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LA ANTIJURIDICIDAD

Noción del daño

Para el Derecho Romano el daño se concebía como la disminución del patrimonio, sin
embargo, con la evolución que en materia de responsabilidad se ha generado, han
surgido múltiples definiciones, como la que indica Henao (2006), “Daño es la
minoración patrimonial sufrida por la víctima” anotando que él entiende que el
patrimonio de la persona se compone por todos aquellos derechos que posee el ser
humano, sean económicos o no.
Igualmente Navia (2006) el daño supone ser el elemento que debe ir en todo juicio de
responsabilidad. El daño es un hecho que viene a modificar una realidad preexistente
afectando a un sujeto de derecho en su patrimonio, sentimientos o relaciones con los
demás. Igualmente, es una fuente de obligaciones que genera la responsabilidad, es
decir la obligación de indemnizar o resarcir. La responsabilidad es la obligación de
indemnizar, de resarcir el daño causado. Entonces hay una relación directa,
fundamental entre los conceptos de daño y responsabilidad, que lleva a una premisa
fundamental, sin daño no hay responsabilidad.

(Legis)El daño como elemento constitutivo clave en el análisis material de un caso


de responsabilidad civil, supone siempre el acaecimiento de un hecho que lesiona
un interés jurídicamente protegido, provocando siempre un perjuicio y generando
consecuencias negativas en la esfera jurídica de un sujeto de derecho, ya sean
estas de contenido patrimonial o no.

Por lo tanto, cada vez que nos encontremos frente a un daño resarcible, que
cumpla con los requisitos de certeza, subsistencia, especialidad e injusticia, y
concurran a su vez los otros elementos configuradores de responsabilidad civil
(hecho generador, relación de causalidad y criterio de imputación), se activará la
tutela resarcitoria, como mecanismo de defensa frente al sufrimiento de un daño
injusto, la que siempre debe expresarse en términos económicos o patrimoniales
(indemnización), sea cual fuere la naturaleza del daño.
Las clasificaciones del daño (legis)

El daño como unidad conceptual puede ser analizado desde su naturaleza como
perjuicio y lesión a un interés jurídicamente tutelado (daño evento) o desde sus
consecuencias o efectos negativos, ya sean estos patrimoniales o no (daño
consecuencia). De este modo, el interés lesionado y las consecuencias negativas
de su lesión son momentos vinculados ente sí, mas no coincidentes, pues de una
lesión sobre el patrimonio de un sujeto, pueden derivarse consecuencias también
de índole personal y viceversa.

Por lo tanto, siguiendo a una doctrina autorizada, consideramos la siguiente


clasificación con fines didácticos:

1. Daño evento: Se trata de la constatación fáctica del daño o la lesión en sí


misma considerada sobre la esfera jurídica del sujeto. En este sentido, el daño es
el resultado o evento material del hecho generador de responsabilidad. Aquí el
requisito de la certeza material del daño cobra vital importancia, distinguiéndose
únicamente por la naturaleza del ente afectado a raíz del evento lesivo en:

 Daño no patrimonial o extrapatrimonial: Es la lesión a la integridad


psicosomática del sujeto de derecho, así como el daño que atenta contra
los derechos fundamentales reconocidos en la norma constitucional y los
tratados internacionales.Dentro de este catálogo de daños podemos
encontrar al daño a la persona y al daño moral, que explicaremos más
adelante.

 Daño patrimonial: Es el que afecta directamente el patrimonio del


sujeto, es decir derechos de naturaleza económica como el de propiedad
y otros conexos.

Un ejemplo de la diferencia entre ambos tipos lo encontramos en el


daño que se genera a la integridad física cuando sufrimos un atropello y
perdemos un miembro del cuerpo (daño no patrimonial) o el menoscabo
a nuestro patrimonio cuando sufrimos un robo (daño patrimonial).
2. Daño consecuencia: Desde esta perspectiva se analizan los efectos
económicos negativos generados por el daño evento, que pueden tener una
causalidad material económica en sí misma o una de naturaleza jurídica o
atributiva dispuesta por la norma.

