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La modernidad liquida
La "riqueza de las naciones" -si es que aquella idea aparecía- era algo que, para
los gobernantes de los Estados premodernos, podía traer sufrimiento o alegría,
pero que de un modo u otro había que aceptar plácidamente tal como se
aceptaban los restantes inescrutables designios de la Providencia.
La modernidad nació bajo el signo de ese orden: del orden visto como una tarea
sujeta al diseño racional y a la supervisión constante, y sobre todas las cosas, a
una administración quisquillosa. La modernidad se empeñó tanto en la propia
tarea de hacer del mundo algo administrable como en administrarlo celosamente
luego; este celo administrativo se sustentaba en la convicción no del todo
infundada de que cuando las cosas se dejan libradas a sus propias fuerzas,
tienden a romperse o a perder el control. La modernidad se propuso la eliminación
de lo accidental y lo contingente. Si es que efectivamente es posible siquiera
esbozar los lineamientos del tan mentado "proyecto moderno", sólo puede
pensárselo como una glosa retrospectiva apoyada en la firme intención de insertar
la determinación allí donde de otro modo el accidente yelazar reinarían: hacer de
lo ambiguo algo eindeutig, de lo opaco algo transparente, de lo espontáneo algo
calculable y de lo incierto algo predecible; inyectarle a las cosas el reconocimiento
de un propósito determinado, obligarlas a esforzarse por cumplir con ese
propósito.
Los proyectos de vida, los desafíos y tareas de la vida, tienden a asumir hoy en
día un color y una forma muy distintos de los que lucían hace medio siglo. Solían
ser, esencialmente, respuestas a los objetivos de un poder orientado a la
construcción y la conservación de un orden; hoy en día, también esencialmente,
son más bien la respuesta al adelgazamiento y la caída de esos objetivos.
EL CAPITAL BIOGRAFICO.
EXPERIENCIA VIVIDA