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We Were Liars - E. Lockhart PDF
We Were Liars - E. Lockhart PDF
We were liars
e. lockhart
2
Disclaimer
La traducción de este documente fue realizada sin fines de lucro, hecha por fans
para fans y tiene como propósito brindarles a las personas de habla hispana la posibilidad
de leer este libro que por uno u otro motivo no se encuentra en su idioma. Los personajes,
las situaciones e información encontrada aquí son obra intelectual del autor. Si tienen la
oportunidad no olviden comprar el libro y apoyar el trabajo del autor.
3
Staff
Moderación:
Lucia Hunter
Revisión:
Geraldine
4
Diseño:
Gaz
5
Para Daniel
6
7
8
Índice
Sinopsis 22 46 70
Primera Tercera 47 71
parte Parte 48 72
1 23 49 73
2 24 50 74
3 25 51 75
4 26 52 76
5 27 53 77
6 28 54 78
7 29 55 79
8 30 56 Quinta 9
9 31 57 Parte
10 32 Cuarta 80
11 33 Parte 81
12 34 58 82
13 35 59 83
14 36 60 84
15 37 61 85
Segunda 38 62 86
Parte 39 63 87
16 40 64 Agradecimi
17 41 65 entos
18 42 66 Sobre la
19 43 67 autora
20 44 68
21 45 69
Sinopsis
Una hermosa y distinguida familia.
Una isla privada.
Una chica brillante, dañada; un chico apasionado, político.
Un grupo de cuatro amigos —los Mentirosos — cuya amistad se vuelve destructiva.
Una revolución. Un accidente. Un secreto.
Mentiras tras mentiras.
Amor verdadero.
La verdad.
10
Primera 11
parte:
La bienvenida
1
B
ienvenido a la hermosa familia Sinclair.
Nadie es un criminal.
Nadie es un adicto.
Nadie es un fracaso.
Los Sinclairs son atléticos, altos y guapos. Son demócratas con dinero. Nuestras
sonrisas son amplias, nuestro mentón cuadrado y nuestro saque de tenis es agresivo.
No importa si el divorcio destruye los músculos de nuestros corazones, así apenas son
capaces de ganar sin una lucha. No importa si el dinero de nuestros fondos fiduciarios se
está acabando; si las cuentas de la tarjeta de crédito están sin pagar en la encimera de la
cocina. No importa si hay un grupo de botellas con píldoras en la mesita de noche.
No importa si uno de nosotros está tan profundamente, desesperadamente enamorado. 12
Tan
Enamorado
Igualando a medidas desesperadas
Que deben tomarse.
Somos los Sinclairs.
Nadie está necesitado.
Nadie es malo.
Vivimos, al menos en el verano, en una isla privada en la costa de Massachusetts.
Tal vez eso es todo lo que necesitas saber.
2
M
i nombre completo es Cadence Sinclair Eastman.
Vivo en Burlington, Vermont, con mamá y tres perros.
Tengo casi dieciocho años.
Poseo una bien utilizada tarjeta para la biblioteca y no mucho más, aunque es verdad
que vivo en una gran casa llena de objetos caros e inútiles.
Solía ser rubia, pero ahora mi pelo es negro.
Solía ser fuerte, pero ahora soy débil.
Solía ser bonita, pero ahora me veo enferma.
Es cierto que sufro de migrañas desde el accidente.
Es cierto que no sufro de locura. 13
Me gusta un toque de significado. ¿Ves? Sufro de migrañas. No sufro de locura. La
palabra significa casi lo mismo que en la oración anterior, pero no del todo.
Sufrir.
Podrían decir que significa soportar, pero no es exactamente correcto.
Mi historia comienza antes del accidente. El verano de junio cuando tenía quince
años, mi padre había huido con alguna mujer que amó más que a nosotras.
Papá era un profesor medianamente exitoso de la historia militar. En ese entonces yo
lo adoraba. Él llevaba chaquetas de tweed. Estaba demacrado. Bebía té con leche. Estaba
encariñado con los juegos de mesa y me dejaba ganar, encariñado con los barcos y me
enseñó el kayak, encariñado con bicicletas, libros y museos de arte.
Nunca estaba encariñado con los perros, y era un signo de cuánto amaba a mi madre
ya que dejaba que nuestros golden retriever durmieran en los sofás y los sacaba a caminar
tres millas cada mañana. Él tampoco era aficionado de mis abuelos, y era un signo de
cuánto me amaba a mí y a mamá el que pasara todos los veranos en Windemere House en
la isla Beechwood, escribiendo artículos sobre guerras hace mucho tiempo y poniendo una
sonrisa para los parientes en cada comida.
Ese Junio, verano quince, Papá anunció que se iba y partió dos días después. Le dijo a
mi madre que él no era un Sinclair y no podía tratar de serlo ya. No podía sonreír, no podía
mentir, no podría ser parte de esa hermosa familia en esas hermosas casas.
No podía. No podría. No lo haría.
Él ya había contratado unas camionetas de mudanza. Había alquilado una casa,
también. Mi padre puso una última maleta en el asiento trasero del Mercedes (estaba
dejando a mamá con sólo el Saab) y encendió el motor.
Entonces sacó una pistola y me disparó en el pecho. Yo estaba de pie en el césped y
caí. El agujero abierto a plena vista y mi corazón salió de mi caja torácica y cayó en una
cama de flores. Sangre brotaba rítmicamente de mi herida abierta, luego de mis ojos,
mis oídos,
mi boca.
Sabía a sal y fracaso. La brillante vergüenza roja de no ser amada remojaba la hierba
al frente de nuestra casa, los ladrillos del camino, los escalones hacia el porche. Mi corazón
quedó entre las peonías como una trucha.
Mamá actuó. Me dijo que me contuviera.
Sé normal, ahora, dijo. Ahora mismo, dijo.
Porque tú lo eres. Porque tú lo puedes ser.
No causes una escena, me dijo. Respira y siéntate. 14
Hice lo que ella pidió.
Ella era todo que lo que me quedaba.
Mamá y yo sacamos en alto nuestro mentón cuadrado mientras Papá conducía colina
abajo. Luego fuimos al interior y destrozamos los regalos que él nos había dado: joyas,
ropa, libros, cualquier cosa. En los días que siguieron, nos deshicimos del sofá y los
sillones que mis padres habían comprado juntos.
Tiramos la boda china, la plata, las fotografías.
Compramos muebles nuevos. Contratamos a un decorador. Pidiendo una orden para
cualquier cubierto de Ti.
Pasamos un día caminando a través de galerías de arte y compramos pinturas para
cubrir los espacios vacíos en nuestras paredes.
Pedimos a los abogados de mi abuelo que garantizaran los activos de mamá.
Entonces hicimos nuestras maletas y fuimos a la isla Beechwood.
3
P enny, Carrie y Bess son las hijas de Tipper y Harris Sinclair. Harris llego con
su dinero a los veintiuno tras Harvard y amaso una fortuna haciendo negocios
que yo nunca me moleste por entender. Heredó casas y terrenos. Tomó
decisiones inteligentes acerca del mercado de valores. Se casó con Tipper y la mantuvo en
la cocina y el jardín. La puso a exhibirse en perlas y veleros. Ella parecía disfrutarlo.
La única falta del abuelo es que él nunca tuvo un hijo, pero no importó. Las hijas
Sinclair eran hermosas y bendecidas. Altas, alegres y ricas, esas chicas eran como princesas
en un cuento de hadas. Eran conocidas en Boston, Harvard Yard y Martha’s Vineyard por
sus cardigans de cachemira y grandes fiestas. Fueron hechas para ser leyenda. Hechas para
príncipes y escuelas Ivy League, estatuas de marfil y majestuosas casas.
El abuelo y Tipper amaban tanto a las chicas, que no podían decir a quien amaban
más. La primera Carrie, y Penny, luego Bess y luego Carrie otra vez. Hubo exuberantes
bodas con salmón y arpistas, luego brillantes nietos rubios y divertidos perros rubios. Nadie 15
podría nunca haber estado tan orgulloso de sus hermosas chicas americanas que Tipper y
Harris, en ese entonces.
Ellos construyeron tres casas nuevas en su escarpada isla privada y les dieron un
nombre: Windemere para Penny, Red Gate para Carrie y Cuddledown para Bess.
Soy la nieta mayor Sinclair. Heredera de la isla, la fortuna y las expectativas.
Bueno, probablemente.
4
Y
o, Johnny, Mirren y Gat. Gat, Mirren, Johnny y yo.
La familia de cuatro nos llama los Mentirosos, y probablemente nos
lo merecemos. Todos somos casi de la misma edad y todos tenemos los
cumpleaños en el otoño. Casi todos los años en la isla, hemos estado en
problemas.
Gat empezó a venir a Beechwood el año que teníamos ocho. Verano ocho, lo
llamamos.
Antes de eso, Mirren, Johnny y yo no éramos los Mentirosos. No éramos nada
excepto primos, y Johnny era un dolor porque no le gustaba jugar con las niñas.
Johnny, él es dinamismo, activo y mordaz. En ese entonces colgaba nuestras Barbies
por el cuello o nos dispararía con armas hechas de Lego.
Mirren, es azúcar, curiosidad y lluvia. En aquel entonces pasaba largas tardes con 16
Taft y los gemelos, chapoteando en la gran playa, mientras que yo hacía dibujos en papel
cuadriculado y leía en la hamaca en el porche de la casa de Clairmont.
Entonces Gat llegó a pasar los veranos con nosotros.
El esposo de tía Carrie la dejó cuando ella estaba embarazada con el hermano de
Johnny, Will. Yo no sé qué pasó. La familia nunca habla de ello. En el verano ocho, Will
era un bebé y Carrie había empezado ya con Ed.
Este Ed, era un marchante de arte y adoraba a los niños. Eso era todo lo que habíamos
oído acerca de él cuando Carrie anunció que lo iba a traer a Beechwood, junto con Johnny y
el bebé.
Fueron los últimos en llegar el verano, y la mayoría de nosotros estaba en el muelle
esperando que el barco entrara. El abuelo me levantó para que pudiera saludar a Johnny,
quien llevaba un chaleco salvavidas naranja y gritaba sobre la proa.
La abuela Tipper estaba parada al lado de nosotros. Se volvió lejos de la embarcación
por un momento, alcanzó en su bolsillo y sacó un poco de menta blanca. La desenvolvió y
la metió en mi boca.
Mientras ella miraba el barco, la cara de la abuela cambio. Yo entrecerré los ojos para
ver lo que ella veía.
Carrie caminó con Will en su cadera. Él tenía un chaleco salvavidas amarillo para
bebés y realmente no era más que una sorpresa de pelo blanco-rubio levantándose por
encima de él. Se hizo una ovación ante la vista de él. El chaleco, que todos nosotros
habíamos usado como bebés. El pelo. Lo maravilloso que era un niño que nosotros
sabíamos era tan obviamente un Sinclair.
Johnny saltó del barco y lanzó su propio chaleco en el muelle. En primer lugar, corrió
hasta Mirren y la pateó. Entonces me pateó. Pateó a las gemelas. Camino hacia nuestros
abuelos y se enderezo.
—Es bueno verlos, abuela y abuelo. Estoy esperando un verano feliz.
Tipper lo abrazó.
—Tu madre te pidió que dijeras eso, ¿no?
—Sí —dijo Johnny—. Y debo decir, es lindo volver a verlos.
—Buen chico.
—¿Ya puedo irme?
Tipper besó su pecosa mejilla.
—Adelante, entonces.
Ed siguió a Johnny, habiéndose detenido para ayudar a descargar el equipaje de la
lancha a motor. Era alto y delgado. Su piel era muy oscura: herencia India, aprenderíamos
luego.
Llevaba gafas de marco negro y estaba vestido con ropa elegante de la ciudad: un
traje de lino y camisa a rayas. Los pantalones estaban arrugados por el viaje. 17
El abuelo me bajo al suelo.
La boca de la abuela Tipper era una línea recta. Luego ella mostró todos los dientes y
se fue hacia adelante.
—Tú debes ser Ed. Qué hermosa sorpresa.
Él estrechó su mano.
—¿No les dijo Carrie que íbamos a venir?
—Claro que sí.
Ed miró alrededor de nuestra blanca, blanca familia. Se dirigió a Carrie.
—¿Dónde está Gat?
Ellos lo llamaron, y él escaló desde el interior del barco, quitándose su chaleco
salvavidas, mirando hacia abajo para deshacer las hebillas.
—Mamá, papá —dijo Carrie—, hemos traído al sobrino de Ed para jugar con Johnny.
Se trata de Gat Patil.
El abuelo extendió la mano y acarició la cabeza de Gat.
—Hola, joven.
—Hola.
—Su padre murió sólo este año —explicó Carrie—. Él y Johnny son los mejores
amigos. Es de gran ayuda para la hermana de Ed si lo tomamos por unas semanas. ¿Y Gat?
Vas a conseguir las parrilladas y luego ir a nadar como hablamos. ¿De acuerdo?
Pero Gat no respondió. Él me estaba mirando.
Su nariz era dramática, su boca dulce. Piel marrón oscura, pelo negro y rizado. Su
cuerpo conectado con energía. Gat parecía accionado por un resorte. Como si estuviera
buscando algo. Él era contemplación y entusiasmo. Ambición y café fuerte. Yo podría
haberlo mirado por siempre.
Nuestros ojos se encontraron.
Giré y huí.
Gat me siguió. Podía oír sus pies detrás de mí en la pasarela de madera que cruzaban
la isla.
Yo seguí corriendo. Él me siguió.
Johnny persiguió a Gat. Y Mirren persiguió a Johnny.
Los adultos siguieron hablando en el muelle, cortésmente alrededor de Ed,
murmurando sobre el bebé Will. Los pequeños hacían lo que sea que los pequeños hacían.
Nosotros cuatro dejamos de correr en la pequeña playa en la casa de Cuddledown. Un
pequeño tramo de arena con rocas altas en ambos lados. No se usaba mucho, en aquel
entonces. La gran playa tenía arena más blanda y menos algas. 18
Mirren se quitó los zapatos y el resto de nosotros la siguió. Tiramos piedras en el
agua. Nosotros sólo existíamos.
Escribí nuestros nombres en la arena.
Cadence, Mirren, Johnny y Gat.
Gat, Johnny, Mirren y Cadence.
Ese fue el comienzo de nosotros.
21
6
E n el verano quince llegué una semana más tarde que los otros. Papá nos había
dejado, y mamá y yo tuvimos que ir de compras, consultar a un decorador y
todo.
Johnny y Mirren se encontraron conmigo en el muelle, las mejillas rosadas y muchos
planes para el verano. Ellos estaban escenificando un torneo de tenis familiar y habían
marcado recetas de helado. Iríamos a navegar, construiríamos hogueras.
Los pequeños pululaban y gritaban como siempre. Las tías sonrieron con frías
sonrisas. Después del bullicio de la llegada, todos fueron a Clairmont para la hora del
cóctel.
Fui al Red Gate, buscando a Gat. Red Gate es una casa mucho más pequeña que
Clairmont, pero todavía tiene cuatro dormitorios arriba. Johnny, Gat y Will vivían con tía
Carrie —además de Ed, cuando él estaba allí, que no era frecuente.
Caminé hasta la puerta de la cocina y miré a través de la pantalla. Gat no me vio al
principio. Él estaba de pie en el mostrador con una desgastada camiseta gris y pantalones
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vaqueros. Sus hombros estaban más amplios de lo que recordé.
Desató una flor seca desde donde la había colgado boca abajo con una cinta en la
ventana sobre el fregadero. La flor era una rosa de la playa, profundamente rosada y
libremente construida, la clase que crece a lo largo del perímetro de Beechwood.
Gat, mi Gat. Ya había elegido una rosa para mí de nuestro lugar favorito para
caminar. Él la había colgado para secarla y esperado a que yo llegara a la isla para poder
dármela.
Había besado a un número sin importancia de uno o tres niños por ahora.
Había perdido a mi padre.
Había llegado aquí a esta isla desde una casa llena de lágrimas y falsedad
y vi a Gat,
y vi esa rosa en su mano,
y en ese preciso momento, con la luz del sol entrando por la ventana y brillando sobre
él,
las manzanas en el mostrador de la cocina,
el olor de la madera y el océano en el aire,
Lo llame amor.
Eso fue amor, y me golpeó tan fuerte que me apoyé contra la pantalla de la puerta que
seguía de pie entre nosotros, sólo para permanecer vertical. Quería tocarlo como si él fuera
un conejo, un gatito, algo tan suave y especial que tus dedos no pueden simplemente dejar
de tocarlo. El universo era bueno porque él estaba aquí. Me encantó el agujero en sus
pantalones vaqueros y la suciedad en sus pies descalzos y la costra en su codo y la cicatriz
en su ceja. Gat, mi Gat.
Me quedé allí, mirando, él puso la rosa en un sobre. Buscó una pluma, golpeando
abiertos unos cajones y cerrándolos, encontró una en su propio bolsillo y escribió.
No me di cuenta de que estaba escribiendo una dirección hasta que sacó un rollo de
sellos de un cajón de la cocina.
Gat estampo el sobre. Escribió una dirección de retorno.
No era para mí.
Dejé Red Gate antes de que él me viera y bajé corriendo el perímetro. Vi el cielo
oscurecerse, solitario.
Rasgue todas y cada una de las rosas hasta un arbusto triste y las tire, una tras otra, en
el mar embravecido.
23
7
J ohnny me contó sobre la novia de Nueva York esa noche. Su nombre era
Raquel. Johnny ni siquiera la había conocido. Él vivía en Nueva York, como lo
hace Gat, pero en el centro con Carrie y Ed, mientras que Gat vive con su madre.
Johnny dijo que Raquel era una bailarina moderna y vestía ropa de color negro.
El hermano de Mirren, Taft, me dijo que Raquel había enviado a Gat un paquete de
brownies caseros. Liberty y Bonnie me dijeron que Gat tenía fotos de ella en su teléfono.
Gat no la menciono en lo absoluto, pero tuvo problemas para encontrarse con mis
ojos.
Esa primera noche, llore y mordí mis dedos y bebí vino que traje de la despensa del
Clairmont. Le conté violentamente al cielo, embravecido y tirando a estrellas de sus
amarres, remolinos y vómitos.
Golpeé con mi puño la pared de la ducha. Me lavé la vergüenza y la rabia en la fría,
fría agua. Entonces me estremecí en mi cama como el perro abandonado que era, mi piel
temblando sobre mis huesos.
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A la mañana siguiente y después de eso, cada día me comporté normal. Había
elevado mi barbilla cuadrada en alto.
Habíamos navegado y hecho hogueras. Gané el torneo de tenis.
Hicimos tinas de helado y tomamos el sol.
Una noche, los cuatro comimos un picnic abajo en la pequeña playa. Almejas al
vapor, papas, y maíz dulce. El personal lo hizo. No sabía sus nombres.
Johnny y Mirren cargaron la comida en las cacerolas de metal. Comimos alrededor de
la hoguera, chorreando mantequilla sobre la arena. Gat preparo un triple-Decker s’mores
para todos nosotros. Miré sus manos en el resplandor, deslizando malvaviscos sobre un
palo largo. Donde una vez había tenido nuestros nombres escritos, ahora llevaba escrito los
títulos de libros que quería leer.
Esa noche, a la izquierda: El ser y. A la derecha: la nada.
Yo había escrito en mis manos, también. Una cita que me había gustado. A la
izquierda: Vive. A la derecha: el ahora.
—¿Quieren saber qué estoy pensando? —preguntó Gat.
— Sí —dije.
—No —dijo Johnny.
—Me pregunto cómo podemos decir que tu abuelo es dueño de esta isla. No
legalmente pero en realidad.
—Por favor no empieces sobre los males de los peregrinos —gimió Johnny.
—No. Estoy preguntando, ¿cómo podemos decir que la tierra pertenece a alguien? —
Gat saludo a la arena, el mar, el cielo.
Mirren se encogió de hombros.
—Se compran y venden tierras todo el tiempo.
—¿No podemos hablar de sexo o asesinato? —preguntó Johnny.
Gat lo ignoró.
—Tal vez la tierra no pertenece a la gente en absoluto. O tal vez debería haber límites
en lo que se puede poseer. —Se inclinó hacia adelante—. Cuando fui a la India este
invierno, en ese viaje voluntario, construimos inodoros. Construyéndolos porque las
personas allí, en un pueblo, no los tienen.
—Todos sabemos que fuiste a la India —dijo Johnny—. Nos lo contaste como unas
cuarenta y siete veces.
Esto es algo que amo de Gat: él es tan entusiasta, tan implacablemente interesado en
el mundo, que tiene problemas para imaginar la posibilidad de que otras personas se
aburrirían por lo que él está diciendo. Incluso cuando se lo dicen. Pero también, no quiere
dejarnos o aflojar. Él quiere hacernos pensar, incluso cuando nosotros no nos sentimos con
ganas de hacerlo.
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Metió un palo en las brasas.
—Estoy diciendo que deberíamos hablar. No todos tienen islas privadas. Algunas
personas trabajan en ellas. Algunos trabajan en las fábricas. Algunos no tienen trabajo.
Algunos no tienen comida.
—Deja de hablar, ahora. —Dijo Mirren.
—Deja de hablar, para siempre —dijo Johnny.
—Tenemos una vista deformada de la humanidad en Beechwood —dijo Gat—. No
creo que ustedes vean las cosas.
—Cállate —le dije—. Te daré más chocolate si te callas.
Y Gat calló, pero su cara se desencajo. Se paró bruscamente, recogió una roca de la
arena y la lanzó con toda su fuerza. Se quitó su sudadera y pateo sus zapatos.
Luego entró en el mar en sus pantalones vaqueros.
Enojado.
Vi los músculos de sus hombros en la luz de la luna, el roció levantándose mientras él
salpicaba. Se zambulló y pensé: Si no lo sigo ahora, esa chica Raquel lo tiene. Si no lo sigo
ahora, él se irá lejos. De los Mentirosos, de la isla, de nuestra familia, de mi lado.
Tire mi suéter y seguí a Gat en el mar con mi vestido. Choqué con el agua, nadando
hacia donde él yacía en su espalda. Su pelo mojado estaba pegado a su cara, mostrando la
fina cicatriz a través de su ceja.
Busqué su brazo.
—Gat.
Se asustó. Estaba parado en el mar hasta la cintura.
—Perdón —dije en voz baja.
—Yo no te digo que te calles, Cady —dijo—. Nunca te he dicho eso a ti.
—Lo sé.
Él se quedó en silencio.
—Por favor no te calles —dije.
Sentí sus ojos sobre mi cuerpo en mi vestido mojado.
—Hablo mucho —dijo—. Critico todo.
—Me gusta cuando hablas —dije, porque era cierto. Cuando yo dejaba de escuchar,
me gustaba.
—Es que todo me hace… —Se detuvo—. Las cosas están complicadas en el mundo,
eso es todo.
—Sí.
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—Tal vez debería… —Gat tomó mis manos, los giró para mirar las palabras escritas
en las partes posteriores—…debería vivir el ahora y no estar agitado todo el tiempo.
Mi mano estaba en su húmeda mano.
Me estremecí. Sus brazos estaban desnudos y mojados. Solíamos tomarnos de la
mano todo el tiempo, pero él no me había tocado en todo el verano.
—Es bueno que veas el mundo como lo haces —le dije.
Gat me soltó y se inclinó hacia el agua.
—Johnny quiere que me calle. Yo te estoy aburriendo a ti y a Mirren.
