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Democracia sin neoliberalismo – Horizontal 30/04/19 16)53

Sociedad Civil (Https://Horizontal.mx/Category/Sociedad-Civil/) | Noviembre 08, 2017

Democracia sin neoliberalismo


Carta abierta de Irmgard Emmelhainz a José Woldenberg con
motivo de la publicación de su libro «Cartas a una joven
desencantada con la democracia»
Irmgard Emmelhainz (https://horizontal.mx/author/irmgardemme/) | Sociedad Civil
(https://horizontal.mx/category/sociedad-civil/)

Nuevo espacio

(https://horizontal.mx/tenemos-
que-hablar/)

Ciudad de México, noviembre de 2017, entre


el 19S y las elecciones por venir Investigación Especial

Estimado Doctor José Woldenberg:

Me sentí interpelada e hice un ejercicio de identificación con la


«joven desencantada» a quien le dirige la serie de misivas en
Cartas a una joven desencantada con la democracia. En este

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libro de cien páginas que recién publicó la editorial Sexto Piso,


usted describe la teoría e historia de la democracia y, desde su
punto de vista, la relevancia de dicho marco de gobierno en el
contexto actual de nuestro país. Usted es miembro de la
generación que tanto vivió la decepción de la alternativa
socialista y los autoritarismos del siglo XX en México y en otros
lados; cómo pugnó incansablemente por instaurar la democracia
junto con las herramientas necesarias para hacerla operativa en
México. Empezando por la libertad de expresión y siguiendo por (https://horizontal.mx/rivieramaya)
lograr el subsidio gubernamental para la fundamental difusión del
debate que resultó en publicaciones críticas del Estado, algo sin
precedentes en México. La tarea de su generación no fue de Suscríbete al boletín
ninguna manera desestimable, más bien titánica: haber creado semanal
(verdaderos) partidos políticos, gobierno, un Congreso, vida
pública, instituciones que aseguren la transparencia, espacios de
Correo electrónico ENVIAR
expresión de disidencia en México. Para ustedes la democracia
como aparato de gobierno representó una alternativa al impasse
en el que se encontraba la izquierda mundial tras el desencanto
con los proyectos revolucionarios de Estados socialistas. Haber Síguenos
logrado desmoronar al rancio autoritarismo del PRI seguramente
no fue ninguna cena de gala. Sin embargo, la defensa de la (htt… (htt…
! "
democracia en su serie de misivas me recordó las reflexiones de
Enrique Krauze sobre la relación de los jóvenes con la política
mexicana, por ejemplo, sobre el #YoSoy132. Tanto Jorge Cano
(https://horizontal.mx/politica-y-generaciones-donde-estan-los-
jovenes/), Carla Medina (https://horizontal.mx/el-desencanto-es-
mas-interesante-que-la-esperanza/) como yo
(http://cultura.nexos.com.mx/?p=9933) y otros hemos intentado
ampliar este debate. Pero Krauze (http://www.m-x.com.mx/2015-
09-06/no-hay-decencia-ni-etica-en-el-mexico-de-2015-enrique-
krauze-sin-adjetivos/) ha expresado desdén hacia «los jóvenes»
porque para él, en vez de unirnos al debate racional y a proponer
alternativas y tomar acciones, hemos «quedado a deber». Al
contrario, yo lo invito junto con Krauze, Jorge G. Castañeda y

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Héctor Aguilar Camín[I] a reconsiderar a los interlocutores


jóvenes que descalifican por «desencantados» y apolíticos, y en
buen espíritu democrático, a tener en cuenta nuestras reflexiones.

Está claro que como principio o modo de gobierno la democracia


es un ideal por alcanzar, un horizonte utópico, una forma idónea
de gobierno al que debemos aspirar. El advenimiento de Donald
Trump y de los autoritarismos del siglo XXI al poder nos obligan
más que nunca a luchar por la democracia como ideal de gobierno
en el sentido de la coexistencia pacífica en una sin
Democracia sociedad plural de
neoliberalismo
poblaciones antagónicas, en la cual la democracia funciona como
(https://horizontal.mx/) # (ht… (ht…
bozal del racismo y de la intolerancia. Teniendo esto en cuenta yo ! "
no me siento precisamente ‘desencantada’ con la democracia.
Más bien cuestiono el estatus que esta ha adquirido como ícono o
símbolo de modernidad en las sociedades contemporáneas regidas
por el absolutismo capitalista. La democracia –más allá de ser una
alternativa al totalitarismo– me parece ser una fantasía de la
Modernidad Occidental en nombre de la cual se están librando
guerras de aniquilación en el país y en lugares lejanos para
sostener la economía mundial basada en la extracción de recursos
naturales[II] y quema de combustibles fósiles. Desde mi punto de
vista, reflexionar en torno a la democracia hoy implica pensarla
por fuerza en relación con la política económica neoliberal.
Históricamente, la neoliberalización de los mercados es paralela e
indisociable de la instauración de la democracia como marco de
gobierno, y por eso es indispensable pensarlas juntas. Este
paralelismo –que podríamos calificar de interdependiente– es la
raíz de una serie de contradicciones que exigen articularse y
analizarse cuando se habla de las democracias en el mundo
globalizado.

