicho a Abraham que la nación que surgiría
de él, la cual sería de bendición para todas las familias de la
tierra, vendría solamente a través de Isaac. “…porque en
Isaac te será llamada descendencia” (Gén. 21:12).
- De manera que el corazón de Abraham estaba prendado a
este su unigénito por lo doloroso de la larga espera para ver
su nacimiento (podríamos decir, sin identificarnos con la
falsa teología del embarazo de la fe propuesta por un
predicador Coreano, que fue un embarazo de 25 años), y
también por lo que Isaac significaba en la expectativa de
Abraham de convertirse en una nación.
- Los tres días del viaje de Abraham hacia Moriah debieron
ser de gran sufrimiento, especialmente porque este santo
varón sabía que Dios prohíbe el asesinato y él no es como
los falsos dioses paganos que exigen sacrificios humanos.
De manera que la mente de este santo varón debió albergar
124
muchas luchas en su interior. “!Cuán punzante debe haber
sido su angustia al tener continuamente frente a sus ojos a
su propio hijo, a quien ya había resuelto dar una muerte
cruenta! La muerte de un hijo bajo cualquier circunstancia
debe haber sido muy dolorosa y una muerte sangrienta debe
haber causado mayor dolor aún; pero cuando se le ordenó
matar a su propio hijo; aquello ciertamente debió haber sido
demasiado horroroso de soportar para un corazón de padre;
y mil veces debió haber desmayado, de no haberle elevado
su fe el corazón por encima del mundo”50.
Los tres días de viaje a Moriah se convirtieron, tal vez, en
el tiempo más difícil en toda la vida de Abraham. Vagar
por muchos años rumbo a la tierra de la herencia, habitar
como extranjero y peregrino en Canaán, esperar 25 años a
que naciera el niño, no era nada comparado con tener que
sacrificar al que le había sido dado por pura gracia, en los
años de su vejez. Aquel cuyo nombre significa “risa”,
porque había dado alegría a Sara en su vejez, ahora debía
ser devuelto al que lo dio. “Dios probó a Abraham para ver
si el amor del patriarca por Dios era más fuerte que su amor
paternal por su hijo Isaac. Si Dios hubiese tomado la vida
de Isaac a través de una muerte natural o aun accidental, la
fe de Abraham hubiera sido severamente probada. Pero
Dios le pidió a Abraham que tomase a Isaac y que con sus
propias manos matara a su hijo como sacrificio a Dios. Job
pudo decir: <El Señor dio y el Señor quitó> (1:21); pero
Abraham tendría que haber dicho: <El Señor me ha dado
un hijo y quiere que se lo devuelva como sacrificio>”51.
Cuando el autor de la carta a los Hebreos dice que Abraham
ofreció a Isaac, obviamente no está diciendo que lo llegó a
sacrificar, pues, cuando estaba listo para clavar el puñal en
el tierno cuerpo del muchacho, un ángel de Dios le gritó

50
Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 249
51
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 384
125
desde el cielo, diciendo: “Abraham, Abraham. No
extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada”
(Gén. 22:11-12). Entonces a qué se refiere cuando dice que
lo ofreció, como si fuera algo ya hecho. Aunque Abraham
no logró inmolar a su hijo, no obstante, su fe en Dios era
tan genuina y fuerte que, en su corazón, lo entregó a Dios.
Dios se lo pidió y él se lo entregó. Desde el primer
momento en el cual escuchó la petición del Creador, y
durante los largos y penosos tres días de viaje a Moriah,
Abraham tenía la firme intención de entregarlo en sacrificio
a Dios. “La fe demanda entrega plena y en la acción de
llevar a su hijo y colocarlo sobre el altar disponiéndose a
sacrificarlo, estaba ofreciendo la muerte de todas sus
esperanzas. El sacrificio de Isaac fue iniciado, pero
interrumpido, luego por Dios, de modo que potencialmente
se produjo como acto de obediencia que la fe demanda. El
sacrificio había sido realizado en el interior del corazón de
Abraham que no rehusaba entregar todo cuanto era su
esperanza en relación con las promesas, a Aquel que había
prometido”52.

“Y el que había recibido las promesas ofrecía su


unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada
descendencia” (v. 17-18).
Abraham no era un estoico, no era un hombre despiadado,
sin emociones. Aunque la Biblia no nos habla de los
sufrimientos de Abraham durante estos tres días de viaje
hacia lo que sería la prueba más grande para su fe, no es
difícil imaginar la multitud de pensamientos que vendrían
sobre el anciano creyente. No obstante, y a pesar de que
habían cosas que no entendía, decidió obedecer a la Palabra
de Dios, y con paso firme se dispuso a sacrificar a su hijo.

52
Pérez-Millos, Samuel. Comentario exegético al texto griego del
Nuevo Testamento. Hebreos. Página 652
126
Abraham ofreció a Isaac, es decir, se lo entregó a Dios, de
manera que su hijo no se había constituido en un ídolo para
el anciano Padre. Abraham sabía que Dios quería lo mejor
para él, de manera que asumió con valor esta posible
pérdida. “Abraham creyó y amó a Dios, a ese Dios que le
había prometido un hijo. Después de muchos años de
espera, Abraham recibió al hijo prometido y lo amó.
Entonces Dios le pidió a Abraham que sacrificase a Isaac.
Si Abraham sacrificaba a Isaac, él tendría a Dios pero
perdería a su hijo. Si desobedecía a Dios, Abraham se
quedaría con su hijo pero perdería a Dios. Abraham decidió
obedecer a Dios, y de esa manera puso el problema de la
pérdida del hijo de la promesa en manos de Dios”53.
El autor de Hebreos dice que Isaac era el hijo unigénito de
Abraham. Bueno, sabemos que el patriarca tuvo otros hijos
(Ismael, Gén. 15:3s, y seis hijos con Cetura, 25:1), de
manera que la palabra unigénito no hace referencia a que
fuera el único hijo biológico de Abraham, sino a que Isaac
era el único hijo de la promesa, era el único de su especie,
es decir, de la fe. Solo a través de él Dios cumpliría sus
promesas salvadoras para con la descendencia de Abraham
y las familias de la tierra. Isaac es el unigénito porque fue el
elegido para ser el heredero de Abraham.
Dios le había dicho a Abraham que solo en “Isaac te será
llamada descendencia”, es decir, si Isaac moría, entonces
no sería posible que se diera la promesa de formar una
nación bendita, ni mucho menos que la simiente de
Abraham llegase a ser de bendición para las familias de la
tierra, puesto que Cristo, el Salvador y la simiente
prometida, viene a través de Isaac y no de alguno de los
otros hijos del patriarca. De manera que nuestro autor
sagrado pareciera querer decirnos, para Abraham fue una
prueba muy dura, porque solo a través de este hijo que Dios

53
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 387
127
pide en sacrificio se cumplirían todas las promesas, no solo
las que él recibió, sino la promesa dada al hombre en Edén,
de que a través de la simiente de la mujer traería salvación.
“La supervicencia de Isaac era vital para el cumplimiento
de la promesa. Si moría no podrían llevarse a cabo,
conforme a lo que Dios le había anunciado y revelado.
Aquí es donde la fe toma la dimensión suprema de la
confianza. Dios había prometido, por tanto, la muerte en
sacrificio de Isaac, no era un asunto de Abraham sino
asunto de Dios. Abraham no podía reconciliar ambas cosas,
muerte y cumplimiento de las promesas, pero la fe le daba
fortaleza para confiar en que Dios iba a hacer honor a su
promesa”54.

“Pensando que Dios es poderoso para levantar aún de


entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también
le volvió a recibir” v. 19.
La fe de Abraham no era ciega, ni daba pasos en la
oscuridad. Si bien es cierto que muchas de las cosas que
Dios le pidió hacer no fueron del todo comprensibles para
la lógica humana, no obstante, él no daba un paso en falso
ni se basaba en falsas ilusiones. Él confiaba en su poderoso
Padre y tenía la convicción de que, aunque no lograra
comprender los mandamientos del Señor, Dios sabía lo que
hacía, y su voluntad es perfecta. Abraham creía en la
doctrina de la resurrección de los muertos, y esta doctrina
llenó de vigor su fe. Él iba dispuesto a sacrificar a Isaac,
pero esto era, aparentemente el fin de la esperanza del
cumplimiento de las promesas.
Pero Abraham sabía que Dios no dejaría que sus palabras
cayeran a tierra, de manera que confiando en la sabiduría de
los planes divinos, Abraham obedece la orden de Dios y va

54
Perez-Millos, Samuel. Comentario exegético al texto griego del
Nuevo Testamento. Hebreos. Página 652-653
128
dispuesto a sacrificar a Isaac. Que Abraham creía en la
resurrección de los muertos se deja ver en las palabras que
él da a los siervos que lo acompañaron hasta Moriah:
“Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos
hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros” (Gén.
22:5). Abraham está seguro que volverá con su hijo, y esto
no era porque él estaba pensando en arrepentirse de
sacrificarlo a última hora, pues, la Biblia dice que “cuando
llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí
Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo,
y lo puso en el altar sobre la leña. Y extendió Abraham su
mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo” (Gén.
22:9-10). Abraham no estaba jugando a ser creyente; era un
fiel siervo del Señor y tomaba en serio Su Palabra. Lo que
Dios decía que hiciera, él lo tomaba en serio y lo hacía.
Abraham no era de ese tipo de creyente que se deleita en el
culto cantando y adorando, y que obedece algunos
principios cristianos que no requieren mucho compromiso,
pero que cuando escucha los mandamientos del Señor no
los toman en serio, sino que evade su responsabilidad
justificando su desobediencia con argumentos mundanos.
Abraham no quiso desobedecer ninguno de los mandatos
divinos, así estos significaran un sacrificio completo de su
parte.
Si Dios no interrumpe el holocausto, cuando Abraham,
posiblemente con mano temblorosa, pero con firmeza de
voluntad, tomó el cuchillo para clavarlo en el cuello de su
amado hijo, el muchacho hubiera muerto. ¿No amaba
Abraham a su hijo? Por supuesto que sí. Cuando Dios le
pide que lo sacrifique, tal vez con el fin de hacer más dura
la prueba, le dice a Abraham: “Toma ahora tu hijo, tú
único, Isaac, a quien amas…” (Gén. 22:2). Pero ningún
amor terreno puede estar por encima del amor a Dios.
Abraham comprendió bien, anticipadamente, las palabras
de Jesús, cuando le dijo a sus discípulos que nadie puede
129
decir que es salvo o discípulo si su amor no está centrado
en Dios al punto que ningún otro amor puede estar por
encima de él: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su
padre, y madre, y mujer, e hijos y hermanos, y hermanas, y
aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo”
(Lc. 14:26). Aborrecer no es odiar, pues, la misma Biblia
nos manda a honrar a nuestros padres, e incluso a amar a
nuestros enemigos. Aborrecer, en este contexto significa
“amar menos que”. Jesús dice que si no amamos menos a
nuestros hijos, padres, hermanos, incluso si no nos amamos
a nosotros mismos menos que a Dios, entonces no somos
sus discípulos, y por ende, no somos salvos. Estamos
jugando al evangelio cuando cualquier otra cosa puede
estar por encima de Dios.
Abraham estaba dispuesto a sacrificar a su hijo, y no tenía
temor, porque él estaba plenamente confiado en que Dios le
levantaría descendencia a través de Isaac, lo cual implicaba
que él creía que sería resucitado luego de ser sacrificado en
holocausto. En este sentido, dice el autor de la carta, que
Abraham “también le volvió a recibir”.
“Pensando que Dios es poderoso para levantar aún de
entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también
le volvió a recibir” (v. 19). El sentido figurado de que habla
el autor se refiere a que, aunque Abraham no logró
completar el holocausto, no obstante, en su corazón él había
entregado su hijo a Dios. Isaac ya había sido sacrificado en
los propósitos del patriarca. De manera que cuando escucha
la voz del ángel que lo detiene de sacrificar a Isaac, el
corazón de Abraham recibe la recompensa de la obediencia,
y es invadido del sublime gozo que proviene de haber
agradado a Dios, hasta las últimas consecuencias, y de
recibir la aprobación divina no permitiendo que su hijo
muera, sino que lo recibe nuevamente, como si Isaac
hubiese vuelto a nacer, o hubiese resucitado de la muerte.

130
Abraham aprendió lo que es vivir por fe, sin desmayar en
medio de las duras pruebas, porque confiaba en el poder de
Dios: “Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de
Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios,
plenamente convencido de que era también poderoso para
hacer todo lo que le había prometido” (Ro. 4:20-21). “La
fe no acepta sólo algunas de las perfecciones de Dios, sino
todas ellas. Abraham creía que Dios era fiel, pero también
lo reconocía como omnipotente. Aceptaba sin reserva las
promesas de Dios y las daba por hechas, saludándolas en la
distancia desde su momento histórico hasta su
cumplimiento. Ese Dios fidelísimo es el Dios de la
soberanía y de la omnipotencia. Nada de cuanto existe vino
a la existencia sino por el poder autoritativo de su palabra,
por tanto, nada es imposible para Él. Aquello que pudiera
parecer una contradicción y que resulta incomprensible a la
mente humana, es absolutamente natural desde la mente
divina del Señor”55.
Aunque somos justificados por la fe delante de Dios, no
obstante, solo podemos estar seguros de nuestra
justificación cuando se evidencian los frutos de la misma, y
el principal fruto es la obediencia. La obediencia no nos
salva ni nos justifica, pero si asegura en nuestros corazones
que realmente pertenecemos al Salvador. Abraham había
sido justificado por la fe, cuando creyó en la palabra inicial
de Dios (Gén. 15:6), pero cuando él obedeció de todo
corazón al Padre, demostrando que ningún amor en este
mundo era superior al amor a Dios, él recibió un testimonio
fehaciente de la realidad de su justificación “¿No fue
justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando
ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?¿No ves que la fe

55
Perez-Millos, Samuel. Comentario Exegético al Texto Griego del
Nuevo Testamento. Hebreos.
131
actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó
por las obras?” (Stg. 2:21-22).
Algunos comentaristas afirman que esta escena entre
Abraham e Isaac es un tipo de Cristo. Si bien es cierto que
hay algunas similitudes, no obstante, en las Sagradas
Escrituras no se nos dice que esto sea un tipo de Cristo. Las
similitudes que existen son: Así como Abraham estuvo
dispuesto a entregar a su hijo unigénito, Dios el Padre, de
todo su corazón, con toda voluntad, y sin que nadie se lo
pidiera o se lo ordenara (aquí se diferencia de Abraham),
entregó a su Unigénito hijo para que muriera en lugar de
Isaac y en lugar de todos los pecadores que creen en él.
Más bien, el animal que fue sacrificado en lugar de Isaac es
un tipo de Cristo.
Otra similitud es que así como Abraham volvió a recibir a
Isaac como aquel que viene de la muerte, el Padre Santo
recibió a su Hijo Jesucristo, luego de pasar por la
tribulación de la cruz y la muerte, siendo abandonado
totalmente por Dios.

Aplicaciones:
- Hemos aprendido que el amor de Abraham hacia Dios era
inquebrantable. Nada estaba por encima de ese amor, ni
siquiera el amor a su único hijo. Abraham solo quería
agradar a Dios cumpliendo su Palabra, así esto implicara el
más grande de los sacrificios. Hermano, ¿Cuál es la calidad
de tu amor hacia Dios? ¿Qué sacrificios has hecho por
Dios? ¿Tu obediencia a los mandamientos de Dios es total
e inquebrantable o, está sujeto a tu humana consideración?
¿Amas a Dios cuando eso no implica sacrificio alguno?
Cuantas personas dicen ser cristianas pero no aman a Dios
con su corazón, se aman más a sí mismos, aman más su
comodidad, a su familia, sus posesiones, sus sueños, y solo
sirven a Dios cuando eso no implique sacrificar nada
amado por ellos. Algunos no se comprometen con la
132
iglesia, ni con el ministerio, porque eso significaría asumir
una responsabilidad que puede afectar su comodidad
terrena, no obstante, estas personas suelen decir que aman a
Dios, y le obedecen, y le adoran. Pero me pregunto ¿Qué
entienden ellos por amar a Dios, u obedecerlo? ¿Hacer lo
que ellos mismos determinan es la voluntad de Dios?
Hermanos, recuerden esto: si no amamos a Dios más que a
todos nuestros otros amores, entonces no somos hijos de
Dios.
- La fe y la obediencia van de la mano. No pueden estar
separadas. La una conduce necesariamente a la otra.
- Hemos aprendido que “la fe triunfa porque (a) cree en la
grandeza de Dios a pesar de las dificultades, (b) confía en
la bondad de Dios a pesar de las apariencias, (c) obedece
las órdenes de Dios a pesar de las consecuencias” 56.
Cuántas veces, en nuestro caminar cristiano de fe,
encontramos altos muros oscuros que cierran el camino.
Pero cuando creemos y obedecemos la Palabra del Señor,
entonces él abre puertas donde parecía no haber salida. Que
nuestro corazón descanse en el Señor y en el poder de su
fuerza, si es que hemos creído en él y le obedecemos de
todo corazón.
- Muchas enseñanzas y aplicaciones pueden extraerse de la
prueba de la fe de Abraham. Quiero compartir con ustedes
esta aplicación del gran comentarista William Barclay:
“Esta historia nos enseña que debemos estar dispuestos a
sacrificar lo que nos es más querido por nuestra fidelidad a
Dios. Ha habido muchos que le han sacrificado la carrera a
lo que consideraban que era la voluntad de Dios. A veces
uno tiene que sacrificar sus relaciones personales. Puede
que se sienta llamado por Dios a una tarea en una esfera
difícil y en un lugar poco atractivo, y tal vez su novia no

56
Taylor, Richard. Comentario bíblico Beacon. Hebreos hasta
Apocalipsis. Página 149
133
está dispuesta a arrostrarlo con él. Él tiene que escoger
entre lo que cree la voluntad de Dios, y unas relaciones que
significan mucho para él. Cuando Bunyan estaba en la
cárcel, le preocupaba lo que sería de su familia si le
ejecutaban. Especialmente no le dejaba el recuerdo de su
hijita ciega, a la que quería tanto. <!Oh! – decía-, me veía
en aquellas circunstancias como un hombre que tuviera que
derribar su propia casa sobre las cabezas de su mujer y de
sus hijos; y creía que tenía que hacerlo, que tenía que
hacerlo>”57. Amigo ¿No has venido a Cristo con todo tu
corazón porque temes perder tus amistades o el amor de tus
familiares? Si no amas a Dios con todo tu ser, más que
todos los otros amores, entonces no eres digo de tener a
Dios en tu corazón. Solo cuando estés dispuesto a perder
todos los amores de este mundo, disfrutarás del verdadero y
único amor que satisface plenamente el corazón. Ven a
Cristo, toma tu cruz, sufre la prueba, y cuando hayas
vencido, recibirás la más grande recompensa:
“Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque
cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de
vida, , que Dios ha prometido a los que le aman” (Stg.
1:12).

57
Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 916
134
La fe bendice al pueblo de la promesa

La fe de Isaac

Hebreos 11:20-22
Introducción:
Luego de mostrarnos la vitalidad de la fe que caracterizó a
los creyentes pre-diluvianos, y la robustez de la fe de
Abraham; en los versos 20 al 22, nuestro autor se concentra
en los padres de Israel, es decir, el hijo, el nieto y el
bisnieto de Abraham. Aunque es poco el espacio que el
autor dedica a estos patriarcas y son pocas las referencias a
ellos, no obstante, muchas son las verdades que podemos
aprender de estas cortas declaraciones.
En estos versos encontramos cómo la FE se apropia con
convicción de las promesas divinas, que, aunque en
apariencia no hay posibilidad alguna de recibir lo
prometido, ella es tan osada, que se atreve, confiada en la
Palabra de Dios, a bendecir y asegurar para las
generaciones futuras del pueblo de Dios los grandes logros,
victorias, recompensas y glorias que Dios ha prometido a
los que le aman.
Analicemos cada uno de los actos de fe de estos tres
patriarcas:
1. La fe de Isaac
2. La fe de Jacob
3. La fe de José

1. la fe de Isaac. “Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a


Esaú respecto a cosas venideras” (v. 20).

135
Los tres personajes que nuestro autor presenta como
ejemplos de fe en estos pasajes, se caracterizaron porque
ejercieron su fe bendiciendo a sus descendientes,
prometiendo para ellos la HERENCIA que Dios había
escogido para su pueblo.
Era costumbre de los patriarcas que, antes de morir,
bendijeran a sus hijos. Esta bendición no era un mero “buen
desear” sino que efectivamente se realizaban en los que
eran objeto de ella. Los patriarcas eran PROFETAS (Gén.
20:7), y como tales tenían la capacidad de discernir, por el
Espíritu de Dios, la voluntad del Señor. Ellos, en algunas
ocasiones, hablaron por inspiración del Espíritu Santo y
pronosticaron cosas que el Señor haría. De manera que las
bendiciones dadas por los patriarcas eran profecías
inspiradas por el Espíritu de Dios, las cuales tendrían cabal
cumplimiento.
El poder de cumplirse la bendición no radicaba en una
forma mágica de decir las cosas, o en palabras especiales, o
en los más intensos deseos de las personas, sino en el poder
de Dios y en su Soberana Voluntad. Los patriarcas sabían
que solo Dios tiene el poder de crear cosas con meramente
hablar o decir la bendición: “Yo, yo hablé, y le llamé y le
traje; por tanto, será prosperado su camino” (Is. 48:15).
La bendición bíblica no radica en el hombre que la
pronuncia, sino en Dios que tiene misericordia. Por eso no
encontramos expresiones como: “Yo te bendigo”, como si
nosotros mismos tuviésemos la capacidad de bendecir
realmente, sino que las bendiciones que daban los líderes,
los padres y los sacerdotes, descansaban solamente en aquel
que puede realmente BENDECIR. De allí que es común
encontrar en las Sagradas Escrituras a los profetas y
ministros del Señor bendecir al pueblo en forma de oración,
es decir, suplicando a Dios que dé las bendiciones sobre su
pueblo: “Jehová habló a Moisés diciendo: Habla a Aarón y
a sus hijos y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel,
136
diciéndoles: Jehová te bendiga y te guarde; Jehová haga
resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia;
Jehová alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz. Y pondrán
mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré”
(Números 6:22-27).
De manera que siendo solo Dios el que tiene la capacidad
de bendecir realmente, ya que los hombres únicamente
podemos desear buenas cosas, entonces las bendiciones
sobre nuestros hijos, o sobre los hombres, se dará
solamente basados en las promesas bíblicas y en el nombre
del Señor, es decir, no estamos autorizados para decir “yo
te bendigo”, sino, “El Señor te bendiga”.
Nuestro autor dice que Isaac, por medio de la fe, bendijo a
sus hijos, respecto a cosas venideras, es decir, sus palabras
apuntaban a cosas que todavía no se estaban dando, pero
que Dios haría en el futuro.
Un padre creyente siempre anhela lo mejor para sus hijos, y
siendo un hombre de fe, aún en la hora de la muerte,
ejercita esta fe perseverante orando por sus hijos, y rogando
que la bendición de Dios les acompañe en todas sus
generaciones.
Isaac ya estaba anciano y presentía que la hora de la muerte
o la invalidez completa se acercaba, de manera que no
desea partir de esta tierra sin antes dar una última bendición
a sus descendientes. “Aconteció que cuando Isaac
envejeció, y sus ojos se oscurecieron quedando sin vista,
llamó a Esaú su hijo mayor, y le dijo: Hijo mío. Y él
respondió. Heme aquí. Y él dijo: He aquí ya soy viejo, no
sé el día de mi muerte. Toma, pues, ahora tus armas, tu
aljaba y tu arco, y sal al campo y tráeme caza; y hazme un
guisado como a mí me gusta, y tráemelo y comeré, para
que yo te bendiga antes que muera” (Gén. 27:1-4).
No obstante que Isaac es el hijo de la promesa, y que las
BENDICIONES del Señor le habían sido dadas, y que
también era profeta, algunas debilidades de la carne estaban
137
sobre él. Aunque el autor de la carta no habla sobre estas
falencias, pues, como ya hemos aprendido, la fe no se
enfoca en mostrar la debilidad de los santos, sino que más
bien reconoce los logros que hacen por la gracia de Dios,
en la narración de Génesis es evidente que Isaac no había
comprendido que la herencia prometida a Abraham no
vendría a través de Esaú sino de Jacob. El amor del padre
hacia su hijo mayor le había cegado los ojos espirituales
frente al propósito divino, y aunque Esaú había mostrado
los frutos de la incredulidad, Isaac se resistía a aceptar que
Dios hubiese escogido al menor. Dios le había dicho a
Rebeca antes de que nacieran los gemelos: “Dos naciones
hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus
entrañas; El un pueblo será más fuerte que el otro pueblo,
y el mayor servirá al menor” (Gén. 25:23).
El gusto por las “delicateses” de la buena comida que le
preparaba su hijo mayor, nublaron la visión ESPIRITUAL:
“Y Amó Isaac a Esaú, porque comía de su caza” (Gén.
25:28); parece que este ejemplo fue aprendido por Esaú,
quien tuvo una visión corta del propósito de Dios, y vendió
su derecho a la primogenitura a cambio de disfrutar un
delicioso plato preparado por su hermano menor: “Y guisó
Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado,
dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso
rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su
nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu
primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a
morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y
dijo Jacob: júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a
Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y
del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó
y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura” (Gén.
25:29-34). Cuando llega a la vejez, Isaac añora los
deliciosos platos de la comida de Esaú, y le promete la
bendición patriarcal si le trae otro delicioso bocado.
138
Aunque Esaú le daba mucha lidia a sus padres, pues, se
casó con mujeres impías, el amor de Isaac hacia su hijo
preferido fue tan grande que llegó a pensar que Dios
también tenía en la misma estima a este incrédulo hijo. “Y
cuando Esaú era de cuarenta años, tomó por mujer a Judit
hija de Beeri heteo, y a Basemat hija de Elón heteo; y
fueron amargura de espíritu para Isaac y para Rebeca”
(Gén. 26:34-35). Pero, aunque Dios amaba a Esaú en el
sentido en el cual ama a todos los hombres, en virtud de lo
cual les provee la vida y el sustento (Mt. 5:45), no obstante,
en el sentido del amor eterno, del amor predestinante para
salvación y gloria, Dios no lo amaba: “A Jacob amé, más a
Esaú aborrecí” (Ro. 9:13).
De allí que la bendición de la primogenitura, a pesar del
deseo carnal de su padre, no recayó sobre Esaú sino sobre
el menor, Jacob. Aunque no aprobamos el método usado
por Jacob y su madre para obtener la bendición patriarcal, y
tampoco la Biblia lo aprueba, el propósito del Señor se
cumplió y el menor fue bendecido sobre el mayor.
Rebeca había escuchado la conversación entre Isaac y Esaú,
y queriendo ella más a Jacob, y tal vez recordando la
promesa que el Señor le había hecho, en el sentido de que
el mayor serviría al menor, arma una estratagema con el fin
de engañar al invidente y anciano padre. Le pide a Jacob
que mate un cordero, el cual ella preparará con la misma
sazón de Esaú, para que él lo lleve a Isaac y se haga pasar
por el hermano mayor. Siendo que el hermano mayor era
velludo, y Jacob lampiño, entonces solucionan el problema
vistiendo los brazos de Jacob con la piel del animal
sacrificado. Jacob teme que su padre perciba el olor de su
cuerpo y se dé cuenta que no es Esaú, y entonces, en vez de
una bendición recibirá maldición. Para lo cual su astuta
madre tiene otra solución, le pone los vestidos de su
hermano mayor.

139
Estando todo arreglado, Jacob se presenta donde su padre,
el cual, debido al estado de ceguera en el que se
encontraban sus ojos, había desarrollado los sentidos del
olfato y del tacto, y procede a un minucioso y angustioso
examen con el fin de verificar que el que se ha presentado
no sea un impostor. Aunque Jacob ha llevado la comida con
la misma sazón de la concina de Esaú, se ha puesto sus
vestidos y se puso piel velludo de animal sobre sus
lampiños brazos, no obstante, hay algo que era difícil de
ocultar, el tono de su voz. Cada persona tiene un tono
distinto y Jacob no pudo imitar el de Esaú. No obstante, a
pesar de la suspicacia de su padre, recibe la bendición que
él tenía preparada para el incrédulo Esaú: “Dios, pues, te dé
el rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y
abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos, y
naciones se inclinen a ti; sé señor de tus hermanos, y se
inclinen a ti los hijos de tu madre. Maldito los que te
maldijeren, y benditos los que te bendijeren” (Gén. 27:28-
29).
En esta bendición no encontramos a Isaac, prepotentemente
diciéndole a su hijo: “Yo te bendigo”, sino que él reconoce
que toda bendición verdadera viene solo de Dios, de
manera que convierte su testamento en un clamor a su
Señor: “Dios, pues, te dé…”, solo Él puede dar lo que es
verdadera bendición para el creyente.
Isaac, aunque confundido por su loco amor hacia Esaú,
bendice a su hijo Jacob respecto a cosas futuras. Esto es lo
que el autor de Hebreos quiere resaltar en el pasaje. Isaac
no era dueño de nada, sino de la tumba que su padre le
había dejado en herencia. Aunque ellos tenían muchos
bienes y siervos, se encontraban en tierra extraña entre
gente impía, que, solo por la gracia de Dios no los habían
convertido en sus esclavos. No obstante, Isaac mantuvo
presente las promesas que Dios le había hecho a su padre
Abraham y que le habían sido repetidas a él mismo: “Y se
140
le apareció Jehová (a Isaac), y le dijo: No desciendas a
Egipto, habita en la tierra que yo te diré. Habita como
forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré;
porque a ti a tu descendencia daré todas estas tierras, y
confirmaré el juramente que hice a Abraham tu padre.
Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y
daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las
naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por
cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis
mandamientos, mis estatutos y mis leyes” (Gén. 26:2-5).
Él no estaba viendo casi nada del cumplimiento de la
promesa, pues, incluso en el tema de la numerosa
descendencia, solo tenía dos hijos, y, uno de ellos había
sido reprobado por Dios. Pero Isaac también fue un hombre
de fe, a pesar de sus conocidas debilidades, pudo
anticiparse más de 400 años al cumplimiento de la
promesa. Él le habló a Jacob como si en él se fuese a dar el
cumplimiento de la promesa.
La fe toma en serio lo que Dios promete y lo ve como
realizado, aunque las apariencias indiquen lo contrario.
Jacob se convertiría en señor de su hermano, y muchos
pueblos le servirían. Pero esto, por ahora, era imposible de
cumplirse. Recordemos que Jacob tuvo que viajar con sus
hijos a Egipto y allí estuvieron por 400 años, la mayor parte
del tiempo como esclavos de otra nación. No obstante,
Isaac no tuvo en cuenta ese largo tiempo como
impedimento para que se cumplieran las promesas, sino que
él pudo ver, en Jacob, a ese numeroso pueblo que entraba a
poseer victorioso la tierra de Canaán. Pero, por encima de
todos ellos, Isaac pudo ver, por la fe, a la simiente
prometida, ante la cual se doblará “toda rodilla de los que
están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra”
(Fil. 2:10). En Jesús, - el verdadero judío y descendiente de
Abraham, Isaac y Jacob - se da cumplimiento a esta
promesa, pues, él es el Señor del universo y un día veremos
141
como todos los reyes de la tierra, los grandes y los
pequeños, reconocen que él es el Señor (Ap. 6:15-17).
Es interesante, y contiene una poderosa enseñanza para
nosotros, ver que el autor sagrado invierte el orden natural
en el que deberían presentarse los nombres de los hijos de
Isaac, pues, es común en los tiempos bíblicos que primero
se mencione al mayor. En este caso, primero encontramos
al menor. Y esto se debe a que la bendición de la promesa
estuvo, no sobre Esaú, sino sobre Jacob. A él fue a quien su
padre le dio la más grande bendición, y él fue el escogido
de Dios para transmitir la línea de la fe. Sus descendientes,
y no los de Esaú, serían los que conformarían el pueblo
escogido. Pero no es la única ocasión en la cual Dios
escoge al menor, y desecha al mayor. A pesar de las reglas
que el Señor dio sobre los derechos de la primogenitura
(Dt. 21:15-17), su amor electivo nada tiene que ver con
estas reglas, ni está supeditado a la grandeza, hermosura o
capacidades de las personas. Él se especializa en escoger a
lo que parece más insignificante para demostrar su gloria:
Fue Abel, el menor, quien recibió la bendición de Dios y no
Caín, el hijo mayor de Adán. Ismael era el primogénito de
Abraham, pero no fue a través de él que continuó la
bendición de la promesa, sino a través del menor, Isaac, el
nacido de una madre anciana. No fue el amado de su padre
Isaac el que recibió la bendición de Dios, el mayor y más
fuerte, sino que Dios prefirió al menor, a Jacob, en vez de
Esaú. Rubén era el primogénito de Jacob, pero él no recibió
las mayores bendiciones y porciones de la promesa, sino
que estas fueron para uno de los hijos menores, es decir,
José. Y de los hijos de José, Jacob le dio más grande
bendición, no al mayor sino al menor, pues, ésta fue para
Efraín y la menor bendición para Manasés, el mayor. De la
misma manera cuando Dios escoge una familia real en su
pueblo, no mira la grandeza y fortaleza de los hijos

142
mayores de Isaí, sino que escoge al más chico, al que
parecía prometer menos, es decir, a David.
Cuando el profeta Samuel es enviado por Dios para ungir a
un hijo de Isaí como futuro rey de Israel, el profeta se deja
deslumbrar por la fortaleza y grandeza de Eliab, pero Dios
le dice: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su
estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo
que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está
delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Sal.
16:7).
Cuánto nos equivocamos los hombres cuando pensamos
que los que más esfuerzo, trabajo y fruto darán para el reino
de Dios son los que tienen más habilidades, fuerza o
inteligencia. Pero esto es un error, pues, el trabajo para el
reino de Dios no se hace meramente con las fuerzas
humanas, sino con el poder de Dios: “No con ejército, ni
con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los
ejércitos” (Zac. 4:6).
Muchos de los grandes hombres que hicieron proezas para
el Reino de Dios en la historia bíblica, estaban invadidos de
debilidades, pero suele suceder, que entre más débiles nos
reconozcamos, más dependeremos del poder de Dios:
Moisés, el gran legislador y libertador de Israel, reconoció
su incapacidad para hablar con fluidez: “! Ay Señor! Nunca
he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú
hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de
lengua” (Éx. 4:10).
La misma experiencia caracterizó a los profetas, los cuales,
cuando eran llamados por Dios para el servicio en el Reino,
se consideraban débiles, incapaces, miedosos; pero Dios les
hizo ver que ellos no debían depender de sus capacidades
humanas, sino que cuando Dios llama, él da la capacidad.
Jeremías reconoció su incapacidad para ser profeta, pero
Dios le hace ver que él hará todo lo que Su Señor le ordene
hacer: “Vino, pues, palabra de Jehová a mí diciendo: Antes
143
que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses
te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije:
¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no se hablar, porque soy
niño. Y me dijo Jehová: No digas: soy un niño, porque a
todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande.
No temas delante de ellos, porque contigo estoy para
librarte, dice Jehová” (Jer. 1:4-7). De la misma manera el
apóstol Pablo, ese grande adalid de la fe cristiana,
reconoció su debilidad, pero fue usado poderosamente por
el Señor, y fue escogido para transmitir a la iglesia de todos
los tiempos las profundas doctrinas de la gracia: “Y al
último de todos, como a un abortivo, (Cristo) me apareció
a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que
no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la
iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy;
y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he
trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia
de Dios conmigo” (1 Cor. 15:8-10).
El mismo apóstol, pasando por una gran prueba sobre su
cuerpo, debido a una enfermedad que le afectaba y le
limitaba, no se intimidó por esta debilidad, sino que
aprendió que Dios usa al humilde y, lo que debió ser causa
de frustración, se convirtió en un motivo para trabajar en la
obra del Señor: “Pues, vosotros sabéis que a causa de una
enfermedad del cuerpo os anuncié el evangelio al
principio; y no me despreciasteis ni desechasteis por la
prueba que tenía en mi cuerpo, antes bien me recibisteis
como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús. ¿Dónde,
pues, está esa satisfacción que experimentabais? Porque
os doy testimonio de que si hubieseis podido, os hubieseis
sacado vuestros ojos para dármelos” (Gál. 4:13-15).
Los creyentes nunca debiéramos dejar de trabajar para
Cristo intimidados por nuestras debilidades e
incapacidades, posición social o nivel académico, sino que,
en un acto de fe, debiéramos ver esas debilidades como
144
instrumentos que el Señor usa para que dependamos solo de
él y de su gracia. Debemos imitar el ejemplo de Pablo:
“Pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis
debilidades. Y (el Señor) me ha dicho: Bástate mi gracia;
porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto,
de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades,
para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual,
por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas,
en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:5, 9-10).
No fue Caín, no fue Ismael, no fue Esaú, no fue Rubén, no
fue Eliab, no fueron los grandes y poderosos, los escogidos
por Dios para formar la línea de la fe, sino que a: “lo vil del
mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es
para deshacer lo que es” (1 Cor. 1:28).
La fe de Isaac se evidencia, en este acto de bendecir a sus
hijos, y también su obediencia a la voluntad de Dios, en
que, luego de darse cuenta del engaño al que estuvo
expuesto por su hijo Jacob, no revocó la bendición que
pidió sobre él, sino que la confirmó, mostrando así que
Isaac era un hombre de fe: “Y se estremeció Isaac
grandemente, y dijo: ¿Quién es el que vino aquí, que trajo
caza, y me dio, y comí de todo antes que tu vinieses? Yo le
bendije, y será bendito” (Gén. 27:33).
Aunque el reprobado Esaú buscó la bendición de su padre
Isaac, fue poco lo que pudo recibir, pues, el divino decreto
había escogido a Jacob para ser el heredero principal:
“(pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien
ni mal, , para que el propósito de Dios conforme a la
elección permaneciese, no por las obras sino por el que
llama), se le dijo: El mayor servirá al menor” (Ro. 9:11-
12). Esaú lloró con aflicción ante su padre para que le diera
la bendición, pero solo pudo conseguir cosas materiales
“He aquí, será tu habitación en grosuras de la tierra, y del
rocío de los cielos de arriba; y por tu espada vivirás, y a tu
145
hermano servirás; y sucederá cuando te fortalezcas, que
descargarás su yugo de tu cerviz” (Gén. 27:39-40). Esta
bendición, también fue dada por Isaac a través de la fe.

Aplicaciones:
- De manera especial debemos resaltar en este texto la
enorme bendición que es un padre creyente para sus hijos.
Un padre cristiano orará por ellos, les hablará de la Palabra
de Dios, les enseñará sus santas leyes y procurará para ellos
el camino de la salvación. Así un padre creyente tenga un
hijo como Esaú, amante del mundo más que de los deleites
espirituales, que vende los privilegios espirituales a cambio
de la satisfacción carnal, así se tenga un hijo engañador y
maquinador como Jacob, no se cansará, y luchará hasta el
último hálito de vida que tenga para que ellos reciban la
bendición de la gracia que viene a través de Cristo.
- Isaac no fue, en toda su vida, el dechado de virtudes
cristianas. Ya hemos visto algunas debilidades patentes en
este patriarca, no obstante, fue un hombre de fe. Se
mantuvo confiado, aunque en algunos aspectos flaqueó, en
la promesa dada a su padre Abraham. Se mantuvo mirando
al invisible, y a través de la fe esperó en la cimiente que le
fue prometida. A través de Jacob pudo ver a Cristo, quien
vendría del linaje de la fe y ante quien todos se inclinarían.
Hoy nosotros ya podemos ver a Cristo claramente, y no
necesitamos de las sombras. De manera que nuestros
corazones deben aún con más diligencia y fervor inclinarse
ante el Señorío de Cristo. Nuestras rodillas deben doblarse
ante el Rey de la gloria y rendirle el mejor servicio, como
esclavos y vasallos.
- Hermanos, nuestra herencia prometida es preciosa, de un
valor incalculable y llena de los esplendores gloriosos de la
misma presencia del majestuoso Dios. Aunque hoy día
pareciera que estamos muy lejos de alcanzarla,
especialmente porque aún en nuestras vidas tenemos
146
muchos pecados que mortificar, muchos engaños que
abandonar, muchos amores a los deleites de la carne que
golpear, no obstante, en medio de la lucha diaria,
levantamos nuestros ojos espirituales, y de la misma forma
como hizo Isaac creemos que nuestro glorioso futuro es una
realidad indefectible, y por lo tanto, procuramos terminar
nuestros días en esta tierra, no con fracasos espirituales,
sino como luchadores abnegados, que damos todo por
nuestro Señor.

147
La fe bendice al pueblo de la promesa

La fe de Jacob

Hebreos 11:20-22
Introducción:
Nos encontramos en la sección de los versos 20 al 22 del
capítulo 11 de Hebreos. En esta parte, - la última que
menciona a los patriarcas como ejemplos de fe
perseverante, - nuestro autor sagrado resalta cómo la
verdadera fe se mantiene incólume hasta el final, es decir,
hasta el momento de partir de esta tierra de la
peregrinación, de manera que ella cobra fuerza en medio de
la debilidad de la carne, y no solo confía en Dios para su
salvación, sino que propende por influenciar a los hijos en
búsqueda de garantizar una herencia espiritual perdurable
para sus descendientes.
Ya hemos visto la fortaleza de la fe de Isaac quien bendijo
a sus dos hijos: Jacob y Esaú, otorgando la mejor herencia a
Jacob, quien había sido escogido para la gracia electiva de
Dios para ser el heredero de la promesa dada a Abraham y
a los que son de la línea de la fe.
En el verso 21, el autor de la carta, menciona a Jacob, el
heredero de la promesa, bendiciendo a su descendencia, de
la cual surgiría el numeroso pueblo escogido que heredaría
la tierra de Canaán y a través de quien vendría la simiente
prometida, es decir, Cristo, base de toda verdadera
bendición para las familias de la tierra.

148
v. 21 “Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los
hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su
bordón”
Como ya hemos dicho en los estudios anteriores de este
precioso capítulo de la carta a los Hebreos, la fe de la cual
habla nuestro autor es aquella que se aferra a las promesas
eternas de salvación y, siendo que proviene del cielo como
un maravilloso don que le es dado a muchos hombres y
mujeres, entonces ella es férrea y permanece hasta el fin.
De todos los personajes y patriarcas mencionados en el
capítulo 11, se puede decir que murieron en la fe. Supieron
lo que es vivir y morir mirando a Cristo. Jacob no es la
excepción. Él fue amado y escogido por Dios para recibir el
don de la fe y, con ella, la promesa de la herencia eterna, no
por algo bueno que hubiese hecho él, sino por la perfecta y
soberana voluntad del que llama a los hombres: “Pues, no
habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal,
para que el propósito de Dios conforme a la elección
permaneciese, no por las obras, sino por el que llama; se
le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A
Jacob amé, más a Esaú aborrecí” (Rom. 9:11-13). Esta fe
no solo se manifestó en los primeros años de su juventud,
sino que ella se fue fortaleciendo a través de las pruebas,
hasta llegar a su robustez y máxima expresión en los
momentos finales de su vida.
Es cierto que Jacob tuvo momentos de debilidad, y no en
toda circunstancia actuó conforme a los principios de la
Palabra de Dios. No obstante, esta fe preciosa que le fue
dada del cielo, permaneció en Él, pues, los dones de Dios
son irrevocables (Rom. 11:29). Por lo tanto, habiendo
vivido una vida de fe, entonces puede morir por la fe.
Las pruebas de la fe fueron duras. En primera instancia
tuvo que abandonar la tierra que le había sido prometida a
su abuelo Abraham y a su padre Isaac, y a él mismo (Gén.
28:3-4). Debido al rencor que se despertó en su hermano
149
Esaú, este decidió matarle cuando sus padres hubiesen
muerto (Gén. 27:41). Por lo tanto, atendiendo las
instrucciones de su madre, decidió partir a Harán, a casa de
su tío Labán (Gén. 27:42-45). Aunque Jacob había
mostrado ciertos rasgos pecaminosos al engañar a su padre
haciéndose pasar por su hermano mayor, no obstante, la
gracia de Dios estaba obrando en él. Este hombre estaba
creciendo en santificación, y no se quedó anquilosado en
una vida de miseria espiritual.
Su fe se dejó ver de manera clara cuando su padre le ordena
que no tome mujer de entre las hijas de Canaán, como
había hecho su hermano Esaú, sino que le pide ir a tierra de
sus parientes para encontrar entre ellos a la esposa que Dios
quería. Jacob obedeció en todo las instrucciones de su
padre, y mostró con esto que él tenía la fe perseverante que
había caracterizado a sus padres (Abel, Enoc, Noé,
Abraham, Isaac), la cual se complace en obedecer los
principios divinos. (Gen. 28:1-5).
Pero un momento histórico que marcaría y cambiaría su
vida para siempre, fue el encuentro con Dios en Bet-el. La
narración de este encuentro se halla en Génesis 28:10-22.
En una noche estrellada, como suelen ser las noches en esa
parte del mundo, en medio del desierto, Jacob, vencido por
el cansancio cae en un profundo sueño, en el cual se le
aparece el Dios de sus padres, y al igual que Abraham e
Isaac, el pacto es afirmado para con él, y Dios le promete la
bendición de la tierra de Canaán en herencia para sus hijos,
pero por sobre todo, le asegura que todas las familias de la
tierra serán benditas en su simiente, es decir, en Cristo.
El Dios de la gloria que se le había aparecido a su abuelo
Abraham (Hch. 7:2), es el mismo que se muestra a Jacob en
el sueño. Y nuevamente se le vuelve a aparecer, luego de
haber trabajado catorce años para su tío Labán como dote
por recibir a sus dos hijas, Raquel y Lea, como esposas.
(Gén. 32:22-32).
150
En este encuentro el Dios de la gloria se le aparece de
noche cuando Jacob va de camino a la tierra prometida, a la
tierra de la peregrinación, y en esta ocasión no se le
presenta a través de un sueño, sino en forma de varón.
Jacob había conocido la gloria del Dios de sus padres, y
estaba resueltamente decidido, como siempre lo está la
verdadera fe, a recibir la mejor bendición, la cual procede
del Soberano Salvador. La fe aprovecha al máximo los
momentos gloriosos en los cuales de manera especial
somos sensibles a la presencia de Dios. La fe no solo se
deleita en estos momentos, sino que desea sacar el máximo
beneficio para el alma. El mejor lugar para un creyente, es
el lugar donde percibimos de manera nítida la gloria de
Dios.
Jacob no dejó al Señor hasta que le diera la bendición.
Jacob iba camino a la tierra prometida, y necesitaba que se
diese una transformación total en su vida, en su carácter, en
sus emociones, en su voluntad. Su vida anterior había
estado invadida de inclinaciones pecaminosas, y para entrar
a la tierra de la herencia él sabía que necesitaba sufrir un
cambio radical. De manera que este es el mejor momento,
estando con el Dios de la gracia, para recibir ese cambio.
Es así que el Señor es vencido por la fe persistente de
Jacob, o más bien, Dios se deja vencer, no en el sentido de
que los hombres le puedan manipular, sino en el sentido de
que Dios otorga su libre y soberana gracia a los hombres
que él ha escogido para ello, y en cierto sentido, es como si
Dios mismo se dejara vencer por la fe de su pueblo que
anhela, no los bienes de este mundo, sino las glorias
eternas. La mayor complacencia de Dios se encuentra en
sus hijos cuando estos anhelan lo que Dios anhela. La fe de
Jacob (que no era de él, sino un don de Dios) persistió hasta
que recibió la bendición, lo cual produjo en él un cambio
radical, al punto que recibió un nombre nuevo: Israel,

151
indicando esto que ahora sería un hombre conforme al
corazón de Dios.
La fe de Jacob es probada nuevamente cuando, estando a
las puertas de la tierra de la herencia prometida, se entera
de que su hermano Esaú viene a recibirlo acompañado de
cuatrocientos hombres, lo cual presupone para Jacob que el
rencor todavía está presente en el corazón de su hermano
mayor y con seguridad querrá matarlo junto con toda su
familia. Pero el Señor bendice a Israel y preserva su vida de
mano de Esaú. (Gén. 33).
La vida de Jacob nos muestra que la gracia de Dios es
mayor cuanto mayor sea la debilidad del creyente. En Jacob
vemos un claro ejemplo de cómo la gracia sobreabunda
donde abunda el pecado (Rom. 5:20). Jacob tenía serios
problemas en su personalidad, era un engañador y quería
conseguir sus objetivos a través de medios no muy
ajustados a la voluntad preceptiva de Dios. No obstante,
siendo él un salvo, Dios le concede mayor gracia para que
pueda luchar en contra de estas tendencias pecaminosas y
así logre terminar bien su carrera.
No en una o dos ocasiones se le apareció el Dios de la
gloria, sino que en distintas oportunidades el Señor derrama
su gracia sobre este débil hombre. En Génesis 35,
nuevamente el Dios de la gloria se le aparece a Jacob y lo
bendice, ratificando el cambio de nombre de Jacob (mano
en el talón o suplantador) a Israel (el que lucha con Dios),
y recordándole las promesas que había hecho a sus padres,
de convertirlos en una gran nación.
La fe de Jacob fue probada en muchas ocasiones: cuando
sus hijos le reportan que el amado de su corazón, José
(Gén. 37:3), el primogénito de Raquel (Gén. 30:22-24), la
hija menor de Labán a la cual había amado con todo su
corazón (Gén. 29:18), había sido despedazado por una fiera
del campo (Gén. 37:33), o cuando Jacob, con toda su
familia, debe abandonar la tierra de la promesa debido a
152
una hambruna mortal que se extendió por todo el oriente, y
solo en Egipto había abundancia de trigo y alimentos (Gén.
41:54; 46:29).
Ahora ha llegado el final de su historia en esta tierra, y el
anciano Jacob está preparado para partir hacia la eternidad,
pero no lo hará hasta que se haya asegurado de impartir la
bendición sobre sus descendientes. Pues, la mejor herencia
que un padre puede dejar a sus hijos es el evangelio, es el
conocimiento del verdadero Dios. Abraham había
entendido esto y por eso Dios dijo de él “Porque yo sé que
mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden
el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que
haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado
acerca de él” (Gén. 18:19). Moisés ordenó a los padres
creyentes de Israel: “Y estas palabras que yo te mando hoy
estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y
hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el
camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deut. 6:6-7).
Los hijos no heredan la salvación, pues, esta es personal, no
obstante, los hijos de padres creyentes cuentan con una
bendición especial ya que, si los padres son fieles a los
principios bíblicos, los criarán en “disciplina y
amonestación del Señor” (Ef. 6:4).
Las oraciones de los padres creyentes y su constante
instrucción serán instrumentos especiales del Espíritu Santo
para traerlos a la fe, en ese sentido, los padres creyentes
debemos trabajar diligentemente en nuestra
responsabilidad, confiados en que el Señor hará su obra en
ellos, pues, “para vosotros es la promesa, y para vuestros
hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el
Señor nuestro Dios llamare” (Hch. 2:39). Un padre
creyente orará al Señor para que en su misericordia llame a
sus hijos poderosamente por el evangelio.
En el capítulo 49 de Génesis hallamos la profecía benedicta
de Jacob sobre todos sus hijos. Aunque éste suceso también
153
evidencia la fe de Jacob al proclamar que sus hijos y
descendientes serán herederos de la tierra de Canaán y
llegarán a convertirse en un reino poderoso, no obstante, el
autor de Hebreos no hace referencia a este hecho póstumo
de la fe perseverante de Jacob, sino que menciona la
bendición otorgada a los dos hijos de José.
Jacob tuvo doce hijos varones de sus dos esposas, Raquel y
Lea, y de sus concubinas (Gen. 29 y 30). A pesar de que
Jacob mostró más afecto hacia Raquel, al principio no pudo
tener hijos con ella, hasta que, clamando ella a Dios, se le
concedió tener dos hijos: José y Benjamín, los menores de
la casa de Jacob (Gén. 30:1-2, 22-24; 35:16-18).
El hijo primogénito de Jacob era Rubén (Gén. 29:31-32), el
cual tuvo con su esposa Lea. Pero a pesar de esto, la mayor
bendición de Jacob no fue para Rubén sino para José, el
primogénito de la amada, es decir, de Raquel, pues, Lea se
convirtió en esposa de Jacob debido a las tretas y engaños
de Labán (Gén. 29:21-26). Esto no significa que Jacob no
amara a Lea, pero su corazón estaba apegado de manera
especial a Raquel (Gén. 29:17-18).
En Génesis 48:1-22 encontramos la bendición que Dios da
sobre uno de sus hijos menores, es decir, José. A él le dio la
parte del primogénito y le proveyó, a través de la fe, la
porción más grande: “Y dijo Israel a José: He aquí yo
muero; pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a
la tierra de vuestros padres. Y yo te he dado a ti una parte
más que a tus hermanos, la cual tomé yo de mano del
amorreo con mi espada y con mi arco” (Gén. 48:21-22).
Ahora, la bendición no se dio directamente sobre José, sino
sobre sus dos hijos, Efraín y Manasés, los cuales se
convertirían en dos tribus, ya que ellos, aunque eran nietos
de Jacob, él los reclamó para sí como hijos propios: “Y
ahora tus dos hijos Efráin y Manasés, que te nacieron en la
tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de
Egipto, míos son; como Rubén y Simeón serán míos. Y los
154
que después de ellos has engendrado serán tuyos.” (Gén.
48:5-6).
La promesa que Dios le había hecho a Abraham, a Isaac y a
Jacob, es recordada por el moribundo patriarca a su hijo
José, en señal de que Jacob, aunque tuvo que escapar de la
hambruna en la tierra prometida y acudir a la provisión en
un país pagano, no obstante, su fe no desmayó en ningún
momento, sino que se mantuvo mirando, a través de los
ojos de la misma, al Dios que hizo la promesa, el cual es
poderoso para llevarla a cabo, aunque las circunstancias
parecían contradecir la expectación.
Abraham no pudo poseer la tierra prometida, Isaac
tampoco, ahora Jacob muere en tierra extranjera con toda la
descendencia a la cual se le prometió la tierra de Canaán.
Mientras tanto, los que no recibieron la promesa, los
réprobos que no pertenecían al pueblo de Dios, es decir,
Ismael y Esaú, junto con todos los habitantes paganos de
Canaán, continuaban disfrutando la tierra prometida como
si fuera de su posesión. Esto debió ser otra prueba para la
fe, pues, los santos de todos los tiempos se han preguntado
por qué muchos impíos viven como si ellos disfrutaran de
las bendiciones de Dios, mientras que los santos, los justos,
los herederos de la promesa, tienen que huir a otro país, o
andar toda su vida como errantes peregrinos.
Creo que los Patriarcas en algún momento de su vida,
especialmente en los tiempos difíciles, pudieron
identificarse con el salmista cuando exclamó: “En cuanto a
mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis
pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la
prosperidad de los impíos. No pasan trabajos como los
otros mortales, ni son azotados como los demás hombres.
Logran con creces los antojos del corazón. Ponen su boca
contra el cielo, y su lengua pasea la tierra” (Sal. 73:2-9).
Pero a pesar de que los hijos de Ismael y Esaú poblaron y
disfrutaron la tierra de Canaán por varios siglos, las
155
bendiciones eternas no eran para ellos, sino para los hijos
de la promesa, los elegidos por gracia. Los impíos podrán
disfrutar en esta vida de muchos privilegios, y la
providencia podrá ser más abundante para con ellos que
para con muchos creyentes, pero esto será solo un disfrute
temporal de cosas que perecen, más los hijos de la promesa
heredarán y disfrutarán para siempre de las glorias que no
se corrompen ni se acaban.
Jacob, al final de sus días, comprendió que no es necesario
acudir a artilugios para recibir la herencia prometida, sino
que esta se recibe solo por la fe.
Es así que pronuncia su bendición final sobre los dos hijos
de José, repartiendo entre ellos, y el resto de sus hijos, la
tierra de Canaán, la cual aún no estaban habitando, sino que
sería necesario que transcurrieran varios siglos para que
ellos la poseyeran realmente. Pero la fe no se basa en lo que
los ojos físicos ven, sino en la convicción y certeza de lo
que se espera. Él actuó como rey de la tierra, solo porque
creía en la Palabra de Dios.
Los creyentes hebreos a los cuales se les escribe esta carta
estaban considerando abandonar el cristianismo porque no
estaban viendo el cumplimiento de las promesas, sino que,
por el contrario, estaban sufriendo a causa de su fe en
Cristo y eran despreciados por todos, pero el autor de la
carta, inspirado por el Espíritu Santo, quiere mostrarles a
través de los ejemplos de fe de los patriarcas que ellos no
actuaron no así, “ellos tenían una visión que trascendía sus
propias fortunas y su propia generación. Se veían a sí
mismos como partes de un gran plan, eslabones de una
larga cadena de la historia divina. Su fe no estaba
perturbada por la falta de cumplimiento en sus días”58.

58
Taylor, Richard y otros. Comentario Bíblico Beacon. Hebreos hasta
Apocalipsis. Casa Nazarena de publicaciones. Página 149
156
Es interesante notar que Jacob, así como había hecho
Abraham e Isaac, no bendice con mayor bendición al
mayor de los hijos de José, sino al menor. Nuevamente aquí
vemos cómo la gracia de Dios actúa más poderosamente en
aquellos que considerando su debilidad, flaqueza e
inhabilidad, dependen en todo de las fuerzas del Señor.
El mayor de los hijos de José era Manasés, y siguiendo la
costumbre de la época, José puso a su primogénito al lado
del brazo derecho de Jacob, y a Efraín, el menor, a la
izquierda. No obstante, Jacob cruzó adrede sus brazos y
puso la mano derecha sobre el menor. Siendo que Jacob
estaba casi ciego (Gén. 48:10), José pensó que él se había
equivocado y le pidió a su padre que cambiara de posición
sus manos y pusiera la derecha sobre Manasés, a lo cual el
anciano patriarca respondió: “Lo sé, hijo mío, lo sé;
también él vendrá a ser un pueblo, y será también
engrandecido; pero su hermano menor será más grande
que él, y su descendencia formará multitud de naciones”
(Gén. 48:19).
Efectivamente Efraín, el hijo menor de José, llegó a ser una
de las tribus más grandes e importantes de Israel, a tal
punto, que en las Sagradas Escrituras, en muchas ocasiones,
las 10 tribus del norte son llamadas con el nombre de
Efraín, lo cual significa que las otras 9 tribus vivieron bajo
su sombra. (
El autor de la carta a los Hebreos, en el verso 21, también
muestra como ejemplo de la fe perseverante de Jacob el
hecho de que él “adoró apoyado sobre el extremo de su
bordón59”. Esta escena de Jacob adorando al Señor se
59
Hay una diferencia entre el texto masorético y la versión griega
(septuaginta) de Génesis 47:31. Pues, en la versión hebrea se lee que
“Jacob se apoyó sobre la cabecera de su cama”, mientras que la
versión griega dice: “adoró apoyado sobre el extremo de su bastón”.
Esta se diferencia se debe a que las mismas consonantes hebreas que
se usan para cama son las mismas de bastón. Siendo que en el idioma
157
encuentra en Génesis 47:31. Jacob había conocido al Dios
de la gloria, y como tal, aún en la hora de muerte, en medio
de los dolores y achaques del cuerpo, no encontró excusa
para no inclinar su rostro delante de la presencia de Dios y
darle gracias por haberlo preservado durante toda su vida y
haberle concedido dar la bendición sobre sus descendientes:
“El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres
Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo
soy hasta este día, el Ángel que me liberta de todo mal”
(Gén. 48:15-16).

