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León Rozitchner
Freud y los límites del individualismo burgués - 1a ed. - Buenos Aires :
Biblioteca Nacional, 2013.
648 p. ; 23x15 cm.
ISBN 978-987-1741-60-1
1. Filosofía 2. Política. 3. Psicoanálisis. I. Título
CDD 150.195
ISBN: 978-987-1741-60-1
Presentación 9
Palabras previas 15
Introducción 23
La articulación y la grieta 33
Todas las citas de este capítulo, salvo indicación contraria, corresponden a Nuevas aportaciones
al psicoanálisis, Buenos Aires, Ed. Santiago Rueda, tomo xvii.
La articulación y la grieta
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Nada hay que nos impida aceptar un estado primitivo del aparato
psíquico en el que este camino quede recorrido de tal manera
que el deseo termine en alucinación. Esta primera actividad
psíquica tiende, por lo tanto, a una identidad de percepción, o sea
a la repetición de aquella percepción que se halla enlazada con
la satisfacción de la necesidad (La interpretación de los sueños,
Buenos Aires, Santiago Rueda, tomo VII, p. 272).
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la cosa sí que está presente. Pero, nos muestra Freud, si hay satisfac-
ción en la realidad de la presencia es porque hubo también, en el
soñar, satisfacción ideal: con la presencia de una ausencia. Como si
estuviera presente lo ausente en el sueño. Pero también: como si no
hubiera ausencia en la presencia de la vigilia.
Lo importante, para el interés que nos guía, es ese otro rasgo que
aparece en el dormir: “el apartamiento intencional del mundo exterior”
(p. 21). La intención que nos lleva a dormir es el reposo: debemos
apartarnos para ello de la realidad. Hay que descansar del mundo exte-
rior. Y surge entonces la pregunta: ¿qué pasa cuando se les cierra a los
impulsos instintivos el camino a la motilidad, es decir la posibilidad de
enlazarse con la presencia objetiva del mundo exterior? Deben conten-
tarse con una satisfacción alucinatoria. Yo duermo, pero mis impulsos
no. Mas estos mecanismos alucinatorios de satisfacción –y esto es lo
importante– también aparecen en aquellos enlaces con la realidad
despierta donde la acción reprimida toma como campo de dramati-
zación a la realidad misma, tal como sucede en el enfermo. Queremos
decir: la realidad y la presencia aparecen también, igual que en el sueño,
como el escenario de una actividad real que no podemos desarrollar.
¿Hasta qué punto estos mecanismos del sueño determinan y regulan,
compensatoriamente, la insatisfacción del deseo en la misma realidad?
¿Hasta qué punto la realidad misma, llena de su presencia objetiva, no
es a veces más que un “escenario” para representar el drama del deseo
insatisfecho? Al interrogarse por la distancia interior Freud apunta, en
realidad, a lo invisible de la distancia exterior.
Este ejemplo, el del sueño, servirá de modelo “natural” de aleja-
miento para comprender la separación radical y efectiva con la realidad,
y los mecanismos de la satisfacción aparente:
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2. El distanciamiento originario
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de joder: cierro así el cuerpo hacia afuera. Pero no puedo evitar que se
abra cada vez más hacia adentro.
¿Qué sigue latiendo en el cuerpo que duerme? Freud dijo: las ideas
latentes, restos diurnos que la vigilia de nuestra relación con el mundo
exterior dejó en nosotros sin satisfacer. Así la elaboración del sueño
prosigue, con sus propios medios, el trabajo de una relación ahora subje-
tivizada, que se desarrolla sólo en el aparato psíquico del durmiente.
Así, pues, las ideas latentes del sueño son transformadas en una
serie de imágenes sensoriales y de escenas visuales (p. 21).
Por este camino sucede con ellas aquello que tan nuevo y tan
extraño nos parece. Todos los recursos del idioma por medio
de los cuales son expresadas las relaciones mentales más sutiles,
las conjunciones y las preposiciones, los accidentes de la decli-
nación y la conjugación, desaparecen por faltar los medios de
representación para ellos; como en un idioma primitivo carente
de gramática, sólo es expresada la materia prima del pensamiento
y reducido lo abstracto a lo concreto en que se fundamenta. Lo
que así queda puede fácilmente pasar por incoherente (p. 21).