1. El kratos sin demos


Al haberse hecho indisociable de la política económica
neoliberal, en este momento histórico la democracia se ha
convertido en un aparato de poder: en kratos sin demos, y de

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legitimación del absolutismo capitalista que rige al globo. En su


actualización, la democracia actual es un régimen esquizofrénico
que permite libertad de expresión y promueve la coexistencia
pacífica como valor mientras que gobierna a la población de
manera claramente diferenciada. Por un lado, están los que son
gobernados como ciudadanos, que viven en enclaves
modernizados y de progreso, en un tejido social plural y con un
conjunto de derechos de acceso a bienes de consumo, créditos,
educación, trabajo, alimentos, cuidados médicos de calidad e
inclusive de «participación» ciudadana.[III] Para los sectores más
privilegiados de la población el gobierno es el garante de
seguridad y de la salvaguarda de sus derechos humanos. Por otro
lado, están los que son gobernados como no-ciudadanos. Son las
poblaciones redundantes que no tienen acceso ni a los circuitos
globales de consumo ni a los de explotación: están condenados a
no poder producir ni consumir, ya que para el capitalismo es más
redituable destruir estas poblaciones y a sus formas de vivir y de
ganarse la vida (lo que se conoce como necropolítica o
capitalismo gore[IV]) que incorporarlas al sistema. De este modo,
la democracia neoliberal contrapone al ideal de una sociedad
plural e inclusiva con derecho a visibilizar sus demandas la
realidad del darwinismo social que crea sistémicamente
poblaciones redundantes.[V]

En México uno de los signos de la modernización neoliberal fue


la instauración del ciudadano como figura histórica. Para usted, el
ciudadano recuerda al proletariado o al «pueblo», ya que esta
figura es «el manantial del que florecen todos los valores cívicos:
honradez, solidaridad, trabajo, moralidad, lealtad».[VI] Sin
embargo, yo diría que la figura del ciudadano u homo
democraticus abarca necesariamente la del homo oeconomicus o
el emprendedor/consumidor. Lo que liga a ambos es el deseo y la
búsqueda de la autosatisfacción y la demanda al gobierno de que
salvaguarde sus derechos. Sin lugar a dudas, es través de la
conjunción del homo oeconomicus y el homo democraticus, que

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podemos desvelar la esencia despótica de la existencia de la


democracia como emblema. El homo oeconomicus representa el
sentido común de regir todos los ámbitos y las acciones humanas
de acuerdo con una imagen de lo económico. Es decir, en las
democracias neoliberales toda la conducta es económica y todas
las esferas de existencia se encuadran y se miden en términos y
métricas económicos evitando precisamente la posibilidad del
gobierno del pueblo, transformando a la democracia en un
emblema.[VII]

2. La puesta en escena-simulación de la
democracia
La existencia de la democracia como emblema implica que la
política se ha transformado en un mundo de apariencias que
encarnan mercancías, transmitiendo mensajes redundantes y
vacuos. Por ejemplo: justicia social, democracia, respeto a los
derechos humanos, reforzamiento de las instituciones han sido
elementos comunes a las plataformas de gobierno de todos los
partidos políticos en México. Pero en vez de materializar estos
mensajes en la realidad, el aparato político tiende a legitimarse
por medio de una sucesión interminable de escándalos
consolidándose mediante la figura del político celebrity[VIII].
Discutiblemente, el PRI se reinventó con la figura del político
celebrity en la brecha entre la política real y la esfera pública
como el sitio de acción política potencial. La brecha está llena de
espectáculo y producción cultural mientras que en el ámbito de la
acción política esta forma de representatividad implica que el
acceso a los políticos esté ahora mediado por los medios de
comunicación masiva. Esta nueva forma de representatividad
hace evidente la brecha que hay entre las decisiones que toman
los políticos y representantes de corporaciones y de la oligarquía
a puertas cerradas y la posibilidad de injerencia de la sociedad en
las decisiones que conciernen al bien común. Al mismo tiempo,
los políticos celebrity se convirtieron en presencias ubicuas en las

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plataformas mediáticas que se encuentran distantes, pero cargadas


afectivamente. De este modo, la política se transformó en un
mundo de apariencias –de simulación de democracia– que le dan
cuerpo a mercancías, fusionándose con el ámbito de la farándula.
Indudablemente, el actual colapso de Televisa se debe tanto a la
pluralización de la verdad y el entretenimiento traídos por las
plataformas digitales de difusión de contenidos como a la pérdida
de credibilidad del monopolio de la narrativa de nación que quiso
encarnar la figura de Peña Nieto.