Aplicaciones:
- Amados hermanos, cuán maravillosos son los planes del
Señor. Él no siempre escoge a los grandes y poderosos para
hacer sus más exaltadas e impactantes obras, sino que se
deleita en usar a los débiles y a aquellos que no parecen
tener ningún don o talento. La tribu más grande de Israel
surgió del hijo menor de José, no del mayor. De la misma
manera, los frutos más abundantes para el reino no son
entregados a los que se ufanan de su sabiduría, grandeza,
dones o talentos, sino a aquellos que no se atreven ni
siquiera a que se les llame “siervos del Señor” porque
consideran que su servicio es tan imperfecto y defectuoso
que para ellos el privilegio más grande es que un día el
Señor los pueda considerar “siervos inútiles”: “Así también
vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os ha sido

hebreo no se acostumbraba a escribir las vocales, entonces, cuando


una persona leía esta palabra que podía tener doble significado
dependiendo de la pronunciación que se le diera, los traductores
griegos en vez de leer mittáh (cama), leyeron mattéh (bastón). A pesar
de esta diferencia no hay ningún problema serio en esto, pues, siendo
Jacob un anciano patriarca, de seguro tenía su bastón, y no sería
extraño pensar que para inclinarse a adorar lo hiciera apoyando un
brazo en la cabecera de la cama y otro en su bastón de mando y
autoridad.
158
ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que
debíamos hacer hicimos” (Luc. 17:10). A estos siervos que
todavía no alcanzan el grado honroso de siervos inútiles, no
porque no trabajen, sino porque no se consideran dignos de
trabajar para el Reino de Dios, a estos laboriosos hermanos,
humildes, tal vez incógnitos, es a los cuales se les ha
preparado el producir muchos frutos para el Reino de Cristo
y para su gloria. Hermanos amados, tal vez muchos de
nosotros no tengamos grandes nombres, ni seamos
famosos, ni tengamos reconocimientos de la sociedad, tal
vez seamos, como suele decir un pastor amigo, los
universalmente desconocidos, pero recuerda que es a esta
clase de personas a los cuales Dios ha escogido para que
desarrollen el verdadero grande y magnífico trabajo en su
Reino. No aspires a un gran nombre, o a la fama, o al
reconocimiento personal, espera pacientemente en el Señor,
y cuando fuere tiempo él te exaltará.
- Los seres humanos tenemos la perversa tendencia de
olvidarnos de dónde nos sacó Dios, y somos proclives a
despreciar, o considerar que Dios no hará con otros lo
mismo que hizo con nosotros. José era uno de los hijos
menores de Jacob y no merecía recibir una doble porción
de la tierra prometida, pero a pesar de ello, Jacob le dio esa
bendición, por encima de su hermano mayor, Rubén. Pero
cuando Jacob decide dar la bendición mayor a su hijo
menor, José quiere corregir la situación porque él considera
que no es justo dar la porción más grande al menor. ¡Qué
horror! Así actuamos muchos de nosotros. Especialmente
cuando estamos en el ministerio cristiano, y algún hermano
humilde, tal vez con pocos estudios o talentos, aspira a, al
menos, caminar lentamente en la senda de la preparación
para el santo ministerio, tendemos a despreciarlos y pensar
que ellos no son llamados o no tienen la habilidad para ser
pastores, pero ¿Quién soy yo para decidir eso? Si algunos
de nosotros estamos ahora en el ministerio, no fue por
159
ningún talento personal, sino por la gracia de Dios que nos
llamó y nos capacitó para ello. “… para que en nosotros
aprendáis a no pensar más de lo que está escrito, no sea
que por causa de uno, os envanezcáis unos contra otros.
Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas
recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no
lo hubieras recibido” (1 Cor. 4:6-7).

160
La fe bendice al pueblo de la promesa

La fe de José

Hebreos 11:20-22
Introducción:
“Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de
Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos” (Hebreos
11:22).
Continúa nuestro autor describiendo la fe perseverante a
través de ejemplos tomados de los patriarcas. Con José
llegamos al último de ellos, y, vemos cómo nuevamente el
acto culmen de su fe no es tomado de las muchas pruebas
que soportó durante su vida en Egipto, sino que es tomado
de un momento antes de morir.
A la temprana edad de los diecisiete años José fue vendido
por sus hermanos como esclavo y fue llevado lejos a un
país extraño y pagano, es decir, a Egipto (Gén. 37:26-28).
Allí permaneció durante muchos años rodeado de gente
idólatra y supersticiosa, y es muy probable que durante
todo ese tiempo nunca estuviera en contacto con un hijo de
Dios, con un creyente en el Dios verdadero. Por otra parte,
en aquellos días no había Biblias para leer, porque la
Palabra de Dios aún no se había escrito. Sin embargo, en
medio de toda clase de tentaciones y pruebas, este creyente
se mantuvo fiel al Señor.
El desprecio de sus hermanos y el intento de asesinarlo no
mataron su fe y confianza en el Señor. El ser acusado
falsamente de acoso sexual por la esposa del funcionario
del Faraón y estar trece años en la cárcel no le amargaron.
Convertirse en señor de la gran nación egipcia no estropeó
161
su fe en Dios. Los malos ejemplos de los egipcios no lo
corrompieron.
En José vemos el gran poder de la gracia divina
preservando a sus elegidos. Es necesario recordar que José,
en sus primeros años de vida, había recibido una sólida
formación espiritual. Fue tan fuerte y fundamental esta
enseñanza recibida de su padre Jacob, que, a pesar de haber
sido separado del pueblo de Dios a los 17 años de edad, en
plena adolescencia, él se aferró a la fe aprendida y, en
medio de las más grandes tentaciones del mundo, confió en
Dios y dependió de él, agradándole en todas la decisiones
que tomaba.
Este ejemplo debe motivar a todos los padres cristianos a
hacer su parte en enseñarles fielmente a sus hijos el
evangelio, y confiar que la gracia divina bendiga esta
enseñanza, arraigándola en sus mentes y corazones, así
ellos deban partir a un país extraño.
Insisto en afirmar que una buena parte de los lectores de la
carta a los Hebreos, hubiésemos esperado que nuestro autor
mencionara algunos de los actos heroicos de la fe de José,
como: su fidelidad a Dios al declarar lo que el Señor le
había revelado, aunque sus hermanos lo aborrecerían con
más intensidad (Gén. 37:5); o su ejemplar castidad al no
ceder ante las insinuaciones sexuales de la esposa de Potifar
(Gén. 39:7-10); o su paciencia en la aflicción en medio de
la dura y cruel prisión (Sal. 105:17-19); o su sabiduría y
prudencia manejando los asuntos de Pofifar, de la cárcel o
los negocios del Faraón (Gén. 39:22; 47:14); o su temor de
Dios (Gén. 42:18); o su compasión mostrada en perdón
hacia sus envidiosos hermanos (Gén. 42:24).

No obstante, el autor de la carta escoge un momento


memorable de la vida final de José para destacar su fe como
ejemplo para los creyentes de todos los tiempos. Pero esto
tiene un propósito especial, pues, esta carta se dirige
162
inicialmente a judíos que habiéndose convertido a la fe
cristiana, ahora, luego de haber sufrido las persecuciones
iniciales por seguir a Cristo, cuando ya han avanzado
bastante en su peregrinar espiritual, están pensando en
retroceder, en volver a la antigua religión judaica,
mostrando así infidelidad a Jesús, el único y efectivo
Salvador, convirtiéndose en apóstatas.
Isaac, Jacob y José son un ejemplo claro de que los
verdaderos creyentes perseveran en la fe cristiana hasta el
fin, no se apartan, no miran hacia atrás. Hasta el último día
de sus vidas en esta tierra mantienen incólumes la fe en el
Hijo de Dios.
La fe es una gracia o don que honra a Dios, la cual está
presente en los verdaderos creyentes tanto en la vida como
en la muerte. La persona mundana puede parecer muy
próspera, y su viaje por esta vida puede parecer muy suave
y fácil, pero ¿cómo responde él ante la crisis suprema?
¿Qué fortaleza hay en su corazón para enfrentarse con la
muerte? ¿Cuál es la esperanza del hipócrita, a pesar de
todas sus ganancias mundanales, cuando Dios le quite su
alma?
Algunas personas, debido a su ignorancia espiritual, no
pueden sentir el terror de saber que les espera la
condenación eterna cuando mueran, e incluso pueden tener
cierta tranquilidad debido a la dureza de su conciencia, pero
no pueden experimentar la verdadera paz, ni la firme
confianza, ni la alegría triunfal que caracteriza a los que
mueren en Cristo. Los que son de Cristo pueden morir
adorando y glorificando a Dios porque creen en sus
promesas, debido a que poseen una fe genuina.
El ejemplo de la fe de José nos muestra que un creyente, si
la providencia no le quita sus facultades mentales antes de
morir, no debe ser pasivo en la muerte, no morirá como una
bestia. Esta es la última vez que él puede hacer algo para el
Reino de Dios en la tierra, y aprovechará hasta el último
163
suspiro para recordarle a sus hijos y descendientes el pacto
que Dios hizo con su pueblo, el pacto que Dios hizo con él.
El creyente, a la hora de su muerte, tendrá presente que su
salvación es segura, que Dios cumplirá todas sus promesas
en él, que no será defraudado, sino que la salvación obrada
por el Trino Dios le introducirá a una eternidad gloriosa. Él
recordará que el Padre le predestinó para la salvación, que
el Hijo hizo posible esta salvación a través de su obra y
muerte en cruz, que el Espíritu Santo le buscó cuando
estaba muerto en sus delitos y pecados, le dio el don de la
fe, lo regeneró, lo bautizó al cuerpo de Cristo, lo santificó y
lo resucitará un día para revestirlo de gloria inmortal e
incorruptible.
Una muerte así no espanta a nadie sino que llena de
regocijo y fortaleza al creyente, de manera que le impele a
anunciar este santo evangelio, aún desde el lecho de la
muerte. El creyente en la hora de la muerte hace memoria
de la fidelidad y bondad de Dios hacia él en toda su
peregrinación, y llena su boca de alabanzas y acción de
gracias.
Cuando la fe se activa en las últimas horas de vida de un
santo, no solo su corazón es sostenido y consolado, sino
que Dios es honrado y otros son afirmados en la fe. Un
hombre carnal, es decir, incrédulo, no puede hablar
palabras buenas y llenas de gracia a la hora de pasar por el
valle de la sombra de la muerte, no se atreve a recomendar
su vida mundana como ejemplo para que los demás lo
imiten. Pero un creyente, a la hora de su muerte, puede
hablar bien de Dios y recomendar su pacto a otros. Así fue
con Jacob, quien habló bien del Dios que lo guardó durante
toda su vida (Gén. 48:15-16) y así fue con Josué: “Y he
aquí que yo estoy para entrar hoy por el camino de toda la
tierra; reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con
toda vuestra alma, que no ha faltado una palabra de todas
las buenas palabras que Jehová vuestro Dios había dicho
164
de vosotros; todas os han acontecido, no ha faltado
ninguna de ellas” (Josué 23:14).
Esta fe también estuvo con José hasta la hora de su muerte.
Él pudo recordar la fidelidad de Dios y también recomendar
a sus familiares al Dios en el cual había creído. Él pudo
haber dejado a sus nobles hijos un rico patrimonio en
Egipto, pero prefirió que recibieran la bendición del pacto
que Dios les daría a través de su anciano padre (Gén.
48:12).
Para José las riquezas de Egipto no eran nada en
comparación con las bendiciones de Sión. Y ahora, cuando
solo faltan pocas horas para abandonar su morada terrena,
José no se aferra a la posición de honor que había ocupado
por tanto tiempo en la corte del Faraón, sino que su corazón
está ocupado en las cosas de Dios y en la herencia
prometida. Aquí podemos ver la poderosa influencia de un
ejemplo piadoso: José había sido testigo de los últimos
actos de su padre Jacob, y ahora sigue sus pasos.
Los buenos ejemplos de los superiores y las personas
mayores son de gran fuerza a aquellos que los respetan y
buscan ser cuidadosos en su conducta e imitan estos loables
modelos. Debemos emular lo que es digno de alabanza en
nuestros superiores: “Hermanos, sed imitadores de mí, y
mirad a los que así se conducen según el ejemplo que
tenéis en nosotros” (Fil. 3:17). “Acordaos de vuestros
pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad
cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe”
(Heb. 13:7).

“Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos


de Israel, y dio mandamiento acerca de sus huesos” (v.
22). Para comprender la fuerza de lo que nos quiere enseñar
nuestro autor sagrado, miremos el momento en el que la fe
de José se ejerció aquí. Fue durante su hora final en esta
tierra. La mayor parte de su longeva vida la había pasado
165
en Egipto, y durante sus últimas etapas había sido elavado a
una altura vertiginosa, porque, como dice Hechos 7:10, fue
nombrado “gobernador sobre Egipto”, y sobre toda la casa
de Faraón. Sin embargo, ni los honores ni los lujos que José
recibió, mientras estaba en la tierra del exilio, hizo que este
santo hombre se olvidara de las promesas de Dios, ni ató su
alma a las cosas de la tierra. Su mente estaba ocupada en
cosas más elevadas que las riquezas y glorias perecederas
de este mundo.
Aprendamos, queridos hermanos, a elevar nuestro corazón
de manera que mire, contemple y anhele las cosas
celestiales al punto de mirar con desprecio los premios,
riquezas, glorias y placeres que ofrece este mundo.
Ahora, mirando el caso de José, que el honor y las riquezas
terrenales no necesariamente lesionan o son causa de daño
para la fe si hay un corazón misericordioso que utiliza estos
privilegios terrenos para glorificar a Dios. Muchos
ejemplos podemos citar en prueba de ello. Dios ha tenido a
algunos de sus santos, incluso en la “casa de César” (Fil.
4:22), el emperador romano.
Las cosas materiales son dones de Dios, y por lo tanto se
deben usar para su alabanza y gloria. Se requiere tanta fe y
gracia para moderar nuestros afectos en un estado de
riqueza y abundancia, como también cuando no tenemos
nada y dependemos de la provisión de Dios.
Aprender a vivir en “abundancia” (Fil. 4:12) es una lección
no muy fácil. Mantener la mente fija en Dios y “si se
aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas”
(Sal. 62:10), requiere gran dependencia de la gracia y una
vida llena de fe. Si tenemos riquezas, entonces seamos
agradecidos para con Dios y esforcémonos en utilizarlas
para la honra de Dios.
Los ricos tienen luchas más grandes para aprender a confiar
en Dios. Los pobres se ven obligados a aprender a depender
de Dios, no tienen otra alternativa, sino caerían en la
166
absoluta desesperación. Pero los que tienen mucho, corren
el peligro de perder de vista al dador de los dones. No pasó
así con José. Para él Egipto fue nada, comparado con
Canaán.
José aprendió a ver las cosas como las debe ver un hombre
de fe: la verdadera grandeza y riqueza espiritual es contar
las cosas más grandes de la tierra como nada cuando se
comparan con las cosas del cielo. Es una gran misericordia
del Señor cuando la abundancia de las cosas temporales no
reemplaza a las promesas divinas en el corazón.
Para cultivar la dependencia de Dios es necesario cultivar la
sensibilidad espiritual, mantenernos en estrecha comunión
con él y amar las cosas celestiales.

“Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos


de Israel”. Aunque las fuerzas físicas del anciano José le
han abandonado y ahora, posiblemente, con mucha
dificultad puede pensar y musitar quedas palabras, él
ejercita su mente espiritual y recuerda las promesas que el
Señor había dado a Abraham respecto al peregrinaje del
pueblo en Egipto y su regreso a la tierra de Canaán: “Ten
por cierto que tu descendencia morará en tierra ajena, y
será esclava allí, y será oprimida cuatrocientos años. Mas
también a la nación a la cual servirán, juzgaré yo; y
después de esto saldrán con gran riqueza” (Gén. 15:13-14).
Es imposible para un hombre de fe no meditar
constantemente en las preciosas cosas futuras que han sido
prometidas para los que aman a Dios, pues, “la fe es la
certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se
ve” (Heb. 1:1).
En Génesis 50:24-25 encontramos el breve pero
conmovedor relato de la muerte de José: “Y José dijo a sus
hermanos: Yo voy a morir; mas Dios ciertamente os
visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a
Abraham, a Isaac y a Jacob. E hizo jurar José a los hijos
167
de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis
llevar de aquí mis huesos”.
Ahora, cuando José afirma estas cosas, él está
fundamentándose en las promesas que Dios le había dado a
Abraham y que luego repitió a Isaac y Jacob. Dios le dijo a
Abraham que su descendencia sería esclava por 400 años
en otra nación. José asume que esto será en Egipto, hasta
que llegue el día en el cual Dios juzgue a esta pagana
nación y libere a su pueblo de la esclavitud. Pero, cualquier
oyente egipcio que en ese momento escuchare a José hablar
de ésto a sus hermanos, le diría: Pero, José, cómo así que
ustedes van a ser esclavos. ¿Acaso no eres tú el hombre
más importante en Egipto luego del Faraón? ¿Acaso el
Faraón no recibió a tu padre y a tu familia con gran pompa
y respeto? ¿Acaso no les dio lo mejor de la tierra a ustedes
y ahora son los favoritos del pueblo? Ustedes no son
esclavos, forman parte de la élite egipcia. José fue el gran
benefactor de los egipcios ¿por qué entonces sus
descendientes iban a ser odiados y oprimidos por ellos?
Bueno, la fe no siempre está de acuerdo con la razón, pero
la fe cree en lo que Dios ha prometido, así las
circunstancias indiquen lo contrario.
Pero José pudo ver, no con los ojos físicos, sino con los de
la fe, que un día vendría “un nuevo rey que no conocía a
José” (Ex. 1:8), el cual impondría duras cargas sobre el
pueblo hebreo y los esclavizaría cruelmente y causaría gran
dolor y angustia al pueblo de la promesa. (Ex. 1:9-22). Pero
también pudo ver la liberación que Dios les daría a través
de Moisés, y el regreso victorioso a la tierra de Canaán,
donde poseerían la tierra prometida y expulsarían a los
idólatras pueblos que la habitaban. Esta liberación, luego de
400 años de esclavitud, sería con grandes riquezas.

Pero ¿cómo sería posible que un pueblo de esclavos, sin


líder, ni preparación militar, ganando solo el pan diario,
168
podrá salir con grandes riquezas y escapar de las manos de
uno de los imperios más poderosos de ese tiempo, con un
gran poderío militar? Bueno, José sabía que la razón no
siempre está de acuerdo con la fe, pero él sabía que lo más
sabio era creer lo que Dios había prometido, pues, el Señor
se especializa en hacer lo que parece imposible.
Efectivamente, el pueblo del Señor, luego de ser
esclavizado por más de 400 años, en cabeza del caudillo
Moisés, sale de Egipto con gran riqueza: “E hicieron los
hijos de Israel conforme al mandamiento de Moisés,
pidiendo de los egipcios alhajas de plata, y de oro, y
vestidos. Y Jehová dio gracia al pueblo delante de los
egipcios, y les dieron cuanto pedían; así despojaron a los
egipcios” (Ex. 12:35-36).
La fe es un don que nos permite ver a larga distancia. Ella
es capaz de mirar más allá de las colinas y las montañas de
dificultades hasta el horizonte luminoso de las promesas
divinas. La fe es bendecida con la paciencia y espera con
calma la hora destinada para que Dios intervenga y actúe,
por lo tanto, ella se aferra a esta palabra: “Aunque la visión
tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y
no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda
vendrá, no tardará” (Hab. 2:3).
Muchas veces las promesas de Dios parecieran tardar en
cumplirse, pero esto es solo conforme a su santo propósito.
Los aparentes retrasos de Dios no son una respuesta
negativa a nuestras oraciones ni una burla para nuestra
esperanza, sino que son disciplina para nuestros corazones,
pues, la espera somete nuestro deseo impaciente por tener
las cosas a nuestra manera y en el tiempo que nosotros
queremos; estos aparentes retrasos nos ayudan a estar en un
insistente contacto con Dios y nos preparan para recibir con
avidez y gran alegría sus misericordias.
Frecuentemente, Dios difiere su ayuda hasta el último
momento. Así fue con Abraham cuando ofreció a Isaac.
169
Aunque Abraham, desde el primer momento de recibir el
mandamiento, demostró estar dispuesto a sacrificar a su
hijo, no fue sino hasta cuando tenía atado a Isaac en el altar
a punto de clavarle el puñal que Dios intervino.
Así fue con Israel en el Mar Rojo (Éx. 14:13). Así sucedió
con los discípulos en la tormenta, pues, Cristo interviene
cuando “las olas cubrían la barca” (Mt. 8:23). Así fue
también con Pedro, quien fue rescatado de la cárcel solo
unas horas antes de su ejecución (Hch. 12:6-8). Así también
Dios obra en formas misteriosas para realizar sus
maravillas y a menudo actúa en una forma totalmente
contraria a las probabilidades externas.
La historia de José nos ofrece un claro ejemplo de lo que
acabamos de afirmar. Para llegar a ser gobernante de
Egipto, primero tuvo que ser llevado allí como un esclavo.
¿Quién habría pensado que la cárcel era el camino para la
victoria? Así fue con sus descendientes, cuando la
esclavitud más cruel se tornó, al punto que les pidieron
producir más ladrillos utilizando menos materiales, la
liberación anhelada vino a ellos.
Los caminos de Dios son extraños para la carne y la sangre.
A menudo permite que surja el error para aclarar la verdad,
la esclavitud frecuentemente es el paso para la libertad, la
persecución y la aflicción a menudo han demostrado tener
una bendición oculta.
“Y José dijo a sus hermanos: Yo voy a morir; mas Dios
ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la
tierra que juró a Abraham, a Isaac y a Jacob” (Gén.
50:24). La fuerza de la fe de José se manifiesta sin duda o
vacilación, él estaba completamente seguro de que Dios no
puede mentir y que de manera segura y firme cumple Su
palabra. Él estaba totalmente convencido, aún en la
flaqueza de la muerte, que Dios cumplirá en nosotros sus
promesas, “porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré
“ (Heb. 13:5).
170
El moribundo José, lleno de esta fe perseverante pudo
exclamar: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no
temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” (Sal. 23:4).
Él confiaba en que Dios no abandonaría a su pueblo, sino
que le daría cumplimiento a sus abundantes promesas, por
lo tanto él también pudo decir con David “Mi carne
también reposará confiadamente” (Sal. 16:9).

“Por la fe José, mencionó (recordó) la salida de los hijos


de Israel”. La verdadera fe no se interesa en el bienestar o
la comodidad personal, sino que, incluso en la hora de la
muerte, procura el bienestar del pueblo de Dios.
La verdadera fe no es egoísta, sino que ella nos lleva a amar
al pueblo de Dios, a Sión. José recordó al pueblo de Sión y
lo bendijo anunciando su liberación de la esclavitud
Egipcia. Que el interés de la fe está puesto principalmente
en el bienestar colectivo del pueblo de Dios y pasa a un
segundo plano el interés personal, se deja ver en que José,
antes de hablar sobre sus huesos, habló del éxodo del
pueblo.

“Y dio mandamiento acerca de sus huesos”. La fe de este


hombre, que había sido probada con duras pruebas, era tan
firme, que él estaba seguro de que en unos siglos Dios les
entregaría de manera material la tierra de Canaán, y él, aún
en sus huesos, no querría estar en la próspera pero pagana
tierra de Egipto, sino en el lugar de la bendición divina, en
Sión.
José no era un supersticioso, él sabía que luego de morir
sus huesos no eran más que el cascarón mortal y vacío de lo
que fue su morada terrena, pero con este acto de fe, José
quiere inspirar a sus hermanos y a los descendientes del
numeroso pueblo que Dios formaría bajo la sombra del
poderoso imperio egipcio a que mantengan siempre en
perspectiva que el Señor les sacaría con mano poderosa de
171
Egipto y los conduciría a Canaán, la tierra prometida a
Abraham su padre.
Efectivamente, varios siglos después, cuando el numeroso
pueblo de Dio salió con mano fuerte de Egipto, Moisés se
encargó de que el cuerpo embalsamado de José fuera
llevado a Canaán: “Tomó también consigo Moisés los
huesos de José, el cual había juramentado a los hijos de
Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará y haréis subir
mis huesos de aquí con vosotros” (Ex. 13:19). “Y
enterraron en Siquem los huesos de José, que los hijos de
Israel habían traído de Egipto, en la parte del campo que
Jacob compró de los hijos de Hamor padre de Siquem, por
cien piezas de dinero; y fue posesión de los hijos de José”
(Jos. 24:32).

Aplicaciones:
- “!Que alegría ver como “la fe nuestros padres” se
extiende de generación en generación! El escritor de
Hebreos detalla los nombres de Isaac, Jacob, y José. Cada
uno pertenecía al pacto que Dios había hecho con Abraham
cuando Dios dijo. “Estableceré mi pacto como pacto eterno
entre ti y mí y tus descendientes después de ti por las
generaciones futuras, para ser tu Dios y el Dios de tus
descendientes después de ti” (Gn. 17:7). Dios cumple su
palabra a lo largo de las generaciones. Cuando los padres
ven el amor del Señor en sus hijos que expresan un deseo
de hacer su voluntad, los corazones de aquellos están llenos
de gratitud a Dios. Ver cómo la generación siguiente toma
la antorcha de la fe es un signo evidente de la fidelidad de
Dios”60. Oremos para que Dios les dé el don de la fe a
nuestros hijos, de manera que nuestros descendientes

60
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 392
172
puedan formar generaciones de hombres y mujeres que
sirven al Dios Altísimo.
- Imitemos el ejemplo de José, quien, a pesar de haber sido
levantado por la providencia divina a las más altas
posiciones políticas, sociales y económicas del imperio
egipcio, no se aferró a las vanidades de la gloria mundanal,
sino que siempre mantuvo en perspectiva la promesa divina
dada a sus padres, y nunca pudo dejar de amar, por encima
de sus comodidades, a la nación celestial. Su ciudadanía era
celestial, su patria era Sión, no Egipto; él también fue un
peregrino en esa tierra llena de abundancia. Que nuestros
corazones no se aferren a las altas posiciones que
lleguemos a alcanzar en esta tierra. Si, debemos ser
diligentes en hacer que este Egipto en el cual vivimos sea
próspero, que haya alimento para todos, que haya progreso
y paz, pero de nuestra parte, mientras señoreamos sobre
este mundo, nuestro corazón ansía llegar a la tierra
prometida, a la Canaán celestial. Y cuando llegue la hora de
nuestra muerte, si el Señor no viene antes por su Iglesia,
que ella sea un motivo para cantar la más bella canción al
Salvador, pues, con total seguridad, muy pronto, estaremos
viendo su rostro resplandeciente como el sol.
- Amigo, ¿qué palabras saldrán de tu boca en la hora de la
muerte? ¿Qué pensamientos vendrán a tu mente cuando
estés a punto de dejar este mundo? Estoy seguro que si
sigues rechazando al Salvador, lo que habrá en tu mente y
en tu boca serán lamentaciones, amarguras, rencores,
angustias, desesperanza, producida por la incertidumbre de
no saber qué encontrarás más allá de la muerte. Pero yo te
digo lo que vas a encontrar: A un juez airado, implacable y
dispuesto a derramar su ira sobre ti porque te atreviste a
rechazar a su Unigénito y precioso Hijo. Mira hoy a Jesús,
por medio de la fe, cree en él, y reconócelo como tu
Salvador y Señor. Entonces, y solo entonces, estarás seguro
que cuando llegue el momento de pasar por el valle de la
173
sombra de la muerte, el buen pastor te acompañará y te
infundirá aliento.

174
La fe de Moisés (11:23-29)
La fe que no teme a los hombres. La osadía de
la fe. v. 23

Introducción:
Las dos secciones más grandes de este capítulo se dedican a
los dos personajes más importantes en la historia de la
conformación del pueblo del Señor. Primero, Abraham,
quien es considerado el padre de los creyentes. Los judíos
le tenían como su padre (Mt. 3:9), de manera que, debido a
este gran respeto hacia el patriarca, el autor de la carta a los
Hebreos consideró que su ejemplo de fe perseverante sería
contundente para mostrarles a los titubeantes creyentes
receptores de la carta que si renunciaban a Cristo, entonces
no tenían la fe de Abraham y por lo tanto estarían excluidos
del Reino de Dios.
El otro personaje, al cual se le dedica un espacio grande, es
Moisés. Este es considerado el padre de la nación de Israel.
Su ejemplo de fe perseverante también será fundamental
para el desarrollo de su teología de la fe. Su “vida entera
estaba marcada por la conciencia de la presencia y el poder
del Dios invisible, y la creyente obediencia a su palabra”61.
Desde el verso 23 y hasta el 29 encontramos cinco
referencias a la fe de Moisés, la primera se refiere a sus
padres, y la última al pueblo de Israel:
1. La fe que no teme a los hombres. La osadía o el coraje de
la fe v.23
2. La fe que escoge a Cristo y desprecia las glorias del
mundo v.24-26
61
Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 318
175
3. La fe que mira al invisible v.27
4. La fe que se aferra a la sangre de Cristo v.28
5. La fe que experimenta el poder milagroso de Dios v.29

1. La fe que no teme a los hombres. La osadía o el coraje


de la fe. “Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido
por sus padres por tres meses, porque le vieron niño
hermoso, y no temieron el decreto del rey” (v. 23).
Aunque el personaje central de esta sección es Moisés y su
fe, no obstante, en el verso 23 entendemos que se trata de la
fe que ejercieron sus padres al momento del nacimiento del
niño. La historia bíblica nos cuenta que luego de la muerte
de José y los patriarcas, el pueblo de la promesa, bajo la
sombra protectora de Egipto, empezó a multiplicarse de una
manera especial, al punto que los egipcios se preocuparon
de este crecimiento poblacional de los hebreos: “Y los hijos
de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron
aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la
tierra. Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey
que no conocía a José; y dijo a su pueblo: He aquí, el
pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que
nosotros. Ahora, pues, seamos sabios para con él, para que
no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él
también se una a nuestros enemigos y pelee contra
nosotros y se vaya de la tierra” (Ex. 1:8-10).
La bendición de Dios estaba sobre Israel y nada podía
impedir el cumplimiento de lo que Dios había determinado:
Que ellos serían tan numerosos como las estrellas del cielo
(Gén. 22:17).
Pero el Faraón estaba temeroso de este pueblo robusto y
fructífero, de manera que busca una forma de impedir la
alta tasa de natalidad. Para ello decreta que todos los niños
varones que nazcan de las mujeres hebreas sean muertos o
lanzados al río para que allí se ahoguen. (Ex. 1-15-22).

176
Aunque este decreto busca cambiar el designio divino de
multiplicar a su pueblo, ni siquiera el rey más poderoso de
su tiempo puede estorbar los planes de Dios; pues, entre
más trataban de acabar al pueblo de la promesa, este más se
reproducía (Ex. 1:20).
Siempre ha sido así en la historia del pueblo de Dios.
Cuando los enemigos se levantan en contra del reino de
Cristo y persiguen a los santos, causándoles sufrimiento y
muerte, más rápido crece y se extiende la semilla de la fe.
En todo tiempo de persecución ha sido una realidad lo que
dice Hechos 5:14 “Y los que creían en el Señor
aumentaban más, gran número así de hombres como de
mujeres”.
En esta historia vemos que “Muchos pensamientos hay en
el corazón del hombre; más el consejo de Jehová
permanecerá” (Prov. 19:21). Y que “Jehová hace nulo el
consejo de las naciones, y frustra las maquinaciones de los
pueblos. El consejo de Jehová permanecerá para siempre;
los pensamientos de su corazón por todas las
generaciones” (Sal. 33:10-11).
De manera que cuando el levita Amram tomó por mujer a
Jocabed, también de la tribu de Leví (Éx. 2:1), y esperaron
en el Señor tener una familia, ellos sabían que de tener un
niño varón este correría la misma suerte del resto de los
niños, es decir, serían lanzados al Río Nilo.
En medio de lo más duro de la prueba, estos dos creyentes
decidieron obedecer a Dios en el propósito de procrear y
criar hijos que vivieran para Su gloria. Ellos confiaban en el
Señor y esperaban en Su gracia.
El Señor, cuando creó al hombre y a la mujer, les ordenó
que se reprodujeran, que llenaran la tierra y la sojuzgaran
(Gén. 1:28). De manera que es responsabilidad de todo
hombre unirse a una mujer en el santo matrimonio y
engendrar hijos, salvo que la providencia del Señor no les

177
conceda el don de la reproducción o, que el llamamiento
para un oficio especial incluya el don del celibato.
Cuando dos esposos deciden no procrear, ya sea por temor
al futuro o por amarse tanto a sí mismos que no quieren ser
estorbados en su felicidad por la crianza de un bebé,
entonces se encuentran violando el mandato divino, deben
arrepentirse de tal conducta y disponerse para ser padres
que glorifiquen a Dios criando hijos en la disciplina y
amonestación del Señor.
El Dios de la vida le concede la dicha a este par de levitas
de engendrar un hijo varón, el cual nace saludablemente.
Sus padres sabían que muy pronto correrían las noticias de
que había nacido un hijo varón, y en poco tiempo vendrían
los egipcios a quitarle la vida.
A pesar del gran riesgo que ellos corrían si se descubría que
habían estado ocultando el nacimiento de su hijo varón,
ellos decidieron arriesgarlo todo, pues, a través de los ojos
de la fe, pudieron ver en el bebé la esperanza de liberación
que tanto anhelaban.
El autor de la carta a los Hebreos dice que los padres
ocultaron al bebé Moisés por tres meses “porque le vieron
niño hermoso”. Algunos comentaristas bíblicos creen que
esta frase da a entender que sus padres vieron en la
extraordinaria belleza de este niño algún indicio de que
sería el libertador, de que él estaba lleno de la gracia de
Dios desde su nacimiento, lo cual evidenciaba que había
sido destinado por el Señor para una llevar a cabo una tarea
muy importante dentro del pueblo hebreo.
“La idea estaría mejor expresada por el adjetivo
<PRINCIPESCO>. Todos los padres amantes creen que su
hijo es excepcional; pero aquí hay una insinuación de una

178
percepción profética de que ese niño tenía un destino
especial”62.
El gran comentarista bíblico y reformador Juan Calvino
escribió: “…los padres de Moisés no se encantaron con la
belleza del niño como para inclinarse a salvarlo por lástima,
como acontece ordinariamente entre los hombres; sino que
veían como una especie de señal de grandeza futura,
impresa sobre el niño, la cual prometía algo extraordinario.
No hay duda pues de que, por su misma apariencia, ellos se
inspiraran con la esperanza de una liberación cercana:
porque consideraban que el niño estaba destinado para
ejecutar grandes cosas”63.
La época en la que nace Moisés fue un tiempo de profundo
sufrimiento para el pueblo de la promesa, pues, estaban
siendo esclavizados y maltratados por los Egipcios. Es
posible que algunos creyentes, como lo eran los levitas
padres de Moisés, conocieran, por tradición oral, la
promesa que había recibido Abraham en el sentido de que
sus descendientes estarían en servidumbre por
cuatrocientos años y luego serían llevados con mano
poderosa a la tierra de Canaán: “Ten por cierto que tu
descendencia morará en tierra ajena, y será esclava allí, y
será oprimida cuatrocientos años. Más también a la nación
a la cual servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán
con gran riqueza” (Gén. 15:13-14).
De manera que siendo la situación del pueblo tan terrible, al
punto que “gemían a causa de la servidumbre, y clamaron;
y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su
servidumbre” (Ex. 2:23), y siendo que ya estaban por
cumplirse los cuatrocientos años prometidos a Abraham,
entonces no es extraño pensar que los padres de Moisés

62
Taylord, Richard. Comentario Bíblico Beacon. Hebreos hasta
Apocalipsis. Página 149
63
Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 253
179
vieron en su belleza extraordinaria una señal de que había
llegado el momento de la liberación esperada.
Aunque los creyentes no debemos utilizar el libro de
Apocalipsis, o el de Daniel, o las profecías bíblicas para
sacar cuentas que nos lleven a determinar absurdas y
atrevidas fechas para el retorno del Señor Jesucristo (Mt.
24:36; Hch. 1:7), no obstante, siendo conocedores de las
profecías, debemos estar alertas a los tiempos y conocer
que nuestra final liberación también está cerca. Jesús nos
enseño a ver las señales del fin con aliento: “Cuando estas
cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra
cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lc. 21:28).
La fe de Amram y Jocabed no solo pudo ver en el bebé una
hermosura sobresaliente, sino que, les fortaleció para
cumplir lo que consideraban era un designio divino, aunque
este acto de ocultar al recién nacido podía implicar para
ellos la misma muerte: “y no temieron el decreto del rey”.
La fe mueve a estos padres a actuar osadamente, no solo
por el amor natural que los padres tienen hacia sus hijos,
pues, de seguro otras parejas de Israel habían tenido hijos
ese mismo día, y aunque hubieran querido preservarles la
vida, no pudieron hacer nada para ello; pero en el caso de
los padres de Moisés, ellos recibieron una fe especial que
les permitió ver la liberación del pueblo a través de su hijo,
y siendo que sería un instrumento para el Reino de Dios,
decidieron darlo todo con el fin de preservarlo. La fe les
fortaleció para que no se intimidaran o aterrorizaran ante el
decreto del malvado rey. “La fe en Dios es incompatible
con el temor a las fuerzas hostiles”64.
Este aspecto de la fe perseverante es fundamental para el
cristiano, pues, en muchas ocasiones seremos enfrentados
por las fuerzas del mal y su sistema mundano, de manera

64
Wenham, G. Nuevo Comentario Bíblico Siglo Veintiuno. Página 1396
180
que para seguir nuestro caminar en pos de Cristo,
necesitaremos valor y coraje para enfrentar la oposición.
La fe perseverante se llena de coraje ante los desafíos que
nos presenta el vivir en medio de un mundo enemigo. Josué
no retrocedió con temor ante el reto de enfrentar a los
robustos y aguerridos pueblos que habitaban la tierra
prometida, sino que recobró fuerzas en el Señor y enfrentó
con gallardía al enemigo, siempre siguiendo hacia adelante
en pos de la voluntad revelada del Señor. Los apóstoles
fueron conminados por las autoridades judías para que no
predicaran el evangelio de Cristo, so pena de grandes
castigos, pero la fe en ellos obró el valor para enfrentarse al
sistema mundano y exclamaron con firmeza: “Es necesario
obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch. 5:29).
En los padres de Moisés ocurrió lo mismo que en los
personajes de las parábolas de Cristo acerca del Reino de
Dios, los cuales, cuando vieron la belleza y la riqueza de
Cristo (el tesoro escondido y la perla de gran precio. Mt.
13:44-45), deciden venderlo todo con el fin de tener el
tesoro más preciado, es decir, Cristo. Ellos vieron la gloria
de Cristo a través de la belleza de Su hijo, y por la fe, están
dispuestos a darlo todo, incluso sus vidas, con tal que este
tipo del Salvador logre vivir y crecer hasta llegar a ser el
gran caudillo que traerá la liberación esperada.
Luego de estar escondiéndolo por tres meses, estos padres
osados en la fe, encuentran nuevas maneras de proteger a su
hijo, y deciden esconderlo entre los juncos del Río Nilo,
con el fin de que sea visto por la hija del Faraón y tal vez
ella sea prendada por la belleza inusitada de este bebé. (Ex.
2:3-5).
La fe no se quedó quieta en estos valerosos padres, sino
que, cuando las circunstancias cambiaban, ellos buscaban la
forma de seguir en la lucha por el Reino. De igual manera,
la historia del pueblo de Dios ha estado llena de valientes
cristianos que, cuando los imperios y el mundo han
181
levantado leyes y barreras que impiden la proclamación del
evangelio, ellos re-inventaron nuevas formas y nuevos
medios para llevar el mensaje de salvación con el fin de
presentar la perla de gran precio a los hombres.
La fe no se queda quieta sino que es activa en el
compromiso de trabajar por la extensión del Reino de
Cristo, aún en medio de los obstáculos más grandes.
Ahora, el hecho de poner al niño en un canasto calafateado
o impermeabilizado con asfalto y brea en el Rio Nilo es una
prueba de fe impresionante; pues, los peligros eran muchos:
El canasto podía volcarse y el niño morir ahogado, la
corriente podía arrastrar al bebé hacia aguas más profundas,
un animal depredador podía comérselo; en fin, merodeaban
muchos peligros. Pero no había otra opción, ellos debían
arriesgarlo todo con el fin de cumplir la voluntad de Dios.
Ellos tenían la plena certeza de que si Dios había escogido
a este niño para el servicio en el Reino, entonces debían
entregarlo a la Divina Providencia cuando ya ellos mismos
no podían hacer nada por él. Ellos confiaban en que Dios lo
guardaría y lo preservaría, aún en medio de la multitud de
peligros que significaba este inmenso rio.
Aunque ellos ponen al niño entre los juntos del rio, no
obstante no lo abandonan. Enviaron a una hermana de
Moisés para que estuviera atenta a lo que ocurría (Ex. 2:4).
La Biblia nos relata que la hija del Faraón bajó al Nilo a
bañarse, y, efectivamente vio al bebé en el carrizal. Esto
indica que los padres de Moisés calcularon bien el sitio
donde debían poner al bebé. La fe no solo es osada sino que
utiliza la inteligencia de que hemos sido dotados por el
creador.
Una vez que la hermana de Moisés se da cuenta que la hija
del Faraón se encariña con el hermoso bebé (Éx. 2:6),
procede al siguiente paso del plan diseñado, posiblemente,
por su madre Jocabed, y se acerca cautelosamente a la
princesa, y, con arrojo, mostrando también poseer la osadía
182
de la fe de sus padres creyentes, le propone a la hija del
Faraón que busque entre las hebreas a una mujer que esté
amamantando y lo pueda criar. Es de suponer que los
padres de Moisés estarían orando al Señor para que guiara
todas las cosas a buen término conforme a Su voluntad,
pues, la fe no solo es osada, no solo busca maneras de hacer
frente a las circunstancias, sino que en todo depende de
Aquel que mueve los hilos de la historia.
La propuesta pareció bien a la hija del Faraón y siguiendo
las recomendaciones de la humilde y esclava jovencita
hebrea, busca como madre sustituta a su propia madre
biológica, obviamente, sin el total conocimiento de la
princesa de que Jocabed era la verdadera progenitora del
bebé (Éx. 2:6-9).
Los planes del Señor se cumplieron y este niño, que luego
de ser criado por su madre biológica fue adoptado como
hijo por la hija del Faraón, llegó a convertirse en el
instrumento de liberación para el pueblo de Dios.
El instrumento utilizado por el Señor en toda esta historia
llena de misterio, zozobra, angustia y peligros, fue la fe.
Solo por esta fe los padres de Moisés estuvieron dispuestos
a participar del accionar de Dios en la conformación del
pueblo de la promesa. Y de seguro que la fe de Amram y
Jocabed ejerció profunda influencia en la vida de Moisés,
en Aarón y María - sus hermanos-, pues, ellos fueron
utilizados poderosamente por el Señor en la liberación del
pueblo en su tránsito por el desierto hasta llegar a las
puertas de la tierra prometida.
Los padres creyentes pueden ejercer una poderosa
influencia en los hijos para que éstos luego sean hombres y
mujeres valerosos en el Reino de Dios. Padres de fe, tienen
más probabilidades de influir en sus hijos para que estos
también tengan fe. Otro ejemplo claro de este principio lo
encontramos en Timoteo, a quien le escribió el apóstol
Pablo diciendo: “trayendo a la memoria la fe no fingida
183
que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y
en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2
Tim. 1:5).
A través de la fe se consiguió algo que parecía imposible,
que un niño varón de los esclavos hebreos, el cual debía
morir al nacer, no solo fuera librado de la muerte, sino que
viviera y fuera sustentado en el palacio donde reinaba el
más grande enemigo de los hebreos. Lo que parecía
imposible para los hombres fue “posible para Dios” (Lc.
18:27).
El Faraón dispuso todo para evitar que el pueblo de Dios
continuara creciendo y se fuera de la tierra, él pensó que
con este perverso decreto el plan era perfecto y evitaría
cualquier sublevación; pero Dios había designado otra cosa,
pues, no solo en medio de un tiempo de gran crueldad y
persecución nació el que sería el libertador de Israel, sino
que este fue alimentado, cuidado, educado y entrenado en
la misma casa del Faraón.
Cuán ciegos son los pobres mortales pecadores en todos sus
artilugios contra la Iglesia de Dios. Cuando ellos creen que
tienen un plan perfecto y seguro, de manera que, piensan
ellos, nada, ni siquiera Dios, impedirá que lleven a cabo sus
planes de destruir la fe cristiana, el Soberano, el que se
sienta en el Trono se ríe de ellos con desprecio y obra para
la liberación de su iglesia, y la ruina de los impíos.
“¿Porqué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan
cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y
príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su
ungido, diciendo: rompamos sus ligaduras, y echemos de
nosotros sus cuerdas. El que mora en los cielos se reirá; el
Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su
furor, y los turbará con su ira” (Sal. 2:1-5).
Moisés es un tipo de Cristo y muchos aspectos de su vida
prefiguraban al Salvador. De la misma manera como el
Faraón procuró la muerte de los niños varones del pueblo
184
de Dios, tratando de impedir que estos llegaran a ser fuertes
como para liberarse de su yugo opresor; cuando Jesús nació
en Belén de Judea, el malvado rey Herodes también decretó
la muerte de todos los niños varones de Belén, con el fin de
impedir que naciera el que sería el libertador de su pueblo.
Pero a pesar de sus malvados intentos de estorbar el
cumplimiento del plan Divino, no pudo impedir el
nacimiento de Jesús, quien, así como Moisés, fue llevado a
Egipto, donde Dios lo protegería, y luego lo llamaría de
nuevo a la tierra de la promesa. Tanto en Israel como en
Jesús se cumple la palabra que dice: “… de Egipto llamé a
mi hijo” (Oseas 11:1).

Aplicaciones:
- Algunos padres creyentes tienen hijos duros de corazón,
rebeldes, que, aun cuando nacieron en cuna evangélica se
apartaron del camino y decidieron andar en pos de sus
propios pecados. Todos los padres debemos trabajar
incesantemente en la salvación de nuestros hijos, en que
ellos conozcan al Salvador: orando por ellos y
enseñándoles el Evangelio, criándolos en disciplina y
amonestación del Señor (Ef. 6:4); pero si un día ellos
crecen y se vuelven duros de cerviz, y se van de casa,
debemos entonces confiar en el Señor que él en su
misericordia los guarde, los preserve y los traiga a la fe.
Que en su gracia ponga en el camino de ellos a personas
que los puedan conducir al Evangelio, pero nunca debemos
dejar de orar por ellos y en la medida de lo posible
proclamarles el camino de salvación. Pues, la fe de los
padres es muchas veces usada por la gracia divina para
traer a los hijos a la salvación. La fe de los padres es osada
y encuentra caminos y formas de llevar el evangelio a los
hijos rebeldes. Nunca nos demos por vencidos, sigamos en
la lucha, oremos y anunciemos el evangelio a los hijos, que

185
nuestra insistencia puede ser el instrumento usado por la
gracia del Señor para hacer de ellos verdaderos creyentes.
- Hemos aprendido que la fe llenó de coraje a Amram y
Jocabed frente al cruel edicto del rey. ¿Cómo podemos
reconciliar esta forma de actuar frente a las autoridades,
cuando el apóstol Pablo exhorta a los creyentes, diciendo:
“Sométase toda persona a las autoridades superiores;
porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que
hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se
opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y
los que resisten acarrean condenación para sí mismos”
(Ro. 13:1-2)? Es cierto que el Señor requiere que su pueblo
se sujete a las autoridades establecidas, pero esto solo es
válido siempre y cuando los gobernantes humanos no
requieran del cristiano hacer algo que Dios ha prohibido o
les prohíban hacer algo que Dios ha mandado. La autoridad
inferior siempre debe ceder su lugar a la autoridad superior.
Los personajes bíblicos entendieron estos dos aspectos del
mandato de Pablo y por eso se sujetaron a los gobernantes
en todos los asuntos, excepto, en aquello que era violatorio
de la Ley de Dios. Daniel conoció el decreto del Rey, el
cual prohibía que se orara a otro Dios, pero este santo varón
puso la Ley de Dios por encima de la ley humana de
manera que “Daniel… se arrodillaba tres veces al día, y
oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía
hacer antes” (Dn. 6:10). El Señor nos ayude a ser
obedientes a las leyes y a las autoridades que han sido
puestas sobre nosotros, pero que también nos de la fortaleza
para ser capaces de resistir aquellas leyes que van en contra
de la Palabra de Dios, y, así sepamos que corremos el
riesgo de ir a la cárcel, cumplamos la voluntad revelada de
nuestro Señor.
- Hemos aprendido que la fe es una gracia espiritual que
permite a su poseedor apartar la mirada de los terrores
humanos, y confía en el Dios invisible. La fe declara
186
“Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de
atemorizarme? (Sal. 27:1). La verdad es que está fe no
siempre se está ejercitando. Con más frecuencia el brillo de
la fe se ve cubierto por las nubes de la incredulidad y ella es
eclipsada por el polvo de duda que Satanás suscita en el
alma. Decimos “esta fe” porque hay miles de cristianos a
nuestro alrededor que se jactan de estar ejercitando
constantemente su fe, y que rara vez o nunca ellos son
atormentados por la duda o que nunca se alarman por nada.
La fe de esas personas no es “la fe de los elegidos de Dios”
(Tito 1:1), la cual depende por completo de las fuerzas
renovadoras del Espíritu Santo, no, la fe de esas personas
no es más que una fe natural, una fe que surge de su propia
voluntad, que pueden ejercitar siempre que les plazca. Para
estas personas que nunca tienen temores muchas verdades y
promesas de la Palabra de Dios no tienen ninguna
aplicación para ellos. Pero cuando el rocío del cielo cae
sobre el corazón regenerado, su lenguaje es: “En el día que
temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3). Hermanos, hay muchas
cosas que nos causan temor, así como le sucedía al
salmista. Vendrán a nosotros esos días en los cuales
tenemos miedo, pero la fe se fortalece en el Señor y
entonces confía, no en nuestras capacidades, sino en el
poder de Dios. Confiemos de esta manera y avancemos en
la vida cristiana, caminando con firmeza, y si tropezamos o
encontramos fuertes murallas, ejercitemos la fe en las
promesas del Señor que Él nos dará la victoria.

187
La fe de Moisés (11:23-29)

La fe que se aparta del mundo y escoge a


Cristo. v. 24-26

Introducción:
En el verso 23 aprendimos cómo el poder de Dios obra
cuidando, aún desde la tierna niñez, a aquellos que serán
herederos de la salvación. Dios usó a los padres de Moisés
y a la hija del Faraón para que lo libraran de la muerte en
manos del perverso Rey; de manera que Moisés pudiera
crecer y llegara a convertirse en el siervo que sería usado
por Dios para librar con mano poderosa a su pueblo de la
ignominiosa esclavitud egipcia.
A pesar de que los padres de Moisés, Amram y Jocabed,
eran fervorosos creyentes en Dios, e instruyeron a sus hijos
en esta fe, no obstante, cada uno, llegada la edad en la cual
de manera responsable y consciente pueden tomar
decisiones personales, debieron escoger entre seguir a
Cristo o seguir al mundo.
En los versos 24 al 26, el autor de la carta a los Hebreos
toma el ejemplo del insigne personaje de la historia de
Israel para mostrarles a sus titubeantes lectores que la
verdadera fe en Dios se caracteriza por la negación de sí
mismo, el abandonar los placeres y riquezas del mundo que
nos apartan de Dios, con el fin de ganar a Cristo, de
seguirlo a él y agradarle en todas las cosas.
Lo que el autor quiere enseñarles a sus lectores en estos
pasajes es que si ellos se consideraban parte de la familia
espiritual de Moisés, entonces, en vez de abandonar a
Cristo, como algunos estaban pensando hacer por
insinuación de los judíos, debían rehusar toda complacencia
en las comodidades que se les ofrecían si regresaban al
judaísmo, y por el contrario, debían buscar, amar y seguir a
188
Cristo, sin importar el sufrimiento que esto significara, así
como hizo Moisés.

“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo


de la hija de Faraón”. v. 24
Es sorprendente ver cómo la fe, que es un don de Dios,
aunque sea opacada por la influencia de padres, familiares
o un entorno social incrédulo, no obstante permanece y
florece hasta producir los frutos que agradan al Señor.
El niño Moisés fue salvado de las aguas y de la muerte por
la hija del Faraón. La Biblia nos dice que su propia madre
biológica, Jocabed, lo crió en su seno hasta que tuvo la
edad suficiente para ser trasladado al palacio del monarca
(Ex. 2:9-10). La hija del Rey lo adoptó como su propio hijo
y le puso por nombre Moisés. Ser adoptado por la princesa
egipcia implicaba que Moisés también formaba parte de la
familia real y tenía derecho a todos los beneficios de tan
alta dignidad.
No sabemos la edad de Moisés en el momento de ser
llevado al palacio del Faraón, pero tuvo que ser en una
etapa infantil. De manera que Moisés, desde pequeño,
necesariamente tuvo que ser adoctrinado en las creencias
paganas e idolátricas de Egipto, así como también “fue
enseñado… en toda la sabiduría de los egipcios; y era
poderoso en sus palabras y obras” (Hch. 7:22). En las
edades más difíciles de un adolescente Moisés vivía en
medio de la opulencia, la laxitud de vida que caracterizaba
a los gobernantes de naciones paganas, los lujos y la
vanagloria de la vida.
Es posible pensar que un joven cuya vida se desarrolla en
un escenario de abundancia, lujos, glorias vanas y
relajamiento moral necesariamente sucumbirá ante estos
atractivos, pero no es así con aquellos que han sido
bendecidos con la gracia de la fe perseverante.

189
Moisés no sucumbe ante los atractivos mundanales de
Egipto sino que, sorprendentemente, decide apartarse de la
vida licenciosa de la sociedad que le rodea y prefiere
identificarse con la vida de austeridad y auto negación del
pueblo de Dios. “… rehusó llamarse hijo de la hija de
Faraón”, es decir, renunció a sus derechos como hijo
adoptado de una princesa, y despreció todas las glorias,
lujos, comodidades y privilegios que le merecían por ser
miembro de la familia real.
Aunque al leer una frase corta como esta del verso 24, a
simple vista pareciera muy sencillo el que Moisés haya
rehusado ser considerado el hijo de la hija de Faraón, la
verdad es que esto no debió ser nada fácil, pues, Moisés
estaba abandonando todo lo que un hombre natural puede
desear. No es fácil estar en una posición de gloria y
autoridad para luego abandonarla voluntariamente. Los
hombres tendemos a aferrarnos pecaminosamente a la
gloria, a la autoridad, a los lujos, a las riquezas.
Pero la fe perseverante que nos es dada por Dios, siendo
que está arraiga en las promesas divinas, no tiene
dificultades para rehusar a cualquier posición de gloria o
riqueza mundanal, pues, ella mira con plena certidumbre y
convicción las glorias eternas que recibiremos en las
moradas santas de nuestro Padre celestial.
Esteban, el mártir de la iglesia primitiva, nos deja ver que la
edad en la cual Moisés hizo esta renuncia voluntaria a los
privilegios de las glorias mundanales fue a los cuarenta
años (Hch. 7:23), es decir, la edad madura en la cual se
toman decisiones con plena conciencia y conocimiento. Su
decisión de rehusar a los privilegios de la casa del Faraón
no fue la consecuencia de una actitud díscola ocasionada
por el carácter ambivalente que caracteriza a la
adolescencia, ni tampoco fue el resultado de un espíritu
aventurero de un joven indómito. No, su decisión se toma
con pleno conocimiento y aplomo, de manera que Moisés
190
escoge voluntariamente rehusar a su posición terrena de
gran alcurnia.
La pregunta que nos hacemos ahora es: ¿Porqué Moisés
renunció a su privilegiada posición en el reino del Faraón?
Nuestro autor responde que lo hizo porque prefirió escoger
“antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de
los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores
riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los
egipcios; porque tenía puesta la mira en el galardón”.
Ahora, ¿No actuó Moisés precipitadamente al abandonar su
posición entre la realeza egipcia, siendo que otros héroes de
la fe, como su predecesor José, o como Daniel; pudieron
vivir en el palacio de los reyes, conservándose en santidad,
pero a la misma vez sirviendo a los propósitos del pueblo
del Señor desde esas altas posiciones? ¿Por qué Moisés no
pensó que le era mejor estar en palacio y desde allí trabajar
por la causa del pueblo de Dios? Debemos tener en cuenta
que los hombres de fe se guían, no por las circunstancias ni
por caprichos personales, sino por la voluntad revelada de
Dios. El hombre de fe no actúa y vive pensando en él
mismo, sino que todo su trabajo, sus sueños, sus anhelos,
están enfocados en el bienestar y el adelantamiento del
Reino de Dios.
Algunos personajes que nos son mencionados en Hebreos
como modelos de verdadera fe, recibieron milagros
portentosos que los libraron de morir en manos de los
enemigos del Reino de Cristo, mientras que otros fueron
mártires. En todos estos casos, de gloria y prosperidad, o de
persecución y muerte, ellos siempre tuvieron como
propósito principal para sus vidas el Reino de Dios. De
manera que en algunas ocasiones era conveniente para el
reino estar en el palacio del pagano rey, mientras que en
otros momentos no lo era. Dios usó a José para preservar al
pueblo en su incipiente conformación. Pero el mismo José
había profetizado que un día ellos serían liberados de
191
Egipto y emigrarían a la tierra prometida. Ellos no estarían
para siempre viviendo en la tierra de la peregrinación. De
manera que siendo Moisés el escogido para esta liberación,
hubiera sido un acto de rebeldía, deslealtad y apostasía el
mantenerse cómodamente en la posición de hijo de la hija
del Faraón.
Su estancia en la casa del Rey sería hasta cuando estuviera
en capacidad de liderar el gran éxodo; en el palacio él
aprendería muchas cosas que luego le serían útiles para
legislar y dar origen a la nación política de Israel. Pero
habiendo llegado el momento de salir de palacio, hubiera
sido un pecado de apostasía el continuar allí. “Los
privilegios y ventajas que van unidos al alto rango y al
poder político no son pecaminosos en sí mismos; por cierto
que pueden ser utilizados muy efectivamente para
promover el bienestar de otros y ayudar a los no
privilegiados. Moisés pudo haber razonado para sí
argumentando que podía haber hecho mucho más por los
israelitas permaneciendo en la corte del faraón y utilizando
su influencia allí a favor de ellos que renunciando a la
ciudadanía egipcia y transformándose en un miembro de un
grupo oprimido sin derechos políticos. Pero para Moisés
hacer esto, una vez que había visto el camino del deber
claramente delante de él, hubiese sido pecado – el pecado
real de apostasía, contra el cual los receptores de esta carta
necesitaban ser advertidos en forma insistente”65.
El gran comentarista Arthur Pink ve en esta declaración del
autor de Hebreos, respecto al desprecio que Moisés hizo de
las glorias egipcias, otra forma de ilustrar cómo la vida de
fe inicia con la conversión de los ídolos a Dios. En el caso
de Abel su conversión se evidencia cuando abandona toda
confianza en sí mismo y en su corazón confía solamente en
el Dios que le salva; en el caso de Abraham la vida de fe

65
Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 322
192
inicia contemplando al Dios de la gloria, el cual lo
transforma y le pide que abandone a su pueblo idólatra para
marchar hacia el lugar de la bendición. La respuesta de
Abraham fue radical y revolucionaria, él puso a un lado sus
inclinaciones naturales, crucificó sus deseos carnales y
entró en un camino totalmente nuevo. Tres elementos
principales se dejan ver en la conversión de Abraham: La
obediencia, la negación de su propia voluntad y estar
completamente sujeto a la voluntad de Dios.
Ahora, en el caso de Moisés encontramos otros aspectos del
comienzo de la vida de fe, es decir, de la conversión. Dice
Arthur Pink “En el caso de Moisés encontramos un aspecto
de la conversión que es ignorado mayoritariamente por los
modernos métodos de evangelización. Aquí se describe una
característica principal de la fe salvadora, la cual es
desconocida por muchos que profesan ser cristianos. Nos
muestra que la fe salvadora consiste en algo más que
“creer” o “aceptar a Cristo como Salvador personal”.
Exhibe la fe como una decisión definitiva de la mente,
como un acto de la voluntad. Se pone de manifiesto el
hecho fundamental de que la fe salvadora incluye el inicio
con una renuncia deliberada a todo lo que se opone a Dios,
con la determinación de una negación completa de sí
mismos y la elección de someterse voluntariamente a
cualquier prueba que incida en una vida de piedad. Nos
muestra que la fe salvadora hace que su poseedor se aleje
de los compañeros que no tienen a Dios, y desde el
momento en el que ella se recibe se busca la comunión con
los despreciados santos”66.
El autor de Hebreos, a través del ejemplo de la fe de
Moisés, se propone enseñarnos que la verdadera fe

66
Pink, A. W. An Exposition of Hebrews. Extraído de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_071.htm
En Septiembre 22 de 2011
193
perseverante siempre conlleva una renuncia y una negación
de sí mismos. Sin esta característica, entonces, no se puede
hablar de la fe que proviene del cielo. Si no hay un
compromiso consistente en abandonar todo lo que se
oponga a Dios, lo cual implica el rechazo a todo lo que hay
en nosotros que es contrario a Su santa voluntad, entonces
no tenemos la fe salvadora. Jesús lo expresó así: “Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su
cruz, y sígame” (Mt. 16:24). El negarse a sí mismo también
implica amar y estimar tanto a Cristo, Su reino y sus
bendiciones espirituales, al punto que las demás cosas que
nos ofrece el mundo o lo que nosotros mismos hemos
adquirido como logros terrenos, son considerados
despreciables, y no nos es doloroso abandonarlos, si fuese
necesario para el Reino de Cristo o nuestra santificación,
así como Moisés rehusó a los enormes beneficios terrenos
que le pertenecían por ser hijo de la hija del Faraón.
También el apóstol Pablo aprendió esta valiosa lección y
manifestó poseer la verdadera fe perseverante cuando
escribió: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las
he estimado como pérdidas por amor de Cristo. Y
ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por
la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por
basura, para ganar a Cristo.” (Fil. 3:7-8).

“Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios,


que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo
por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros
de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el
galardón” v.25-26. En la medida que Moisés crecía y tenía
la capacidad de comprender muchas cosas, en su mente se
agudizaba una disyuntiva muy grande: o seguía
identificándose con el imperio que oprimía a su pueblo, o
se identificaba con su propio pueblo, el cual estaba siendo
194
oprimido. Egipto significaba para Moisés comodidad, lujos,
poder, mientras que Israel representaba esclavitud, dolor,
opresión, angustias.
Pero la fe siempre escoge el sufrimiento por la causa del
reino, en vez de las glorias y comodidades terrenas, si estas
están en oposición al pueblo de la promesa. Las Sagradas
Escrituras ponen de manifiesto que por lo general el seguir
a Cristo, el pertenecer al pueblo de Dios, implica
sufrimientos en este mundo: “Todos los que quieren
agradar en la carne, éstos os obligan a que os
circuncidéis, solamente para no padecer persecución a
causa de la cruz de Cristo” (Gál. 6:12). Seguir a Cristo
trae persecución y sufrimiento. Jesús dijo a sus seguidores:
“en el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he
vencido al mundo” (Jn. 16:33). Pablo anima al pastor
Timoteo a ser un fiel ministro de Jesucristo, lo cual también
implica el sufrimiento: “Pero tú se sobrio en todo, soporta
las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu
ministerio” (2 Tim. 4:5). El ministerio apostólico de Pablo,
así como el de los doce, estuvo lleno de muchos
sufrimientos: “Ahora me gozo en lo que padezco por
vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las
aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia” (Col.
1:24).
Ahora, Moisés estuvo dispuesto a soportar las aflicciones
que sufría el pueblo elegido, porque él tenía la plena certeza
y la absoluta convicción de “que las aflicciones del tiempo
presente no son comparables con la gloria venidera que en
nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18).
El ejemplo de Moisés nos muestra que la verdadera fe nos
hace morir al mundo y a todos los honores que él nos da. El
verdadero hombre de fe ha de ser conocido tanto por la
confianza en las promesas de Dios como por la
mortificación del pecado.

195
En el ejemplo de Moisés encontramos los dos rasgos
iniciales que identifican a la verdadera fe: el acto de
renuncia y el acto de abrazar. Renunciamos al pecado y
abrazamos a Cristo.
La verdadera conversión primero incluye el
arrepentimiento, el dar la espalda al pecado y luego el venir
a Cristo: “…arrepentíos y convertíos para que sean
borrados vuestros pecados” (Hch. 3:19). Para ir a Cristo
primero hay que negarse a sí mismo: “Si alguno quiere
venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame” (Mt. 16:24); pudiéramos redactar este texto de otra
manera, con el fin de comprender el sentido de lo que
estamos diciendo: “Niéguese a sí mismo y tome su cruz, el
que quiere venir en pos de mí”.
Moisés, con su acto de renuncia a las glorias mundanales de
Egipto, ilustró lo que es la verdadera conversión, la cual
inicia con la negación o rechazo de tres cosas que son
agradables a la carne: La vida, la riqueza y el honor. Luego
de Jesús declarar que la verdadera fe inicia con la negación
de sí mismo, explica en qué consiste esta negación con tres
declaraciones:
1. “Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de
mí, la hallará” (Mt. 16:25). Negarse a sí mismo es
negarse a su propia vida, que ella no sea el primer
objetivo ni el más grande pensamiento, pues, si hace
así, la perderá.
2. “Porque ¿Qué aprovechará al hombre, si ganare
todo el mundo, y perdiere su alma? (Mt. 16:26). Las
riquezas terrenas son inútiles frente a la necesidad
de la salvación del alma.
3. “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria
de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a
cada uno conforme a sus obras” (Mt. 16:27). Este
es el honor que debemos buscar.
196
“La negación del yo es absolutamente esencial, y donde no
existe, la gracia está ausente. El primer artículo del pacto
es: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Dios debe
tener la preeminencia en nuestras vidas y corazones. Dios
no recibe la gloria a menos que lo honremos de esa manera.
Ahora, Dios no tiene el lugar más alto en nuestros
corazones hasta que Su favor es estimado por nosotros
sobre todo otro honor y hasta que el temor de ofenderlo a
Él esté por encima de todo otro temor. Si rompemos con
Dios a fin de preservar los intereses y las relaciones con
otras personas, entonces estamos prefiriendo nuestros
intereses personales por encima de los intereses de Dios. Si
estamos contentos de ofender a Dios antes que disgustar a
nuestros amigos o familiares, entonces estamos muy
engañados si pensamos que somos cristianos genuinos. <El
que ama a padre o a madre más que a mí, no es digno de
mí, el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de
mí>”67.
Junto con el puritano Thomas Manton podemos afirmar que
“la fe es una gracia que enseña al hombre a renunciar
abiertamente a todos los honores del mundo. Cuando Dios
nos llama a abandonarlos no podemos disfrutarlos con una
buena conciencia”68.
La fe de Moisés fue probada fuertemente, como también
sucedió con la fe de todos los héroes mencionados
anteriormente en el capítulo 11 de Hebreos, y como
también lo ha sido siempre con los verdaderos creyentes. Y
una de las pruebas más duras de la fe consiste en abandonar
los placeres y glorias del mundo, por amor a Dios y a su

67
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraído de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_071.htm
En: Septiembre 23 de 2011

68
Citado por Arthur Pink en su “An Exposition of Hebrews”.
197
reino. A menudo somos probados para elegir entre Dios o
las cosas, entre el deber y el placer, entre ocuparse en las
cosas espirituales o gratificar a la carne.
La fe de Moisés no fue solamente un asunto de la mente o
de expresión verbal, sino que efectivamente demostró con
hechos su amor al Reino de Cristo y su desprecio a las
glorias mundanas. Éxodo 2:11 nos describe el actuar de
Moisés que demostró su verdadera fe en estas palabras:
“En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a
sus hermanos, y los vio en sus duras tareas”. La fe lo
impulsó a salir del palacio de la comodidad para trabajar en
el Reino, identificándose con el sufriente pueblo del Señor.
No solo fue un asunto de palabras sino de hechos, pues, la
fe que tiene la correcta declaración y confesión, pero no
actúa, es muerta y no sirve para nada.
Aunque pareciera que Moisés actuó con ingratitud hacia la
mujer que le salvó la vida en su tierna infancia, al rehusar
ser llamado su hijo y abandonar el palacio, la verdad es que
los actos de la fe no siempre son comprendidos por el
razonar mundano. El verdadero creyente no acepta los
favores del mundo, ni expresa gratitud por los mismos en
caso de que sean contrarios al temor a Dios o a una buena
conciencia.
Pero el ejemplo de Moisés no solo ilustra el aspecto de la
renuncia que hay en la verdadera conversión, sino el de la
entrega: “escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de
Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado”.
Primero se abandona el país del pecado, como hizo el hijo
pródigo (Luc. 15), para luego venir al Padre; primero se
confiesa el pecado para hallar misericordia (Prov. 28:13);
primero se deja de hacer el mal para luego aprender a hacer
el bien (Is. 1:16-17).
Moisés renunció a las riquezas y honores terrenos para
abrazar las promesas que se reciben por medio de la fe. Él
no estaba viendo gloria alguna en un humilde pueblo de
198
esclavos, pero confiaba en las promesas divinas, las cuales,
aunque invisibles, eran seguras y firmes. Moisés prefirió el
sufrimiento con el pueblo porque sabía que este era el
pueblo de la promesa y no Egipto. La fe de un hombre es
conocida por las elecciones que hace. Siempre se complace
en obedecer la voluntad de Dios, así esto signifique
identificarse con los despreciados de la sociedad.

Aplicaciones:
- Hemos aprendido que la verdadera fe renuncia a los
placeres y glorias mundanas con el fin de ganar a Cristo,
quien debe ser el primer amor en nuestras vidas. Hermanos,
es muy fácil hablar del desprecio hacia el mundo y las
cosas terrenales, pero, preguntémonos ¿Qué es lo primero
en nuestras vidas? ¿Qué es lo que más amamos? ¿Estoy
buscando a Dios o la prosperidad temporal? Si estoy
anhelando un aumento en el salario, o una mejor posición,
y el no conseguirlo me lleva a estar profundamente
decepcionado, entonces hay evidencias de que un espíritu
mundano me está gobernando. Hermanos, ¿Cuál es nuestro
mayor placer?: ¿Las riquezas de la tierra? ¿Los honores?
¿Las comodidades? O ¿La comunión con Dios? ¿Podemos
decir con el Salmista: “Porque mejor es un día en tus atrios
que mil fuera de ellos” (Sal. 84:10)?
- Nunca debemos ser obedientes a los hombres a expensas
de ser desobedientes a Dios. Todas las relaciones del
creyente deben estar sometidas al conservar una limpia
conciencia delante de Dios. Los derechos de Dios sobre
nosotros son de suma importancia y él debe recibir el
reconocimiento como nuestro Rey, aunque esto en muchas
ocasiones pueda entrar en conflicto con nuestras aparentes
obligaciones ante nuestros conocidos y semejantes.
Podemos disfrutar de la compañía y la grata atención en la
casa de un amigo o pariente, pero esta deferencia no

199
justifica el que dejemos de guardar el día del Señor por salir
de paseo con él.
- Hemos aprendido que Moisés prefirió ser maltratado con
el pueblo de Dios que gozar de los placeres temporales del
pecado. Él pudo ver la gran miseria en la que viven todos
los que se deleitan en el pecado, y se apartó de él,
demostrando así poseer la verdadera fe. Una prueba segura
del estado de conversión o regeneración de una persona es
el sentir mayor dolor y pesar por el pecado que aún le
agobia, que por las enfermedades y necesidades del cuerpo.
Hay miles de cristianos que se quejan de sus dolores y
molestias físicas, pero que raramente se quejan o gimen a
causa del pecado residual que todavía llevan. Cuándo nos
enfermamos físicamente ¿vamos a Dios por la sanidad del
cuerpo, que es nuestra prioridad dominante, o para que él
santifique nuestro sufrimiento para el bienestar de nuestra
alma?

200
La fe de Moisés (11:23-29)

La fe que se aparta del mundo y escoge a


Cristo. v. 24-26

Introducción:
En el estudio anterior aprendimos que la fe perseverante se
caracteriza por tener en poco los placeres, las glorias y los
honores de este mundo. Aprendimos que una persona de fe
es aquella que habiendo visto al Dios de la gloria considera
cualquier otra gloria como algo insignificante con el fin de
ganar la gloria del Soberano Creador.
Ahora, antes de proseguir con el estudio de la fe que se
aparta del mundo y que escoge a Cristo, es necesario
aclarar que el autor sagrado no está promoviendo el
ascetismo o el que los cristianos debamos vivir en absoluta
pobreza, como si esta fuera un medio de redención, o que
debamos recluirnos en un monasterio, lo cual es una
perversión del verdadero evangelio.
Como dijimos, cuando estudiábamos el ejemplo de fe de
Abraham, Dios no nos pide a todos los creyentes que
salgamos de nuestros países, que construyamos un arca o
que sacrifiquemos en holocausto a nuestros hijos.
Tampoco a todos se nos pide salir de los palacios, o
renunciar a nuestro derecho de tener un padre o una madre;
no, pero el principio que sienta el autor sagrado es que la
verdadera fe se caracteriza por ser sobrenatural, es distinta
de cualquier clase de fe que pueda expresar una persona
natural, pues, la fe de los escogidos de Dios renuncia a todo
lo que sea necesario renunciar con el fin de ganar a Cristo,
con el fin de abrazarlo a él.
El principio que nuestro autor sienta en el capítulo 11 de
Hebreos es que “cada persona que se convierte a Cristo está
201
obligado a renunciar al mundo: no físicamente, sino
moralmente…, el pecador debe desechar los ídolos del
mundo y los vanos placeres. Debe cesar de caminar en sus
malos caminos, y debe poner sus afectos en las cosas de
arriba”69.
El acto de Moisés de abandonar los deleites temporales del
pecado; representados por el palacio, los lujos, las glorias y
los honores de la casa del Faraón; es un ejemplo de la
actitud que debe caracterizar a todo aquel que ha nacido de
nuevo, pues, ya no podemos encontrar deleite en las cosas
de este mundo que están en oposición al reino de Cristo:
“¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra
Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo,
se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4).
El ejemplo de Moisés nos muestra que el camino de la fe
no puede ser transitado por aquellos que no han sido
visitados por el Dios de la gloria y no han recibido un toque
sobrenatural de la gracia, pues, este camino es estrecho,
angosto, y requiere muchas renuncias.
Nadie que no haya sido llamado sobrenaturalmente por el
Espíritu de Dios podrá transitar la senda de la verdadera fe.
Muchos podrán engañarse a sí mismos y pensarán que son
personas de fe porque acuden a Dios esperando un milagro,
o prosperidad u otra bendición terrena, pero esta no es la fe
de la cual habla la Biblia, esta clase de fe puede ser
manifestada por cualquier persona en el mundo. Hasta los
idólatras y los paganos pueden creer que Dios tiene el
potencial de hacerles un milagro de sanidad física; pero la
clase y la calidad de la fe que proviene del cielo solo es
expresada exclusivamente por los que verdaderamente han
nacido de nuevo.

69
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_072.htm
En: Septiembre 27 de 2011
202
El camino de la fe, que es el camino al cielo, es estrecho
frente a las inclinaciones de nuestra carne y nuestros deseos
pecaminosos; como dijo Cristo: “porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos
son los que la hayan” (Mt. 7:14). Aquel que quiere andar a
sus anchas en la laxitud moral no puede transitar el camino
de la verdadera fe; por eso Jesús, quien no aprueba los
modernos métodos de evangelismo en los cuales se ofrece
un evangelio tan fácil y amplio, advirtió que antes de venir
a él es necesario calcular el costo de semejante decisión.
Aunque la salvación es solo por gracia y no necesitamos
hacer obra alguna para obtener nuestra justificación delante
de Dios, el camino de los justos o la senda de los redimidos
es muy estrecha frente a los deseos mundanos. De manera
que Jesús constantemente les estaba advirtiendo a los que
querían seguirle que sopesaran y calcularan bien todo lo
que para ellos iba a significar la decisión que querían
tomar, pues, el costo de andar la senda de la fe es muy alto
para los que aman al mundo: “Grandes multitudes iban con
él; y volviéndose les dijo: Si alguno viene a mí, y no
aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos,
y hermanas, y aún también su propia vida, no puede ser mi
discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser mi discípulo. Porque ¿Quién de vosotros,
queriendo edificar una torre, no se sienta primero y
calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para
acabarla? No sea que después que haya puesto cimiento, y
no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a
hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a
edificar, y no pudo acabar. ¿O que rey, al marchar a la
guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si
puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con
veinte mil? Así, pues, cualquiera de vosotros que no
renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”
(Lc. 14:25-33).
203
El costo del camino de la fe perseverante es alto porque
implica cortarnos la mano derecha y sacarnos el ojo
derecho: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de
caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda
uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado
al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer,
córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno
de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al
infierno (Mt. 5:29-30).
O abandonamos las glorias y placeres de Egipto, o seremos
condenados en el infierno. No hay otra alternativa. O somos
enemigos del sistema mundano de pecado y amigos de
Dios, o somos amigos del mundo pero enemigos de Dios,
no hay una opción intermedia.
Al ver el estado de la cristiandad en la actualidad puedo
percibir que realmente pocos son los que tienen la fe
salvadora que proviene del cielo. Muchos tienen la fe de la
nueva era, es decir, la fe positivista que confía en Dios para
que este mundo sea cada día mejor; otros tienen la fe
milagrera, y esperan actos portentosos de Dios para sanar
enfermos y hacer milagros; otros tienen la fe del humanista
basada en una decisión personal; pero pocos tienen la
verdadera fe que se niega a sí mismo, que camina la senda
estrecha, que se corta la mano derecha del pecado y expulsa
de su cuerpo el ojo derecho de impiedad, y que se aborrece
a sí mismo a causa de sus inclinaciones pecaminosas.
El camino de la verdadera fe salvadora es tan estrecho que
Pedro exclamó: “Si el justo con dificultad se salva, ¿en
dónde aparecerá el impío y el pecador” (1 Ped. 4:18). Pero
no caigamos en la desesperación, pues, “para los hombres
esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mt.
19:26).
“¿No es evidente que sin lugar a dudas la mayor distancia
que separa al cielo de la tierra es lo que nosotros llamamos
la conversión? Una conversión genuina es una experiencia
204
radical y revolucionaria. Es mucho más que recitar
verbalmente un credo, creer lo que la Biblia dice de Cristo
o participar de una reunión religiosa. Es algo que golpea las
raíces mismas del ser del hombre, es algo que le lleva a
hacer una entrega sin reservas de sí mismo y de sus
derechos a Dios, a partir de ese momento tratando de
complacer y glorificar a la Majestad Divina. Esto implica
necesariamente una ruptura completa con el mundo y con la
antigua manera vivir, es decir, “si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas
son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17)”70.

“Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios,


que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo
por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros
de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el
galardón” v.25-26.
Moisés pudo abandonar las glorias de Egipto porque él, por
la fe, estaba mirando a Cristo. Ahora, es bien sabido que en
el Antiguo Testamento los creyentes no podían ver a
Jesucristo de la clara manera como nosotros lo vemos a
través de las páginas del Nuevo Testamento. Pero así como
los profetas hablaron de Cristo en tiempos antiguos,
también entendemos que ellos lo pudieron ver a través de
muchos tipos, símbolos y figuras.
Cuando Moisés decide identificarse con el pueblo escogido,
también lo está haciendo con aquel que había sido escogido
por Dios para sufrir el oprobio del pueblo y ser el redentor,
es decir, Jesucristo. El término Cristo o Mesías significa
literalmente “el ungido”. Jesús fue el ungido de Dios, pero
también lo fue el pueblo escogido por gracia. De manera

70
Pink, Arthur. An Expisition of Hebrews. Extraído de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_072.htm
En: Septiembre 27 de 2011
205
que Moisés, cuando se identifica con el vituperio del
pueblo escogido, también lo hace con el vituperio de
Jesucristo, quien, de la misma manera que Moisés
abandonó las glorias de su casa (glorias santas y libres de
todo pecado) con el fin de unirse al sufrimiento de su
pueblo, salvándolo de la esclavitud del pecado: “Porque ya
conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por
amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que
vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9).
El ejemplo de Moisés nos enseña que la fe perseverante
siempre será retada a escoger entre Cristo o las riquezas de
los egipcios. Somos llamados a elegir entre la vida y la
muerte - “Yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien,
la muerte y el mal” (Deut. 30:15) -, entre el pecado y la
santidad, entre el mundo y Cristo, entre la comunión con
los hijos de Dios y la amistad con los hijos del diablo.
La fe perseverante se fundamenta en lo que ha oído de
Cristo, pues, “la fe es por el oír, y el oír por la palabra de
Dios” (Ro. 10:17). Lo que Moisés había escuchado de Dios
era tan grande y tan glorioso que luego de sopesar las dos
opciones, consideró que la mejor gloria que podía recibir
era ser considerado hijo de Abraham que hijo de la hija del
Faraón.
Los creyentes, aquellos que tienen la fe perseverante,
siempre escogen lo mejor: “para que aprobéis lo mejor, a
fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de
Cristo” (Fil. 1:10).
Moisés no escogió identificarse con el pueblo Hebreo
debido a un nacionalismo exacerbado en su edad madura, o,
porque consideraba que éste era su pueblo; no, Moisés
amaba a Dios y quería estar en todo lo que significara
abrazar a Dios, de manera que siendo el pueblo de Israel el
pueblo del Señor, entonces también era su pueblo. “El
objeto de su elección era el Dios que había escogido a sus
padres, el que les reveló Su gracia y verdad, y les mandó a
206
caminar delante de él sin miedo; el Dios que no se
avergüenza de ser llamado su Dios, y al que había sido
dedicado en su infancia (Adolph Saphir)”71.
Esta clase de amor a Dios, que conduce a la persona a
apreciar al pueblo de la promesa por encima de cualquier
otro amor terreno, también fue manifestado por Rut la
moabita. Ella abandonó a su propio pueblo y a su casa
porque quería estar con los escogidos de Dios.
Ahora, dice nuestro autor sagrado que Moisés prefirió las
mayores riquezas del vituperio de Cristo y, el maltrato con
el pueblo de Dios. Vuelvo a insistir en el punto de “las
aflicciones” porque hoy día estamos viviendo una clase de
cristianismo que desprecia el sufrimiento y lo excluye de la
vida cristiana. Pero cuando una iglesia no soporta ninguna
clase de sufrimientos por la causa de Cristo, entonces
podemos afirmar, con toda seguridad, que esa no es una
verdadera iglesia, pues, Dios ha establecido que “es
necesario que a través de muchas tribulaciones entremos
en el reino de Dios” (Hch. 14:22), además, si vivimos
conforme a los principios de la Palabra de Dios sufriremos,
necesariamente, persecución: “Y también todos los que
quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán
persecución” (2 Ti. 3:12).
¿Por qué la aflicción en este mundo? ¿Por qué la
persecución? Pues, siendo que ahora somos hijos de Dios y
hemos pasado de muerte a vida, entonces ya no somos de
este mundo, ni le pertenecemos, ni nos identificamos con su
sistema pervertido de valores; por eso el mundo nos odia y
nos causa aflicción: “Si fuerais del mundo, el mundo
amaría lo suyo, pero porque no sois del mundo, antes yo os

71
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraído de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_072.htm
En. Septiembre 27 de 2011
207
elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Jn.
15:19).
Así que mientras estemos en este mundo sufriremos
aflicción, pero estos sufrimientos nos llenan de gozo porque
nos recuerdan que ahora pertenecemos a otra esfera, a la
ciudad celestial, a la Santa Sión.
El verdadero creyente ama las cosas celestiales, y aunque
puede disfrutar moderadamente de las cosas legítimas que
pertenecen a este mundo, debe ser lo suficientemente sobrio
como para rechazar aquellos goces que se oponen al reino
de Dios.
“Las cosas materiales son trampas si se emplean sin
moderación. Dios nos ha concedido permiso para “utilizar”
las cosas de este mundo, pero ha prohibido el “abuso” de
ellos (Y los que disfrutan de este mundo, como si no lo
disfrutasen; porque la apariencia de este mundo pasa. 1
Cor. 7:31).
Las bendiciones temporales se convierten en una maldición
si ellas nos impiden el cumplimiento de nuestro deber.
Debemos terminar con todo lo que nos impida tener
comunión con los santos. La facilidad y la comodidad se
hacen a un lado cuando nuestros hermanos están “en
aflicción y sufrimiento” y necesitan una mano amiga. Por
desgracia, sólo Dios sabe cómo muchos cristianos han
seguido disfrutando de los lujos de la vida, mientras que
miles se quedaron sin suplir algunas de las necesidades
básicas”72.
La frase “los deleites temporales del pecado” incluye a
todo aquello que se convierte en un estorbo para la
verdadera piedad. Las misericordias temporales que se
manifiestan en comodidades son para que las disfrutemos
con gratitud a Dios, pero solo hasta donde ellas nos
permitan imitar el verdadero ejemplo de Cristo.

72
Ibid.
208
Lastimosamente un buen número de personas que dicen
tener mucha fe están buscando de manera insistente su
felicidad en las cosas de la carne, en vez de buscarlas en las
cosas del Espíritu; pero esto es evidencia de que aún están
muertos espiritualmente o siguen apegados a este mundo de
pecado: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el
ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8:6). El mayor
deleite y la mayor gloria que el cristiano debe buscar se
encuentra en la comunión con Dios “En tu presencia hay
plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre” (Sal.
16:11).
El versículo 26 es una ampliación de lo que el autor dijo en
los versos 24 y 25, en el cual se deja ver que la elección de
Moisés fue inteligente y fervorosa. Su decisión no fue a la
fuerza, sino alegre y resuelta. Él no abandonó los placeres
egipcios para abrazar el Reino de Dios simplemente porque
lo consideraba un deber, sino que de corazón sincero y con
disposición gozosa prefirió a Cristo porque él le significaba
más que todo lo que se encontraba en Egipto. Esto nos
enseña que el cristiano, el que ha recibido la fe que viene
del cielo, no obedece los mandatos de Cristo, no guarda el
día del Señor, no trabaja en el Reino de Dios, simplemente
por obediencia, de una manera fría y rutinaria, sino que se
deleita en mortificar el pecado, se deleita en conocer más a
su Señor, se goza en obedecer sus mandatos y estos no le
parecen gravosos; anhela con ánimo presto la llegada del
día del Señor (el domingo) para dedicárselo por completo;
sufre las aflicciones por Su causa sin murmurar y está
dispuesto a identificarse con el pueblo despreciado y
sufriente.
El verdadero hombre de fe está invadido del amor de Cristo
y tal como Moisés no puede ni quiere abstenerse de
participar del sufrimiento que significa identificarse con él;
el hombre de fe puede decir con Pablo: “por amor a Cristo

209
me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en
persecuciones, en angustias…” (2 Cor. 12:10).
“El vituperio de Cristo” que Moisés quiso compartir se
puede referir a varias cosas:
Primero, Cristo se identifica personalmente con su pueblo.
Aunque él se encarnó y nació de mujer en el siglo I de
nuestra era, mucho tiempo después de la vida de Moisés; no
obstante, él como cabeza de la iglesia no solo llevó en su
sombra protectora a los creyentes del Nuevo Testamento
sino a todos los creyentes desde Adán y Eva, pues, todos
formamos parte de la iglesia, que es el cuerpo de Cristo.
Segundo, siendo que los creyentes somos uno con Cristo, y
él con nosotros forma lo que en teología llamamos el
cuerpo místico, entonces, al estar unidos a él por medio de
la fe, no solo tomamos su justicia perfecta sino sus
sufrimientos, la humillación y la persecución.
Cuando los creyentes se unen a Cristo toman su nombre y
se convierten en uno solo, así como el esposo y la esposa se
convierten en una sola carne cuando se unen en
matrimonio.
El autor de Hebreos quiere también resaltar que la Iglesia
de Cristo es una sola y está compuesta por los creyentes del
Antiguo y del Nuevo Testamento. Así como hoy día todos
los creyentes son unidos a la iglesia, de la misma manera
sucedía con los creyentes del antiguo Israel.
Nuestro hagiógrafo concluye esta sección de la fe de
Moisés afirmando que él estuvo dispuesto a abandonar las
glorias del mundo para cambiarlas por los vituperios de
Cristo y los del pueblo, “porque tenía puesta la mira en el
galardón”.
La fe perseverante tiene la capacidad de mirar más allá de
lo aparente, y es hábil en determinar el verdadero y oculto
valor de las cosas. Los hombres naturales consideran de
gran valor las riquezas materiales, el buen nombre, las
glorias del mundo, entre otras cosas. Pero el hombre de fe
210
sabe que esto es pasajero y perece con el hombre mismo.
En cambio, hay cosas que parecen insignificantes o
despreciables para el hombre natural, pero que son de gran
valor y riqueza para el hombre de fe. Moisés demostró esto
al abandonar el palacio del Faraón y unirse a un pueblo de
esclavos. Él pudo mirar, a través de la fe, cuál es la
verdadera gloria y la verdadera riqueza, la cual no se
encuentra en las cosas de este mundo.
Como ya hemos dicho en otros estudios de la carta a los
Hebreos, la recompensa que buscaban los héroes de la fe no
son las calles de oro de la Jerusalén Celestial, sino a Dios
mismo. El máximo anhelo del alma regenerada es poder
tener el eterno gozo de experimentar la bienaventuranza
beatífica: “Bienaventurados los de limpio corazón, porque
ellos verán a Dios” (Mt. 5:8).
Aunque es cierto que Dios recompensará con mayor gloria
(representada por las coronas) a sus hijos fieles, no
obstante, el premio anhelado por los hombres de fe, en la
Biblia, es Cristo mismo; poder tenerlo a él y ser de él. El
apóstol Pablo expresó esta preciosa verdad en los siguientes
términos: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como
pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo
tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8).
“La fe se da cuenta de que la paz de la conciencia es mejor
que una cuenta bancaria robusta, que la comunión con Dios
es infinitamente preferible que los favores de un tribunal
terreno. Moisés sabía que no sería un perdedor a causa de la
elección que hizo: la fe se da cuenta de que nada está
perdido. Aunque el nombre de Moisés fue eliminado de los
registros de Egipto, se le ha otorgado un lugar destacado en
las páginas imperecederas de las Sagradas Escrituras. Aquí
se puede ver la gran diferencia entre los mundanos y los
santos, estos últimos dan valor a las cosas a través de los
ojos de la fe, mientras que los primeros miran a través del
211
lente de la razón y los sentidos carnales corruptos. El
mundano piensa que el verdadero cristiano actúa con
locura, mientras que el cristiano sabe que la persona
mundana está espiritualmente loca”73.
El ejemplo de Moisés expresa de manera clara lo que
significa tener “la certeza de lo que se espera, y la
convicción de lo que no se ve”. Él miraba las cosas de
manera distinta a cómo las ve el hombre carnal o natural.
Moisés sabía que sufrir el oprobio de Cristo no era una
pérdida sino una ganancia de gloria eterna: “Porque esta
leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada
vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando
nosotros las cosas que se ven; pues las cosas que se ven
son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Cor.
4:17-18).
Moisés también conocía lo que Pablo luego enseñara a la
iglesia, que no participaremos de la gloria de Cristo a
menos que suframos su oprobio: “Y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si
es que padecemos juntamente con él, para que juntamente
con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las
aflicciones del tiempo presente no son comparables con la
gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro.
8:17-18).

Aplicaciones:
- La fe Moisés, que fue capaz de abandonar los placeres
mundanos por amor a Cristo, condena la práctica de
muchas personas, las cuales ocupan toda su vida en
codiciar, desear y buscar los deleites del mundo, sin tener
en cuenta los interese eternos. Ellos están convencidos que
pueden pasar toda su vida disfrutando de este mundo, y que
al final de sus vidas, en el último momento, pueden clamar

73
Ibid.
212
a Dios por misericordia y todo estará bien. Pero estas
personas se engañan terriblemente a sí mismas al no ver
que la vida eterna incluye también recompensas, que es
nuestro deber trabajar en las obras de piedad en esta vida,
que todos los días debemos estar luchando contra el
pecado, y debemos estar viviendo para Dios: “Que,
librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en
santidad y justicia delante de él, todos nuestros días” (Lc.
1:74-75). Pidamos a g espiritual, de manera que podamos
ver todas las cosas en su real proporción. Pues, solo así
podremos apreciar de corazón la vida de entrega a Cristo, la
vida de santidad, apartándonos de los deseos mundanos y
dedicándonos a vivir para Su gloria.
- Hermanos, la salvación es por gracia, sin necesidad de
obras. Esta es una verdad medular en las Sagradas
Escrituras. Pero que esta doctrina no nos lleve a olvidarnos
de la importancia de las obras piadosas que deben
caracterizar al gñsd,. A 00-*963-+
erdadero creyente. La salvación es un regalo, pero también
ncluye recompensas, y estas recompensas, aunque también
son dadas por gracia, forman parte del trabajo de la gracia
en nosotros. La gracia de Dios nos alienta para que
trabajemos por esa recompensa, la cual nos vendrá como
resultado del amor hacia Cristo y hacia su reino.

213
La fe de Moisés (11:23-29)

La fe que mira al invisible, la intrepidez de la


fe. v. 27

Introducción:
Las cualidades de la fe que persevera hasta el fin son
múltiples y éstas deben encontrarse en cada creyente. Ya
hemos visto, en el ejemplo de Moisés, cómo la verdadera fe
es osada y lo arriesga todo con el fin de cumplir con la
voluntad revelada de Dios. También vimos cómo la fe es
capaz de abandonar todos los honores, glorias y riquezas de
este mundo con el fin de ganar a Cristo, la perla de gran
precio.
Ahora, en el verso 27, veremos cómo la fe tiene la
capacidad de sostenerse firmemente frente a los terrores y
miedos que provienen del asecho de los hombres, porque
ella ha recibido la gracia del Espíritu Santo para mirar a
aquel que es nuestra fortaleza y tomar de él el valor para
vencer nuestros temores.
Los hombres, por naturaleza, somos temerosos y al
enfrentarnos con enemigos, sean estos espirituales o
humanos, el miedo nos asalta y somos grandemente
afectados. Los receptores de la carta a los Hebreos estaban
invadidos de terror a causa del desprecio y la posible
persecución que le estaban causando sus congéneres judíos.
Algunos podían ir a la cárcel, otros perderían sus empleos,
otros serían desechados por sus familiares y amigos,
mientras que otros sufrirían azotes y maltrato físico. Ellos
estaban siendo presionados para que abandonaran de plano
la fe cristiana y regresaran al judaísmo. Es posible que
algunos maestros judaicos estuvieran diciéndoles que si
ellos persistían en seguir a Cristo, se perderían todas las
214
bendiciones que tiene el judaísmo, siendo esta la religión
que instauró Moisés.
Hablando humanamente, ellos tenían razones para estar
temerosos, pero el autor quiere resaltar que si ellos ya
conocieron la gracia de Dios a través de Cristo, entonces
han recibido la clase de fe que tenía Moisés, el cual
también puso la mirada, no en la religión judaica, sino en
Cristo, y por lo tanto, tuvo el arrojo para no temer la ira de
los hombres y mantenerse fiel al Invisible.

“Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del Rey;


porque se sostuvo como viendo al invisible” v. 27
El ejemplo de la fe que ahora presenta nuestro autor
tomado de la vida de Moisés, ha implicado una dificultad
histórica; pues, se trata del episodio cuando Moisés dejó a
Egipto; pero nosotros sabemos que hubo dos ocasiones en
las cuales se dio este hecho. La primera ocasión fue cuando
Moisés huyó luego de haber matado a un egipcio que
maltrataba a un esclavo hebreo (Éx. 2:14-15) y la segunda
ocasión, ocurrió cuarenta años después, cuando Moisés
regresa del desierto enviado por Dios para enfrentarse al
Faraón, y luego de muchos encuentros en los cuales el
poder de Dios se manifestó, Moisés sale de Egipto para
siempre con el pueblo del Señor.
Muchos comentaristas bíblicos creen que el autor de
Hebreos se refiere en este texto a la primera salida de
Moisés de Egipto, pero el inconveniente que otros
comentaristas ven es que en esa ocasión Moisés huyó de
Egipto porque tenía miedo: “Entonces Moisés tuvo miedo,
y dijo: Ciertamente esto ha sido descubierto. Oyendo
Faraón acerca de este hecho, procuró matar a Moisés;
pero Moisés huyó de delante de Faraón, y habitó en la
tierra de Madián” (Éx. 2:14-15). Ahora, si Moisés tenía
miedo, entonces no puede ser esta la ocasión mencionada

215
por el autor de Hebreos, ya que él dice que por la fe Moisés
no tuvo temor de la ira del Rey.
En virtud de lo anterior otros comentaristas creen que este
texto hace referencia a la segunda salida de Moisés, luego
de celebrar la pascua, cuando inicia el éxodo con el pueblo
hebreo hacia la tierra de Canaán. En esta oportunidad
Moisés no fue impulsado por el miedo para salir de Egipto.
Pero el inconveniente que algunos ven es que, siendo que el
autor lleva una secuencia histórica, no encajaría en este
momento la salida de Moisés para iniciar el éxodo, porque
el ejemplo de fe que sigue en el verso 28 es la pascua, la
cual sucedió antes de la salida final de Moisés y del pueblo.
Es mi parecer que el autor sagrado está tomando la vida
total de Moisés como un ejemplo de lo que es ser una
persona de fe, de manera que no encuentro inconveniente
en tomar las dos salidas de Moisés como modelos claros de
lo que debe ser la intrepidez de la fe perseverante. En sus
dos salidas de Egipto, Moisés mostró valor y confianza en
Dios, desestimando el temor que podía causar la ira de los
hombres.
Moisés tuvo temor del Faraón en la primera ocasión en la
cual salió de Egipto debido a que él quiso hacer a su propia
manera lo que consideraba era su deber, es decir, asesinó a
un egipcio en venganza de sus hermanos; pero esta no era
la manera en la cual Dios le utilizaría para ser el libertador,
sino que con mano poderosa y divina serían librados de sus
enemigos. Moisés sabía que Dios le había destinado para
hacer una gran obra a favor del pueblo, pero a los cuarenta
años de edad aún no estaba preparado ni había recibido las
instrucciones de cómo Dios lo usaría para liberar al pueblo,
no obstante, él se apresuró a hacer cumplir el sueño de
libertad y asesinó a un egipcio; pero su propio pueblo, el
cual él pensaba que reconocería su liderazgo y le pondrían
como su caudillo principal, le rechazó y no lo aceptó como
un líder entre ellos: “Cuando hubo cumplido la edad de
216
cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos,
los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo
defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido. Pero él
pensaba que sus hermanos comprendían que Dios le daría
libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido
así. Y al día siguiente, se presentó a uno de ellos que
reñían, y los ponía en paz, diciendo: Varones, hermanos
sois, ¿por qué os maltratáis el uno al otro? Entonces el que
maltrataba a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha
puesto por gobernante y juez sobre nosotros? ¿Quieres tu
matarme, como mataste ayer al egipcio? Al oír esta
palabra, Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra de
Madián, donde engendró dos hijos” (Hch. 6:23-29).
Aunque Moisés experimentó miedo en la primera ocasión
en la cual sale de Egipto, este no es el terror de quien huye
despavorido de un enemigo o de un peligro, sino el actuar
sabio de quien no arriesga innecesariamente su vida.
Moisés había actuado precipitadamente al matar al egipcio,
y ahora se podía desatar una revuelta de parte de los
esclavos lo cual generaría una reprimenda aplastante de
parte del imperio; pero el punto culmen para la liberación
de Israel aún no había llegado, de manera que Moisés, por
la fe, puede ver el escenario completo y sabe que lo mejor,
en ese momento, es huir de la persecución del Faraón a
otras tierras, para luego regresar y entonces, sí, enfrentarse
sin temor alguno ante este enemigo del pueblo de Dios.
La fe de “Moisés tuvo la grandeza y el valor de esperar a
que Dios dijera: <Ahora es el momento>”74. Él comprendió
que todavía no estaba preparado para ser el líder en el
pueblo de Dios. Actuó precipitadamente como líder y las
cosas no salieron bien, debía esperar el tiempo propicio.
Moisés aprendió, a través de la experiencia, que para fungir
como líder o guía en el pueblo de Dios se necesita tiempo

74
Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 917
217
de preparación, y pudo esperar cuarenta años más para
regresar a Egipto como el verdadero ministro del Dios del
cielo. El apóstol Pablo instruye a la iglesia diciendo que
nunca debiéramos poner en el ministerio a un varón
inexperto: “No un neófito, no sea que envaneciéndose
caiga en la condenación del diablo” (1 Tim. 3:6).
La segunda vez que Moisés sale de Egipto, y esta vez de
manera definitiva, no había miedo ni temor ante la ira del
rey porque Moisés estaba en la voluntad de Dios y la fe
había esperando pacientemente en la gracia divina y en los
medios que Dios había escogido. Moisés, en esta ocasión,
no tuvo temor, porque ahora actuaba dirigido por la Palabra
de Dios. En el desierto Dios le capacitó para ser el ministro
para la liberación de Su pueblo. Fue una capacitación
extensa, cuarenta años, pero la fe de Moisés le llevó a
esperar pacientemente. El sabía que Dios le había llamado
para un trabajo especial, pero ahora no se apresuraría a
adelantar el tiempo establecido por Dios para el inicio de su
poderoso ministerio. Moisés aprendió lo que muchos
jóvenes deben aprender hoy, que los grandes logros de la
vida no se obtienen de un día para otro sino que, en muchas
ocasiones, esto se da en los días maduros de la vida, luego
de haber pasado por un largo tiempo de formación a través
del estudio y la experiencia.
Ahora, ¿cómo se evidenció la fe intrépida de Moisés en la
segunda y final salida de Egipto? Nuestro texto dice que
“Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del Rey”. Salir
de este país no era algo fácil, pues, intentar hacerlo
implicaba despertar la furia del malvado faraón. Los
egipcios se habían aprovechado de los esclavos hebreos
para hacer el trabajo pesado y más difícil en su propósito de
edificar grandes construcciones, de manera que lo más
conveniente era mantener al pueblo oprimido dentro de sus
fronteras. Dejarlo partir significaba no contar más con
mano de obra gratis.
218
Pero Moisés, en sus cuarenta años de formación en el
desierto, había tenido una visión del Dios de la gloria en
medio de una zarza ardiente que no se consumía (Ex. 3), en
la cual el Señor le habló y le dio instrucciones para que
regresara a Egipto y se enfrentara al temible Faraón
ordenándole que dejara salir al pueblo del Señor de sus
tierras. La tarea que Moisés había recibido no era nada
fácil. Él, un humilde pastor de ovejas, debía enfrentarse al
más poderoso rey de su tiempo, y esto sin ejército, ni
embajadores, ni riquezas. Parecía ser una lucha desigual, y
lo peor es que Moisés, al principio, había pensado que la
liberación vendría como resultado de la lucha armada, pero
según los propósitos de Dios no se utilizaría ningún
armamento bélico.
Lo único que Moisés debía hacer era ir al poderoso Faraón
y ordenarle que dejara salir al pueblo, así de sencillo. ¡Qué
tarea tan difícil! Pero Moisés había visto al Dios de la
gloria y no podía echarse para atrás. Aunque la
incertidumbre y el temor trataban de aflorar en este sufrido
hombre, la Palabra de Dios le fortaleció en su fe de manera
que no dudó en enfrentarse a esta ingente tarea. Moisés
venció el temor inicial, no por un ejercicio mental de repetir
interminables mantras, sino por escuchar con sumisión la
Palabra de Dios. El Señor le fortaleció diciendo: “Ve,
porque yo estaré contigo” (Ex. 3:12); “Y oirán tu voz…”
(3:18); “pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con
todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará
ir” (Éx. 3:20).
Es así que la fe Moisés es probada una y otra vez cuando
debe presentarse ante el Faraón, solo acompañado de una
vetusta vara y de su hermano Aarón. La primera respuesta
que Moisés recibe del rey no es muy alentadora: “¿Quién
es Jehová para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no
conozco a Jehová, ni tampoco dejará ir a Israel” (Ex. 5:2).
Esto debió ser motivo para claudicar o al menos desmayar
219
en el propósito de convencer al Faraón de que dejara libre
al pueblo de Israel, pero Moisés estaba viendo al Invisible
detrás de la incredulidad del rey, pues, esta sería usada por
Dios para mostrar su ira y poder sobre Egipto: “Porque la
Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado,
para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea
anunciado por toda la tierra” (Ro. 9:17).
Pero la fe de Moisés volvió a ser probada cuando en
respuesta a su solicitud ante el rey, este ordena que se
agrave la opresión sobre el pueblo hebreo: “Dijo también
Faraón: He aquí el pueblo de la tierra es ahora mucho, y
vosotros les hacéis cesar de sus tareas. Y mando Faraón
aquel mismo día a los cuadrilleros del pueblo que lo tenían
a su cargo, y a sus capataces, diciendo: De aquí en
adelante no daréis paja al pueblo para hacer ladrillo,
como hasta ahora; vayan ellos y recojan por sí mismos la
paja. Y les impondréis la misma tarea de ladrillo que
hacían antes, y no les disminuiréis nada; porque están
ociosos, por eso levantan la voz diciendo: Vamos, y
ofrezcamos sacrificios a nuestro Dios. Agrávese la
servidumbre sobre ellos, para que se ocupen en ella, y no
atiendan palabras mentirosas” (Ex. 5:5-9). La respuesta del
pueblo de Israel ante este agravante fue de rechazo y queja
hacia Moisés y su hermano (éx. 5:20-21). No era fácil la
tarea, pero debía cumplirla. El pueblo al que él quería
salvar se volcaba en contra de él. Esto requiere un ejercicio
de la fe que es capaz de mirar al Soberano moviendo los
hilos de la historia para cumplir su propósito, aunque en
apariencia la situación pareciera ser contraria y cada vez
peor.
La fe debe ser probada, y no debe esperar recibir estímulo o
ayuda de los hombres, ni siquiera de nuestros propios
hermanos, como en el caso de Moisés, sino que debe
fortalecerse sólo en el poder de Dios.

220
Ahora, Moisés regresó varias veces al palacio del Faraón
para decirle que dejara salir al pueblo de Israel, e incluso
para amenazarle con terribles plagas que efectivamente
Dios envió sobre el pueblo egipcio. Pero no debemos
considerar como algo simple el hecho de que Moisés
visitara varias veces al Rey, pues, él corría el riesgo de ser
apresado, torturado o de ser asesinado a una sola orden del
Faraón. La fe de Moisés fue intrépida y sabiendo que se
exponía a la cárcel o la muerte, obedeció la palabra de Dios
y se enfrentó con un enemigo muy poderoso. “Tenía ante sí
a un tirano sanguinario, armado con todo el poder de
Egipto, amenazándolo de muerte si seguía haciendo el
trabajo y el deber que Dios le había encomendado, pero
estaba lejos de ser aterrorizado, o de que su deber
disminuye en lo más mínimo, demostró la resolución de
seguir adelante, y anunció la destrucción al propio tirano
(John Owen)”75.
Luego de la décima plaga enviada por Dios sobre Egipto, y
previamente anunciada por Moisés al Faraón, este deja salir
al pueblo hebreo guiado por Moisés. Pero, aunque los
poderosos milagros y señales obrados por Moisés
parecieran mostrar el escenario del éxodo como algo
sencillo, la verdad es que la fe Moisés fue probada
duramente, pues, siendo el Faraón un hombre tan duro de
corazón, entonces no dejaría salir al pueblo de esclavos que
le ofrecía mano gratis y le permitía hacer grandes
construcciones, de una manera tan fácil.
Lo cierto es que el Faraón se levantó en terrible furia y,
luego de ordenar la salida de Israel de la tierra de Egipto,
salió airado a alcanzarlos en el desierto y causarles la final
destrucción. Por un lado estaba el poderoso y bien

75
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_073.htm.
En: Octubre 08 de 2011
221
abastecido ejército egipcio, mientras que en el otro lado
estaba un multitud desorganizada de hombres que habían
sido siempre esclavos, mujeres y niños. La lucha era
desigual y, humanamente hablando, se presagiaba la
destrucción total de pueblo hebreo. No obstante, siendo que
Moisés no se mantuvo viendo las cosas que se ven con los
ojos físicos, sino aquellas que son de carácter espiritual, él
pudo confiar en el poder del Señor y decir al angustiado
pueblo: “No temáis, estad firmes, y ved la salvación que
Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy
habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová
peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Ex.
14:13-14). “Moisés es el hombre de fe que le dice a la gente
que no tema, que permanezca firme, y que vea cómo el
Señor lucha por ella (vv. 13-14). Por la fe Moisés fue libre
del temor porque él sabía que Dios estaba de su lado” 76.
“Temió tan poco a Faraón porque temía mucho a Dios”77.

“… porque se sostuvo como viendo al invisible”. El


secreto de la vida de fe Moisés y sus grandes logros para el
Reino de Dios se encuentra en que él se mantuvo viendo al
Invisible, al mismo Rey de la gloria que se le había
aparecido a Abraham, y se aferró resueltamente a esta
visión. Su vida se caracterizó porque siempre reconoció al
“…bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor
de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en
luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni
puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno.
Amén” (1 Tim. 6:15-16). Este es el secreto de una fe
victoriosa. La fe se fortalece solamente cuando conoce y
contempla a aquel de quien ella proviene, no hay otra

76
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 398

77
MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 1008
222
manera de hacerla crecer. Moisés tuvo la intrepidez de
hacer grandes cosas para el reino de Dios porque su fe se
fortalecía conociendo la voluntad de Dios: “Y dijo Moisés a
Jehová: Mira, tú me dices a mí: Saca este pueblo; y tú no
me has declarado a quién enviarás conmigo. Sin embargo,
tú dices: Yo te he conocido por tu nombre, y has hallado
también gracia en mis ojos. Ahora, pues, si he hallado
gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu
camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos”
(Ex. 33:12-13). Moisés llegó a ser uno de los siervos más
aguerridos en las manos de Dios porque él no se
conformaba con tener un conocimiento superficial de Dios
sino que le buscaba incesantemente y, por decirlo así, se
aprovechaba de la gracia divina para profundizar más en la
contemplación del Dios de la gloria, el Señor era su pasión
y conocerlo de cerca era su ambición: “Él entonces dijo: Te
ruego que me muestres tu gloria” (Éx. 33:18), “Y hablaba
Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su
compañero” (33:11). El secreto de su fe victoriosa se
encontraba en la vida de comunión con Dios.
Moisés vivía siempre con la conciencia de saber que sin
Dios no podía hacer absolutamente nada. Él se consideraba
inútil per se, de allí que se mantuvo viendo al invisible, esta
era una acción continua. Él hizo que toda su vida
dependiera de la presencia de Dios, él pudo decir con el
salmista: “A Jehová he puesto siempre delante de mí;
porque está a mi diestra, no seré conmovido” (Sal. 16:8).
Ninguna otra cosa nos podrá permitir soportar las
aflicciones que nos causan este mundo, Satanás y el
pecado, sino el mantenernos viendo constantemente al
invisible. Ahora, lo invisible no se puede ver, está oculto a
nuestros ojos. Pero ¿De qué manera Moisés vio lo que no
se podía ver? Solamente a través de la fe.
La fe de Moisés se fortaleció porque él conocía la Palabra
de Dios. Él había escuchado Su revelación y ella catapultó
223
la confianza y la disposición para continuar adelante en la
vida. Dios le había dicho: “Ve, porque yo estaré contigo; y
esto te será por señal de que yo te he enviado; cuando
hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre
este monte” (Éx. 3:12). Los cristianos hoy día no debemos
esperar a que eventualmente oigamos una voz del cielo,
sino que tenemos más grandes privilegios que Moisés,
pues, contamos con la siempre fresca y constante Palabra
de Dios a través de las páginas de las Sagradas Escrituras, a
través de las cuales conocemos más al Dios de la gloria y
aprendemos a confiar en él, pues, “…la fe es por el oír, y el
oír por la Palabra de Dios” (Rom. 10:17).

Aplicaciones:
- Así como el Señor prometió estar con Moisés en su tarea
libertaria, Jesús ha prometido estar con su pueblo en la
tarea de libertar a una nación de la esclavitud del pecado,
del faraón Satanás y de la miseria de la muerte: “…y he
aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo. Amén” (Mt. 28:20). Por lo tanto, debemos ser
aguerridos en hablar de Cristo a los hombres, y en difundir
su santo evangelio por doquier. Aunque algunos de
nosotros experimentamos cierto temor cuando vamos a
hablar de Cristo a otros, y algunos son demasiado tímidos
para hacerlo, si alimentamos nuestro corazón con la
promesa de Cristo, de seguro cobraremos fuerzas para
hablar de él, incluso, ante los faraones que se oponen
furiosamente al Evangelio.
- La fe y el miedo se oponen entre sí. Sin embargo, por
extraño que parezca, frecuentemente habitan en la misma
casa; pero donde la fe domina, el miedo está inactivo, y
donde el miedo domina, la fe está inactiva. La actitud
constante del cristiano debe ser: “He aquí Dios es
salvación mía; me aseguraré y no temeré, porque mi
fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido
224
salvación para mí” (Is. 12:2). Lastimosamente hay una
gran distancia entre lo que debería ser y lo que realmente
es. Pero los cristianos somos confrontados por el ejemplo
de Moisés para que ejercitemos la gracia de la fe y
podamos decir con el salmista: “En el día que temo, yo en
ti confío” (Sal. 56:3). Aunque muchas cosas en este mundo
vengan sobre nosotros como poderosos gigantes, la fe
perseverante se levanta victoriosa sobre las alturas y confía
en el Dios de nuestra salvación de manera que el terror no
nos paralice sino que, cuando más dura esté la prueba,
cobraremos inusitado valor y nos sorprenderemos de la
intrepidez de nuestra confianza en el Soberano Señor.
Muchos de nosotros tememos a cosas menores que la ira
del rey: la oscuridad, la soledad, a veces, incluso, la caída
de una hoja nos asusta. Aunque en algunas personas ese
miedo forma parte de su constitución personal, en la
mayoría, el temor viene como resultado de una mala
conciencia, el cual les lleva a aterrarse hasta con su sombra.
La mejor forma de vencer el miedo es cultivar el sentido de
la presencia de Dios en nuestras vidas, confesar y
abandonar nuestros pecados, pues “Huye el impío sin que
nadie lo persiga; más el justo está confiado como un león”
(Prov. 28:1). El miedo es el resultado de la desconfianza, de
no ser consciente de que estamos bajo la protectora mirada
de Dios, de ocuparnos demasiado en las dificultades y
problemas. Pero recordemos que así como Dios le dijo a
Moisés que estaría con él para defenderlo y ayudarlo en el
cumplimiento de su tarea, Dios nos dice a nosotros hoy que
no tengamos miedo de los hombres, del futuro, de la
economía: “Sean vuestras costumbres sin avaricia,
contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te
desampararé, ni te dejaré, de manera que podemos decir
confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que
me pueda hacer el hombre” (Heb. 13:5-6).