Miré su perfil. No era sólo Gat. Él era contemplación y entusiasmo.
Ambición y fuerte convicción. Todo eso estaba allí, en los parpados de sus ojos
marrones, su suave piel, su labio inferior empujado hacia fuera. Había energía en espiral
dentro.
—Te voy a contar un secreto —dije en voz baja.
—¿Qué?
Extendí la mano y volví a tocar su brazo. Él no se alejó.
—Cuando decimos “Cállate, Gat” no es lo que queremos decir en absoluto.
—¿No?
—Lo que queremos decir es, te amamos. Nos recuerdas que somos bastardos
egoístas. Tú no eres uno de nosotros, de esa forma.
Dejó caer sus ojos. Sonrió.
—¿Es eso lo que quieres decir, Cady?
—Sí —le dije. Dejé que mis dedos se deslizaran hacia abajo de su brazo extendido,
flotante.
—No puedo creer que ustedes estén en el agua —Johnny estaba parado con los
tobillos en el océano, su pantalones vaqueros enrollados—. Es el Ártico. Mis pies están
congelándose.
—Es bueno una vez que has entrado —llamo Gat.
—¿En serio?
—¡No seas débil! —gritó Gat—. Se viril y entra en la estúpida agua.
Johnny se rió y se metió. Mirren le siguió.
Y fue —exquisito.
La noche cerniéndose sobre nosotros. El zumbido del océano. El grito de las gaviotas.
27
8
E
sa noche tuve problemas para dormir.
Después de la medianoche, él llamó mi nombre.
Miré por la ventana. Gat estaba sobre su espalda en la pasarela de
madera que conducía a Windemere. Los golden retriever yacían cerca de él,
todos: Bosh, Grendel, Poppy, Prince Philip y Fátima. Sus colas sacudiéndose suavemente.
La luz de la luna volvía azul todo.
—Ven —dijo.
Lo hice.
La luz de mamá estaba apagada. El resto de la isla estaba oscura. Estábamos solos,
con excepción de todos los perros.
—Muévete a un lado —le dije. La pasarela no era amplia. Cuando me recosté junto a
él, nuestros brazos se tocaron, los míos desnudos y los de él en una cazadora verde oliva. 28
Miramos al cielo. Tantas estrellas, parecía una celebración, una gran fiesta ilícita que
la galaxia estaba teniendo después de que los humanos habían sido puestos en la cama.
Me alegré de que Gat no tratara de sonar bien informado acerca de las constelaciones
o hablar estúpidamente acerca de deseos a las estrellas. Pero no sabía qué hacer con su
silencio, tampoco.
—¿Puedo sostener tu mano? —preguntó.
Puse la mía en la suya.
—El universo es aparentemente enorme ahora —me dijo—. Necesito algo para
sostenerme.
—Estoy aquí.
Su pulgar froto el centro de la palma de mi mano. Todos mis nervios, concentrados
ahí, vivos con cada movimiento de su piel en la mía.
—No estoy seguro de que soy una buena persona —dijo después de un tiempo.
—No estoy segura de que lo soy, tampoco —dije—. Estoy improvisando.
—Sí —Gat estaba en silencio por un momento—. ¿Crees en Dios?
—A veces. —Traté de pensar en ello seriamente. Sabía que Gat no se conformaría
con una respuesta imparcial—. Cuando las cosas van mal, rezo o imagino que alguien cuida
de mí, escuchando. En los primeros días después de que mi papá se fue, pensé en Dios. Por
protección. Pero el resto del tiempo, estoy lidiando con mi vida diaria. No es ni siquiera un
poco espiritual.
—Yo ya no creo —dijo Gat—. Ese viaje a la India, la pobreza. No hay Dios que
pueda imaginar que dejaría pasar eso. Entonces volví a casa y empecé a notarlo en las
calles de Nueva York. Las personas enfermas y muertas de hambre en una de las naciones
más ricas del mundo. Sólo que no puedo creer que alguien esté cuidando a esas personas.
Lo que significa que nadie está cuidándome a mí, tampoco.
—Eso no te hace una mala persona.
—Mi madre lo cree. Se crió budista pero va a una iglesia metodista ahora. Ella no
está muy feliz conmigo. —Gat casi nunca habló de su madre.
—No puedes creer sólo porque ella te lo dice —dije.
—No. La pregunta es: cómo ser una buena persona si ya no creo.
Observamos el cielo. Los perros entraron en Windemere por una puerta creada para
ellos.
—Tienes frío —dijo Gat—. Déjame darte mi chaqueta.
No tenía frío, pero me senté. Él se sentó, también. Desabrochó su cazadora verde
oliva y se la quitó. Entregándomela.
Estaba cálida por su cuerpo. Demasiado amplia en los hombros. Sus brazos estaban
desnudos ahora. 29
Quería darle un beso allí mientras usaba su cazadora. Pero no lo hice.
Tal vez él amaba a Raquel. Esas fotos en su teléfono. Esas rosas secas de la playa en
el sobre.
9
E n el desayuno a la mañana siguiente, mamá me pidió que fuera a través de las
cosas de papá en el ático de Windemere y que tomara lo que quería. Ella
podría deshacerse del resto.
Windemere es con tejado a dos aguas y angular. Dos de las habitaciones tienen techos
inclinados y es la única casa de la isla con un ático completo. Hay un gran porche y una
cocina moderna, actualizada con una mesa de mármol que parece un poco fuera de lugar.
Las habitaciones son luminosas y llenas de perros.
Gat y yo subimos al ático con botellas de vidrio de té helado y nos sentamos en el
suelo. La habitación olía a madera. Un cuadrado de luz brillaba a través de la ventana.
Habíamos estado en el ático antes.
Además, nunca habíamos estado en el ático antes.
Los libros eran las vacaciones de Papá leyendo. Todas las memorias de deportistas,
estrellas de rock, y acogedores misterios contados por gente vieja de la que yo nunca había 30
oído. Gat realmente no estaba mirando. Él estaba ordenando los libros por color. Una pila
roja, azul, marrón, blanco, amarillo.
—¿No quieres nada para leer? —le pregunté.
—Tal vez.
—¿Qué hay de Primera Base y Más Allá?
Gat se rió. Sacudió la cabeza. Enderezó su pila azul.
—¿Rockea con tu lado malvado? ¿Héroe de la pista de baile?
Se estaba riendo otra vez. Entonces se puso serio.
—¿Cadence?
—¿Qué?
—Cállate.
Me permití mirarlo mucho tiempo. Cada curva de su rostro era familiar, y al mismo
tiempo nunca lo había visto antes.
Gat sonrío. Brillando. Tímido. Llegó a sus rodillas, pateando las pilas de coloridos
libros en el proceso. Se estiró y acarició mi cabello.
—Te amo, Cady. En serio.
Me incline y le bese.
Él tocó mi cara. Corrió su mano por mi nuca y a lo largo de mi clavícula. La luz
desde la ventana del ático brilló sobre nosotros. Nuestro beso era eléctrico y suave,
y tentativo y seguro,
terrorífico y exacto.
Sentí la fiebre del amor de mí a Gat y de Gat a mí.
Estábamos calientes y temblando,
y jóvenes y antiguos, y vivos.
Estaba pensando, es verdad. Ya nos amamos.
Ya lo hacíamos.
31
10
E l abuelo nos sorprendió. Gat se levantó. Parándose torpemente sobre los
libros clasificados por color que se habían derramado en el suelo.
—No, señor.
—Estoy interrumpiendo —dijo el abuelo.
Encontré a Gat en el camino perimetral y corrí hacia donde estaba, mirando el agua.
El viento venía duro y mi pelo se metió en mis ojos. Cuando lo besé, sus labios
estaban salados.
11
L a abuela Tipper murió de insuficiencia cardíaca ocho meses antes del verano
quince, en Beechwood. Ella era una mujer impresionante, incluso cuando era
anciana. Pelo blanco, mejillas de color rosa; alta y angular. Ella es quien hizo
que a mamá le gustaran tanto los perros. Siempre tenía al menos dos y a veces cuatro
golden retriever cuando sus hijas eran pequeñas, todo el camino hasta que murió.
Ella era apresurada en juzgar y escoger favoritos, pero también era cálida. Si te habías
levantado temprano en Beechwood, cuando éramos pequeños, podrías ir a Clairmont y
despertar al Abue. Ella haría masa de galletas sentada en la nevera y lo vertería en latas y
dejaría comer tantas galletas calientes como quisieras, antes que el resto de la isla. Nos
llevaría a la cosecha de bayas y ayudaría a hacer un pastel o algo que llamó bajón y que
comeríamos esa noche.
Uno de sus proyectos de caridad era una fiesta anual de beneficencia por el Instituto
Farm en Martha Vineyard. Todos solíamos ir. Era al aire libre, en hermosas tiendas de
campaña blancas. Los Pequeños podían correr usando ropa de fiesta y sin zapatos. Johnny,
Mirren, Gat y yo cogeríamos a escondidas unas copas de vino para sentir vértigo y hacer el
34
tonto. Abue bailó con Johnny y después mi papá, entonces con el abuelo, sosteniendo el
borde de su falda con una sola mano. Yo solía tener una fotografía de Abue en una de esas
fiestas de beneficencia. Llevaba un vestido de noche y sostenía un cochinillo.
Verano quince en Beechwood, Granny Tipper se había ido. Clairmont se sentía vacío.
La casa es un caserón gris victoriano de tres pisos. Hay una torreta superior y
alrededor del porche. Dentro, está lleno de dibujos animados originales de New Yorker,
fotos familiares, almohadas bordadas, pequeñas estatuas, pisapapeles de marfil, pescados
disecados en las placas. Por todas partes, en todas partes, bellos objetos recogidos por
Tipper y el Abuelo. En el césped una enorme mesa de picnic lo suficiente grande como
para dieciséis y mucho más que eso, un neumático cuelga de un masivo arce.
Abue solía estar ajetreada en la cocina y planear salidas. Ella hizo edredones en su
sala de arte, y el zumbido de la máquina de coser se oía a lo largo de la parte de abajo de las
escaleras. Ella dando órdenes a los encargados en sus guantes de jardinería y jeans azules.
Ahora la casa estaba silenciosa. No hay libros de cocina abiertos en el mostrador, ni
música clásica en el sistema de sonido en la cocina. Pero todavía se mantenía el jabón
favorito de la abuela en todos los platos. Aquellas que eran sus plantas crecían en el jardín.
Sus cucharas de madera, sus servilletas de tela.
Un día, cuando nadie estaba cerca, fui a la sala de arte en la parte posterior de la casa
de abajo. Toqué la colección de telas de la Abue, los brillantes botones y vibrantes hilos de
colores.
Mi cabeza y hombros se derritieron primero, seguidos por mis caderas y rodillas. No
mucho después me hice un charco, sumergiéndome en los hermosos estampados de
algodón. Empape la colcha que nunca termino, oxide las partes metálicas de su máquina de
coser. Fui pérdida pura y líquida, entonces, por una o dos horas. Mi abuela, mi abuela. Se
había ido para siempre, aunque podía oler su perfume Chanel en las telas.
Mamá me encontró.
Me hizo actuar normal. Porque yo lo era. Porque yo podía. Me dijo que respirara y
me enderezara.
Y yo hice lo que ella pidió. Otra vez.
Mamá estaba preocupada por el abuelo. Él estaba temblando en sus pies y Abue se
había ido, sosteniéndose de sillas y mesas para mantener su equilibrio. Era el jefe de la
familia. Ella no quería que se desestabilizara. Ella quería que él supiera que sus hijos y
nietos seguían en pie, fuertes y felices como siempre. Era importante, dijo ella; era
comprensivo; era lo mejor. No causes angustia, dijo. No le recuerdes a la gente su pérdida.
—¿Entiendes, Cady? El silencio es una capa protectora sobre el dolor.
Comprendí, y me las arreglé para borrar a la abuela Tipper de las conversaciones, del
mismo modo que había borrado a mi padre. No felizmente, pero completamente. En las
comidas con las tías, en el barco con el abuelo, incluso a solas con mamá —me comporté
como si esas dos críticas personas nunca hubieran existido. El resto de los Sinclairs hizo lo
mismo. Cuando estábamos todos juntos, la gente mantuvo su sonrisa amplia. Habíamos
hecho lo mismo cuando Bess dejo al tío Brody, lo mismo cuando Tío Jonathan dejó a 35
Carrie, lo mismo cuando Peppermill el perro de la abuela murió de cáncer. Gat nunca lo
entendió, sin embargo. Él mencionó a mi padre despreocupadamente— muchas veces, en
realidad. Papá y Gat eran oponentes de ajedrez decente y un público dispuesto para sus
aburridos cuentos de historia militar, así que ellos habían pasado un poco de tiempo juntos.
—¿Te acuerdas cuando tu padre atrapó ese cangrejo tan grande con un balde? —Diría
Gat. O a Mami—:El año pasado Sam me dijo que había un kit de pesca en el cobertizo;
¿Sabes dónde está?
Las conversaciones en la cena se detenían bruscamente cuando él mencionaba a la
Abuela. Gat dijo:
—Echo de menos la manera en que ella se paraba al pie de la mesa y servía el postre,
¿ustedes no? Era tan Tipper.
Johnny tenía que empezar a hablar en voz alta sobre el Wimbledon hasta que la
consternación desaparecía de nuestras caras.
Cada vez que Gat dijo cosas como estas, tan casuales y veraces, tan ajenas —mis
venas se abrían. Mis muñecas se dividían. La sangré goteaba por mis palmas. Me mareaba.
Me tambalee ante la mesa o colapse en la tranquila y vergonzosa agonía, esperando que
nadie en la familia se diera cuenta. Especialmente no mamá.
Gat casi siempre lo vio, sin embargo. Cuando la sangre goteaba sobre mis pies
descalzos o se vertía sobre el libro que estaba leyendo, era amable. Envolvió mis muñecas
en gasa blanca y suave y me hizo preguntas acerca de lo que había sucedido. Me preguntó
por mi padre y sobre Abue, como si hablar de algo podía hacerlo mejor. Como si las
heridas necesitaran atención.
Era un extraño en nuestra familia, incluso después de todos estos años.
En Europa, vomite en pequeños cubos y me lave los dientes repetidamente con una
blancuzca pasta de dientes británica. Yací boca abajo en el piso de los baños de varios
museos, sintiendo el frío azulejo debajo de mi mejilla mientras mi cerebro se licuaba y se
filtraba por mi oído, burbujeando. Las migrañas dejaron que mi sangre se extendiera por las
sabanas de hoteles desconocidos, goteando en los pisos, supurando en las alfombras,
empapando a través de croissants sobrantes y galletas de encaje italianas.
Podía oír a papá llamarme, pero nunca respondí hasta que mi medicina surtió efecto.
Extrañé a los Mentirosos ese verano.
Nunca nos mantuvimos en contacto durante el año escolar. No mucho, de todos
modos, aunque lo habíamos intentado cuando éramos más jóvenes. Enviamos mensajes de
textos o nos etiquetamos mutuamente en las fotos de verano, especialmente en septiembre,
pero inevitablemente nos olvidaríamos después de un mes o algo así. De alguna manera, la
magia de Beechwood’s nunca se prorrogaba en nuestra vida cotidiana. No queríamos
escuchar acerca de clubes y amigos de la escuela y equipos deportivos. En cambio,
sabíamos que nuestros afecto se reactivaría cuando nos encontráramos en el muelle el
siguiente junio, la sal rociando en el aire, el pálido sol brillando en el agua.
Pero el año después de mi accidente, perdí días y hasta semanas de clases. Fallé en
mis clases y el director me informo que tendría que repetir tercer año. Dejé el fútbol y tenis.
No podía cuidar niños. No podía conducir. Los amigos que tenía se volvieron conocidos.
Le mandé mensajes de texto a Mirren unas cuantas veces. Llamé y dejé mensajes que
luego me daban vergüenza, eran tan solitarios y necesitados.
Llamé a Johnny, también, pero su correo de voz estaba lleno.
Decidí no volver a llamar. No quería seguir diciendo cosas que me hacían sentir
débil.
Cuando papá me llevó a Europa, supe que los Mentirosos estaban en la isla. El abuelo
no tenía conexión en Beechwood y los teléfonos celulares no tenían recepción allí, así que
empecé a escribir mensajes de correo electrónico. Diferentes de mis lastimosos mensajes de
voz, éstos eran encantadores, notas de amor de una persona sin dolores de cabeza.
En su mayoría.
¡Mirren!
Te saludó desde Barcelona, donde mi padre comió caracoles en caldo.
41
En nuestro hotel todo es dorado. Incluso los saleros. Es gloriosamente vil.
Escríbeme y cuéntame qué tan mal se están portando los pequeños y a donde estás
aplicando para la Universidad y si ya encontraste tu amor verdadero.
/Cadence
¡Johnny!
Bonjour desde París, donde mi padre comió una rana.
He visto la Victoria alada de Samotracia. Un cuerpo fenomenal. Sin brazos.
Los extraños chicos. ¿Cómo está Gat?
/Cadence
¡Mirren!
Hola desde un castillo en Escocia, donde mi padre comió haggis. Es decir, mi padre
se comió el corazón, hígado y pulmones de unas ovejas mezclado con harina de avena y
hervido en el estómago de una oveja.
Así que, tú sabes, él es el tipo de persona que come corazones.
/Cadence
¡Johnny!
Estoy en Berlín, donde mi padre comió una morcilla.
Bucea por mí. Come pastel de arándano. Juega al tenis. Construye una fogata.
Entonces infórmame. Me aburro desesperadamente y voy a idear creativos castigos si no
cumples.
42
/Cadence
45
Segunda
Parte:
46
Vermont
16
C
uando tenía ocho años, Papá me dio una pila de libros de cuentos de hadas
para Navidad. Ellos vinieron con cubiertas de colores: el Libro Amarillo de
las hadas, el Libro Azul de las hadas, el Rojo, el Verde, el Gris, el Marrón y
el Naranja. En su interior habían cuentos de todo el mundo, variaciones de variaciones de
cuentos conocidos.
Los lees y escuchas los ecos de una historia dentro de otra, entonces se hace eco de
otra dentro de eso. Así que muchos tienen la misma premisa: Érase una vez, había una vez
tres.
Tres de algo:
tres cerditos,
tres osos,
tres hermanos,
tres soldados, 47
tres cabras.
Tres princesas.
Desde que volví de Europa, he estado escribiendo algunas por mi cuenta.
Variaciones.
Tengo tiempo en mis manos, así que déjame contarte una historia. Una variación,
estoy diciendo, de una historia que has oído antes.
Érase una vez había un rey que tenía tres hermosas hijas.
A medida que él envejeció, comenzó a preguntarse quién debería heredar
el reino, ya que ninguna se había casado y él no tenía heredero. El rey decidió
pedir a sus hijas que demostraran su amor por él.
A la princesa mayor, le dijo:
—Dime cómo me amas.
Ella lo amaba tanto como todos los tesoros en el reino.
A la princesa del medio, le dijo:
—Dime cómo me amas.
Ella lo amaba con la fuerza del hierro.
Para la princesa más joven, dijo:
—Dime cómo me amas.
Esta princesa más joven pensó por un largo tiempo antes de contestar.
Finalmente dijo que lo amaba como la carne ama a la sal.
—Entonces no me quieres para nada —dijo el rey. Lanzó a su hija del
castillo e hizo elevar el puente detrás de ella para que no pudiera volver.
Ahora, esta princesa más joven entra en el bosque con no mucho más
que un abrigo o una barra de pan. Se pasea a través de un duro invierno,
refugiándose debajo de los árboles. Ella llega a una posada y es contratada
como ayudante del cocinero. A medida que los días y las semanas pasan, la
princesa se entera de los caminos de la cocina. Eventualmente, ella supera a su
empleador en la habilidad y la comida es conocida en toda la tierra.
Pasan los años, y la princesa mayor va a casarse. Para las fiestas, el 48
cocinero de la posada prepara la comida de la boda.
Por último, se sirve un gran cerdo asado. Es el plato favorito del rey, pero
esta vez se ha cocinado sin sal.
El rey lo prueba.
Lo prueba de nuevo.
—¿Quién se atrevería a servir un asado cocinado tan mal en la boda de la
futura reina? —Llora él.
La princesa-cocinera aparece ante su padre, pero está tan cambiada que
él no la reconoce.
—Yo lo no le serviría la sal, Su Majestad —explica ella—. ¿Por qué no
exilio a su más joven hija al decirle que este era de valor?
Ante sus palabras, el rey se da cuenta de que no sólo es su hija —ella es,
de hecho, la hija que más lo ama.
¿Y entonces qué?
La hija mayor y la hermana del medio han estado viviendo con el rey todo
este tiempo. Una tiene el estado a favor por una semana, la otra el siguiente.
Han estado apartándose por las constantes comparaciones de su padre. Ahora
la más joven ha regresado, el rey quita de un tirón el reino de la mayor, que
acaba de casarse. Ella no quiere ser la reina después de todo. Las hermanas
mayores tienen rabia.
Al principio, la más joven se regodea en el amor paternal. En poco tiempo,
sin embargo, se da cuenta de que el rey está demente y loco por el poder. Ella
ha de ser la reina, pero también se ha quedado atascada atendiendo a un viejo
loco y tirano para el resto de sus días. Ella no lo dejará, no importa que tan
enfermo se encuentre.
¿Se queda porque lo ama como la carne ama la sal?
¿O se queda porque ahora él le ha prometido el reino?
Es difícil para ella decir la diferencia.
49
17
E
l otoño, después del viaje a Europa, comencé un proyecto. Repartiendo algo
mío cada día.
Envié a Mirren una vieja Barbie con el pelo extra largo, la misma por
la que peleábamos cuando éramos niñas. Envié a Johnny una bufanda a
rayas que yo solía usar mucho. A Johnny le gustan las rayas.
Para la gente mayor en mi familia —mamá, las tías, el abuelo —la acumulación de
objetos bellos es un objetivo en la vida. El que muere con más cosas vence.
¿Vence qué? Es lo que me gustaría saber.
Yo solía ser una persona a la que le gustaban las cosas bonitas. Al igual que mamá lo
hace, al igual que todos los Sinclairs lo hacen. Pero esa no soy yo más.
Mamá tiene nuestra casa en Burlington llena con plata y cristal, con mesas de café
para libros y mantas de cachemira. Alfombras gruesas que cubren cada baldosa, y pinturas
de varios artistas locales que patrocina alineadas en nuestras paredes. A ella le gusta la 50
antigua china y la muestra en el comedor. Ella reemplazo el perfectamente manejable Saab
con un BMW.
Ni uno solo de estos símbolos de la prosperidad y el gusto tiene algún uso en
absoluto.
—La belleza es un uso válido —argumenta Mamá—. Esto crea un sentido de lugar,
un sentido personal de la historia. Placer, incluso, Cadence. ¿Alguna vez has oído hablar
del placer?
Pero creo que está mintiendo, a mí y a ella misma, acerca de por qué es propietaria de
estos objetos. La sacudida de una nueva compra hace que mamá se sienta poderosa, aunque
sólo sea por un momento. Creo que hay un estado de tener una casa llena de cosas bonitas,
a la compra de pinturas costosas de conchas marinas de sus amigos y cucharas de Tiffany’s.
Las antigüedades y alfombras orientales dicen a la gente que mi madre puede ser una
criadora de perros que fue abandonada por Bryn Mawr, pero ella tiene el poder —porque
tiene dinero.
Obsequio: La almohada de mí cama. La llevo mientras corro por unos mandados.
