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EL GATO DE OJOS AZULES.

Por aquel gato de ojos azules todas las gatas de vecindario andaban locas. Era un gato muy bello,
suavecito, pequeñito y tímido, que le tenía miedo a todas las gatas del mundo; no podía verlas ni
siquiera en fotografía porque salía espantado con los pelos de punta. Ya no salía a la calle, no se
calentaba en el tejado ni se descuidaba en el sofá: las gatas lo buscaban por todas partes. El pobre
gato pensó que la solución era disfrazarse. Se buscó una pata de palo, una lora y un parche para
el ojo izquierdo.
Así, disfrazado de pirata, con la escandalosa lora al hombro, salió a la calle a ver qué pasaba.
Y esto fue lo que pasó las gatas se amontonaron gritando qué pirata más bello, con quién se
casará. Y es que reconocieron el ojo azul destapado y lo sedosos bigotes. Las gatas lo llenaron de
besos y le arrancaron algunos pelos y en el despelota aquel, la lora quedó toda desplumada, hasta
que vino la mamá del pobre gato y se lo llevó para curarlo del corazón. El susto fue tremendo.
- Tu si eres pendejo – le dijo la mamá gata.
Entonces llegó una gata miope al barrio. Venía de país y usaba unos anteojos dorados para leer
poemas en francés y escribir cartas con una letra preciosa a sus lejanas amigas. No se entretenía
con nadie. Cumplía con puntualidad su noble oficio de caza ratones y no perdía el tiempo en
cotorreos. Era muy limpia y ordenada, se peinaba ante el espejo redondo de la sala y cantaba la
Marsellesa. El gato de ojos azules la vio una mañana pero ella a él no. El corazón le dio un brinco,
que cosa más rara. No pudo dormir de tanto pensarla, hasta perdió el apetito y se sintió débil
atormentado. Al otro día la volvió a ver en la ventana y el brinco se repitió. El gato pensó que
necesitaba un remedio. “Su amor es mi único remedio”, se dijo, reconociendo el mal y el
tratamiento. Así que se armó de valor y se acercó a la gata miope con los ojos más azules que
nunca y los bigotes más sedosas, más estirados, más elegantes.
•  ¿ Y tú quién eres?
•  Un vecino que anda loco por ti – le dijo el gato.
•  Ah- dijo la gata, que sabía de aquellos sufrimientos- te invito el domingo a mi platito de leche. El
gato de ajos azules regresó el domingo con un ramo de flores. Todo perfumadito. Todo
enamorado. Con un corbatín rojo recién comprado. Y qué leche más rica la de aquella gata.
Las gatas del vecindario suspiraron, era hora de pensar en otro gato. Pero no siguieron su propio
consejo por que no pudieron olvidarlo. Veían al gato enamorado y se les partía el corazón, se les
escapaban los ratones de tanto embeleso. Le regaron de flores el camino y el gato, nada coqueto y
siempre fiel ni se dio cuenta. Le escribieron bellísimas tarjetas con corazones atravesados con
flechas y el gatotas arrojó a la basura. Ante tanta indiferencia el cuchillo de los celos y el otro
cuchillo de la rabia pudieron más y una noche que el gato de ojos azules venía de la casa de la
gata miope cantando sus recientes dichas, las malvadas gatas se le atravesaron y le apropiaron
una soberana paliza que lo dejo medio muerto.
-Para que aprenda, traidor- le dijeron.
La gata miope escuchó los gritos y corrió en busca de su enamorado. Lo encontró al final d la calle.
Tirado en el suelo, quejándose de que le habían dejado el rabo pelado de tanto mordisco, y lo llevó
como pudo a la casa de su madre, donde lo remendaron y lo cuidaron día y noche, hasta que se
repuso y la cola se le volvió hermosa otra vez. Se quisieron más que nunca. La gata miope, furiosa
ante tanto acoso, puso la queja a la policía, que vino por las gatas y las encerró, luego le dijo al
gato que se fueran lejos, a París o a Caracas, donde no volvieran a saber nada de aquellas gatas
malvadas. La madre les dio la bendición y les encargó que le escribieran muchas cartas. Las gatas
al fin regresaron de la cárcel, donde aprendieron la lección. Poco a poco se olvidaron de aquel gato
de ojos azules y se entusiasmaron por otros gatos. Últimamente había por ahí unos gatos apuestos
que montaban en bicicleta y bailaban con una gracia fascinante. Del entusiasmo el barrio se llenó
de gatitas y gatitos que no dejaban dormir. La madre del gato de ojos azules recibía de Paris
postales que lo hablaban de la felicidad de la pareja y de la buhardilla donde vivían Evelio y Paula,
unos ancianos bondadosos que los mantenían a cuerpo de rey. Decían que pronto venían a
visitarla. Que vendrían todos por que la pareja llegó con un montón de gatitos, como antes su
padre, no podían ver a una gata ni en pintura. Eran unos gatitos muy bellos, suavecitos, pequeñitos
y tímidos. Por aquellos gatos de ojos azules todas las gatas del vecindario se volvieron locas.

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