225
226
La fe de Moisés (11:23-29)

La fe que se aferra a la sangre de Cristo. v. 28

Introducción:
Ya hemos visto tres actos de la fe perseverante de Moisés,
y ahora encontramos un cuarto acto. Como dijimos en un
estudio pasado, los dos personajes a los cuales el autor de la
carta a los Hebreos le dedica más tiempo en el tema de la fe
son Abraham y Moisés. Y esto no es gratuito, pues, el autor
tiene un propósito específico, el cual consiste en mostrarles
de manera contundente a los creyentes judíos que los dos
personajes a los cuales ellos consideraban sus padres
prominentes, se habían caracterizado, no por depender o
confiar en ciertos ritos, ceremonias o leyes religiosas; sino
por entregarse completamente a una vida de fe.
Moisés fue el gran legislador de Israel, y todas las leyes
religiosas, ceremoniales y civiles fueron dadas a través de
él para el pueblo judío, pero Moisés mismo no dependía de
estos ritos para su salvación. Él vivió una vida de fe y todos
sus actos procedieron de la misma.
Él aprendió que el “justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17), y que
esta fe debe estar depositada en Dios a través de la
perfección de Cristo.
Tal vez uno de los ritos o fiestas religiosas más importantes
para los judíos era la celebración de la pascua. Los varones
judíos de todos los confines de Israel procuraban asistir, por
lo menos, a una fiesta anual en Jerusalén, y la de la pascua
era una de las más concurridas. Esta celebración tenía un
profundo significado para los judíos, pues, ella marcó el
inicio de la nación de Israel en esa memorable noche en la
cual fueron liberados por completo de la ignominiosa
esclavitud egipcia.
227
Aunque con el transcurrir del tiempo esta fiesta se convirtió
en algo pomposo y ritualista, la primera pascua careció de
todo ello y estuvo marcada por un acto supremo de la fe
salvadora. Dios había prometido liberar al pueblo de la
opresión egipcia, luego de estar cuatrocientos años en esta
poderosa nación. Pero esta liberación no vendría a través
del esfuerzo humano, sino solamente a través del poder de
Dios. En un principio Moisés pensó que para liberarse del
opresor enemigo se requería la fuerza bruta, pero ahora
Dios le muestra que la liberación vendrá a través del
derramamiento de la sangre. ¡Qué instrumento tan extraño!
¿No?
Precisamente la fe se fortalece en lo que parece imposible.
¿De qué manera se liberaban las naciones esclavizadas de
los imperios que les oprimían? A través de la lucha armada.
Pero ahora Dios le dice a Moisés que la fe no usa esa clase
de armas; es más, la fe no depende en nada de ningún
esfuerzo humano: “No con ejército, ni con fuerza, sino con
mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6).
Los lectores de la carta a los Hebreos debían aprender bien
la lección que el autor viene dando desde el principio de la
epístola, que la salvación no viene por cumplir con ciertos
ritos religiosos, sino solamente por la gracia de Dios, pues,
“por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios; no por obras para que
nadie se gloríe.” (Ef. 2:8-9). Moisés fue salvo solamente
por la fe, así como lo fueron sus predecesores: Abel, Noé,
Abraham, Isaac, Jacob y José. No hay otra manera de gozar
el favor de Dios. Si ellos querían abandonar a Cristo para
confiar en los ritos de la Ley de Moisés, entonces estaban
manifestando estar en contra de la fe de Moisés, el cual
solo confió en la sangre inmaculada del verdadero Cordero
Pascual para su completa salvación.
De entrada podemos decir que el autor de la carta no está
de acuerdo con la teología de los que creen que en la
228
antigua dispensación las personas se salvaban por cumplir
la ley y que ahora somos salvos por gracia. En el capítulo
11 de Hebreos hemos aprendido que todos los que han sido
salvos, desde el principio de la creación hasta ahora, y de
seguro hasta el final de la historia, solamente lo han sido
por la gracia de Dios, sin necesidad de obras.
Ahora, como dijimos en un estudio anterior, la verdadera fe
conduce a su poseedor a abandonar al mundo, a despreciar
los placeres terrenos que se oponen a Dios, a negarse a sí
mismo; pero nada de esto tiene sentido si no se abraza a
Cristo, sino se llega al punto de abandonar toda confianza
carnal en las propias obras para depender enteramente del
sacrificio sustitutivo del Cordero de Dios. El punto culmen
de la fe de Moisés es presentado en esta escena, al celebrar
la pascua como un acto de suprema confianza, no en él
mismo ni en sus fuerzas, sino en la redención que Dios obra
a través, no de nuestras obras, sino del sacrificio de nuestra
verdadera pascua, la cual “es Cristo” (1 Cor. 5:7).
Antes de entrar en el análisis de nuestro texto, permítanme
hacer una aplicación para la iglesia hoy día, en lo que
respecta a los métodos de evangelismo, basado en los
hecho de la fe de Moisés, pues, considero que, siendo que
nuestro autor está hablando de la fe salvadora, la secuencia
que él nos presenta también tiene como fin ilustrarnos
cómo es que una persona llega a Cristo, y por lo tanto, nos
da una base para establecer el método bíblico de la
evangelización. Tomaré textualmente lo que dice Arthur
Pink: “La celebración de la pascua y la aspersión de la
sangre no es lo primero que se registra de Moisés. Ningún
hombre puede ver el valor de la sangre de Cristo, si su
corazón todavía está envuelto en el mundo. Ningún hombre
puede creer en Cristo para salvación si él está decidido a
“gozar de los deleites temporales del pecado” (Heb. 11:25).
El arrepentimiento precede a la fe (“arrepentíos y creed en
el evangelio” Mr. 1:15; “acerca del arrepentimiento para
229
con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” Hch.
20:21), y el arrepentimiento es un pesar por el pecado, un
odio al pecado y un apartarse del pecado; y donde no hay
un arrepentimiento genuino, no puede haber “perdón de los
pecados””78.

“Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre,


para que el que destruía a los primogénitos no los tocase
a ellos” v. 28.
La celebración de la pascua marcó el inicio del éxodo o la
peregrinación hacia la tierra prometida. Esto estuvo
relacionado con la última plaga de juicio que Dios envió
sobre los egipcios. Luego de nueve plagas, en las cuales el
poder del Señor obró atormentando al Faraón y a su pueblo,
pero preservando a la nación escogida; Moisés se presenta
donde el incrédulo Rey y le dice que debe dejar ir al pueblo
a adorar a Dios, junto con todos sus animales. Obviamente,
el Faraón, siendo endurecido por Dios mismo, rechaza tal
petición y le advierte a Moisés que no se presente más ante
él porque de lo contrario morirá (Éx. 10:28-29).
Moisés, efectivamente, no vería más el rostro del Faraón,
pues, esa misma noche el pueblo se prepararía para iniciar
el éxodo definitivo que los conduciría a la tierra de la
bendición.
El Señor le dijo a Moisés: “A la media noche yo saldré por
en medio de Egipto, y morirá todo primogénito en tierra de
Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su
trono, hasta el primogénito de la sierva que está tras el
molino, y todo primogénito de las bestias. Y habrá gran
clamor por toda la tierra de Egipto, cual nunca hubo, ni
jamás habrá. Pero contra todos los hijos de Israel, desde el
hombre hasta la bestia, ni un perro moverá su lengua, para
que sepáis que Jehová hace diferencia entre los egipcios y

78
Pink, Arthur. An Exposition of Hebrews.
230
los israelitas” (Éx. 11:4-7). De manera que Dios enviaría su
final y más doloroso juicio sobre el enemigo del pueblo de
Dios, iniciándose así la gran liberación. Sin armas y sin que
el pueblo tuviese que luchar para conseguirla.
Ahora, ¿por qué el pueblo de Israel estaría libre de la
muerte de sus primogénitos? No era por sus buenas obras,
ni por su propia justicia, pues, las Sagradas Escrituras nos
enseñan que “no hay justo, ni aún uno” (Ro. 3:10). La
gracia electiva de Dios había escogido a este pequeño
pueblo de díscolo corazón para que fuera suyo: “Por amor
de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu
nombre” (Is. 45:4). Por esa gracia el Señor los preservaría
de la visita de su ángel, bajo cuya presencia debían morir
todos los primogénitos. Pero la gracia del Señor nunca
viola su santidad y justicia. No solo los primogénitos de los
egipcios debían morir, sino también los de Israel, pues,
todos se encontraban en la misma situación espiritual, como
luego se dejará ver en la travesía del desierto, donde el
pueblo, una y otra vez evidenciaba su incredulidad. De
manera que para evitar la muerte de los primogénitos
hebreos se requiere un substituto, alguien que derrame su
sangre y muera por ellos.
Este es el sentido de la fiesta de la pascua de que habla
nuestro autor sagrado. Dios le ordenó a Moisés “Hablad a
toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de este
mes tómese cada uno un cordero según las familias de los
padres, un cordero por familia. El animal será sin defecto,
macho de un año; lo tomaréis de las ovejas o de las
cabras. Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y
lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel
entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán
en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han
de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al
fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo
comerán. Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos,
231
vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en
vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la
Pascua de Jehová. Pues yo pasaré aquella noche por la
tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de
Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré
mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la
sangre os será por señal en las casas donde vosotros
estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en
vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de
Egipto” (Éx. 12:3-13).
El cordero pascual, sin defecto, se constituyó en el
substituto para que la muerte no causara estragos en el
pueblo elegido. Dios proveyó el camino de la redención y
esta solo vino a través del derramamiento de la sangre.
Pero, ¿Cómo es posible que el simple hecho de sacrificar
un animal y poner su sangre en la puerta principal de la
casa librara a sus habitantes de la muerte destructora que
esa noche cobijaría a todo el territorio de Egipto? ¿Cómo es
posible que a través de esta ceremonia tan extraña Dios les
diera la liberación? Solamente por la fe se pudo celebrar la
pascua y la aspersión de la sangre.
La institución de la Pascua fue un acto de fe similar a la de
la construcción del Arca por parte de Noé. Dios había
hecho prodigios en Egipto y había derramado juicios
terribles, y no obstante, el Faraón se mantuvo inflexible
ante la petición de dejar salir al pueblo de Israel. ¿Por qué
ahora una ceremonia tan extraña iba a garantizar que el
Faraón cambiaría de opinión y les dejaría ir? Si en verdad
Dios les daría la liberación esa noche, ¿Por qué dedicar
tiempo a participar de una cena amarga y de un ritual tan
sangriento, en vez de estar haciendo previsiones más
productivas para la salida? ¿Por qué la aspersión de la
sangre tendría un efecto tan notable?
Se requirió un ejercicio de la fe en Moisés para ir al pueblo
y darles las instrucciones para la celebración de la pascua,
232
pues, ninguna de las promesas de Moisés se había
cumplido. El pueblo estaba cada vez bajo mayor opresión a
raíz de la intervención de Moisés y sus poderosos milagros
sobre Egipto. ¿Quién le creería ahora que con esta
ceremonia lograrían la victoria final? ¿Dónde están las
lanzas o las espadas? ¿Dónde están los cañones que
retumben en el palacio del Rey y les conquiste la victoria?
¿Vencerán al Faraón solamente con la aspersión de la
sangre de un manso e insignificante cordero?
Lo que parecía absurdo e imposible para la razón humana,
fue alcanzado victoriosamente a través de la fe. Por la fe no
solamente Moisés tuvo valor para enfrentarse al pueblo
incrédulo y darles las instrucciones para la celebración de la
pascua, sino que el pueblo aceptó; celebró la pascua,
derramaron la sangre y lograron la victoria.
Esa noche el ángel de Jehová pasó por todo Egipto
causando la muerte de los primogénitos tanto de hombres
como de animales; ni siquiera el primogénito del Faraón se
salvó de morir; más ningún primogénito de los hijos de
Israel o de sus animales murió, en cuya puerta de la casa se
había puesto la sangre del cordero pascual.
Moisés pudo comprobar una vez más que las Palabras del
Señor tienen el poder de producir fe en los oyentes. Él solo
tuvo que hablar lo que el Señor le indicó y Dios se encargó
del resultado. Moisés no tenía razón humana alguna para
pensar que el pueblo creería que a través de este ritual
vendría la liberación, pero él, por medio de la fe, creyó en
la Palabra de Dios, la anunció al pueblo y la palabra
produjo el efecto que Dios había trazado para ella: “Así
será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí
vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en
aquello para que la envié” (Is. 55:11).
El derramamiento de la sangre y su aspersión sobre las
puertas de las casas fue un acto supremo de fe, porque, en
esencia, Moisés estaba identificándose con sus
233
predecesores creyentes al poner su confianza en el
sacrificio y la ofrenda del Hijo de Dios. La pascua era un
tipo de Cristo, y como tal, cuando Moisés la celebró,
realmente estaba apuntando al Calvario:
1. El animal sacrificado en la pascua fue un cordero (Éx.
12:3), lo cual es un tipo de aquel que luego sería llamado
por Juan el Bautista “El cordero de Dios” (Jn. 1:29).
2. El cordero tenía que ser tomado del rebaño (Éx. 12:5).
Jesús, el cordero de Dios, se hizo hombre y así se identificó
con el pueblo que iba a salvar, es decir, con la iglesia. Él
fue tomado de entre los hombres.
3. El cordero debía ser separado de la grey (Éx. 12:6). De la
misma manera, aunque Jesús fue tomado del rebaño, no
obstante fue apartado de los pecadores (Heb. 7:26). Él fue
absolutamente libre de toda contaminación de pecado.
4. El cordero pascual debía ser sin defecto (Éx. 12:5), lo
cual también se aplica a Cristo: “como un cordero sin
mancha y sin contaminación” 1 P. 1:19).
5. El cordero debía ser sacrificado. De la misma manera, el
Cordero de Dios fue inmolado por nosotros desde la
fundación del mundo (Ap. 13:8).
6. El cordero era “la víctima de la pascua de Jehová” (Éx.
12:27); así también Pablo afirma: “porque nuestra pascua,
que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7).
7. La carne del cordero sacrificada en la pascua debía ser
asada (Éx. 12:7-8); de la misma manera, Jesús, nuestro
verdadero cordero pascual sufrió el ardor de la ira de Dios a
causa de nuestros pecados.
8. No se debía quebrar ningún hueso del cordero (Éx.
12:46); de la misma manera sucedió con Jesús, a quien no
le quebraron las piernas cuando colgaba en la cruz, como
era la costumbre romana con los crucificados, “para que se
cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo” (Jn,
19:36).

234
9. Los israelitas debían comer totalmente la carne y las
partes del animal (Éx. 12:8-10), de la misma manera los
creyentes (por la fe) deben “comer” la carne y “beber” la
sangre del Señor Jesús: “Sino coméis la carne del Hijo del
Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo
le resucitará en el día postrero. Porque mi carne es
verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo
en él” (Jn. 6:53-56). Cristo debe ser comido por completo,
es decir, a él debemos entregarnos sin ninguna reserva. Él
debe ser el deseo más grande y persistente de nuestra alma,
no solo una parte de Cristo, sino todo. Lo amamos no solo
como Salvador sino como Señor.
Todos los primogénitos, tanto de Egipto como de Israel,
debían morir puesto que “todos pecaron y están destituidos
de la gloria de Dios” (Ro. 3:23). No obstante, Moisés, por
la fe, sacrificó a un cordero como sustituto de los
primogénitos de Israel. Sin esa obra substitutiva los
israelitas hubiesen sido esclavos para siempre en Egipto.
Ellos no tenían ningún valor en sí mismos que les
mereciera la liberación; solo a través del derramamiento de
la sangre, es decir, de la muerte del substituto encontrarían
el camino hacia la tierra de la bendición.
La enseñanza para los indecisos creyentes hebreos es muy
clara: Si ellos querían ser libres del pecado, si ellos querían
realmente agradar a Dios, entonces no debían buscar el
camino de las buenas obras, o de los rituales judaicos (los
cuales ya demostró eran solo sombras o tipos), sino que, así
como Moisés y el pueblo que participó de la primera
pascua, ellos debían mantenerse confiando solamente en el
sacrificio del verdadero Cordero de Dios, Cristo; pues, a
través de su muerte sustitutiva ninguno de los que creen en
él sufrirán la muerte eterna.

235
El ángel de Jehová se paseó no solo por las calles de los
barrios egipcios, sino también por la de los hebreos, pues,
todos pecaron contra Dios y contra todos Dios está airado.
Su ira busca al pecador para destruirlo por violar sus santas
leyes: “Temed más bien a aquel que puede destruir el alma
y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Algunos cristianos
se resisten a creer en la doctrina de un Dios airado contra el
pecador, pues, abusando de algunos textos donde se nos
habla de Su misericordia, tratan de suprimir por completo
esta fundamental doctrina de las Sagradas Escrituras. Pero
así como no podemos curar un cáncer con pañitos de agua
tibia, ni cubrir al sol con nuestras manos, tampoco se puede
ocultar esta doctrina esencial de la Palabra de Dios.
El ángel que causaba la muerte sobre los primogénitos tenía
la orden de matar a todos los pecadores, y esto incluyó
también a los creyentes hebreos. Solo que cuando su espada
mortífera se preparaba para herir al primogénito de la casa
de un hebreo, la señal de la sangre puesta en la puerta, le
indicaba que ellos habían acudido al sacrificio sustitutivo
del Cordero Pascual, de manera que ahora ellos estaban
libres de toda culpa y el castigo ya había sido ejecutado
sobre otro.
Aunque en esta escena podemos ver la terrible e indignada
ira de Dios, también es notoria su gracia. Dios mismo era
quien pasaría por todas las casas de Egipto causando la
muerte de los primogénitos “A la media noche yo saldré
por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito…” (ëx.
11:4-5); pero el mismo que castiga, dispuso un medio de
gracia por el cual muchos serían librados de la muerte. No
todos serían librados, pues, los egipcios no recibieron la
instrucción de la celebración de la pascua (lo cual nos
recuerda la doctrina de la elección y la reprobación, es
decir, que a unos Dios los elige para salvación mientras que
a otros los abandona en su propio pecado y obstinación).

236
Solo aquellos que creyeron en la Palabra de Dios a través
de Moisés, y confiaron en la muerte sustitutiva del cordero,
rociando las puertas con la sangre del mismo, conocieron el
favor divino y fueron librados de gran sufrimiento.

Aplicaciones:
- Cuántas veces el Señor nos ha inquietado para que
hablemos de Cristo o de su Palabra a otras personas y no lo
hicimos porque llenamos nuestras mentes de “razones
carnales”, argumentando que será en vano, que la tal
persona no creerá, no escuchará y mucho menos vendrá a
Cristo. Cuando esto hacemos manifestamos incredulidad
frente al poder de la Palabra de Dios. Si vamos a hablar
nuestras propias palabras o nuestros propios argumentos,
entonces tenemos razón para pensar que nadie será
convencido por ello, pero si vamos armados de la Palabra
de Dios, ella será poderosa para convencer hasta el más
incrédulo corazón. La fe perseverante no solo nos lleva a
creer para nuestra salvación, sino que también nos empuja a
ser osados en el evangelismo, creyendo lo que dice Pablo:
“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será
salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han
creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?
¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados? Como está escrito:
¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz,
de los que anuncian buenas nuevas! Mas no todos
obedecieron al evangelio; pues Isaías dice: Señor, ¿Quién
ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y
el oír, por la Palabra de Dios” (Ro. 10:13-17). No todos
creerán al evangelio, pero la forma escogida por Dios para
que muchos crean y sean salvos es por escucharlo.
Nosotros hemos sido enviados a un pueblo duro de cerviz,
pero no tengamos temor. Anunciemos la Palabra que el
Señor producirá la fe en los que ha escogido para salvación.
237
- ¿En qué has depositado tu fe? Moisés en un principio
creyó que con su fuerza podía conseguir algo, pero el
resultado fue nefasto. No obstante, estando él lleno de la
gracia del Señor, por la fe pudo comprender que lo más
importante en esta vida no era obtener una liberación física,
sino espiritual; pues, la condición de todo ser humano es
deplorable a causa del pecado que le gobierna. Moisés pudo
depositar su fe en el único y verdadero sacrificio pascual
que tiene el poder para limpiar los pecados y reconciliarnos
con Dios. Si hay una sola cosa que la fe debe perseguir por
encima de todo, es la reconciliación con Dios, y esto solo se
obtiene a través de la muerte de Cristo. El autor de la carta
a los hebreos no se opone a que tengamos fe en que Dios
nos dará algunas cosas materiales que necesitamos, o que
esperemos de él la sanidad física, o que nos bendiga
económicamente, pero algo que si quiere resaltar es que las
cosas que por encima de todo persigue la verdadera fe son
de carácter espiritual y eterno. ¿Has buscado a Cristo cómo
el único medio de salvación o estás confiando en tus buenas
obras, o en el mejoramiento de tu conducta?
- Deseo hacer una aclaración relacionada con el tema de la
sangre de Cristo. Algunos bien intencionados hermanos en
la fe han tomado como costumbre pedir que la sangre de
Cristo cubra sus cuerpos, proteja su caminar, limpie sus
casas, purifique objetos, entre otros; pero esto nunca debe
hacerse, pues, la sangre de Cristo fue derramada
únicamente para obrar el sacrificio sustitutivo que
reconcilie al pecador arrepentido con Dios. La sangre de
Cristo nos limpia de todo pecado y, hablando en sentido
espiritual, cuando ella es aplicada a la puerta de nuestro
corazón, la culpa por el pecado y su respectivo juicio queda
anulada, viéndonos Dios a partir de ese momento como si
nunca hubiésemos pecado. Los ritos del antiguo culto judío
solo tenían como fin enseñarnos, de manera gráfica, lo que
Cristo obraría en nosotros, de manera espiritual. La sangre
238
del cordero se roció sobre la puerta, la sangre del cabro se
rociaba sobre el propiciatorio, pero tanto la puerta como el
propiciatorio eran sombras de realidades espirituales más
profundas, que luego nos fueron reveladas en el Nuevo
Testamento. La sangre, realmente representa la muerte, es
decir, somos limpiados de nuestros pecados, y somos
perdonados por Dios con base en la muerte del Señor
Jesucristo.

239
La fe de Moisés (11:23-29)

La fe que experimenta el poder milagroso de


Dios, o El triunfo de la fe v. 29

Introducción:
En el verso 29 el autor de la carta a los Hebreos presenta el
último acto de fe de Moisés, que toma como ejemplo para
todos los creyentes. Y este acto de fe tiene como propósito
enseñarnos que la fe que abandona al mundo y sus placeres
por seguir a Cristo y su vituperio; que la fe que descansa,
no en la justicia propia, sino en la de Cristo, la cual ha sido
ganada para nosotros por su muerte en Cruz; esa fe que es
sobrenatural, también produce resultados sobrenaturales y
triunfa sobre todas las pruebas que vengan en este mundo
hostil.
Moisés había triunfado sobre su propia carne, al negarse a
sí mismo, dejando los deleites del mundo e identificándose
con los sufrimientos del pueblo de Dios. Su fe había
triunfado cuando no tuvo temor del Rey y abandonó
Egipto; su fe había triunfado cuando celebró la pascua y a
través de ella Dios les dio la liberación; pero ahora vendría
una dura prueba en medio de la felicidad del éxodo.
En este pasaje nuestro autor quiere recordarnos que la fe
perseverante siempre estará siendo probada en esta tierra;
que cada vez vamos escalando en la fortaleza de la fe y en
sus logros espirituales, pero nunca llegaremos al punto de
tener una super-fe de tal manera que no vengan pruebas.
Moisés ha estado escalando en su vida de fe; los logros han
sido muy notorios, pero todavía debe escalar un poco más,
y la única forma de hacerlo es a través de las pruebas.
Pero también algo maravillo que nos enseña nuestro autor
sagrado es que la fe sobrenatural, que es posesión de los
240
verdaderamente salvos, produce resultados sobrenaturales.
Como dice Arthur Pink: “La verdadera fe en Dios tiene el
poder de producir actos sobrenaturales, de superar las
dificultades que de manera natural no podrían superarse, de
soportar las pruebas que son demasiado grandes para que la
carne y la sangre puedan soportarlas”79.
En nuestro pasaje vemos el contraste entre la fe y la
incredulidad. La fe supera las pruebas más difíciles y sigue
la senda de la vida; mientras que la incredulidad, así trate
de usar las bendiciones que dieron la victoria a los
creyentes, solo encontrará el juicio de Dios.

“Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e


intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados”
v. 29
En éxodo capítulo 14 encontramos la narración de la
historia en la cual se basa nuestro autor para mostrar la
fortaleza de la fe Moisés.
¿Cuál fue la prueba de la fe en el cruce del Mar Rojo? La
narración del Éxodo nos cuenta que, una vez Moisés y el
pueblo de Israel salieron de la tierra de Egipto, urgidos por
el mismo Faraón, y enriquecidos por las generosas
donaciones en materiales preciosos y joyas que recibieron
de los egipcios; el Señor volvió a endurecer el corazón del
rey e hizo que saliera en persecución del pueblo escogido:
“Y fue dado aviso al rey de Egipto, que el pueblo huía; y el
corazón de Faraón y de sus siervos se volvió contra el
pueblo, y dijeron: ¿Cómo hemos hecho esto de haber
dejado ir a Israel, para que no nos sirva? Y unció su carro,
y tomó consigo su pueblo; y tomó seiscientos carros
escogidos, y todos los carros de Egipto, y los capitanes

79
Pink, Arthur. An exposition of Hebrews.
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_075.htm
(Octubre 20 de 2011)
241
sobre ellos. Y endureció Jehová el corazón de Faraón rey
de Egipto, y él siguió a los hijos de Israel; pero los hijos de
Israel habían salido con mano poderosa. Siguiéndolos,
pues, los egipcios, con toda la caballería y carros de
Faraón, su gente de a caballo, y todo su ejército, los
alcanzaron acampados junto al mar, al lado de Pi-hahirot,
delante de Baalzefón” (Éx. 14:5-9).
Para entender bien la prueba de la fe de Moisés, miremos el
cuadro de lo que está sucediendo: Moisés va dirigiendo a
un pueblo de más de dos millones de personas que han sido
esclavos por varios siglos y ahora se dirigen a una tierra
promisoria y fructífera, donde habitarán para siempre
disfrutando de la presencia de Su poderoso Dios. El
responsable de este inaudito éxodo es Moisés, quien fue
enviado por Dios para tal fin.
Dirigir una nación o una ciudad desde una sede de
gobierno, rodeado de ministros o funcionarios públicos que
le ayudan a gobernar, y contando con un presupuesto
estable, es una cosa; pero algo muy distinto es guiar a un
pueblo de dos millones de personas, a través de un desierto,
sin provisión alguna, ni recursos económicos, ni
funcionarios públicos que ayuden a gobernar y sin un
ejército que los defienda. Realmente la osadía del viaje a
través del desierto con tantas personas bajo su cargo
requería el ejercicio de una fe muy profunda en el Dios que
le había hablado.
Pero el asunto se complica muchísimo más cuando deben
enfrentarse con que el camino escogido es un estrecho
obstaculizado por un mar: el Mar Rojo. Algunos
investigadores han concluido que Dios guió al pueblo de
Israel hacia un profundo barranco en medio del desierto, el
cual conduce al Mar Rojo. De manera que el pueblo al
introducirse en ese barranco y seguir derecho, lo único que
encontrarían era el mar. El Faraón se enteró de que estaban
atrapados en ese barranco y entonces es azuzado por su
242
malvado corazón y los perversos consejeros de la corte para
que salga de inmediato con toda la furia destructiva de su
gigantesco ejército. Él no desaprovecha la oportunidad de
vengarse de Moisés por la muerte de su hijo y la vergüenza
que le hizo pasar con todas las plagas; y sale en su segura
destrucción.
Cuando el pueblo de Israel se da cuenta que no puede
seguir caminando porque el mar se los impide, entonces
miran hacia atrás, tal vez con el fin de devolverse por el
mismo camino y salir del barranco en el que se encuentran
atascados, y se dan cuenta que el gran ejército del Faraón
los viene persiguiendo. Estaban literalmente atrapados.
Según la razón humana no había escapatoria de una muerte
atroz. Ellos mismos, guiados por Moisés, se habían tendido
una trampa y estaban encerrados como indefensos corderos
listos para ser devorados por las fieras del campo.
Por un lado tenían al poderoso ejército del Faraón, de
manera que no podían salir del barranco, pero por el otro
lado estaba un profundo y extenso mar. El Mar Rojo es un
golfo o cuenca del océano Índico. Tiene unos 2.200
kilómetros de largo y en su parte más ancha mide 335 km.
Su máxima profundidad es de 2.130 m. Es muy probable
que los Israelitas se hubiesen encontrado atrapados frente a
una de las partes menos profundas del mar, es decir, unos
100 m de profundidad. En esta zona algunos científicos han
encontrado restos de ruedas de carros de guerra egipcios
enterrados en el lodo del lecho marino80.
Pero ahora imaginémonos a Moisés. Es el guía, el
responsable humano de haber iniciado una de las
movilizaciones más grandes de personas en la historia de la
80
Ver la página
http://www.fortunecity.com/meltingpot/oxford/1163/id17.htm Ron
Wyatt muestra fotos de las ruedas de carruajes de guerra encontrados
en el lecho del Mar Rojo.
243
humanidad. Él había sido advertido por algunas personas de
que no cometiera una locura promoviendo el deseo de
libertad en el pueblo, para luego conducirlos a la muerte.
Ahora se encuentra que él y su pueblo no están a las puertas
de la Santa Sión, sino a unos metros de la muerte. Si se
introducen en el mar, todos morirían ahogados, pues, en la
parte más llana medía 100 m de profundidad, y por el otro
lado vienen los egipcios dispuestos a darles muerte.
Esta es una verdadera prueba para la fe. Parece no haber
salida. Aquí se necesita un milagro de lo alto, y no
cualquier clase de milagros, sino uno realmente portentoso.
La fe de Moisés es probada cuando empieza a escuchar a
los hombres, mujeres y niños clamar con rostros
angustiados, esperando la indefectible muerte. Todos se
agolpan tratando de protegerse, y los líderes protestan con
voz áspera y rostro verdaderamente enojado en contra de
Moisés por haberles conducido a la muerte. Moisés debió
pasar por un momento de tormento al escuchar casi dos
millones de voces reclamándole por la “estupidez” que
había cometido al conducirlos por ese camino. Los ánimos
estaban en el punto más sensible, todos eran presa del
miedo y grandes clamores se escuchan en medio del
desierto.
Pero de manera sorprendente hay una persona que puede
ver más allá de lo aparente, que tiene la certeza de lo que se
espera y la convicción de lo que no se. Solo Moisés, y tal
vez unos pocos más, puede ver, no un profundo mar, sino
un valle en medio del desierto. Solo Moisés pudo ver, así
como el profeta Eliseo cuando era perseguido por el
ejército del rey de Siria, que más eran los que estaban a
favor del pueblo que los estaban en contra. Moisés se había
adiestrado en las disciplinas de la fe perseverante y él sabía,
tenía la convicción, de que si Dios les había dicho que los
libraría del ejército del Faraón, entonces ni el mismo

244
profundo mar podría ser un obstáculo para que la voluntad
de Dios se cumpliese.
Es así como Moisés saca fuerzas en medio de la más grande
adversidad y anima al pueblo temeroso diciéndoles: “No
temáis, estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará
hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto,
nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por
vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éx. 14:13-14).
Moisés casi está cantando un precioso himno de victoria en
medio de un pueblo angustiado de corazón. Solo los salvos,
los que tienen la verdadera fe perseverante, los que se han
adiestrado en las disciplinas de la fe, pueden ver la
poderosa salvación de Dios más allá de las tragedias,
dificultades y vicisitudes de la vida.
Cuando la fe de Moisés flaqueó, la palabra del Señor vino
nuevamente para fortalecerle: “Entonces Jehová dijo a
Moisés: ¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que
marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el
mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio
del mar, en seco” (Éx. 14:16). ¡Qué sencillo! Moisés solo
debía decirle al pueblo que no se detuvieran, que caminaran
y se introdujeran en el profundo mar; él solo debía levantar
su vara y dividir el mar en dos. Estos son los mandatos que
debe obedecer la fe. Realmente no son nada sencillos, pero
la fe cree en el poder de aquel que da la orden, y
simplemente obedece, esperando que se dé lo que de
manera natural sería absurdo: que unos huesos secos cobren
vida y se llenen de carne solo por escuchar la predicación
de la Palabra, que las huestes de Satanás retrocedan frente a
un humilde cristiano que resiste la tentación a través de
recordar la Palabra de Dios, que una montaña se traslade de
un lugar a otro, que un mar se divida en dos.
A pesar de la presión adversa a la fe que ejercía el
momento, la gente y la difícil situación; Moisés imitó la
vida de fe de sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob, de
245
manera que habló con firmeza y convicción al pueblo
ordenándoles que caminaran hacia el mar; él extendió sus
manos sobre las aguas y Jehová hizo que a través de un
recio viento oriental se abriera un camino seco en medio
del mar.
A través de la fe se alcanzó lo que parecía imposible, se
logró algo que nunca se había visto hasta entonces: que un
numeroso pueblo caminara a través del lecho marino,
rodeado de gigantescas murallas de aguas, las cuales, como
atrapadas en férreos vidrios, no destilaban ni una sola gota,
de manera que el piso se conservaba totalmente seco. A
través de la fe el pueblo pudo ver la mano poderosa del
Señor que los libraba de un inminente peligro, y les
concedía el poder continuar caminando rumbo a la tierra de
la bendición.
Cuando el autor sagrado dice “por la fe pasaron el Mar
Rojo” ¿a cuál fe se refiere? ¿A la de Moisés? ¿A la del
pueblo? ¿A la fe de quien? Indudablemente no se refería a
la fe de todo el pueblo, pues, todos ellos, exceptuando a
Moisés, Josué y Caleb; murieron en el desierto a causa de
su incredulidad. El autor de Hebreos en el capítulo 3 verso
16 dice: “¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le
provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto
por mano de Moisés?” De manera que la mayor parte del
pueblo no creía, se mantuvieron siempre en incredulidad,
rebeldía y murmuración contra Dios. Incluso, cuando el
pueblo se vio en estrecho, pues, por un lado estaba la
imposibilidad de atravesar el Mar Rojo y por detrás el
furioso ejército del malvado Faraón que los venía a
destruir, la respuesta fue de incredulidad y murmuración:
“¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para
que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con
nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo
que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los

246
egipcios? Porque nos fuera servir a los egipcios, que morir
nosotros en el desierto” (Éxodo 14:11-12).
Así que, la fe de cual se hace mención en este versículo es
necesariamente la fe de Moisés. Siendo él el líder o el guía
escogido por Dios, a través de la fortaleza de su fe en el
Señor se alcanzó la victoria de atravesar en seco el Mar
Rojo. Con el transcurrir del tiempo, los jóvenes Josué y
Caleb serían influenciados poderosamente por el ejemplo
de fe de Moisés y alcanzarían también una creencia
poderosa en Dios.
Aquí vemos cómo la fe de un padre, o de una madre, o de
un hermano, o de un amigo, puede ser un poderoso
instrumento utilizado por Dios para bendecir e impactar a
aquellos que todavía no la tienen. En el Nuevo Testamento
encontramos otro ejemplo de cómo la fe de una sola
persona puede ser instrumento para dar liberación o
salvación de problemas, aunque sea solo temporal, a otras
personas. Pablo, el apóstol, viajaba en un barco para Roma,
el cual fue sacudido por una fuerte tempestad de varios
días, ocasionando la destrucción del mismo. Luego de
varios días en los cuales la tripulación y todos los pasajeros
lucharon en contra de la tempestad, y habiéndose agotado
sus fuerzas y sus esperanzas, fueron confortados por la fe
en Dios de Pablo: “Entonces Pablo, como hacía ya mucho
que no comíamos, puesto en pie en medio de ellos, dijo:
Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme
oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este
perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen
ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre
vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha
estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien
sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que
comparezcas ante César; y he aquí Dios te ha concedido
todos los que navegan contigo. Por tanto, oh varones,
tened buen ánimo; porque yo confío en Dios, que será así
247
como se me ha dicho. Cuando comenzó a amanecer, Pablo
exhortaba a todos a que comiesen, diciendo: Este es el
decimocuarto día que veláis y permanecéis en ayunas, sin
comer nada. Por tanto, os ruego que comáis por vuestra
salud; pues ni un cabello de la cabeza de ninguno de
vosotros perecerá. Y habiendo dicho esto, tomó el pan y
dio gracias a Dios en presencia de todos, y partiéndolo,
comenzó a comer. Entonces todos, teniendo ya mejor
ánimo, comieron también” (Hch. 27:21-25; 33-36). Estas
personas fueron libradas de la muerte en el naufragio del
barco, no por la fe que ellos tenían, sino a través de la fe del
apóstol, para quien Dios tuvo misericordia, concediéndole
también prolongarla para con sus compañeros de viaje. En
muchas ocasiones los hijos de Dios pasamos por las
mismas tribulaciones y angustias que el resto de mortales.
Podemos padecer junto con el resto catástrofes, pestes u
otras adversidades, pero algo que siempre caracterizará a la
persona de fe es que no cae en la desesperación, ni se deja
llevar por la situación de manera que entre en una profunda
depresión o en el pánico.
La fe nos lleva a confiar en el cuidado de Dios, y esta
confianza afecta positivamente a los que nos rodean. La fe
nos lleva a creer con convicción que Dios nos protegerá en
sus poderosas manos:
“1.  El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la
sombra del Omnipotente. 2. Diré yo a Jehová: Esperanza
mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré. 3. El te
librará del lazo del cazador, de la peste destructora.
4. Con sus plumas te cubrirá, Y debajo de sus alas estarás
seguro; Escudo y adarga es su verdad. 5. No temerás el
terror nocturno, Ni saeta que vuele de día, 6. Ni
pestilencia que ande en oscuridad, Ni mortandad que en
medio del día destruya. 7. Caerán a tu lado mil, Y diez mil
a tu diestra; Mas a ti no llegará. 8. Ciertamente con tus
ojos mirarás Y verás la recompensa de los impíos.
248
9. Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, Al
Altísimo por tu habitación, 10. No te sobrevendrá mal, Ni
plaga tocará tu morada.” (Sal. 91:1-10)
Moisés es un tipo de Cristo, y en este acto de fe,
aprendemos que nuestro líder, Jesús, de una manera más
perfecta que en Moisés, habiendo tomado nuestra carne
como su morada e identificándose con nosotros en nuestras
debilidades, pero sin pecar; él toma el mando de su pueblo
y con voz de autoridad y confianza nos dice: “No temáis,
manada pequeña, porque a vuestro padre le ha placido
daros el reino” (Lc. 12:32). Él es nuestro capitán y a su
orden marcharemos sin titubear en pos de la conquista del
reino, y si encontramos en nuestro caminar profundos
mares, ejércitos enemigos crueles, no temeremos, porque él
dijo: “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta
el fin del mundo. Amén” (Mt. 28:20). Y si él está con
nosotros, entonces los mares profundos se convierten en
planos valles, los furiosos ejércitos, en simples enjambres
de moscas.
Ahora, continuando con el análisis del verso 29, vemos, en
segundo lugar, el contraste entre la fe de Moisés y la
incredulidad de los egipcios. “e intentando los egipcios
hacer lo mismo, fueron ahogados”.
Los israelitas tuvieron fe al obedecer las instrucciones que
Dios les daba a través de Moisés, y en consecuencia fueron
librados de la muerte. Los egipcios eran incrédulos y no
estaban interesados en escuchar la Palabra de Dios, por lo
tanto recibieron la muerte. Esta es una lección importante
para los dubitativos creyentes hebreos, los cuales estaban
siendo persuadidos para que dudaran de la palabra del
Evangelio de Jesucristo. Si ellos no escuchaban al
evangelio y no lo obedecían, entonces el resultado para sus
almas sería funesto, tal y como se expresó en cada una de
las terribles exhortaciones que contiene la epístola.

249
Los egipcios, enceguecidos por su ira en contra de los
fugitivos esclavos, no se percataron que el Dios que lucha
por Israel estaba sosteniendo con su poder las murallas de
aguas que rodeaban el camino seco en el lecho marino;
ellos fueron tan tontos de pensar que ese mismo Dios que
estaba salvando a su pueblo, mantendría las murallas de
aguas en su lugar para darles paso y así matar a los
israelitas. La incredulidad es necia y entontece la razón de
los hombres.
Lo que había sido un canal para la liberación de los
israelitas creyentes, se convirtió en la tumba de los
enemigos. De esta manera se nos muestra que todos los
intentos que los incrédulos hacen para obtener los
beneficios de la fe son completamente inútiles y están
condenados al fracaso.
Los egipcios trataron de caminar a través de la senda de las
bendiciones que Dios había dado a Su pueblo, pero la
incredulidad jamás podrá disfrutar en plenitud de las
gracias que son dadas solamente a los hijos, porque
ninguna verdadera bendición procederá de la incredulidad,
pues, “sin fe es imposible agradar a Dios; porque es
necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y
que es galardonador de los que le buscan” (Heb. 11:6).
“Aquel camino que fue provisión de Dios por la fe, es lazo
de tentación a los incrédulos egipcios. Lo que fue olor de
vida para los creyentes se convirtió en olor de muerte para
los incrédulos. Tratar de entrar en el camino de las
bendiciones de Dios sin la dependencia de la fe, es revertir
en maldición las bendiciones, por lo que Dios destruyó bajo
el mar, en el camino aparentemente seguro a los
perseguidores, actuando así a favor de Su pueblo. Dios fue

250
exaltado en alabanzas porque fue Él quien echó al mar el
jinete y el caballo (Ex. 15:1)”81.

Aplicaciones:
- En este estudio hemos aprendido que el pueblo de Israel
caminó en medio del mar y salió bien librado, porque ellos
obedecieron en fe el mandato divino. Pero los egipcios,
intentando hacer lo mismo, fueron ahogados. Aquí
aprendemos algo muy importante respecto a la diferencia
entre fe y presunción. “La misma acción puede ser
adecuada y exitosa, o presuntuosa, fanática y desastrosa, de
acuerdo con la presencia o la ausencia de Dios. <Con Dios,
sobre el mar; sin Él, ni aún sobre el umbral>” 82. Debemos
tener cuidado en confundir la fe con la presunción.
Actuamos por fe cuando obedecemos los claros mandatos
de Dios que han sido dados para nosotros, actuamos con
presunción cuando tomamos un texto bíblico que no tiene
una promesa para nosotros hoy día y con base en él nos
atrevemos a hacer algo.
- La verdadera fe en Dios permitirá que el cristiano pase
por pruebas y dificultades que han destruido a miles de
personas, pero que a su debido tiempo le conducirá al
disfrute de la felicidad perfecta. Se requirió de fe no solo
para entrar al camino seco abierto en medio del mar, sino
también para transitar todo el camino, pues, aunque el piso
estaba seco, sus orillas eran gigantescas olas marinas que
amenazaban con desbordarse y causar una dantesca
inundación. Se requirió de mucha fe para caminar toda esa
senda con un peligro latente. De la misma forma los

81
Pérez, Samuel. Comentario exegético al texto griego del Nuevo
Testamento. Hebreos. Página 674

82
Taylor, Richard. Comentario Bíblico Beacon. Hebreos hasta
Apocalipsis. Página 153
251
cristianos caminamos en medio de los muros de tentación,
de pecado, de maldad, de orgullo y vanagloria. Además,
aunque nuestro corazón está confiado en el poder del
Señor, tenemos que mantenernos cultivando la fortaleza de
la fe, para no desmayar ante las adversidades de la vida, el
desgaste de nuestro cuerpo, el sufrimiento que nos causa
vivir en este mundo y las luchas que debemos enfrentar.
Aunque lleguemos a estar en situaciones tan desesperadas y
estrechas, al punto que pensemos que ya no hay salida y las
aguas de los problemas y las lanzas de los enemigos nos
van a destruir; la fe nos lleva a exclamar: “Si Dios es por
nosotros, ¿Quién contra nosotros?” (Ro. 8:31), o a creer lo
que Dios ha dicho: “Cuando pases por las aguas, yo estaré
contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases
por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti” (Is.
43:2).
- Hemos visto que el comienzo del camino de la fe del
pueblo Israel, recién sale de la esclavitud egipcia, estuvo
caracterizado por duras pruebas. De la misma manera el
inicio del caminar de fe un nuevo creyente se verá
obstaculizado por profundos mares rojos o por ejércitos de
enemigos que luchan para destruir tu incipiente fe. Estos
mares o ejércitos pueden ser tus propios familiares, los
cuales se oponen con todos los medios para que no sigas a
Cristo, o puede ser un empleo bien remunerado en el cual te
ponen a trabajar los domingos y así no puedas congregarte.
O pueden ser pecados arraigados de los cuales te ha sido
difícil desprenderte. Estas son adversidades profundas, y no
fáciles de superar, pero si te mantienes creyendo en el
Poderoso Jehová y le amas con todo el corazón, anhelando
con sinceridad hacer su Santa Voluntad, verás como el mar
se abre en dos para que camines en seco y como echará en
las profundidades del mismo a todos tus enemigos.

252
La fe que conquista lo que Dios ha
prometido (11:30)

Introducción:
En los versos 23 al 29, el autor de la epístola a los Hebreos
nos mostró ejemplos claros de la fe perseverante tomando
la vida de Moisés como modelo, ahora, en el verso 30, nos
mostrará la conquista de la fe, basado en la fe de Josué y de
Israel.
El pueblo que había salido de Egipto, a pesar de haber sido
liberado de manera portentosa, decidió mantenerse en
incredulidad (Heb. 3); en consecuencia, todos ellos,
excepto Josué y Caleb, perecieron en el desierto, donde
Dios los obligó a vagar durante cuarenta años.
Una nueva generación de jóvenes aprendieron a temer al
Señor y a obedecerle, los cuales lograron entrar a la tierra
de Canaán, es decir, a la tierra prometida a Abraham y a
todos sus descendientes.
La fe había logrado que el pueblo saliera de la esclavitud,
pero ahora se necesitaba para entrar a la tierra prometida.
La fe, como hemos aprendido en los pasajes anteriores, no
se requiere sólo para el comienzo, sino también durante el
caminar y para entrar a la posesión de la herencia.
En nuestro texto veremos cómo la fe confía en el poder del
Señor, sigue sus instrucciones y espera que el Dios
Soberano obre lo que parece imposible, usando medios que
rayan en lo ridículo para la mente mundana.
“Por la fe cayeron los muros de Jericó después de
rodearlos siete días” (v. 30)

253
Los muros de Jericó cayeron, no por la fuerza de un
ejército, sino por el poder de Dios que utilizó a la fe de
Josué y del pueblo como un medio.
Analicemos, a la luz de la historia del Antiguo Testamento,
cuál fue el reto para la fe que ofrecía Jericó. En Josué
capítulo 6 verso 1 dice: “Ahora, Jericó estaba cerrada,
bien cerrada, a causa de los hijos de Israel; nadie entraba
ni salía”.
El pueblo de la promesa va rumbo a la posesión de la tierra
prometida, han atravesado el desierto de la peregrinación y
ahora han recibido la orden del Señor de poseer dicho
territorio: “Aconteció que después de la muerte de Moisés
siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun,
servidor de Moisés, diciendo: Mi siervo Moisés ha muerto;
ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este
pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Jos.
1:1-2).
Pero, estando a las puertas de Canaán, se encuentran con un
formidable obstáculo: la ciudad-estado de Jericó se ha
erigido como una fortaleza inexpugnable que impide el
paso del pueblo hacia la conquista de la tierra prometida.
“Jericó estaba estratégicamente situada sobre el flanco
oriental de Canaán. Tribus nómadas del desierto oriental
cruzaban ocasionalmente el Jordán e invadían la tierra. La
fuertemente amurallada ciudad de Jericó, pletórica de
poderosos guerreros, evitaba que los invasores penetraran
en los valles principales que daban acceso a la parte central
de Canaán”83.
El paso hacia la victoria estaba fuertemente obstaculizado;
no podrían ingresar a la tierra de la bendición sin antes
destruir esta fortaleza.
Recordemos que el pueblo de Israel estaba compuesto por
personas que llevaban 40 años vagando por el desierto.

83
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 407
254
Carecían de instrumentos que les permitieran derribar
muros tan altos y gruesos como los de Jericó. Se cree que
estos muros medían unos 6 metros de alto y entre 2 a 9
metros de ancho. Realmente era una fortaleza
inexpugnable.
El pueblo no podía tomar la opción de desviar el rumbo y
buscar otro camino, pues, Jericó se encontraba en toda la
entrada a la tierra prometida. Si ellos conquistaban esta
ciudad, entonces el camino para la conquista del resto de la
tierra iba a ser más fácil. Si no lo lograban, entonces debían
olvidarse de poseer la tierra prometida.
Es preciso recordar que nuestro autor Sagrado, el escritor
de la epístola a los Hebreos, con todos estos ejemplos
tomados del Antiguo Testamento, quiere enseñarles a sus
indecisos lectores, que la fe verdadera siempre encontrará
obstáculos difíciles.
El camino de la salvación está invadido de fuertes murallas
que se yerguen cual gigante Apolión tratando de
amedrentarnos para que no continuemos la senda de la vida
y retrocedamos despavoridos frente a sus rugidos
aterradores.
El pueblo nuevamente se enfrenta a una situación que
sobrepasa las fuerzas humanas, y lo único que les queda es
esperar las instrucciones del Señor. Aunque esta es una
nueva generación de israelitas, no tan incrédulos como sus
padres que salieron de Egipto y en consecuencia murieron
en el desierto; no obstante, aún la semilla de la duda se
encontraba presente, y es por eso que el Señor los exhorta,
en cabeza de Josué, a no desmayar frente a los formidables
obstáculos que encontrarán en el camino de la conquista de
la tierra, pues, si se mantenían confiados en el poder
absoluto del Soberano Salvador, entonces serían
victoriosos: “Yo os he entregado, como lo había dicho a
Moisés, todo lugar que pisare la planta de vuestro pie.
Desde el desierto y el Líbano hasta el gran río Eufrates,
255
toda la tierra de los heteos hasta el gran mar donde se
pone el sol, será vuestro territorio. Nadie te podrá hacer
frente en todos los días de tu vida; como estuve con
Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé.
Esfuérzate y sé valiente; porque tú repartirás a este pueblo
por heredad la tierra de la cual juré a sus padres que la
daría a ellos. Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para
cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo
Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a
siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que
emprendas” (Jos. 1:3-7).
El combustible que alimentaba el fuego de la fe de Josué y
la del pueblo de Israel, se encontraba solamente en la
Palabra del Señor. Nuevamente vemos que “la fe es por el
oír, y el oír por la palabra de Dios” (Ro. 10:17).
Josué pudo seguir adelante y creyó que Dios destruiría el
inexpugnable obstáculo que se les cruzaba en el camino de
la victoria, solamente porque había escuchado con fe la
Palabra del Señor, y ésta era su alimento constante: “Nunca
se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día
y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas
conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces
harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos.
1:8). Podemos imaginar a Josué leyendo diariamente las
Sagradas Escrituras, que en su mayor parte estaban
compuestas por las leyes que Dios había dado a través de
Moisés.
Josué se agradaba y deleitaba en conocer y obedecer los
mandatos del Señor, y esta obediencia fortaleció su fe de
manera que confiaba en que Dios realmente les daría la
conquista de la tierra, a pesar de los fieros enemigos que
encontrarían.
La meditación diaria en la Ley del Señor hizo la diferencia
entre la fe y la incredulidad. Josué conocía de manera
cercana al Señor a través de su Palabra escrita, pero los
256
otros espías que le acompañaron a recorrer, un tiempo
antes, la tierra de Canaán, se mantuvieron en incredulidad
pensando que el poder del Señor era menor que las
murallas de Jericó: “…este pueblo es mayor y más alto que
nosotros, las ciudades grandes y amuralladas hasta el
cielo; y también vimos allí a los hijos de Anac” (Det. 1:28).
No solo la Ley sino también las promesas divinas se
convirtieron en alimento de la fe de Josué. Él sabía que
Dios cumplía sus promesas, y que su segura promesa era
entregarles la tierra de Canaán: “Jehová vuestro Dios, el
cual va delante de vosotros, él peleará por vosotros…”
(Jos. 1:30).

“Por la fe cayeron los muros de Jericó después de


rodearlos siete días” (Heb. 11:30).
Ahora, ¿Cuál sería el medio que Dios usaría para derribar
las altas y anchas murallas de Jericó? No sería la fuerza
humana, ni la astucia de Josué, ni las armas del pueblo.
Dios utilizaría como medio algo que iba en contra de toda
confianza carnal: marchar durante siete días alrededor de la
ciudad de Jericó.
Los habitantes de la ciudad estaban temerosos a causa de la
presencia de Israel. Ellos habían escuchado las proezas del
Señor en favor de su pueblo: “Sé que Jehová os ha dado
esta tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre
nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado
por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo
secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando
salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de
los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Seón y
a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha
desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en
hombre alguno por causa de vosotros, porque Jehová
vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la
tierra” (Jos. 2:9-11).
257
Pero, no es difícil imaginar que cuando los habitantes de
Jericó, llenos de pánico y terror, vieron la inusual estrategia
militar del poderoso pueblo de Israel; la cual consistía en
caminar diariamente alrededor de las murallas, como en
procesión; desestimaron este método y hasta llegarían a
considerar que nada malo les ocurriría y que todo lo que
habían oído de Israel no eran más que exageraciones.
¡Qué método tan absurdo para lograr destruir unas
murallas! Pero Josué y el pueblo, aunque no entendían del
todo qué sucedería, obedecieron al Señor y siguieron sus
instrucciones: “Más Jehová dijo a Josué: Mira, yo he
entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones
de guerra. Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de
guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis
durante seis días” (Jos. 6:2-3).
La fe produce obediencia a las instrucciones bíblicas, así
éstas parezcan contrarias a toda razón humana. De la
misma manera el evangelio nos pide que hagamos cosas
que, aparentemente, atentan contra nosotros, pero que
tienen como fin el darnos la bendición verdadera y eterna.
El Señor nos dice que debemos perder nuestra vida para
ganarla: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la
perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del
evangelio, la salvará” (Mr. 8:35). El Señor también le dice
a su pueblo que para ser el mayor, debemos ser el menor:
“Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los
que sobre ellas tienen autoridad son llamados
bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre
vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que
sirve” (Lc. 22:25-26). El evangelio demanda cosas que son
contrarias a la razón carnal, pero que son totalmente lógicas
para la fe, para aquella fe que no mira las cosas que se ven,
sino que tiene “la certeza de lo que se espera, la
convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1).

258
Josué y el pueblo no se apresuraron a destruir al enemigo
por sus propios esfuerzos, sino que con paciencia
caminaron alrededor de las murallas durante seis días.
Supongo que los dardos de fuego del maligno eran lanzados
una y otra vez sobre Josué y su ejército, diciéndoles:
“Todavía sigues confiado en la palabra de Jehová. Cuántos
días llevas dando estas ridículas vueltas, y nada sucede.
¿Has vito que las murallas se muevan, o que tambaleen? No
ha pasado nada, las cosas siguen igual, no hay esperanza de
destruir las murallas con estas inoficiosas rondas. Mejor
confía en el poderoso ejército que tienes y lánzate a destruir
las murallas con las armas que posee. No esperes en Dios,
en ti está el poder, en ti está la fuerza”.
Pero el escudo de la fe los protegía de los dardos de duda y
con la espada de la Palabra ellos le respondían: “!La ciudad
se va a derrumbar! Está firme como una roca. No se ha
movido. Ni una viga se ha movido, ningún cordón se ha
roto. Ni una sola casa yace en ruinas, ninguna tienda se ha
caído. Ni una sola piedra de sus murallas se ha
desmoronado. ¡Pero la ciudad debe caer!”84.
Ahora, me parece ir más allá de las Sagradas Escrituras el
tratar de encontrar un significado oculto en las siete vueltas
alrededor de Jericó. Creo que, tanto el autor del libro de
Josué, como el de Hebreos, nos dejan ver que el acto de
rodear la ciudad durante siete días, sin ninguna acción
armada, tenía como propósito probar la fe del pueblo, y
enseñarles que los métodos del Señor para sus grandes
conquistas no dependen de la fuerza del hombre. Creo que
la forma de la curación del leproso Naamán también está en
concordancia con el método que usó el Señor para la
destrucción de los muros de Jericó. El profeta Eliseo le
envió razón al orgulloso general del ejército de Siria que si

84
Spurgeon, Carlos. Extraido de:
http://www.spurgeon.com.mx/sermon629.html
259
quería ser sano se sumergiera siete veces en las aguas del
Río Jordán (2 Reyes 5). ¿Qué tenía que ver la curación de
una terrible enfermedad como la lepra con el sumergirse
siete veces en el río? Nada, era simplemente un acto de
obediencia y fe, era un acto de sometimiento al Señorío del
Dios Todopoderoso. A Dios le fascina mostrar al hombre
que sus fuerzas no son nada, que las batallas no se ganan
con ejército, sino con el poder del Señor.
Ahora, si queremos establecer claras relaciones bíblicas,
entonces, debemos observar que el séptimo día es el reposo
para Jehová, es el día en el cual el hombre cesa de sus
labores cotidianas, y adora al Señor, esperando que Él le
supla para ese día. Israel ganó la victoria no en la sexta
ronda, que pudiera significar la victoria humana, sino en la
séptima, en el reposo, cuando el hombre no confía en sí
mismo sino en el cuidado de Dios.
De la misma manera, las batallas del Evangelio no se ganan
con estrategias humanas o técnicas sociológicas o
psicológicas. No. La batalla del evangelio se ganará, como
dijo Pablo, a través de la locura de la predicación: “Pues,
ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a
Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los
creyentes por la locura de la predicación. Porque los
judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero
nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:21-
23). No pretendemos convencer a los incrédulos a través de
campañas de milagros, sermones elocuentes, o conceptos
psicológicos o filosóficos; no, lo único que derribará los
muros de incredulidad y que conquistará los corazones
rebeldes, será la predicación fiel de la Palabra de Dios,
mostrando siempre al Cristo que fue crucificado en una
cruz para dar salvación a todos los que creen en él.
La gracia no torna pasivos a los que confían en el Señor,
sino que por el contrario los vuelve activos en la fe. Josué y
el pueblo no debían sentarse cómodamente debajo de los
260
laureles a esperar a que cayeran los muros de Jericó, era
menester mantenerse ocupados en los asuntos de la gracia,
y en este caso, la actividad consistió en rodear la ciudad
durante siete días.
Ellos estaban inspeccionando al territorio enemigo: dónde
estaban las puertas, las torres, las murallas más gruesas, en
fin, cada soldado del ejército de Israel, siempre que rodeaba
las murallas, podía estar planeando por dónde entraría para
tomar posesión de lo que Dios ya les había entregado. “La
fe ve la dificultad, lo inspecciona todo y luego dice: “con la
gracia de Dios voy a saltar por sobre el muro”. Y salta por
sobre el muro. Nunca argumenta a su favor las ardientes
explicaciones de: “los signos de los tiempos”. No se queda
quieta y dice que evidentemente el sentir público está
cambiando. La fe se enfrenta a lo que sea y no le importa
cuán mala es la cosa a la que se va a enfrentar. A pesar de
que haya personas que puedan exagerar la dificultad, la Fe
tiene la mente noble como ese famoso guerrero que, cuando
le fue dicho que había miles y miles de soldados en su
contra, replicó: “Entonces, hay tantos más que debo
matar””85.
El séptimo día, el pueblo debía dar siete vueltas, “Y cuando
toquen prolongadamente el cuerno de carnero, así que
oigáis el sonido de la bocina, todo el pueblo gritará a gran
voz, y el muro de la ciudad caerá; entonces subirá el
pueblo, cada uno derecho hacia adelante” (Jos. 6:5). El
pueblo lo hizo así, y la gloria de Dios se dejó ver,
produciendo el hundimiento de los muros, de manera que
todos los guerreros de Israel entraron sin dificultad a la
ciudad, matando a todos sus habitantes y conquistando así
el más grande obstáculo que impedía la conquista de la
tierra prometida. La fe en Dios hizo posible lo que parecía

85
Spurgeon, Carlos. Extraído de:
http://www.spurgeon.com.mx/sermon629.html
261
imposible. El pueblo confió en la Palabra del Señor y
esperó pacientemente en ella. Ellos obedecieron el mandato
divino, confiaron en el Señor, y el Señor obró
poderosamente.