Hay una chica apoyada contra la pared fuera de la biblioteca. Ella tiene una taza de
cartón en los tobillos en espera del cambio. No es mucho mayor que yo.
—¿Quieres esta almohada? —pregunté—. Lavé la funda de la almohada.
Ella la toma y se sienta en ella.
Mi cama es incómoda esa noche, pero es lo mejor.
Obsequio: Libro en tapa rústica del Rey Lear, lo leí en el segundo año por la
escuela, lo encontré debajo de la cama.
Donado a la biblioteca pública.
No necesito leerlo otra vez.
Obsequio: Una foto de la abuela Tipper en la fiesta del Instituto Farm, usando un
vestido de noche y sosteniendo un cochinillo.
Me detengo en Buena Voluntad de camino a casa.
—¡Hola allí! Cadence —dice Patti detrás del contador—. ¿Vienes a dejar algo?
—Esto fue de mi abuela.
—Ella era una hermosa dama —dice Patti, mirando de cerca—. ¿Estás segura que no
quieres tomar la foto fuera? Podrías donar sólo el marco.
—Estoy segura.
La abuela está muerta. Tener una foto de ella no cambiará nada.
51
—¿Fuiste a Buena Voluntad otra vez? —pregunta mamá cuando yo llegó a casa. Ella
está cortando duraznos con un cuchillo especial para fruta.
—Sí.
—¿De qué te deshiciste?
—Sólo una foto vieja de la abuela.
—¿Con el cochinillo? —Su boca se mueve—. Oh, Cady.
—Era mío para regalar.
Mamá suspira.
—Regala uno de los perros y nunca oirás el fin.
Me pongo en cuclillas a la altura de los perros. Bosh, Grendel y Poppy me saludan
con un suave y tranquilo ladrido. Son nuestros perros de familia, corpulentos y educados.
Goldens de pura raza. Poppy ha tenido varias camadas para el negocio de mi madre, pero
los cachorros y los otros perros de cría viven con el socio de mamá en una granja fuera de
Burlington.
—No, nunca lo haría —digo.
Susurre como los amaba en sus suaves orejas de perritos.
18
S
i Googleo lesión cerebral traumática, la mayoría de los sitios web me dicen
que la amnesia selectiva es una consecuencia. Cuando hay daño en el cerebro,
no es raro que un paciente se olvide de las cosas. Ella será capaz de armar una
historia coherente del trauma.
Pero yo no quiero que sepan que soy así. Aun así, después de todas las citas y las
exploraciones y los medicamentos.
No quiero ser etiquetada con una discapacidad. No quiero más drogas. No quiero que
los médicos o los profesores se preocupen. Dios sabe que he tenido suficientes médicos.
Lo que recuerdo, a partir del verano del accidente:
Caer enamorada de Gat en las puertas de la cocina en Red Gate.
Su rosa de playa para Raquel y mi noche empapada en vino, girando en ira.
Actuando normal. Haciendo helado. Jugando al tenis.
El triple Decker y la ira de Gat cuando le dijimos que se callara.
52
Nadando de noche.
Besando a Gat en el ático.
Escuchando la historia de las Cracker Jack y ayudando al abuelo por las escaleras.
La oscilación del neumático, el sótano, el perímetro. Gat y yo en los brazos del otro.
Gat viéndome sangrar. Haciéndome preguntas. Vistiendo mis heridas.
No recuerdo mucho más.
Puedo ver la mano de Mirren, sus uñas astilladas de oro, sosteniendo una jarra de
gasolina para el motor de la lancha.
Mamá, su rostro firme, preguntando. ¿Las perlas negras?
Los pies de Johnny, corriendo por las escaleras de Clairmont al cobertizo.
El abuelo, aferrándose a un árbol, su rostro iluminado por el resplandor de una
hoguera.
Y los cuatro Mentirosos, riendo tanto que nos sentíamos mareados y enfermos.
Pero ¿qué era tan gracioso?
¿Qué es y dónde estábamos?
No lo sé.
Solía preguntarle a mamá cuando no recordé el resto del verano quince. Mi olvido me
asustó. Sugerí detener mis medicinas, tratar nuevos medicamentos o ver a un médico
diferente. Le rogué por saber lo que me había olvidado. Entonces un día en el otoño pasado
—el otoño que pasé sometida a pruebas para enfermedades con sentencia de muerte—
mamá comenzó a llorar.
—Me has preguntado una y otra vez. Nunca recuerdas lo que te digo.
—Lo siento.
Ella se sirve un vaso de vino mientras habla.
—Empezaste a preguntarme eso el día que despertaste en el hospital. “¿Qué ha
pasado? ¿Qué pasó?” Te dije la verdad, Cadence, siempre lo hice, y tú me lo repetiste. Pero
al día siguiente me lo preguntarías otra vez.
—Lo siento —dije otra vez.
—Todavía me lo preguntas casi todos los días.
Es cierto, no tengo recuerdos de mi accidente. No recuerdo lo que pasó antes y
después. No recuerdo las visitas de mi médico. Sabía que deben haber pasado, porque por
supuesto pasaron —y aquí estoy con un diagnóstico y medicamentos, pero casi todo mi
tratamiento médico es un espacio en blanco.
Miró a mamá. En su rostro exasperantemente interesado, sus ojos goteantes, la
entonada flacidez de su boca.
—Tienes que dejar de preguntar —dijo—. Los médicos piensan que es mejor si te
53
acuerdas por tu cuenta, de todos modos.
Hice que ella me lo dijera una última vez, y anoté sus respuestas así podría mirarlas
de nuevo cuando quisiera. Por eso puedo decirte sobre el accidente mientras nadaba en la
noche, las rocas, la hipotermia, la dificultad respiratoria y la lesión cerebral traumática no
confirmada.
Nunca pregunté nada nuevo. Hay muchas cosas que no entiendo, pero de este modo
ella se queda bastante sobria.
19
P
apá planea llevarme a Australia y Nueva Zelanda todo el verano diecisiete.
No quiero ir.
Quiero volver a Beechwood. Quiero ver a Mirren y tumbarme bajo el
sol, planificando nuestro futuro. Quiero discutir con Johnny sobre esnórkel y
hacer helado. Quiero construir una hoguera en la orilla de la playa pequeña. Quiero
apiñarme en la hamaca en la terraza de Clairmont y ser Los Mentirosos una vez más, si es
posible.
Quiero recordar mi accidente.
Quiero saber por qué desapareció Gat. No sé por qué no estaba conmigo, nadando.
No sé por qué fui sola a la playa pequeña. Por qué nadaba en mi ropa interior y no dejé ropa
en la arena. Y por qué él me abandonó cuando me lesioné.
Me pregunto si me amaba. Me pregunto si amaba a Raquel.
Papá y yo se supone que nos iremos para Australia en cinco días. 54
Nunca debí haber acordado ir.
Yo me hago miserable, sollozando. Le digo a mamá que no necesito ver el mundo.
Necesito ver a la familia. Echo de menos el abuelo.
No.
Voy a estar enferma si viajo a Australia. Mis dolores de cabeza van a empeorar, no
debería subir en un avión. No debería comer comida extraña. No debería estar expuesta al
jet-lag. ¿Qué pasa si perdemos mi medicación?
Deja de discutir. El viaje es pagado.
Camino con los perros temprano en la mañana. Cargó la lavadora y luego la descargo.
Me colocó un vestido y frotó colorete en mis mejillas. Me como todo en mi plato. Dejó que
mamá ponga sus brazos alrededor de mí y acaricie mi cabello. Le digo que quiero pasar el
verano con ella, no con papá.
Por favor.
Al día siguiente, el abuelo viene a Burlington para permanecer en la habitación de
invitados. Él ha estado en la isla desde mediados de mayo y tiene que tomar un barco, un
coche y un avión para llegar aquí. No ha venido a visitarnos desde antes que la abuela
Tipper muriera.
Mamá lo recoge en el aeropuerto mientras que yo me quedó en casa y organizó la
mesa para la cena. Ella recogió el pollo asado y platos de acompañamiento en una tienda
gourmet en la ciudad.
El abuelo ha perdido peso desde la última vez que lo vi. Su pelo blanco destaca como
una nube alrededor de sus orejas, esponjado, se ve como un pajarito. Su piel es holgada en
su figura, y tiene una barrigona depresión que yo no recuerdo. Él siempre parecía
invencible, con firmes y anchos hombros y un montón de dientes.
El abuelo es el tipo de persona que tiene lemas. —“No tomes un no como respuesta”
Siempre nos decía a nosotros. Y —“Nunca tomes el asiento en la parte trasera de la sala.
Los ganadores se sientan adelante”.
Nosotros los Mentirosos solíamos rodar nuestros ojos ante estos pronunciamientos
“Se decisivo; a nadie le gusta un charlatán”; “No te quejes, nunca des explicaciones” —
pero todavía lo veíamos tan lleno de sabiduría sobre temas adultos.
El abuelo lleva zapatos y pantalones cortos de madras. Sus piernas son delgadas
piernas de viejo. Él acaricia mi espalda y exige un whisky con soda.
Comemos y habla de unos amigos suyos en Boston. La nueva cocina en su casa de
Beechwood. Nada importante. Después, mamá limpia mientras yo le muestro el patio
jardín. Todavía está el sol de la tarde.
El abuelo recoge una peonía y me la da.
—Para mi primera nieta. 55
—No escojas las flores, ¿de acuerdo?
—A Penny no le importa.
—Sí, lo hará.
—Cadence fue la primera —dijo, mirando el cielo, no a mis ojos—. Recuerdo cuando
vino a visitarnos en Boston. Estaba vestida con un traje mameluco rosa y su cabello pegado
directamente de su cabeza. Johnny no nació hasta tres semanas más tarde.
—Estoy aquí, abuelo.
—Cadence fue la primera, y no importaba que ella era una niña. Yo le daría todo. Al
igual que un nieto. La cargue en mis brazos y baile. Ella era el futuro de nuestra familia.
Asentí con la cabeza.
—Pudimos ver que era una Sinclair. Tenía el pelo, pero no fue sólo eso. Fue la
barbilla, las manos pequeñas. Sabíamos que sería alta. Todos eran altos hasta que Bess se
casó con ese hombre corto y Carrie cometió el mismo error.
—Te refieres a Brody y Jonathan.
—Al fin se lo quité de encima, ¿eh? —Sonríe el abuelo—. Toda nuestra gente era
alta. ¿Sabías que parte de la familia de mi madre vino desde Mayflower? Para hacer esta
vida en América.
Sé que no es importante si nuestra gente vino de Mayflower. No es importante ser
alto. O rubio. Ese es el por qué me teñí el pelo: no quiero ser la mayor. Heredera de la isla,
la fortuna y las expectativas.
Pero por otra parte, tal vez lo hago.
El abuelo ha bebido demasiado después de un día de largo recorrido.
—¿Vamos dentro? —pido—. ¿Quieres sentarte?
Escoge una segunda peonía y me la entrega.
—Para el perdón, querida.
Lo palmeó en la encorvada espalda.
—No cojas ninguna más, ¿de acuerdo?
El abuelo se dobla hacia abajo y toca algunos tulipanes blancos.
—En serio, no —digo.
Escoge una tercera peonía, agudamente, desafiantemente. Me la entrega.
—Tú eres mi Cadence. La primera.
—Sí.
—¿Qué pasó con tu pelo?
—Me lo teñí. 56
—No te reconocí.
—Está bien.
El abuelo señala las peonias, ahora todas en mi mano.
—Tres flores para ti. Tienes tres.
Luce deplorable. Luce poderoso.
Lo amo, pero no estoy segura de que me guste. Tomo su mano y lo llevo dentro.
20
rase una vez, había un rey que tenía tres hermosas hijas. Él amaba
Después de que el abuelo se fue al día siguiente, mamá llamó a papá y canceló el
viaje a Australia. Hay gritos. Hay negociación.
Finalmente deciden que yo iré a Beechwood durante cuatro semanas del verano,
luego visitare a papá en su casa en Colorado, donde nunca he estado. Él insiste. No va a
perder todo el verano conmigo o habrá abogados implicados.
Mamá llama a las tías. Durante mucho tiempo, tiene conversaciones privadas con
ellas en el porche de nuestra casa. No oigo nada, excepto unas pocas frases: Cadence es tan
frágil, necesita mucho descanso. Sólo cuatro semanas, no todo el verano. Nada debe
molestarla, la curación es muy gradual.
Además, Pinot Grigio, Sancerre, tal vez algo de Riesling; Definitivamente no
Chardonnay.
58
21
M i habitación está casi vacía. Hay sábanas y un edredón en mi cama. Un
portátil en mi escritorio, unas plumas. Una silla.
Tengo dos pares de pantalones vaqueros y pantalones cortos. Tengo
camisetas y camisas de franela, algunos suéteres calientes; traje de baño, un par de
zapatillas, un par de Crocs y un par de botas. Dos vestidos y tacones. Un cálido abrigo, una
chaqueta de caza y un bolso de lona.
Los estantes están desnudos. No hay fotos, no hay carteles. No hay juguetes viejos.
Obsequio: un kit de cepillo de dientes para el viaje que mamá me compró ayer.
Ya tengo un cepillo de dientes. No sé por qué me compraría otro. Esa mujer compra
cosas por comprar cosas. Es repugnante.
Caminó a la biblioteca y encuentro a la chica que tomó mi almohada. Ella todavía
está apoyada contra la pared exterior. Pongo el kit de cepillo de dientes en su taza.
Obsequio: La cazadora oliva de Gat. La que yo llevaba esa noche que nos tomamos 59
de las manos y miramos las estrellas y hablamos acerca de Dios. Nunca se la devolví.
Debería haberlo obsequiado primero que todo. Lo sé. Pero no pude. Era todo que lo
que me quedaba de él.
Pero eso era débil y tonto. Gat no me ama.
Yo tampoco lo amo, y tal vez nunca lo hice.
Lo veré el día después de mañana y no lo quiero y no quiero su chaqueta.
22
S
uena el teléfono a las diez de la noche antes de irnos a Beechwood. Mamá está
en la ducha. Yo lo recojo.
Respiración pesada. Luego una risa.
—¿Quién es?
—¿Cady?
Es un niño, me doy cuenta.
—Sí.
—Es Taft. —El hermano de Mirren. Él no tiene modales.
—¿Cómo estás despierto?
—¿Es cierto que eres una adicta a las drogas? —preguntá Taft.
—No. 60
—¿Estás segura?
—¿Estás llamando para preguntar si soy una adicta a las drogas? —No he hablado
con Taft desde el accidente.
—Estamos en Beechwood —dice—. Llegamos aquí esta mañana.
Me alegra que esté cambiando el tema. Hago mi voz más brillante.
—Nosotras estamos llegando mañana. ¿Está bien? ¿Has ido a nadar todavía?
—No.
—¿Fuiste a columpiarte en la llanta?
—No. —dijo Taft—. ¿Estás segura de que no eres adicta a las drogas?
—¿Dónde conseguiste esa idea?
—Bonnie. Ella dice que debo cuidarte.
—No escuches a Bonnie —digo—. Escucha a Mirren.
—Eso es de lo que estoy hablando. Pero Bonnie es la única que cree en mí sobre
Cuddledown —dice—. Y yo quería llamarte. Sólo si no eres una adicta a las drogas porque
los adictos a las drogas no saben qué está pasando.
—No soy una adicta a las drogas, mocoso —digo. Aunque posiblemente estoy
mintiendo.
—Cuddledown está embrujada —dijo Taft—. ¿Puedo ir a dormir contigo en
Windemere?
Me gusta Taft. Sí. Es un poco loco y cubierto de pecas y Mirren lo ama mucho más
de lo que ama a los gemelos.
—No está embrujada. El viento sólo sopla a través de la casa —respondo—. Sopla a
través de Windemere, también. Las ventanas cascabelean.
—Eso también, está encantada —dice Taft—. Mami no me cree y tampoco Liberty.
Cuando él era más joven siempre era el chico que pensaba que había monstruos en el
armario. Más tarde estaba convencido de que era un monstruo marino debajo del muelle.
—Pídele a Mirren que te ayude —le dije—. Ella te leerá un cuento o cantará para ti.
—¿Eso crees?
—Lo hará. Y cuando yo llegue allí vamos a montarnos en un neumático y navegar
por las aguas y hacer esnórkel y va a ser un gran verano, Taft.
—Está bien —dice.
—No tengas miedo de la vieja y estúpida Cuddledown —le dije—. Muéstrale quien
es el jefe y yo te veo mañana.
Él colgó sin decir adiós
61
Tercera
Parte:
Verano 62
diecisiete
23
E n Woods Hole, la ciudad portuaria, mamá y yo dejamos que los goldens
salgan del auto y arrastramos las maletas hasta donde tía Carrie está parada en
el muelle.
Carrie le da a mamá un largo abrazo antes de ayudarnos a cargar las maletas y los
perros en la gran lancha.
—Estás más bella que nunca —dice—. Y gracias a Dios estás aquí.
—Oh, tranquila —dice mamá.
—Sé que has estado enferma —me dice Carrie. Es la más alta de mis tías y la hija
mayor Sinclair. Su suéter es largo y de cachemira. Las líneas de los lados de su boca son
profundas. Lleva algunas joyas antiguas de jade que pertenecían a la abuela.
—No hay nada malo conmigo que no cure un Percocet y un par de tragos de vodka —
digo.
Carrie se ríe, pero mamá se inclina y dice. 63
—No está tomando Percocet. Está tomando un medicamento no adictivo que
prescribe el doctor.
No es cierto. Los medicamentos no-adictivos no funcionaron.
—Se ve muy delgada —dice Carrie.
—Es todo el vodka —digo—. Me llena hasta arriba.
—Ella no puede comer mucho cuando le está doliendo —dice mamá—. El dolor le
hace tener náuseas.
—Bess hizo esa tarta de arándanos que te gusta —me dice tía Carrie. Ella le da a
mamá otro abrazo.
—Ustedes están tan abrazadoras de repente —dije—. Nunca solían ser tan
abrazadoras.
Tía Carrie me abraza, también. Huele a perfume caro, limón. No la había visto en
mucho tiempo.
La unidad del puerto es fría y brillante. Estoy sentada en la popa del barco mientras
que mamá se sitúa junto a la tía Carrie detrás del volante. Rastreo con mi mano el agua.
Rocía el brazo de mi abrigo de lana, empapando la tela.
Pronto veré a Gat.
Gat, mi Gat, quien no es mi Gat.
Las casas. Los pequeños, las tías, los Mentirosos.
Oiré el sonido de las gaviotas, el sabor de los bajones, la tarta y el helado casero.
Escuchará el pong de las pelotas de tenis, el ladrido de los goldens, el eco de mi aliento en
un tubo respirador. Haremos hogueras que olerán a cenizas.
¿Seguiré estando en casa?
En poco tiempo, Beechwood está delante de nosotros, el familiar esquema que se
avecina. La primera casa que veo es Windemere con su multitud de techos inclinados. Ese
cuarto más alejado a la derecha es de mamá; esas son sus cortinas azul pálido. Mi ventana
da al interior de la isla.
Carrie dirige el barco alrededor de la punta y veo a Cuddledown allí en el punto más
bajo de la tierra, con su estructura gordita, desplegable. Una pequeñita cala de arena —la
pequeña playa— está metida en la parte inferior de una escalera de madera.
La vista cambia mientras rodeamos al lado oriental de la isla. No veo mucho de Red
Gate entre los árboles, pero vislumbro sus molduras rojos. Luego la playa grande, accedida
por otra escalera de madera.
Clairmont se encuentra en el punto más alto, con vista al mar en tres direcciones.
Estiró mi cuello para buscar su amistosa torreta —pero no está allí. Los árboles que solían
sombrear la pendiente de la yarda— se han ido, también. En vez de los seis dormitorios
victorianos con el porche cruzado y la cocina de casa de campo, en lugar de la casa donde
el abuelo pasó todos los veranos desde siempre, veo un elegante y moderno edificio situado
sobre una colina rocosa. Hay un jardín japonés en el otro lateral, desnudo en la roca. La 64
casa es de vidrio y hierro. Fría.
Carrie reduce la velocidad del motor, por lo que resulta más fácil hablar.
—Ese es el Nuevo Clairmont —dice.
—El año pasado era sólo una cáscara. Nunca me imaginé que no tendría un césped —
dice mamá.
—Espera a ver el interior. Las paredes están desnudas, y cuando llegamos ayer, no
tenía nada en la nevera excepto algunas manzanas y una cuña de queso Havarti.
—¿Desde cuándo incluso le gusta el Havarti? —pregunta mamá—. El queso Havarti
ni siquiera es un buen queso.
—No sabe hacer compras. Ginny y Lucille, esos nuevos cocineros, sólo hacen lo que
él dice que hagan. Ha estado comiendo pan con queso. Pero yo hice una lista enorme y se
fueron al mercado de Edgartown. Tenemos suficiente para unos pocos días.
Mamá se estremece.
—Es bueno que estamos aquí.
Miro el nuevo edificio mientras la tía habla. Sabía que el abuelo renovó, por supuesto.
Él y mamá hablaron de la nueva cocina cuando él nos visitó hace unos días. El refrigerador
y el congelador extra, el cajón y especieros.
No sabía que él había demolido la casa. Que el césped se había ido. Y los árboles,
especialmente la vieja y enorme magnolia con la llanta debajo de ella. Ese árbol debe haber
tenido unos cien años.
Una ola se eleva, azul oscuro, saltando desde el mar como una ballena. Se arquea
sobre mí. Los músculos de mi cuello sufren un espasmo, mi garganta las atrapa. Me doblo
bajo el peso de ella. La sangre corre en mi cabeza. Me estoy ahogando.
Todo parece tan triste, tan insoportablemente triste que por un segundo, pienso en la
antigua y encantadora magnolia con el columpio. Nunca le dijimos al árbol cuánto nos
encantaba. Nosotros nunca le dimos un nombre, nunca hicimos nada por ella. Pudo haber
vivido mucho más tiempo.
Estoy tan, tan fría.
—¿Cadence? —Mamá se inclina sobre mí.
Extiendo mi mano y aprieto la suya.
—Se normal ahora —susurra—. Ahora mismo.
—¿Qué?
—Porque lo eres. Porque lo puedes ser.
Está bien. Está bien. Era sólo un árbol.
Sólo un árbol con un columpio de neumático que yo amaba mucho.
—No hagas una escena —susurra mamá—. Respira y siéntate.
65
Hago lo que pide en cuanto soy capaz, como siempre lo he hecho.
Tía Carrie proporciona distracción, habla brillantemente.
—El nuevo jardín es bonito, cuando te acostumbras a él —dice—. Hay una zona para
la hora del cóctel. Taft y Will están encontrando rocas especiales.
Ella da vuelta al bote hacia la orilla y de repente veo a mis mentirosos esperando, no
en el muelle, sino en la valla de madera desgastada que corre a lo largo de la vía perimetral.
Mirren está parada con los pies en la mitad inferior de la barrera, saludando con
alegría, su cabello al viento.
Mirren. Ella es azúcar. Es curiosidad y lluvia.
Johnny salta hacia arriba y hacia abajo, cada ahora y después haciendo una voltereta.
Johnny. Es dinamismo. Es esfuerzo y cáustico.
Gat, mi Gat, Érase una vez mi Gat —ha venido verme a mí, también. Está detrás de
las rejas de la valla, en la colina rocosa que ahora conduce a Clairmont. Está haciendo una
representación de un semáforo, agitando los brazos en los floridos patrones como
suponiendo que yo comprenderé una especie de código secreto. Él es contemplación y
entusiasmo. Ambición y café fuerte.