Al igual que las figuras de Hilary Clinton o Emmanuel Macron, la


«democracia» en México es un ícono vacío en el cual los
ciudadanos pueden proyectar sus sueños y deseos mientras que
los poderes Ejecutivo y Legislativo, en colusión con la oligarquía
y las corporaciones, continúan un proyecto neoliberal de
expansión neocolonialista cuyo efecto colateral son las
poblaciones redundantes. Por su parte, el advenimiento de Donald
Trump al poder implica dos cosas: primero, Trump encarna al mal
absoluto al que se le opone la figura del ciudadano. Es decir, la
figura de Trump es un performance con un guión preestablecido
del capitalismo absolutista desnudo y, por lo tanto, lo peor de lo
malo del mal absoluto. El peligro que representa Trump es que en
su dejar florecer la intolerancia desde la esfera pública
hegemónica, esta se materializa en la vida real justificando moral
y racialmente el darwinismo social y la destrucción sistemática de
poblaciones redundantes creadas por la implementación de las
políticas neoliberales. Es decir, con CEO de grandes
corporaciones en su gabinete, el gobierno de Trump representa la
política económica neoliberal sin el barniz liberal a las
aspiraciones democráticas de un gobierno y sociedad plurales en
coexistencia pacífica y con visibilidad, con las oportunidades
igualitarias de prosperar que representaba el gobierno de Obama.
Si Obama enmascaró la pobreza y el militarismo derivados de las
políticas neoliberales con tolerancia, multiculturalismo y la
fantasía del emprendedor exitoso, Trump lo hace con propaganda

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racista, vigilancia y censura, y con nuevas formas de represión de


libertad de expresión y de acceso por medio de un aparato de
control de pensamiento
(https://www.counterpunch.org/2017/10/20/censorship-in-the-
digital-age/) a partir de los contenidos que los usuarios consultan
en internet. De esta manera, Trump elimina sistemáticamente los
derechos de libertad de expresión de la ciudadanía, aunque su
programa político-económico continúa el de Obama y sus
antecesores.

3. El cercamiento de la posibilidad de la
representación
Señor Woldenberg, no es que esté ‘desencantada’ del sistema. Me
ocupo rigurosamente de analizarlo más allá de la idealización de
aquello a lo que se aspira con la democracia como principio de
gobierno y en su actualización contemporánea. A mi modo de ver,
el poder fascista representado por Trump no solo implica el
monopolio de producción de verdades, sino el despojo de los
representados de su capacidad de decidir sobre temas comunes.
De ese modo, la política se convierte en algo ajeno, externo,
inalcanzable y separado del individuo y de la capacidad colectiva
de autodeterminación. Pero la democracia neoliberal no es mucho
mejor, ya que reduce lo político a la institucionalización,
conflicto, disenso y agonismo, y se enfoca en la salvaguarda de
derechos y en la potencial disrupción de los arreglos
institucionales de la sociedad. Pero, ¿hasta qué punto puede la
sociedad instituirse continuamente y escapar de la
autoperpetuación de lo instituido? Hay que considerar también
que la diversidad validada por las democracias neoliberales solo
permite diferencias que estén en conformidad con el sistema,
representando alteridades consumibles, por medio de una
pluralidad aparente y superficial. Es decir, la pluralidad y la libre
elección fingen una alteridad que en realidad no existe. De otro
modo, ¿por qué siguen siendo perseguidos líderes y movimientos

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indígenas que luchan por su autodeterminación cultural –ni


siquiera política– en México? En ese sentido, el proyecto
mexicano de democracia es indisociable del ejercicio sistemático
de la violencia de Estado en contra de los ciudadanos y de
destrucción de los comunes, lo cual claramente representa una
paradoja que ha señalado el arquitecto y teórico israelí Eyal
Weizman (https://horizontal.mx/historia-sin-cuerpos-una-
conversacion-con-eyal-weizman/), quien al haber trabajado en el
caso de Ayotzinapa concluye que en México observó una
contradicción: mientras que la violencia de Estado se ejerce
constantemente a nivel de guerra, un «Estado fallido» se
contrapone a una sociedad civil robusta y una cultura intelectual
progresiva. ¿Qué es lo que esto implica?

Usted define a los llamados «derechos civiles» como aquellos que


«intentan ofrecer al ciudadano una protección frente al Estado o
contra la invasión del Estado en zonas que les corresponden en
exclusiva a los ciudadanos (libertad de expresión, de
pensamiento, de religión)»[IX]. Sin embargo, su definición de los
«derechos civiles» pasa por alto el derecho a la defensa de los
ciudadanos de la violencia de Estado mediante el marco de los
derechos humanos. Si bien recientemente salió a la luz que el
gobierno de México espía a activistas, periodistas y políticos con
el programa Pegasus
(https://www.nytimes.com/es/2017/06/19/mexico-pegasus-nso-
group-espionaje/), y la persecución y represión contra activistas y
voceros de luchas civiles es bien conocida
(http://www.eluniversal.com.mx/estados/guerrero-activista-
denuncia-que-policia-la-violo), al igual que los asesinatos a
periodistas, los derechos de libertad de expresión y el rol del
gobierno como garante de la seguridad y derechos humanos de
los ciudadanos representan una contradicción adicional: mientras
que amplios sectores de la ciudadanía se están convirtiendo en
poblaciones redundantes (que abarcan desde los indígenas
marginados hasta los normalistas revoltosos o la población