Aplicaciones:
- La ciudad de Jericó estaba fuertemente cerrada, nadie
podía entrar ni salir. Sus habitantes estaban presos en la
ciudad de pecado. De la misma manera muchas falsas
iglesias y sectas encierran a sus infelices seguidores dentro
de sus fortalezas de engaño, dando la impresión de que
nadie podrá salir de sus seductoras doctrinas; pero la iglesia
del Señor, con el verdadero evangelio y la doctrina bíblica,
llegará a todos los rincones del mundo y romperá todas las
barreras que Satanás y los falsos profetas han levantado, y
el Señor rescatará a todos los que ha escogido para
salvación. Esto debe motivarnos a trabajar en llevar el
evangelio y la doctrina bíblica a todas las personas, a todos
los lugares, e incluso, llevarlas a las puertas de la
amurallada Jericó; pues, el Señor derribará los argumentos
que se han levantado contra la Palabra y nos permitirá
saquear las cárceles de almas que aprisionan a los incautos
engañados, y llevaremos la luz del verdadero evangelio por
doquier. Hoy días las falsas doctrinas de la teología de la
prosperidad, la palabra de fe, la nueva era, la falsa guerra
espiritual, el emocionalismo espiritual, los falsos
ministerios proféticos y apostólicos, el animismo y el neo-
misticismo, el relativismo, el liberalismo teológico y otros
males; han permeado fuertemente a la iglesia cristiana.
Estas doctrinas y prácticas destructoras se han levantado
como férreas murallas y casi que abarcan a toda la
cristiandad; pero no desmayemos en la lucha de proclamar
el verdadero evangelio y sacar del error a las muchas almas
que corren rumbo al infierno siguiendo un evangelio falso.
Oremos, anunciemos a gran voz y sin temor que el día de la
262
liberación ha llegado. Así como los israelitas gritaron con
fuerte voz y tocaron las trompetas anunciando la victoria
del Señor, seamos aguerridos soldados del evangelio
bíblico y no nos cansemos de proclamar por doquier la
verdad liberadora de la Palabra de Dios.
- Los caminos de Dios son, frecuentemente, diferentes a los
nuestros. ¿Cuándo se había escuchado que una sólida
muralla fuese demolida completamente en respuesta a un
grupo de personas que caminaron alrededor de ellas? Dios
se deleita en humillar la soberbia de los hombres: El líder y
legislador de Israel fue salvado en una pequeña y débil
arquilla de juncos. El gigante Goliat fue destruido por una
honda y una diminuta piedra. El profeta Elías fue sostenido
por un puñado de harina provisto por una viuda pobre. El
precursor de Cristo se alimentaba de langostas y miel
silvestre en medio del desierto. El Salvador mismo nació en
un establo y fue acostado en un pesebre. Sus embajadores
fueron, mayormente, pescadores analfabetos. Lo que es
muy apreciado entre los hombres es abominación a los ojos
de Dios, y lo que nos parece despreciable o inservible, a
Dios le place usarlo para cumplir sus propósitos más altos.
- En el caminar de nuestra fe en Cristo siempre
encontraremos Mares Rojos, Ríos Jordán y Murallas
férreas. En la batalla de la fe hay muchas poderosas
dificultades e inexpugnables oposiciones. No hay que
caminar mucho en la fe cristiana para encontrarse cara a
cara con todo lo que desafía nuestro valor, nuestras fuerzas
y nuestros recursos naturales. Sin embargo, aunque esta
oposición nos parezca imposible de destruir, para Dios no
son más que bagatelas. Las murallas parecerán altas hasta
el cielo, o insignificantes y fáciles de destruir dependiendo
de cuál es nuestra comunión y conocimiento del Dios
Todopoderoso. La fe se alimenta con la Palabra de Dios, y
nuestro conocimiento de la misma determinará la forma
cómo nos enfrentemos a las dificultades que surgen a diario
263
en contra de nuestra fe en Cristo. Seamos más versados en
las Escrituras, bebamos de ella constantemente.
Mantengámonos en comunión con el Dios que se ha
revelado en la Biblia y de seguro cultivaremos una fe como
la de Josué.

264
El valor inestimable de la fe

(Hebreos 11:31)
Introducción:
Todos los personajes que el autor de la carta a los Hebreos
ha presentado hasta el verso 30, como modelos de fe
perseverante, son tenidos en alta estima en la historia del
pueblo de Dios, debido al alto rango que tienen en la
conformación del pueblo judío y los frutos de santidad que
manifestaron, además de los perdurables logros que
alcanzaron.
Pero ahora en el verso 31, nuestro autor, presenta como
ejemplo de fe a una persona que tenía en su contra varios
antecedentes:
- Formaba parte de un pueblo pagano, despreciable y
abominable delante de los ojos del pueblo hebreo. Era una
gentil.
- Estaba marcada por terribles pecados escandalosos y muy
despreciables, incluso, en las sociedades paganas, pues, era
una prostituta.
En este texto nuestro autor nos mostrará que la fe es de un
valor incalculable para su poseedor, y que ella abre las
puertas de la salvación para los que son viles y
despreciables, haciéndoles sentar al lado de los más
encomiados e ilustres miembros del pueblo de Dios. “Hasta
aquí él ha demostrado que los patriarcas, a quienes los
judíos honraban y veneraban sobremanera, nada hicieron
digno de encomio, que no fuera por la fe; y que todos los
beneficios otorgados a nosotros por Dios, incluyendo los
más extraordinarios, han sido el fruto de la misma fe: más
ahora nos enseña que una mujer extraña, no sólo de
condición humilde entre su propio pueblo, sino también de

265
manifiesta inmoralidad, ha sido admitida dentro del cuerpo
de la Iglesia por la fe. De esto se infiere, que los que están
más encumbrados no cuentan delante de Dios, sino tienen
fe; y por otra parte, aquellos a quienes difícilmente se les da
lugar entre los profanos y malvados, por la fe son admitidos
en las compañías de los ángeles”86.
En nuestro estudio aprenderemos que la gracia soberana,
usando el medio de la fe, nos rescata de lo más profundo
del pecado y de la vergüenza, y nos eleva a alturas de
honor. La recompensa de la fe es excelente y gloriosa.
El ejemplo del ladrón al lado de Jesús

“Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los


desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz” v.
31
Dios había ordenado la muerte de todos los habitantes de
Jericó: “Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las
cosas que están en ella… Y destruyeron a filo de espada
todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes
y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos” (Jos.
6:17, 21). Pero su SOBERANÍA en la salvación se deja ver
en que había escogido para sí a Rahab, junto con su familia,
preservándola de morir: “…solamente Rahab la ramera
vivirá, con todos los que estén en casa con ella” (Jos. 6:17).
“Siendo el Potentado Supremo, Dios no está limitado por
ninguna ley u otra consideración que no sea su propia
voluntad imperial, y por lo tanto, él tiene misericordia de
quien tiene misericordia, y endurece a quien quiere”
¿Quién era Rahab? era una ramera o prostituta. Era esclava
de una vida sexual degradada. Pero, para la gracia no hay
nada imposible, y Dios puede rescatar a la persona más
hundida en la putrefacción y miseria de sus viles y
horrendos pecados. La inmoralidad sexual es uno de los

86
Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 258
266
pecados que más dominio ejerce sobre las personas que la
practican. Parece casi imposible salir de esta clase de
maldad, pero la gracia de Dios es suficientemente poderosa
para liberar de su yugo al pobre que miserablemente está
aprisionado por sus férreas cadenas.
De seguro que en Jericó había moralistas de alto abolengo,
pero a Dios no le placio librar de la muerte a ninguno de
ellos, sino a una despreciable prostituta. Esta verdad
también se evidencia en Jesucristo, quien mostró
misericordia y rescató a algunas mujeres de mala
reputación, mientras que dejó en la dureza de su corazón a
los más connotados moralistas de su tiempo:
- La mujer pecadora. “Entonces una mujer de la ciudad que
era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa
del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y
estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar
con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y
besaba sus pies, y los ungía con el perfume. Cuando vio
esto el fariseo que le había enviado, dijo para sí: Este, si
fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la
que le toca, que es pecadora. Entonces respondiendo
Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le
dijo; Di, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno
le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no
teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues,
¿cuál de ellos le amará más? Respondiendo Simón, dijo:
Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo:
Rectamente haz juzgado… No ungiste mi cabeza con
aceite; mas esta ha ungido con perfume mis pies. Por lo
cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados”
(Luc. 7:37-43, 46-47).
- La mujer adúltera. “Entonces los escribas y los fariseos le
trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola
en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en el acto mismo del adulterio. Y en la ley nos
267
mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué
dices?... Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y
les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero
en arrojar la piedra contra ella. Pero ellos al oír esto,
acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando
desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo
Jesús y la mujer que estaba en medio. Enderezándose
Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer,
¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te
condeno; vete y no peques más” (Juan 8:3-11).
- La mujer samaritana. “Jesús le dijo: Ve, llama a tu
marido, y ven acá. Respondió la mujer y dijo: No tengo
marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido;
porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no
es tu marido; esto has dicho con verdad. Le dijo la mujer:
Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él
venga nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: Yo soy,
el que habla contigo” (Juan 4:16-18, 25-26).
Rahab tenía en común con todas estas mujeres una vida
caracterizada por el pecado sexual, el desprecio de la
sociedad y una conciencia atormentada por su propia
culpabilidad. Rahab era la vagabunda, el objeto de burla de
las damas de Jericó y el blanco preferido del lenguaje
vulgar y soez de los varones. A ella nadie la miraba con
respeto y nunca era tenida en cuenta para nada que no
estuviera relacionado con su ignominiosa actividad de
prostituta. La vida de esta mujer era una desgracia, siempre
desdichada, llena de amargura, dolor, humillación e
infelicidad, como es la característica de todas las que
practican la prostitución.
Más un día, aquella gracia que sobreabunda donde abunda
el pecado (Ro. 5:20), empezó a obrar en el corazón de esta
desdichada mujer, a través de los reportes que llegaban a la
ciudad acerca de un victorioso pueblo de ex esclavos que se
268
hace llamar “el pueblo de Jehová” y a quien el Dios del
cielo les ha favorecido librándole de la esclavitud egipcia y
peleando a favor de ellos en contra de todos los pueblos que
impiden su camino hacia una fructífera tierra, prometida a
sus ancestros.
Es probable que los hombres que acudían a sus
pecaminosos servicios, incluidos, tal vez, algunos soldados
del ejército de Jericó, le comentaban acerca de lo que
estaba sucediendo con este extraño pueblo hebreo, del cual
se hablaban muchas maravillas. Ella escuchaba con avidez
cualquier noticia que hablara de las proezas que hacía este
extraño Dios del que nunca había escuchado hablar. Un
cosquilleo en su corazón, que es el cosquilleo de la gracia,
la mantenía en inquietud frente a este Dios Todopoderoso
que conducía a su pequeño pueblo a la tierra de la promesa.
Un amor hacia el pueblo escogido y hacia el Dios de Israel
se estaba despertando en su corazón, producido por la fe
que es obra sobrenatural del Espíritu Santo.
Un día, Josué decidió enviar dos espías para que
inspeccionaran la ciudad de Jericó. Pero parece que el Rey
de esta ciudad pagana había tratado de blindarla, incluso de
espías, de manera que tan pronto los dos hombres llegan a
la ciudad, es dado aviso al Rey: “Josué hijo de Nun envió
desde Sitim dos espías secretamente, diciéndoles. Andad,
reconoced la tierra, y a Jericó. Y ellos fueron, y entraron
en casa de una ramera que se llamaba Rahab, y posaron
allí. Y fue dado aviso al rey de Jericó, diciendo: He aquí
que hombres de los hijos de Israel han venido aquí esta
noche para espiar la tierra” (Jos. 2:1-3).
¿Por qué entraron los espías del pueblo santo de Israel a
casa de una ramera? Es probable que Rahab, además de
ejercer la prostitución, también fuera una “mesonera”, es
decir, tenía un lugar para hospedar a los viajeros. Por cierto,
la misma palabra hebrea que se utiliza para ramera se puede
traducir mesonera. Por eso algunos comentaristas creen que
269
Rahab no era prostituta. No obstante, el escritor de la carta
a los hebreos, inspirado por el Espírito Santo, utiliza la
palabra griega porné, la cual hace referencia a una ramera.
Él denomina a Rahab como una mujer dedicada a
actividades sexuales ilícitas.
Aunque no sabemos a ciencia cierta por qué los espías del
pueblo de Dios entraron a casa de una ramera, es muy
probable que esto haya formado parte de una estrategia
militar; pues, siendo que ellos querían inspeccionar la
ciudad y ver cómo estaban los ánimos de sus habitantes, del
rey y del ejército; consideraron que la casa de una ramera
era muy visitada por los hombres, tanto civiles como
militares, de manera que allí podrían escuchar información
valiosa para sus planes de conquista.
Y lo cierto es que allí encontraron dicha información, pues,
la misma ramera les dijo: “Sé que Jehová os ha dado esta
tierra; porque el temor de vosotros ha caído sobre
nosotros, y todos los moradores del país ya han desmayado
por causa de vosotros. Porque hemos oído que Jehová hizo
secar las aguas del Mar Rojo delante de vosotros cuando
salisteis de Egipto, y lo que habéis hecho a los dos reyes de
los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, a Sehón
y a Og, a los cuales habéis destruido. Oyendo esto, ha
desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en
hombre alguno por causa de vosotros…” (Jos. 2:9-11).
Creo que difícilmente podían escuchar un informe más
completo en otro lugar. Aquí vemos que fue el Señor quien
los guió a casa de la ramera.
¿Por qué precisamente una ramera, una mujer con un estilo
de vida tan marcado por el pecado, fue el instrumento
escogido por Dios para favorecer a su pueblo?
“Probablemente el Señor no estaría tan interesado en lo que
Rahab era como en lo que llegaría a ser. Ella vivía en
medio de un pueblo corrompido, abandonado y promiscuo
en grado sumo. Los vicios del carácter más degradante se
270
practicaban y aprobaban. Rahab era parte de una sociedad
que la rodeaba. Sin embargo, se estaba convirtiendo en una
ferviente creyente en el único Dios verdadero”87.
El autor de la carta a los hebreos, cuando encomia la fe de
Rahab, no hace mención de la mentira que dijo para
proteger a los espías. Sabemos por las Sagradas Escrituras
que la mentira es contraria a la voluntad preceptiva del
Señor y se enmarca en la filosofía satánica: “Vosotros sois
de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre
queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no
ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es
mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:44). No obstante, a
través de esa mentira ella protegió a los espías del pueblo
del Señor: “Entonces el Rey de Jericó envió a decir a
Rahab: saca a los hombres que han venido a ti, y han
entrado a tu casa; porque han venido para espiar la tierra.
Pero la mujer había tomado a los dos hombres y los había
escondido; y dijo: Es verdad que unos hombres vinieron a
mí, pero no supe de dónde eran. Y cuando se iba a cerrar
la puerta, siendo ya oscuro, esos hombres se salieron, y no
sé a dónde han ido; seguidlos a prisa, y los alcanzaréis.
Mas ella los había hecho subir al terrado, y los había
escondido entre los manojos de lino que tenía puestos en el
terrado” (Jos. 2:3-6).
El Dios soberano se vale de distintos medios para cumplir
sus propósitos. Sin que él apruebe el pecado, en ocasiones
se vale de las acciones pecaminosas de los hombres para
conducir la historia a su voluntad soberana. Dios usó el
rencor de los hermanos de José para llevarlo a Egipto y
luego preservar a su pueblo (Gén. 45:7-8). El comentario
Beacon da algunas explicaciones de este asunto relacionado
con la mentira de Rahab “En primer lugar, uno debe

87
Moulder, Chester. Comentario bíblico Beacon. Página 15-16
271
recordar la posición de esta mujer en el momento en que
fue visitada. Probablemente era sólo una de las prostitutas
de la ciudad. En segundo lugar, hay que reconocer que la
conciencia entenebrecida sólo se ilumina gradualmente. En
tercer lugar, Rahab estaba precisamente en el proceso de
cambiar toda su manera de vivir; estaba empezando a echar
suerte con el pueblo de Dios. Su acción revela realmente su
determinación de identificarse con un pueblo nuevo. Se
puso de parte de los espías contra su rey y su ciudad. Se
expuso a un castigo cierto y terrible”88.
El Puritano Tomás Manton, escribiendo sobre el tema de la
mentira de Rahab, dijo algo muy importante: “Observo que
hay una mezcla de debilidad en este acto, una mentira que
no tiene justificación. Aunque Dios en su misericordia la
perdonó esto no es para que nosotros lo imitemos, sin
embargo sirve para nuestra instrucción. Esto nos muestra
que la fe, al comienzo, tiene muchas debilidades. Aquellos
que tienen fe no están libres absolutamente de hacer actos
que no proceden de fe. En ocasiones, algo de la carne se
mezcla con el espíritu. Pero esto es pasado por alto por la
indulgencia divina. Él nos admite a pesar de los pecados
que cometimos antes de tener fe, y a pesar de nuestras
debilidades luego de creer. Antes de la fe ella era una
prostituta, luego de creer dijo una mentira. Dios
recompensa el bien de nuestras acciones y perdona el mal
que ellas contienen. Esto no es para fomentar el pecado en
nosotros, sino para elevar nuestro amor a Aquel que nos
perdona una deuda tan grande, que nos recibe
amorosamente y perdona nuestras múltiples debilidades”89.

88
Mulder, Chester. Comentario Bíblico Beacon. Página 16

89
Pink, Arthur. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm
En: Noviembre 19 de 2011
272
Ahora, algo que el autor quiere destacar de Rahab es su fe
en Dios. Un Dios al cual no conocía de cerca, y del cual no
hablaban los sacerdotes de su religión. Pero la poca
información que ella recibió de los hechos poderosos de
Jehová, el Dios de Israel, fue suficiente para que el Espíritu
Santo produjera la fe perseverante en ella, y su corazón
fuera inclinado a amar a ese Dios desconocido pero
maravilloso.
Luego de ella informar a los espías respecto al decaimiento
de ánimo de los habitantes de Jericó, confesó la fe que
había en su corazón y profesó creer en el Dios de Israel:
“porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y
abajo en la tierra” (Josué 2:11).
Dios había escogido a esta mujer de conducta reprochable
para que a través de la fe entrara a formar parte del pueblo
santo.

“Por la fe Rahab la ramera no pereció juntamente con los


desobedientes, habiendo recibido a los espías en paz” v.
31
¿Por qué Rahab recibió a los espías en paz y no los
denunció ante el Rey, exponiéndose ella misma a ser
descubierta en su deslealtad hacia su pueblo, y en
consecuencia recibir el castigo de los suyos? El autor nos
responde: por la fe.
Ella conocía poco del Dios de Israel, pero el Espíritu ya
estaba obrando en su corazón y ella tenía la convicción de
que Dios destruiría a Jericó y que Israel mataría a todos sus
habitantes. Pero Rahab no estaba viendo nada. Ella no
había visto al pueblo de Israel, no conocía de cerca al Dios
de Israel. Tenía miedo, sí, como el resto del pueblo, pero
esto es distinto a la fe. La gente puede temer que un día
vendrá el juicio final, más esto no significa que ellos
acudan a Dios en fe para arrepentirse y suplicar
misericordia. Mucha gente sabe que existe Dios, y cree que
273
él es real, pero esta no es la fe salvadora, sino aquella que
capacita a las personas para ser diablos: “Tú crees que Dios
es uno; bien haces. También los demonios creen y
tiemblan” (Stg. 2:19). La gente de Jericó tenía miedo,
estaba temblando delante de Dios, pero no era el temblor de
los que se humillan delante de Su Palabra, sino el que
procede de corazones incrédulos que temen porque saben
que recibirán los terribles juicios de la ira de Dios, más
persisten en su vida de pecado.
Rahab no tenía esa clase de creencia, sino que la fe
verdadera había germinado en su corazón, y esta fe la llevó
no solo a temer por su vida, sino a suplicar misericordia al
Señor: “Os ruego, pues, ahora, que me juréis por Jehová,
que como he hecho misericordia con vosotros, así la haréis
vosotros con la casa de mi padre, de lo cual me daréis una
señal segura; y que salvaréis la vida a mi padre y a mi
madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo lo que es
suyo; y que libraréis nuestras vidas de la muerte” (Jos.
2:12-13).
Rahab no estaba viendo la destrucción de Jericó, ella solo
tenía lejanos reportes, nada más. Pero por la fe ella vio la
futura destrucción de su pueblo y quiso asegurarse un lugar,
no con el pueblo derrotado, sino con el pueblo del Señor.
La fe le llevó a hablar como si la destrucción fuera segura.
Pero no solo tuvo fe para creer que ella sería librada de la
destrucción, sino que la fe le llevó a interceder por sus
padres, hermanos y familiares cercanos. ¡Qué ejemplo de
amor! Rahab no conocía aún la gran comisión que nos dio
Cristo para que hagamos discípulos, pero, teniendo la
verdadera fe, ésta la impulsó a pensar en la salvación de los
suyos.
Nuestro autor dice que ella, por la fe, no murió junto con
los desobedientes. Los desobedientes de Israel y los de
Jericó. Mientras Rahab, quien pertenecía a un pueblo
pagano, lejos de las promesas divinas, puso su fe en el Dios
274
de Israel y confió en él para su salvación; los israelitas que
salieron de Egipto perecieron en el desierto a causa de su
incredulidad y desobediencia. Pero el autor quiere referirse
principalmente a la desobediencia de los habitantes de
Jericó. Ellos, al igual que Rahab, estaban viendo al pueblo
de Israel rodear la ciudad con el fin de conquistarla.
Estaban llenos de terror ante la presencia del pueblo, pero
no suplicaron misericordia al Dios vivo. Cada vuelta que el
pueblo daba a las murallas era un anuncio silencioso del
evangelio. Con cada vuelta se pregonaba que vendría la
destrucción, pero ninguno se arrepintió, sino sólo Rahab.
Por la fe salvó su vida de la muerte y la de todos sus
familiares. Pero no sólo esto, por esta fe ella fue
transformada y la ignominia de su vida pasada fue cubierta
por el perdón divino, llegando a ser una mujer totalmente
restaurada. Se casó con Salmón y llegó a ser la madre
Booz, quien fue tatarabuelo de David (Rut. 4:21; Mt. 1:5-
6), de manera que por la fe su alma fue salvada, su vida
restaurada y entró a formar parte de la genealogía de Cristo.
La fe de esta mujer no solo fue tomada como ejemplo por
el autor de la carta a los Hebreos, sino por Santiago, quien
la presenta como evidencia de que la fe verdadera va
acompañada de frutos: “Asimismo también Rahab, la
ramera, ¿no fue justificada por obras, cuando recibió a los
mensajeros y los envió por otro camino? Porque como el
cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras
está muerta” (Stg. 2:25-26).

Aplicación:
- El ejemplo de Rahab nos muestra que la salvación es un
asunto de fe, y que esta fe está fundamentada en el
conocimiento de Dios que se registra de manera
sobrenatural en el alma. Ella, al igual que el resto de los
habitantes de Jericó, recibió noticias de los hechos
maravillosos del Dios de Israel, y tuvo temor de la
275
destrucción que se avecinaba. No obstante, solo ella creyó
en su corazón que ese mismo Dios que está airado contra
ellos y que los iba a destruir, es un Dios perdonador para
con aquel que procede al arrepentimiento. Ella no solo
creyó en un Dios de ira, sino en un Dios misericordioso que
tendría compasión de ella, si lo pedía de corazón. Muchas
personas que asisten a las iglesias cristianas se asustan
cuando se les habla del infierno y de la ira de Dios que se
derramará sobre los impíos; y por un tiempo, corto o largo,
asisten a una iglesia y aparentan comprometerse con el
evangelio, pero realmente en ellos no hay arrepentimiento,
sólo hay temor del castigo y esperan conseguir librarse de
él a través de cumplir con ciertos ritos religiosos. Los tales
están engañados y van rumbo al infierno. Si ellos no
proceden al arrepentimiento y suplican a Dios que les sea
propicio, que tenga misericordia de ellos, entonces no hay
esperanza.
- Rahab no solo tuvo fe en el Dios de Israel, sino que esta fe
la llevó a obrar, a actuar en favor del reino de Dios. Ella
protegió a los espías porque la fe le llevó a trabajar
conforme a la voluntad del Señor. Hay personas que
profesan fe en Cristo, que se unen a una iglesia cristiana,
pero poco o ningún fruto, en favor del reino, se puede ver
en ellos. Si este es tu caso, entonces Santiago dice que tu fe
es muerta y no te sirve de nada. ¿Amas al Dios de Israel?
¿Amas su Reino y los buscas por encima del resto de
cosas? ¿Te interesa el avance del Reino de Dios en la
tierra? O, por el contrario, ¿si identificarte con el
Evangelio puede significar para ti humillación o pérdida,
entonces niegas a Cristo? Hermano, afirma tu fe a través de
las obras piadosas, e imita el ejemplo de Rahab.
- La fe de Rahab nos muestra de manera clara lo que
significa negarnos a nosotros mismos. Ella no estimó
preciosa su vida con el fin de favorecer el Reino de Dios.
Ella estuvo dispuesta a morir, si fuese necesario, con el fin
276
de proteger a los emisarios de Dios. Ella, aunque no tenía
todo el conocimiento que un cristiano puede llegar a tener,
fue impactada por el obrar del Espíritu Santo en su corazón,
y estuvo convencida que la verdadera fe se niega a sí
mismo, y lo entrega todo por Cristo ¿Has comprendido esta
gran verdad?
- ¿Estás luchando contra algún vicio? ¿Has cometido
pecados escandalosos que te hunden en la miseria de tu
maldad? ¿Crees que no hay solución para tu pecado y que
serás un eterno esclavo o esclava de tus malvadas
inclinaciones? Recuerda que Rahab había caído en uno de
los pecados más humillantes y esclavizantes que pueda
atrapar a una persona, pero la Gracia fue más abundante
que su pecado, rescatándola de su vida miserable y
convirtiéndola en una nueva criatura, en una santa y
piadosa mujer que llegó a ser una de las abuelas de
Jesucristo. No importa lo bajo que hayas caído, si hoy crees
en el Dios de Israel y acudes a su Hijo Jesucristo
suplicándole tenga de ti misericordia, él te dará de su gracia
y te convertirá en una nueva criatura. Solo por Su gracia
podrás ser libre de tu vida ruin, recuerda que él es la verdad
que nos libera, recuerda que él dijo: “Y conoceréis la
verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:32).

277
Victorias y padecimientos de la fe

(primera parte)
(Heb. 11:32-38)

Introducción:
Hemos llegado a la última sección del capítulo de la carta a
los Hebreos, en el cual nuestro autor se enfocará en
presentar otros ejemplos o testimonios de fe perseverante
tomados de personajes del Antiguo Testamento; aunque ya
no de una forma detallada, como ha sido la constante hasta
el verso 31.
El autor está demostrando a los lectores de su carta que
ellos no deben estar pensando en abandonar la fe en Cristo
a causa de los problemas, persecuciones y angustias que
sufren por seguirlo a Él; ni deben desmayar en la confianza
debido a que no están viendo el cumplimiento de algunas
promesas; sino que más bien deben imitar a los héroes de la
fe en el Antiguo Testamento, los cuales no desmayaron
ante la aparente demora del cumplimiento de las promesas,
ni retrocedieron cobardemente ante los ataques de los
enemigos, ni desmayaron cuando las pruebas requerían
sacar fuerzas especiales.
Por cierto, el último ejemplo de fe perseverante, Rahab la
ramera, evidenció que los grandes héroes de la fe no fueron
siempre admiradas personalidades, o distinguidos
ejemplares de la sociedad, sino que de lo vil y
menospreciado nos escogió Dios para sentarnos con la
multitud de santos ángeles que adoran para siempre al
Soberano creador.
En el verso 32, nuestro autor sagrado presenta una lista
rápida de héroes de la fe en el tiempo de los jueces y el

278
inicio de la monarquía. Este tiempo estuvo marcado por la
apostasía y la oscuridad espiritual. El pueblo de Dios, luego
de establecerse en la tierra prometida y de empezar a
disfrutar las comodidades que se derivaban de un suelo
productivo, empezó a engordar, no sólo sus vientres, sino
su corazón; y poco a poco se distanciaron de la fe que
caracterizó a sus ancestros: Abraham, Isaac, Jacob, José,
Moisés y Josué.
En el tiempo de los jueces la apostasía llegó a tal punto que
la Biblia dice: “… cada uno hacía lo que bien le parecía”
(Jos. 21:25). Después de la muerte de Josué el pueblo de
Israel apostató de la fe en Dios y se fue tras los ídolos:
“Después los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos
de Jehová, y sirvieron a los baales. Dejaron a Jehová el
Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de
Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los
pueblos que estaban a sus alrededores, a los cuales
adoraron; y provocaron a ira a Jehová” (Jos. 2:11-12). En
consecuencia de este grave pecado el Señor permitió que
los pueblos enemigos les invadieran constantemente,
dañándoles la paz y tranquilidad de que disfrutaban.
El Señor, conociendo la inclinación pecaminosa de nuestros
imperfectos corazones, y con el fin de ayudarnos a
mantenernos en constante vigilancia, no destruye por
completo a nuestros enemigos, sino que deja a unos cuantos
para que no nos permitan dormir tranquilos en una vana
confianza carnal.
Cuando el pueblo de Israel se dormía en su prosperidad y
empezaba a alejarse del Dios vivo, los pocos pueblos
enemigos que Dios había dejado en pie en la tierra de
Canaán, se levantaban y les causaban problemas, entonces
el pueblo de Dios se despertaba de su letargo y volvía a
buscarle. “Estas, pues, son las naciones que dejó Jehová
para probar con ellas a Israel, a todos aquellos que no
habían conocido todas las guerras de Canaán; solamente
279
para que el linaje de los hijos de Israel conociese la
guerra… Y fueron para probar con ellos a Israel, para
saber si obedecerían a los mandamientos de Jehová, que él
había dado a los padres por mano de Moisés” (Jue. 3:1-2,
4).
El tiempo de los jueces estuvo marcado por estas constantes
luchas contra los pueblos vecinos. Era un tiempo de
decadencia y oscuridad espiritual. Tal vez sea esa la razón
por la cual el autor de nuestra carta escogió a unos
personajes que no esperaríamos encontrar en este cuadro de
honor, y obvió a algunos que, según nuestro parecer,
debieran estar.
Hubiésemos querido que mencionara de manera directa a
Caleb, Ana, Asaf o Daniel; pero no fue así. Por el contrario
incluyó a personajes cuya vida de fe estuvo acompañada de
múltiples debilidades: Barac, no se atrevió a ir a la guerra si
no lo acompañaba una mujer; Débora; Sansón, ejerció poco
dominio en su sexualidad y se dejó arrastrar por el amor a
las mujeres; Jefté, hizo un voto innecesario que le llevó a
sacrificar en holocausto a su propia hija.
Pero nuestro autor sagrado ha comprendido que en el reino
de Dios los primeros serán postreros y los postreros serán
primeros. En la vida cristiana todo es por gracia, y la gracia
soberana escoge a algunos, que según los hombres no
merecían ninguna honra, para ponerlos en un lugar de
honor. Pues, aunque la mayoría de los personajes
presentados en esta lista tuvieron muchas debilidades, no
obstante ellos alcanzaron grandes logros para al reino de
Dios, a través de la fe. Y nuestro autor no se enfocará en las
debilidades de ellos, sino en la fortaleza de la fe; una fe que
tenía el reto de expresarse y mantenerse en medio de una
generación apóstata, entregada a la idolatría, donde el culto
al Dios verdadero estaba en retroceso.
Aunque estos héroes estuvieron “sujetos a pasiones
semejantes a las nuestras” (Stg. 5:17), ellos no se quedaron
280
postrados en sus pecados, sino que pusieron la mirada en
“Jesús, el autor y consumador de la fe” (Heb. 12:2),
recibiendo de él la fuerza para vencer sus inclinaciones
pecaminosas y hacer el trabajo para el Reino de Dios.
En el estudio de hoy aprenderemos que la fe nos da la
fuerza para pelear las batallas del Señor, conquistar la
victoria y vencer en medio de la adversidad o las
limitaciones propias de la naturaleza humana, confiando en
el poder, la sabiduría y los métodos de Dios.

“¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando


de Gedeón, y de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así
como de Samuel y de los profetas” (v. 32).
El autor de la carta quisiera continuar discurriendo sobre
los actos de la fe de los más prominentes personajes de la
historia bíblica, pero el tiempo no le alcanzaría para ser tan
prolijo, además que el espacio en una carta o epístola no
sería tan extenso como para ahondar más.
Pero a él le agradaría hablar de la vida de fe de Barac,
Sansón, Jefté, David, Samuel, y todos los profetas, e
incluso, suponemos que de los apóstoles, profetas,
evangelistas y pastores en el Nuevo Testamento; no
obstante, siendo que los lectores conocían de cerca el
Antiguo Testamento, él confía que con solo mencionar
algunos nombres, ellos serían capaces de traer a la memoria
los actos de la fe perseverante de estos personajes, y otros
que no mencionará. Su lista no es exhaustiva.
El corto listado de nombres que presenta en este versículo
tiene ciertas particularidades que nos pueden transmitir
importantes enseñanzas. El orden de los nombres no es
cronológico, es decir, no están en la secuencia histórica que
nos presenta la Biblia; el orden cronológico sería: Barac
(Jue. 4-5), Gedeón (Jue. 6-8), Jefté (Jue. 11-12), Sansón
(Jue. 13-16), Samuel (1 Sam. 1-16) y David (1 Sam. 16-
31).
281
Si tomáramos este grupo de hombres en secciones de dos
en dos, entonces encontraríamos que el último mencionado
debía ser el primero según el orden cronológico, es decir,
entre Gedeón y Barac, el último es el primero
cronológicamente, lo mismo en el caso de: Sansón y Jefté;
y entre David y Samuel. Evidentemente nuestro autor
sagrado quiere enfatizar que la gracia, obrando a través de
la fe, no tiene en cuenta la posición humana, o la dignidad
terrena, sino que ella exalta a los quiere exaltar y da más
honor a los que son considerados menos importantes en el
Reino.
Es probable que nuestro autor siga el mismo orden que
presentó Samuel en su discurso de despedida del pueblo de
Israel: “Entonces Jehová también envió a Jerobaal
(Gedeón), a Barac, a Jefté y a Samuel, y os libró de mano
de vuestros enemigos en derredor, y habitasteis seguros” (1
Sam. 12:11).

Gedeón. 30.000 soldados del pueblo de Israel estaban


acampando junto a la fuente de Harod con el fin de hacer
guerra a los madianitas. Los madianitas contaban con un
numeroso ejército, al punto que el relato bíblico dice que
“estaban tendidos en el valle como langostas en multitud, y
sus camellos eran innumerables como la arena que está a
la ribera del mar en multitud” (Jue. 7:12).
Los madianitas eran un pueblo pagano, entregado a la
idolatría; los cuales se oponían al pueblo de Dios. A causa
de los madianitas los israelitas habían trasladado su morada
a las montañas y las cavernas, pues, este guerrero pueblo
los oprimía, invadiendo y saqueando sus cultivos.
La guerra era desigual, el poderío bélico de los madianitas
se había fortalecido aún más con la ayuda de los amalecitas
y los hijos del oriente.
Gedeón, el jefe del ejército del pueblo del Señor, debía
enfrentar un reto muy grande, un reto que superaba toda
282
posibilidad humana de salir victorioso, más, cuando entre
un 75% y un 80% de su ejército estaba lleno de temor
frente al enemigo (Jue. 7:3).
No obstante, Gedeón había tenido un encuentro con el Dios
de Abraham. Él había sido convertido al Dios verdadero a
través de una visita especial que le hiciera el ángel de
Jehová, que no es más que el Cristo pre-encarnado: “Y el
ángel de Jehová se le apareció y le dijo: Jehová está
contigo, varón esforzado y valiente” (Jue. 6:12).
Gedeón aprovechó la ocasión de estar hablando
directamente con Jehová y le reclamó por haber permitido
que su pueblo cayera en manos de los enemigos, pero el
Señor le dijo que él sería el instrumento para la liberación:
“Y mirándole Jehová, le dijo: Ve con ESTA tu fuerza, y
salvarás a Israel de la mano de los madianitas. ¿No te
envío yo?” (v. 14).
Pero siendo que Gedeón tenía temor y dudaba de sí mismo
a causa de ser el menor de la casa de su padre y de
pertenecer a una familia muy pobre (Jue. 6:15), entonces el
Señor le hace ver que cuando él escoge a una persona para
hacer una obra especial en su Reino, él lo capacita y no
tiene en cuenta la posición, o las fuerzas, o la inteligencia
de la persona, sino que la gracia es suficiente para dar
inteligencia al más ignorante, fuerzas al más débil o valor al
más cobarde: “Jehová le dijo: Ciertamente yo estaré
contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo
hombre” (v. 16). Para cumplir a cabalidad con la misión
que el Señor encomienda se requiere más que el valor y la
audacia natural o carnal, pues, la gloria de Dios debe brillar
en el humilde creyente, y el Dios de la gloria lo debe
preparar para ser efectivo en su Santo reino.
Dios debe hacer primero su trabajo en el creyente, antes de
que el creyente pueda hacer el trabajo encomendado por
Dios.

283
Los siervos de Dios, primero deben experimentar su propia
debilidad, con el fin de que aprendan que la toda suficiente
fuerza del Señor está disponible para él a través de la fe en
Cristo.
Gedeón pudo recibir la fuerza del Señor para cumplir con la
tarea encomendada, y solo pudo ser fuerte, cuando
reconoció su propia debilidad, pues, “cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10).
Pero no se trata sólo de reconocer nuestra debilidad, sino de
ser investido del poder de lo alto. Cuando el “Espíritu de
Jehová vino sobre Gedeón” (Jue. 6:34), él pudo tocar un
cuerno y los hombres que Dios había destinado para que le
acompañaran a la guerra vinieron a él, porque ellos sabían
que el Espíritu de Dios estaba sobre él.
De la misma manera, el Señor Jesús, cuando escogió a sus
discípulos, a través de los cuales inundaría la tierra con el
evangelio, no seleccionó a los más grandes, ni a los más
inteligentes, ni a los más prestigiosos de la sociedad; por el
contrario, pareciera que Dios se especializa en escoger a los
más despreciados para que hagan las labores más grandes,
y asuman los retos más elevados en su Reino.
Escogiendo a personas débiles como nosotros, el Señor
recibe toda la gloria por sus hazañas, pues, el débil
instrumento utilizado no podía hacer nada por sí mismo y
era incapaz de lograr las victorias que la gracia del Señor
conquistó para su pueblo.
Esta fue la lección que el Señor le dio a Gedeón cuando
redujo su ejército de 30.000 a solo 300 hombres: “Y Jehová
dijo a Gedeón: El pueblo que está contigo es mucho para
que yo entregue a los madianitas en su mano, no sea que se
alabe Israel contra mí, diciendo: Mi mano me ha salvado”
(Jue. 7:2). Esto era un asunto de fe, pues, enfrentar a un
gigantesco y bien armado ejército, con solo 300 hombres;
usando como armas unos insignificantes cántaros y
melodiosas trompetas, sonaba ridículo para cualquier
284
estratega militar. Pero Gedeón confió en las, aparentemente
absurdas, instrucciones que recibió del Dios de Israel, y en
un acto de fe, se lanzó a la batalla, ganando la victoria y
librando al pueblo del Señor de sus enemigos.
De la misma manera, el pueblo del Señor en el Nuevo
Testamento debe enfrentar luchas por la fe, y debe guerrear
en contra de los enemigos del Reino de Dios. Nuestra
batalla no consiste en matar a nadie, ni en pelear por tierras
o bienes materiales, sino en ganar almas para Cristo y hacer
que las tinieblas retrocedan a través de la predicación fiel
del evangelio de Dios.
El Señor Jesús nos dio la sagrada misión de llevar su
evangelio a todas las naciones, haciendo discípulos. Pero,
¿Cómo haremos esta labor si nosotros somos personas
invadidas de tantas debilidades, y no tenemos muchos
recursos, ni somos los más inteligentes, ni los más
prestigiosos de la sociedad? El apóstol Pablo responde:
“Pues, mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois
muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni
muchos nobles, sino que lo necio del mundo escogió Dios,
para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió
Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo, y lo
menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer
lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia”. (1
Cor. 1:26-29).
Así como sucedió en Gedeón, que el Espíritu del Señor
vino sobre él, nuestro capitán, el Señor Jesús, nos envió al
Espíritu Santo, para que morando en nosotros nos inundara
de poder sobrenatural, para así llevar su evangelio por
doquier, siendo testigos, hasta el punto de ser mártires, en
medio de nuestros familiares, vecinos, conciudadanos, y
hasta lo último de la tierra: “Pero recibiréis poder, cuando
haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis
testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta
lo último de la tierra” (Hch. 1:8).
285
Pero las tareas en las cuales el cristiano se debe ocupar no
solo se refieren a la conquista de los perdidos, sino que
también incluyen la conquista de la santidad en su vida
personal. “No podemos vencer a Satanás ni rechazar la
tentación con nuestras propias fuerzas. No podemos
aumentar la fe, o incluso, mantenernos en su ejercicio, a
través de alguna resolución de nuestra mente o por un acto
de nuestra voluntad. No podemos lograr victorias para la
alabanza de nuestro Dios por nuestra propia fidelidad. Es
sólo cuando estamos fortalecidos por el Espíritu Santo en el
hombre interior que estamos preparados para la batalla
contra las fuerzas del mal, y esta fuerza debe ser buscada
con diligencia y confianza”
Barac. El pueblo del Señor tenía un corazón rebelde,
entregado a la mundanalidad, y cada vez que Dios los
libraba de sus enemigos y duraban cierto tiempo
disfrutando de paz y prosperidad, se inclinaban a la
idolatría y al pecado.
En tiempos de los jueces la situación de Israel llegó a un
punto espiritual tan bajo, que ningún hombre era capaz de
guiar al pueblo en asuntos espirituales, a tal punto que una
mujer, llamada Débora, tuvo que levantarse como madre en
Israel (Jue. 5:7), y asumir la dirección espiritual del pueblo;
función que estaba designada para los varones, los cuales
debían ser la cabeza o guía espiritual, tanto en sus casas
como en la nación.
Como consecuencia de este estado de ruina espiritual y
apostasía, los enemigos del pueblo de Dios habían invadido
la tierra prometida, y en cabeza del rey de Canaán los
habían mantenido como siervos durante veinte años.
Luego de que el pueblo volvió su mirada el único Dios del
cielo, él tuvo misericordia de Israel y llamó a Barac para
que liderara el ejército del pueblo de Dios y los librara de
Sísara, el capitán del ejército enemigo.

286
Dios le había dicho a Barac, a través de Débora, quien
también era profetiza: “¿No te ha mandado Jehová Dios de
Israel, diciendo: Ve, junta a tu gente en el monte de Tabor,
y toma contigo diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de
la tribu de Zabulón; y yo atraeré hacia ti al arroyo de
Cisón a Sísara, capitán del ejército de Jabín, con sus
carros y su ejército, y lo entregaré en tus manos?” (Jue.
4:6-7).
Pero no era sencillo enfrentar a un ejército enemigo que
estaba mejor equipado bélicamente, pues, Sísara contaba
con “novecientos carros herrados” (v. 3), lo cual era como
poseer armas nucleares en nuestros días. No obstante,
Barac, en vez de huir ante el enemigo o abdicar de su
responsabilidad, confió en la Palabra que el Señor le daba a
través de la profetiza, y se enfrentó al enemigo. Dios
mismo peleó por ellos y ganó la batalla en favor de su
pueblo: “Y Jehová quebrantó a Sísara, a todos sus carros y
a todo su ejército, a filo de espada delante de Barac” (Jue.
4:5).
Barac ganó un nombre honroso en la historia del pueblo de
Dios como consecuencia de su fe, la cual le llevó a
obedecer y confiar en que Dios le daría la victoria:
“Levántate, porque este es el día en que Jehová ha
entregado a Sísara en tus manos. ¿No ha salido Jehová
delante de ti?” (Jue. 4:14).
Aunque el nombre de Débora no forma parte del listado de
honor de los grandes héroes de la fe, ella siempre será
recordada como la mujer que Dios usó, en un tiempo
especial y bajo condiciones especiales, como el instrumento
de fortaleza para el pueblo de Israel y para la fe de Barac.

Aplicaciones:
- Los ejemplos de fe que hemos estudiado en esta
oportunidad tuvieron la característica de haberse destacado
en un tiempo de gran decadencia espiritual. Israel se había
287
alejado del Dios vivo y la verdadera religión estaba en
retroceso. Esto evidencia que en las épocas de mayor
oscuridad espiritual la fe alcanzó sus más grandes logros y
sus victorias más notables; pues, la fe no depende de los
buenos vientos externos, sino que ella es sostenida por
Aquel que es infinitamente superior a todas las
circunstancias. El versículo 32 se ha escrito para nuestro
aliento. En este siglo estamos viviendo un tiempo de gran
decadencia de la verdadera fe cristiana. El estado del
cristianismo es lamentable. Aunque hoy día mucha gente
asiste a las iglesias, y cientos de miles se identifican como
cristianos, la verdad es que hay un desconocimiento
generalizado de Dios y de Su Palabra, la santidad práctica
se encuentra en un nivel muy bajo y la mundanalidad se
disfraza de espiritualidad. Pero el brazo del Señor no se ha
acortado, y los que se apoyan con fuerza sobre la verdadera
fe, serán sostenidos y capacitados para hacer proezas en el
nombre del Señor.
- Carlo Magno, Napoléon, Simón Bolivar, entre otros,
hicieron grandes proezas y alcanzaron ingentes logros
personales o nacionales; pero lo que el autor de Hebreos
quiere resaltar no es el poder de la fuerza, la voluntad y las
intenciones humanas, sino el poder de la fe obrando en el
creyente. Lutero, Calvino y los otros reformados
evangélicos, fueron levantados en la edad oscura del
Medioevo, no por su propio poder, sino por el poder de la
Gracia electiva, la cual los capacitó en fe para hacer las
tareas a que Dios los llamaba, y en contra de todo viento de
oposición, pusieron en alto el estandarte de la verdad de la
Palabra y del Evangelio. El llamamiento de estos hombres
fue extraordinario, y así mismo sus actuaciones. Ellos
estaban dotados con poderes poco comunes, y el Dios del
cielo les daba una energía sobrenatural para que cumplieran
con sus monumentales tareas. Pero lo que diferenció a estos
valientes hombres del resto, fue la fe. Hermanos,
288
cultivemos y fortalezcamos nuestra fe, conociendo cada día
al Dios de la gloria a través del estudio fiel y sistemático de
su Santa Palabra, a través de la oración que derrama el
corazón ante su presencia; y en nosotros también veremos
cómo la Gracia nos fortalece para trabajar con ímpetu a
favor del avance del Reino de Cristo en medio de una
generación entregada a toda suerte de pecados y maldades.
- Gedeón pudo hacer la tarea que el Señor le encomendaba
sólo cuando se vació de toda confianza en sí mismo,
cuando reconoció que él no era nada, entonces, y sólo
entonces, el poder de Dios se manifestó gloriosamente en
su vida. Cuando Gedeón comprendió que debía ir a la
batalla y ganarla, él le preguntó al Señor “¿Con qué salvaré
yo a Israel?, pues, él sabía que debía cumplir con su tarea,
pero en él no había habilidad alguna para hacer tan grande
obra. Entonces el Señor le dijo: “Ciertamente yo estaré
contigo, y derrotarás a los madianitas…”. La Palabra de
Jehová para Gedeón fue de gran valor y ánimo, pues, “Si
Dios es por nosotros, ¿Quién contra nosotros? (Ro. 8:31).
Solo con el poder del Señor a su lado, Gedeón pudo
exclamar como Pablo, luego de haber dicho: “… aunque
nada soy” (2 Cor. 12:11): “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” (Fil. 4:13). La misma Palabra que fue dicha a
Gedeón ha sido pronunciada a favor de nosotros, pues, el
Señor Jesús, nuestro capitán, nos mandó a hacer una tarea,
no de conquista material o terrena, sino espiritual: “Por
tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo” (Mt. 28:19); pero cuándo le preguntamos al
Señor: ¿Cómo haremos esta obra de alcanzar al mundo para
Cristo si nosotros somos pobres y débiles mortales que a
duras penas sabemos medio hablar? ¿Cómo inundaremos a
nuestras ciudades con el evangelio y haremos discípulos si
somos unos simples desconocidos que no tenemos la
capacidad para impactar a nadie? Entonces el Señor te dice,
289
así como dijo a Gedeón: “Toda potestad me es dada en el
cielo y en la tierra (es decir, yo soy el Dios Todopoderoso,
e irán con mi poder y cumplirán la tarea que les he
asignado)… y he aquí yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo. Amén” (v. 18, 20). Si Jesús está con
nosotros, entonces no hay nada que temer. Si Jesús está con
nosotros, vayamos a la batalla y conquistemos a las almas
elegidas de nuestras ciudades, para el evangelio. Así Sísara
esté esperándonos con 900 carros herrados y un ejército de
langostas, nada podrá detenernos porque el Dios de la
gloria, el capitán de los ejércitos de Israel va con nosotros,
delante de nosotros; derrotando al enemigo y abriéndonos
el paso para que despojemos a los enemigos del pueblo de
Dios, no de los vanos tesoros terrenos que se corroen, sino
de las almas que tienen aprisionadas en sus garras de
mentiras y maldad.

290
Victorias y padecimientos de la fe

(segunda parte)

(Heb. 11:32-38)

Introducción:
Como dijimos en el estudio anterior, ésta es la última
sección del capítulo 11 de la epístola a los Hebreos, donde
estamos viendo las victorias y padecimientos de la fe, a
través del mencionar los nombres de algunos héroes que
demostraron tener la fe perseverante que caracteriza al
verdadero creyente y le permite trabajar y luchar por la
extensión del reino de Cristo en su propia vida y en el
mundo, aunque esto implique un alto costo.
Ahora vamos a estudiar los ejemplos de fe que nos son
mencionados con los nombres de Sansón, Jefté, David,
Samuel y los profetas.
Sansón. Como dijimos en el estudio anterior, éste es un
personaje que no esperaríamos encontrar en un cuadro de
honor en el cual ya se han mencionado insignes y piadosos
creyentes como Enoc, Abraham, Isaac, José, Moisés; entre
otros. Su falta de sometimiento a la ley de Dios y su amor
hacia las mujeres extranjeras son una gran sombra sobre
este juez de Israel. No obstante, la gracia, obrando a través
de la fe, exalta los logros de la misma y no publica las
debilidades que aún acompañan nuestra carne.
Recordemos un poco la historia de este varón. La madre de
Sansón era estéril, al igual que otras famosas madres en la
Biblia: Sara, Rebeca y Elisabet, la madre de Juan el
Bautista. Ella recibió la visita del ángel de Jehová, el cual le
anunció que tendría un hijo, a través del cual “comenzará a
salvar a Israel de mano de los filisteos” (Jue. 13:5). Los

291
filisteos eran un pueblo canaanita que sufrió gran
destrucción en la conquista de la tierra a manos de Israel;
no obstante, lograron recuperar fuerzas y en períodos
intermitentes causaron sufrimiento al pueblo de la promesa.
Durante cuarenta años los filisteos oprimieron a Israel.
Aunque esta opresión vino como resultado de la
desobediencia a los mandatos del Señor, una vez que el
pueblo se arrepentía, Dios enviaba la liberación.
Había llegado el momento de esta liberación, y Dios
escogió a una humilde pareja de la tribu de Dan para darles
la bendición de ser los progenitores de aquel que salvaría a
Israel de mano de los filisteos. Manoa no había tenido el
enorme gozo de procrear hijos debido a que su esposa era
estéril. Pero la gracia de Dios fue favorable para con ellos,
y luego de una larga espera, se les concede tener un hijo
que sería muy especial para la liberación del pueblo de
Israel.
Sansón, desde su infancia, fue bendecido por Dios, y al
igual que Juan el Bautista, fue nazareo; es decir, su vida
estaba entregada por completo a los asuntos del Reino, a tal
punto que no podían participar de cosas que para otros
siervos de Dios eran lícitas. Él no podía cortarse el cabello,
ni tomar nada proveniente de la vid.
De seguro que Sansón fue impregnado por la fe de sus
padres, desde su infancia. Ellos habían visto al Dios de la
gloria a través del ángel de Jehová y habían escuchado Su
palabra. Esta palabra alimentó su fe y creyeron sin dudar
que el Señor cumpliría su promesa de dar salvación al
pueblo a través de su hijo.
Sansón creció “y el espíritu de Jehová comenzó a
manifestarse en él en los campamentos de Dan, entre Zora
y Estaol” (Jue. 13:25). Siempre que el Espíritu de Dios
venía sobre él, una gran fuerza lo caracterizaba y causaba
grandes estragos a los enemigos que les oprimían.

292
A pesar de que Sansón era visitado por la fuerza del
Espíritu de Dios, su corazón no siempre fue recto, y en
muchas ocasiones desobedeció las leyes del Señor. Se
enamoró de una mujer incrédula, perteneciente a un pueblo
pagano, lo cual estaba prohibido por la Ley santa. Aunque
sus padres se opusieron y trataron de convencerle para que
mirara a las hijas de Sión, su corazón se había prendado de
la impía mujer; pero la Biblia nos deja ver que todo esto
formaba parte del plan del Señor para castigar a los filisteos
a través de Sansón: “Más su padre y su madre no sabían
que esto venía de Jehová, porque él buscaba ocasión
contra los filisteos; pues en aquel tiempo los filisteos
dominaban sobre Israel” (Jue. 14:4).
No alcanzamos a comprender la inconmensurable sabiduría
del Señor que es capaz de incluir los actos pecaminosos de
los hombres en sus perfectos planes, para dar liberación a
su pueblo. Sansón tenía una inclinación pecaminosa de
deseo hacia las mujeres impías, y este deseo no provenía de
Dios, sino del pecado residual que estaba en él; no obstante,
el Señor usó esta debilidad para dar liberación al pueblo.
Esto no significa que Dios se deleitó en la desobediencia de
Sansón, pues, el final de su vida fue trágico a causa de su
loco amor hacia las rameras. Las Sagradas Escrituras, en
diversos lugares, ordenan al pueblo del Señor abstenerse
del pecado sexual: “… a causa de la mujer ramera el
hombre es reducido a un bocado de pan; y la mujer caza la
preciosa alma del varón” (Prov. 6:26); “Pero el cuerpo no
es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para
el cuerpo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera,
es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una
sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con
él. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el
hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica,
contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro
cuerpo es templo del espíritu santo, el cual está en
293
vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Porque habéis sido comprados por precio; glorificad,
pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los
cuales son de Dios” (1 Cor. 6:13-20).
A pesar de estas debilidades pecaminosas, Sansón es
considerado un héroe de la fe, pues, “criado en la firme fe
de sus padres, Sansón creía en lo que “escuchó” de Dios a
través de ellos, creció en la confianza de la misma y su
conducta fue acorde con la misma”90.
Fue un instrumento de liberación, a causa de la fe que
depositó en Dios, y el Espíritu del Señor lo llenaba
concediéndole una fuerza sobrehumana para castigar a los
impíos filisteos: Por esta fe en la palabra del Señor pudo
destrozar a un león como si fuera un débil corderito; por
esta fe mató a treinta hombres de Ascalón; por esta fe cazó
trescientas zorras y prendiendo teas en sus colas quemó las
mieses amontonadas, las viñas y los olivares de los
filisteos; por esta fe causó gran mortandad entre los
enemigos cuando éstos quemaron la casa de su mujer; por
esta fe mató a mil filisteos con una simple quijada de burro;
por esta fe, cuando desmayaba de sed y pensó que moriría,
clamó al Señor y se abrió una fuente de agua en Lehi; por
esta fe, luego de haber sufrido la ignominia en manos de los
filisteos como consecuencia de su desobediencia a la Ley
del Señor y haber entregado sus amores a una ramera;
habiendo perdido, como resultado de su pecado, la inmensa
fuerza que le daba el Espíritu del Señor, el cual se había
apartado de él cuando Dalila le rapó la cabeza; estando
como bufón en el templo del dios Dagón, en medio de una

90
Pink, Arthur. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm
En: Diciembre 8 de 2011

294
fiesta donde habían miles de filisteos; tuvo la fe para
clamar al Señor misericordioso, diciendo: “Señor Jehová,
acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente
esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de
los filisteos por mis dos ojos” (Jue. 16:28).
En respuesta a esta oración de fe, el Espíritu del Señor vino
sobre él y se inclinó sobre las columnas que sostenían el
edificio, el cual colapsó y se vino abajo causando la muerte
de los príncipes de los filisteos y del pueblo que estaba allí
reunido; por medio de la fe, al morir, destruyó a un gran
número de filisteos: “Y los que mató al morir fueron
muchos más que los había matado durante su vida” (Jue.
16:30).