Bienvenida a casa, ellos están diciendo. Bienvenida a casa.
66
24
L os mentirosos no vienen al muelle cuando nos detenemos, y tampoco tía Bess
y el abuelo. En cambio, están sólo los pequeños: Will y Taft, Liberty y
Bonnie.
Los chicos, ambos de diez, se patean uno al otro y luchan alrededor. Taft se tropieza y
agarra mi brazo. Lo recojo y hago girar. Es sorprendentemente ligero, como si su pecoso
cuerpo estuviera compuesto de partes de aves.
—¿Te sientes mejor? —pregunte.
—¡Tenemos barras de helados en el congelador! —Grita—. Tres tipos diferentes.
—En serio, Taft. Eras un desastre por teléfono ayer por la noche.
—No es cierto.
—Si es cierto.
—Mirren me leyó un cuento. Entonces me fui a dormir. No gran golpe. 67
Alboroto su pelo color miel.
—Es simplemente una casa. Muchas casas parecerán escalofriantes en la noche, pero
en la mañana, otra vez son amistosas.
—No nos quedaremos en Cuddledown de todos modos —dice Taft—. Nos mudamos
al nuevo Clairmont con abuelo ahora.
—¿Lo hiciste?
—Tenemos que estar ordenado y no actuando como idiotas. Ya tomamos nuestras
cosas. Y Will capturo tres medusas en la playa grande y también un cangrejo muerto.
¿Quieres verlas?
—Seguro.
—Tiene el cangrejo en su bolsillo, pero las medusas están en un cubo de agua —dice
Taft y sale corriendo.
77
29
rofundamente en la noche, la casa repiquea —justo la cosa de la que Taft
P estaba asustado de Cuddledown. Todas las casas aquí lo hacen. Son viejas, y la
isla es azotada por los vientos del mar.
Intento volver a dormir.
No.
Voy abajo y al porche. Mi cabeza se siente bien ahora.
Tía Carrie está en el pasaje, alejándose con camisón y un par de botas de piel de
cordero. Se ve delgada, con los huesos del pecho expuesto y sus pómulos huecos.
Se gira en la pasarela de madera que conduce a Red Gate.
Estoy sentada, mirando tras ella. Respirando el aire de la noche y escuchando las olas.
Unos minutos más tarde viene por el camino de Cuddledown otra vez.
—Cady —dice, deteniéndose y cruzando los brazos sobre su pecho—. ¿Te sientes
mejor?
78
—Disculpa haberme perdido cena —dije—. Me dolía la cabeza.
—Habrá cenas todas las noches, durante todo el verano.
—¿No puedes dormir?
—Oh, ya sabes. —Carrie rasca su cuello—. No puedo dormir sin Ed. ¿No es eso
tonto?
—No.
—Empiezo a deambular. Es un buen ejercicio. ¿Has visto a Johnny?
—No en medio de la noche.
—Está despierto cuando me levanto, a veces. ¿Lo ves?
—Podrías mirar si su luz está encendida.
—Will tiene pesadillas tan malas —dice Carrie—. Se despierta gritando y luego no
puedo volver a dormir.
Me estremezco en mi sudadera.
—¿Quieres una linterna? —pregunto—. Hay una dentro de la puerta.
—Oh, no. Me gusta la oscuridad.
Ella camina una vez más arriba de la colina.
30
M
mejor?
amá está en la cocina de Nuevo Clairmont con el abuelo. Los veo a través
de las puertas correderas de vidrio.
—Te levantaste temprano —dice ella cuando yo entró—. ¿Te sientes
El abuelo es usando una bata escocesa. Mamá está en un vestido adornado con
pequeñas langostas rosa. Está haciendo café
—¿Quieres bizcochitos? El cocinero hizo tocino, también. Ambos están en el cajón
calienta platos. —Ella camina a través de la cocina y deja los perros en la casa. Bosh,
Grendel y Poppy mueven su cola y babean. Mamá se dobla y limpia sus patas con un paño
húmedo, luego golpea distraídamente el piso donde estaban sus huellas de barro. Ellos se
sitúan estúpidamente, dulcemente.
—¿Dónde está Fatima? —pregunto—. ¿Dónde está Prince Philip?
—Se han ido —dice mamá. 79
—¿Qué?
—Se amable con ella —dice el abuelo. Se volvió hacia mí—. Fallecieron hace rato.
—¿Ambos?
El abuelo asiente con la cabeza.
—Lo siento. —Me siento junto a él en la mesa—. ¿Sufrieron?
—No por mucho tiempo.
Mamá trae un plato con bizcochitos de frambuesas y uno de tocino a la mesa. Tomo
un bizcocho y extiendo mantequilla y miel en él.
—Ella solía ser una pequeña niña rubia. Una Sinclair de ida y vuelta —Se queja el
abuelo a mamá.
—Hablamos de mi cabello cuando viniste a visitarnos —le recuerdo—. No espero
que te guste. A los abuelos nunca les gusta el cabello teñido.
—Eres el padre. Debes hacer que Mirren cambie su cabello de nuevo a como era —
dice el abuelo a mi madre—. ¿Qué pasó con las pequeñas chicas rubias que solían correr
alrededor de este lugar?
Mamá suspira.
—Crecimos, papá —dice ella—. Nosotras crecimos.
31
O
bsequios: arte de la infancia, grabados botánicos.
Consigo mi cesta de ropa de Windemere y me dirijo a Cuddledown.
Mirren se encuentra conmigo en el porche, saltando.
—¡Es tan increíble estar en la isla! —dice—. ¡No puedo creer que
estoy aquí otra vez!
—Estuviste aquí el verano pasado.
—No era lo mismo. No el verano de idilio como solíamos tener. Ellos estaban
construyendo el Nuevo Clairmont. Todo el mundo estaba actuando miserable y yo te seguí
buscando pero nunca viniste.
—Te dije que iba a Europa.
—Oh, lo sé.
—Te escribí un montón —digo. Sale como un reproche. 80
—¡Odio el correo electrónico! —dice Mirren—. Los leí todos, pero no puedes estar
enojada conmigo por no responder. Se siente como tarea, escribiendo y mirando fijamente
el estúpido teléfono o el ordenador.
—¿Tienes la muñeca que te envié?
Mirren pone sus brazos alrededor de mí.
—Te extrañe mucho. No puedes ni siquiera creer cuánto.
—Le envié esa Barbie. Esa con el pelo largo, por la que solíamos pelear.
—¿Princesa Caramelo?
—Sí.
—Yo estaba loca por Princesa Caramelo.
—Me golpeaste con ella una vez.
—¡Te lo merecías! —Mirren salta alegremente—. ¿Está en Windemere?
—¿Qué? No. Te la envié por correo —dije—. Durante el invierno.
Mirren me mira fijamente, sus cejas surcadas.
—Nunca la recibí, Cadence.
—Alguien firmó el paquete. Que hizo tu madre, ¿la metió en un armario sin abrirla?
Estoy bromeando, pero Mirren asiente con la cabeza.
—Tal vez. Ella es compulsiva. Es decir, friega sus manos una y otra vez. Hace que
Taft y las gemelas también lo hagan. Limpia como si hubiera un lugar especial en el cielo
para las personas con impecables pisos. También bebe demasiado.
—Mamá también lo hace.
Mirren asiente con la cabeza.
—No soporto ver.
—¿Me perdí algo en la cena de anoche?
—Yo no fui. —Mirren marcha sobre la pasarela de madera que conduce a la pequeña
playa de Cuddledown. La sigo—. Te dije que no iba ir este verano. ¿Por qué no viniste
aquí?
—Me enfermé.
—Todos sabemos sobre tus migrañas —dice Mirren—. Las tías han estado hablando.
Me estremecí.
—No sientas lástima por mí, ¿de acuerdo? Jamás. Hace que se me erice la piel.
—¿No tomaste tus pastillas anoche?
—Me noquearon.
Llegamos a la pequeña playa. Las dos vamos descalzas por la húmeda arena. Mirren
toca el caparazón de un cangrejo muerto hace tiempo. 81
Quiero decirle que mi memoria está hackeada, que tengo una lesión cerebral
traumática. Quiero preguntarle sobre todo lo que pasó el verano quince, hacer que ella me
cuente las historias que mamá no quiere hablar o no sabe. Pero está es Mirren, tan brillante.
No quiero que sienta más lástima por mí de la que ya tiene.
También estoy enfadada por los e-mails que no contestó —y la pérdida de la estúpida
Barbie, aunque estoy segura que no es su culpa.
—¿Johnny y Gat están en Red Gate o durmieron en Cuddledown? —pregunto.
—Cuddledown. Dios, son vagos. Es como vivir con los duendes.
—Deberías hacerlos volver a Red Gate, entonces.
—De ninguna manera —se ríe Mirren—. Y tú, no más Windemere, ¿bien? ¿Te
moverás con nosotros?
Niego con la cabeza.
—Mamá dice no. Le pregunté esta mañana.
—¡Venga! Tiene que dejarte.
—Está sobre mí desde que me enfermé.
—Pero eso fue hace casi dos años.
—Sí. Me observa dormir. Además, ella me dio una conferencia sobre la vinculación
con el abuelo y los pequeños. Tengo que conectar con la familia. Poner una sonrisa.
—Eso es mentira. —Mirren me muestra un puñado de pequeñas rocas púrpuras que
está recogiendo—. Aquí.
—No, gracias. —No quiero nada que no necesito.
—Por favor tomalas —dice Mirren—. Recuerdo cómo solías siempre buscar rocas
púrpuras cuando éramos pequeños. —Tiene la mano extendida para mí, la palma hacia
arriba—. Quiero compensarte por la Princesa Caramelo. —Hay lágrimas en sus ojos—. Y
los e-mails —agrega—. Quiero darte algo, Cady.
—Está bien, entonces —dije. Ahueco mis manos y dejo que Mirren vierta las rocas
en mis palmas. Las guardo en el bolsillo delantero de mi sudadera.
—¡Te amo! —grita. Luego se vuelve y grita al mar—. ¡Amo a mi prima Cadence
Sinclair Eastman!
—¿Exagerando mucho? —Es Johnny, deslizándose por las escaleras con los pies
descalzos, vestido con una vieja pijama de franela con una franja. Lleva gafas de sol y
bloqueador solar blanco por su nariz como un salvavidas.
La cara de Mirren cae, pero sólo momentáneamente.
—Estoy expresando mis sentimientos, Johnny. De eso es lo que se trata ser un
humano viviente y respirando. ¿Hola?
—Bien, ser humano viviente y respirando —le dice, inclinándose ligeramente sobre
su hombro—. Pero no hay que hacerlo tan fuerte al amanecer. Tenemos todo el verano
frente a nosotros. 82
Ella asoma su labio inferior.
—Cady sólo estará aquí cuatro semanas.
—No puedo ponerme molesto contigo tan temprano —dice Johnny—. No he tenido
mi pretencioso té todavía. —Se dobla y mira la cesta de ropa a mis pies—. ¿Que hay aquí?
—Grabados botánicos. Y algunos de mis viejos artes.
—¿Por qué? —Johnny se sienta en una roca y me instalo junto a él.
—Estoy regalando mis cosas —dije—. Desde septiembre. ¿Recuerdas que te envié la
bufanda a rayas?
—Oh, sí.
Le cuento sobre las cosas que estoy obsequiando para que otras personas puedan
utilizarlas, encontrando buenas casas para ellos. Hablo de la caridad y cuestiono el
materialismo de mamá.
Quiero que Johnny y Mirren lo entiendan. No soy alguien que da pena, con una
mente inestable y raros síndromes de dolor. Me estoy haciendo cargo de mi vida. Vivo
según mis principios. Tomo medidas y hago sacrificios.
—¿Tu no, no lo sé, quieres cosas propias? —pregunta Johnny.
—¿Cómo qué?
—Oh, yo quiero cosas todo el tiempo —dice Johnny, lanzando sus brazos abiertos—.
Un coche. Juegos de video. Caros abrigos de lana. Me gustan los relojes, son tan antiguos.
Quiero verdadero arte para mis paredes, pinturas de personas famosas que nunca podría
tener en un millón de años. Esos excéntricos pasteles que veo por las ventanas de las
panaderías. Suéteres, bufandas. Artículos lanudos con rayas, generalmente.
—O podrías desear hermosos dibujos que hiciste cuando eras un niño —dice Mirren,
de rodillas ante la cesta de ropa—. Cosas sentimentales —Ella recoge el dibujo a crayón de
la Abuela con los goldens—. Mira, ésta es Fátima y éste es Prince Philip.
—¿Estas segura?
—Por supuesto. Fatima tenía esa nariz regordeta y la cara ancha.
—Dios, Mirren. Eres una melodramática —dice Johnny.
83
32
G
at llama mi nombre mientras voy a subiendo el camino a Nuevo Clairmont.
Me giro y él está corriendo hacia mí, vestido con pantalones de pijama azul y
sin camisa.
Gat. Mi Gat.
¿Va a ser mi Gat?
Se detiene frente a mí, respirando con dificultad. Sus pelo esta en punta, recién
levantado. Los músculos en se abdomen se ondulan y parece mucho más desnudo que con
un traje de baño.
—Johnny dijo que estabas en la pequeña playa —jadea él—. Busqué allí primero.
—¿Te acabaste de despertar?
Frota la parte posterior de su cuello. Baja la mirada a lo que está usando.
—Más o menos. Quería atraparte. 84
—¿Por qué?
—Vamos al perímetro.
Nos dirigimos allí y recorremos el camino que hicimos como niños, Gat en el frente y
yo atrás. Bordeamos una colina baja, después la curva detrás del edifico del personal donde
queda a la vista el puerto de Vineyard, cerca de la caseta.
Gat se vuelve tan repentinamente que casi tropiezo con él, y antes de que pueda
retroceder sus brazos están a mí alrededor. Él me tira a su pecho y entierra su cara en mi
cuello. Envuelvo mis brazos alrededor de su torso, el interior de mis muñecas contra su
espalda desnuda. Está tibio.
—No tuve oportunidad de abrazarte ayer —susurra Gat—. Todo el mundo te abrazó
excepto yo.
Tocarlo es tan conocido y desconocido.
Nosotros hemos estado aquí antes.
Pero al mismo tiempo nunca hemos estado aquí antes.
Por un momento,
o por minutos,
durante horas, posiblemente,
Estoy simplemente feliz, con el cuerpo de Gat debajo de mis manos. El sonido de las
olas y su aliento en mi oreja. Alegre de que él quiera estar cerca de mí.
—¿Recuerdas cuando veníamos aquí? —pregunta en mi cuello—. ¿Esa vez que
fuimos a esa roca plana?
Doy un paso lejos. Porque no lo recuerdo.
Odio mi jodida y hackeada mente, cuán enferma estoy todo el tiempo, cuán dañada
me he convertido. Odio haber perdido mi apariencia y fallar en la escuela y dejar los
deportes y ser cruel a mi madre. Odio que todavía lo quiera después de dos años.
Tal vez Gat quiere estar conmigo. Tal vez. Pero es más probable que sólo este
buscando que yo le diga que no hizo nada mal cuando me dejó hace dos veranos. Le
gustaría que yo le cuente que no estoy enfadada. Que él es un gran tipo.
Pero, ¿cómo lo puedo perdonar cuando no sé exactamente lo que me ha hecho?
—No —respondí—. Debo haberlo olvidado.
—Estábamos… tu y yo, nosotros… fue un momento muy importante.
—Lo que sea —digo—. No lo recuerdo. Y obviamente nada de lo que pasó entre
nosotros fue particularmente importante a largo plazo, ¿cierto?
Observa sus manos.
—De acuerdo. Lo siento. Eso fue extremadamente sub-óptimo de mí ahora. ¿Estás
enfadada? 85
—Por supuesto que estoy enfadada —digo—. Dos años de desaparición. Nunca
llamaste y no escribiste de regreso y haciendo todo empeorar al no tratar. Ahora están
todos, Oh, pensé que nunca te vería de nuevo, y sostienes mi mano y Todo el mundo te
abraza excepto yo y caminas por el perímetro semidesnudo. Es severamente sub-óptimo,
Gat. Si esa es la palabra que deseas utilizar.
Su cara cae.
—Suena mal cuando lo pones así.
—Sí, bueno, eso es como yo lo veo.
Él frota su mano en su cabello.
—Lo estoy manejando todo mal —dice—. ¿Qué dirías si te pidiera que empezáramos
de nuevo?
—Dios, Gat.
—¿Qué?
—Sólo pídelo. No preguntes que diría si lo pediste.
—Está bien, te lo pido. ¿Podemos empezar de nuevo? ¿Por favor, Cady? Volvamos a
empezar después del almuerzo. Va a ser impresionante. Voy a hacer comentarios divertidos
y te reirás. Iremos a cazar el troll. Estaremos felices de volver a vernos. Pensarás que soy
genial, lo prometo.
—Esa es una gran promesa.
—Está bien, quizá no muy genial, pero al menos no seré sub-óptimo.
—¿Por qué decir sub-óptimo? ¿Por qué no decir lo que realmente eres? ¿Irreflexivo y
confuso y manipulador?
—Dios. —Gat salta hacia arriba y hacia abajo en agitación—. ¡Cadence! Tengo que
empezar de nuevo. Esto va desde sub-óptimo a mierda total —Salta y patea sus piernas
como un niño enojado.
El salto me hace sonreír.
—Está bien —le dije—. Volvamos a comenzar. Después del almuerzo.
—Muy bien —dice y deja de saltar—. Después del almuerzo.
Nos observamos fijamente por un momento.
—Voy a escapar ahora —dice Gat—. No lo tomes personal.
—De acuerdo.
—Es mejor para el comienzo de nuevo si corro. Porque caminar sólo será incómodo.
—Dije que está bien.
—Bueno, entonces.
Y corre.
86
33
V oy a almorzar al Nuevo Clairmont una hora más tarde. Sé que mamá no
tolerará mi ausencia después de que falte a la cena de anoche. El abuelo me
da un recorrido por la casa mientras el cocinero establece los alimentos y las
tías observan a los pequeños.
Es un lugar penetrante. Brillantes pisos de madera, grandes ventanas, todo bajo el
suelo. Los pasillos de Clairmont solían estar adornadas del suelo al techo con fotografías de
la familia en blanco y negro, pinturas de perros, estanterías y una colección de dibujos
animados de The New Yorker del abuelo. Las salas del Nuevo Clairmont son de un lado
vidrio y blanco por el otro.
El abuelo abre las puertas a las cuatro habitaciones de arriba. Todas están equipadas
con camas y armarios bajos, amplios. Las ventanas tienen tonos blancos que dejan que
brille la luz. No hay patrones en las colchas; son simples y elegantes tonalidades de azul o
marrón.
Las habitaciones de los pequeños tienen algo de vida. Taft tiene un Bakugan arena en 87
el piso, una pelota de fútbol, libros sobre los magos y los huérfanos. Liberty y Bonnie
trajeron revistas y un reproductor de MP3. Tienen montones de libros de Bonnie sobre
Cazafantasmas, psíquicos y ángeles peligrosos. Su armario está desordenado con botellas
de perfume y maquillaje. Raquetas de tenis en la esquina.
El dormitorio del abuelo es más grande que los otros y tiene la mejor vista. Él me
toma y me muestra el baño, el cual tiene asas en la ducha. Manijas para personas viejas,
para que no se caiga.
—¿Dónde están tus caricaturas del New Yorker? —pregunto.
—El decorador tomo unas decisiones.
—¿Y las almohadas?
—¿Las qué?
—Tenías todas las almohadas. Con bordados de perros.
Agita su cabeza.
—¿Guardaste los pescados?
—¿Qué, el pez espada y todo eso? —Caminamos por las escaleras a la planta baja. El
abuelo se mueve lentamente y yo estoy detrás de él—. Empecé de nuevo con esta casa —
dice simplemente. —. La antigua vida se ha ido.
Abre la puerta a su estudio. Es tan penetrante como el resto de la casa. Un ordenador
portátil se encuentra en el centro de un gran escritorio. Una gran ventana que asoma al
jardín japonés. Una silla. Una pared de estantes, completamente vacíos.
Se siente limpio y abierto, pero no es espartano, porque todo es opulento.
El abuelo es más como mamá que como yo. Ha borrado su antigua vida gastando
dinero al reemplazarla con una.
—¿Dónde está el joven? —pregunta el abuelo de repente. Su rostro adquiere una
mirada vacante.
—¿Johnny?
Agita su cabeza.
—No, no.
—¿Gat?
—Sí, el joven hombre. —Él agarra su escritorio por un momento, como si se sintiera
débil.
—Abuelo, ¿estás bien?
—Oh, bien.
—Gat está en Cuddledown con Mirren y Johnny —le dije.
—Hay un libro que le prometí. 88
—La mayoría de tus libros no están aquí.
—¡Deja de decirme qué no están aquí! —grita el abuelo, de repente contundente.
—¿Estás bien? —Es tía Carrie, parada en la puerta del estudio.
—Estoy bien —dice él.
Carrie me da una mirada y toma el brazo del abuelo.
—Vamos. El almuerzo está listo.
—¿Conseguiste volver a dormir? —Le pregunto a mi tía mientras nos dirigimos a la
cocina—. Anoche, ¿Estaba Johnny despierto?
—No sé de qué estás hablando —dice.
34
E l cocinero del abuelo hace las compras y prepara las comidas, pero las tías
planean todos los menús. Hoy tenemos pollo asado frío, ensalada de tomate y
albahaca, queso Camembert, baguettes y limonada de fresa en el comedor.
Liberty me muestra fotos de chicos guapos en una revista. Luego me enseña fotos de ropa
en otra revista. Bonnie lee un libro llamado Colectivo de apariciones: realidad y ficción.
Taft y Will quieren que los lleve a los tubos —conduciendo la lancha pequeña mientras
ellos flotan detrás de ella en un tubo interno.
Mamá dice que no puedo conducir la lancha por los medicamentos.
Tía Carrie le dice que no importa, porque Will de ninguna manera va a ir a los tubos.
Tía Bess dice que está de acuerdo, así que es mejor que Taft no piense en ello.
Liberty y Bonnie preguntan si ellas pueden ir a los tubos.
—Siempre dejas ir a Mirren —dice Liberty—. Sabes que es verdad.
Will escupe su limonada y empapa una baguette. 89
El regazo del abuelo se moja.
Taft consigue la baguette mojada y golpea a Will con ella.
Mamá limpia el desorden mientras Bess corre arriba a traerle pantalones limpios al
abuelo.
Carrie regaña a los pequeños.
Cuando la comida se acaba, Taft y Will se esconden en la sala para evitar ayudar con
la limpieza. Saltan como locos en los nuevos sofás de cuero del abuelo. Yo sigo.
Will es bajito y rosado, como Johnny. El pelo casi blanco. Taft es más alto y muy
delgado, dorado y pecoso, con largas y oscuras pestañas y una boca llena de aparatos.
—Entonces, ustedes dos —dije—. ¿Cómo fue el verano pasado?
—¿Sabes cómo conseguir un dragón ash en DragonVale? —pregunta Will.
—Yo sé cómo hacer un dragón scorch —dice Taft.
—Puedes utilizar el dragón scorch para conseguir el dragón ash —dice Will.
Ugh. Diez años de edad.
—Vamos. El verano pasado —dije—. Cuéntenme. ¿Jugaron tenis?
— Por supuesto —dice Will.