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creciente de ninis en todo México, la underclass), como


ciudadanos, la población detenta derechos: al trabajo, a la
seguridad, a la libertad de expresión, al acceso a los bienes de
consumo, educación, salud, etcétera. Los ciudadanos tienen, por
lo tanto, derecho a exigir que estas garantías sean respetadas y en
caso de haber sido violentadas, restituidas. Desde esta
perspectiva, las democracias neoliberales presuponen una tercera
figura histórica: la del «ciudadano-como-víctima-del-Estado» o el
no-ciudadano, gobernado a partir del Estado de excepción que se
aglutina (o no) en la sociedad civil doliente pidiéndole al Estado:
No+violencia, rendición de cuentas, restitución y acceso a la
economía. Sintomáticamente, en el contexto de la salvaguarda y
de la exigencia de la restitución de los derechos violados,
comienza a borrarse la distinción entre lo público y lo privado:
tanto las ordalías privadas se hacen públicas, como lo público se
privatiza. Como bien lo describe Antonio Martínez Velázquez
(https://horizontal.mx/muerte-y-resurreccion-de-los-derechos-
humanos/): «Cuando los derechos humanos se convierten en la
representación triunfante de las políticas de los gobiernos –en su
coartada diplomática– entonces se derrotan las prioridades
colectivas». Es decir, en el momento en el que los derechos
humanos se privatizan, la sociedad se fragmenta y se hace
indiferente al bien común.

Por ejemplo, bajo la premisa de que el gobierno «no se da abasto»


o que las instituciones están corrompidas y coludidas con la
violación de derechos humanos, se han creado organizaciones de
familiares de desaparecidos agrupadas en una variedad de ONG,
como el Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México
(http://serapaz.org.mx/organizaciones-de-familiares-de-personas-
desaparecidas-y-de-derechos-humanos-exigen-ampliacion-de-
presupuesto-para-busqueda/). Este tipo de grupos necesitan
herramientas para armar sus casos y presentar denuncias en
contra del Estado. En este contexto, Forensic Architecture ‒un
equipo interdisciplinario que brinda dichas herramientas de

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peritaje‒, fue invitado a crear la Plataforma Ayotzinapa. Esta


plataforma es un aparato de ‘contrapruebas’ que, a partir de
arquitectura, medios de comunicación y testimonios investigan a
los organismos estatales para confrontarlos con sus crímenes
partiendo de la premisa de que el Estado se evade y niega las
denuncias desdeñándolas como propaganda o chisme.[X]
¿Pueden los «aparatos de visibilidad» o las máquinas de verdad –
el fundamento de la democracia neoliberal – ayudar a la
transformación política?

Aquí podemos debatir que la metástasis de nuestra llamada


‘sociedad de la transparencia’ florece en la denuncia como
herramienta para luchar por la igualdad, pues esta establece un
conflicto entre víctimas y victimarios sustituyendo falsamente la
lucha de clases como marco de acción política. Asimismo, la
igualdad se convierte en el derecho a detentar la verdad propia,
pero ello no implica emancipación de la precariedad laboral,
endeudamiento, o un vehículo para catalizar la solidaridad. Hay
que considerar también dentro del panorama de reclamo de
derechos, del ataque al monopolio de verdades del Estado al cual
nos da derecho la democracia, que la violencia es considerada una
anomalía que pudiera corregirse visibilizándola y denunciando,
aunque claramente la norma es la violencia sistémica. Parte del
problema es que el Poder Ejecutivo no reside ya en el gobierno
sino en la economía política neoliberal, misma que genera
plusvalía en la destrucción y muerte, y se encuentra bien por
encima de la soberanía popular –como lo indica la contradicción
señalada por Eyal Weizman entre «sociedad civil sana» (o la
manifestación de la soberanía popular) y «Estado de excepción y
fallido permanente». De este modo, la soberanía popular
encarnada en las manifestaciones de la sociedad civil no es más
que un suplemento de la democracia.[XI] En el caso de
Ayotzinapa la voz de los testigos se circunscribe al régimen de
verdad que brinda el gobierno: el discurso de los derechos
humanos y sus violaciones. Así, por ejemplo, perdimos de vista

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los efectos de la política económica en el campo mexicano y la


manera como las vidas de los estudiantes de la Normal Rural
Isidro Burgos son afectadas por las políticas neoliberales. Ante
las desapariciones de Ayotzinapa, el Estado elaboró su famosa
«verdad histórica», y a pesar del sofisticado peritaje de Weizman
y su equipo, la contrainformación de los hechos ya la teníamos en
el libro de John Gibler que recoge testimonios orales.[XII] Como
si la única manera de interpelar a la tecnocracia del Estado fuera
por medio de más tecnocracia (la del peritaje privatizado),
descorporeizando aún más a los no-ciudadanos al despojarlos de
la capacidad propia de hacer visibles y decibles sus verdades. ¿No
es la visibilidad –la base de las democracias neoliberales– una
nueva y retorcida forma de propaganda?

