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4 Cuentos De

Navidad
Contenido
4 Cuentos De Navidad ................................ 1
La niña de los fósforos, Hans Christian Andersen . 3
¡Santa Claus no lo sabía!, Héctor Ugalde ............... 7
Un Sueño De Navidad, Guillermo Tribín Piedrahita
.............................................................................. 11
Carta A La Navidad Del 2025 .............................. 15
La niña de los fósforos, Hans
Christian Andersen

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía


encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío
y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con
la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero
no le habían servido mucho tiempo. Eran unas
zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan
grandes, que la niña las perdió al apresurarse a
atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes
que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos,
que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el
delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas
de fósforos y tenía en la mano una de ellas como
muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había
presentado, y, por consiguiente, la niña no había
ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho
frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de
nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le
caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no
pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través
de las ventanas; el olor de los asados se percibía por
todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta
festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón
entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y
entumecía sus miembros; pero no se atrevía a
presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y
sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y,
además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían
bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque
las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y
trapos viejos. Sus manecitas estaban casi yertas de frío.
¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una
cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a
frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una.
¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una
llama clara y caliente como la de una velita cuando la
rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la
niña que estaba sentada en una gran chimenea de
hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de
latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan
hermoso! ¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus
piececillos para calentarlos también; más la llama se
apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que
un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló
como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared,
se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó
ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por
un blanco mantel resplandeciente con finas
porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de
trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa!
¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave
saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor
y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta
llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó,
y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.
Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse
sentada cerca de un magnífico nacimiento: era más
rico y mayor que todos los que había visto en aquellos
días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil
luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas
parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada,
levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó.
Todas las luces del nacimiento se elevaron, y
comprendió entonces que no eran más que estrellas.
Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el
cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la
niña; porque su abuelita, que era la única que había
sido buena para ella, pero que ya no existía, le había
dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que
un alma sube hasta el trono de Dios".
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó
ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela
en pie y con un aspecto sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando
se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré
más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro,
como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque
quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y
los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca
la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa.
Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en
medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no
hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el
trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre
las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los
labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El
sol iluminó a aquel tierno ser sentado allí con las cajas
de cerillas, de las cuales una había ardido por
completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había
visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con
su anciana abuela en el reino de los cielos.
¡Santa Claus no lo sabía!, Héctor
Ugalde