—¿Fueron a nadar?
—Sí —dijo Taft.
—¿Fueron a navegar con Gat y Johnny?
Ambos dejan de saltar.
—No.
—¿Gat dijo algo acerca de mí?
—No debería hablar de ti terminando en el agua y todo —dice Will—. Le prometí a
tía Penny que no lo haría.
—¿Por qué no? —pido.
—Haremos que tu dolor de cabeza empeore y tenemos que dejar el tema.
Taft asiente con la cabeza.
—Ella dijo que si empeoramos tu dolor de cabeza nos colgara de nuestras uñas y nos
quitara los iPads. Debemos actuar alegres y no ser idiotas.
—Esto no es sobre mi accidente —dije—. Esto es sobre el verano cuando fui a
Europa.
—¿Cady? —Taft toca mi hombro—. Bonnie vio pastillas en tu dormitorio.
Will se aleja y se sienta en el brazo más alejado del sofá.
—¿Bonnie revisó mis cosas?
90
—Y Liberty.
—Dios.
—Me dijiste que no eras una adicta a las drogas, pero tienes pastillas en tu cómoda.
—Taft es petulante.
—Diles que no se metan en mi cuarto —digo.
—Si eres una adicta a las drogas —dice Taft—, hay algo que necesitas saber.
—¿Qué?
—Las drogas no son tu amigo. —Taft parece serio—. Las drogas no son tu amigo y
además las personas deberían ser tus amigos.
—Oh mi Dios. ¿Podrías solo decirme lo que hiciste el verano pasado, mequetrefe?
Will dice:
—Taft y yo queremos jugar Angry Birds. No queremos hablar contigo.
—Lo que sea —digo—. Vayan y sean libres.
Paseo por el porche y veo a los pequeños mientras corren por el camino hacia Red
Gate.
35
T odas las ventanas de Cuddledown están abiertas cuando voy después del
almuerzo. Gat está poniendo música en el antiguo reproductor de CD. Mi viejo
dibujo a crayón está en la nevera con imanes: Papá en la parte superior, la
abuela y los goldens en la parte inferior. Mi pintura está pegada a uno de los armarios de la
cocina. Una escalera y una caja de regalo de pie en el centro de la gran sala.
Mirren empuja un sillón por el piso.
—Nunca me gustó la manera en que mi madre mantenía este lugar —explica.
Ayudo a Gat y a Johnny a mover los muebles hasta que Mirren está feliz. Quitamos
las acuarelas de paisaje de Bess y rodamos sus alfombras. Saqueamos la habitación de los
pequeños por objetos divertidos. Cuando terminamos, el gran salón está decorado con
alcancías y colchas de retazos, pilas de libros para niños, una lámpara con forma de
lechuza. Gruesas cintas brillantes de la caja de regalo atraviesan el techo.
—¿No se enfadara Bess de que estés redecorando? —pregunte.
91
—Te prometo que ella no pondrá un pie en Cuddledown por el resto del verano. Ha
estado tratando de salir de este lugar durante años.
—¿Qué quieres decir?
—Oh —dice Mirren ligeramente—. Tú sabes. Bla bla, la hija menos favorita, bla bla,
la cocina es una mierda. ¿Por qué no la remodela el abuelo? Etcétera.
—¿Ella le preguntó?
Johnny me mira extrañamente.
—¿No recuerdas?
—¡Su memoria es un desastre, Johnny! —grita Mirren—. No se acuerda como de
media parte de nuestro verano quince.
—¿No lo hace? —dice Johnny—. Pensé…
—No, no, cállate ahora —gruñe Mirren—. ¿No escuchaste lo que te dije?
—¿Cuándo? —parece perplejo.
—La otra noche —dice Mirren—. Te dije lo que dijo la tía Penny.
—Cálmate —dice Johnny, lanzando una almohada a ella.
—¡Esto es importante! ¿Cómo puedes no prestar atención a estas cosas? —Mirren
parece a punto de llorar.
—Lo siento, ¿de acuerdo? —dice Johnny—. Gat, ¿sabías que Cadence no recuerda,
como, la mayor parte del verano quince?
—Lo sabía —dice.
—¿Ves? —dice Mirren—. Gat estaba escuchando.
Mi cara está caliente. Estoy mirando el piso. Nadie habla por un minuto.
—Es normal perder algo de memoria cuando se golpea la cabeza con mucha fuerza
—dije finalmente—. ¿Mi madre lo explicó?
Johnny se ríe nerviosamente.
—Me sorprende que mamá te lo dijera —seguí yo—. Ella odia hablar de ello.
—Ella dijo que debes tomarlo con calma y recordar las cosas a tu propio tiempo.
Todas las tías lo saben —dice Mirren—. El abuelo lo sabe. Los pequeños. El personal.
Cada persona en la isla sabe excepto Johnny, aparentemente.
—Yo lo sabía —dice Johnny—. Solo no sabía toda la película.
—No seas débil —dice Mirren—. Ahora realmente no es el momento.
—Está bien —le digo a Johnny—. Tú no eres débil. Simplemente tuviste un
momento sub-óptimo. Estoy segura que de ahora en adelante será óptimo.
—Siempre estoy óptimo —dice Johnny—. No es el tipo de óptimo que Mirren quiere
que sea. 92
Gat sonríe cuando digo la palabra sub-óptimo y me da unas palmaditas en el hombro.
Hemos empezado de nuevo.
36
J ugamos tenis. Johnny y yo ganamos, pero no porque yo ya soy buena. Él es un
excelente atleta y Mirren es más proclive a pegarle a la pelota y luego hacer
bailes felices, sin importar si está retornando. Gat sigue riendo de ella, lo que les
hace perder.
—¿Cómo era Europa? —pregunta Gat mientras caminamos a Cuddledown.
—Mi padre comió tinta de calamar.
—¿Qué más? —Llegamos a la yarda y tira las raquetas en el porche. Nos estiramos
sobre la hierba.
—Honestamente, no puedo decirte mucho —dije—. ¿Sabes lo que hice mientras mi
padre fue al Coliseo?
—¿Qué?
—Me quedé con mi cara presionada en el azulejo del baño del hotel. Mirando la base
del inodoro italiano azul. 93
—¿El baño era azul? —pregunta Johnny, sentado.
—Sólo tú podrías entusiasmarte más sobre un inodoro azul que los monumentos de
Roma —se queja Gat.
—Cadence —dice Mirren.
—¿Qué?
—No importa.
—¿Qué?
—Dices que no sientes lastima por ti, pero luego nos cuentas una historia sobre la
base del inodoro —balbucea ella—. Es lamentable en serio. ¿Qué se supone que vamos a
decir?
—Además, ir a Roma nos pone celosos —dice Gat—. Ninguno de nosotros ha estado
en Roma.
—¡Quiero ir a Roma! —dice Johnny, descansando sobre su espalda—. Quiero ver los
baños italianos azules.
—Quiero ver las Termas de Caracalla —dice Gat—. Y comer todos los sabores de
helado que hacen.
—Entonces vamos —dije.
—Escasamente es así de simple.
—Está bien, pero yo iré —digo—. En la Universidad o después de la Universidad.
Gat suspira.
—Sólo estoy diciendo, tú fuiste a Roma.
—Me gustaría que pudieras haber estado allí —le dije.
94
37
—¿E
stabas en la cancha de tenis? —me pregunta Mamá—
. Escuché las pelotas.
—Sólo jugando.
—No has jugado en mucho tiempo. Eso es
maravilloso.
—Mi saque es apagado.
—Soy tan feliz de que lo estés tomando otra vez. Si quieres golpear conmigo mañana,
dime la palabra.
Está delirando. No voy a tomar tenis otra vez sólo porque he jugado una sola tarde, y
en ninguna capacidad alguna vez quiero golpear con mamá. Ella llevará una falda de tenis y
me elogiará y advertirá y se cernirá sobre mí hasta que yo sea desagradable con ella.
—Ya veremos —digo—. Probablemente he forzado mi hombro.
La cena es afuera en el jardín japonés. Observamos la puesta de sol a las ocho en
95
punto, en grupos alrededor de las mesitas. Taft y Will agarran las chuletas de cerdo del
plato y comen con las manos.
—Ustedes son unos animales —dice Liberty, arrugando la nariz.
—¿Y cuál es tu punto? —dice Taft.
—Hay una cosa que se llama tenedor —dice Liberty.
—Hay una cosa llamada tu cara —dice Taft.
Johnny, Gat y Mirren consiguen comer en Cuddledown porque no son inválidos. Y
sus madres no están controlando. Mamá ni siquiera me deja sentarme con los adultos. Hace
que me siente en una mesa separada con mis primos.
Todos están riendo y haciendo comentarios mordaces unos a otros, hablando con la
boca llena. Dejo de escuchar lo que dicen. En cambio, miro a Mamá, Carrie y Bess,
agrupadas alrededor del abuelo.
Hay una noche que recuerdo ahora. Debe haber sido unas dos semanas antes de mi
accidente. Principios de Julio. Todos estábamos sentados en la larga mesa en el césped de
Clairmont. Velas de citronela quemándose en el porche. Los pequeños habían terminado
sus hamburguesas y estaban haciendo volteretas en el césped. El resto de nosotros
estábamos comiendo pez espada a la parrilla con salsa de albahaca. Había una ensalada de
tomates amarillos y una cazuela de calabacín con queso parmesano. Gat presionó su pierna
contra la mía debajo de la mesa. Me sentía mareada con felicidad.
Las tías jugaban con su comida, silenciosas y formales unas con otras bajo los gritos
de los pequeños. El abuelo se inclinó hacia atrás, doblando sus manos sobre su abdomen.
—¿Creen que debería renovar la casa de Boston? —preguntó.
Siguió un silencio.
—No, papá —Bess fue la primera en hablar—. Nos encanta esa casa.
—Siempre te quejas de los bosquejos en la sala de estar —dijo el abuelo.
Bess miró a su alrededor, a sus hermanas.
—No es cierto.
—No te gusta la decoración —dijo el abuelo.
—Es cierto —La voz de mamá era crítica.
—Creo que es atemporal —dijo Carrie.
—Necesito tu consejo, ya sabes —dijo el abuelo a Bess—. ¿Vendrías y le echarías un
vistazo cuidadosamente? ¿Contarme lo que piensas?
—Yo…
Él se inclinó una pulgada.
96
—Podía venderlo, también, sabes.
Todos sabíamos que tía Bess quería la casa de Boston. Todas las tías querían la casa
de Boston. Era una casa de cuatro millones de dólares y crecieron en ella. Pero Bess era la
única que vivía cerca y la única con suficientes niños para llenar las habitaciones.
—Papá —dijo Carrie agudamente—. No puedes venderla.
—Puedo hacer lo que quiera —dijo el abuelo, separando el último tomate en su plato
y lanzándolo a su boca—. ¿Te gusta la casa como es, entonces, Bess? O ¿Quieres verla
remodelada? A nadie le gusta un charlatán.
—Me encantaría ayudar con lo que quieras cambiar, papá.
—Por favor —chasqueó Mamá—. Ayer decías que estás ocupada y ¿ahora estás
ayudando a remodelar la casa de Boston?
—Preguntó por nuestra ayuda —dijo Bess.
—Pidió tu ayuda. ¿Nos estás cortando fuera, papá? —Mamá estaba borracha.
El abuelo se rió.
—Penny, relájate.
—Podré relajarme cuando la finca esté determinada.
—Nos estás volviendo locas —murmuró Carrie.
—¿Qué fue eso? No murmures.
—Todos te amamos, papá —dijo Carrie, en voz alta—. Sé que este año ha sido
difícil.
—Si te estás volviendo loca es tu propia maldita elección —dijo el abuelo—.
Contrólate. No puedo dejar la finca a gente loca.
Mira ahora a las tías, verano diecisiete. Aquí en el jardín japonés del Nuevo
Clairmont, Mamá tiene su brazo alrededor de Bess, quien le esta alcanzado a Carrie una
rebanada de la de tarta de frambuesas.
Es una noche hermosa, y de hecho somos una familia muy hermosa.
No sé qué cambió.
97
38
—T aft tiene un lema —le digo a Mirren. Es medianoche. Los
mentirosos estamos jugando Scrabble en la gran sala de
Cuddledown.
Mi rodilla está tocando el muslo de Gat, aunque no estoy segura de que él lo note. El
tablero está casi completo. Mi cerebro está cansado. Tengo malas letras.
Mirren reorganiza sus fichas distraídamente.
—¿Taft tiene qué?
—Un lema —dije—. Ya sabes, cómo el abuelo tiene “A nadie le gusta un charlatán”
—Nunca tomes el asiento en la parte trasera de la sala —entona Mirren.
—No te quejes, nunca te expliques —dice Gat—. Eso es de Disraeli, creo.
—Oh, él ama esa —dice Mirren.
—Y no acepten un no como respuesta —agrego yo. 98
—¡Dios mío, Cady! —grita Johnny—. ¿Puedes construir una palabra y dejar que el
resto de nosotros siga con ello?
—No le grites, Johnny —dice Mirren.
—Perdón —dice Johnny—. ¿Puedes por favor con azúcar morena y canela hacer una
jodida palabra para el Scrabble ahora?
Mi rodilla está tocando el muslo de Gat. Realmente no puedo pensar. Hago una
palabra corta, coja.
Johnny juega sus fichas.
—Las drogas no son tu amigo —anuncio—. Ese es el lema de Taft.
—¡Fuera! —Mirren se ríe—. ¿De dónde salió él con eso?
—Tal vez tuvo educación sobre drogas en la escuela. Además las gemelas
curiosearon en mi habitación y le dijeron que tenía un armario lleno de pastillas, así que
querían asegurarse de que no soy una adicta.
—Dios —dijo Mirren—. Bonnie y Liberty son desastres. Creo que ahora son
cleptómanas.
—¿En serio?
—Se llevaron las pastillas para dormir de mi madre y también sus aros de diamante.
No tengo idea de donde piensan que usarán esos pendientes sin que ella no los vea.
Además, son dos personas y es solamente un par de pendientes.
—¿Les reclamaste?
—Lo intenté con Bonnie. Pero están más allá de mi ayuda —dice Mirren. Otra vez
reorganiza sus fichas—. Me gusta la idea de un lema —continúa ella—. Creo que una frase
inspiracional puede llevarte a través de tiempos difíciles.
—¿Cómo qué? —pregunta Gat.
Mirren se detiene. Luego dice: —Se un poco más amable de lo que tienes que ser.
Estamos todos silenciados. Parece imposible discutir con eso.
Entonces, Johnny dice: —Nunca comas nada más grande que tu culo.
—¿Comiste algo más grande que tu culo? —preguntó.
Él asiente, solemne.
—Bien, Gat —dice Mirren—. ¿Cuál es el tuyo?
—No tengo uno.
—Vamos.
—Está bien, tal vez. —Gat baja la mirada a sus uñas—. No aceptes un mal que
puedes cambiar. 99
—Estoy de acuerdo con eso —dije. Porque lo hago.
—Yo no —dice Mirren.
—¿Por qué no?
—Hay muy poco que puede cambiar. Tienes que aceptar el mundo como es.
—No es cierto —dice Gat.
—¿No es mejor ser una persona relajada y tranquila? —pide Mirren.
—No —Gat es decisivo—. Es mejor luchar contra el mal.
—No comas nieve amarilla —dice Johnny—. Es un buen lema.
—Has siempre lo que tienes miedo de hacer —digo—. Ese es mío.
—Oh, por favor. ¿Quién demonios dice eso? —vocifera Mirren.
—Emerson —respondí—. Creo —Alcanzo una pluma y escribo en el dorso de mis
manos.
Izquierda: Has siempre lo que. Derecha: tienes miedo de hacer. La escritura está
sesgada a la derecha.
—Emerson es tan aburrido —dice Johnny. Agarra la pluma de mí y escribe en su
mano izquierda: NO A LA NIEVE AMARILLA—. Allí —dice, sosteniendo el resultado
como muestra. —Eso ayudará.
—Cady, en serio. No deberíamos hacer siempre lo que tememos hacer —dice Mirren
acaloradamente—. Nunca debemos.
—¿Por qué no?
—Puedes morir. Podrías lastimarte. Si estás aterrorizada, probablemente hay una
buena razón. Deberías confiar en tus impulsos.
—¿Cuál es tu filosofía, entonces? —pregunta Johnny—. ¿Ser una gigante cabeza
hueca?
—Sí —dice Mirren—. Eso y la amabilidad que dije antes.
100
39
S
igo a Gat cuando sube escaleras arriba. Lo persigo por el largo pasillo, tomo su
mano y tiro sus labios hacia los míos.
Eso es lo que temo hacer, y lo hago.
Me besa de regreso. Sus dedos se entrelazan con los míos y estoy mareada y él me
sostiene y todo está claro y todo es magnífico, otra vez. Nuestro beso vuelve el mundo al
polvo. Sólo estamos nosotros y nada más importa.
Luego Gat se aleja.
—No debería hacer esto.
—¿Por qué no? —Su mano sigue sostenido la mía.
—No es que no quiera, es...
—Pensé que habíamos empezado de nuevo. ¿No estamos empezando de nuevo?
—Soy un desastre —Gat da un paso atrás y se apoya contra la pared—. Esto es una 101
conversación tan cliché. No sé qué más decir.
—Explícate.
Una pausa. Y luego: —No me conoces.
—Explícate —digo otra vez.
Gat pone su cabeza en sus manos. Estamos ahí, ambos apoyados contra la pared en la
oscuridad.
—De acuerdo. Aquí está una parte de ello —susurra—. No conoces a mi mamá.
Nunca estuviste en mi apartamento.
Eso es cierto. Nunca he visto a Gat en cualquier parte excepto en Beechwood.
—Sientes como que me conoces, Cady, pero sólo conoces el yo que llega hasta aquí
—dice— Esto…eso no es todo el panorama. No conoces mi habitación con la ventana
hacia el patio de luces, el curry de mi madre, los chicos de la escuela, la manera en que
celebramos las fiestas. Sólo conoces el yo en esta isla, donde todo el mundo es rico excepto
yo y el personal. Donde todo el mundo es blanco excepto yo, Ginny y Paulo.
—¿Quiénes son Ginny y Paulo?
Gat golpea su puño en la palma de su mano.
—Ginny es el ama de llaves. Paulo es el jardinero. No sabes sus nombres y han
trabajado aquí verano tras verano. Eso es parte de mi punto.
Mi cara se calienta con vergüenza.
—Lo siento.
—Pero, ¿quieres ver la imagen completa? —pide Gat—. ¿Podrías incluso entenderlo?
—No sabrás si no lo intentas —digo—. No he escuchado de ti en mucho tiempo.
—¿Sabes lo que soy para tu abuelo? ¿Lo que siempre he sido?
—¿Qué?
—Heathcliff. En Cumbres Borrascosas. ¿Lo leíste?
Niego con la cabeza
—Heathcliff es un niño gitano acogido y criado por esta familia prístina, los
Earnshaws. Heathcliff se enamora de la chica, Catherine. Ella lo ama, también, pero
también cree que él es suciedad, debido a sus antecedentes. Y el resto de la familia está de
acuerdo.
—Eso es no lo que siento.
—No hay nada que Heathcliff nunca pueda hacer para que estos Earnshaws crean que
es bastante bueno. Y lo intenta. Él desaparece, se educa a sí mismo, se convierte en un
caballero. Aun así, piensan que es un animal.
—¿ Y?
—Entonces, porque el libro es una tragedia, Heathcliff se convierte en lo que piensan 102
de él, ¿sabes? Se convierte en una bestia. El mal en él sale a la luz.
—He oído que era un romance.
Gat sacude su cabeza.
—Esas personas son horribles mutuamente.
—¿Estás diciendo que el abuelo piensa que eres Heathcliff?
—Te prometo que lo hace —dice Gat—. Un animal debajo de una superficie
agradable, traicionando su amabilidad de dejarme pasar en su protegida isla cada año, lo he
traicionado por seducir a su Catherine, su Cadence. Y mi penitencia es convertirme en el
monstruo que vio siempre en mí.
Estoy en silencio.
Gat está en silencio.
Me extiendo y lo toco. Sólo la sensación de su antebrazo debajo del fino algodón de
su camisa, me hace doler por besarlo otra vez.
—¿Sabes qué es aterrador? —dice Gat, sin mirarme—. Lo terrible es que ha resultado
tener la razón.
—No, no es cierto.
—Oh sí, él la tiene.
—Gat, espera.
Pero él ha entrado en su cuarto y ha cerrado la puerta.
Estoy sola en el pasillo oscuro.
103
40
rase una vez, había un rey que tenía tres hermosas hijas. Las
105
41
U n gigante empuña una sierra oxidada. Él disfruta y tararea mientras trabaja,
cortando a través de mi frente y en la mente detrás de ella.
Tengo menos de cuatro semanas para descubrir la verdad.
El abuelo me llama Mirren.
Las gemelas están robando pastillas para dormir y pendientes de diamantes.
Mamá discutió con las tías sobre la casa de Boston.
Bess odia Cuddledown.
Carrie deambula por la isla en la noche.
Will tiene malos sueños.
Gat es Heathcliff.
Gat cree que no lo conozco. 106
Y quizá tiene razón.
Tomo pastillas. Bebo agua. La habitación está oscura.
Mamá está parada en la puerta, observándome. Yo no hablo con ella.
Estoy en la cama durante dos días. Cada ahora y después el dolor agudo disminuye a
un dolor palpitante. Entonces, si estoy sola, me siento y escribo en el cúmulo de notas sobre
mi cama. Preguntas más que respuestas.
La mañana que me siento mejor, el abuelo viene a Windemere temprano. Lleva
pantalones de lino blanco y una chaqueta azul. Estoy en pantalones cortos y camiseta,
tirando pelotas para los perros en el patio. Mamá ya está en el Nuevo Clairmont.
—Me dirijo a Edgartown —dice abuelo, rascándole las orejas a Bosh—. ¿Quieres
venir? Si no te importa la compañía de un hombre viejo.
—No sé —bromeo—. Estoy tan ocupada con estas pelotas de tenis cubiertas de
saliva. Podría estar todo el día.
—Te llevaré a la librería, Cady. Para comparte regalos como solía hacerlo.
—¿Qué tal chocolate?
Abuelo se ríe.
—Claro, chocolate
—¿Mamá te puso a hacer esto?
—No —él se rasca su mata de pelo blanco—. Pero Bess no quiere que yo conduzca la
lancha solo. Ella dice que podría desorientarme.
—No puedo conducir la lancha, tampoco.
—Lo sé —dijo, sosteniendo las llaves—. Pero Bess y Penny no mandan aquí. Yo lo
hago.
Decidimos desayunar en la ciudad. Queremos el barco fuera del muelle de
Beechwood antes de que las tías nos atrapen.
108
42
D
e camino a casa, me viene un recuerdo.
Verano quince, una mañana a principios de julio. El abuelo está
haciendo café en la cocina de Clairmont. Yo estaba comiendo mermelada
y baguette de tostadas en la mesa. Apenas nosotros dos.
—Me encanta ese ganso —dije, señalando. Una estatua de un ganso color crema
descansando en el aparador.
—Ha estado ahí desde que Johnny, y Mirren tenían tres —dijo el abuelo—. Ese es el
año que Tipper y yo hicimos ese viaje a China —Él se rió entre dientes—. Compró un lote
de arte. Tuvimos un guía, un especialista en arte —Se acercó a la tostadora y apareció el
pedazo de pan que tenía ahí para mí.
—¡Oye! —Me opuse.