Jefté. En los estudios anteriores hemos visto como la


gracia de Dios se complace en escoger a lo débil de este
mundo para hacer las grandes tareas de su santo Reino.
Gedeón no era más que un campesino, Barak, un simple
soldado; Sansón, un nazareno religioso; David, el menor de
su casa; pero el caso de Jefté nos sorprende, pues, teniendo
un origen despreciable ante los ojos de sus hermanos, la
gracia no miró su bajeza sino que le concedió el don de la
fe para convertirlo en un gran héroe en la historia de la
redención.
Jefté era hijo ilegítimo. Su padre Galaad había tenido una
relación adúltera con una ramera y como resultado nació él.
La esposa de Galaad le dio hijos y éstos echaron a Jefté de
la casa de su padre. Él era un despreciado y desechado de la
sociedad. Se convirtió en un rebelde y jefe de una banda de
ociosos (Jue. 11:1-3).
Estando en esta condición de desprecio, es llamado por los
hijos de su padre para que les ayude a pelear en contra de
los amonitas, un pueblo enemigo de Israel que los oprimió
durante 18 años. Sus hermanos, que anteriormente lo
habían desechado, ahora lo aceptan como su caudillo o jefe
295
militar. En su nueva y admirada posición de autoridad, trata
de hacer la paz con el rey de los amonitas, y le hace un
recuento de cómo Dios obró a favor de su pueblo
desposeyendo de las tierras a los moabitas, los cuales
libraron guerras contra Israel sin que ellos lo hubiesen
provocado; de manera que todo lo que Dios le permitió
conquistar a través de las guerras era pertenencia de Israel.
No obstante este intento de paz, el rey de los amonitas no
atendió las razones de Jefté y les hizo guerra.
A pesar de que Jefté había llevado una vida de rebeldía,
posiblemente lleno de odio hacia la sociedad de su tiempo,
y era tenido en poco por sus hermanos, y suponemos que
también por la clase religiosa; el Señor lo rescata de su
situación caótica y lo pone en un lugar alto, para pelear las
guerras de Jehová. “El Espíritu de Jehová vino sobre
Jefté…” (Jue. 11:29), y así logró conformar un ejército que
hizo frente a la agresión de los amonitas. Por la fe en el
Señor, Jefté alcanzó la victoria y libró al pueblo de la
presión del enemigo.
Ahora, en la vida de este héroe hay un suceso que empaña
su testimonio. Antes de salir a la guerra, Jefté hizo un voto
necio, precipitado e innecesario. Se apresuró a prometer al
Señor que le entregaría en holocausto cualquiera que saliera
de su casa a recibirle luego de la batalla, si él le concedía la
victoria. Dios le concedió la victoria, y cuando iba llegando
a casa, salió a recibirle su única y amada hija.
La alegría de la victoria se desvaneció y fue cubierta por la
tristeza de tener que cumplir un voto que le quitaría a su
única hija: “Y cuando él la vio, rompió sus vestidos,
diciendo: ¡Ay, hija mía! En verdad me has abatido, y tú
misma has venido a ser causa de mi dolor; porque le he
dado palabra a Jehová, y no podré retractarme” (Jue.
11:35).
Aunque el apresuramiento de Jefté le llevó a hacer un voto
que Dios no había pedido, no obstante, la fe de este hombre
296
se deja ver en que no consideró la posibilidad de retractarse
sino que actuó conforme a la ley santa del Señor, la cual
había establecido el principio irretractable de los votos
hechos ante Dios: “Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o
hiciere juramento ligando su alma con obligación, no
quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió
de su boca” (Num. 30:2). “Cuando haces voto a Jehová tu
Dios, no tardes en pagarlo; porque ciertamente lo
demandará Jehová tu Dios de ti, y sería pecado en ti”
(Deut. 23:21).
Muchos santos en la historia de la redención hicieron votos
a Jehová, y aunque éstos implicaron un gran sacrificio, no
titubearon en cumplir lo prometido. Ana, había sido estéril
y sufría a causa del desprecio de la otra esposa de su
marido, la cual sí tenía hijos. En medio de su angustia, Ana
eleva una oración procedente del corazón ante el Dios de la
vida, y hace un voto: “Jehová de los ejércitos, si te
dignares mirar la aflicción de tu sierva, y te acordares de
mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu
sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días
de su vida, y no pasará navaja sobre su cabello” (1 Sam.
1:11). Cuando le nació su hijo varón, ella lo llevó al templo
y lo entregó al sacerdote Elí, con quien se quedó para servir
al Señor.
Jefté comprendió que hacer un voto ante el Señor era un
asunto muy serio, y no era sabio retractarse, aunque él se
había apresurado: “Lazo es al hombre hacer
apresuradamente voto de consagración, y después de
hacerlo, reflexionar” (Prov. 20:25). “Cuando fueres a la
casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que
para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben
que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón
se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque
Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean
pocas tus palabras. Cuando a Dios haces promesa, no
297
tardes en cumplirla; porque él no se complace en los
insensatos. Cumple lo que prometes. Mejor es que no
prometas, y no que prometas y no cumplas. No dejes que tu
boca te haga pecar, ni digas delante del ángel, que fue
ignorancia” (Ecl. 5:1-2, 4-6).

David. No es necesario hacer un recuento de todos los actos


de la fe de David; pues, es bien conocido por todos los
creyentes los grandes logros de la gracia a través de este
siervo de quien dijo Dios que era un “varón conforme a mi
corazón” (Hch. 13:22). Pero siendo que el autor de la carta
está usando personajes, principalmente, del tiempo de los
jueces, entonces es probable que tenga en mente uno de los
primeros actos de la fe de David, al inicio de la monarquía
en Israel y el fin del tiempo de los jueces.
Los filisteos continuaron haciendo daño al pueblo de Israel
por varios siglos. De tanto en tanto ellos se levantaban con
fuerza y oprimían a los israelitas, casi siempre como
castigo de Dios por sus constantes rebeldías; pero cuando
clamaban al Señor, él les enviaba un libertador. Al inicio
del tiempo de la monarquía en Israel, siendo rey, Saúl; los
filisteos volvieron a hacer guerra contra el pueblo de Dios.
Pero en esta ocasión amedrantaron a Israel a través de un
soldado sobresaliente, el cual tenía una estatura de 3 metros
y era muy fuerte. Este gigante varón se vestía con una
armadura casi inexpugnable, y sus armas eran de gran
tamaño y fortaleza. Ninguno de los soldados del ejército de
Israel se atrevía a enfrentarse con el gigante Goliat, todos
estaban aterrados y temerosos. Día tras día, Goliat retaba a
los soldados de Israel para que se enfrentaran en pelea
contra él, y ofendía al Dios de los cielos.
Ningún soldado de Israel se atrevió a luchar contra el
gigante, pero David, un muchacho insignificante, sin
conocer la guerra, ni estar preparado para ella, con un
cuerpo adolescente aún débil de fuerzas, sin rudeza en sus
298
facciones; confió en el Dios de sus padres y por la fe se
atrevió a hacer lo que parecía imposible: por la fe se
sobrepuso a los temores naturales, y en el nombre del Señor
se enfrentó al gigante. “Y cuando el filisteo miró y vio a
David, le tuvo en poco porque era muchacho, y rubio, y de
hermoso parecer” (1 Sam. 17:42), pero en David había algo
especial, él tenía la fe sobrenatural que persevera en medio
de las dificultades. Él tenía la fe que vence a los gigantes y
derrumba los formidables obstáculos. Solo por la fe el
muchacho David pudo decir: “Tú vienes a mí con espada y
lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová
de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a
quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi
mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy
los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las
bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en
Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no
salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la
batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 Sam.
17:45-47).
Solo por la fe David pudo enfrentarse al gigante, confiando
solamente en el poder del Señor. A causa de esta fe, el
Señor usó una pequeña piedra, lanzada por un débil
muchacho, para que entrara como un proyectil en la única
parte descubierta de Goliat, es decir, en la frente, causando
su muerte y la derrota de los enemigos del pueblo de Dios.
Aunque David pasó de ser un muchacho a convertirse en un
hombre fuerte y guerrero, él nunca confió en sus fuerzas
sino que aprendió a conocer al Dios de la gloria y a confiar
plenamente en él para su salvación. Él no se intimidó a
causa de la braveza del enemigo, y tampoco el gran tamaño
de los adversarios fue causa de temor; antes por el
contrario, cuando los enemigos eran más fuertes, entonces
él confiaba con más vehemencia en la roca más alta que
hay: “Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador, Dios
299
mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de
mi salvación, mi alto refugio” (Sal. 18:2).

Samuel. Este profeta y juez de Israel, desde su infancia fue


dedicado al Señor. Su madre Ana lo prometió al servicio
espiritual y cumpliendo su palabra lo entregó al sacerdote
Elí. Samuel aprendió muy pronto a escuchar la voz de Dios
y a obedecerle. A causa de la fe él pudo juzgar a Israel con
sabiduría, y durante toda su vida manifestó el carácter de
Cristo. En su vejez él pudo retar a los israelitas diciéndoles.
“Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y
delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he
tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si
he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho
para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré” y el pueblo
respondió: “Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni
has tomado algo de mano de ningún hombre” (1 Sam. 12:3-
4).
La fe perseverante de este hombre le llevó a conducirse en
una vida recta y de absoluta confianza en el Señor; por eso,
al final de sus días, cuando el pueblo se había rebelado
contra él pidiendo que les pusiera un rey, Samuel oró al
Señor para que enviara truenos y lluvias en tiempo de siega,
y delante del pueblo “Jehová dio truenos y lluvias en aquel
día; y todo el pueblo tuvo gran temor de Jehová y de
Samuel” 81 Sam. 12:18). Él honró al Señor y el Señor lo
honró a él.

Los profetas. En los versos 33 y 34 del capítulo 11 de la


carta a los Hebreos, el autor, mencionará algunos de los
logros y padecimientos de la fe de los profetas. Pero en este
momento baste decir que estos insignes hombres del pueblo
de Dios manifestaron su fe perseverante al estar dispuestos
a ser despreciados por el pueblo y sus gobernantes como

300
consecuencia de anunciar sin tapujos el mensaje
confrontador de la palabra de Dios.
Cada vez que los profetas decían: “Así dice el Señor”, la
palabra de Dios era como un trueno que sacudía al pueblo
entregado a sus pecados. La fe perseverante se dejó ver en
que ellos se negaron a sí mismos y despreciaron sus propias
vidas, con el fin de cumplir la voluntad de Dios, y llevar el
mensaje de restauración al pueblo. Así el pueblo los
apedreara ellos no podían dejar de hablar la Palabra del
Señor, pues, ella era como un fuego que les consumía por
dentro. Su fe y entrega al Señor son un ejemplo de
paciencia y sufrimiento por el evangelio, como dice
Santiago: “Hermanos míos, tomad como ejemplo de
aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en
nombre del Señor” (5:10).

Aplicaciones:
- La mayoría de héroes mencionados en el verso 32 tienen
registros negativos en las Sagradas Escrituras: Sansón amó
a las mujeres extranjeras, lo cual le trajo muchos problemas
y torturas; Jefté hizo un voto temerario bajo poca
instrucción teológica que acabó con la vida de su hija;
David cometió adulterio y participó como autor intelectual
de un asesinato, lo cual trajo desastrosas consecuencias; no
obstante la flaqueza de estos hombres, ellos eran creyentes,
eran personas de fe; y todo lo bueno o encomiable que ellos
hicieron se debe únicamente a la fe en Dios. Aprendamos
bien la lección: “Sin fe es imposible agradar a Dios”, y
solo cuando andamos en ella, escuchando la voz de Dios y
obedeciendo sus mandatos es que nuestra vida manifestará
el fruto del Espíritu y alcanzaremos la victoria sobre
nuestros pecados. “En todos los santos, siempre se
encontrará algo reprochable; sin embargo, su fe aunque
débil e imperfecta, es aprobada por Dios. No hay razón, por
tanto, para que los errores bajo los cuales trabajamos nos
301
derroten, o descorazonen, con tal de que por la fe sigamos
adelante en la carrera de nuestro llamamiento”91.
- El tiempo de los jueces estuvo marcado por la tibieza
espiritual. El pueblo se entregaba fácilmente a los ídolos,
apartándose del Dios verdadero. Incluso, muchos de los
jueces que gobernaron tuvieron diversas flaquezas, pero el
Señor preservó a su pueblo. Los que permanecieron
creyendo pudieron ver el poder de Dios obrando para
derrocar al enemigo y garantizar la victoria de su santa
nación. Por la fe Sansón derrotó en muchas ocasiones a sus
enemigos, por la fe Jefté venció a los aguerridos filisteos,
por la fe David mató al gigante Goliat usando solo una
cauchera y una diminuta piedra, por la fe Samuel juzgó al
rebelde pueblo de Israel y fue aprobado por Dios. “Puesto
que todas estas cosas fueron logradas por fe, debemos
sentir la convicción, de que sólo por fe, y no por otra causa,
se nos concede la bondad y la generosidad de Dios. Y
debemos fijarnos muy especialmente en esa cláusula donde
dice que ellos alcanzaron las promesas por fe; pues aunque
Dios permanezca fiel, si nosotros no creemos, nuestra
incredulidad vuelve ineficaces las promesas”92.

91
Calvino, Juan. Epístola a los Hebreos. Página 260

92
Ibid.
302
Victorias y padecimientos de la fe

(Tercera parte)

(Heb. 11:32-38)

Introducción:
La verdadera fe realiza un papel prominente en nuestra vida
cristiana. Donde hay una ausencia total de la gracia de la fe,
hay un hombre sin Dios y sin esperanza en este mundo.
Pero donde está presente este principio espiritual, así sea en
un grado pequeño, se ha producido un cambio maravilloso
y milagroso.
Es posible que al principio, cuando se recibe la gracia de la
fe, no se logren comprender las profundidades doctrinales
de la Palabra, y ésta sea muy incipiente; pero cuando la fe
llega como regalo del cielo al corazón del hombre, se da un
paso trascendental de la muerte a la vida. Jesús dijo: “Si
tuviereis fe como un grano de mostaza” (Mt. 17:20), es
decir, así como en un grano se encuentra el principio de la
vida de una planta o de un árbol, de la misma manera, la
implantación del principio de la gracia, de la fe que es tan
pequeña como un grano de mostaza, en el corazón de una
persona, le asegura que en él se dará el crecimiento en
santificación, y la victoria de la glorificación plena le será
concedida.
Por lo tanto, cada uno de nosotros debe trabajar arduamente
en conocer cuál es el origen de nuestra fe. De dónde
proviene ella. Pues, las Sagradas Escrituras hablan de
varios tipos de fe: Hay una fe muerta (Stg. 2:26); está la fe
de los demonios (Stg. 2:19); está la fe presuntuosa. Estas
clases de fe no provienen de arriba. Pero la verdadera fe
espiritual es de origen divino, porque es un don de Dios

303
(Ef. 2:8). La verdadera fe no es producida por nuestra
naturaleza, sino que proviene del Padre de las luces: Toda
buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del
Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra
de variación” (Stg. 1:17).
La fe verdadera es producida por el Espíritu Santo, cuando
persuade nuestro corazón por la Palabra de Dios,
aplicándola con esa poderosa energía que da vida al alma.
Esta poderosa fe no sólo nos es dada sobrenaturalmente
sino que es sostenida por el poder de Dios. La fe espiritual
no puede ser preservada por la suficiencia humana, no
puede encontrar apoyo alguno en su poseedor, sino que ella
depende enteramente de Dios. Lastimosamente, la fe de una
gran mayoría de personas que se hacen llamar cristianas no
proviene de Dios, y es alimentada por el auto-engaño de la
vana confianza carnal.
Nada es tan dependiente de Dios en Cristo, y nada es tan
completamente incapaz de vivir sin el poder del Espíritu
Santo como la fe que él mismo produce en el corazón. Pero
con gran preocupación vemos como la fe las multitudes de
personas en este siglo es de una naturaleza totalmente
diferente, a ellos se puede aplicar las palabras de Pablo:
“Ya estáis saciados, ya estáis ricos, sin nosotros reináis” (1
Cor. 4:8) y sin el Espíritu Santo.
La verdadera fe no sólo viene del cielo y es sostenida por el
poder de Dios, sino que también es divinamente
energizada, ella actúa sólo por el poder vivificante de Dios.
Jesús dijo: “separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5).
Sin el poder que proviene de Cristo no podemos tener fe en
sus promesas. Sin embargo, algunas personas pueden
engañarse a sí mismas pensando que ellos están confiando
en las promesas de Cristo, pero basados en una fe natural y
humana, lo cual se evidencia en que creen sólo lo que les
gusta, cuando les gusta y lo que satisfaga sus deseos
humanistas. Ellos creen que pueden acudir a Cristo y
304
apropiarse de sus promesas con una arrogancia que no es
característica de los hijos de Dios, los cuales no reclaman
con orgullo las promesas, sino que acuden humildemente al
estrado del Trono de la Gracia para suplicar sus
misericordias.
La fe espiritual, de la cual habla el autor de Hebreos
capítulo 11, puede ser aumentada sólo por el poder de Dios:
“Señor: (tú, con tu poder) auméntanos la fe” (Luc. 17:5);
sin embargo, este “aumento” no hace que el cristiano sea
menos dependiente del Espíritu Santo, ni que use su fe para
los deleites temporales y egoístas del materialismo, como
hizo el hijo pródigo. Tampoco nuestra fe se mantiene
constantemente en un alto nivel, ni está siendo ejercitada
con la misma vivacidad. Lejos de ello, los verdaderos
cristianos sabemos por experiencia dolorosa que con
frecuencia nuestra fe está en un punto muy bajo. Y por lo
general cuando se da el aumento de la fe espiritual, no
somos conscientes de ello, así como Moisés no era
consciente que su rostro resplandecía (Éx. 34:29.35). Lo
más probable es que el centurión y la mujer cananea no
sabían que tenían mucha fe. A veces los que tienen mucha
fe sienten que su fe es pobre y raquítica, mientras que los
que tienen poca fe, dicen que son ricos en la misma.
¿En qué consiste el aumento de la fe? ¿Acaso no es el
crecimiento cristiano en el conocimiento del Dios vivo y
verdadero, el conocimiento espiritual, donde se
experimenta de manera consciente que somos pecadores y a
la misma vez experimentamos que a través de Cristo Dios
es un padre misericordioso?
La fe es alimentada por el conocimiento, pero no sólo por
el mero conocimiento racional, el cual alimenta una falsa y
presuntuosa confianza, sino por un conocimiento espiritual
y sobrenatural. Siendo que este conocimiento aumenta,
entonces aumenta la fe. Siendo que este conocimiento
espiritual es confirmado en el alma por el Espíritu de Dios,
305
entonces la fe es confirmada y fortalecida:
“Bienaventurado el hombre a quien tú, JAH, corriges, y en
tu ley lo instruyes” (Sal. 94:12). “Porque la porción de
Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. Le
halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad;
lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de
sus ojos” (Dt. 32:9-10). Pidamos al Señor que sea él mismo
quien nos instruya de tal manera que su Palabra quede
escrita con tinta indeleble en nuestra alma.
El Señor nos dirige a vivir una gran variedad de
circunstancias, y a través de ellas también instruye a su
pueblo. De esa manera nos ayuda a conocer la verdad de
una manera experiencial, y la Palabra es confirmada más y
más en nosotros. Sólo de esta manera aprendemos sobre la
vanidad del mundo, la inconstancia de la criatura, y la
depravación de nuestros propios corazones.
Esta fe que es don de Dios y que es preservada
sobrenaturalmente, se renueva y es ejercitada por las
operaciones del Espíritu Santo, y da fruto “según su
especie”, es decir, el fruto que ella produce es espiritual en
su naturaleza y sobrenatural en su carácter. En otras
palabras, la fe es un principio activo que “obra por el
amor” (Gál. 5:6). Siendo que la fe recibe su energía de
Dios, quien la dio, entonces ella produce lo que la mera
naturaleza humana es totalmente incapaz de producir.
Una prueba inequívoca de esta verdad se deja ver en los
versos 33 y 34 del capítulo 11 de Hebreos: “que por fe
conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron
promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos
impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de
debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga
ejércitos extranjeros”.
Analicemos brevemente cada una de estas cláusulas; no
solamente desde una perspectiva histórica, sino buscando el
significado espiritual (sin espiritualizar el texto) y la
306
aplicación práctica para nosotros los cristianos de este
siglo. Sólo así las Escrituras se convierten en una palabra
viva para nosotros.
Antes de analizar cada frase es preciso hacer notar que en
estos dos versos se mencionan nueve frutos de la fe, así
como nueve son los frutos del Espíritu Santo (Gál. 5:22,
23), lo cual nos deja ver la maravillosa y milagrosa eficacia
de la fe espiritual.
El autor de la carta ha tomado ejemplos de todo tipo para
demostrar que, independientemente de si el fruto producido
es de victoria o de sufrimiento, ella siempre será útil y
provechosa para el creyente y para el reino de Cristo.
No importa cuál sea nuestra suerte, placentera o dolorosa;
no importa cuán difícil o formidables sean los obstáculos
que enfrentamos, “al que cree todo le es posible” (Mr.
9:23).

“Que por fe conquistaron reinos”. La palabra griega que


se traduce aquí “conquistaron”, hace referencia a los
medios para luchar o competir, para participar de una
prueba de fuerza o de coraje en el campo de la lucha, para
prevalecer en la batalla. Esta declaración del autor de la
carta hace referencia a las hazañas de Josué y David.
Josué conquistó y sometió a los reinos de Canaán, y David
sometió a los pueblos de Moab, Amón y Siria; en ambos
casos los reinos fueron sometidos a través del creer en las
promesas y el poder de Dios. Estos reinos fueron
conquistados y sometidos porque ellos trataron de impedir
que el pueblo de Dios, Israel, entrara y disfrutara de la
tierra prometida.
Una aplicación importante para nosotros, los creyentes, es
esta: El cristiano ha sido renacido para una herencia
incorruptible (1 P. 1:3,4). Esta herencia debe ser disfrutada
ahora, por la fe, porque “La fe es la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb. 11:1). Sin
307
embargo, hay poderosos enemigos que buscan acosarnos e
impedir que disfrutemos de esta herencia inmarcesible.
Hay dos principales “reinos” que el cristiano está llamado a
conquistar y someter: uno está en nosotros mismos, la
“carne”, y otro, fuera de nosotros, el “mundo”.
Conquistar y someter a la carne, es decir, a nuestra
naturaleza pecaminosa, es uno de los principales logros que
la fe del creyente está llamada a hacer. El apóstol Pablo
aprendió esta lección y por eso él dice: “sino que golpeo mi
cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo
sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado”
(1 Cor. 9:27). Esta es una tarea para todos los creyentes:
“Así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros
para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora
para santificación presentad vuestros miembros para
servir a la justicia” (Ro. 6:19). Sino conquistamos y
sometemos a nuestra naturaleza pecaminosa, entonces ella
vendrá a ser nuestra perdición eterna: “Porque si vivís
conforme a la carne (es decir, sino mortificas y sometes a
tu naturaleza pecaminosa), moriréis; mas si por el Espíritu
hacéis morir las obra de la carne, viviréis” (Ro. 8:13).
Josué conquistó ciudades, pero nosotros somos llamados a
hacer conquistas más importantes, pues, “Mejor es el que
tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su
espíritu, que el que toma una ciudad (Prov. 16:32). Si
Josué pudo conquistar ciudades que parecían
inexpugnables, entonces, nosotros, a través de la misma fe
que tenía Josué, podremos conquistar y someter a nuestras
tendencias pecaminosas. De la misma manera como Josué
no pudo dominar a todas las ciudades enemigas de Canaán
en un solo día, nosotros, poco a poco iremos conquistando
y sometiendo al reino de nuestra carne. Serán necesarios
intensos combates, es decir, se requiere valor y paciencia,
superar el desaliento cuando vemos poco progreso; y al
final Dios coronará nuestra labor con el éxito. Recuerda
308
que fue por la fe que “conquistaron reinos”. La fe mira a
Dios y toma su fuerza de él. Aunque soy débil e
impaciente, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
(Fil. 4:13).
También hay otro reino que el cristiano debe someter, o de
lo contrario será destruido por él: “¿No sabéis que la
amistad del mundo es enemistad contra Dios? Y ¿cómo
hemos de someter al reino del mundo? Juan nos da la
respuesta: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al
mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo,
nuestra fe” (1 Jn. 5:4).
La Iglesia es la esposa de Cristo, y ella es sostenida por su
amado para que pueda superar el obstáculo inmenso de los
atractivos del mundo, pues, el verdadero creyente no
encuentra deleite en él, ya que, lo que produce el mundo es
muerte: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el
mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está
en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la
carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no
proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus
deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece
para siempre” (1 Jn. 2:15-17).
Siendo que la iglesia amada camina “recostada sobre su
amado” (Cant. 8:5), siendo Jesús el objeto de nuestro
deseo, el mundo pierde su poder sobre nosotros. Como Él
es nuestra fuerza, tenemos la victoria sobre el mundo.

“Por fe… hicieron justicia”. En su sentido más estricto


estas palabras significan: “hacer juicio, hacer cumplir las
leyes de la justicia”. Esta frase puede hacer referencia
directa a pasajes como Josué 11:10-15; 1 Sam. 24:10; 2
Samuel 8:15 y a la justicia con la que juzgaron los jueces
de Israel. Sin embargo, en su alcance más amplio, la frase
“hicieron justicia” se refiere a la vivencia de una vida
santa: “Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién
309
morará en tu monte santo? El que anda en integridad y
hace justicia, y habla verdad en su corazón” (Sal. 15:1-2).
“En verdad comprendo que Dios no hace acepción de
personas, sino que en toda nación se agrada del que le
teme y hace justicia” (Hch. 10:34-35). Hacer justicia
significa: llegar al nivel requerido, caminando de acuerdo a
la regla de la Palabra de Dios: “Así que, todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también
haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los
profetas” (Mt. 7:12). Ahora, las acciones justas deben
surgir de los principios correctos, los cuales deben ser
cumplidos con todo el rigor de la verdad, si se quiere
agradar a Dios. En otras palabras, se deben cumplir a partir
de una fe viva que tiene en vista la gloria de Dios. Es la
ausencia de fe, y el sustituir el honor del Señor por el
interés personal la causa de toda injusticia y opresión en el
mundo.

“Por fe… alcanzaron promesas”. O, le fueron aseguradas


las bendiciones prometidas. Dios le aseguró a Josué que iba
a conquistar a Canaán, a Gedeón que vencería a los
madianitas, a David que debía ser el rey de todo Israel. Pero
en lo externo se levantaban enormes dificultades que
obstaculizaban el camino de la realización de estas cosas
prometidas. Gedeón fue puesto en una situación de gran
dificultad al mandársele destruir a una enorme multitud de
guerreros, con sólo 300 hombres. David no contaba con
muchos soldados que le ayudaran a defenderse del
poderoso ejército de Saúl, y cada vez parecía más
imposible que pudiera llegar al trono de Israel. Pero donde
hay una verdadera confianza en el Dios vivo, las
dificultades más formidables pueden ser vencidas y
superadas. Josué, al final de sus días, pudo decir con
firmeza a los líderes de Israel: “Reconoced, pues, con todo
vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado
310
una palabra de todas las buenas palabras que Jehová
vuestro Dios había dicho de vosotros; todas os han
acontecido, no ha faltado ninguna de ellas” (Jos. 23:14).
Los héroes de la fe alcanzaron promesas “de que Dios
estaría con ellos cuando servían su causa con fe, y
obtuvieron como consecuencia el cumplimiento de sus
promesas; las promesas hechas a David… se ocupaban no
sólo de sus fortunas personales sino también del destino
que le esperaba a su casa. Fue de estas últimas promesas
que Pablo habló en la sinagoga de Antioquía de Pisidia
cuando, después de contar cómo Dios levantó a David para
que fuera rey de Israel, continuó: <De la descendencia de
éste, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por
Salvador a Israel> (Hch. 13:23)”93.

“por fe… alcanzaron promesas”. Una cosa es oír y leer


sobre las cosas maravillosas que la fe de los demás alcanzó,
y otra es nuestra propia experiencia. Podemos pensar que
creemos de corazón y que descansamos sobre las promesas
de Dios, pero ¿estamos viendo el cumplimiento de ellas en
nuestra vida cotidiana? ¿Estamos recibiendo lo prometido?
Si no es así, es porque no hemos prestado atención a lo que
el autor de Hebreos pone antes de alcanzar las promesas, es
decir, “conquistar reinos” y “hacer justicia”. No podemos
esperar obtener las cosas preciosas que se nos aseguran en
las promesas si primero no estamos comprometidos en una
guerra sin cuartel con el fin de subyugar a nuestra carne,
para que así podamos caminar de acuerdo a las reglas de la
Palabra de Dios, las cuales deben regular nuestra conducta,
a través de sus preceptos y mandamientos.

“Taparon bocas de leones”. Obviamente esta declaración


hace referencia a Daniel, cuando fue puesto en el foso de

93
Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 338
311
los leones como consecuencia de mantenerse firme en su fe
perseverante. Este hecho demuestra una vez más el poder
maravilloso de la fe: “Y fue Daniel sacado del foso, y
ninguna lesión se halló en él, porque había confiado en su
Dios” (Dan. 6:23). La declaración de Daniel es asombrosa:
“Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los
leones” (Dan. 6:22). Sansón pudo partir a un león en
pedazos “porque el Espíritu de Jehová vino sobre” él (Jue.
14:6). El apóstol Pablo sufrió crueles persecuciones de
mano de los judíos y de los romanos. Un tal Alejandro, el
trabador de metales o calderero, se había levantado en
oposición contra Pablo, al punto que fue un testigo en
contra de él con el fin de que le aplicaran la pena de
muerte, pero el apóstol, aunque fue abandonado por todos,
ejercitó su fe en Dios y pudo decir victorioso. “Pero el
Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí
fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles
oyesen. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me
librará de toda obra mala, y me preservará para su reino
celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”
(2 Tim. 4:17-18).
¿Qué ayuda nos ofrece esta victoria de la fe de Daniel,
Sansón y Pablo sobre los leones? No hay que ir muy lejos
para encontrar aplicaciones prácticas. Hay gente feroz, así
como hay animales feroces. Hay opresores y perseguidores
salvajes que buscan intimidar, sino destruir, la suave e
inofensiva fe cristiana. Pero no nos debemos llenar de
temor, y mucho menos debemos minimizar nuestro
testimonio cristiano escondiendo la luz debajo de la cama.
Daniel no tuvo temor por el peligro que representaban los
leones de Babilonia, de la misma manera nosotros tampoco
debemos estar atemorizados por las amenazas de los
enemigos del reino de Cristo, ni por las palabras y acciones
de los leones del mundo de hoy. Debemos decir junto con
el profeta: “He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y
312
no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH
Jehová, quien ha sido salvación para mi” (Is. 12:2).

“Que por fe… taparon bocas de leones” Pareciera como si


la fe fuera omnipotente. ¿Qué es lo que no puede hacer la
fe? Jesús dijo: “…si tuviereis fe como un grano de
mostaza… nada os será imposible” (Mt. 17:20). No nos
atrevemos a establecer alguna limitación a la fe, pues,
siendo que la verdadera fe viene del Dios vivo, para él no
hay nada demasiado difícil. Hermanos, la fe se apodera de
los ejércitos y los vence, y hasta que nuestra fe no aprenda
a hacer esto, será de poco valor. ¿Es Dios una realidad viva
para ti, o sólo tienes un conocimiento teórico de Él?
Ahora, esta declaración también hace referencia a aquel de
quien Pedro dijo que: “como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar” (1 P. 5:8), es decir, al diablo. Su
boca se abre en contra de más de un hijo de Dios,
pronunciando mentiras, diciéndoles que su fe cristiana es
vacía y que pierde su tiempo siguiendo a Cristo. ¿Has
aprendido a tapar la boca de este león? ¿Has aprendido a no
aterrorizarte con sus falsas acusaciones? Recuerda que esto
lo hacemos solo por la fe en las preciosas promesas de la
Palabra de Dios, mirando siempre a Cristo, el autor y
consumador de la misma.

313
Victorias y padecimientos de la fe

(cuarta parte)

(Heb. 11:32-38)
Introducción:
En todo el capítulo 11 de la carta a los Hebreos el Espíritu
Santo nos está mostrando las virtudes de la fe perseverante.
Las virtudes de esa fe que abraza por completo la Palabra
de Dios y se aferra a él de manera que puede conquistar
reinos, hacer justicia, alcanzar promesas, tapar bocas de
leones, ver el poder milagroso de Dios obrando
resurrecciones y curaciones; pero que siendo una confianza
depositada en la voluntad soberana de Dios, también es
capaz de recibir con gozo y esperanza los tormentos,
vituperios y azotes por la causa de Cristo.
Hemos aprendido que la fe puede ser definida como la
plena confianza que tiene el creyente en lo que Dios dice,
sin condicionamientos de ninguna clase. Es una confianza
basada estrictamente en lo que Dios dijo y nada más.
Ahora, toda persona en este mundo se encuentra en una de
las siguientes categorías: o es una persona de fe, y por lo
tanto cree en lo que Dios dice, de manera que apuesta toda
su vida para confiar en él y obedecer sus mandamientos; o
es un incrédulo que apuesta toda su vida para seguir sus
propias actitudes, su propio intelecto y su propio
entendimiento.
En los ejemplos que el autor de Hebreos ha mencionado
hemos aprendido que la verdadera fe no necesita hacer
preguntas, ella simplemente cree en lo que Dios ha dicho,
porque es Dios quien lo dijo, y cree sin necesidad de que él
nos dé minuciosas explicaciones.

314
Cuando se buscan señales o información detallada para
poder creer, entonces, es muy posible que allí no esté
obrando la fe sino la duda, la incredulidad. La fe se aferra
totalmente a lo que Dios ha revelado y se opone al sistema
mundano. La lógica de la fe es contraria a la lógica del
mundo. Ella actúa no con base en sentimientos o en lo que
puede ver, sino que obra impulsada por la Palabra de Dios,
así no haya evidencias de nada.
Los creyentes, a los cuales escribe el autor la epístola a los
Hebreos, eran judíos convertidos al cristianismo. Para ellos,
lo natural y lo lógico era continuar practicando la religión
judía; y lo contrario a la razón humana era identificarse con
Cristo. Para ellos, creer en la Palabra de Dios y confesar
que Jesucristo era el Señor, significaba perder a sus
familias, sus empleos, sus casas, su comodidad, su libertad,
y en algunos casos, hasta su propia vida. Esto parecía
ilógico, pues, a cambio, ¿qué estaban recibiendo?, o ¿qué
estaban viendo? No podían ver al Cristo resucitado, no
estaban viendo la vida eterna, no podían ver las glorias
celestiales. Lo obvio para la carne era abandonar a Cristo y
regresar al judaísmo, pero si hacían eso estaban
demostrando poseer un corazón apóstata, contrario a la fe
que habían manifestado sus predecesores del antiguo
testamento, los cuales creyeron en la Palabra de Dios, así
ésta pareciera opuesta a toda razón o no se pudieran ver
evidencias de lo prometido.
El cristianismo consiste principalmente, en creer. Creer en
el evangelio, así no haya evidencias visibles de sus
promesas.
Abel creyó en el evangelio cuando obedeció a Dios y le
trajo un sacrificio, sin preguntar nada. Enoc caminó con
Dios, en fe, sin tener todas las explicaciones, Noé
construyó un arca sin tener que hacer preguntas o recibir
todas las explicaciones de parte de Dios. La verdadera fe

315
cree en Cristo y en su evangelio, así no pueda ver
evidencias externas de las promesas que él contiene.
Ahora, la fe verdadera no es un paso en la oscuridad. Ella
no se basa en lo que nos parece mejor o más correcto, en lo
que deseamos o anhelamos. No, la fe espiritual se
fundamenta en una correcta teología. Los héroes de la fe
creyeron en la Palabra de Dios y la obedecieron sin
preguntar, porque ellos conocían a Dios. Ellos tenían la
doctrina correcta de Dios. Ellos creían sin titubear en las
promesas porque éstas provenían del Dios Soberano. Como
dice John Macarthur: “La vida de fe se basa en la teología.
Puede ser difícil hacer lo que Dios dice. Puede ser extraño.
Puede causar cierto sufrimiento. Puede significar la
separación del mundo, e incluso, de los seres queridos.
Puede costar todas las ambiciones y los sueños de su vida.
Incluso el obedecer a Dios puede costarle la vida, porque la
fe se basa en lo que Dios dice”94.
La fe de los creyentes será fuerte o débil dependiendo de lo
que ellos creen de Dios. Si creen en un dios pequeño,
entonces su fe será pequeña, y los obstáculos muy grandes.
Pero si creen en el Dios grande que las Sagradas Escrituras
nos presentan, entonces su fe será robusta y no tendrán
dificultades para creer que Dios hará lo que él se ha
propuesto hacer; y tampoco tendrán muchas dificultades en
obedecer al Evangelio.
La clave para una fe robusta, que es capaz de hacer todo lo
que Dios mande hacer, se encuentra en la experiencia de
Moisés, el cual pudo hacer lo que hizo porque “se sostuvo
como viendo al invisible” (Heb. 11:27). Si tenemos una
correcta teología, si conocemos los atributos de Dios y su
poder, entonces nuestra fe no tendrá barreras y seremos
más que vencedores.

94
MaCarthur, John. The pinnacle of Faith. Extraido de:
http://www.gty.org/Resources/sermons/1634 Diciembre 21 de 2011
316
Cuanto más grande sea tu Dios, más podrás confiar en él.
Los grandes héroes de la fe tuvieron un elevado
conocimiento de Dios y por eso la fe les condujo a hacer
proezas para el reino de Dios. Ellos vieron a Dios como el
Soberano del universo, el que ama a sus hijos, el que
guarda su pacto y es fiel a sus promesas.
Es por esa razón que los héroes de la fe “apagaron fuegos
impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de
debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga
ejércitos extranjeros” (Heb. 11:34).

“que por fe… apagaron fuegos impetuosos”. La fe es el


instrumento que Dios utiliza a través de nosotros para
adelantar su reino en el mundo y para conquistar los logros
que él quiera alcanzar para Su gloria a través de los
creyentes. Como dice Matthew Henry: “La fe activa el
poder de Dios para su pueblo, siempre que sea para Su
gloria, para hacer frente a la furia de los hombres y de las
bestias”95.
Por medio de esta fe, los creyentes fueron librados del
fuego de la ira de Dios, del fuego de la ira de los hombres y
del fuego de la ira satánica.
Moisés, por la fe, confió en la misericordia divina y creyó
que Dios libraría al pueblo del fuego de su ira, si clamaba a
él en plena confianza: “Aconteció que el pueblo se quejó a
oídos de Jehová; y lo oyó Jehová, y ardió su ira, y se
encendió en ellos fuego de Jehová, y consumió uno de los
extremos del campamento. Entonces el pueblo clamó a
Moisés, y Moisés oró a Jehová, y el fuego se extinguió”
(Núm. 11:1-2). Los creyentes somos librados del fuego de
la ira de Dios a través de la fe perseverante en Jesucristo:

95
Henry, Matthew. Hebrews 11. Extraido de:
http://www.biblestudytools.com/commentaries/matthew-henry-
complete/hebrews/11.html?p=15
317
“Y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los
muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1
Tes. 1:10).
Pero los grandes campeones de la fe, en lo relacionado con
apagar fuegos, fueron los tres muchachos israelitas: Sadrac,
Mesac y Abed-nego; los cuales, junto con Daniel, a pesar
de su edad juvenil, aprendieron a vivir para el Dios de los
cielos, y en vez de participar de los manjares deleitosos del
palacio babilónico, prefirieron vivir en austeridad, lejos de
las prácticas mundanales de los caldeos. El resultado de su
vida de fe y entrega al Señor fue que recibieron una
sabiduría especial y Dios los puso en eminencia en un reino
extranjero: “Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados
entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y
Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey. En todo
asunto de sabiduría e inteligencia que el rey les consultó,
los halló diez veces mejores que todos los magos y
astrólogos que había en todo su reino” (Dan. 1:19-20).
La fe de estos jóvenes perseveró, no sólo en los momentos
de gloria, sino en los tiempos cuando el fuego de la prueba
se cernía sobre ellos a causa de su fe en Dios. Ellos no
querían desarrollar la fe para obtener logros y
satisfacciones personales, sino que por encima de todo,
ellos anhelaban vivir para la gloria de Dios, y su fe se
ejercitó para hacer aquellas cosas que servirían para el
avance del reino de Cristo en sus vidas y en su pueblo.
El libro de Daniel nos cuenta que “El rey Nabucodonosor
hizo una estatua de oro cuya altura era de sesenta codos, y
su anchura de seis codos; la levantó en el campo de Dura,
en la provincia de Babilonia” (Dan. 3:1). El rey ordenó que
todos los habitantes de su provincia, en especial los
gobernantes y funcionarios públicos, se inclinaran y
adoraran la gran estatua, cuando escucharan el son de la
música. El castigo para los que no se inclinaran ante la

318
estatua del rey sería la tortuosa muerte por calcinación a
través de un horno de fuego ardiente.
A pesar del horrible castigo advertido, los adolescentes
Sadrac, Mesac y Abednego, se mantuvieron firmes en la fe
del Dios de Israel, y prefirieron obedecer la Palabra de
Dios, antes que las glorias de Babilonia.
Los enemigos del reino de Dios acusaron a estos
muchachos ante el rey diciendo: “estos varones, oh rey, no
te han respetado; no adoran tus dioses, ni adoran la
estatua de oro que has levantado” (Dan. 3:12).
Inmediatamente el vanidoso rey se encendió en ira y ordenó
que los muchachos se inclinaran ante su estatua so pena de
ser condenados en el fuego del horno ardiente; pero estos
jovencitos, en vez de ser rebeldes a Dios, como suelen ser
algunos adolescentes díscolos de corazón; ejercieron su
poderosa fe y armados de valor respondieron al altivo rey
con loable resolución: “No es necesario que te
respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a
quien servimos puede librarnos del horno de fuego
ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas,
oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco
adoraremos la estatua que has levantado” (v. 16-18). Esta
contundente y nada dubitativa respuesta, encendió al
máximo la cólera del malvado rey, de manera que ordenó
calentar el horno “siete veces más de lo acostumbrado” (v.
19).
Los adolescentes creyentes estaban metidos en un problema
serio. Ellos se encontraban en una encrucijada: o le eran
fieles a Dios, o morirían de terrible y dolorosa muerte.
Una cosa es leer la historia de estos muchachos, y otra,
enfrentarnos directamente con el fuego ardiente. Sólo con
imaginar la escena, y tratar de personificar esta historia,
nuestra piel se pone de gallina, ante una temperatura muy
elevada producida por un fuego abrazador.

319
Pero a pesar de que los jóvenes creyentes no tenían toda la
información, y ni si quiera habían recibido una revelación
especial que les asegurara que serían librados del fuego,
ellos confiaron en Dios y se entregaron a su voluntad,
prefiriendo morir antes que desobedecer sus santos
mandamientos. “Si hubieran recibido alguna revelación
especial de que sus vidas iban a ser preservadas, habrían
necesitado una fe considerable para actuar conforme a ella
al enfrentarse con el llameante y ardiente horno; pero
comportarse como lo hicieron, sin revelación de esa clase
requería una fe mucho más grande”96.
Es posible que los dardos de fuego del maligno hayan sido
lanzados con gran ímpetu sobre las mentes de estos
jovencitos, tratando de hacerles ver la aparente necedad de
sus corazones al abandonar las glorias de Babilonia y
cambiarlas por una insólita y hórrida muerte. Pero ellos
habían decidido confiar toda su suerte en el Dios del cielo,
y si les costaba la vida, entonces estaban dispuestos a darla
por completo al Señor, pues, para ser un discípulo es
necesario estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos.
La prueba fue dura, a tal punto que los verdugos murieron
calcinados por las intensas llamas que salían airosas del
infernal horno; pero, a través de esa fe que se entrega por
completo a la Soberana Voluntad, el horno se convirtió en
un primaveral lugar, pues, la presencia del Hijo de Dios
pre-encarnado estaba allí, y cuando estamos con Cristo,
hasta el lugar más horrendo del mundo se convierte en un
ambrosíaco paraíso. “Entonces el rey Nabucodonosor se
espantó y se levantó apresuradamente y dijo a los de su
consejo: ¿No echaron a tres varones atados dentro del
fuego? Ellos respondieron al rey: Es verdad, oh rey. Y él
dijo. He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean

96
Bruce, F. F. La Epístola a los Hebreos. Página 338
320
en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del
cuarto es semejante a hijo de los dioses” (Dan. 3:24-25).
El Hijo de Dios, la segunda persona de la Divinidad, vino al
encuentro de aquellos que estuvieron dispuestos a dar sus
vidas por su reino, y recompensó tal entrega, haciendo
inofensivas a las llamas del caluroso horno y haciendo que
Su nombre brillara en medio del palacio babilónico:
“Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno
de fuego ardiendo, y dijo: siervos del Dios Altísimo, salid y
venid. Y se juntaron los sátrapas, los gobernadores, los
capitanes y los consejeros del rey, para mirar a estos
varones, cómo el fuego no había tenido poder alguno sobre
sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había
quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de
fuego tenían” (Dan. 3:26-27).
La fe de estos valientes adolescentes no sólo los libró de las
llamas del horno, sino que alcanzó lo que ellos más
amaban, que el nombre de Dios fuera exaltado: “Entonces
Nabucodonosor dijo: Bendito sea el Dios de ellos, de
Sadrac, Mesac y Abed-nego, que envió su ángel y libró a
sus siervos que confiaron en él, y que no cumplieron el
edicto del rey, y entregaron sus cuerpos antes que servir y
adorar a otro dios que su Dios” (v. 28).
Pero los creyentes no sólo seremos librados del fuego de la
ira de Dios, y de la ira de los hombres, sino que también
esquivaremos los ataques de Satanás, quien lanza dardos de
fuego en contra de nosotros.
Satanás nos acosa con un fuego de pruebas y
persecuciones, usando a la gente y el sistema mundano,
aunque todo esto, permitido por la Soberana Voluntad del
Señor: “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba
que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os
aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de
los padecimientos de Cristo, para que también en la
revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois
321
vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados,
porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre
vosotros…, pero si alguno padece como cristiano, no se
avergüence, sino glorifique a Dios por ello. De modo que
los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden
sus almas al fiel creador, y hagan el bien” (1 Ped. 4:12-14,
16, 19).
Pero los ataques de fuego que provienen del maligno no
serán evitados sino sólo a través de la fe, ya que ella actúa
como un escudo capaz de apagar las llamas lanzadas por el
maligno: “Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que
podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno” (Ef.
6:16).
La fe en Cristo, el poderoso Hijo de Dios, nos llevará a
conocer y creer Su palabra; por lo tanto, cuando Satanás
nos ataca, estaremos protegidos por la confianza total en las
promesas inmutables del Evangelio y saldremos victoriosos
sobre el mal, dando gloria a Dios.
Las pruebas y tentaciones que vienen sobre nosotros los
creyentes son consideradas en la Biblia como un ardiente
fuego que amenaza con destruirnos, pero que son usadas
por Dios para probar y aprobar nuestra fe: “aunque ahora
por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser
afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba
vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque
perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza,
gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Ped.
1:6-7)

Aplicaciones:
- Los creyentes, en determinados momentos de la vida, se
encontrarán en la misma situación de adversidad que se nos
presenta en estos versículos. La vida cristiana puede estar
invadida de diversas tentaciones y sufrimientos, pero, como
dice Juan Crisóstomo, “Para esto es la fe; cuando las cosas
322
están resultando negativas, debemos creer que nada adverso
se hace (en contra de nosotros), pero todas las cosas en su
debido orden”97. Los creyentes, tanto jóvenes como
maduros, en muchas oportunidades, seremos confrontados
por los poderes mundanos para que claudiquemos de la
vida cristiana y nos identificamos con la filosofía
mundanal. Pero debemos saber que la fe sobrenatural que
hemos recibido como don del cielo, no nos fallará en esos
momentos de turbación; sino que se robustecerá y
enfrentará la horda de enemigos del Reino. Pues, cualquiera
que sea nuestra porción, de victoria o sufrimiento, vida o
muerte, tenemos la seguridad de que Jesús, nuestro buen
pastor y Salvador, nos acompañará, estará en medio de
nosotros y cambiará el desierto por manantiales de aguas.
Por lo tanto, no desmayemos. Sigamos adelante con nuestra
valiente fe, sigamos a Cristo, obedezcamos sus
mandamientos, no amemos al mundo, resistamos a Satanás,
neguémonos a amar la vida mundana; y en medio de la
fiera batalla, recibiremos la victoria que glorificará a Dios,
que hará brillar el Evangelio y promoverá la extensión de
su Reino glorioso. Recordemos que la verdadera fe es
eficaz para descansar en el poder de Dios frente al peligro,
frente a lo que parece ser una muerte segura.
- El ejemplo de los tres muchachos hebreos nos enseña que
los verdaderos creyentes están resueltos a cumplir con su
deber cristiano, sin importar la situación en la que nos
encontremos. La fe perseverante nos lleva a disponernos
para el servicio y la honra del Dios soberano, con la
completa persuasión de que Dios es poderoso para hacer lo
que él quiere para Su propia gloria. Daniel y sus
compañeros confiaron en Dios en tiempos de paz y
prosperidad, así como en los momentos de peligro y

97
Crisóstomo, Juan. Homily 27 on Hebrews. Extraido de:
http://www.newadvent.org/fathers/240227.htm Enero 12 de 2012
323
adversidad. “Si vivimos por la fe, no va a ser difícil morir
por la fe”98.
- ¿Estás pasando por grandes tribulaciones y sientes que el
fuego de la prueba está a punto de carbonizarte? No olvides
que aún dentro del horno ardiente podrás disfrutar de la
presencia gloriosa de tu Salvador, él te ha dicho: “No
temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.
Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama
arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de
Israel, soy tu Salvador” (Is. 43:1-3). No olvides que el
fuego del sufrimiento, para los hijos de Dios, no es más que
una bendición enmascarada, pues, el fuego del horno
ardiente “sólo consiguió quemar las ataduras de los tres
jóvenes hebreos y liberarlos”99.

98
Pink, Arthur. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm
En: enero 15 de 2012

99
MacDonald, William. Comentario Bíblico. Página 1008
324
Victorias y padecimientos de la fe

(Quinta parte)

(Heb. 11:32-38)
Introducción:

1. Victoriosos en la confrontación
2. Victoriosos sobre la muerte
3. Victoriosos en la mejor resurrección
La carta a los Hebreos está dirigida, en primera instancia, a
un grupo de creyentes que habían salido del judaísmo para
confiar en Cristo como su salvador. Pero este caminar en
Cristo les estaba costando mucho: su familia, su
comodidad, sus bienes, su reputación, su libertad, entre
otros. Ellos estaban experimentado en carne propia lo que
Cristo había advertido era el costo de seguirlo a él:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar
su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa
de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si
ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mt. 16:24-26)
“Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre;
mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt.
10:22).
Seguir a Cristo, ser su discípulo, identificarse con él
plenamente, trae consigo una multitud de adversidades,
pues, el sistema mundano de pensamiento, incluyendo
todas sus religiones, está en oposición a Cristo y a todos los
que le siguen: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me
ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo,
el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo,
antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.

325
Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es
mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a
vosotros os perseguirán… Estas cosas os he hablado, para
que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y
aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará
que rinde servicio a Dios” (Juan 15:18-20; 16:1-2).
Estos judíos convertidos al cristianismo estaban
atravesando el valle de la adversidad y veían como cada día
se cernía sobre ellos el sufrimiento por causa de Cristo.
Parece que algunos de ellos estaban flaqueando en su fe y
habían considerado la posibilidad de claudicar y abandonar
a Cristo, cediendo a la presión de sus adversarios, los
cuales procuraban hacerlos regresar al sistema religioso
judaico.
Pero el autor de la carta, inspirado por el Espíritu Santo,
recurre a las armas espirituales que el Señor ha dado al
creyente, para que, confiado y fortalecido en la Palabra de
Dios, pueda resistir los ataques de Satanás y de su sistema
mundano, manteniéndose firme en la adversidad, acudiendo
con confianza al Trono de la Gracia donde encontrará al
Sumo Sacerdote que traspasó los cielos y que ahora
intercede por su sufrido pueblo.
El estímulo del autor de la carta no se basa en principios
psicológicos motivacionales, sino en los principios y
testimonios de la Palabra de Dios, pues, sólo ella tiene el
poder, aplicada por el Espíritu Santo, de dar verdadera
fuerza al creyente en medio de la lucha.
A través de todo el capítulo 11 el autor demuestra a estos
temerosos creyentes que ellos no han sido los únicos que
han sufrido adversidades por causa de Cristo, sino que “los
mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros
hermanos en todo el mundo” (1 Ped. 5:9), y el mejor
ejemplo ha sido tomado de los personajes del Antiguo
Testamento, creyentes que libraron fieras batallas por causa
del Reino de Dios y gozaron las victorias y los
326
padecimientos de la fe. Pero ellos vieron en sus propias
vidas que la gloria prometida a los creyentes sólo se
disfrutará luego de padecer por causa de Cristo, como dijo
Pedro: “Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su
gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido
un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme,
fortalezca y establezca” (1 Ped. 5:10).
En esta sesión estudiaremos la segunda parte del verso 34:
Que por fe “apagaron fuegos impetuosos, evitaron filos de
espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes
en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”
Ya analizamos quiénes fueron los que apagaron fuegos
impetuosos. En esta ocasión nos concentraremos en
aquellos que por la fe “evitaron filos de espada, sacaron
fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas,
pusieron en fuga ejércitos extranjeros”.

“Evitaron filos de espada”. La fe en Dios impulsó a


muchos de los profetas a escapar de la espada o la
persecución que venía sobre ellos, librándose así de la
muerte. David, siervo de Dios, muchas veces fue librado de
la espada de su archi-enemigo, el rey Saúl.
En una ocasión, cuando David interpretaba el arpa, a través
de la cual venía cierto alivio sobre el alma turbada de este
rebelde rey que era atormentado por un espíritu malo de
parte del Señor, Saúl le arrojó una lanza con el fin de
matarlo, pues, tenía envidia de David porque Dios lo había
escogido para ser el nuevo rey de Israel (1 Sam. 18:6-11).
Pero David confiaba en el Señor y era su siervo, tenía fe en
él y en Su palabra; por lo tanto, Dios lo guardó muchas
veces de las lanzas y de la espada de Saúl y de todos sus
enemigos. Es por eso que en sus muchos salmos él
declaraba la inmensa confianza que tenía en el poder
preservador de Dios: “Tú, el que da victoria a los reyes, el
que rescata de maligna espada a David” (Sal. 144:10).
327
También el profeta Elías fue librado de la espada asesina de
la impía y usurpadora reina Jezabel, la cual quería matar al
siervo de Dios porque le era estorbo en sus planes de
implantar en Israel el culto idolátrico a Baal.
Elías, como todo profeta verdadero del Dios viviente,
rechazó la nueva religión que estaba practicándose dentro
del pueblo de Dios, y condenó el culto a Baal. Por tanto,
los falsos profetas, bajo el mando del poder gubernamental
impío, procuraron acallar la voz de los pocos profetas de
Dios que quedaban en Israel.
A pesar de que el rey Acab, manipulado por su esposa
Jezabel, había procurado la muerte de Elías, no lo pudo
hacer, porque este escapó de sus manos y huyó hacia
lugares más seguros. “Viendo, pues, el peligro se levantó y
se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba que está en
Judá…” (1 Rey. 19:4).
Luego el Señor lo confortó milagrosamente con una comida
que le permitió caminar 40 días a través del desierto hasta
llegar a Horeb, el monte de Dios (1 Rey. 19:7-8). Allí se
escondió en una cueva y Dios lo protegió del peligro.
Elías huyó no por cobardía o temor a la muerte, pues, su
valor se deja ver en que retó al mismo rey, yendo en
contravía de la religión que trataba de imponer en Israel.
Los sacerdotes y líderes religiosos del pueblo de Dios, en
su tiempo, se habían dejado atrapar por las filosofías de la
época y no vieron problema alguno en mezclar el culto al
verdadero Dios con el culto a un dios falso; tampoco vieron
problemas en amoldar un poco la teología bíblica al
pluralismo religioso que se estaba imponiendo; pero los
profetas de Dios son radicales en la doctrina bíblica, y
jamás ceden ante las doctrinas eclécticas que los líderes
religiosos de la iglesia introducen con sutileza, es por eso
que Elías le dice a Dios: “He sentido un vivo celo por
Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han
dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a
328
espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan
para quitarme la vida” (1 Rey. 19:10).
Elías, así como otros profetas, huyeron de la espada asesina
no por cobardía, sino porque ellos entendieron que eran un
reducto pequeño de los defensores del verdadero evangelio,
y era necesario que sus vidas se preservaran para continuar
en la lucha de defender la fe bíblica.
La fe en Dios y la confianza de que él guarda a su pueblo
no puede conducirnos a la pasividad, sino que por el
contrario somos activos en cumplir con su voluntad
preceptiva, es decir, la fe nos conduce a obedecer sus
mandamientos, así eso signifique que sobre nosotros vendrá
la persecución. Pero la fe también nos conduce a evitar la
presunción fanática. Esa presunción que dice confiar en el
poder de Dios para guardarnos, y por lo tanto actúa
imprudentemente exponiéndose a una innecesaria muerte.
Luego veremos que en algunos casos los creyentes
murieron por la causa del evangelio, pero no como
resultado de una actitud presuntuosa y confiada.
Algunos profetas evitaron el filo de la espada, no por ser
indolentes en anunciar y defender la doctrina sana, ni por
ser diplomáticos y sincretistas con las innovaciones
doctrinales que algunos pretendían introducir dentro del
pueblo de Dios; no, los profetas de Dios se niegan a sí
mismos, y no estiman sus propias vidas como cosas
preciosas a las cuales aferrarse, sino que se despojan de
cualquier amor propio, y lo dan todo por el Señor, incluso
sus propias vidas.
Ellos no temen el desprecio de la gente incrédula, ni la
burla de los líderes religiosos liberales; no, su placer es
hacer la voluntad de Dios y proclamar los mandatos de Su
santa Ley, así esto les cueste la vida. Elías defendió la sana
doctrina ante reyes malvados, Juan el Bautista acusó a los
falsos líderes religiosos de su tiempo y denunció el pecado

329
de divorcio y recasamiento del rey Herodes, y esto le costó
su cabeza.

“Que por fe, sacaron fuerzas de debilidad”.


Indudablemente esta declaración hace referencia al piadoso
rey Ezequías, el cual, enfermó de muerte sin haber dejado
un heredero al trono de Israel. Cuando el Rey se enteró por
boca del profeta Isaías que moriría pronto, a causa de una
enfermedad grave que padecía, se humilló ante Dios y lloró
con profundo dolor y súplica, diciendo: “Te ruego, oh
Jehová, te ruego que hagas memoria de que he andado
delante de ti en verdad y con íntegro corazón, y que he
hecho las cosas que te agradan. Y lloró Ezequías con gran
lloro” (2 Rey. 20:3).
En respuesta a su oración, y conforme al premeditado
consejo de Dios, el Señor lo sanó. Y su débil salud recibió
la fuerza suficiente para vivir 15 años más, y engendrar a
Manasés, quien le sucedería en el trono, y a través del cual
vendría el linaje de Cristo.
Ezequías ejercitó su fe en Dios, y confió en que él es
misericordioso y poderoso para cumplir su voluntad en
avanzar el Reino. Él no tenía fuerzas para engendrar un hijo
que fuera rey en Israel, pero por medio de la fe, recibió la
fortaleza necesaria para vivir y cumplir con lo que
consideraba era necesario para avanzar el Reino de Dios en
el mundo. Por la fe en el poder de Dios pudo decir con el
hagiógrafo “Diga el débil fuerte soy” (Joel 3:10).
El apóstol Pablo fue uno de los que, a pesar de la debilidad
de su cuerpo, recibió la fuerza necesaria para convertirse en
uno de los más grandes misioneros de la historia de la
iglesia. Su fe en Cristo le fortaleció y a pesar de estas
debilidades, cobró fuerza en el Señor para llevar el
evangelio a muchos lugares. A causa de su fe pudo decir:
“sino que lo necio del mundo escogió Dios, para

330
avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió
Dios, para avergonzar a lo fuerte” (1 Cor. 1:27).
El apóstol comprendió que el vigor de la fe no depende de
la salud del cuerpo, pues, cuando somos conscientes de
nuestra debilidad, y acudimos a Dios buscando su fortaleza,
entonces recibiremos la fuerza para cumplir con su santo
propósito.
El secreto de la fortaleza del cristiano está en mantener una
conciencia de su debilidad: “Por lo cual, por amor a Cristo
me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en
persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil,
entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10). “El problema es que a
medida que envejecemos, la mayoría de nosotros somos
cada vez más independientes y autosuficientes. La verdad
es que el cristiano más avanzado en edad no tiene más
fuerzas en sí mismo que la que tenía cuando era un niño en
Cristo”100.