 Daño emergente: Representa la extracción de una utilidad preexistente del


patrimonio del sujeto; es decir, el empobrecimiento o disminución que sufre
el damnificado en su patrimonio como consecuencia directa del daño
evento. V. gr., el daño generado al patrimonio producto de los gastos
médicos y de hospitalización en los que haya que incurrir con ocasión de un
accidente automovilístico.

 Lucro cesante: Importa la pérdida de una utilidad previamente inexistente


que el sujeto presumiblemente conseguiría de no haberse verificado el
daño; es decir, la presumible ganancia o incremento en el patrimonio cuyo
ingreso a la esfera patrimonial se impide. Ejemplo, el daño generado al
patrimonio producto de la pérdida o disminución de la capacidad de trabajo
en caso de ocurrir un accidente de tránsito.

 Daño moral (en sus efectos patrimoniales): Pese a que el daño moral
como daño no patrimonial pone énfasis en el daño evento, por disposición
legal basada en criterios de justicia y de acuerdo con la función aflictivo-
consolatoria de la responsabilidad civil, este mismo debe ser indemnizado a
través de una reparación económica, destinada a mitigar los efectos del
daño, pues este es imposible de ser reparado por su naturaleza no
cuantificable. Ejemplo, la indemnización que se otorga a un sujeto que
perdió un familiar muy cercano producto de un choque vehicular.
Diferencias y coincidencias entre el daño a la persona y el daño
moral

 De acuerdo con Juan Espinoza, “el daño a la persona es entendido como la


lesión a los derechos existenciales o no patrimoniales de las personas”. En
este sentido, es el daño ocasionado a la entidad misma del sujeto de
derecho, desde que afecta su entidad psicofísica y los derechos
fundamentales de su personalidad, tales como la integridad, la salud, la
intimidad, entre otros. Ahora bien, respecto al daño moral, este se define
como aquella lesión o padecimiento psíquico que crea sufrimiento en el
sujeto de derecho producto de la ocurrencia del daño.

 La definición elaborada de daño moral o también llamado pretium doloris,


responde a un concepto restrictivo, pues de acuerdo con su naturaleza
histórica y con la intención de hacer el deslinde conceptual respecto al daño
a la persona, este siempre debe ser de carácter temporal y afectar
únicamente la esfera interna del sujeto. De este modo, para cierto sector de
la doctrina, la voz daño a la persona resulta inútil, pues no tuvo nunca
cabida en nuestro ordenamiento jurídico, pudiendo ser fácil y
convenientemente erradicado del Código Civil sin mayor problema. Otro
sector, sin embargo, considera que la relación entre ambos conceptos es
de género a especie y, en ese sentido, el daño moral en tanto daño
psíquico-emocional es una de las modalidades del genérico daño a la
persona.

 Finalmente, de acuerdo con la reciente clasificación de daños propuesta y


reseñada en el presente texto, el daño a la persona y el daño moral, pese a
tener una relación de género a especie, guardan una diferencia sustancial,
pues mientras el primero siempre responde a la función reparatoria de la
responsabilidad civil a través de una indemnización, por ser normalmente
valuable; el segundo, es siempre de naturaleza temporal y afecta la psiquis
interna del sujeto, por lo cual no es susceptible de valuación económica en
términos objetivos.

 Por lo que la indemnización otorgada en este caso responde únicamente a


la necesidad de consolar o mitigar el sufrimiento causado al sujeto producto
del daño, esto es, a la función aflictivo-consolatoria de la responsabilidad
civil.
DAÑO ANTIJURIDICO - Noción. Definición. Concepto

El daño antijurídico, entendido como la lesión a un derecho o bien jurídico o


interés legítimo que los demandantes no están obligados a soportar, se encuentra
acreditado con el registro civil de defunción de Jesús Antonio Hincapié García, en
el que se indica que su deceso se produjo por “heridas sufridas por semoviente de
forma accidental.” Entonces, el daño entendido como la lesión a un interés
protegido por el ordenamiento jurídico, y que la persona no está en el deber de
tolerar, se estructura en el caso sub examine, a partir de la verificación de la
muerte de Jesús Antonio Hincapié, toda vez que esta circunstancia constituye
para los demandantes una afectación a sus derechos e intereses jurídicos,
constitucional y legalmente protegidos.