No debimos haberlo hecho. Luis, de ocho años, se


restregaba inquieto las manos mientras esperaba la
respuesta de su amigo. Ricardo, dos meses menor,
pero diez centímetros mayor, dejo de jugar con el
mecano y volteó a ver a su mejor amigo. Contestó:-
¿Por qué no?- Santa Claus nos va a acusar y todos se
van a enojar mucho.- No te preocupes, no lo sabe.-
¿Cómo no va a saberlo? Si Santa Claus lo sabe todo.-
No te preocupes. No sabe que lo hicimos.- ¿Cómo
sabes que Santa Claus no lo sabe? Ricardo desesperado
por la insistencia de Luis, replicó:- ¡Porque yo sé más
que Santa Claus! La respuesta de Ricardo no
convenció mucho a Luis, pero ya no siguió insistiendo.
Caminando de regreso a su casa, Ricardo no
comprendía la preocupación de su amigo. A Ricardo
no le importaba que Santa Claus este año tampoco le
volviera a traer nada, ¡la idea de hacer estallar con un
cohete el buzón del Director de la escuela había sido
fantástica! ¡Cómo había volado el Buzón! ¡Cómo había
sonado la explosión! ¡Cómo...! En ese momento
apareció una ardilla en la banqueta y Ricardo,
corriendo tras de ella, se olvidó del asunto. María
estaba preocupada. Se acercaba la Navidad y los niños
se ponían más nerviosos, cometían más errores y
prestaban menos atención a las clases. Pero lo más
importante de todo: se ponían tristes, en vez de
alegrarse con la llegada de la Navidad.
Desde que había llegado como maestra hace cuatro
años, y le habían explicado la costumbre que tenían de
que alguien se disfrazara de Santa Claus, para leer ante
todos la lista de fechorías que los niños del pueblo
hacían, para castigar a los niños malos y convertirlos
en niños buenos; la idea del Santa Claus regañón no le
gustaba. María suspiró. Lo que para ellos eran
fechorías, para María eran simple travesuras. Para ella
no había niños malos ni niños buenos, sólo niños
tranquilos, y niños inquietos que no podían contener
el bullicio de la vida que tenían dentro. Allí estaba el
caso de Ricardo y Mauricio: los niños rebeldes y
traviesos del pueblo, o el de Luis muchacho tímido y
sensible que lloraba cuando se hablaba de Santa Claus.
María no creía que eso fuera bueno para los niños,
pero todas sus tentativas de acabar con esa "nueva"
tradición habían sido infructuosas. Ricardo comenzó
a inquietarse por su amigo Luis, lo veía cada vez más
triste y callado.- ¿Qué te pasa?- Nada.- ¿Cómo que
nada? ¿Qué pasa?- ¡Te dije que nada!- Somos amigos,
así que me tienes que decir qué te pasa.- Nada, el
próximo Lunes es Navidad.- ¿Y?- ¡Y Santa Claus les
va a decir a todos que soy un niño muy malo, y mis
papás ya no me van a querer!- No. Te aseguro que
Santa Claus no lo sabe, y te lo voy a demostrar. ¡Te lo
prometo! Ricardo no sabía cómo, pero tenía que
encontrar pruebas de que Santa Claus no sabía que
ellos habían sido los del "Buzón cohete".
¡No podía tener ojos en todos lados! ¡No podía saberlo
todo! Si así fuera, hace dos años Santa Claus lo habría
regañado por lo de la miel derramada en el interior de
los pantalones de deportes. Creyeron que había sido
Abelardo, ese niño raro que expulsaron y se fue a una
escuela en la ciudad. Y no le hubiera dado regalos,
bueno, el pequeño regalo que le dio. ¡Ni eso le hubiera
dado! Pero Ricardo pensaba y pensaba, y no se le
ocurría cómo cumplir su promesa. Hasta que llegó el
24 de Diciembre, y decidió resolver el asunto de una
manera directa: ¡enfrentaría a Santa Claus cara a cara!
Ricardo se situó en un lugar estratégico, una calle por
la que a fuerza tenía que pasar Santa Claus, cuando se
dirigiera al Kiosco donde cada domingo tocaba la
banda del pueblo, pero cada 24 de Diciembre el show
lo daba el gordo Santa Claus.
Cuando la figura de Santa Claus apareció caminando
por la estrecha calle, Ricardo corrió y se interpuso en
su camino. Santa Claus trastabilló y se paró en seco.-
¿Qué quieres, mocoso?- Preguntarte algo.- ¿Qué
cosa?- Quiero preguntarte si sabes quién puso cohetes
en el buzón del director. Santa Claus se quedó un rato
extrañado por la pregunta. Después dirigió una mirada
furiosa a Ricardo.- ¡Así que fuiste tú, chamaco
endiablado! ¡Me lo suponía, pero no estaba seguro!
Podría haber sido Mauricio, ese otro monstruo enano
que me saca canas verdes.- ¡No lo sabía! Santa Claus
ahora sabía que él había sido, pero no importaba, de
todos modos por lo de la bicicleta sin frenos no iba a
tocarle regalos. ¡Lo importante era que Santa Claus no
sabía que Luis le había ayudado! El niño se sonrió y se
fue corriendo, dejando al Santa Claus haciendo un
berrinche navideño. Ricardo entró corriendo a la casa
de Luis. ¡Tenía que darle la noticia! Subió las escaleras
de dos en dos y entró apresuradamente en la recámara
de su amigo. El cuerpo de Luis colgaba del techo,
balanceándose sin vida. Una opresión se formó en su
pecho y sintió que se ahogaba. Corrió escaleras abajo,
tropezó con el papá de Luis y salió a la calle a tomar
aire. Lo único que rondaba en su cabeza era ¿Por qué?
¿Por qué? Seguía sintiendo un nudo en el estómago y
para soltarlo, para liberarlo, comenzó a gritar a media
calle:- ¡No lo sabía!- ¡No lo sabía!- ¡Santa Claus no lo
sabía!
Un Sueño De Navidad,
Guillermo Tribín Piedrahita