Usted admite que la democracia no impacta en la desigualdad,


que tampoco produce cohesión social, y que parte de lo que
«queda por hacer» es lograr la equidad de la sociedad.[XIII]
Sabemos que el neoliberalismo, además de ser la lógica que rige
la economía política, gobierna las relaciones sociales, haciendo
que la lucha de clases haya sido sustituida también por la
competitividad darwinista en el campo de trabajo. El problema es
que uno de los efectos del neoliberalismo es la individuación de
lo social –es decir, la responsabilización del individuo por los
problemas sociales y sus efectos y su codificación como defectos
individuales de carácter, falta de responsabilidad individual, hasta
patologías–. Por eso no es que el proceso electoral nos dé sopor,
[IV] sino que vivimos en la realidad de la competencia perpetua
por sobrevivir en condiciones precarias de trabajo. Existimos, por
lo tanto, en un estado de excepción permanente de precariedad
laboral y de inseguridad que nos desmoviliza, aunado al control
de la atención vía los medios y la industria de la cultura, lo que
motiva la distracción, no la apatía. Al mismo tiempo, la
inseguridad laboral convierte a los ciudadanos en empresarios de
sí mismos aislándonos y haciendo que solo podamos

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concentrarnos en los intereses privados. En este contexto, ¿qué


preferimos los ciudadanos? ¿Libertad de elección o pan y un
futuro de tranquilidad asegurada?

4. La posible organización social más


allá del statu quo
Tal vez un medidor acertado del estatus de la democracia en
relación con los lazos entre sociedad civil, corporaciones y
Estado sean los terremotos recientes. En una resonancia
fantasmática, los terremotos del 7 y 19 de septiembre fueron
comparados al de 1985, con la diferencia de que en el más
reciente las características particulares de nuestra sociedad
permearon la reacción colectiva al temblor. Primero está el
sentimiento de crisis permanente que fue interrumpido o, más
bien, al que se le sumó otro estado de excepción suplementario
(el terremoto). Están también la obsesión con la seguridad, la
histeria con la salud, el miedo colectivo y la epidemia de ataques
de pánico. ¿Usted percibe estos rasgos de nuestra sociedad, Señor
Woldenberg? Estas patologías han sido atribuidas a la obsesión
con la productividad y con el hecho de que el sistema neoliberal
elimina las estructuras temporales estables, fragmenta el tiempo
de vida y hace que lo vinculante y obligatorio se hayan vuelto
obsoletos. Una sociedad que está todo el tiempo al borde del
ataque de nervios, azuzada por la catástrofe de la
individualización absoluta que acompaña la pérdida de
solidaridad y la competencia total, está completamente volcada a
la productividad por puro miedo (de quedarse atrás o afuera en la
carrera neoliberal, de ser menos que el de junto, de no tener cómo
saldar las deudas).

La intensificación del pánico cotidiano por el terremoto del 19S,


de ninguna manera escindido del trauma del terremoto del ’85,
resultó en olas de histeria traducidas a la hiperproductividad en la
solidaridad con los atrapados en edificios, damnificados y

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afectados por el sismo de otras maneras. Durante los primeros


momentos después del terremoto se percibió una clara ausencia
de Estado y de un protocolo centralizado que dictaminara qué se
debe hacer y qué no. De este modo, «la mejor solución» y los
canales de ayuda se privatizaron y diversificaron estableciendo
varias maneras de «hacer las cosas bien» y «hacer las cosas mal».
Por ejemplo, ¿cuándo retomar las actividades normales y con
base en qué criterios? ¿Qué bienes básicos acumular en los
centros de acopio? ¿Dónde hay prioridad para mandarlos? ¿Qué
eventos clausurar y con qué actividades seguir? ¿Qué negocios
cerrar y cuáles abrir? Ya que vivimos con la conciencia del
Estado fallido, parte de lo que impulsó a los ciudadanos a
volcarse a ayudar compulsivamente a los afectados fue la idea –y
base de la justificación de las privatizaciones de funciones que
eran antes del Estado– que «la situación rebasa al gobierno y la
sociedad civil es más fuerte». Sin embargo, el gobierno federal de
Enrique Peña Nieto se ocupó de inmediato de circunscribir y
apropiarse de las acciones solidarias de los ciudadanos. El desvío,
la centralización y la apropiación de los canales de ayuda
ciudadana no tuvieron el objetivo de hacerla más eficiente, sino
que fue una estrategia para suprimir o limitar la participación
ciudadana en las labores de rescate y alivio de afectados. Son
bien sabidos los casos en los que antes de que se completaran los
protocolos de búsqueda de supervivientes, la marina empezó a
demoler edificios, incluso oponiéndose con violencia a los
ciudadanos presentes (por ejemplo, en la fábrica colapsada en
Bolívar y Chimalpopoca, donde quedaron atrapadas obreras
asiáticas). O cuando la ayuda transportada en camiones en
dirección a áreas afectadas del estado de Morelos fue detenida
por soldados y enviada a bodegas, controladas por Elena Cepeda,
la esposa del gobernador Graco Ramírez, del PRD. O el caso del
teatro mediático en Televisa –que pasará a la historia como uno
de los últimos esfuerzos del monopolio por mantenerse a flote–
para poner al centro del imaginario colectivo la participación de
la marina en un rescate escandalosamente falso.