“Que por fe… se hicieron fuertes en batalla”. Los héroes


de la fe no se dejaron intimidar por el poder y el número de
sus enemigos. Ellos no se dejaron desalentar por las
grandes probabilidades que obraban en su contra, y se
negaron a retroceder en un espíritu de cobardía.
A pesar del número y la fortaleza de sus enemigos entraron
en batalla campal contra ellos, y fueron victoriosos, no por
su propia fuerza, sino por el poder del Señor que obra a
través de la fe. Sansón, como ya hemos visto en estudios
anteriores, se enfrentó, él solo, a muchos hombres a la vez,
y los venció, no por la fuerza propia, sino por el poder de
Dios.

100
Pink, Arthur. Extraido de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_077.htm
En: enero 26 de 2012
331
Gedeón enfrentó y venció con sólo 300 hombres a un
numeroso y poderoso ejército, sólo por la fe en la Palabra
de Dios que le había sido dada.
David se enfrentó al gigante en batalla, siendo sólo un débil
muchacho, porque él, así como su amigo Jonatán, había
entendido, por medio de la fe, que “… no es difícil para
Jehová salvar con muchos o con pocos” (1 Sam. 14:6).
Cuando la iglesia del primer siglo tuvo que enfrentarse al
feroz ataque de los jefes de los judíos, enemigos de Cristo,
no retrocedieron cobardemente sino que decidieron
enfrentar esta situación de adversidad, no confiados en el
poder humano, sino en el que viene de lo alto. Ellos oraron
pidiendo valor para enfrentar esta batalla: “Y ahora, Señor,
mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo
denuedo hablen tu palabra” (Hch. 4:29). Como respuesta a
esta confesión de debilidad y búsqueda de la fortaleza del
Señor, el poder de Dios vino sobre ellos: “Cuando
hubieron orado, el lugar en que estaban congregados
tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y
hablaban con denuedo la palabra de Dios” (Hch. 4:31).

“Que por fe… pusieron en fuga ejércitos extranjeros”. La


fe condujo a los creyentes a creer que Dios los libraría de la
invasión y del ataque de los que no tienen parte dentro del
pueblo del Señor.
Cuando Josué tuvo que enfrentarse con los ejércitos de los
amorreos que pretendían invadir las tierras conquistadas, su
fe se fortaleció con la palabra del Señor que le dijo: “No
tengas temor de ellos; porque yo los he entregado en tu
mano, y ninguno de ellos prevalecerá delante de ti” (Jos.
10:8). Josué actuó con fe en la palabra de Dios y salió en
guerra contra el ejército extranjero, pero él pudo ver que
Dios mismo actuó a favor del pueblo de Israel peleando por
ellos en esta batalla: “Y Jehová los llenó de consternación
delante de Israel, y los hirió con gran mortandad en
332
Gabaón… y mientras iban huyendo de los israelitas…,
Jehová arrojó desde el cielo grandes piedras sobre ellos…,
y fueron más los que murieron por las piedras del granizo,
que los que los hijos de Israel mataron a espada” (Josué
10:10-11).
La batalla de la fe es ganada, no por los que parecen
grandes y fuertes, sino por el poder de Dios que obra en su
pequeño y atribulado pueblo. Este remanente, aunque
parezca un insignificante gusano, será usado para extender
el Reino de Cristo en todo el mundo, combatiendo la falsa
doctrina, la inmoralidad reinante y el olvido del verdadero
Dios que se ha generalizado por todo el mundo: “No temas
gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu
socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor. He
aquí que yo te he puesto por trillo, trillo nuevo, lleno de
dientes; trillarás montes y los molerás, y collados
reducirás a tamo” (Is. 41:14-15).
El camino de la fe está invadido por muchos conflictos con
ejércitos extranjeros. El mundo y Satanás procuran ver
nuestra derrota espiritual y trabajan día y noche para
combatirnos. Pero a pesar de la crueldad de los ataques, el
cristiano se mantiene en pie, y vence al mundo, a Satanás y
a su propia carne, sólo mediante la fe en el poder de Dios.
La razón principal por la cual algunos creyentes
experimentan poca victoria en la guerra espiritual, es
porque no ejercitan la fe. La Iglesia, hoy día, también debe
enfrentar fieros ejércitos enemigos que tratan de
introducirse en nuestros terrenos para causar mayor daño,
pero no podemos enfrentarlos con nuestras fuerzas, o con
nuestro mero conocimiento académico, sino con el poder de
Dios que nos es dado a través de la fe. Recibiremos ese
poder que nos alienta para combatir el error doctrinal, la
permisividad moral, el liberalismo teológico, y toda
práctica contraria a los claros postulados de la Palabra de
Dios.
333
Aplicaciones:
- Una de las conquistas más sobresalientes de la fe, que
suele pasarse por alto, es la capacidad de sacar fuerzas de
debilidad, es decir, ser fortalecido con poder. Pero el poder
de Dios no podrá verse obrar en nuestras vidas al menos
que primero reconozcamos nuestra debilidad, pues, sólo
cuando nos reconocemos débiles e incapaces, podremos
confiar exclusivamente en el poder del Señor. Es en este
punto cuando el poder del Señor nos es infundido.
Hermanos, de seguro que en tu vida cristiana estás
enfrentándote con gigantes que tratan de aplastarte para que
no sigas confiando en Cristo; a lo mejor un pecado
particular está dañando tu vida de santidad, o grandes
obstáculos se atraviesan en tu peregrinar hacia la santa
Sión; recuerda que tu fuerza es ninguna para enfrentar estos
numerosos ejércitos, reconoce ante el Señor tu total
incapacidad, y como el rey Ezequías suplica sus muchas
misericordias; pues, cuando reconoces tu debilidad,
entonces el poder del Señor obrará maravillosamente en tu
vida, concediéndote la victoria. No seas soberbio, no seas
altivo, luchando en tus propias fuerzas pues, “Dios resiste a
los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6). No
olvides, que el reconocimiento de nuestra debilidad es el
comienzo de nuestra fortaleza. Dios está atento a su pueblo,
que depende solamente de él, y no los abandonará, por eso
la Palabra dice: “Él da esfuerzo al cansado, y multiplica las
fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan
y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que
esperan a Jehová (es decir, los que reconocen su propia
debilidad) tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como
las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se
fatigarán” (Is. 40:29-31).
- ¿Cómo está tu servicio a Cristo? ¿No estás haciendo nada
porque crees que estás lleno de mucha debilidad y crees
334
que eres incapaz de servirle efectivamente? No estás
equivocado cuando crees que eres incapaz, realmente lo
somos. No podemos hacer nada para el avance del Reino de
Cristo, por nosotros mismos. Debemos decir como el
apóstol Pablo “… aunque nada soy” (2 Cor. 12:11). Nada
somos, pero al Señor le place usar a lo que es considerado
como nada para extender su reino en el mundo “Jael,
miembro del <sexo débil> dio muerte a Sísara con una
estaca de la tienda (Jue 4:21). Gedeón empleó unos frágiles
cántaros de barro en la derrota de los madianitas (Jue.
7:20). Sansón utilizó la quijada de un asno para dar muerte
a mil filisteos (Jue. 15:15). Todos ellos ilustran la verdad de
que Dios ha escogido las cosas débiles de este mundo para
avergonzar a las fuertes (1 Cor. 1:27)”101. Somos débiles en
nosotros mismos, pero investidos del poder de lo alto
haremos hazañas portentosas para el avance del reino de
Cristo, como las que hicieron los débiles apóstoles de
Cristo, los cuales, luego de ser revestidos del Espíritu
Santo, así como Sansón, recibieron la fuerza para combatir
el ejército enemigo de Satanás, entrar en sus terrenos y
conquistar miles de almas para el imparable reino de Dios
(Lc. 24:49).

101
MacDonald, William. Comentario bíblico. Página 1008
335
Victorias y padecimientos de la fe

(Sexta parte)

(Heb. 11:32-38)
Introducción:

1. Victoriosos en la confrontación
2. Victoriosos sobre la muerte
3. Victoriosos en la mejor resurrección
Cuando hablamos del tema de la fe, por lo general,
pensamos en aquellos grandes y satisfactorios logros que se
alcanzan mediante la fe en Dios y en Su Palabra. Por la fe
Enoc caminó con Dios y no vio la muerte, sino que
ascendió directamente a la presencia de Dios. Por la fe Noé
construyó un Arca y se salvó de la inundación del diluvio.
Por la fe Moisés logró sacar al pueblo de Dios de la
esclavitud Egipcia y los condujo hasta las puertas de la
tierra prometida. Por la fe Gedeón y otros jueces lograron
conquistar la tierra de Canaán. Por la fe Daniel fue librado
de morir en las fauces demoledoras de hambrientos leones.
Por la fe muchos fueron librados de serios y reales peligros.
Estos son frutos victoriosos de la fe y no sólo
caracterizaron a algunos personajes bíblicos, sino que
también se pueden ver en muchos de nosotros, hoy día.
No obstante, el autor de la carta a los Hebreos no sólo
quiere resaltar los logros agradables o exitosos de la fe, sino
que también nos quiere llevar a considerar que los frutos
más loables, o el punto culmen o cumbre de la fe, es
cuando ella lleva al creyente a confiar plenamente en Dios
al pasar por el sufrimiento y el valle de la muerte.
Hoy veremos que el punto cumbre de la fe, al cual debemos
aspirar todos, no es cuando somos capaces de conquistar

336
reinos y vencer enemigos, sino cuando hemos logrado
doblegar nuestros gozos, intereses y el bienestar personal.
Cuando somos capaces de soportar pacientemente y sin
protestar la angustia y el sufrimiento que a Dios le place
poner en nuestras vidas, por la causa de Cristo.
En nuestro presente estudio veremos el poder de la fe para
sustentar el alma en medio de los sufrimientos y las
aflicciones más agudas, que sobrepasan lo que pensamos
puede ser soportado por la mente y el cuerpo humano.
Los creyentes a los cuales se escribe esta carta han sido
confortados al ver cómo Dios ha obrado a través de la
historia en sus hijos amados, concediéndoles muchas
victorias, sólo a través de la fe, de esa fe que persevera
hasta el fin. Pero, es posible que algunos creyentes se hayan
dicho así mismos: Eso está bien, ya hemos entendido que a
través de la fe podemos conquistar reinos, destruir
enemigos y hacer proezas para el avance del reino de Dios,
pero, eso no es lo que estamos viendo nosotros. No hemos
conquistado nada y no hemos sido librados de la espada, ni
de los enemigos del evangelio. Todo lo contrario, estamos
siendo perseguidos, despojados y algunos están en la
cárcel, otros han muerto o están a punto de morir. No
estamos viendo los frutos de la fe en nosotros ¿Será que
tenemos poca fe? ¿Será que no hemos aprendido las
técnicas para activar una fe poderosa que nos conceda todo
lo que necesitamos para ser vencedores en este mundo?
¿Será que algo está fallando en nuestra teología, o estamos
en pecados tan graves, que la fe se ha vuelto infructuosa?
Pero no sólo los creyentes hebreos estaban necesitando la
fortaleza de su débil fe, a través de los ejemplos de victoria
y sufrimientos que caracterizaron a los héroes de la fe en el
Antiguo Testamento, sino que muchos creyentes hoy día
estamos atravesando diversas adversidades y dificultades
por causa de seguir a Cristo: algunos sufrimos burlas de
parte de los incrédulos porque no nos identificamos con su
337
sistema de valores, estamos siendo criticados y
despreciados por otros creyentes porque tomamos en serio
las doctrinas bíblicas, algunos están siendo rechazados por
su familia a causa de seguir a Cristo. Todos los verdaderos
creyentes necesitamos fortalecer nuestra fe, pues,
indefectiblemente sufriremos diversas clases de
persecución por causa del nombre de Cristo: Pablo confortó
a los creyentes “…confirmando los ánimos de los
discípulos, exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y
diciéndoles: Es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch. 14:22).
Todo pastor y predicador tiene la inmensa responsabilidad
de advertir a sus oyentes que la verdadera fe, el verdadero
evangelio siempre trae consigo muchos sufrimientos. Es
una falacia predicar de Cristo prometiendo sólo gozos y
alegrías, pues, si bien es cierto que la reconciliación con
Dios y el saber que nuestros pecados han sido perdonados y
que ahora Dios nos ve como si nunca hubiésemos pecado,
todo esto trae consuelo y paz sin igual a nuestra alma; no
obstante, el evangelio siempre trae consigo muchos
sufrimientos, por esa razón Jesús nos enseñó a “calcular el
costo” de seguirlo a él (Luc. 14:28). Las pruebas,
persecuciones y adversidades son parte normal del
evangelio: “Amados, no os sorprendáis del fuego de
prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa
extraña os aconteciese” (1 P. 4:12).
El Señor Jesús habló abierta y claramente acerca de los
sufrimientos como parte normal de la vida cristiana, él no
ocultó esta verdad sino que dio a conocer, de manera
insistente, lo que iba a suceder con los que quisieran
seguirlo, y él afirmó que no admitiría en las filas de sus
discípulos a los que se niegan a tomar su cruz, a los que no
tienen la intención de someterse a los sufrimientos por
amor a Él y al evangelio. Jesús no engañó a nadie con
hermosas promesas de un transitar suave y fácil a través del
338
desierto de este mundo. Grandes pruebas y aflicciones
caracterizan el camino de la fe. Si el Salvador los encontró,
entonces “bástale al discípulo ser como su maestro” (Mt.
10:25).
Pero los creyentes no sólo atraviesan el valle del dolor, por
causa de Cristo, sino que ejercitan la fe cultivando la
paciencia que les permite soportar la aflicción con valentía.
La fe es una gracia que atrae desde el cielo la bendición
necesaria para el creyente, por lo tanto, ella le permite estar
firme en la noche de la adversidad como en el día de la
prosperidad. La fe es un principio que gobierna al alma
gracias a la nueva creación que ha obrado el Espíritu Santo
en el creyente. La fe no sólo da energías a su poseedor para
llevar a cabo hazañas, sino que también le permite levantar
la cabeza sobre las aguas oscuras cuando las inundaciones
amenazan con ahogarlo. La fe del cristiano es suficiente
para enfrentar el peligro con calma, para continuar firme en
el servicio a Cristo frente a los más angustiosos
presentimientos. La fe le concede al creyente una firmeza
de propósito, un noble valor, una mente tranquila, frente a
cualquier clase de sufrimiento. La fe hace que los justos
sean valientes como un león, y les ayuda a no retractarse de
seguir a Cristo, aunque la tortura horrible y el martirio sean
la única alternativa.

“Las mujeres recibieron sus muertos mediante


resurrección”. Aunque pareciera que esta declaración
forma parte de la sección de las victorias de la fe,
mencionadas en el verso 34, considero que es una frase
transitoria entre las dos categorías. Pues, estas creyentes,
antes de recibir a sus amados mediante la resurrección,
sufrieron el duelo de aquel que despide de este mundo a sus
seres queridos. Indudablemente esta declaración hace
referencia a los casos de la viuda de Sarepta y la mujer
sunamita. En el caso de la primera mujer, ésta era una
339
extranjera a la cual la gracia del Señor quiso bendecir
mediante la presencia del profeta Elías, el cual fue enviado
por Dios para llevar la gracia del evangelio a esta pobre
viuda y bendecirla en su necesidad material; pues, debido a
una fuerte sequía, hubo hambre en toda la tierra que rodea a
Israel, y la gente moría literalmente de hambre. El poder de
Dios obró de tal manera que el aceite y la harina, únicos
alimentos en la cocina de la viuda, no escasearan, sino que
Dios los multiplicó de una manera milagrosa durante todo
el tiempo que duró la sequía. A pesar de la gran bendición
recibida de Dios, a través del profeta, el hijo de la viuda
enfermó gravemente y murió. La mujer extranjera, tal vez
influenciada por la teología del profeta, comprendió que la
muerte de su hijo se debía a sus múltiples pecados, y vino a
Elías, tal vez en un acto de fe, esperando que Dios tuviera
misericordia de ella. La Biblia nos dice que el profeta
también se angustió y tomó al niño aparte, y oró al Señor
diciendo: “Jehová, Dios mío, ¿aún a la viuda en cuya casa
estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo?” (1
Rey. 17:20). Luego, Elías “se tendió sobre el niño tres
veces, y clamó a Jehová y dijo: Jehová Dios mío, te ruego
que hagas volver el alma de este niño a él. Y Jehová oyó la
voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió” (1
Rey. 17:21-22). La fe del profeta le condujo a clamar al
Señor esperando que el poder divino le devolviera la vida al
muchacho. La viuda había sido muy benévola para con el
profeta de Dios, pues, cuando sólo le quedaba un poco de
harina y de aceite, con lo cual esperaba preparar un pan,
comerlo con su hijo, y luego dejarse morir de hambre; ella
mostró su amor para con el Señor preparando el único pan
que podía extraer de la poca harina, y darlo al profeta. Dios
recompensó esta confianza que ella tuvo en el Señor,
concediéndole la resurrección de su hijo. Ella sufrió la
pérdida de su hijo, pues, había muerto, pero luego tuvo el
gozo de recibirlo de la muerte a la vida, y todo, por el poder
340
de Dios que obra a través de la perseverante: “Tomando
luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, y lo dio
a su madre, y le dijo Elías: Mira, tu hijo vive. Entonces la
mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres el varón de
Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (1
Rey. 17:23-24).
El otro caso de mujer que recibió de la muerte a su hijo es
la sunamita. Esta dama también mostró gran solicitud en
servir al profeta de Dios, al punto de construir un aposento
para que él estuviera cómodo en él cuando pasara por
Sunem. El profeta bendijo a esta piadosa mujer de Israel y
oró al Señor para que le concediera un hijo, pues, ella era
estéril y su marido, un anciano.
Cuando el niño creció también enfermó gravemente y
murió en el regazo de su madre. El dolor de esta madre
debió ser muy grande, pues, era su único hijo, el cual le fue
concedido en la vejez de su esposo. En su angustia ella
recordó al siervo del Señor y le buscó, en un acto de fe,
para que rogara al Señor por la salud de su hijo muerto. El
profeta Eliseo acudió al llamado de esta piadosa y generosa
mujer, oró por el niño, y el alma regresó a su cuerpo:
“Entrando él entonces, cerró la puerta tras ambos, y oró a
Jehová. Después subió y se tendió sobre el niño, poniendo
su boca sobre la boca de él, y sus ojos sobre sus ojos, y sus
manos sobre las manos suyas; así se tendió sobre él, y el
cuerpo del niño entró en calor. Volviéndose luego, se
paseó por la casa a una y otra parte, y después subió, y se
tendió sobre él nuevamente, y el niño estornudó siete veces,
y abrió sus ojos. Entonces llamó él a Giezi, y le dijo:
Llama a esta sunamita. Y él la llamó. Y entrando ella, él le
dijo: Toma tu hijo” (2 Rey. 4:33-36). La fe de Eliseo y la
fe de la sunamita les permitió ver la resurrección del
muchacho, el poder del Señor obró poderosamente
haciendo lo que es opuesto al orden natural, que luego que
el alma ha salido del cuerpo, cuando sus funciones vitales
341
han cesado, el cuerpo se descompone y el alma se va a su
destino eterno, de donde no regresará más sino en el día de
la resurrección final para juicio o vida eterna.
Estos dos casos notables demuestran que no hay nada
demasiado difícil para la fe cuando se actúa de acuerdo a la
voluntad revelada de Dios.
Ahora, recibir a los muertos mediante resurrección, en un
sentido aplicativo para nosotros hoy, podemos relacionarlo
con lo que el Señor dice en Apocalipsis 3:2 “Sé vigilante, y
afirma las otras cosas que están para morir; porque no he
hallado tus obras perfectas delante de Dios”. La fe busca, a
través del Espíritu, revivir aquellas gracias que están
languideciendo en nosotros. Ella confía en el poder
resucitador de Dios el cual puede avivar la vida espiritual
que está en decadencia en algunos de nosotros. En muchas
ocasiones, nuestro fervor espiritual se enfría, la santidad
llega a un punto bastante bajo, el amor mengua y las otras
virtudes cristianas se debilitan, al punto de parecer muertas.
A través de la fe perseverante el Espíritu de Dios puede
ayudarnos a escuchar y obedecer la palabra poderosa y
vivificadora del Señor que nos dice: “Despiértate, tú que
duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo”
(Ef. 5:14).

“Más otros fueron atormentados, no aceptando el rescate,


a fin de obtener mejor resurrección”. Es interesante anotar
que la palabra griega traducida por atormentados, significa
literalmente “estirados”, y esto hace referencia al
instrumento de tortura que usaron algunos imperios para
castigar o asesinar a aquellos que eran considerados sus
enemigos. Este instrumento también es conocido como el
potro del tormento. “Se presume que consistía en una gran
rueda sobre la cual eran extendidas las víctimas. Entonces

342
se les golpeaba hasta que morían”102. Es probable que el
autor de la carta a los Hebreos, aprovechando el fresco
conocimiento que tenían sus lectores de la historia
intertestamentaria narrada en los libros apócrifos de la
versión griega del Antiguo Testamento, estuviera
refiriéndose a algunos mártires macabeos. En el libro 2 de
los Macabeos se cuenta la historia de un valiente hombre
llamado Eleazar, un anciano de casi 90 años, el cual fue
puesto en el potro del tormento, y fue golpeado y torturado
hasta morir. Este creyente, pudo mantenerse firme en la fe,
a pesar de las dolorosas consecuencias que esta fidelidad a
su Señor le estaba causando. Él pudo decir: “El Señor, que
posee la ciencia santa, sabe bien que, pudiendo librarme
de la muerte, soporto flagelado en mi cuerpo recios
dolores, pero en mi alma lo sufro con gusto por temor a él”
(2 Macabeos 6:30). De la misma manera, una madre y sus
siete hijos fueron torturados por el rey Antíoco Epífanes,
uno tras otro, pues ninguno de ellos apostató de la fe,
confiando en la resurrección para la vida eterna.
Aunque la doctrina de la resurrección de los muertos para
vida eterna no es una doctrina muy clara en el Antiguo
Testamento, unos siglos antes de la primera venida de
Cristo a la tierra, los judíos empezaron a estructurar esta
doctrina y a creer que al final de los tiempos se daría la
resurrección de todos los muertos, algunos para vida eterna
y otros para condenación. Marta, la hermana de Lázaro,
expresó creer en esta doctrina cuando, frente a la tumba
donde reposaba el inerte cuerpo de su hermano, ella le dijo
al Señor: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el
día postrero” (Jn. 11:24).
Los profetas, las mujeres creyentes, los hijos de la fe, los
apóstoles, los reformadores, los primeros misioneros en las
tierras paganas, y todos los que sufrieron la muerte; aunque

102
Kistemaker, Simon. Comentario a Hebreos.
343
algunos de ellos pudieron librarse de la misma, si
abdicaban de su fe en Cristo o no proclamaban fielmente el
mensaje del evangelio salvador, no estuvieron dispuestos a
abandonar a su Señor, sino que ellos fueron conducidos por
el Espíritu de Dios a demostrar la valentía de la fe,
llevándola al punto más alto posible, soportando en su
cuerpo el tormento del sufrimiento físico, con tal de no
desagradar a su Señor. Todos éstos mártires de la fe
cristiana comprendieron la gran verdad que escribiera el
apóstol Pablo: “Palabra fiel es esta: Si somos muertos con
él, también viviremos con él; si sufrimos, también
reinaremos con él; si lo negáremos, él también nos negará”
(2 Tim. 2:11-12).

Aplicaciones:
- Cuando la fe no es ejercitada el corazón se ocupa con las
cosas que se ven, con las cosas temporales; en
consecuencia, el mal humor y el resentimiento se presentan
constantemente, frente a los sufrimientos y adversidades.
Cuando la fe no está siendo ejercitada somos tentados a
abrigar pensamientos duros contra Dios, y a decir: “El
Señor me ha abandonado, se ha olvidado de mí”; más
cuando el Espíritu Santo nos renueva en el hombre interior,
y la fe se activa de nuevo, las adversidades y sufrimientos
tienen una apariencia distinta, y en vez de irnos contra
Dios, decimos como el salmista: “¿Por qué te abates, oh
alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios;
porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal.
42:5).
- Pertenece por completo a la soberana voluntad de Dios el
ordenar y disponer las condiciones externas a través de las
cuales pasa su iglesia en la tierra de nuestra peregrinación.
Los tiempos de prosperidad y los de adversidad son
regulados por su santa mente de acuerdo a lo que Él
considere sea lo mejor. Son intercambiables, como el día y
344
la noche, el verano o el invierno, las épocas de paz y
seguridad, y las épocas de persecución y peligro. Pero Dios
no actúa arbitrariamente. Él siempre sabe lo que es mejor
para nosotros. Hay épocas de triunfo y prosperidad que
luego son seguidas de épocas de adversidad, porque Dios
no quiere que nuestros corazones se llenen de grosura y
vana confianza, sino que, de tanto en tanto, nos quita
nuestra comodidad para que recordemos siempre que
vivimos y somos sólo por él.
Sea lo que sea, la fe perseverante, la fe salvadora, conduce
al creyente a confiar en Dios y en el evangelio. La fe
necesita ser probada para afirmarse en nuestros corazones,
de manera que podemos decir que la fe que sufre es mayor
que la fe presuntuosa de los que creen que todo será un
camino de prosperidad y tranquilidad. Cuando la fe del
creyente alcanza este punto cumbre, ella puede afirmar:
“aunque él me matare, en él esperaré” (Job. 13:15).
Nuestro autor dice que ellos no aceptaron el rescate. Es
decir, ante estos héroes de la fe se presentaban dos
alternativas: ser desleal a su Señor y Salvador o soportar el
sufrimiento más atroz. Algunos de ellos fueron estimulados
para abdicar de Cristo y a cambio no sólo serían librados de
la muerte en el potro del tormento, sino que recibirían
honores, riquezas y gloria.
Esta fue una prueba para la fe, en la cual los creyentes
demostraron que no tenían en ninguna estima la comodidad
de sus cuerpos, sino que su interés estaba centrado en la
salvación de sus almas y la comunión eterna con Dios.
Estos hombres y mujeres tenían pasiones semejantes a las
nuestras, sus cuerpos y su carne era tan sensible al dolor
como lo son los nuestros; pero era tal el interés que tenían
en sus almas que ellos no prestaron atención a los
razonamientos que los hombres hacían con el fin de
convencerles de que morir por Cristo era una tontería.

345
El autor quiere enseñarnos que la fe salvadora, aquella que
se apropia de Cristo, se caracteriza por desestimar cualquier
comodidad física o terrena, si esta requiere el abandono de
Cristo o la falta de total compromiso con él y con su santo
evangelio. Sólo los que logran aborrecer sus propias vidas
alcanzarán la dicha eterna de la comunión y el gozo con
Dios, pues este es un indicador de que se tiene la fe
salvadora, la fe que recibe la gracia del perdón.

346
Victorias y padecimientos de la fe

(Séptima parte)

(Heb. 11:32-38)
Introducción:
La fe, para ser verdadera fe, debe tener la certeza de lo que
espera y la convicción de lo que no ve. Como hemos dicho
en estudios anteriores, la fe no se mueve en el terreno de lo
visible, lo tangible o lo recibido, sino en el reino de lo
espiritual, lo intangible, lo no recibido; de lo contrario no
sería fe.
En muchas ocasiones la fe nos permite ver lo que ella
anhela, pero, casi siempre es probada en el terreno de la
esperanza en medio de la adversidad.
El autor de la carta a los Hebreos se encuentra interesado en
enseñarle a sus lectores cristianos que no deben claudicar
de su fe sólo porque están padeciendo persecución, pues,
antes que ellos, cientos y miles de fieles creyentes tuvieron
los mismos padecimientos.
Ahora, los padecimientos de la fe no son todos iguales,
pues, a cada uno le es dada su porción de prueba. En los
versos 35 al 37 hay una diversidad de sufrimientos para una
diversidad de creyentes. Dice el autor que unos
experimentaron una clase de sufrimientos y otros de otra
clase, pero de todos se puede decir: “He aquí te he
purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de
aflicción” (Is. 48:10).
Hoy aprenderemos que la fe, la cual es posesión verdadera
solamente de los que caminan con Dios y obedecen su
palabra, convierte a su poseedor en un enemigo del mundo

347
y por lo tanto, en sujeto de persecución y afrenta de parte
del sistema mundano.
Hoy aprenderemos lo que Pablo expresara de la siguiente
manera: “Y también todos los que quieren vivir
piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2
Ti. 3:12), o la profunda exclamación del salmista “Pero por
causa de ti nos matan cada día; somos contados como
ovejas para el matadero” (Sal. 44:22).
La enseñanza del capítulo 11 de la carta a los Hebreos es de
gran relevancia para el mundo evangélico de hoy, donde se
está popularizando la idea de que los creyentes, al ser
constituidos hijos del Rey del universo, deben llevar vidas
caracterizadas por la comodidad, la riqueza material, la
excelente salud física y el ocupar altos cargos
gubernamentales. Pero estas ideas son vanas, falsas,
extraídas de la manipulación y descontextualización de
algunos pasajes bíblicos. Hoy, el autor de la carta a los
Hebreos, nos describirá a la verdadera fe como aquella que
permanece en el creyente así deba enfrentar la más grande
adversidad en medio de un mundo hostil al evangelio; que
la verdadera fe no se caracteriza por la prosperidad y
comodidad material, sino por soportar la afrenta y la
persecución que provienen necesariamente de un mundo
enemigo de Cristo y de su pueblo.
Revisemos cada una de las clases de persecución que la fe
sufre y soporta por amor a Cristo:
“Otros experimentaron vituperios y azotes” (v. 36).
Muchos creyentes fueron exhibidos públicamente en las
fiestas de los dioses paganos como un trofeo de burla para
los impíos. Sansón fue humillado públicamente en las
fiestas del dios Dagón, así como muchos cristianos fueron
torturados y usados como antorchas humanas para iluminar
las abyectas fiestas nocturnas de los emperadores y de la
alta sociedad romana. Bien pudiéramos poner en boca de
muchos de los profetas y mártires el lamento de Jeremías
348
“Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste
que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada
cual se burla de mí” (Jer. 20:7)
Jeremías fue azotado dos veces (Jer. 20:1) como
consecuencia de mantenerse firme en la Palabra de Dios y
de confrontar los corazones pecaminosos de los
gobernantes judíos, anunciando el inminente juicio que
vendría sobre el idólatra pueblo de Judá.
Los apóstoles de Cristo, que no llevaban vidas de lujo y
comodidad como los modernos falsos apóstoles, y que no
hablaban un evangelio endulzado por las lisonjas de
perversas e interesadas intenciones materialistas; ellos,
anunciaron el evangelio de Cristo a pesar de la fuerte
oposición que les hacían los judíos y en especial los líderes
religiosos, los cuales pusieron a algunos de los apóstoles en
la cárcel y también les azotaron; no por malhechores, sino
por atreverse a proclamar el mensaje de redención en
Cristo. Los jefes de los judíos los conminaron a cesar de
proclamar la Palabra del Señor, más ellos, como todo
verdadero creyente, tenían la mirada puesta en el galardón
que recibirán los que permanecen fieles al Señor, y
decidieron continuar proclamando la Palabra, así esto les
costara nuevos azotes, cárceles, o hasta la misma muerte:
“Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”
(Hch. 5:29).
“Y a más de esto prisiones y cárceles” (v. 36). Otros
creyentes soportaron la ignominiosa cárcel como
consecuencia de vivir en fe: José fue enviado a la cárcel
debido a las falsas acusaciones de la inmoral esposa de
Potifar, quien no soportó que un joven varón rechazara sus
insinuaciones sexuales, debido que a este era un hombre de
fe (Gén. 39:12:23).
El profeta Jeremías fue enviado a las dolorosas y
humillantes mazmorras porque habló la Palabra del Señor
sin endulzarla con las mentiras de profecías inventadas por
349
mentes hábiles para engañar a los incautos, sino que
anunció al rey Sedequías la destrucción que vendría sobre
Jerusalén como consecuencia de haber engordado su
corazón con las riquezas materiales y la vana confianza que
producen los tiempos de mucha tranquilidad; más ellos no
quisieron escuchar la Palabra de Dios, sino que anduvieron
en pos de falsas y pacíficas profecías que anunciaban
tranquilidad y prosperidad. Más Jeremías, como todos los
profetas bíblicos, anunció las consecuencias de tan nefasto
olvido del Señor, a pesar de que esto le costó que lo
enviaran injustamente a la cárcel y luego lo echaran dentro
de una profunda y oscura cisterna llena de un pestilente
lodo en el cual parte de su cuerpo se hundía (Jer. 37 y 38).
Tal fue el sufrimiento de mantenerse firme en la fe, pero los
siervos del Señor no desmayaron, sino que pusieron toda su
confianza en Dios, aún en medio de la más cruel
persecución.
Otro profeta que fue enviado a la cárcel fue Micaías, el
cual, manteniéndose fiel a la Palabra del Señor, anunció al
malvado rey Acab que moriría en la guerra, y gran
destrucción vendría sobre el pueblo de Judá en manos de
sus enemigos, como consecuencia de su reinante idolatría.
Es interesante notar la diferencia entre la fe de los
verdaderos siervos del Señor y la fe falsa de los falsos
creyentes. El rey Acab era conocido por su gran maldad, de
manera que los profetas le temían. Cuando él iba a salir a la
guerra, consultó a los profetas qué le podían pronosticar, y
la mayoría de ellos le anunciaron buenos augurios y una
contundente victoria. Pero cuando él envió a un mensajero
para que consultara al profeta Micaías, el mensajero le
advirtió al profeta que hablara de la misma manera que el
resto de profetas, es decir, que le anunciara al rey cosas
buenas y pacíficas, pues, así, libraría su vida de aflicciones:
“He aquí que las palabras de los profetas a una voz
anuncian al rey cosas buenas; sea ahora tu palabra
350
conforme a la palabra de algunos de ellos, y anuncia
también buen éxito” (1 Re. 22:13). Pero la respuesta de un
verdadero hombre de fe siempre será la misma: “Vive
Jehová, que lo que Jehová me hablare eso diré” (22:14). El
profeta habló la confrontadora y nada halagadora Palabra
del Señor y en consecuencia fue enviado a la cárcel.
“Fueron apedreados” (v. 36). Una tradición judía dice que
Jeremías murió en Egipto, apedreado, a manos de los
judíos, los cuales se enardecieron al no soportar la
confrontación que les hacía el profeta por causa de la
idolatría que ellos practicaban.
Jesús acusó a Jerusalén de matar a los profetas y apedrear a
los que le eran enviados (Luc. 13:34). Casi siempre la
mayor parte del pueblo visible que se hace llamar del Señor
no soporta la doctrina bíblica y rechaza a los pastores
cuando estos hablan la verdad de la Palabra sin tapujos y
sin endulzar lo que debe ser confrontador.
Zacarías, el hijo del piadoso sacerdote Joiada, fue lleno del
Espíritu Santo en tiempos del rey Joás, y proclamó sin
temor la Palabra confrontadora del Señor, diciendo: “¿Por
qué quebrantáis los mandamientos de Jehová? No os
vendrá bien por ello; porque por haber dejado a Jehová, él
también os abandonará” (2 Cr. 24:20). Más los
gobernantes y el pueblo, en vez de humillarse ante la
Palabra de Dios, se rebelaron contra el profeta y
conspiraron contra él “y por mandato del rey lo apedrearon
hasta matarlo, en el patio de la casa de Jehová” (2 Cr.
24:21).
¿Por qué eran apedreados los profetas? Por la fe, es la
respuesta del autor de Hebreos. La Fe nos lleva a ser fieles
a la Palabra del Señor, de manera que siempre somos leales
a su mensaje, tanto en la vivencia de nuestra vida, como en
la proclamación de la misma. El hombre de fe teme al
Señor y no hace que su Palabra sea dulce cuando debe ser
amarga. El hombre de fe se caracteriza por ser confrontado
351
con la Ley del Señor y por confrontar a los demás con ella.
Más los que tienen una fe falsa no tienen temor del Señor, y
por lo tanto tergiversan el mensaje divino para hacerlo
agradable a los oídos de los incautos y humanistas oyentes.
Con razón el apóstol Pablo defendió el ministerio de los
verdaderos apóstoles frente a los falsos ministros diciendo:
“Pues no somos como muchos, que medran falsificando la
palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte
de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2 Cor.
2:17).
Esteban, el evangelista, murió siendo lapidado por los
judíos de su tiempo, debido a que fue capaz de
confrontarlos con la Palabra del Señor y los acusó de ser
rebeldes al evangelio y a Dios: “! Duros de cerviz, e
incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís
siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así
también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron
vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de
antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora
habéis sido entregadores y matadores; vosotros que
recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la
guardasteis” (Hch. 7:51-53). Más el pueblo no está
interesado en escuchar esta clase de predicación, sino en
aquello que agrade sus oídos, que satisfaga su creciente
hedonismo y no mortifique sus pecados, por lo tanto
“Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y
crujían los dientes contra él… se taparon los oídos, y
arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la
ciudad, le apedrearon” (Hch. 7:54, 57-58).
“Aserrados”. El profeta Isaías fue aserrado durante el
reinado de Manasés. “El apócrifo llamado Ascensión de
Isaías que registra la muerte del profeta… relata la forma
en que Isaías, para evitar la maldad reinante en Jerusalén
bajo Manasés, dejó la capital para ir a Belén y luego huyó a
la zona montañosa. Allí fue tomado y aserrado en dos con
352
una sierra de madera; antes de morir mandó a sus
discípulos que escaparan de la persecución yéndose a
Fenicia, <porque>, dijo, <sólo para mí Dios ha hecho la
copa amarga> (cap. 5:13)”103.
“puestos a prueba”. Algo más grande que una sencilla
prueba es lo que el autor de la carta ha descrito de los
sufrimientos y terribles padecimientos de la fe, por lo tanto,
¿qué razón tiene el autor para incluir esta declaración en
medio de esta descripción? Algunos comentaristas bíblicos
arguyen que la palabra original en este texto debía ser
estrangulados y no, puestos a prueba. Sea como fuere, lo
cierto es que el autor de la carta quiere enseñar a sus
lectores que la verdadera fe siempre está siendo probada,
aún por terribles tormentos físicos. “La fe en Dios no lleva
en sí ninguna garantía de comodidad en este mundo: esta
fue sin duda una de las lecciones que nuestro autor deseaba
que sus lectores aprendieran. Pero sí lleva consigo “el
galardón” en el único mundo que finalmente importa”104.
La vida cristiana está marcada por las pruebas que conlleva
el vivir en santidad. El hacer el bien es nuestro deber y
placer, pero cuando hacemos la voluntad de Dios el mundo
se vuelca en contra de nosotros. Al mundo no le agrada que
vivamos en santidad, por eso nos causan sufrimiento.
Escuchemos la exhortación de Pedro: “Porque esto merece
aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de
Dios, sufre molestias padeciendo injustamente… Mas si
haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente
es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis
llamados; porque también Cristo padeció por nosotros,
dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 P.
2:19, 20-21).

103
Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 344

104
Bruce, F. F. La epístola a los Hebreos. Página 346
353
“muertos a filo de espada”. (v. 36). En el verso 34, nuestro
hagiógrafo dijo que por la fe algunos creyentes evitaron el
filo de la espada, pero otros, en cambio, también por la
misma fe, fueron muertos a filo de espada.
Creo que es importante detenernos un poco en este asunto,
pues, en nuestros tiempos, caracterizados por el pobre
estudio de las Sagradas Escriturales, donde las personas, a
su antojo y capricho, toman versículos bíblicos aislados
para armar doctrinas que satisfagan sus deseos y anhelos;
cuando leen algunos pasajes de las Sagradas Escrituras que
contienen preciosas promesas, llegan a la conclusión de
que, a través de la fe, ellos pueden ser librados de todas las
enfermedades, todos los problemas, toda clase de
persecución, toda clase de sufrimiento, entre otros. Para
ello, utilizan pasajes como: “Todo lo puedo en Cristo que
me fortalece” (Fil. 4:13); “Y todo lo que pidiereis en
oración, creyendo, lo recibiréis” (Mt. 21:22); “Si tuviereis
fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate
de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt.
17:20).
Si nosotros sólo tomamos estos pasajes y nos olvidamos del
resto de las Sagradas Escrituras, incluso del contexto
inmediato en el cual fueron dichos, entonces llegaremos a
la conclusión de que nosotros somos casi dioses que,
teniendo fe, podemos hacer lo que queramos y nada
adverso nos sucederá. Pero estos, y todos los textos de las
Sagradas Escrituras, deben ser sopesados y balanceados a la
luz del resto de la Biblia, con el fin de tener la
interpretación correcta y no llegar a conclusiones
desbalanceadas y por lo tanto, falsas.
La fe es un poderoso instrumento que el Señor utiliza, a
través de nosotros, para avanzar Su reino, para hacer
proezas y maravillas en su nombre, pero la fe siempre está
sujeta a la voluntad decretiva de Dios, no puede estar más
allá de lo que Dios desea hacer a través de nosotros.
354
Por medio de la fe el Señor libró a muchos de la espada del
enemigo, porque así se avanzaba el reino, mientras que a
otros, por la misma fe, les permitió morir como mártires,
atravesados por la espada enemiga, porque así también se
avanzaba su reino.
El verdadero cristiano pone su confianza sólo en el poder y
la voluntad de Dios, sabe que Dios es poderoso para hacer
lo que él desea, y con esa convicción presenta ante él sus
peticiones, pero siempre pedirá conforme Jesús nos enseñó
a orar: “Hágase tu voluntad” (Mt. 6:10); “pero no se haga
mi voluntad sino la tuya” (Lc. 22:42).
Es falsedad de toda falsedad afirmar, como suelen decir
algunos cristianos mal enseñados, que la voluntad de Dios
es hacer todo lo que yo deseo por la fe. Ejemplo, algunas
personas se atreven a afirmar que es la voluntad de Dios
que ellas se sanen de una enfermedad, o que vayan y hagan
un negocio en el cual les va a ir bien, pero la Biblia es clara
en decirnos que nosotros no podemos hablar así de aquellas
cosas en las cuales la Palabra no nos da una promesa
absoluta para todos los creyentes; escuchemos lo que nos
dice Santiago: “!Vamos ahora! Los que decís: Hoy y
mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y
traficaremos y ganaremos; cuando no sabéis lo que será
mañana (pues, sólo Dios lo sabe). Porque ¿qué es vuestra
vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco
de tiempo, y luego se desvanece. En lugar de lo cual
deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos
esto o aquello. Pero ahora os jactáis en vuestras soberbias.
Toda jactancia semejante es mala; y al que sabe hacer lo
bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg. 4:13-17).
Muchos profetas murieron atravesados por la espada
asesina de los enemigos de la fe: Ochenta y cinco
sacerdotes, que ayudaron a David cuando era perseguido
por el rey Saúl, fueron muertos por la espada de Doeg,
principal siervo del malvado rey (1 Sam. 22:18). También
355
una buena parte de los profetas del Señor fueron muertos a
espada por el idólatra rey Acab, sólo Elías, y unos pocos
profetas, lograron escapar de la muerte. “He sentido un
vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos
de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y
han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado,
y me buscan para quitarme la vida” (1 Rey. 19:10).
“Anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de
ovejas y de cabras” (v. 37). Algunos profetas usaron esta
rústica vestimenta. Es muy probable que el manto usado
por Elías fuera de cuero de oveja, pues, “la Septuaginta
dice en II R. 2:8, 13, <Y Elías tomó su cuero de oveja>
(manto). <Y él (Eliseo) tomo el cuero de oveja de Elías que
se le había caído.> Según lo que parece, los profetas
llevaron tales vestimentas, y los falsos profetas lo imitaban
para poder lograr mayor crédito. <Y sucederá en aquel
tiempo, que todos los profetas se avergonzarán de su
visión… ni nunca más vestirán el manto velloso para
mentir>. Zac. 13:4. “Un cuero peludo” tiene la Septuaginta,
sin duda refiriéndose a los de cabra. Por lo general se
trataba de una vestidura para la parte superior; pero, en los
casos aludidos por el Apóstol, las pieles de ovejas y las de
cabras parecen haber sido la única ropa”105. Ahora, esta
clase de vestido no era meramente una forma extraña de
mostrar humildad, sino que contenía un mensaje profético
para el pueblo: El mensaje del arrepentimiento. El vestido
áspero era un símbolo del arrepentimiento interno que debe
caracterizar al pueblo de Dios. Con esa vestimenta, los
profetas estaban llamando constantemente al pueblo al
arrepentimiento: “En aquellos días vino Juan el Bautista
predicando en el desierto de Judea, y diciendo:

105
Clarke, Adam. Comentario de la Santa Biblia. Tomo III. Página 618 y
619
356
Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Y Juan estaba vestido de pelo de camello (Mt. 3:1, 2, 4).

Aplicaciones:
- Hemos visto que la verdadera fe no siempre nos libra de
la persecución o del daño que nos puedan causar los
enemigos del reino de Dios. Hemos visto que los grandes
héroes de la fe no sólo fueron aquellos que ganaron
batallas, recibieron milagros de resurrección, fueron
librados de la espada o taparon bocas de leones; sino que
también, y tal vez con más renombre, se deben incluir
aquellos fieles profetas del Señor que dieron sus vidas por
la causa del evangelio, que no se atemorizaron ante la
adversidad que les vendría por causa de su fe en el Dios
que nos revela Jesús, sino que recibieron la fuerza para
enfrentar al cruel enemigo, entregando sus vidas al
tormento, con el fin de glorificar a Dios proclamando su
Palabra. No importa la lucha que enfrentes por causa de
Cristo, ni cuánto te cueste mantenerte fiel a los principios
de las Sagradas Escrituras; así tengamos que dar nuestra
vida, sabemos que somos de él, y en la vida o en la muerte
somos del Señor, él cuida de nosotros y nos mantendrá
siempre unidos a él. El verdadero creyente no claudica de la
fe cuando se enfrenta con las duras pruebas, sino que puede
decir confiado con el apóstol Pablo “¿Quién nos separará
del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o
persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?
Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el
tiempo, somos contados como ovejas de matadero. Antes,
en todas estas cosas somos más que vencedores por medio
de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni
la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar
del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”
357
(Ro. 8:35-39). Concluyo con la hermosa declaración que
hace de estos pasajes el comentario bíblico Beacon: “La
verdadera fe descansa en la integridad de Dios cuando las
cosas están yendo peor en lugar de mejor. La prueba
suprema de todo es el momento de agonía cuando sabemos
que Dios podría librarnos si quisiera, y no lo hace; cuando
el látigo azota, la cárcel encierra, la sierra desgarra la tierna
carne – y Dios lo permite. La fe de buen tiempo pronto se
desvanece ante los embates de tales tempestades que
sacuden el alma. Si la fe es pertinente sólo cuando se es
feliz y próspero en este mundo, es una débil e inútil muleta
de egoísta mundanalidad. La verdadera fe cristiana, por
contraste, halla su mayor triunfo, no en las hazañas visibles,
sino en una tranquila confianza y serenidad cuando no hay
circunstancias alentadoras. La fe más brillante es la que
brilla cuando el bien se ha desvanecido, cuando el mal está
entronizado, y la vida parece completamente irracional”106.

106
Tylor, Richard. Comentario bíblico Beacon. Página 155
358
Paradoja de la fe
(Octava parte)
(Heb. 11:37-40)
Introducción:
Para muchas personas que han estado siguiendo este
estudio de la fe perseverante, ha sido de gran impacto el
conocer las marcas de la verdadera fe, las cuales distan
mucho de parecerse a lo que en nuestro siglo XXI se llama
fe.
Aunque la fe nos permite conquistar victorias y hacer
proezas para el Reino de Dios, el punto culmen de la
misma, y al cual el autor de la carta a los Hebreos le dedica
bastante espacio, es cuando ella tiene la capacidad de sufrir
por Cristo.
Una buena parte de la cristiandad de nuestro siglo se ha
vuelto amante de sí misma, buscando la gloria mundana, el
éxito carnal y las comodidades terrenas. Ellos desean
cultivar una fe que les permita abrazar al mundo y aferrarse
a las cosas perecederas de él; pero ya hemos visto que eso
no es fe, no es la fe que persevera hasta el fin, ni es la fe
que alcanza las verdaderas promesas que nos trae el
evangelio.
El autor de la carta a los hebreos, en la última sección del
capítulo 11 nos ha subido a las glorias más sublimes de la
fe, a la que todos los creyentes deben anhelar llegar, a la
cúspide de la fuerza robusta de la fe, la cual se manifiesta
cuando ella nos hace identificarnos con los sufrimientos de
Cristo, así como dijo Pedro: “Amados, no os sorprendáis
del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna
cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois
participantes de los padecimientos de Cristo, para que
también en la revelación de su gloria os gocéis con gran

359
alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois
bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios
reposa sobre vosotros” (1 Ped. 4:12-14).
El punto más elevado de la fe es cuando ella nos conduce a
entregarnos a Cristo, a su evangelio y a su reino sin reserva
alguna; cuando lo más importante para nosotros es la gloria
de Cristo y de su evangelio, así esto nos cueste la propia
vida: “el que pierde su vida por causa de mí, la hallará”
(Mt. 10:39).
Pero, alguien se preguntará ¿Cómo hacer para que nos
vengan sufrimientos por causa de Cristo? Bueno, no
tenemos que buscar en las calles dónde encontrar a alguien
que nos quiera causar sufrimiento, pues, no se trata de eso.
El sufrimiento de la fe viene de manera natural cuando
nosotros somos fieles a la Palabra de Dios. Ya lo hemos
aprendido, a través del testimonio de los profetas bíblicos.
Si no estamos sufriendo por Cristo, y si el mundo no nos
desprecia, es porque poco estamos manifestando en
nuestras vidas el carácter de Cristo. Si no tenemos
adversidades por nuestra fe cristiana, es porque nos hemos
amoldado tanto al pensamiento del mundo, que casi no nos
diferenciamos de él. Los profetas sufrieron porque ellos no
se volvieron pluralistas o relativistas en cuanto a la fe, sino
que anunciaron el arrepentimiento y la fe en Jesucristo
como el único medio de salvación. Ellos no eran tan
diplomáticos como lo somos hoy día, una diplomacia que
raya en el pecado. La verdadera fe, cuando se vuelve
robusta, abraza con tanta fuerza a Cristo que él y su
evangelio se convierten en lo más importante de nuestra
vida, de manera que por doquier estamos exhalando el olor
fragante del evangelio, lo cual desagrada al hombre impío.
Es en ese momento cuando el mundo y la falsa cristiandad
se lanzan en ristre contra el creyente y contra Cristo. Pero
cuando somos ultrajados por los enemigos de la cruz de
Cristo, no desmayamos, ni abandonamos a Cristo, sino que,
360
cuando la fe es verdadera, se afirma aún más y prosigue en
exhalar con más fuerza el olor del evangelio: “En lo cual
vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo,
si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas
pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho
más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se
prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra
cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P. 1:6-7).
Los verdaderos siervos de Cristo serán odiados por el
mundo, y esa es la razón por la cual “otros experimentaron
vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles.
Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos
a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de
pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados,
maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando
por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las
cavernas de la tierra” (v. 36-38). Estos hombres de fe
sufrieron terribles tormentos de parte del mundo incrédulo,
porque la fe se aferra a las promesas eternas, las cuales se
esperan, pero no se ven. Ellos trabajaron hasta la muerte
por obtener lo que es el premio de la fe, pero lo
sorprendente, y que parece una contradicción, es que, a
pesar de todo, no recibieron lo prometido en esta vida.
Hoy veremos la contradicción de la fe: Que ella nos
permite tener la plena certeza de lo que esperamos, y la
convicción de lo que no vemos, al punto de dar nuestra vida
por la causa del evangelio, pero, sin recibir lo prometido, en
esta vida terrena.
“Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio
mediante la fe, no recibieron lo prometido” (v. 39)
“Todos estos” incluye a todos los héroes de la fe
mencionados en el capítulo 11 de la carta a los Hebreos,
pero, indudablemente, también incluye a todos los
hombres, mujeres y niños de fe que vivieron en tiempos del
Antiguo Testamento, conocidos y no conocidos. Pero,
361
implícitamente, excluye a todos los que no fueron de fe:
aquí no puede ser incluido Caín, Esaú, Ismael, ni ningún
incrédulo.
“aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe” Es
decir, fueron aprobados por Dios a causa de su fe (como ya
lo dijo en el verso 2). Dios fue honrado por todos estos, ya
que no dudaron en confiar en él, creyeron en sus promesas,
aun en contra de la adversidad que se oponía a lo que
esperaban. Ellos esperaban confiadamente en que Dios
cumpliría sus promesas, y actuaron conforme a Su palabra.
Por eso han recibido un sello de aprobación y Dios se
complace en tenerlos como sus hijos. La fe es el único
medio a través del cual somos aprobados por Dios, todo lo
que sea contrario o diferente a ella, sólo traerá la
desaprobación divina.
“no recibieron lo prometido”. Esta declaración pareciera
contradecir lo que ya el autor nos dijo en los primeros
versos de la carta, pues, muchos de los héroes de la fe
recibieron el cumplimiento de algunas de las promesas de
Dios. Pero no hay contradicción, pues, el autor de la carta
quiere enseñarles a los sufrientes creyentes hebreos que el
principal objeto de nuestra fe no son las promesas de cosas
temporales, sino que ella apunta a Cristo. Ella espera a
Cristo y él es lo que espera, anhela y desea recibir.
Los héroes de la fe en el Antiguo Testamento no se
esforzaron tanto por recibir las promesas temporales, sino
por ver el cumplimiento de la promesa eterna, es decir,
Cristo. Ellos entregaron sus vidas y decidieron abandonarlo
todo sólo porque querían a Cristo. Pero ellos no lo vieron,
sino sólo a través de sombras. Por eso dice nuestro autor
que ellos no recibieron lo prometido. La promesa de
promesas es la simiente de la mujer que aplastaría la cabeza
de la serpiente, la simiente de Abraham a través de la cual
serían benditas todas las familias de la tierra, y esta
simiente es Cristo (Gál. 3:16).
362
“proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para
que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (v.
40). Lo mejor que Dios ha preparado para nosotros, los
creyentes en el Nuevo Testamento, es la manifestación de
Cristo. Ya el autor ha usado muchas veces en su carta la
palabra “mejor”:
- “estamos persuadidos de cosas mejores y que
pertenecen a la salvación” (6:9)
- “la introducción de una mejor esperanza” (7:19)
- “un mejor pacto” (7:22)
- “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo,
cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido
sobre mejores promesas” (8:6)
- “pero las cosas celestiales mismas, con mejores
sacrificios que estos” (9:23)
- “sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y
perdurable herencia en los cielos” (10:34)
Así que la cosa mejor para nosotros es la nueva
dispensación introducida por el perfeccionamiento de todas
las cosas a través de Cristo. Los antiguos creyentes sólo
pudieron saludarlo a lo lejos, mientras que nosotros ya
podemos tenerlo. Ellos tenían fragmentos de la revelación,
y ahora nosotros la tenemos de manera completa. Jesús
expresó esta gran verdad diciendo “Pero bienaventurados
vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.
Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos
desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo que oís, y
no lo oyeron” (Mt. 13:16-17).
Ahora todos los creyentes participamos de la perfección
que trajo Cristo: “Pero ahora la promesa ha sido cumplida;
la era del nuevo pacto ha amanecido; el Cristo, cuyo día
anhelaban, ha venido y por su ofrenda de sí mismo y su

363
ministerio sumosacerdotal en la presencia de Dios, ha
obtenido la perfección para ellos y para nosotros”107.
Pero los creyentes del Antiguo Testamento no están
aislados de nosotros, ellos y los creyentes del Nuevo
Testamento están inseparablemente unidos en la misma
iglesia. Compartimos con ellos la misma fe en Cristo, y
ahora todos tenemos acceso al Trono de la Gracia sin
restricción alguna. Algunos amados hermanos creen que el
autor de la carta, en este versículo, está afirmando que los
cristianos hemos recibido cosas que los creyentes del
Antiguo Testamento no recibieron, y se refieren, a la vida
eterna, la regeneración, la presencia del Espíritu Santo,
entre otros, pero esta es una incorrecta interpretación del
texto y un vistazo nublado de la Biblia, pues, todos los
creyentes, de todos los tiempos, han gozado de la
regeneración, de lo contrario no habían podido ser personas
de fe, y de la presencia del Espíritu Santo, quien les
preserva en santificación, y, obviamente, recibieron la vida
eterna, la cual se concede a todos los que ponen su fe en
Cristo, y los antiguos creyentes la pusieron en él, a través
de la promesa y las sombras que apuntaban al Mesías.
El pueblo santo del Antiguo Testamento y el pueblo del
Nuevo Testamento son uno sólo. Formamos parte de una
sola iglesia, y, a través de Cristo, los judíos creyentes de
todos los tiempos han sido unidos con los gentiles creyentes
de todas las épocas (leer Efesios 2:11-22).
Aunque hablamos del Antiguo Pacto y del Nuevo Pacto,
esto no significa que haya dos pactos de redención, pues,
los dos, son aspectos progresivos del único pacto eterno de
redención. Este pacto de salvación es como una flor, que en
el Antiguo Testamento se encuentra en la etapa de un
capullo que poco a poco va abriéndose en la historia bíblica
y que llega a convertirse en una flor completa en el Nuevo

107
Bruce, F.F. La epístola a los hebreos. Página 347
364
Testamento, con la obra de Cristo. Es una sola flor, pero en
etapa de desarrollo. En el Antiguo Testamento tenemos el
tipo y la sombra, y en el Nuevo, el antitipo y la sustancia.
“El cristianismo no es más que el pleno desarrollo de lo que
existía en épocas anteriores, o una magnífica
ejemplificación de las verdades que entonces fueron
reveladas”108.
El expositor bautista Arthur Pink, explica las diferencias,
pero también la unidad que existe entre el Antiguo y el
Nuevo Pacto, comparándolos con los partidos políticos que
gobiernan a muchas naciones. En casi todas las naciones
democráticas hay dos partidos políticos fuertes, los cuales
gobiernan alternativamente sobre una nación. Hay muchas
diferencias entre los gobernantes que asumen la presidencia
de un país, dependiendo del partido político al que
pertenezcan, pero a pesar de estas diferencias, hay algo
superior que los une, que no cambia, y esto es la
constitución política, ella se mantiene firme
independientemente del partido político. Entre la era
mosaica y el cristianismo hay muchas diferencias en
detalles incidentales, pero el gobierno de Dios siempre es el
mismo. Ambos pactos son regidos por los principios
morales de gracia y justicia, misericordia y verdad, justicia
y fidelidad. Ambos pactos están regidos por el único pacto
eterno de redención. Por lo tanto, los verdaderos creyentes,
en ambos pactos, están unidos inseparablemente por la fe
en Cristo, a través del cual, cumplido el tiempo, se
perfeccionó la unión de todos en la Iglesia, que es el Israel
espiritual. Ahora, sólo están unidos, en Cristo, los
verdaderos creyentes, tanto de Israel como de los gentiles.
No estamos unidos con todos los que se llaman judíos,

108
Pink, Arthur.
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_082.htm
Extraido en Marzo 24 de 2012
365
pues, así como no todos los que son miembros visibles de
la iglesia son realmente creyentes, no todos los
descendientes en la carne de Abraham son verdaderos hijos
de Dios (Jn. 8:37-44).
Pero la pregunta que surge ahora es ¿Si los santos del
Antiguo Testamento y los del Nuevo forman un solo pueblo
están cobijados por el mismo Pacto de Gracia, y ellos como
nosotros recibieron los beneficios de la obra de Cristo,
porqué el autor de la carta afirma que Dios proveyó para
nosotros una cosa mejor? Bueno, él está diciendo que ahora
los creyentes tenemos una visión más clara del pacto eterno
de redención. Los creyentes del Antiguo Pacto vieron a
Cristo y creyeron en él, a través de sombras (tipos y
promesas), pero ahora nosotros lo vemos claramente en el
cumplimiento y la realización de dichas promesas. En
segundo lugar, ahora hay una base más amplia en la cual
descansa nuestra fe, los antiguos buscaban a un Cristo que
había de venir y que quitaría definitivamente sus pecados,
pero ahora nosotros creemos en un Cristo que vino y que
quitó nuestros pecados. En tercer lugar, los creyentes
antiguos eran como niños, que necesitaban tutores, pero
ahora hemos alcanzado la mayoría de edad (Gál. 4:1-7). En
cuarto lugar, ahora hay un flujo más amplio de la gracia de
Dios, ya no se limita a un remanente elegido en una nación
sino que alcanza a su pueblo escogido entre todas las
naciones.
Los creyentes del Antiguo Testamento y los del Nuevo
Testamento hemos sido perfeccionados por el mismo
sacrificio y hemos sido justificados por la misma justicia, la
cual se manifestó en la venida en carne del Hijo de Dios.
Ahora, hay una lección que el autor de la carta quiere darles
a sus lectores, relacionada con el mantenerse firmes en la
fe. Si los creyentes en el Antiguo Testamento, con un
fragmento de la revelación del evangelio, pudieron hacer
las proezas que hicieron, y dieron sus propias vidas por el
366
reino de Dios, cuánto más nosotros, los creyentes del
Nuevo Testamento, debiéramos ser gigantes de la fe,
dándolo todo por nuestro Señor, ya que ahora, no tenemos
un fragmento, sino la revelación completa. “… si aquellos
sobre quienes la luz de la gracia no resplandecía aún con
tan intenso fulgor, demostraron una constancia tan grande
al sobrellevar los males, ¿qué no debería producir en
nosotros la luz meridiana del evangelio? Si una pequeña
chispa de luz los condujo a ellos hasta el cielo; ahora que el
sol de justicia brilla sobre nosotros ¿con qué pretexto
podemos disculparnos si todavía nos apegamos a la
tierra?”109

Aplicaciones:
- ¿Cómo está tu obediencia a Cristo? No olvides que
tenemos como padres a muchos héroes de la fe que dieron
sus vidas completas por la causa de Cristo, aunque no lo
pudieron ver plenamente, sino sólo a través de sombras. Si
eso hicieron los que nos precedieron en la fe, entonces
nuestra obediencia debe ser mayor, ya que ahora tenemos
una revelación completa de Cristo. Si en tiempos de la Ley
los creyentes fueron aprobados al ser pacientes frente a la
adversidad de vivir para Cristo, seremos acusados de gran
ingratitud si ahora, en el reino de Cristo y bajo su luz
esplendorosa, manifestamos menos fe en él. Ahora tenemos
una administración superior del pacto eterno de redención,
ahora disfrutemos de medios de gracia superiores a los que
tenían los héroes de la fe del A. T. Ahora vemos las cosas
más claramente. Aprovechemos esta gracia abundante para
fortalecernos en Cristo y en el poder de su fuerza, de
manera que perseveremos en la fe, mostrando los frutos de
ella, en el arrepentimiento, la vida en santidad, el amor a
dios y al prójimo, la lucha guerrera para avanzar el reino de

109
Calvino, Juan. Epístola a los hebreos. Página 263
367
Cristo y un trabajo constante para que en todo el mundo
brille la gloria de Dios.

