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Qué si los gays deberían adoptar, qué si los gays deberían casarse, qué si los abortos
deberían ser legales, qué si el cyberbullying debe tomarse en serio, qué si la tecnología es
mala, etc. Esa pequeña minoría se levanta defendiendo lo que cree que es correcto o tienen
la razón, pero la verdad es que no hay verdad absoluta (sí, me fume un porro). Mientras en
la sociedad rija la democracia, la mayoría será la que decide qué está bien y qué no,
independientemente de si esté bien o no. Porque así funciona nuestro sistema. A veces la
mayoría es tan abultada que la minoría nunca llegará a algo lejos, pero cuando los idealistas
se abren a la posibilidad de que sus padres los educaron de una manera un poco cerrada a
posibilidades, entonces se hace un 50/50.
Los hipsters en general se dice que son amantes de la moda no apreciada (pero que será en
un mes) o vintage, escuchan música indie y descubren las canciones que surgirán como
futuras obras maestras por la población en general. Y sí, no se equivocan. Pero no es un
defecto ni un dolor de trasero (excepto por los guanabis o los habladores). Ser hipster es un
estilo de vida que busca la inminencia de la existencia del ser humano y sus contrapartes.
Puro pedo, ser hipster es simplemente querer regir una futura moda. Yo en parte soy hipster
con la música y los temas políticos, sin irme al extremo, por supuesto. Y es que gente como
los hipsters son necesitados. Sin todos nosotros la gente se estancaría en una moda vaga y
simple, o incluso repetitiva. Es interesante darle un estilo diferente a las cosas, o al menos
así lo creo yo. Así surgen bandas como Fall Out Boy o el aparentemente gusto de todos por
usar sepia en sus fotos de Instagram. Es natural, es evolutivo.
Volviendo a la teoría de la excepción, creo que esta es la única frase que se puede
considerar cierta la veas por donde la veas. La misma teoría se arregla de sus problemas
diciendo que se puede equivocar al haber una excepción a ésta, lo cual lo hace
completamente cierto. Incluso la excepción tiene una excepción. Se le llama verdad
absoluta, o por su otro nombre: lo imposible.