Con gran precisión se ha conceptualizado a la antijuridicidad como “un juicio


negativo de valor que recae sobre un comportamiento humano y que indica que
ese comportamiento es contrario a las exigencias del ordenamiento jurídico”.
Y también se ha apuntado correctamente que “la antijuridicidad radica en la
contradicción entre el hecho de una persona y el ordenamiento jurídico,
considerado éste en forma integral.

Es un juicio objetivo de desaprobación sobre el hecho al cual se califica entonces


de ilícito”.
En nuestro concepto, una actuación antijurídica es aquella que –infringiendo un
deber legal u obligación contractual- causa un daño a otro, sin que medie una
causa de justificación de ese daño.

La antijuridicidad es un elemento material u objetivo imprescindible para que


nazca la responsabilidad civil y consiste en un obrar contrario a derecho; se trata
de una conducta que infringe o viola deberes impuestos en una norma o regla de
derecho, que forma parte integrante del ordenamiento jurídico. Se trata de un
presupuesto de la responsabilidad independiente de la voluntariedad y la
culpabilidad.

La antijuridicidad es una noción consustancial a la responsabilidad civil, no siendo


exclusiva de la responsabilidad extracontractual, sino que también tiene aplicación
en la responsabilidad obligacional y en la contractual.

En esa línea se ha resuelto que “los presupuestos del deber de reparar son
comunes a las dos órbitas de responsabilidad contractual y extracontractual, son
cuatro los elementos necesarios de esa responsabilidad civil:
a) la antijuridicidad; b) el daño causado; c) la relación de causalidad y d) el factor
atributivo
La antijuridicidad no se circunscribe a la vulneración de normas legales o a
cláusulas
contractuales, sino que las transgresiones a normas abiertas y a principios
jurídicos también quedan comprendidas en ella.

En similar sentido se ha expresado que “…el daño merecerá la calificación de


antijurídico cuando lesione un interés protegido por el Derecho, entendidos, tanto
éste como aquél, en su sentido más amplio. Lo anterior significa que por intereses
jurídicamente protegidos o tutelados no deben entenderse únicamente los
derechos subjetivos, sino también los intereses legítimos e, incluso, las
expectativas ciertas y legítimas, siempre y cuando unos y otras se encuentren
protegidos por el Ordenamiento jurídico, concebido éste no sólo como la suma de
sus concretas normas, sino integrado también por los principios y valores que lo
informan”.

Y bien se ha aclarado que institutos como el abuso del derecho amplían la


antijuridicidad mediante pautas axiológicas genéricas, como la funcionalidad en el
ejercicio de los derechos, la moral, la buena fe, las buenas costumbres, etc.

La antijuridicidad o ilicitud –términos que se utilizan como sinónimos en derecho


civil, pero que no son equiparables en el ámbito penal 27–, consiste en un proceder
que infringe un deber jurídico preestablecido en una norma o regla de derecho y
que causa daño a otro, obligando a su reparación a quien resulte responsable en
virtud de una imputación o atribución legal del perjuicio.

El comportamiento humano que contraría al ordenamiento jurídico configura el


substratum del hecho ilícito, y constituye a la vez el elemento material u objetivo
imprescindible para que nazca la responsabilidad civil.

Doctrina y jurisprudencia han destacado que la antijuridicidad radica en la


contradicción entre el hecho de una persona y el ordenamiento jurídico,
considerado éste en forma integral. En esta misma línea se ha dicho que la
antijuridicidad es una contradicción con el ordenamiento jurídico y no sólo una
contrariedad con una concreta norma jurídica, una lesión de un derecho subjetivo
o de un interés legítimo carente de justificación que repercuta en la esfera jurídica
ajena.

Ello, pues puede darse el caso de que un determinado acto estuviera prohibido
por una norma y autorizado por otra, no siendo en tal caso posible calificarlo como
antijurídico.

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