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El Estado siguió cooptando los esfuerzos de ayuda de los


ciudadanos al día siguiente del terremoto con el establecimiento
del Fonden, un fondo de ayuda privado y público destinado como
programa de Apoyo Parcial Inmediato para la atención a la
emergencia y en vistas a la fase de reconstrucción. Al mismo
tiempo, hizo un despliegue de seguridad pública a lo largo del
territorio: ejército, marina, Protección Civil. De este modo, el
Estado se posicionó como nodo de unión entre los esfuerzos del
sector privado y de la sociedad civil. Aunado a ello, creó un
fideicomiso para evitar que las necesidades se atendieran dos
veces o quedaran descuidadas. En respuesta a esta medida, la
sociedad civil creó la plataforma #Epicentro
(http://www.animalpolitico.com/2017/10/organizaciones-dinero-
reconstruccion-sismo/) para vigilar la inversión de los recursos y
que los afectados por actos de corrupción reciban la reparación
del daño, así como para darle seguimiento al origen y uso de los
recursos destinados para la reconstrucción. La ciudadanía pasó de
la autonomía y autoorganización a colocarse obedientemente en
el lugar que le prescribe la democracia neoliberal. Este lugar es el
de exigencia de rendición de cuentas
(http://www.sinembargo.mx/02-11-2017/3343500) o inclusive de
la contrainformación y gestión de data, con la plataforma de
verificación de información #Verificado19s. ¿Estaría usted de
acuerdo Señor Woldenberg? o ¿estoy reduciendo demasiado a la
democracia bajo el estado de excepción que fue el terremoto?

Profesor Woldenberg, como usted bien lo recordará, la cifra


oficial de muertos del terremoto de 1985 fue de veinte mil
personas fallecidas. En 2017, el saldo
(http://www.animalpolitico.com/2017/10/cifras-oficiales-sismo-
19s/) oficial de víctimas de los dos temblores llegó casi a las
ochocientas personas, la mayoría en la Ciudad de México y el
estado de Oaxaca. La proporción de damnificados y daños
materiales en edificios públicos, comerciales y particulares en las
ciudades fue significativamente menor en el terremoto de este

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año. Otra diferencia que resalta es el grado de devastación de


comunidades en áreas rurales en los estados de Oaxaca, Morelos
y Puebla en relación con la destrucción en los centros urbanos.
Comparando la destrucción en el campo y en las ciudades, uno de
los aspectos de nuestra democracia neoliberal que hizo resaltar el
19S es el patrón diferenciado del gobierno entre ciudadanos y no-
ciudadanos: las delegaciones más afluentes de la Ciudad de
México que fueron afectadas se rehabilitaron lo antes posible para
preservar la burbuja inmobiliaria con eslóganes como
#nodejomibarrio. De este modo, ciertas zonas se reafirmaron
como de alta especulación de bienes raíces
(http://www.sinembargo.mx/09-10-2017/3325394), incluso
generando más demanda y un aumento en los precios de rentas y
ventas de inmuebles. Por su parte, comunidades enteras en zonas
rurales como el municipio de Jojutla
(http://www.animalpolitico.com/2017/10/jojutla-epn-ayuda-
sismo/) en Morelos no han recibido aún ningún tipo de ayuda
para reconstruir. O alumnos de escuelas públicas en delegaciones
como la Magdalena Contreras
(https://www.elsoldemexico.com.mx/mexico/sociedad/sin-definir-
reubicacion-de-estudiantes-de-escuelas-danadas-de-la-cdmx-
259665.html) se encuentran indefinidamente sin clases, ya que no
se sabe cuándo se van a reconstruir las aulas destruidas por los
sismos. Así, el terremoto reveló los patrones de privilegio y
despojo en la ciudad, los sitios de limpieza social, y las regiones
donde el Estado se sustrae creando no-ciudadanos (o poblaciones
redundantes).

5. Democracia de demandas de
emergencia
A mi modo de ver, a treinta y dos años del primer terremoto, los
estragos y efectos del 19S en la capacidad de demanda de la
«sociedad civil» es más comparable a la «desaparición» de los
estudiantes de Ayotzinapa que con la incipiente sociedad civil que

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puso a temblar al PRI en septiembre de 1985. Tanto Ayotzinapa


como el 19S son oportunidades de demandas al Estado o
reivindicaciones ante él, propiciadas por la emergencia. Esto
quiere decir que hoy el único marco en el que se pueden hacer
demandas al Estado es en una situación de emergencia. Es decir,
ya que el Estado no es responsable del colectivo, sino que uno
mismo debe rascarse con sus propias uñas, la situación de
emergencia –provocada por fenómenos naturales o por violencia
de Estado– rebasa al individuo y constituye una amenaza para la
agencia propia. Si las injusticias sociales comunes dejaron de ser
asunto del Estado, bajo el actual régimen de la política de
emergencia, la necesidad de intervención inmediata es
oportunidad para exigir ayuda al Estado. De este modo, las
instancias de emergencia tienen una cualidad doble: son casi la
única herramienta para que los débiles puedan exigir atención
para dirigir recursos hacia ellos, al tiempo que son oportunidades
para que los poderosos afinquen su poder. Sin embargo,
individual o colectiva, en emergencia o normalizada: la crisis
permanente es una sola. ¿Cómo lograr cambio social en este
contexto, democratizar los patrones de privilegio revelados por
los temblores recientes?