La noche tenía un Cielo brillante. Las estrellas habían


salido en alegres grupos para iluminarlo y advertir y
precisar ante los habitantes de la tierra que era la
víspera de la Navidad, por lo que nadie podía tener
amarguras, ni peleas, ni guerras. Se acercaba el
Nacimiento de Jesús, la mejor noticia que el Mundo
iba a recibir por los siglos de los siglos.
Era, en cierta forma, el mensaje de paz que la Madre
Naturaleza lanzaba, en una estación invernal, a un
mundo convulsionado por las guerras, por los
espíritus belicosos, por los hombres que habían
olvidado que muy jóvenes, desde su nacimiento,
habían creado un núcleo denominado Familia, que
con el paso de los años se estaba desintegrando, con
lo cual los grandes valores morales y éticos,
dolorosamente, se escabullían.
También ese Cielo tan preciosamente iluminado
quería despertar la conciencia de tantos y tantos
jóvenes -hombres y mujeres- sumidos en la más
tremenda oscuridad porque una vez, pese a las
numerosas advertencias, ingresaron en el mundo de
las drogas. Y a muchísimos les costaba salir luego de
ellas. Y, generalmente, pasaban a convertirse en
delincuentes porque su adicción les obligaba a matar o
a robar.
El Cielo quería con esa luminosidad indicar el
camino para quienes son causantes de las grandes
epidemias que, como el Sida, van extendiéndose por el
mundo, y señalarles que, con mínimas precauciones,
podían evitar su propagación y no seguir siendo la
causa de miles y miles de muertes.
Quería también el Cielo, rodeado de estrellas que se
mantenían firmes y no eran fugaces, dar una luz de
esperanza para millones de personas víctimas del
racismo y la xenofobia, por el color de su piel, por su
procedencia, por su condición económica débil, para
que tuvieran un hálito de paz y pensaran que un día no
muy lejano serían bien recibidos y desaparecerían
todas las persecuciones, los malos y despectivos tratos,
las mofas y podrían trabajar y establecerse en países
que no eran los suyos para ayudar a crear riquezas y
poder subsistir decorosamente.
La víspera del Nacimiento del Niño Dios, un Cielo
tan resplandeciente, pretendía indicar que todas las
religiones eran igualmente respetables y que en
nombre de ninguna de ellas se podía incitar al crimen,
al terrorismo, a la violencia porque, precisamente
Dios, creó al mundo para que la gente se entendiese
mediante la palabra.
Desde miles de kilómetros de distancia, el Cielo
ofrecía a la vista un hermoso panorama, como
queriendo decir que iban a desaparecer las
desigualdades sociales; que los hombres y mujeres de
buena voluntad contarían con los recursos
indispensables para su supervivencia y que la pobreza
y la miseria pasarían a ser elementos de un lejano
pasado. Así se conseguiría que la felicidad fuera la
norma general, que ya nadie pasaría hambre, que todos
contarían con una vivienda digna, con eficientes
sistemas de salud y de educación, sin prejuicios
sociales ni discriminaciones.
En fin, ese conglomerado de estrellas no se había
asomado al Cielo para darle un simple colorido. No.
En cada uno de sus reflejos luminosos traía un
mensaje específico para que se acabaran las guerras;
para que la familia volviera a ser ese gran núcleo
compacto donde predominase el diálogo, como
símbolo de unidad; para que desapareciesen las
pandemias, causantes de tantas muertes; para que no
hubiese nunca más las drogas malignas y se eliminaran
para siempre las redes de narcotraficantes; para que el
blanco, el negro, el amarillo y todas las razas
convivieran pacíficamente ayudándose unas a
otras; para que todas las religiones se uniesen en un
sólo objetivo de ser auténticas guías espirituales y, en
su nombre, no volviesen a aparecer vientos bélicos;
para que en todo el mundo las divergencias, las
diferencias entre los seres humanos encontraran la
solución mediante el diálogo.
Todo esto lo soñé con una extrema felicidad, con el
orgullo de pertenecer a una raza humana que había
encontrado, sin vacilaciones, por fin, el
camino amplio de la confraternización; el Cielo
parecía decirme: "goza bien de esta noche, que a lo
mejor nunca se repetirá. Pero cuando despiertes trata
de convertirte en una adalid de las buenas y nobles
causas. Debes formar causa común con tu familia, con
tus amigos, para que todos, como una sola persona,
procuren hacer el bien".
Pero, desafortunadamente todo era un sueño. Tuve
que despertar y encontrarme con la realidad, con esa
cruda realidad, que muchas veces, con gesto dolorido,
remueve las entrañas ante tantos hechos dolorosos,
tristes, injustos y amargos que se viven a
diario Durante la noche la lluvia y la nieve se habían
entremezclado y el Cielo había estado
permanentemente a oscuras. Mi mente había ideado
un mundo digno. Un mundo construido para el ser
humano. Un mundo, sin embargo, destruido por el
propio ser humano, debido a su egoísmo, a no
saber alejar de su corazón las malas obras y la cizaña
y por tener abierta su mente y su pensamiento para el
mal cerrándole todas sus puertas al bien.
Carta A La Navidad Del 2025

Querido abuelo Juan:


Espero que reciba esta carta antes del 31, pues mi
intención es obvia, saludarlo y desear así mismo la
mayor felicidad para este año entrante, el 2025.
Siempre recuerdo cuando nos sentábamos al pie del
dique de nuestra ciudad, a mirar la variedad de viejas
latitas de gaseosa que flotaban en él. Hoy le comento,
al pasar diariamente por el dique, solo veo las de Coca
Cola y una que otra de su competencia, usted sabrá
bien abuelo, sólo quedaron como dueñas del mercado
la Pepsi y la Coca. A pesar de eso, las recuerdo con
mucho cariño, y cada una de esas latas, me recuerdan
a usted.
Quería también contarle, que gracias a mis estudios en
Harvard y a mis tres idiomas obvios, he logrado
conseguir un puesto de trabajo, y con un poco de
esfuerzo supe encontrar mi ascenso a la jefatura y
poder aplicar todo mi conocimiento en la materia.
Gracias a esto, pude comprar una pequeña TV que
quedó muy bonita como centro de mesa, y otra mas
importante para nuestro baño compartido con los
vecinos del 14 "ab38", pues el ambiente se veía
aburrido y es muy agradable ahora, tomar una ducha
mientras uno se informa de algunos chismes de
famosos. Luego a cenar, y a decidir en familia cuales
van a ser los artículos que compraremos el mes
entrante. Eso sí, con la ayuda de las ingeniosas
publicidades que nos proporciona nuestra nueva TV,
que queda muy bonita como centro de mesa.
Mi querido abuelo. Quiero agradecerle de corazón, el
empeño que puso en mi infancia para que estudiase los
idiomas y demás títulos y masters. Hoy por hoy, puedo
decir que soy un hombre con futuro, orgulloso de sus
logros, así como de sus virtudes.
Que en este año entrante goce de salud, armonía y
felicidad.

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