368
La carrera del cristiano

Hebreos 12:1
Introducción:
Este pasaje nos presenta:
1. Una carrera que todo cristiano debe correr
2. Obstáculos que todo cristiano debe superar
3. Una gracia que todo cristiano debe cultivar: La paciencia
4. Un estímulo que a todo cristiano debe animar

“Por tanto”, nos pone en relación con la última parte del


capítulo 10 en la cual el autor de la carta exhortó a sus
lectores para que miraran las terribles consecuencias
eternas que vendrán sobre los apóstatas, los que desechan
de manera consciente a Cristo, y les animó a continuar con
paciencia el caminar de la fe: “No perdáis, pues, vuestra
confianza, que tiene grande galardón; porque os es
necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la
voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (v. 35-36). Este
caminar constante y progresivo de la fe es el que
caracteriza a los salvos, es decir, a los que perseveran hasta
el fin, y el autor de la carta está convencido que los
dubitativos lectores originales de su epístola son “de los
que tienen fe para preservación del alma” (v. 39).
Todo el capítulo 11 fue una ilustración de esta fe que
persevera hasta el fin, a través de testimonios tomados de
los creyentes en el Antiguo Testamento.
Ahora, en el capítulo 12, regresa al tema que traía en el 10
y continúa con sus aplicaciones prácticas deducidas de todo
lo que enseñó sobre la superioridad de Cristo en los
capítulos previos de la carta.

369
Si Cristo es superior a todo el sistema religioso del Antiguo
Testamento, si su sacrificio en la cruz abrió una mejor
fuente de perdón, y su sangre purifica y hace perfectos para
siempre a los santificados, si su ministerio sumosacerdotal
es más efectivo y eterno, si ahora él reina como sacerdote
intercesor en el mismo trono y templo de Dios, entonces,
no debemos escatimar esfuerzo alguno por proseguir en el
camino de la fe, y en vez de considerar abandonar el
cristianismo, afirmémonos más y más en él.
Si los creyentes judíos en el Antiguo Testamento lucharon
incasablemente por proseguir en la fe en Cristo, entonces,
sigamos nuestro caminar sin titubear, puestos los ojos en
Jesús, el único camino que nos lleva realmente a Dios.
1. Una carrera que todo cristiano debe correr. “Corramos
con paciencia la carrera que tenemos por delante” (v. 1).
En el siglo I de nuestra era, las competencias atléticas eran
muy comunes. Y nuestro autor toma estas competencias
como ilustración para animar a sus lectores a continuar
adelante en la carrera cristiana. Los cristianos somos
comparados en la Biblia como atletas que están en una
carrera o en una pelea, de la cual se espera que seamos los
ganadores, y recibamos la corona de la victoria:
“Por el camino de tus mandamientos correré,
cuando ensanches mi corazón” (Sal. 119:32)
“¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos
a la vedad corren, pero uno solo se lleva el premio?
Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel
que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad,
para recibir una corona corruptible, pero nosotros,
una incorruptible. Así que, yo de esta manera
corro, no como a la ventura…” (1 Cor. 9:24-26)
“…Pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo
que queda atrás, y extendiéndome a lo que está
delante, prosigo a la meta, al premio del supremo
llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:13-14)
370
“He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe” (2 Tim. 4:7).
Muchos cristianos creen que la vida de fe consiste en
simplemente profesar algunas doctrinas, asistir al culto del
domingo, y disfrutar cómodamente de la salvación. Pero
esto dista mucho de lo que la Biblia dice. El camino de la fe
está lleno de retos, es como una competencia atlética donde
asumimos el compromiso de ganar la carrera. Pero no se
puede ganar la competencia sin ejercitarse, sin llevar una
vida disciplinada, y sin tener la actitud correcta. Un atleta
que no se levanta de su cama todos los días, temprano, para
salir a entrenar, que come mucha grasa y alimentos que lo
engordarán, que no toma suficiente agua, que no dedica
bastante tiempo a la preparación física y mental; en la
carrera sufrirá muchas caídas y es posible que no logre la
victoria. Un atleta que anhela ganar la competencia, en
medio de la misma, no tomará largos períodos de descanso,
sino que, una vez empezó la carrera, avanzará siempre
hacia adelante, y cuando siente que las fuerzas se le agotan,
mirará hacia el premio, escuchará las voces de ánimo de sus
amigos, y acudirá a los últimos alientos que le quedan para
impulsarse nuevamente y proseguir, pues, quiere ser el
mejor, quiere ganar la carrera, de lo contrario, no recibirá la
corona de laureles.
Si los cristianos no vemos así la vida cristiana, entonces
estamos perdiendo el tiempo, pues, no es verdaderamente
cristiano aquel que no entró en la competencia, y no es
verdadero cristiano, el que no anhela la corona que se le da
al vencedor. El verdadero cristiano sabe que debe correr la
carrera, pero no de cualquier manera, sino como aquel que
sabe que no se acepta llegar de segundo lugar. Como dice
Arthur Pink: “Temo que en este tiempo, en el cual se odia
el trabajo, y se es amante del placer, no mantengamos este
aspecto de la verdad lo suficientemente delante de nosotros:
nos tomamos las cosas demasiado apacible y
371
tranquilamente. La acusación que Dios trajo sobre el Israel
de la antigüedad, puede ser aplicada en gran medida a la
cristiandad de hoy día: <!Ay de los que viven
reposadamente en Sion> (Amós 6:1). Estar a <gusto> es lo
puesto de correr la carrera”110.
La carrera cristiana comienza con el nuevo nacimiento y
sólo termina cuando partamos de este mundo. El premio
que recibiremos es la gloria celestial y el camino por correr
es nuestro transitar por la vida terrena. “La pista está por
delante, señalada en la Palabra. Las normas que deben
observarse, el camino que ha de ser recorrido, las
dificultades que deben superarse, los peligros que deben
evitarse, la fuente y el secreto de la fuerza, todo está
claramente revelado en las Sagradas Escrituras. Si
perdemos, la culpa es enteramente nuestra. Si ganamos, la
gloria le pertenece sólo a Dios”111.
En esta carrera no competimos contra los otros creyentes,
sino que cada cristiano la corre, luchando contra
competidores que tratan de atajarlo y demorarlo en su
correr. Contra nuestra carrera soplan fuertes vendavales: La
carne, el mundo y Satanás compiten contra nosotros y
tratan de llevarnos la delantera para levantar polvo que
afecte nuestros ojos, o hacernos zancadilla, o tornar el
suelo resbaladizo. Sólo podemos avanzar en la carrera con
intenso esfuerzo, pero no podemos darnos el placer de
esperar a que la tormenta pase, pues, estos enemigos

110
Pink, Arthur.
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_083.htm
Extraido el 27 de Marzo de 2012.

111
Pink, Arthur.
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_083.htm
Extraido el 27 de Marzo de 2012
372
tomarán la delantera y tornarán cada vez más difícil el
avanzar hacia la meta.

2. Obstáculos que todo cristiano debe superar.


“despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia”.
Los atletas, si desean correr con el fin de ganar, deben usar
ropa muy ligera. Por lo general se usa un calzón corto y una
camiseta sin mangas. Sería para enredarse y caerse al piso
su los atletas usaron pantalones largos o se pusieran otros
atuendos pesados. Los zapatos deben ser livianos. Se trata
de tener encima el menor peso posible.
Despojarse de todo peso y del pecado que nos enreda,
significa, que los cristianos renunciaremos a esas cosas que
impiden nuestro progreso espiritual, que lucharemos con
todas nuestras fuerzas para vencer y superar cualquier
obstáculo que surja en nuestra carrera. Si tenemos cosas
pesadas en nuestros bolsillos, nos vamos a desprender de
ellas, pues, en el camino, nos perseguirán fieros lobos
hambrientos, y escucharemos los rugidos de aquel que anda
como león buscando a quien devorar.
Este es un llamado a la diaria y diligente mortificación de
todo aquello que daña la comunión con Cristo. Si queremos
correr bien la senda de la fe, entonces debemos quitar de
nosotros todas aquellas cosas ilegítimas que nos quitan
tiempo para mantenernos en comunión con Dios.
(Enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los
deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y
piadosamente. Tito 2:12). Esto no significa que vamos a
dejar de hacer las cosas legítimas que Dios nos ordena
hacer como parte de este mundo, pues, es necesario
trabajar, estudiar, dedicar tiempo a la familia, entre otros;
no obstante, si tenemos actitudes incorrectas, hasta las
cosas legítimas pueden llegar a ser un obstáculo para la
comunión con Dios.

373
Ahora, el peso que estorba nuestro correr espiritual no hace
referencia a las circunstancias adversas, falsas acusaciones
que hacen los impíos contra nosotros, enfermedades, un
cónyuge incrédulo que se opone a nuestro andar con Cristo,
compañeros de trabajo que se burlan de nuestra fe; no, esas
circunstancias, antes bien, debieran ayudarnos a correr con
más diligencia. Estos son tratos providenciales del Señor
para con nosotros, que nos ayudan a ver que estamos en un
mundo lleno de pecado, y que es nuestro deber brillar con
la luz de Cristo.
Hay muchos pesos que nos imponemos, cuando nos
amoldamos al mundo y su sistema de valores. Volvernos
adictos a la moda y querer vestir de acuerdo a las últimas
tendencias que imponen los confeccionistas de fama
mundial, es un peso que te impide dedicarte a lo más
valioso para tu progreso espiritual. El tener que mantenerse
actualizado con toda la información de farándula, noticias y
últimas tecnologías que nos impone la televisión, el
internet, el cine o la prensa, es un peso que roba fuerzas
para mantenerte en comunión con Dios. Mantenerte en
contacto diario con tus contactos a través de facebook,
twiter y otras redes sociales, también es un peso que estorba
la dedicación diaria a la carrera espiritual. Hablar
demasiado con otras personas, al punto de caer en el
chisme, la crítica insana y la murmuración, es un peso para
nuestro crecimiento cristiano. Comer excesivamente
también pesa en nuestra conciencia. En fin, el mundo cada
día pone sobre nuestros hombros pesos que estorban
nuestra carrera. El mandato del Espíritu Santo es: despójate
de todas esas cosas.
En conclusión podemos decir que “peso” hace referencia a
todas las formas de falta de templanza o moderación con
las cuales usamos las cosas legítimas que Dios nos ha dado
para que las disfrutemos. Pero debemos apresurarnos a
poner el balance que nos permita equilibrar las cosas, pues,
374
tenemos la perversa tendencia a irnos a los extremos.
Disfrutar de las cosas legítimas que Dios nos ha dado en
este mundo no es pecado. El cristianismo no aprueba el
monasticismo ni el ascetismo, por el contrario, el apóstol
Pablo afirma que Dios “nos da todas las cosas en
abundancia para que las disfrutemos” (1 Tim. 6:17).
Aunque el pecado más común es irnos a la laxitud, es decir,
abusar del uso de las cosas legítimas, no obstante tampoco
debemos irnos al extremo de las “abstenciones evangélicas”
que nada tienen que ver con el pecado.
Una evidencia de que estamos en la carrera cristiana es que
algunas cosas que anteriormente no afectaban nuestra
conciencia, ahora se nos convierten en una pesada carga.
Muchos que se llaman cristianos nunca tienen cargos en su
conciencia, y para ellos todo es legítimo. Es muy probable
que, realmente, ellos aún no hayan empezado la carrera
cristiana. Ellos no podrán decir como Pablo “Y
ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por
la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor,
por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por
basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8).
Otra cosa de la cual debemos despojarnos es el pecado
mismo. Es probable que el autor se refiera al pecado, como
fuente de maldad, como la corrupción que todavía llevamos
dentro, o a los pecados que todavía llevamos a cuestas. En
ambos casos, la exhortación es a “hacer morir las obras de
la carne” (Rom. 8:13). No podemos avanzar mucho si
consentimos el pecado en nuestras vidas. El pecado es
como una piedra o un costal muy pesado que llevamos a
nuestras espaldas. Él siempre nos trata de aferrar al suelo, a
la tierra, mientras que nuestro llamado es a correr, a ser
livianos, a anhelar lo celestial. El pecado es como la ley de
la gravedad que ejerce una fuerte presión para que estemos
anclados en lo bajo, pero nuestra vocación es lo contrario,

375
ascender hacia lo celestial. Mientras tengamos pecado en
nuestras vidas, el imán de la tierra nos atraerá hacia ella.
También el apóstol Pablo exhorta a los creyentes a
despojarse del peso del pecado cuando dice: “Así que,
amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos
de toda contaminación de carne y de espíritu,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor.
7:1). O “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos
del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos” (Ef. 4:22).
De la misma forma, Pedro, insta a los creyentes para que se
despojen del pecado que actúa en contra de nuestra alma:
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos,
que os abstengáis de los deseos carnales que batallan
contra el alma” (1 P. 2:11).
¿De qué manera nos despojamos del pecado? ¿De qué
manera nos despojamos de esa corrupción interna? El
apóstol Pablo responde: “Así también vosotros consideraos
muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús,
Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo
mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;
ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como
instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros
mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro. 6:11-
13). El inicio del despojo de pecado se da cuando tenemos
fe en la nueva posición que tenemos en Cristo. Ahora no
somos esclavos del pecado, ni estamos muertos en él, sino
que a través de Cristo hemos recibido la liberación del
mismo y ahora estamos vivos para agradar a Dios. También
nos despojamos del pecado cuando “hacemos morir las
obras de la carne” (Ro. 8:13), cuando buscamos la gracia
que nos permita “renunciar a la impiedad a los deseos
mundanos” (Tito 2:12), a través de la confesión y el
arrepentimiento “En que encubre sus pecados no
376
prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia” (Prov. 28:13), y usando diligentemente los
medios que la gracia nos concede para andar en una vida
santa “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis
los deseos de la carne” (Gál. 5:16).

3. Una gracia que todo cristiano debe cultivar: “Corramos


con paciencia la carrera que tenemos por delante”
Aunque todos los verdaderos cristianos deben correr la
carrera de la fe con esmero, ahínco, esfuerzo, sin cansancio
ni desmayo, esto no significa que vamos a pretender llegar
a la meta en un corto tiempo. Esta es una carrera que puede
llegar a ser muy larga, y sólo terminará cuando se acabe
nuestro último suspiro. Siendo que es una carrera para toda
la vida, es decir, que durante muchos años vamos a estar
corriendo, tratando de vencer los obstáculos, el peso y el
pecado que nos enreda, luchando en contra de los vientos
huracanados y las zancadillas que nos ponen Satanás, el
mundo y nuestra propia carne, entonces, algo que debe
caracterizar este correr es la paciencia. Pues, no se trata de
empezar, correr fuerte, y luego abandonar la lucha, como si
con el fatigado y esforzado correr de un tiempo fuera
suficiente. Es necesario llegar a la meta.
Las malas tierras de la parábola del sembrador, crecieron
muy rápidamente, pero luego se mostró que no eran
nacidos de nuevo, porque murieron ahogados por las
aflicciones y los sufrimientos de la vida cristiana. Pero la
buena tierra, la que dio frutos espirituales, lo hizo con
paciencia o perseverancia (Luc. 8:15). Ya el autor de
Hebreos nos ha invitado a ser imitadores de los héroes de la
fe, los cuales “por la fe y la paciencia heredan las
promesas” (Heb. 6:12).
¿De qué manera podremos cultivar la paciencia en nuestra
carrera cristiana? Este será nuestro último punto.

377
4. Un estímulo que a todo cristiano debe animar. “Por
tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan
grande nube de testigos…”.
La paciencia que es necesaria cultivar en la carrera
cristiana, se nutre con los testimonios de otras personas que
nos han precedido en la misma carrera. Todo el capítulo 11
de la carta nos muestra el correr paciente de los creyentes
en el Antiguo Testamento, que son como una nube de
testigos. Ellos no desmayaron, sino que, a pesar de los
vientos adversos, se mantuvieron mirando el galardón y
lucharon, incluso hasta entregar sus propias vidas por la
causa de la fe. Ellos son testigos de que la fidelidad de Dios
no falló, antes por el contrario, fueron fortalecidos por el
poder sobrenatural que inunda a todos los verdaderos
creyentes, y así vencieron a sus enemigos, crecieron en
santidad, y llegaron a la meta, recibiendo el galardón
prometido. La nube de testigos del Antiguo Testamento son
ejemplos para nosotros de fe, obediencia y perseverancia.
Cuando estamos desanimados para continuar en la lucha,
entonces debemos recordar a los creyentes que nos han
precedido, los cuales tuvieron peores conflictos que los
nuestros, pero ellos se fortalecieron en Dios y lograron
terminar la carrera. “Nosotros, los que todavía tenemos que
caminar en el camino angosto que conduce a la gloria,
somos animados e instruidos por la nube de testigos, la
compañía de muchos millares de santos, que, en medio de
las diversas circunstancias de sufrimiento y tentación,
declararon que el justo vive por la fe, y que la fe es la
victoria que ha vencido al mundo. Recordar a los hijos de
Dios, cuyas vidas quedaron registradas para nuestra
enseñanza y consuelo, nos anima, y nos sentimos
confirmados por la conciencia de que, a pesar de que eran
pocos y débiles, extranjeros y peregrinos sobre la tierra
pertenecemos a un grande y poderoso ejército victorioso

378
parte del cual ya ha entrado en la tierra de paz (Adolph
Saphir)”112.

Aplicaciones:
Cada cristiano tiene que decidir por sí mismo, a través del
estudio honesto de las Sagradas Escrituras, y buscando con
sinceridad la sabiduría de lo Alto, cuáles son los “pesos”
que le impiden correr la carrera cristiana. Sin irnos a los
extremos, buscaremos aquellas cosas legítimas que estamos
usando mal, y que se constituyen en “pesos” para nuestro
avanzar en la fe. Ir al cine no es pecado, tener facebook
tampoco, ni ver televisión, o leer el periódico; ni tampoco
es pecado comprar ropa a la moda (siempre y cuando la
moda no esté en contra del pudor y el decoro con que debe
vestir el cristiano) o consultar el internet, pero el uso
intemperante de los mismos, se convierte en pesos que
afectarán nuestra carrera cristiana.

112
Pink, Arthur.
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_083.htm
Marzo 29 de 2012
379
Puestos los ojos en Jesús (primera parte)

Hebreos 12:2
Introducción:
En el verso 1 aprendimos que todo verdadero cristiano se
ha involucrado en una carrera que debe correrse con
dedicación, entrega, esfuerzo, paciencia, y, en especial, con
el menos peso posible. El autor nos ha dejado ver que la
vida cristiana no consiste en meras teorías o abstracciones
doctrinales, sino en una lucha por la obediencia, de manera
que ganemos la carrera que tenemos por delante.
Esta carrera o lucha debe ser regulada por las Sagradas
Escrituras, es decir, no debemos esforzarnos en cosas que la
Biblia no nos estipula, pues, será un esfuerzo vano, e
infructuoso. El apóstol Pablo exhortó a los creyentes de
Colosas para que no gastaran sus fuerzas en cosas, que
aunque parecían ser piadosas, no daban ningún fruto o
rédito para la vida de fe y obediencia: “Tales cosas
(preceptos, mandamientos y doctrinas de hombres) tienen a
la verdad cierta reputación de sabiduría en culto
voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero
no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”
(Col. 2:23).
Ahora, antes de estudiar el verso 2, en el cual se nos invita
a mirar a Jesús como objetivo supremo de la vida de fe, es
necesario observar el orden en el cual el autor de la carta
nos presenta su enseñanza.
Primero nos dice que para correr esta carrera es necesario
despojarnos del peso y del pecado, un aspecto negativo,
para luego conducirnos al positivo, es decir, mirar a Jesús.
Creo que aquí hay una enseñanza importante en el orden

380
que nos presenta las Sagradas Escrituras, en muchos
lugares, respecto a la vida cristiana:
Primero es necesario dar la espalda al mundo para que
luego podamos volvernos al Señor “Deje el impío su
camino, y el hombre inicuo sus pensamiento, y vuélvase a
Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios
nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7). Para
seguir a Cristo, primero es necesario negarnos a nosotros
mismos, “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, y tome su cruz y sígame” (Mt. 16:24). Sólo después
de despojarnos del viejo hombre es que podemos ser
renovados para así vestirnos del nuevo “… despojaos del
viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos
engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y
vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia
y santidad de la verdad” (Ef. 4:22-24). Primero debemos
renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos antes de
poder vivir en este mundo sobria, justa y piadosamente
(Tito 2:12). Si queremos perfeccionar la santidad en el
temor de Dios, primero es necesario limpiarnos de toda
contaminación de carne y de espíritu (2 Cor. 7:1).
Si primero no quitamos la maleza del jardín, será vano
cualquier esfuerzo de sembrar plantas y abonarlas. El Señor
Jesús también enseñó sobre las consecuencias desastrosas
para el alma que tienen los “pesos”, a los cuales él llama
“espinas”, “El que fue sembrado entre espinos, éste es el
que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño
de las riquezas ahogan la palabra y se hace infructuosa”
(Mt. 13:22). “Si estas cosas llenan y reinan en nuestros
corazones, nuestro gusto por las cosas espirituales se
apagará, nuestra fuerza para llevar a cabo los deberes
cristianos será minada, nuestras vidas serán infructuosas y

381
nosotros seremos inútiles si el suelo de nuestro jardín está
lleno de zarzas y malezas”113.
En conclusión, el primer versículo nos ha mostrado la
necesidad de despojarnos del peso y del pecado para poder
correr con ligereza la carrera que tenemos por delante.
Ahora en el verso 2, nuestro autor nos invita a mantener la
mirada puesta en una sola cosa, en un solo objetivo, en un
solo ejemplo: Jesús. Si queremos correr la vida cristiana de
obediencia y perseverar hasta el fin es necesario que Jesús
sea el objeto exclusivo de nuestra fe, pues, él ya corrió,
antes que nosotros, esta carrera y salió victorioso,
recibiendo el premio y sentándose en el lugar más
encumbrado de la fe, donde nos espera para que nos
sentemos con él.
“puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe,
el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del
trono de Dios” (v. 2).
Analizaremos este verso, de acuerdo a la siguiente
estructura:
1. El objeto de la fe: “puestos los ojos en Jesús”
2. Cabeza y ejemplo de la fe: “el autor y consumador de la
fe”
3. Motivación para el camino sufrido de la fe: “el cual por
el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando
el oprobio”
4. Premio y recompensa de la vida de fe “y se sentó a la
diestra del trono de Dios”

1. El objeto de la fe. “puestos los ojos en Jesús”

113
Pink, Arthur. An exposition of Hebrews. Descargado de:
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_084.htm
En abril 19 de 2012
382
Todo el capítulo 11 se ha enfocado en mostrar ejemplos de
una vida o una carrera de fe perseverante, y todos estos
personajes mencionados son encomiados por la confianza
que depositaron en Dios y la lucha que sostuvieron en
virtud de esta fe y el premio o recompensa que les espera.
No obstante, muy superior a todos estos héroes de la fe, se
encuentra el campeón de la misma, el máximo vencedor, el
que por sobre todos corrió la carrera de la fe y salió
triunfante, es decir, Jesús. La gloria de las victorias
espirituales de todos los héroes de la fe palidece frente al
eximio guerrero vencedor: Jesús, nuestro adalid.
Jesús es el ejemplo culmen de la fe, y es tan superior a los
demás héroes mencionados en la Biblia, que no se le pone
junto con el resto de personajes del capítulo 11, sino aparte,
mostrando así que él es superior a todos.
Los escritores bíblicos no coinciden en su forma de apreciar
a Jesús con los modernos “maestros de la religión y la
espiritualidad ecuménica”, los cuales ven en Cristo a un
gran maestro similar a otros que se hicieron llamar así
(Buda, Confucio, Mahoma, etc), sino que para ellos, los
escritores bíblicos, Jesús es único, lo máximo,
incomparable, exclusivo. Él no sólo es el más grande y
perfecto ejemplo de una vida de fe, sino que es también el
objeto de la fe de todos los creyentes. “Si una de las
condiciones para correr la carrera de la fe es dejar de mirar
a lo que rodea o asedia, o también en otra acepción a
aquello que distrae, la exhortación establece la solicitud del
creyente en cuanto a la orientación de su visión: La aparta
del entorno para fijarla en la meta que es Cristo mismo. El
cristiano corre en la vida de fe para encontrarse finalmente
en la meta con Jesús”114.
En nuestra carrera de fe encontraremos muchas
distracciones, no sólo en relación al pecado y los atractivos

114
Pérez Millos, Samuel. Hebreos. Página 709
383
mundanales, sino también en cuanto al dolor, el sufrimiento
y la adversidad. Pero la enseñanza del autor sagrado es
clara: No debemos poner la mirada ni en las distracciones
del peso y del pecado, ni en los sufrimientos, tormentas o
adversidades. El buen atleta tiene su mirada puesta en la
meta, en el premio, en el galardón. Cuando debe enfrentar
cualquier obstáculo, por muy formidable que sea, logra
superarlo porque él se mantiene mirando a lo lejos, a la
meta, es decir, a Cristo. Jesús y sólo Jesús debe ser nuestro
objetivo final, nuestra meta, nuestro incentivo para seguir
luchando la vida de fe. Si tenemos otro propósito para
nuestra vida cristiana entonces estamos desenfocados y
pronto el desánimo nos destrozará.
Jesús es superior a los otros ejemplos de fe, porque todos
los héroes mencionados en el capítulo 11 corrieron y
ganaron por que les caracterizó una sólo cosa importante:
se sostuvieron como viendo al invisible (v. 27) que se
encarnó, y estuvo visible para los creyentes del siglo
primero, pero que ahora nuevamente es visto solo a través
de los ojos de la fe. Ellos se sostuvieron viendo a Jesús,
como el objetivo de la fe.
Si la mirada expectante no está puesta sólo en Jesús,
entonces fracasaremos, pues, muy pronto seremos
decepcionados por los líderes cristianos que tomamos como
modelo a seguir. Cuánta lentitud en su crecimiento
espiritual experimentan los que ponen la mirada en el resto
de creyentes que también adelantan la misma carrera, y se
enfrascan en los fracasos, debilidades y caídas de los
demás, dejando de mirar exclusivamente a Jesús. “Este
mirar a Jesús constituye el ejemplo supremo en la vida de la
fe, del que no se puede desviar la atención si se desea
alcanzar la victoria, porque todo creyente es “más que
vencedor” por medio de Él (Ro. 8:37). El secreto del
triunfo se alcanza sólo en la vinculación con Cristo, “Más a
Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo
384
Jesús” (2 Co. 2:14). La advertencia del Señor también es
firme: “Separados de mí, nada podéis hacer” (Jn. 5:15). No
importa cuál sea el discurrir de la senda en la carrera de la
fe, si el creyente descansa firmemente en Jesús y vive la
vida de Él por medio de la fe, siempre tiene a disposición
los recursos para una vida victoriosa, pudiendo decir como
el apóstol Pablo: “Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece” (Fil. 4:13)”115.
Cuando el pastor cae, miramos a Jesús. Cuando el diácono
cae, miramos a Jesús. Cuando nosotros mismos caemos,
miramos a Jesús. Cuando la tormenta arrecia, miramos a
Jesús. Cuando el mundo se vuelca contra nosotros,
miramos a Jesús. Nada hay más glorioso y que conforte al
alma en medio del paso por el desierto de este mundo que
poner la mirada en Jesús, el autor y consumador de la fe.

2. Cabeza y ejemplo de la fe: “el autor y consumador de


la fe”
Debemos mirar a Jesús porque él no sólo es nuestra meta o
nuestro premio, sino que él es nuestro ejemplo. Él no sólo
es el camino por donde debemos correr la vida de fe, sino
que él mismo corrió la carrera y la ganó.
Miramos a Jesús cuando vemos sus pisadas que quedaron
marcadas en la senda, mostrándonos por dónde debemos
andar, de allí que el apóstol Pedro nos exhorte diciendo que
Cristo padeció: “dejándonos ejemplo, para que sigáis sus
pisadas” (1 P. 2:21).
Cuando el autor de la carta, ahora en el verso 2, nos invita a
poner la mirada en Jesús, no está descalificando a los
héroes de la fe del capítulo 11 como ejemplos a imitar, pero
si está diciendo que ningún otro hombre pudo alcanzar la
dimensión absoluta de Jesús como ejemplo de una
obediencia perfecta.

115
Pérez Millos, Samuel. Hebreos. Página 709
385
Jesús “va adelante en la carrera cristiana, abriendo el
camino para correrla y mostrando el modo de hacerlo. Es
Jesús el que fue adelante abriendo y marcando el camino de
la vida de fe, dejando ejemplo personal a Sus seguidores e
imprimiendo en el camino del mundo las huellas personales
de sus pisadas, esto es, de su propia experiencia como
hombre”116.
Que el autor está hablando de la naturaleza humana de
Cristo es claro en el nombre que usa para referirse a él:
Jesús. Ya no le llama Hijo de Dios, sino, simplemente
Jesús. Este nombre identifica la humanidad que asumió la
Segunda persona de la Trinidad.
Jesús, en su naturaleza humana caminó por la vida terrena:
nació, creció, padeció hambre y sed, sufrió de los mismos
vejámenes que caracterizan la vida humana, fue
despreciado, tentado, puesto a prueba, y murió la muerte
más cruel e ignominiosa de que se podía morir en su
tiempo: ser crucificado; más nunca pecó. Él nos dio
ejemplo con su vida de lo que es caminar exitosamente la
vida de fe. Por lo tanto, Dios lo ha constituido en el modelo
a seguir por todos los creyentes, siendo a la misma vez el
camino y la meta (1 P. 2:21). “Un constante mirar a la
gloria de Cristo reavivará y hará que nuestra vida espiritual
florezca y prospere… Cuanto más contemplamos la gloria
de Cristo por la fe, más espiritual y más celestial será el
estado de nuestras almas. La razón por la que la vida en
nuestras almas decae, es porque llenamos nuestras mentes
de otras cosas… Pero cuando la mente se llena con
pensamientos de Cristo y de Su gloria, esas otras cosas
serán expulsadas… Así es como nuestra vida espiritual es
reavivada”117.
Los expertos en griego bíblico afirman que la palabra
griega usada aquí para “autor” (ton archëgon), realmente

116
Pérez Millos, Samuel. Hebreos. Página 710
386
significa “el que está a la cabeza, el líder, el pionero”. El
mismo sentido de la palabra archëgon se encuentra en el
2:10 “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas
las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que
habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase
por aflicciones al autor (capitán) de la salvación de ellos”;
o en Hechos 3:15 “Y matasteis al Autor (al Príncipe) de la
vida”. En todos estos pasajes el sentido de la palabra es el
líder o jefe, el que va con antelación a los que le siguen.
Jesús es el que lidera la larga procesión de todos los
hombres que han vivido una vida de fe, él es el gran
modelo a imitar por todos los creyentes. Jesús es el capitán
del equipo de los vencedores, y lo miramos a Él esperando
siempre sus instrucciones y órdenes.
Aunque parezca extraño, Jesús, en su calidad de hombre,
vivió una vida de fe. Esto no significa que Dios tenga fe,
como enseñan erróneamente los modernos proponentes de
la mal llamada “teología de la fe”, pues, Dios no tiene fe,
ya que esto implicaría que sobre Dios hubiese un ser más
grande y poderoso en el cual depositar su confianza, lo cual
es una herejía. Pero Jesús, el hombre perfecto, quien se
despojó de su gloria en los cielos para vivir la vida humana
en su plenitud, el cual, en esa condición de humillación dijo
ser inferior al Padre (Jn. 14:28), necesitó vivir una vida de
fe. “Caminó por la fe, buscando siempre al Padre. Habló y
actuó en filial dependencia al Padre. Por la fe, él apartó la
mirada de todos los desalientos, las dificultades y
oposiciones, pues, había comprometido su causa con la del
Señor que lo había enviado, con el Padre, cuya voluntad Él
había venido a cumplir. Por la fe resistió y venció todas las
tentaciones, así éstas procedieran de Satanás, de las falsas
expectativas mesiánicas de Israel o de sus propios

117
Phillips, Richard. Hebrews. Reformed Expository Commentary.
Página 533 (citando a John Owen)
387
discípulos. Por la fe, él hizo señales y prodigios, en las
cuales se simbolizaba el poder y el amor de la salvación de
Dios. Antes de resucitar a Lázaro, en el poder de la fe, dio
gracias a Dios de que lo oía todos los días. Y aquí se enseña
la naturaleza de todos sus milagros: Confió en Dios. De su
propia experiencia él pudo de decir: “Tened fe en Dios”118.
Miremos a Jesús y veamos cómo vivió él la vida de fe. En
primer lugar, fue una vida vivida en completa dependencia
de Dios. Jesús experimentó en su transitar por este mundo
lo que dijera Proverbios 3:5, 6 “Fíate de Jehová de todo tu
corazón,…reconócelo en todos tus caminos”. Nunca ningún
hombre estuvo tan rendido a la voluntad de Dios como lo
hizo Jesús. Él pudo decir de su propia experiencia de
obediencia “Yo vivo por el Padre” (Jn. 6:57). Cuando fue
tentado a convertir las piedras en pan para satisfacer su
agónica hambre, él pudo responder diciendo: “no sólo de
pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios” (Mt. 4:4). Estaba tan seguro del amor y del
cuidado de Dios hacia él que esperó en el Todopoderoso
con plena confianza, sin vacilar. Su vida de fe fue tan
manifiesta ante los hombres, que sus enemigos se burlaron
de él diciendo “Se encomendó a Jehová, líbrele él; sálvele,
puesto que en él se complacía” (Sal. 22:8).
En segundo lugar, la vida de fe de Jesús se manifestó en la
comunión con Dios. Nunca otra persona vivió en plena,
profunda y total comunión con Dios el Padre. Jesús vivió
toda su vida en la presencia del Padre. Jesús pudo decir con
total seguridad: “A Jehová he puesto siempre delante de
mí” (Sal. 16:8). Él estaba seguro de que la vida de fe
consiste en hacer la voluntad del Padre y en mantener la
comunión con él, por eso dijo: “Porque el que me envió,
conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo

118
Pink, Arthur. An exposition of Hebrews.
http://www.pbministries.org/books/pink/Hebrews/hebrews_084.htm
388
hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29). Jesús amaba
estar en comunión con el Padre y no quiso vivir un segundo
de su vida alejado de su presencia. Él reconoció al
Todopoderoso creador como su Dios y desde los primeros
días de su existencia terrena se entregó a él: “Desde el
vientre de mi madre, tú eres mi Dios” (Sal. 22:10). Esto no
fue mera retórica, sino que en su vida práctica dependió
completamente del Padre “Levantándose muy de mañana,
siendo aun muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y
allí oraba” (Mr. 1:35).
En tercer lugar, la vida de fe de Jesús se manifestó en su
obediencia a la voluntad de Dios. Él sabía que “la fe obra
por el amor” (Gál. 5:6), y también sabía que el amor se
deleita en agradar al ser amado. La verdadera fe se alimenta
con el amor obediente. La fe tiene un gran aprecio y respeto
no sólo por las promesas de Dios, sino también por sus
preceptos o mandamientos. La fe no sólo confía en Dios
para el futuro, sino que también produce sometimiento a su
voluntad en el presente. El hombre Jesús hacía todas las
cosas con el fin de agradar al Padre “porque yo hago
siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29). Desde niño entendió
que la vida del hombre debe ser vivida para la gloria de
Dios “¿No sabías que en los negocios de mi Padre me es
necesario estar?” (Lc. 2:49). Él vivió bajo el imperio de la
Palabra de Dios, en todas las acciones de su vida, de allí
que al final de sus días terrenos haya dicho: “…yo he
guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en
su amor” (Jn. 15:10).
El texto que estamos estudiando no sólo dice que Jesús es
el autor o líder de la fe, sino que es su consumador, es
decir, “es Jesús quien llena plenamente de contenido todas
las demandas de la vida de fe, que no es otra cosa que una
vida de obediente compromiso con Dios, haciendo Su
voluntad. Jesús, por tanto, llevó la fe a la máxima expresión

389
de compromiso, entregando su propia vida en obediencia a
la disposición de Dios, para la que había sido enviado”119.
Jesús, como consumador, es el que perfecciona la carrera
de fe de los creyentes. Nuestros mejores esfuerzos no
producirán un gran avance en el camino de fe si no fuera
por la gracia fortalecedora que procede de Aquel que corrió
la carrera antes que nosotros, pero que también es el Juez
que recompensa y da los premios a los vencedores. Él
“perfecciona redondeando, completando, supliendo todas
las partes”120. A través de Jesús Dios hace su obra en
nosotros, conduciéndola hasta la consumación final, como
dice Pablo “el que comenzó en vosotros la buena obra, la
perfeccionará (consumará) hasta el día de Jesucristo” (Fil.
1:6). La carrera de la fe comienza con Jesús, cuando somos
renacidos, y termina en Él, cuando seamos glorificados en
su presencia.
Jesús es el originador o líder, y también el consumador de
la fe porque él “ha puesto sus fundamentos en nuestros
corazones y a su debido tiempo llevará la fe a su
consumación. Él puede hacer esto porque está capacitado
para hacerlo, y lo hará porque es nuestro hermano (Heb.
12:11-12)”

Aplicación:
- Hermanos, no desmayemos en nuestra carrera cristiana.
Hay peligros, sí. Hay tristezas, sí. Hay adversidad, sí. Hay
caídas, sí. Pero nunca olvidemos que estas cosas no deben
ser distractores, sino que nos mantenemos mirando a Jesús
“quien es al mismo tiempo la meta y el compañero de viaje,
hacia el Que nos dirigimos y con Quien vamos. Lo

119
Pérez Millos, Samuel. Hebreos. Página 711

120
Tylor, Richard. Comentario Beacon: Hebreos hasta Apocalipsis.
Página 158
390
maravilloso de la vida cristiana es que proseguimos
adelante rodeados de santos, sin interés en nada más que la
gloria de la meta, y siempre en compañía del Que ha
recorrido el camino y alcanzado la meta, Que nos espera
para darnos la bienvenida cuando lleguemos al fin de la
carrera”121.
- Junto con Arthur Pink también podemos afirmar que “hay
poco cristianismo real en el mundo de hoy, pues, el
cristianismo consiste en ser conformes a la imagen del Hijo
de Dios. Mirando a Jesús constantemente, con confianza,
en sumisión, con amor, con la mente y el corazón ocupados
sólo en él, ése es el secreto del cristianismo práctico. En la
medida que estamos ocupados con el ejemplo que Cristo
nos ha dejado, sólo en la proporción en la que estamos
viviendo con él, estamos realizando el ideal que se ha
puesto delante de nosotros. En Él radica el poder, de Él
deben ser recibidas las fuerzas para correr con paciencia y
firme perseverancia. El cristianismo genuino es una vida
vivida en comunión con Cristo: “Porque para mí el vivir es
Cristo” (Fil. 1:21), “Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí;
y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de
Dios” (Gál. 2:20). Cristo vive su vida en mí y por mí.

121
Barclay, William. Comentario al Nuevo Testamento. Página 920
391
Puestos los ojos en Jesús (segunda parte)

Hebreos 12:2
Introducción:
Cuando nosotros vemos a los grandes deportistas del
mundo recibir premios y galardones como el mejor
futbolista, o el mejor ciclista, o el mejor atleta, les
admiramos por el lugar honroso en el cual se encuentran.
Algunos jóvenes quisieran también llegar a estar en un
lugar de reconocimiento como el de estos deportistas.
O, también, cuando escuchamos de algunos empresarios
que han tenido éxito en sus empresas, o escritores que
reciben el premio nobel de literatura, algunos de nosotros
anhelaríamos contar con la dicha de llegar a lugares tan
encumbrados, pues, es muy honroso y placentero recibir
reconocimientos de talla regional, nacional o mundial.
Algunos pueden pensar: “!Qué afortunadas son estas
personas! ¡Nacieron con una estrella!”. Pero la realidad es
que estas personas no nacieron con una estrella, sino que
están recibiendo el fruto de un trabajo arduo, de una
disciplina estricta, de una preparación incesante y de
muchos pero muchos sacrificios.
Los grandes logros se obtienen a través de grandes
sacrificios y grandes esfuerzos.
En nuestro estudio del capítulo 12 de la carta a los Hebreos
hemos aprendido que la vida cristiana es como una carrera
que inicia cuando ponemos la fe en Cristo como nuestro
Salvador y Señor, y prosigue hasta la muerte física. Hemos
visto que esta carrera requiere despojarnos de cualquier
peso y pecado, y, por sobre todo, requiere mantener la
mirada puesta solamente en Jesús, quien es el pionero de la

392
fe, quien caminó la senda de la fe, ganó la carrera y ahora
es el mejor ejemplo para el creyente, pero no sólo un
ejemplo, sino la fuente y el perfeccionador de la fe, pues,
no se trata de un mero esfuerzo humano, el cual sólo
conduce a la autoconfianza, la vanagloria y el infierno, sino
de un esfuerzo bajo el poder habilitador de la gracia
soberana del Señor.
En la segunda parte del verso 2, nuestro autor nos mostrará
con más detalles el ejemplo que nos ha dado Jesús, para
que seamos animados a continuar con nuestra carrera
espiritual, a pesar de cualquier adversidad o sufrimiento
que nos pueda generar el hecho de ser cristianos. Veamos
los dos puntos finales de nuestro estudio:

3. Motivación para el camino sufrido de la fe: “el cual por


el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando
el oprobio”
4. Premio y recompensa de la vida de fe “y se sentó a la
diestra del trono de Dios”

3. Motivación para el camino sufrido de la fe: “el cual


por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz,
menospreciando el oprobio”
Las dos cláusulas de esta sección del pasaje pueden ser
presentadas así: Debido a la recompensa que Dios le
prometió a Jesús, éste, se dispuso a sufrir pacientemente la
ignominia de la cruz, considerándola como insignificante,
frente a la alegría o el gozo que le esperaba, únicamente,
después de haber atravesado el camino de la muerte por
crucifixión.
Esta declaración es muy interesante y para ser comprendida
en su profundidad es necesario aclarar ciertos elementos. El
Hijo de Dios, la Segunda persona de Trinidad, tuvo una
existencia en el eterno pasado de perfecto gozo. En Dios
siempre hay pleno y completo gozo. Ahora, cuando la
393
Segunda Persona de la trinidad se encarnó “se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los
hombres” (Fil. 2:7). Esto no significa que la Segunda
persona dejó de ser Dios, sino que tomó la forma de
hombre, pero no una mera apariencia de hombre, sino que
realmente era un hombre, con todas las limitaciones que
éstos tienen. Él, de manera voluntaria, renunció a la gloria
que compartía con el Padre y al estado de pleno gozo, para
vivir en calidad de hombre. Estando en esta condición
humana de limitaciones, él caminaría como un siervo de
Dios y cumpliría con Su voluntad, de la misma manera
como deben hacerlo todos los hombres; se sometería al
destino que Dios le había trazado de sufrimientos y
privaciones, y luego de andar por la senda de la obediencia
sería exaltado a la gloria divina, a la diestra del Padre,
donde antes había estado.
Por decirlo así, y debo ser cuidadoso al expresarlo, Jesús
debió trabajar por alcanzar el estado de gloria y pleno gozo
que había disfrutado eternamente con el Padre, al cual
había renunciado voluntariamente (sólo en su condición
humana, más no en la divina), y esta recuperación se debía
dar a través de la paciente obediencia en medio del
sufrimiento que le causaría vivir como hombre santo en una
sociedad entregada al pecado y aborrecedora de Dios.
Insisto, no en su aspecto divino, sino en el humano, Jesús
debía alcanzar la plena gloria por medio de su obediencia.
Aunque no es fácil comprender la cristología y ni tampoco
separar la naturaleza humana de la divina, sin caer en
declaraciones heréticas, el autor de la carta a los Hebreos,
en esta sección, está resaltando la humanidad de Cristo,
para decirnos que Jesús, en su calidad humana, tuvo que
trabajar arduamente para lograr alcanzar el estado de pleno
gozo y gloria que ahora, en su calidad divina y humana,
disfruta a la diestra del Padre.

394
Antes de la gloria y el gozo, debió padecer el desprecio y el
dolor.
Ante el Jesús hombre fue puesta una meta: la gloria y el
gozo celestial, por lo tanto, con el fin de alcanzarla, debía
correr la carrera del sufrimiento, del desprecio y de la cruz,
obteniendo, al final, el gozo perdurable y perfecto. Él
siempre se mantuvo mirando hacia esa meta, y cuando el
sufrimiento llegó a su clímax, en medio de la agonía y el
cansancio más grande, pudo orar al Padre: “… sino puede
pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu
voluntad” (Mt. 26:42).
Jesús es el mejor y perfecto ejemplo de fe, porque sólo él
pudo conocer en toda su dimensión y profundidad lo que es
el sufrimiento por causa del Evangelio. Los creyentes
hebreos, a los cuales se escribe la carta que lleva su
nombre, estaban sufriendo por causa de Cristo, y algunos
estaban considerando abandonarlo todo porque ya no
podían soportar más la lucha; su fe estaba menguando y
pensaban que ya lo habían soportado todo, que su
sufrimiento era más grande que el del resto de creyentes.
Pero el autor, con tacto y suavidad, les ha ido mostrando
que los héroes de la fe pasaron por grandes sufrimientos, y
ellos no debían deshonrar la guerrera historia de sus
antepasados, claudicando ante leves dolores, comparados
con los de sus predecesores.
Pero ahora nuestro autor llega al culmen de los ejemplos, al
ejemplo de ejemplos, es decir, Jesús. El modelo perfecto de
lo que es sufrir por el evangelio. Pero el autor no sólo
quiere motivar a estos sufridos creyentes a soportar con
estoicismo la adversidad por causa de Cristo, sino que pone
delante de ellos un ejemplo que les enseñará una preciosa
verdad: el mejor aliciente para soportar el sufrimiento es la
esperanza de la dicha, el gozo y la gloria eterna.
Jesús mismo no era un estoico, el realmente sufrió con
pasión los dolores y adversidades de este mundo hostil, y
395
cuando el sufrimiento estaba en su punto más alto, su
ánimo cobraba valor llenando su corazón de una santa
pasión por la gloria que estaba reservada en los cielos. El
profeta Isaías nos hace una descripción de lo que fue la vida
de sufrimiento de Jesús: “Despreciado y desechado entre
los hombres, varón de dolores, experimentado en
quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y
nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y
abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido
por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre
él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Angustiado él, y
afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al
matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue
quitado. Y se dispuso con los impíos su sepultura… aunque
nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo
eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a
padecimiento. ¿Qué le dio fuerzas para soportar tan
profundos sufrimientos? Cuando haya puesto su vida por
expiación del pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y
la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el
fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is.
53:3-11).
Cuando Jesús tuvo que soportar los feroces e injustos
ataques de los fariseos y de los religiosos de su tiempo, lo
hizo con paciencia, mirando el gozo que le esperaba al
terminar su carrera de sufrimientos; cuando sus discípulos
mostraban poco crecimiento espiritual y parecían retroceder
en vez de avanzar en la comprensión de la misión de Cristo,
él soportó con paciencia mirando el gozo que le esperaba al
terminar su trabajo; cuando las personas que eran objeto de
sus milagros no mostraban agradecimiento ni conversión al
verdadero Dios, él soportó con paciencia mirando el gozo
396
que le esperaba; cuando el poder político se unió con el
religioso para conducirlo a un juicio injusto y viciado, él
soportó mirando la corona de gloria y gozo que le daría Su
padre en recompensa por tan abnegada lucha; cuando la
gente por la cual él vino lo rechazó y pedían que lo mataran
como si fuera uno de los más peligrosos criminales, soportó
con paciencia mirando el gozo que esto traería a su alma y
al Padre Eterno. Cuando los punzantes e hirientes clavos
atravesaban su carne, y las espinas causaban dolor y ardor
en su frente, cuando la sed agobiante invadía su cuerpo, y
los estertores de la muerte le hacían temblar, soportó con
paciencia mirando a lo lejos la recompensa bienaventurada
de tanto sufrimiento.
Jesús nos enseñó lo que es verdaderamente el camino de la
fe. Es una senda de sufrimiento que se sostiene sólo a
través de la fortaleza que produce el saber que al final nos
espera una corona de gloria y un gozo perfecto. Es decir, el
camino de la fe, nos enseña que la verdadera y completa
felicidad no se alcanzará sin antes pasar por la senda del
dolor.
Jesús soportó el hórrido sufrimiento de la cruz porque de
antemano, por medio de la fe, pudo ver las gozosas
consecuencias que este acto de amor traería para el pueblo
elegido y el gozo que inundaría a los cielos al ver la
poderosa salvación que se desplegaría en favor de la
humanidad elegida (Luc. 15:7).
Jesús soportó con paciencia el sufrimiento de la cruz
porque sabía que así se cumpliría el propósito salvador del
Padre, y su gozo estaba ligado al gozo del Padre. La vida
humana de Jesús tuvo un solo principal propósito: agradar
al Padre y ser causa del gozo divino a través del
cumplimiento de su consejo eterno y la salvación de todos
los elegidos, esto tenía más valor para Jesús que su propia
vida, honor o reputación.

397
Cuando Jesús comparaba el sufrimiento terreno con el gozo
de la gloria eterna al lado de Su padre, el dolor terrible de la
cruz le pareció cosa insignificante. Las glorias celestiales
hacen que las adversidades del mundo presente parezcan
pequeñas punzadas, que nos hacen correr con más vigor la
carrera que nos conducirá al gozo perfecto en la presencia
eterna del glorioso Dios.
El dolor y la vergüenza son los dos elementos constitutivos
de todos los sufrimientos externos, y ambos fueron muy
evidentes en la muerte en cruz. Pero Jesús pudo despreciar
la vergüenza de la cruz, porque el Padre había puesto
delante de él la alegría de la gloria celestial.

4. Premio y recompensa de la vida de fe “y se sentó a la


diestra del trono de Dios”
La carrera de la fe no terminará en un premio cuyo gozo es
pasajero, no. Cuando el cristiano termina de correr la
carrera recibirá un puesto de honor y gloria que no tiene
comparación con la gloria mundana que reciben los grandes
galardonados por ser buenos deportistas, o excelentes
escritores o prósperos empresarios. Esta gloria humana es
nimia frente al lugar de honor que recibirán en los cielos
todos los que corrieron la carrera y la ganaron.
Y el mejor ejemplo de la gloria, recibida al final de la
carrera sufrida de la fe, es Jesús.
Una vez que Jesús hubo terminado su carrera en esta tierra,
luego de sufrir la ignominiosa cruz, y de transitar por los
lúgubres senderos de la muerte, resucitó victorioso de la
tumba, en señal de que su sacrificio había sido aceptado por
el Padre, y como indicador de que su obra había sido
perfecta y, por lo tanto, se constituyó en el Salvador de la
humanidad.
No alcanzamos a imaginar cómo fue la coronación de
Cristo en los cielos, cuan estruendoso y esplendoroso
estaba el cielo cuando Jesús recibió la corona por haber
398
terminado la carrera en la tierra. De seguro que en ese
maravilloso día las huestes de ángeles se aprestaron para
hacer una calle de honor al victorioso rey que había
triunfado sobre el dolor y la muerte, y con trompetas de oro
tocaron las más maravillosas notas de alegría que jamás se
hubiesen escuchado en los majestuosos cielos. Ese día, el
cielo brilló en todo su esplendor porque el humilde Cordero
de Dios había cumplido con el pacto eterno de redención y
ahora el Padre, al cual había obedecido, amado, y en quien
había depositado absolutamente su fe, le esperaba con los
brazos abiertos para coronarlo de toda gloria y honra y
sentarlo a su diestra, como gobernante y Rey.
Ved al Cristo, rey de gloria, es del mundo el vencedor;
De la guerra vuelve invicto, todos deben dar loor.
Exaltadle, exaltadle, ricos triunfos trae Jesús;
entronadle en los cielos, en la refulgente luz.
Pecadores se burlaron, coronando al Salvador;
Ángeles y santos danle su riquísimo amor
Escuchad las alabanzas que se elevan hacia él;
victorioso reina el Cristo; adorad a Emmanuel122.
El resultado de la vida de fe fue su coronación en los cielos
y el recibir toda autoridad. “Y estando en la condición de
hombre, se humilló así mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le
exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo
nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda
rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y
debajo de la tierra” (Fil. 2:8-10).
Pero lo sorprendente es que Jesús quiere compartir su gloria
y reinado con todos los que corren la misma carrera de fe y
salen victoriosos. Todos los que imitan a Jesús y siguen su
ejemplo de fe, paciencia, sumisión a la voluntad de Dios y
disposición al sacrificio, un día, recibirán una gloriosa

122
Himnario “Celebremos su gloria”. Libros Alianza. Streamwood.
399
bienvenida en los cielos y se sentarán con Jesús en el Trono
de gloria, reinando y juzgando con él:
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi
trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi
Padre en su trono” Ap. 3:21
“Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le
daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de
hierro, y serán quebradas como vaso del alfarero; como yo
también la he recibido de mi Padre” Ap. 2:26-27
“¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?...
¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? 1 Cor.
6:2-3
“Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y
coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente
con él, par que juntamente con él seamos glorificados” Ro.
8:17
Ahora tenemos en los cielos, no sólo un sacerdote que
intercede por nosotros, como ya nos lo enseñó el autor de la
carta, sino a un guerrero vencedor que nos da aliento con su
ejemplo y nos infunde fortaleza desde su lugar de honor y
autoridad.
Conclusión:
- Para ser seguidores reales de Jesús es necesario tomar
nuestra cruz cada día. Los creyentes hebreos estaban
abrumados por los padecimientos que sufrían como
consecuencia de ser cristianos, y algunos se avergonzaban
de este padecimiento, pero más bien ellos deberían estar
avergonzados de tratar de evadir la cruz que debían llevar
sobre sus hombros. Aunque nuestra cruz parezca muy
pesada, nunca será igual a la de Cristo, pero si la llevamos
con paciencia y nos mantenemos perseverantes en el
camino de la fe, tendremos el privilegio más sublime que
hombre alguno alcanzara, la honra sin fin que todo hombre
debe anhelar: nos sentaremos con Cristo en el Trono de
gloria y viviremos para siempre gozando de la comunión
400
con él. “Desde su exaltada posición en el cielo a la diestra
de Dios, Jesús nos capacita para persistir, para soportar y
para ser fieles a Dios y a su Palabra”123. Que esta esperanza
y meta de nuestra carrera, nos anime a correr sin desmayar
hasta el fin.

123
Kistemaker, Simon. Hebreos. Página 434
401
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