De acuerdo con Monsiváis, después del temblor de 1985 la


sociedad se «concretó desembocando en el rechazo del régimen,
su corrupción, su falta de voluntad y de competencia de hacerse
cargo de las víctimas, damnificados y deudos»[XV], creando una
sociedad civil como un espacio de independencia política y
mental. Si el terremoto de 1985 fue una victoria social en cuanto
que fue el catalizador de la oposición real al Estado, el 19S
demostró que la sociedad civil en México no dice que no, que no
se opone a que el Estado afinque su poder en la demanda de
derechos en estado de emergencia –el único marco brindado por
el Estado para responder a sus abusos o a los desastres naturales–;
la sociedad civil tampoco dice no a la manera en la que funciona
la economía. Nos podemos felicitar por haber juntado x toneladas

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de ayuda, por haber movido x cubetas de escombro, por haberle


dado albergue a algún conocido que se quedó sin casa, por
participar en labores de reconstrucción de casas en áreas rurales
con materiales reciclados subsidiados por corporaciones
benévolas. Pero a diferencia del ’85, esta vez no pudimos
apropiarnos colectivamente de la obvia banalidad o redundancia
del gobierno. Aunque nos hayamos dado cuenta de que la
autonomía está en nuestras manos y de la posibilidad de una
sociedad equitativa más allá de lo ideología o de las políticas de
Estado. Si el terremoto del ’85 reveló que el PRI tenía el
monopolio del espacio público, de la infraestructura, y los
ciudadanos empezaron a ejercer funciones y a ocupar espacios
antes solo a disposición del régimen, hoy no hay visión posible
del cambio social, y detrás de las demandas de emergencia al
Estado, se libra una guerra nacional de suelo, de territorio, de
bienes raíces, de recursos naturales.

Mientras que en México hacer «política» sigue implicando el


viejo esquema partidista, ante la incertidumbre en el acceso a la
vivienda exacerbada por el terremoto, se hace claro que la gestión
y protección del suelo y territorio será el problema político más
importante en los próximos veinte años, para el cual las formas
actuales de hacer política se han quedado cortas. En ese sentido,
los ejercicios de autonomía indígena que están abriendo camino
para gestionar sus propios asuntos políticos y económicos son el
horizonte actualizado de subversión contra el orden dominante.
Su capacidad de interrumpir o inhibir la imposición de la
acumulación capitalista reside en el hecho de comprender que la
emancipación es un camino por elucidar, que parte de
subjetivaciones otras, más allá de las neoliberales, y que las
solidaridades son necesariamente transitorias, en permanente
proceso de construcción, y que los avances se dan a pasos
minúsculos (o en proporción directa a la percepción de la
amenaza del calentamiento global). ¿Podríamos ceder el deseo y
la debilidad de ser gobernados? ¿Podríamos salir de la apatía de

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la vida representativa e hipermediatizada, perder el miedo y


recuperar la libertad para estar y ser con los otros? ¿Podríamos
volver a darle voz colectiva al trabajo? Claramente nos queda
reaprender las lecciones de las luchas por la colectivización del
siglo XIX, y hacer conciencia colectiva de que no necesitamos
democracia, sino buscar un sistema alterno al neoliberalismo más
allá de las narrativas destructivas de progreso, bienestar y
desarrollo.

Atentamente,

Irmgard Emmelhainz

[I] Autores de Un futuro para México (2009), otra defensa de la


democracia.

[II] Un eufemismo moderno para nombrar la actual ola de


acumulación primitiva basada en la destrucción de los comunes.
En su libro The New Imperialism (2003), el filósofo marxista
David Harvey expande el concepto de «acumulación primitiva»
para abarcar la depredación y explotación de la naturaleza. La
acumulación por despojo abarata la materia prima y lo que está en
juego es la centralización, privatización y financiación de la
riqueza derivada de los comunes.

[III] Que me parece bastante problemática. Véase mi texto:


«Participación, antagonismo y nuevas formas de poder»,
Paradigmas políticos y culturales en el México neoliberal (en
preparación, Taurus México, 2018), donde argumento que lo que
está en juego en la noción de participación brindada por la

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democracia neoliberal son los rangos de posibilidad, no solo de


participación, sino de injerencia concreta en los procesos y las
decisiones políticas y los grados de autonomía en las formas de
organización por venir. Mientras que el esquema de la
democracia neoliberal invita a la participación ciudadana en
ámbitos triviales como arreglos urbanos, las decisiones que nos
afectan como colectivo compartiendo un territorio se están
llevando a cabo por medio de negociaciones y tratados secretos
mediante agentes políticos invisibles (por ejemplo, el TPP) fuera
de cualquier arena o institución en las que pudieran construirse
relaciones antagónicas, sostener las diferencias o llegar al
consenso.