—Calla, yo soy el abuelo. Puedo tomar la tostada cuando quiera. —Se sentó con su
café y unto mantequilla en la baguette—. Esta chica especialista en arte nos llevó a tiendas 109
de antigüedades y nos ayudó a navegar en las casas de subastas —dijo—. Hablaba cuatro
idiomas. No pensarías eso al mirarla. Un pequeño desliz de una muchacha China.
—No digas muchacha China. ¿Hola?
Me ignoró.
—Tipper compró joyas y tuvo la idea de comprar esculturas de animales para las
casas.
—¿Eso incluye el sapo en Cuddledown?
—Claro, el sapo de Marfil —dijo el abuelo—. Y compramos dos elefantes, lo sé.
—Están en Windemere.
—Y los monos en Red Gate. Había cuatro monos.
—¿No es el marfil ilegal? —pregunté.
—Oh, en algunos lugares. Pero puedes conseguirlo. Su gran amado marfil. Ella viajó
a China cuando era una niña.
—¿Son colmillos de elefante?
—Eso o rinoceronte.
Ahí estaba él, el Abuelo. Su pelo blanco todavía grueso, las líneas de su cara
profundas de todos los días en el velero. Su mandíbula pesada como una vieja estrella de
cine.
Puedes conseguirlo, dijo él sobre el marfil.
Uno de sus lemas: No tomes un no como respuesta.
Siempre le había parecido una heroica forma de vivir. Lo dijo cuándo nos aconsejó
que persiguiéramos nuestras ambiciones. Cuando alentó a Johnny a intentar entrenar para
un maratón, o cuando yo fallé en ganar el premio de lectura en el séptimo grado. Era algo
que decía cuando hablaba de sus estrategias de negocio y cómo consiguió que la Abuela se
casara con él.
—Le pedí cuatro veces antes de que ella dijera que sí —decía siempre, contando una
de sus leyendas familiares favoritas Sinclair—. La agote. Me dijo que sí para hacerme
callar.
Ahora, en la mesa del desayuno, observándolo comer mi tostada “No tomes un no
como respuesta” parecía ser la actitud de un tipo privilegiado que no le importaba quien
resultaba herido, mientras su esposa tuviera las lindas estatuas que quería mostrar en sus
casas de verano.
Me acerqué y recogí el ganso.
—La gente no debería comprar marfil —le dije—. Es ilegal por una razón. Gat estaba
leyendo el otro día…
—No me digas lo que está leyendo ese chico —espeto el abuelo—. Estoy informado.
Tengo todos los papeles.
—Lo siento. Pero él me ha hecho pensar… 110
—Cadence.
—Podrías poner las estatuas en subasta y luego donar el dinero para la conservación
de vida silvestre.
—Entonces no tendría las estatuas. Eran muy queridas para Tipper.
—Pero…
El abuelo ladro: —No me digas que hacer con mi dinero, Cady. Ese dinero no es
tuyo.
—De acuerdo.
—No debes decirme cómo deshacerme de lo que es mío, ¿está claro?
—Sí.
—No siempre.
—Sí, abuelo.
Tuve el impulso de arrebatarle el ganso y arrojarlo a través del cuarto.
¿Se habría roto cuando golpeara la chimenea? ¿Se habría destruido?
Puse mis manos en puños.
Fue la primera vez que habíamos hablado de la abuela Tipper desde su muerte.
El abuelo atraca el barco y amarra.
—¿Todavía extrañas a la abuela? —pregunto cuando nos dirigimos a Nuevo
Clairmont—. Porque yo la echo de menos. Nunca hablamos de ella.
—Una parte de mí murió —dice—. Y fue la mejor parte.
—¿Piensas eso? —pregunto.
—Eso es todo lo que hay que decir al respecto —dice el abuelo.
111
43
E
patatas fritas.
ncuentro a los mentirosos en el patio de Cuddledown. La hierba está plagada
de raquetas de tenis y botellas, envoltorios de comida y toallas de playa. Los
tres se encuentran en mantas de algodón, usando gafas de sol y comiendo
Verano quince, Mirren se sentó junto a Taft y Will en los escalones de nuestra
tienda de almejas favorita en Edgartown. Los chicos tenían molinetes de plástico del color
del arco iris. La cara de Taft estaba untada con dulce de leche que había comido antes.
Estábamos esperando a Bess, porque tenía los zapatos de Mirren. No podíamos ir al interior
sin ellos.
Los pies de Mirren estaban sucios y sus uñas pintadas de azul.
Habíamos estado esperando un rato cuando Gat salió de la tienda abajo en la cuadra.
Tenía una pila de libros bajo el brazo. Corrió hacia nosotros a toda velocidad, con una
ridícula prisa para atraparnos, aunque todavía estábamos sentados.
Luego se detuvo brevemente. El libro en la parte superior era El Ser Y La Nada de
Sartre. Todavía tenía las palabras escritas en el dorso de sus manos. Una recomendación del
abuelo.
Gat se inclinó, tontamente, payasamente y me presentó con el libro en la parte
inferior de la pila: era una novela de Jaclyn Moriarty. Había leído de ella todo el verano.
Abrí el libro en la página del título. Había una inscripción. Para Cady con todo, todo.
Gat.
—Recuerdo estar esperando tus zapatos así podríamos ir a la tienda de almejas —le
digo a Mirren. Ella ha dejado de hablar ahora y me mira expectante—. Molinetes —sigo—.
Gat dándome un libro.
—Entonces tus recuerdos vuelven —dice Mirren—. ¡Es genial!
—Las tías luchando por la finca.
Ella se encoge de hombros.
—Un poco.
—El abuelo y yo, teniendo esta discusión acerca de sus estatuas de marfil.
—Sí. Hablamos de ello en el momento.
—Dime algo.
—¿Qué?
—¿Por qué Gat desapareció después de mi accidente?
115
Mirren tuerce un mechón de su pelo.
—No lo sé.
—¿Volvió con Raquel?
—No lo sé.
—¿Peleamos? ¿Hice algo mal?
—No lo sé, Cady.
—Se puso molestó conmigo hace un par de noches. Porque yo no sabía los nombres
de los empleados. Por no haber visto su apartamento en Nueva York.
Hay un silencio.
—Tiene buenas razones para estar enojado —dice Mirren finalmente.
—¿Qué hice?
Mirren suspira.
—No puedes arreglarlo.
—¿Por qué no?
De repente Mirren empieza a asfixiarse. Con arcadas, como si pudiera vomitar.
Agachándose por la cintura, su piel húmeda y pálida.
—¿Estás bien?
—No.
—¿Puedo ayudar?
Ella no contesta.
Le ofrezco una botella de agua. La toma. Bebe lentamente.
—Hice demasiado. Tengo que volver a Cuddledown. Ahora.
Sus ojos están vidriosos. Extiendo mi mano. Su piel se siente húmeda y parece
inestable sobre sus pies. Caminamos en silencio hasta el puerto donde está amarrado el
pequeño bote.
Mamá nunca noto que la lancha estaba desaparecida, excepto cuando ve la bolsa de
dulces que le doy a Taft y Will.
Y sigue y sigue su cháchara. Su sermón no es interesante.
No puedo salir de la isla sin permiso de ella.
No puedo salir de la isla sin supervisión de un adulto.
No puedo operar un vehículo motorizado con la medicación.
116
No puedo ser tan estúpida como estoy actuando, ¿cierto?
Digo el “Lo siento” que mi madre quiere oír. Luego corro a Windemere y escribo
todo lo que recordé —la tienda de almejas, el molinete, los pies sucios de Mirren en los
escalones de madera, el libro que me dio Gat— en el gráfico de papel encima de mi cama.
45
I nicio mi segunda semana en Beechwood, descubrimos el techo de Cuddledown.
Es fácil subir ahí; Nunca lo hicimos antes porque conllevaba pasar por la ventana
del dormitorio de tía Bess.
El techo es mucho frío en la noche, pero en el día hay una gran vista de la isla y el
mar más allá de ella. Veo por encima de los árboles esa agrupación alrededor de
Cuddledown hacia Nuevo Clairmont y su jardín. Incluso puedo ver la casa, que cuenta con
ventanas del piso al techo en muchas de las habitaciones de la planta. Puedo ver un poco de
Red Gate, también y en la otra dirección, a través de Windemere, luego a la bahía.
Esa primera tarde esparcimos comida en una vieja manta de picnic. Comemos pan
dulce portugués y quesos en pequeñas cajas de madera. Bayas en cartulina verde. Frías
botellas de limonada con gas.
Decidimos venir aquí cada día. Durante todo el verano. Este techo es el mejor lugar
del mundo.
—Si muero —digo mientras miramos la vista—, es decir, cuando muera, tiren mis
117
cenizas en el agua de la pequeña playa. Entonces cuando me extrañen, pueden subir aquí,
mirar hacia abajo y pensar en lo increíble que fui.
—O podemos ir abajo y nadar —dice Johnny—. Si te extrañamos muchísimo.
—Qué asco.
—Tú eres la que quería estar en el agua de la pequeña playa.
—Sólo digo, me encanta estar aquí. Sería un gran lugar para tener mis cenizas.
—Sí —dice Johnny—. Lo sería.
Mirren y Gat guardan silencio, comiendo avellanas cubiertas de chocolate de un tazón
de cerámica azul.
—Esta es una mala conversación —dice Mirren.
—Está bien —dice Johnny.
—No quiero mis cenizas aquí —dice Gat.
—¿Por qué no? —replico—. Podamos estar todos juntos en la pequeña playa.
—¡Y los pequeños nadarán en nosotros! —grita Johnny.
—Me estas asqueando —espeta Mirren.
—No es en realidad tan diferente de todas las veces que he orinado allí —dice
Johnny.
—¡Gack!
—Oh, vamos, todo el mundo ha meado ahí.
—Yo no —dice Mirren.
—Sí, si lo has hecho —dice—. Si el agua de la pequeña playa no está hecha de orines
después de todos estos años de nosotros orinando allí, unas cenizas no van a arruinarla.
—¿Chicos nunca han planeado su funeral? —pido.
—¿Qué quieres decir? —Johnny arruga la nariz.
—Sabes, en Tom Sawyer, ¿cuándo todo el mundo piensa que Tom y Huck y cual-es-
su nombre?
—Joe Harper — dice Gat.
—Sí, creen que Tom, Huck y Joe Harper están muertos. Los chicos van a su propio
funeral y escuchan todos los bonitos recuerdos que los pobladores tienen de ellos. Cuando
leí eso, siempre pensé en mi propio funeral. Como, qué tipo de flores y donde me gustaría
que llevaran mis cenizas. Y la alabanza, también, diciendo cómo era trascendentalmente
impresionante y gane el Premio Nobel y los Juegos Olímpicos.
—¿Qué ganaste por? —pregunta Gat.
—Tal vez Balonmano.
—¿Hay balonmano en los Juegos Olímpicos? 118
—Sí.
—¿Al menos juegas balonmano?
—Todavía no.
—Mejor que empieces.
—La mayoría de la gente planea sus bodas —dice Mirren—. Yo solía planear mi
boda.
—Los chicos no planean su boda —dice Johnny.
—Si me caso con Drake tendría todas las flores amarillas —afirma Mirren—. Flores
amarillas en todas partes. Y un vestido amarillo de primavera, como un vestido de novia
normal sólo que amarillo. Y él se pondría una faja amarilla.
—Tendría que amarte muchísimo para usar una faja amarilla —le dije.
—Sí —dice Mirren—. Pero Drake lo haría.
—Te voy a contar lo que no quiero en mi funeral —dice Johnny—. No quiero un
montón de tipos del mundo del arte de Nueva York que ni siquiera me conocen parados en
una estúpida sala de recepción.
—No quiero gente religiosa hablando de un Dios en el que no creo —dice Gat.
—O un grupo de chicas falsas actuando todas tristes y luego poniéndose brillo de
labios en el baño y arreglando su cabello —dice Mirren.
—Dios —bromeo—. Hacen que suene como si los funerales no fueran nada
divertidos.
—En serio, Cady —dice Mirren—. Deberías planear tu boda, no tu funeral. No seas
morbosa.
—¿Qué pasa si nunca me caso? ¿Qué pasa si no quiero casarme?
—Planea la fiesta para tu libro, entonces. O la apertura de tu arte.
—Ella estará ganando los Juegos Olímpicos y el Premio Nobel —dice Gat—. Puede
planear fiestas para eso.
—Está bien —dije—. Vamos a planear mi fiesta para el balonmano olímpico. Si eso
les hace feliz.
Así que lo hacemos. Balones de chocolate envueltos en pasta azul de azúcar. Un
vestido de oro para mí. Copas de champán con pelotitas de oro dentro. Discutimos si la
gente usara raras gafas para el balonmano como lo hacen para el squash y decidimos que
para nuestra fiesta lo harán. Todos los invitados usaran gafas doradas para el balonmano
por la duración.
—¿Juegas en un equipo de balonmano? —pregunta Gat—. Es decir, ¿habrá un equipo
entero de diosas amazónicas del balonmano, celebrando la victoria contigo? O ¿lo has
ganado tú sola?
—No tengo idea.
—Tienes que empezar a educarte sobre esto —dice Gat—. O nunca vas a ganar el
119
oro. Tendremos que repensar toda la fiesta si sólo consigues la plata.
121
47
A
l final de la segunda semana, encuentro a Johnny solo en el patio,
construyendo una estructura de piezas de Lego que debe haber encontrado en
Red Gate.
Tengo pepinillos, tiras de queso y sobras de atún a la plancha de la cocina de Nuevo
Clairmont. Decidimos no subir al techo desde que solo estamos nosotros dos. Abrimos los
contenedores y los ponemos en el borde del sucio porche.
Johnny habla de cómo quiere construir un Hogwarts de Lego. O una estrella de la
muerte. ¡O espera! Mejor aún es un cardumen de atunes en Lego para colgar en el Nuevo
Clairmont ahora que ninguno de los embalsamados del abuelo existe. Eso es todo. Lástima
que no haya suficientes Lego en esta estúpida isla para un proyecto visionario como el de
él.
—¿Por qué no llamaste o me enviaste un correo electrónico después de mi accidente?
—pido. No pensaba mencionarlo. Las palabras escapan.
—Oh, Cady.
122
Me siento estúpida por preguntar, pero quiero saberlo.
—¿No quieres hablar de Legos de atún en lugar de eso? —excusa Johnny.
—Pensé que estabas enojado conmigo sobre los correos electrónicos. Los que envié
preguntando por Gat.
—No, no —Johnny limpia sus manos en su camiseta—. Yo desaparecí porque soy un
idiota. Porque no pensé en mis decisiones y he visto demasiadas películas de acción y soy
un seguidor.
—¿En serio? No creía eso de ti.
—Es un hecho innegable.
—¿No estabas enojado?
—Sólo fui un idiota. Pero no enojado. Nunca enojado. Lo siento, Cadence.
—Gracias.
Recoge un puñado de Legos y empieza a colocarlos juntos.
—¿Por qué desapareció Gat? ¿Lo sabes?
Johnny suspira.
—Esa es otra cuestión.
—Me dijo que yo no lo conocía de verdad.
—Puede ser cierto.
—No quiere hablar de mi accidente. O lo que pasó con nosotros ese verano. Él quiere
hacernos actuar normal y como si nada hubiera pasado.
Johnny alinea sus Legos en franjas: azul, blanco y verde.
—Gat se comportó como mierda con esa chica Raquel, por empezar contigo. Sabía
que no estaba bien y se odiaba a sí mismo por eso.
—De acuerdo.
—No quería ser ese tipo. Quiere ser una buena persona. Y estaba realmente enojado
ese verano, sobre todo tipo de cosas. Cuando él no estuvo allí para ti, se odio a sí mismo
aún más.
—¿Eso crees?
—Me lo imagino —dice Johnny.
—¿Está saliendo con alguien?
—Oh, Cady —dice Johnny—. Es un idiota pretencioso. Lo quiero como a un
hermano, pero eres demasiado buena para él. Ve a buscar a un buen tipo de Vermont con
músculos como Drake Loggerhead —Luego se echa a reír.
—Eres inútil.
—No puedo negarlo —responde—. Pero tienes que dejar de ser tan sentimental. 123
48
O
bsequio: Vida Encantadora, de Diana Wynne Jones.
Es una de las historias Chrestomanci que mamá leía para Gat y para
mí cuando teníamos ocho años. Lo he releído varias veces desde entonces,
pero duda que Gat lo haya hecho.
Abro el libro y escribo en la página del título. Para Gat con todo, todo. Cady.
Me dirijo a Cuddledown temprano a la mañana siguiente, pisando las viejas tazas de
té y DVD’s. Golpeo a la puerta del dormitorio de Gat.
No hay respuesta.
Llamo de nuevo, y luego empujo, abriendo.
Solía ser de Taft. Está lleno de osos y modelos de barcos además de los montones de
libros de Gat, bolsas de papas fritas, castañas de cajú aplastadas bajo los pies. Botellas
medio llenas de jugo y soda, CD’s, la caja de Scrabble con la mayoría de las fichas
derramadas por el suelo. Es tan malo como el resto de la casa, si no peor. 124
De todos modos, no está ahí. Debe estar en la playa.
Dejo el libro en su almohada.
49
E sa noche, Gat y yo nos encontramos solos en la azotea de Cuddledown.
Mirren se sentía enferma y Johnny la llevó abajo para una taza de té.
Voces y música flotan del Nuevo Clairmont, donde las tías y el abuelo
están comiendo pastel de arándanos y bebiendo oporto. Los pequeños están viendo una
película en la sala de estar.
Gat pasea por la inclinación del techo, todo el camino hasta la canaleta y otra vez.
Me parece peligroso, tan fácil de caer, pero él es temerario.
Ahora es cuando puedo hablar con él.
Ahora es cuando podemos parar de pretender ser normales.
Estoy buscando las palabras adecuadas, la mejor manera de empezar.
De repente sube a donde estoy sentada con tres grandes pasos.
—Eres muy, muy hermosa, Cady —dice. 125
—Es la luz de la luna. Hace que todas las chicas sean muy guapas.
—Creo que eres hermosa siempre y para siempre —Él es una silueta contra la luna—.
¿Tienes un novio en Vermont?
Claro que no. Nunca he tenido un novio salvo él.
—Mi novio se llama Percocet —dije—. Somos muy cercanos. Incluso fui a Europa
con él el verano pasado.
—Dios. —Gat está molesto. Se levanta y camina hasta el borde del techo.
—Una broma.
La espalda de Gat esta hacia mí.
—Dices que no deberíamos sentir pena por ti…
—Sí.
—…Pero luego sales con estas declaraciones. Mi novio se llama Percocet. O bien, me
quedé mirando la base del inodoro azul italiano. Y está claro que quieres que todos sientan
lastima por ti. Y lo haríamos, yo lo haría, pero tú no tienes ni idea de lo afortunado que
eres.
Mi cara se sonroja.
Tiene razón.
Quiero que la gente sienta lástima por mí. Sí.
Y entonces no.
Sí.
Y entonces no.
—Lo siento —dije.
—Harris te envió a Europa durante ocho semanas. ¿Crees que él algún día enviara a
Johnny o Mirren? No. Y él no me enviaría a mí, pase lo que pase. Sólo piensa antes de
quejarte de cosas que a otras personas les encantaría tener.
Me estremecí.
—¿El abuelo me envió a Europa?
—Vamos —dice Gat, amargo—. ¿Creías que tu padre pago ese viaje?
Sé inmediatamente que está diciendo la verdad.
Por supuesto que papá no pago por el viaje. Es imposible que tuviera el dinero.
Profesores universitarios no vuelan en primera clase y se alojan en hoteles de cinco
estrellas.
Tan acostumbrado a Beechwood, despensas infinitamente surtidas y varias
embarcaciones y un personal tranquilamente asando carnes y lavando la ropa de cama— ni
siquiera pensé de donde podía venir ese dinero.
El abuelo me envió a Europa. ¿Por qué? 126
¿Por qué no vino Mamá conmigo, si el viaje fue un regalo del abuelo? ¿Y por qué
incluso papá tomaría ese dinero de mi abuelo?
—Tienes una vida que se extiende delante de ti con un millón de posibilidades —dice
Gat—. Es… molesto cuando pides compasión, eso es todo.
Gat, mi Gat.
Tiene razón. La tiene.
Pero también no lo entiende.
—Sé que nadie me está golpeando —digo, de repente sintiéndome a la defensiva—.
Sé que tengo un montón de dinero y una buena educación. Comida en la mesa. No estoy
muriendo de cáncer. Mucha gente tiene mucho peor que yo. Y sé que tuve suerte al ir a
Europa. Yo no debería quejarme o ser desagradecida.
—Bueno, entonces.
—Pero escucha. No tienes ni idea de lo que se siente tener dolores de cabeza como
estos. Ni idea. Esto duele —digo, y me doy cuenta de que las lágrimas corren por mi cara,
aunque no estoy llorando—. Resulta difícil estar viva, algunos días. Muchas veces me
gustaría estar muerta, de verdad lo hago, sólo para detener el dolor.
—No lo haces —dice con severidad—. No deseas estar muerta. No digas eso.
—Sólo quiero que se acabe el dolor —digo—. En los días que no funcionan las
pastillas. Quiero que se acabe y haría cualquier cosa, realmente, cualquier cosa si supiera
con certeza que terminara el dolor.
Hay un silencio. Él camina hasta el borde inferior del techo, hacia mí.
—¿Qué haces entonces? ¿Cuándo es así?
—Nada. Me tumbo y espero y me recuerdo una y otra vez que no durara para
siempre. Que habrá otro día y después de eso, otro día más. Uno de esos días, me podré
levantar y desayunar y sentirme bien.
—Otro día.
—Sí.
Ahora vuelve y salta en un par de pasos. De repente sus brazos están alrededor de mí,
y nos agarramos con fuerza.
Tiembla un poco y me besa el cuello con los labios fríos. Nos quedamos así, rodeados
en los brazos del otro, por un minuto o dos,
y se siente como si el universo se estuviera reorganizando
y sé que cualquier rabia que sentíamos ha desaparecido.
Gat me besa en los labios y toca mi mejilla.
Le amo. 127
Siempre lo he amado.
Nos quedamos allí en el techo durante mucho, mucho tiempo. Para siempre.
50
M irren ha estado poniéndose enferma más a menudo. Ella se levanta tarde,
pinta sus uñas, se tumba en el sol y mira fotos de paisajes africanos en un
gran libro de la mesa de café. Pero no hace esnorkel. No navega. No juega
al tenis o va a Edgartown.
Traigo sus gominolas del Nuevo Clairmont. Mirren ama las gominolas.
Hoy, ella y yo estamos acostadas en la pequeña playa. Leemos revistas que he robado
de las gemelas y comemos zanahorias. Mirren tiene auriculares. Ella sigue escuchando la
misma canción una y otra vez en mi iPhone.
130
51
M i tercera semana en la isla corre y una migraña me toma dos días. O tal
vez tres. Aún no lo sé. Las pastillas en mi botella están bajando, aunque
llené mi receta antes de salir de casa.
Me pregunto si mamá las está tomando. Tal vez ella siempre las ha estado tomando.
O tal vez las gemelas han estado viniendo a mi cuarto otra vez, llevándose cosas que
no necesitan. Tal vez las están usando.
O tal vez estoy tomando más de lo que sé. Tomando extra por la nube de dolor.
Olvidando mi última dosis.
Me da miedo decirle a mamá que necesito más.