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Allí donde se nos muestra una fractura o una grieta puede existir
normalmente una articulación (p. 56).
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Así los enfermos se han roto contra la realidad: son los que se
han tomado en serio aquello que la alternancia del sueño y la vigilia
separa, y han pasado a la afirmación real de lo que la vigilia postergó
e invalidó. Los enfermos son los que asumieron en sí la expresión del
“dominio extranjero interior”: hablan desde el colonizado, pero con
su propia razón.
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5. El dominio inapelable
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8. Lo inconsciente sustancial
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Y agrega:
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conciencia le dice, sin darse cuenta que es el otro que en ella le habla:
sin darse cuenta de que el enfermo entonces tenía razón. La conciencia
y el yo son aquí espiritualistas. Creen en las ideas puras, en el asiento
etéreo de las significaciones pensadas: no saben que son conciencia y yo
de un cuerpo escindido, y que esa escisión y esa separación, que precisa-
mente es lo impensable para la conciencia, es su punto de partida. Cayó
el yo en la trampa de la separación de una conciencia ideal, como si no
fuera la cualidad de un cuerpo, porque la conciencia misma, su propio
yo, establece al cuerpo como lo antagónico de la conciencia, como su
enemigo más íntimo: “dominio extranjero interior”. Esta es la trampa
del dualismo incorporado en el fundamento de la conciencia, introdu-
ciendo en el sujeto mismo la escisión que el sistema ejerce en todo el
campo de la realidad: la forma mercancía regulando, con su forma física-
metafísica, la propia organización subjetiva.
¡Situación paradójica! Yo, que soy pura razón, me resisto a
comprender el fundamento de la razón que ejerzo: a poner de relieve
mis propios presupuestos. Pero, ¿cómo podría yo saberlo si no tenía
conciencia entonces, cuando se formó, si precisamente la conciencia
se apoya sobre ello? El fundamento inconsciente es cultura sin
conciencia porque es el negativo que la identificación grabó en noso-
tros: para que yo sea. Así, pues, el yo tiene un fundamento tan incons-
ciente como la naturaleza misma. Pero no es el suyo un contenido que
no se conozca, como lo reprimido. Aquí lo que no se conoce es una
función, una capacidad de acción negativa sobre la cual la función de
nuestro yo, parcializada, se produce.
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Por eso Freud partió “de nuestro propio yo”: no pidió prestado su
objeto al concepto. No partió del yo abstracto tomado en préstamo del
yo en general. El yo conceptual sólo descubre su verdad desde la expe-
riencia que hace de sus límites el yo encarnado: desde el irreductible-
mente propio, porque el descubrimiento forma parte aquí de un acceso
personal que nos pone a prueba. Es, pues, sobre el fondo de un cuerpo
preciso y de una carne precisa y de una historia precisa desde donde la
afirmación más racional, más finamente teórica –el fundamento de la
racionalidad– puede ser realizada, y necesariamente la supone:
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Y agrega, en nota:
Esta parte más arcaica del aparato psíquico seguirá siendo la más
importante durante la vida entera. (Compendio de psicoanálisis,
t. XXI, p. 70).