[IV] Véase Sayak Valencia, Capitalismo gore y necropolítica en


México, Madrid: Melusina, 2010; y Achille Mbembe
Necropolítica, trad. Elisabeth Falomir Archambault, Madrid:
Melusina, 2011.

[V] Hago un análisis más detallado de la diferenciación de la


soberanía de los gobiernos neoliberales en mi libro La tiranía del
sentido común: La reconversión neoliberal de México, Ciudad de
México: Paradiso Editores, 2016.

[VI] Woldenberg, Cartas…, p. 33.

[VII] Wendy Brown, Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth


Revolution, Nueva York y Londres: Zone Books, 2015), p. 9.

[VIII] Véase mi texto «La herencia de la izquierda bajo el Neo-


PRI: La culturalización de la política y la inminente
obsolescencia de la crítica», disponible en:
http://comiteinvisiblejaltenco.blogspot.mx/2015/09/.

[IX] Woldenberg, Cartas…, p. 35.

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[X] Eyal Weizman et al., Forensic Architecture: Hacia una


estética investigativa, Ciudad de México y Barcelona: MUAC-
UNAM, MALBA y RM, 2017.

[XI] En el sentido derrideano de supplément o algo que


supuestamente siendo secundario viene a servir de ayuda a algo
‘original’ o ‘natural’. Cfr. Jacques Derrida, De la grammatologie,
París: Éditions de Minuit, 1967.

[XII] John Gibler, Una historia oral de la infamia, México:


Grijalbo/Sur+, 2016.

[XIII] Woldenberg, Cartas…, p. 58.

[XIV] Íbidem, p. 77.

[XV] Carlos Monsiváis, No sin nosotros: Los días del terremoto


1985-2005, Ciudad de México: Era, 2005, p. 74.

Referencias
Agamben, Giorgio, «Introductory Note on the Concept of
Democracy», En Agamben et al., Democracy in What State?,
Nueva York: Columbia University Press, 2011.

Alain Badiou, «The Democratic Emblem». En Agamben et al.,


Democracy in What State? Nueva York, Columbia University
Press, 2011.

Brown, Wendy, «We are all democrats now», En Agamben et al.


Democracy in What State?, Nueva York, Columbia University
Press, 2011.

https://horizontal.mx/democracia-sin-neoliberalismo/ Página 20 de 24
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, Undoing the Demos: Neoliberalism’s Stealth Revolution,


Nueva York y Londres: Zone Books, 2015.

Byung-Chul Han, «Miedo», Campo de relámpagos, 25 de junio


de 2017, disponible en: http://campoderelampagos.org/critica-y-
reviews/24/6/2017 (http://campoderelampagos.org/critica-y-
reviews/24/6/2017).

Monsiváis, Carlos, No sin nosotros: Los días del terremoto 1985-


2005, Ciudad de México: Era, 2005.

Orizaga Inzunza, Isabel Anayanssi, «Martes 19 de septiembre: el


derecho a conocer la verdad y el acceso a la información»,
Horizontal, 3 de octubre de 2017, disponible en:
https://horizontal.mx/martes-19-de-septiembre-el-derecho-a-
conocer-la-verdad-y-el-acceso-a-la-informacion/
(https://horizontal.mx/martes-19-de-septiembre-el-derecho-a-
conocer-la-verdad-y-el-acceso-a-la-informacion/).

Scarry, Elaine, Thinking in an Emergency, Nueva York: W.W.


Norton & Company, 2012.

Weizman, Eyal et al., Forensic Architecture: Hacia una estética


investigativa, Ciudad de México y Barcelona: MUAC-UNAM,
MALBA y RM, 2017.

Woldenberg, José, Cartas a una joven desencantada con la


democracia, México: Sexto Piso, 2017.

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Irmgard Emmelhainz
Irmgard Emmelhainz es escritora, traductora y
docente independiente. Es autora de "La tiranía del
sentido común: la reconversión neoliberal de México"

https://horizontal.mx/democracia-sin-neoliberalismo/ Página 21 de 24
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(https://horizontal.mx/author/irmgardemme/) (Paradiso Editores, 2016). Ha presentado su trabajo de


investigación y crítica en la Graduate School of
Design de Harvard, la Bienal de Sharjah en los
Emiratos Árabes Unidos y la Americas Society en
Nueva York, entre otros.

Más (https://horizontal.mx/author/irmgardemme/)

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CIUDADANIA-O- HICIMOS-DESPUES-
GISELA PÉREZ DE ACHA
CONSTRUIR- DEL-19S/)
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ARTURO DUQUE
MARÍA ISABEL VERDUZCO

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