Cuando me siento estable vuelvo a Cuddledown. El sol se mantiene bajo en el cielo.
El porche está cubierto con botellas rotas. Adentro, las cintas han caído desde el techo y
yacen retorcidas en el suelo. Los platos en el fregadero están secos y sucios. El mantel que
cubre la mesa del comedor está sucio. La mesa está manchada con marcas circulares de 131
tazas de té.
Encuentro a los mentirosos agrupados en el dormitorio de Mirren, todos mirando la
Biblia.
—Discusión por una palabra de Scrabble —dice Mirren en cuanto entro. Ella cierra el
libro—. Gat tenía razón, como de costumbre. Siempre estás malditamente bien, Gat. A las
chicas no nos gustan eso en un chico, ya sabes.
Las fichas de Scrabble están dispersas por el suelo del gran salón. Las vi cuando
entré.
Ellos no han estado jugando.
—¿Qué hicieron los últimos días? —pregunto.
—Oh, Dios —dice Johnny, extendiéndose sobre la cama de Mirren— Lo he olvidado
ya.
—Fue el día de la independencia —afirma Mirren—. Fuimos a cenar a Nuevo
Clairmont y entonces todos salieron en la lancha grande para ver los fuegos artificiales de
Vineyard.
—Hoy fuimos a la tienda de rosquillas de Nantucket —dice Gat.
Nunca van a ninguna parte. Nunca. Nunca ven a nadie. ¿Ahora mientras he estado
enferma, van a todas partes, ven a todo el mundo?
—Downyflake —digo—. Es el nombre de la tienda de Donuts.
—Sí. Eran las donas más increíbles —dice Johnny.
—Tú odias las donas de pastel.
—Por supuesto —dice Mirren—. Pero no conseguimos de pastel, conseguimos
bananas glaseadas.
—Y crema de Boston —dice Gat.
—Y jalea —dice Johnny.
Pero sé que en Downyflake sólo hacen pastel de donuts. No glaseado. Sin crema de
Boston. Sin jalea.
¿Por qué mienten?
132
52
C
eno con mamá y los pequeños en Nuevo Clairmont, pero esa noche me golpea
una migraña otra vez. Es peor que la anterior. Me acuesto en mi cuarto oscuro.
Aves picoteando la materia supurante que se filtra desde mi cráneo
destrozado.
Abro los ojos y Gat está parado encima de mí. Lo veo a través de una neblina. Luz
brilla a través de las cortinas, así que debe ser de día.
Gat nunca viene a Windemere. Pero aquí está. Mirando el papel cuadriculado en mi
pared. Las notas adhesivas. Los nuevos recuerdos e información que he añadido desde que
he estado aquí, notas sobre los perros de la abuela muriendo, el abuelo y el ganso de marfil,
Gat dándome el libro Moriarty, las tías luchando sobre la casa de Boston.
—No leas mis papeles —me lamento—. No.
Da un paso atrás.
—Están ahí para que cualquiera lo pueda ver. Lo siento. 133
Me giro de lado para presionar la mejilla contra la almohada caliente.
—No sabía que estabas recolectando historias —Gat se sienta en la cama. Llega y
toma mi mano.
—Estoy tratando recordar ya que nadie quiere hablar de lo que pasó —digo—.
Incluyéndote.
—Quiero hablar de eso.
—¿De qué?
Está mirando el piso.
—Tuve una novia, hace dos veranos.
—Lo sé. Yo lo sabía desde el principio.
—Pero nunca te lo dije.
—No, no lo hiciste.
—Me enamoré de ti tan duro, Cady. No había ninguna forma de detenerlo. Sé que
debería habértelo dicho y debería haber terminado con Raquel enseguida. Era sólo, ella
estaba de vuelta a casa y nunca te veo todo el año y mi teléfono no funciona aquí, y seguía
recibiendo paquetes de ella. Y las cartas. Todo el verano.
Lo miro.
—Fui un cobarde —dice Gat.
—Sí.
—Fue una crueldad. Para ti y para ella también.
Mi cara quema con celos, recordando.
—Lo siento, Cady —continúa Gat—. Eso es lo que debería haber dicho el primer día
que llegamos este año. Me equivoqué y lo siento.
Asiento. Es bueno que diga eso. Ojalá que no estuviera tan drogada.
—La mitad del tiempo me odio por todas las cosas que he hecho —dice Gat—. Pero
lo que me pone muy mal es la contradicción: cuando no me odio a mí mismo, me siento
honrado y victimizado. El mundo es tan injusto.
—¿Por qué te odias?
Y antes de que lo sepa, Gat está acostado en la cama junto a mí. Sus dedos fríos
alrededor de los míos, y su cara está cercana a la mía. Me besa.
—Porque quiero las cosas que no puedo tener —susurra.
Pero me tiene a mí. ¿No sabe que ya me tiene?
¿O Gat está habla de otra cosa, otra cosa que no puede tener? ¿Alguna cosa material,
algún sueño de algo?
Estoy sudando y me duele la cabeza y no puedo pensar con claridad.
—Mirren dice que terminará mal y debería dejarte solo —le cuento. 134
Otra vez me besa.
—Alguien me hizo algo que es demasiado horrible para recordar —le susurro.
—Te amo —dice.
Nos sostenemos mutuamente y nos besamos durante mucho tiempo.
El dolor se desvanece en mi cabeza, un poco. Pero no todo el camino.
139
55
E sa noche me despierto, fría. Pateo mis mantas y la ventana está abierta. Me
siento demasiado rápido y mi cabeza da vueltas.
Un recuerdo.
La tía Carrie, llorando. Doblada con mocos corriendo por su cara, sin molestarse en
limpiarlo. Está inclinada, está temblando, podría vomitar. Está oscuro, y lleva una camisa
de algodón blanco con una chaqueta sobre ella —una azul de Johnny.
¿Por qué lleva la chaqueta de Johnny?
¿Por qué está tan triste?
Me levanto y encuentro una sudadera y zapatos. Agarro una linterna y me dirijo a
Cuddledown. La gran sala está vacía e iluminada por la luna. Botellas llenan el mostrador
de la cocina. Alguien dejó una manzana en rodajas afuera y está vieja. Puedo olerlo.
Mirren está aquí. No la vi antes. Ella está escondida debajo de un afgano atigrado,
recostada en el sofá. 140
—Estás despierta —susurra.
—Vine a buscarte.
—¿Por qué?
—He tenido esta memoria. La tía Carrie estaba llorando. Llevaba un abrigo de
Johnny. ¿Te acuerdas de Carrie llorando?
—A veces.
—Pero en el verano quince, ¿cuándo tenía el pelo corto?
—No —dice Mirren.
—¿Por qué no estás dormida? —pregunto.
Mirren sacude su cabeza.
—No lo sé.
Me siento.
—¿Puedo hacer una pregunta?
—Seguro.
—Necesito que me digas que pasó antes de mi accidente. Y después. Siempre dices
cosas sin importancia, pero algo debe haber pasado además de golpear mi cabeza mientras
nadaba durante la noche.
—Ajá.
—¿Sabes lo que era?
—Penny dijo que los médicos quieren que lo dejemos en paz. Te acordarás a tu
tiempo y nadie debe empujarlo sobre ti.
—Pero te lo estoy pidiendo, Mirren. Necesito saberlo.
Pone su cabeza sobre sus rodillas. Pensando.
—¿Cuál es tu mejor suposición? —dice finalmente.
—Yo… supongo que fui la víctima de algo. —Es difícil de decir estas palabras—.
Supongo que fui violada o atacada o un poco de dios sabe qué. Ese es el tipo de cosa que
hace que la gente tenga amnesia, ¿verdad?
Mirren frota sus labios.
—No sé qué decirte —dice.
—Dime qué pasó —digo.
—Fue un verano jodido.
—¿Cómo es eso?
—Es todo lo que puedo decirte, mi querida Cady.
—¿Por qué no dejas nunca Cuddledown? —le pregunto de repente—. Casi nunca lo
dejas excepto para ir a la pequeña playa.
141
—Fui a kayak hoy —dice.
—Pero te enfermaste. ¿A qué le tienes miedo? —pido—. ¿Ese miedo a salir?
¿Agorafobia?
—No me siento bien, Cady —dice Mirren, defensiva—. Tengo frío todo el tiempo,
no puedo dejar de temblar. Mi garganta está en carne viva. Si te sientes de ese modo, no
saldrías tampoco.
Me siento peor que eso todo el tiempo, pero por una vez no menciono mis dolores de
cabeza.
—Deberíamos decirle a Bess, entonces. Llevarte al médico.
Mirren sacude su cabeza.
—Es un estúpido resfriado que no puedo quitarme. Estoy siendo un bebé sobre ello.
¿Me traes un ginger ale?
No puedo discutir ya. Le consigo una ginger ale y encendemos la televisión.
56
E n la mañana, hay un neumático como columpio colgando del árbol en el
jardín de Windemere. Del mismo modo que solía colgar de la vieja y enorme
magnolia delante de Clairmont.
Es perfecto.
Justo como ese donde la abuelita Tipper me había hecho girar.
Papá.
Abuelo.
Mamá.
Justo como ese donde Gat y yo nos besamos en la mitad de la noche.
Ahora recuerdo, verano quince, Johnny, Mirren, Gat y yo aplastados en ese columpio
en Clairmont juntos. Estábamos demasiado grandes para caber. Nos dábamos codazos
mutuamente y nos reorganizamos a nosotros mismos. Nos reímos y quejamos.
Acusándonos mutuamente de tener traseros grandes. Acusándonos mutuamente de ser
142
malolientes y organizándonos otra vez.
Finalmente nos ubicamos. Entonces no podíamos girar. Estábamos atorados tan
apretadamente en el columpio que no había manera de que nos moviéramos. Gritamos y
gritamos por un empujón. Las gemelas pasaron y se negaron a ayudar. Finalmente, Taft y
Will salieron de Clairmont e hicieron nuestro pedido. Gruñendo, nos empujaron en un
amplio círculo. Nuestro peso fue tal que después de que nos dejaron ir, giramos más rápido
y más rápido, riendo tanto que nos sentimos mareados y enfermos.
Los cuatro mentirosos. Ahora recuerdo.
Este nuevo columpio se ve fuerte. Los nudos están atados con cuidado.
Dentro del neumático hay un sobre.
La letra de Gat: Para Cady.
Abro el sobre.
Más de una docena de rosas secas de la playa se derraman.
57
H
abía una vez un rey que tenía tres hermosas hijas. Él les dio
cualquier cosa que sus corazones desearan, y cuando ellas
crecieron de edad sus matrimonios fueron celebrados con
grandes festejos. Cuando la hija más joven dio a luz a una niña, el rey y la reina
estaban muy contentos. Poco después, la hija mediana dio a luz a una niña por
su cuenta, y se repitieron las celebraciones.
Por último, la hija mayor dio a luz a unos gemelos, pero por desgracia, todo
no era como uno podría esperar. Uno de los gemelos era humano, un rozagante
niño; el otra no era más que ratonil.
No había ninguna celebración. No se realizaron anuncios.
La hija mayor estaba consumida por la vergüenza. Uno sus hijos no era
más que un animal. Él nunca centellaría, se quemaría y seria bendecido, de la
143
forma en que los miembros de la familia real esperaban hacerlo.
Los niños crecieron y el ratonil también. Él era inteligente y siempre
limpio en sus bigotes. Él era más inteligente y más curioso que su hermano o sus
primos.
Disgustaba al rey, y disgustaba a la reina. Tan pronto como pudo, su
madre puso el ratonil sobre sus pies, le dio una pequeña bolsa en la que había
colocado arándanos y nueces y lo mando a ver el mundo.
Así se dispuso a que se hiciera, el ratonil había visto suficiente de la vida
cortesana para saber que si se quedaba en casa siempre sería un sucio secreto,
una fuente de humillación para su madre y cualquiera que supiera de él.
Ni siquiera miro hacia atrás, al castillo que había sido su hogar.
Allí, ni siquiera tenía un nombre. Su existencia había sido un vergonzoso
secreto.
Ahora, era libre para ir adelante y hacer un nombre por sí mismo en el
ancho, ancho mundo.
Y tal vez,
sólo tal vez,
volvería algún día,
y quemaría ese
jodido
palacio
hasta el suelo.
144
Cuarta
Parte:
145
Mira, fuego.
58
M
ira.
Un incendio.
Allí, en el extremo norte de la isla Beechwood. Donde el árbol de
magnolia reside sobre el ancho césped.
La casa está en llamas. Las llamas se disparan altas, iluminando el cielo.
No hay nadie aquí que ayude.
Lejos en la distancia, puedo ver los bomberos de Vineyard, abriéndose paso a través
de la bahía con un barco iluminado.
Incluso más lejos, el barco de fuego Woods Hole resopla, hacia el fuego que nosotros
creamos.
Gat, Johnny, Mirren y yo.
Creamos el fuego y quemamos la casa. 146
Quemamos el Palacio, el Palacio del rey que tenía tres hermosas hijas.
Nosotros lo creamos.
Yo, Johnny, Gat y Mirren.
Recuerdo esto ahora,
En una prisa que me golpeo tan duro que caí,
y me hundí
hasta el fondo rocoso rocoso, y
pude ver la base de la isla Beechwood y
mis brazos y piernas se sienten entumecidos, pero mis dedos están fríos. Rebanadas
de algas me pasan mientras caigo.
Y entonces me levanto otra vez y respiro,
Y Clairmont está ardiendo.
147
59
L a puerta de Cuddledown está cerrada. Golpeo hasta que Johnny aparece con
la ropa que tenía anoche.
—Estoy haciendo pretencioso té —dice.
—¿Dormiste en tu ropa?
—Sí.
—Creamos un incendio —le dije, todavía de pie en la puerta.
Ellos no me mentirán más. Irán a lugares sin mí, tomarán decisiones sin mí.
Ahora entiendo nuestra historia. Somos criminales. Una banda de cuatro.
Johnny me mira a los ojos durante mucho tiempo, pero no dice una palabra.
Eventualmente se vuelve y entra en la cocina. Yo lo sigo. Johnny vierte agua caliente de la
caldera en las tazas de té.
—¿Qué otra cosa recuerdas? —pregunta. 148
Dudé.
Puedo ver el fuego. El humo. Cómo de enorme se veía Clairmont mientras se
quemaba.
Sé, irrevocablemente y sin duda, que nosotros lo creamos.
Puedo ver la mano de Mirren, sus uñas de oro astilladas, sosteniendo una jarra de gas
para el motor de la lancha.
Los pies de Johnny, corriendo por las escaleras de Clairmont al cobertizo.
El abuelo, aferrándose a un árbol, su rostro iluminado por el resplandor de una
hoguera.
No. Corrección.
El resplandor de su casa, ardiendo hasta el suelo.
Pero estos son recuerdos que he tenido todo el tiempo. Solo sé dónde fijarlos ahora.
—No todo —le digo a Johnny—. Sólo sé que iniciamos el fuego. Puedo ver las
llamas.
Se acuesta en el piso de la cocina y extiende sus brazos sobre su cabeza.
—¿Estás bien? —pido.
—Estoy muy cansado. Si quieres saberlo. —Johnny rueda en su cara y empuja su
nariz contra la baldosa—. Ellas dijeron que ya no se hablaban —murmuro en el piso—.
Dijeron que todo terminó y estaban cortando entre todos.
—¿Quién?
—Las tías.
Me acuesto en el suelo junto a él para poder oír lo que dice.
—Las tías se emborrachaban, noche tras noche —murmura Johnny, como si fuera
difícil logar sacar las palabras—. Y estaban enojadas cada vez más. Gritándose
mutuamente. Tambaleándose alrededor del césped. El abuelo no hizo nada, excepto avivar
esto. Les vimos pelear por las cosas de la abuela y el arte que colgó en Clairmont, los
inmuebles y dinero sobre todo. El abuelo estaba borracho en su propio poder y mi madre
quería que yo hiciera un juego por el dinero. Porque yo era el chico. Ella me empujó y me
empujó, no lo sé. A ser el heredero joven y brillante. A hablar mal de ti como la mayor. A
ser la gran esperanza educada sobre el futuro de la democracia, una tontería. Ella había
perdido el favor de mi abuelo, y quería que yo entrara así no perdía su herencia.
Mientras habla, los recuerdos parpadearon a través de mi cráneo, tan duro y brillante
que hicieron daño. Me estremecí y puse mis manos sobre mis ojos.
—¿Te acuerdas de algo más sobre el fuego? —preguntó suavemente—. ¿Va a volver?
Cierro los ojos un momento y lo intento.
—No, no es eso. Pero otras cosas. 149
Johnny se extiende y toma mi mano.
60
P
rimavera antes del verano quince, mamá me hizo escribir al abuelo. Nada
ostensible.
“Pensando en ti y en tu pérdida hoy. Espero que estés bien.”
Envié cartas reales personalizadas con Cadence Sinclair Eastman
impreso en la parte superior. “Querido abuelo, acabo de llegar de un paseo en bicicleta de
5 km para la investigación del cáncer. El equipo de Tenis se inicia la próxima semana.
Nuestro club de lectura lee Brideshead Revisited. Te amo.”
—Sólo recuérdale que te preocupas —dijo mamá—. Y que eres una buena persona.
Bien preparada y un motivo de orgullo a la familia.
Me quejé. Escribir las cartas parecía falso. Por supuesto que me importaba. Amaba al
abuelo y realmente pensaba en él. Pero no quería escribir estos recuerdos de mi excelencia
cada dos semanas.
—Él es muy impresionable en este momento —dijo mamá—. Está sufriendo. 150
Pensando en el futuro. Eres la primera nieta.
—Johnny es sólo tres semanas más joven.
—Ese es mi punto. Johnny es un niño y él es sólo tres semanas más joven. Así que
escribe la carta.
Hice lo que me pidió.
154
62
U nas noches más tarde. Hora del cóctel en Clairmont. Comenzó a las seis o
seis y media, dependiendo de cuando la gente vago por la colina hasta la casa
grande. El cocinero estaba preparando la cena y había establecido mousse de
salmón con pequeñas galletas harinosas. Fui junto a ella y saqué una botella de vino blanco
de la nevera para las tías.
Los pequeños, habiendo estado abajo en la playa grande toda la tarde, estaban siendo
forzados a duchas y ropa limpia por Gat, Johnny, y Mirren en Red Gate, donde había una
ducha al aire libre. Mamá, Bess, y Carrie estaban sentadas alrededor de la mesa de café en
Clairmont.
Traje copas para las tías cuando entró el abuelo.
—Por lo tanto, Penny —dijo, sirviéndose bourbon de la jarra sobre el aparador—,
¿Cómo estás tú y Cady en Windemere este año, con el cambio de las circunstancias? Bess
está preocupado de que estás sola.
—Yo no he dicho eso —dijo Bess.
155
Carrie entrecerró los ojos.
—Sí, lo hiciste —dijo el abuelo a Bess. Él hizo un gesto para que me sentara—.
Habló de las cinco habitaciones. La cocina reformada, y cómo Penny estaba sola ahora y no
la necesitara.
—¿Es verdad, Bess? —Mamá tomó aire.
Bess no respondió. Se mordió el labio y miró a la vista.
—No estamos solas —dijo mamá al abuelo—. Adoramos Windemere, ¿verdad,
Cady?
El abuelo me miró.
—¿Te parece bien, Cadence?
Sabía lo que tenía que decir.
“Estoy más que bien allí, estoy fantástica. Me encanta Windemere porque ustedes la
construyeron especialmente para mamá. Quiero criar a mis hijos allí y los hijos de mis
hijos. Eres tan magnifico, abuelo. Eres el patriarca y te venero. Estoy tan contenta de ser
una Sinclair. Esta es la mejor familia en Estados Unidos”.
No con esas palabras. Pero yo estaba destinada a ayudar a mamá a mantener la casa
diciéndole a mi abuelo que él era el hombre grande, que era la causa de toda nuestra
felicidad, y recordándole que yo era el futuro de la familia. Los Americanos Sinclair nos
perpetuarían, altos, blancos, hermosos y ricos, si sólo dejaba que mamá y yo nos
quedáramos en Windemere.
Se suponía que debía hacer al abuelo sentir en control cuando su mundo giraba
porque la abuela había muerto. Le debía rogar elogiándole—nunca reconocer la agresión
detrás de su pregunta.
Mi madre y sus hermanas eran dependientes del abuelo y su dinero. Tenían las
mejores educaciones, mil posibilidades, mil conexiones, y aun así habían terminado
incapaces de mantenerse a sí mismas. Ninguna de ellas hizo algo útil en el mundo. Nada
necesario. Nada valiente. Todavía estaban las niñas, tratando de quedar bien con papá. Él
era el pan y la mantequilla, la crema y la miel, también.
—Es demasiado grande para nosotros —le dije a mi abuelo.
Nadie habló cuando yo salí de la habitación.
156
63
M amá y yo estábamos en silencio en el camino de vuelta a Windemere
después de la cena. Una vez la puerta cerro detrás de nosotras, se volteó
hacia mí.
—¿Por qué no me apoyas con tu abuelo? ¿Quieres hacernos perder esta casa?
—No la necesitamos.
—Elegí la pintura, los azulejos. Colgué la bandera desde el porche.
—Tiene cinco dormitorios.
—Pensamos que tendríamos una familia más grande. —La cara de mamá se tensa—.
Pero no funcionó así. Eso no significa que no merezca la casa.
—Mirren y esos chicos podrían usar las habitaciones.
—Esta es mi casa. No puedes esperar que renuncie porque Bess tuvo demasiados
niños y dejó a su marido. No puedes pensar que está bien que ella me lo arrebate. Este es
nuestro lugar, Cadence. Tenemos que cuidarnos nosotras mismas.
157
—¿Puedes escucharte? —Me enfurecí—. Tienes un fondo fiduciario.
—¿Qué tiene que ver con esto?
—Algunas personas no tienen nada. Lo tenemos todo. La única persona que utilizo el
dinero de la familia para hacer caridad fue la Abuela. Ahora se ha ido y todos están
preocupados por sus perlas y sus ornamentos y sus inmobiliarios. Nadie está tratando de
usar su dinero para el bien. Nadie está tratando de que el mundo sea mejor.
Mamá se puso de pie.
—Estás llena de superioridad, ¿no? Crees que entiendes el mundo mucho mejor que
yo. He oído hablar a Gat. Te he visto comiendo sus palabras como un helado con una
cuchara. Pero tú no has pagado las facturas, no has tenido una familia, has poseído una
propiedad, visto el mundo. No tienes idea lo que hablas, y sin embargo no haces más que
emitir un juicio.
—Están destruyendo a esta familia porque creen que se merecen la casa más bonita.
Mamá caminó hasta el pie de las escaleras.
—Vuelve a Clairmont mañana. Dile al abuelo cuánto te gusta Windemere. Dile que
deseas criar a tus hijos aquí en los veranos. Dile.
—No. Deberías enfrentarte a él. Decirle que deje de manipular a todos ustedes. Sólo
actúa así porque está triste por la abuela, ¿no te das cuenta? ¿No puedes ayudarle? ¿O
conseguir un trabajo así no importa su dinero? ¿O darle la casa a Bess?
—Escúchame, jovencita. —La voz de mamá fue acerada—. Ve y háblale al abuelo de
Windemere o te enviaré a Colorado con tu padre por el resto del verano. Lo haré mañana.
Lo juro, te llevaré al aeropuerto a la primera oportunidad. Nunca volverás a ver a ese novio
tuyo. ¿Entiendes?
Ella me tenía allí.