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Y cuando nos dice que “los impulsos optativos que jamás han
rebasado el ello son virtualmente inmortales y se comportan al cabo
de decenios como si acabaran de nacer”, nos está diciendo que su
inmortalidad es la inmortalidad “virtual” de la vida, que podrá no
ser acogida por el yo, podrá no ser totalmente desarrollada, podrá ser
reprimida, pero que permanece como fundamento de ser, porque es
la condición de existencia de aquello mismo que la niega. La inmor-
talidad de la “naturaleza” en bruto que yace como “núcleo de materia
viva” en el sujeto es insublimable, a pesar de que el yo la “sublime”. Y de
allí uno de los fundamentos sustanciales de la dialéctica freudiana: lo
que la cultura reprime es ser reprimido que vuelve a la sustancialidad
del ser para quedar retenido, en tanto reprimido, y mantenido como
fundamento aún no elaborado pero siempre presente. El ello tiene,
en su inconsciencia del tiempo, más tiempo que el yo: puede esperar,
porque vive la temporalidad de la naturaleza. Lo reprimido del ello
es el movimiento de retorno por medio del cual lo que del ello pasó,
o quiso pasar, a la realidad vuelve a su origen pero con una significa-
ción cultural que lo determina y conforma como “negado”. Pero no
queda solo: “se funde con el ello restante”, se incluye nuevamente en
la fuerza de toda la vida y vuelve a cocerse en la caldera, hasta nuevo
hervor. Pero Freud no dice “eternidad”: dice “virtualmente inmor-
tales”. Dice, pues, que la virtual inmortalidad es lo que la muerte
cultural de la represión no puede aniquilar: por eso la negación no
es escotomización. Sigue viviendo como la vida misma, retornando
a lo que debe ser elaborado y que persiste como fundamento. Esta
es la caldera donde lo reprimido vuelve a cocinarse, a unirse con la
sustancialidad de la vida que lo integra. Todo lo que es propio es
vuelto a asimilar y a retener en su seno. La vida dice “sí” a todo lo
que ella produce y a ella retorna; no tiene hijos negros y albos: todos
son hijos naturalizados, los que la cultura negó. “No hay nada en ella
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Hasta aquí, pues, la descripción que Freud hace del ello. Pero ya lo
había señalado: “donde era ello...”
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Pero este ser límite, que es la capa cortical graba en ella la forma
de tránsito en ambas direcciones: desde lo interno hacia lo externo,
pero también desde lo exterior hacia lo interior. La sustancia viva
palpita adentro, y solamente vive de estar resguardada por la dureza
sin embargo dúctil, móvil y ubicua de esta capa diferenciada.
El yo, que así se diferencia, es sin embargo extensión del ello: ello
exteriorizado, endurecido, el que afrontó la realidad del mundo exterior
y se tuvo que cubrir para perdurar. Pero esta función-límite la de ser-
límite, le impide luego discernir de qué es límite: si es límite de lo exterior
o de lo interior. Si es el límite del mundo exterior, debe entonces plegarse
a este y determinar lo interno férreamente. Si, en cambio, es límite de
los impulsos internos, de la sustancia viva, debe entonces enfrentar
lo externo y negarse a que lo determine como no pudiendo pasar a
la realidad. Esta es la ambigüedad del yo que así se constituye: su ser-
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Hasta aquí nos hemos dejado impresionar por las ventajas y las
facultades del yo; tiempo es de considerar su reverso (p. 72).
El yo no es, de todos modos, más que una parte del ello adecua-
damente transformada por la proximidad del mundo exterior,
preñada de peligros. En sentido dinámico es débil; sus energías
todas le son prestadas por el ello y no dejamos de tener un atisbo
de la treta por la cual sustrae al ello nuevos montantes de energía.
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▶▶ robustecer el yo.
▶▶ hacerlo más independiente del superyó.
▶▶ ampliar su campo de percepción.
▶▶ desarrollar su organización como para que pueda apropiarse de
nuevos aspectos del ello.
El yo debe, pues, dejar de ser mera costra endurecida: debe recu-
perar su origen, penetrar en el ello, anegarse de ello, habilitar más
impulsos para que pasen a la realidad. Por lo tanto, ampliar la realidad,
su percepción y su organización. De este modo la organización del
yo no es un problema solamente individual: corresponde a la organi-
zación del mundo para “ampliar su capacidad de percepción”, discri-
minar y ver lo que habitualmente está enturbiado e invisible. El ver y el
pensar verdadero están al servicio del ello.
Pero, ¿es esto posible en la mera conducta individual? Si se trata de
transformar una distancia interior en una distancia exterior y abrir el
poder histórico de discriminar la realidad, esa tarea no puede ser, por
definición, una tarea individual sino colectiva, histórica. Pongamos a
prueba este interrogante en los análisis donde Freud mismo enfrenta
la estructura más amplia que determina la conducta individual: la
cultura y las masas.
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