Ella sabía sobre Gat y yo. Y podría quitármelo.
Se lo llevaría lejos.
Yo estaba enamorada.
Prometí lo que ella pidió.
Cuando le dije al abuelo cuánto adoraba la casa, él sonrió y dijo que sabía que algún
día yo tendría hijos hermosos. Entonces dijo que Bess era una descocada y no tenía
intención de darle mi casa. Pero más tarde, Mirren me dijo que él le había prometido
Windemere a Bess.
—Voy a cuidarte —dijo él—. Dame un poco de tiempo para salir de Penny.
158
64
G
at y yo fuimos a la pista de tenis en el crepúsculo un par de noches después
de discutir con mamá. Tiramos bolas a Fatima y Prince Philip en silencio.
Por último, dijo:
—¿Has notado que Harris nunca me llama por mi nombre?
—No.
—Me llama joven. Al igual que: ¿cómo fue tu año escolar, joven?
—¿Por qué?
—Es como si él al llamarme Gat estaría diciendo en realidad, ¿Cómo fue tu año
escolar, niño indio cuyo indio tío vive en pecado con mi pura hija blanca? ¿Chico indio te
sorprendí besando a mi preciosa Cadence?
—¿Tú crees que eso es lo que está pensando?
—Él no me tolera —dijo Gat—. En realidad no. Le podría gustar como persona, 159
incluso le podría gustar Ed, pero no puede decir mi nombre o mirarme a los ojos.
Era cierto. Ahora que él lo decía, podía verlo.
—No estoy diciendo que él quiere ser el tipo que sólo le gustan los blancos —
continuó Gat —. Él sabe que se supone que no es ese tipo. Él es un demócrata, que votó por
Obama, pero eso no significa que esté cómodo con la gente de color en su hermosa familia.
—Gat negó con la cabeza—. Es falso con nosotros. No le gusta la idea de Carrie con
nosotros. Él no llama a Ed Ed. Lo llama señor. Y se asegura de que sé que soy un extraño,
cada vez que puede. —Gat acarició las suaves orejas de perro de Fatima—. Lo viste en el
ático. Él quiere que me quede bien lejos de ti.
Yo no había visto la interrupción del abuelo de esa manera. Me había imaginado que
estaba avergonzado al sorprendernos.
Pero ahora, de repente, entendí lo que había pasado.
—Ten cuidado, joven hombre —dijo el abuelo— La cabeza. Podrías lastimarte.
Era otra amenaza.
—¿Sabías que mi tío propuso matrimonio a Carrie, de vuelta en el otoño? —preguntó
Gat. Negué con la cabeza.
—Han estado juntos casi nueve años. Él actúa como un padre para Johnny y Will. Se
puso de rodillas y lo propuso, Cady. Estábamos nosotros tres allí, y mi mamá. Había
decorado el apartamento con velas y rosas. A todos nos vistió de blanco, y había traído esta
gran comida en este lugar italiano que Carrie ama. Puso Mozart en el estéreo.
«Johnny y yo estábamos todos, Ed, ¿cuál es el problema? Ella vive contigo, amigo.
Pero el hombre estaba nervioso. Había comprado un anillo de diamantes. De todos modos,
ella vino a casa, y nosotros cuatro los dejamos solos y nos escondimos en el cuarto de Will.
Se suponía que todos íbamos a salir corriendo con felicitaciones, pero Carrie dijo que no».
—Creía que ellos no veían el punto de casarse.
—Ed ve un punto. Carrie no quiere arriesgar su estúpida herencia —dijo Gat.
—¿Ella ni siquiera le preguntó al abuelo?
—Esa es la cosa —dijo Gat—. Todo el mundo siempre está preguntando a Harris
acerca de todo. ¿Por qué una mujer adulta tiene que preguntarle a su padre para aprobar su
boda?
—El abuelo no la detendría.
—No —dijo Gat—. Pero cuando Carrie primero se fue a vivir con Ed, Harris dejó en
claro que todo el dinero destinado para ella desaparecería si se casa con él.
—El punto es, a Harris no le gusta el color de Ed. Es un bastardo racista, y así fue
Tipper. Sí, me gustan los dos por un montón de razones, y han sido más que generosos al
permitirme venir aquí cada verano. Yo estoy dispuesto a pensar que Harris ni siquiera se da
cuenta del por qué no le gusta mi tío, pero le desagrada lo suficiente como para desheredar
a su hija mayor.
Gat suspiró. Me encantaba la curva de su mandíbula, el agujero en su camiseta, las
notas que me escribía, la forma en que su mente trabajaba, la forma en que movía sus 160
manos cuando hablaba. Me imaginaba, entonces, que yo lo conocía por completo.
Me incliné y lo besé. Todavía parecía tan mágico el poder hacer eso, y que él me
besara de vuelta. Tan mágico que mostráramos nuestras debilidades, nuestros miedos y
nuestra fragilidad.
—¿Por qué no se nos ocurrió hablar de esto? —susurré.
Gat me besó de nuevo.
—Me encanta estar aquí —dijo—. La isla. Johnny y Mirren. Las casas y el sonido del
océano. Tú.
—Igualmente.
—Una parte de mí no quiere estropearlo. No quiero imaginar siquiera que no es
perfecto.
Entendí cómo se sentía.
O pensé que lo hacía.
Gat y yo fuimos al perímetro entonces, y anduvimos hasta llegar a una gran roca
plana que daba al puerto. El agua chocó contra el pie de la isla. Nos abrazamos y nos medió
desnudamos y olvidamos, por el tiempo que pudimos, todos los horribles detalles de la
hermosa familia Sinclair.
65
H
abía una vez un rico mercader que tenía tres hermosas hijas. Él
las consintió tanto que dos de las jóvenes hacían poco más que
sentarte frente al espejo, contemplando su propia belleza y
pellizcando sus mejillas para hacerlas enrojecer.
Un día el comerciante tuvo que salir de viaje.
—¿Qué debería traerles cuando regrese? —preguntó.
La hija más joven solicitó vestidos de seda y encaje.
La hija mediana solicitó rubíes y esmeraldas.
La hija mayor pidió sólo una rosa.
El comerciante había desaparecido varios meses. Por su hija menor, lleno
un tronco con vestidos de muchos colores. Por su hija mediana, registro los
161
mercados en busca de joyas. Pero sólo cuando se encontró cerca de su casa
recordó su promesa de una rosa a su hija mayor.
Se encontró con una valla de hierro grande que se extendía a lo largo de la
carretera. En la distancia había una mansión oscura y estaba complacido de ver
un rosal cerca de la valla con las florecientes flores. Varias rosas eran
fácilmente accesibles.
Fue la obra de un minuto para cortar una flor. El comerciante estaba
metiendo la flor en su alforja cuando lo detuvo un furioso gruñido.
Una figura encapuchada se elevó donde el comerciante estaba seguro no
había nadie un momento antes. Era enorme y habló con un estruendo profundo.
—¿Tomas de mí sin pensar en pagar?
—¿Quién eres? —preguntó el mercader, temblando de miedo.
—Basta con decir que soy uno a quien robas.
El comerciante explicó que le había prometido a su hija una rosa después
de un largo viaje.
—Puedes mantener tu rosa robada —dijo la figura—. Pero a cambio, me
darás la primera de tus posesiones que veas a tu regreso. —Entonces empujó
atrás su capucha para revelar el rostro de una bestia horrible, todo dientes y
hocico. Un jabalí salvaje combinado con un chacal.
—Me has enojado —dijo la bestia—. Morirás si me enojas otra vez.
El comerciante cabalgó a casa tan rápido como su caballo lo llevó. Estaba
todavía a una milla de distancia cuando vio a su hija mayor esperándolo en la
carretera.
—¡Nos enteramos de que llegarías esta noche! —gritó ella, corriendo a sus
brazos.
Ella fue la primera de sus posesiones que vio a su regreso. Ahora sabía
qué precio la bestia había pedido realmente de él.
¿Entonces qué?
Todos sabemos que Bella se enamora de la bestia. Ella lo ama, a pesar de
lo que pueda pensar su familia —por su encanto y educación, su conocimiento
del arte y su corazón sensible.
De hecho, él es un ser humano y siempre fue uno. Nunca fue un 162
jabalí/chacal en absoluto. Era sólo una horrorosa ilusión.
El problema es que es muy difícil convencer a su padre de eso.
Su padre ve las mandíbulas y el hocico, escucha el espantoso rugido, cada
vez que Bella lleva a su nuevo marido a la casa para una visita. No importa cómo
de civilizado o culto sea el marido. No importa qué amable.
El padre ve un animal de la selva, y su repugnancia nunca lo dejará.
66
U na noche, en el verano quince, Gat arrojó piedras a la ventana de mi
habitación. Saque mi cabeza para verlo de pie entre los árboles, la luna
brillando en su piel, los ojos parpadeando.
Él me estaba esperando de pie en la escalera del porche.
—Tengo una necesidad de chocolate —susurró—, así que estoy entrando a la
despensa de Clairmont. ¿Vienes?
Asentí y caminamos juntos por el estrecho camino, nuestros dedos entrelazados. Nos
metimos en la entrada lateral de Clairmont, la cual conduce al vestíbulo lleno de raquetas
de tenis y toallas de playa. Con una mano en la pantalla de la puerta, Gat se volvió y me
jaló más cerca.
Sus cálidos labios estaban sobre los míos,
nuestras manos estaban juntas,
allí, en la puerta de la casa. 163
Por un momento, los dos estábamos solos en el planeta, con toda la inmensidad del
cielo y el futuro y el pasado extendiéndose alrededor de nosotros.
Caminamos en puntillas a través del vestíbulo y en la enorme despensa que abre a la
cocina. La habitación era antigua, con pesados cajones de madera y estantes para guardar
las mermeladas y encurtidos, cuando la casa fue construida. Ahora guardan galletas, cajas
de vino, patatas, verduras de raíz, agua mineral. Dejamos la luz apagada en caso de que
alguien entrara en la cocina, pero estábamos seguros de que el abuelo era el único
durmiendo en Clairmont. Nunca iba a oír nada en la noche. Llevaba un audífono en el día.
Nosotros estábamos hurgando cuando oímos voces. Eran las tías en la cocina, su
discurso arrastrado e histérico.
—Este es el por qué la gente mata —dijo Bess amargamente—. Debo caminar fuera
de esta habitación antes de hacer algo que lamentare.
—No quieres decir eso —dijo Carrie.
—¡No me digas lo que quiero decir! —gritó Bess—. Tienes a Ed. No necesitas el
dinero como yo.
—Ya has enterrado tus garras en la casa de Boston —dijo mamá—. Deja la isla.
—¿Quién hizo los arreglos del funeral de Madre? —chasqueó Bess—. ¿Quién se
quedó al lado de Padre durante semanas, a través de los papeles, habló a los dolientes,
escribió las notas de agradecimiento?
—Vives cerca de él —dijo mamá—. Tú estabas justo ahí.
—Estaba corriendo con una familia de cuatro hijos y manteniendo un empleo — dijo
Bess—. Ninguna de las dos estaba haciendo eso.
—Un trabajo a tiempo parcial —dijo mamá—. Y si te oigo decir cuatro hijos otra vez,
voy a gritar.
—Yo corría un hogar, también —dijo Carrie.
—Alguna de las dos podría haber venido una semana o dos. Me dejaron todo eso a mí
—dijo Bess—. Soy la única que ha tenido que lidiar con papá durante todo el año. Yo soy
la que corre cuando él quiere ayuda. Yo soy quien se ocupa de su demencia y su dolor.
—No digas eso —dijo Carrie—. No sabes cuánto me llama. No sabes cuánto tengo
que tragar para ser una buena hija con él.
—Así que por supuesto quiero esa casa —continuó Bess, como si no escuchara
nada—. Me la gané. ¿Quién condujo a Madre a las citas con su doctor? ¿Quién se sentó
junto a su cama?
—Eso no es justo —dijo mamá—. Sabes que yo me acerque. Carrie también lo hizo.
—Visitaron —siseo Bess.
—No tenías que hacer eso — dijo mamá—. Nadie te lo pidió.
—Nadie estaba ahí para hacerlo. Ustedes me dejaron hacerlo pero nunca me lo
agradecieron. Yo estoy metida en Cuddledown y tiene la peor cocina. Ustedes ni siquiera 164
entran, se sorprenderían con lo deteriorado que está. Vale casi nada. Madre arreglo la
cocina de Windemere antes de morir, y los baños en Red Gate, pero Cuddledown está igual
que alguna vez lo fue, y aquí están ustedes dos, acaparando la compensación por todo lo
que he hecho y continúan haciéndolo.
—Acordaste de las pinturas para Cuddledown —espetó Carrie—. Querías la vista.
Tienes la casa justo frente a la playa, Bess, y tienes toda la aprobación y devoción de papá.
Creo que eso sería suficiente para ti. Dios sabe que es imposible para el resto de nosotras
conseguirlo.
—Tú elegiste no hacerlo —dijo Bes—. Elegiste a Ed; decidiste vivir con él. Decidiste
traer a Gat aquí cada verano, cuando sabes que no es uno de nosotros. Conoces la manera
en que padre piense, y no sólo sigues corriendo con Ed, traes a su sobrino y lo desfilas
como una desafiante niña con un juguete prohibido. Tus ojos han estado abiertos todo el
tiempo.
—¡Calla sobre Ed! —exclamó Carrie. —Cállate, cállate.
Hubo una bofetada — Carrie golpeó a Bess en la boca.
Bess se va. Portazos.
Mamá también se va.
Gat y yo nos sentamos en el suelo de la despensa, tomados de las manos. Tratando de
no respirar, tratando de no movernos mientras Carrie pone los vasos en el lavavajillas.
67
U n par de días más tarde, el abuelo llama a Johnny en su estudio de
Clairmont. Le pide a Johnny que le haga un favor.
Johnny dice que no.
El abuelo dice que vaciará el fondo universitario de Johnny si Johnny no lo hace.
Johnny le dice que él no va a interferir en la vida amorosa de su madre y
sangrientamente trabajaría entonces su camino a través de universidad comunitaria.
El abuelo llamo a Thatcher.
Johnny le dijo a Carrie.
Carrie le pidió a Gat que dejara de venir a cenar en Clairmont.
—Está hirviendo a Harris —dijo—. Sería mejor para todos nosotros si te preparas
unos macarrones en Red Gate, o puedo hacer que Johnny te traiga un plato. Entiendes, ¿no?
Hasta que todo esté resuelto. 165
Gat no entendía.
Johnny, tampoco.
Todos los mentirosos dejamos de ir a las comidas.
Poco después, Bess le dijo a Mirren que empujará al abuelo más fuerte acerca de
Windemere. Ella debía tomar a Bonnie, Liberty y Taft con ella para hablar con él en su
estudio. Eran el futuro de esta familia, debía decir Mirren. Johnny y Cady no tienen las
calificaciones de matemáticas para entrar a Harvard, mientras que Mirren sí. Mirren era la
de mentalidad empresarial, la heredera de todo lo que abuelo defendió. Johnny y Cady eran
demasiado frívolos. Y mira a estas hermosas pequeñas: las gemelas muy rubias, la cara
llena de pecas de Taft. Eran Sinclairs, de tomo a lomo.
Di todo eso, dijo Bess. Pero Mirren no lo haría.
Bess tomó su teléfono, su portátil y su asignación.
Mirren no lo haría.
Una noche Mamá me preguntó sobre Gat.
—El abuelo sabe que algo está pasando entre ustedes. No es feliz.
Le dije que estaba enamorada.
Ella dijo: no seas tonta.
—Estás arriesgando el futuro —dijo. —Nuestra casa. Tu educación. ¿Para qué?
—Amor.
—Una aventura de verano. Deja al niño solo.
—No.
—El amor no dura, Cady. Sabes eso.
—No lo hago.
—Bueno, créeme, no lo hace.
—No somos tú y papá —dije—. No lo somos.
Mamá cruzó los brazos.
—Crece, Cadence. Observa el mundo como lo que es, no como deseas que sea.
La miré fijamente. Mi adorable, alta madre con su bonita bobina de pelo y su boca
dura y amarga. Sus venas nunca se abrieron. Su corazón nunca saltó fuera de su pecho para
yacer impotente en el césped. Ella nunca se fundió en un charco. Era normal. Siempre.
Cueste lo que cueste.
—Por la salud de nuestra familia —dijo finalmente—, tienes que romper.
—No.
—Debes hacerlo. Y cuando hayas terminado, asegúrate de que el abuelo lo sepa. Dile
que no es nada y que nunca fue nada. Dile que no debería preocuparse por ese niño otra vez
y entonces habla con él sobre el equipo de Harvard y el tenis y el futuro que tienes delante 166
de ti. ¿Me entiendes?
No lo hice y no lo haría.
Corrí fuera de la casa y a los brazos de Gat.
Me desangre encima de él y no le importó.
Tarde esa noche, Mirren, Gat, Johnny y yo fuimos al cobertizo detrás de Clairmont.
Encontramos martillos. Había solo dos, así que Gat cargo una llave inglesa y yo cogí unas
pesadas tijeras de jardinería.
Colectamos los gansos de marfil de Clairmont, los elefantes de Windemere, los
monos de Red Gate, y el sapo de Cuddledown. Los llevamos abajo al muelle en la
oscuridad y los destrozamos con los martillos y la llave inglesa y las tijeras de podar hasta
que el marfil no era nada más que poder.
Gat zambullo una cubeta en la fría agua del mar y enjuago el muelle limpio.
68
P
ensamos.
Hablamos.
Que tal sí, dijimos,
Que tal sí
En otro universo,
En una realidad alternativa,
Dios extendiera su dedo y
¿Lanzará un rayo a la casa Clairmont?
Que tal sí
¿Dios creara un incendio?
De ese modo castigaría la codicia, la mezquindad, el prejuicio, lo tradicional, lo 167
desagradecido.
Ellos se arrepentirían de sus actos.
Y después de eso, aprenderían a amarse otra vez.
Abrirían sus almas. Abrirían sus venas. Limpiarían sus sonrisas.
Serian una familia. Se quedarían como familia,
No era religioso, la manera en que lo pensamos.
Y sin embargo lo era.
Un castigo.
Una purificación a través de las llamas.
O ambos.
69
A
l día siguiente, a finales de julio del verano quince, había un almuerzo en
Clairmont. Otro almuerzo como todos los demás, se dispuso sobre la mesa
grande. Más lágrimas.
Las voces eran tan fuertes que, los mentirosos subimos la pasarela de Red Gate y nos
detuvimos al pie del jardín, escuchando.
—Tengo que ganar tu amor cada día, papá —Mamá arrastró las palabras—. Y la
mayoría de las veces fallo. No es malditamente justo. Carrie obtiene las perlas, Bess se
queda con la casa de Boston, Bess consigue Windemere. Carrie tiene a Johnny y le darás
Clairmont, sé que lo harás. Voy a estar sola con nada, nada, a pesar de que Cady se supone
que es la primera. La primera, siempre lo has dicho.
El abuelo se levantó de su asiento en la cabecera de la mesa.
—Penelope.
—Me la llevaré lejos, ¿me oyes? Llevare a Cady lejos y no la volverás a ver. 168
La voz del abuelo resonó por el patio.
—Esto es Estados Unidos de América —dijo—. No pareces entender eso, Penny, así
que déjame explicarte. En Estados Unidos, aquí es cómo operamos: trabajamos por lo que
queremos, y tenemos por delante. Nunca tomamos un no por respuesta, y nos merecemos
los frutos de nuestra perseverancia. Will, Taft, ¿están escuchando?
Los chicos asintieron, la barbilla temblorosa. El abuelo continuó:
—Nosotros los Sinclairs somos una gran familia vieja. Eso es algo para estar
orgullosos. Nuestras tradiciones y valores son los cimientos sobre los que se destacan las
generaciones futuras. Esta isla es nuestro hogar, como lo fue antes de mi padre y antes que
él mi abuelo. Y sin embargo, vosotras tres, con estos divorcios, hogares rotos, esta falta de
respeto por la tradición, esta falta de una ética de trabajo, que no han hecho más que
decepcionar a un anciano que pensaba que os crio bien.
—Papá, por favor —dijo Bess.
—¡Cállate! —bramó el abuelo—. No puedes esperar que yo acepte tu desprecio por
los valores de esta familia y recompensarte y a tus hijos. No pueden, cualquiera de ustedes,
esperar eso. Y, sin embargo, día tras día, veo que lo hacen. Ya no voy a tolerarlo.
Bess se desplomó llorando.
Carrie agarró a Will por el codo y se dirigió hacia el muelle.
Mamá tiró su copa de vino contra el costado de la casa Clairmont.
70
—¿Q ué pasó entonces? —pregunto a Johnny. Todavía estamos
tumbados en el suelo de Cuddledown, temprano en la mañana.
Verano diecisiete.
—¿No te acuerdas? —dice.
—No.
—La gente empezó a salir de la isla. Carrie llevo a Will a un hotel en Edgartown y
nos pidió a Gat y a mí que la siguiéramos tan pronto empacáramos todo. El personal salió a
las ocho. Tu madre fue a ver a esa amiga suya en el Vineyard…
—¿Alice?
—Sí, Alice llegó y la encontró, pero no iba a dejarte, y finalmente tuvo que irse sin ti.
El abuelo partió hacia tierra firme. Y entonces decidimos sobre el fuego.
—Lo planeamos —digo.
—Lo hicimos. Convencimos a Bess a tomar el bote grande y todos los pequeños para
169
ver una película en el Vineyard.
Mientras Johnny habla, los recuerdos se forman. Lleno de detalles que él no ha
hablado.
—Cuando se fueron nos bebimos el vino que había quedado tapado en la nevera —
dice Johnny—. Cuatro botellas abiertas. Y Gat estaba tan enojado…
—Estaba en lo cierto —le digo.
Johnny giro su rostro y siguió hablando.
—Porque él no iba a volver. Si mi mamá se casaba con Ed, estarían aislados. Y si mi
mamá dejaba a Ed, Gat no estaría conectado a nuestra familia más.
—Clairmont era como el símbolo de todo lo que estaba mal. —Es la voz de Mirren.
Entro tan silenciosamente que no escuché. Ella ahora está tumbada en el suelo junto a
Johnny, sosteniendo su otra mano.
—La sede del patriarcado —afirma Gat. No le oí entrar, tampoco. Se acuesta a mi
lado.
—Eres un idiota, Gat —dice Johnny amablemente—. Siempre dices patriarcado.
—Es lo que quiero decir.
—Lo sacas siempre que puedes. El patriarcado en pan tostado. El patriarcado en mis
pantalones. El patriarcado con un chorrito de limón.
—Clairmont parecía la sede del patriarcado —repite Gat—. Y sí, fuimos estúpidos
borrachos, y sí, pensamos que habían destruido la familia y yo nunca vendría aquí de
nuevo. Pensamos que si la casa se iba, y la documentación y los datos de su interior
desaparecían, y todos los objetos por los que luchaban, el poder se iría.
—Podríamos ser una familia —dice Mirren.
—Fue como una purificación —dice Gat.
—Ella recuerda que creamos un incendio es todo —dice Johnny, su voz de repente
fuerte.
—Y algunas otras cosas —agrego, sentándome y mirando a los Mentirosos en la luz
de la mañana—. Vienen cosas mientras me pones al corriente.
—Te estamos diciendo todo lo que sucedió antes de provocar el incendio —dice
Johnny, todavía en voz alta.
—Sí —dice Mirren.
—Provocamos un incendio —le digo, con asombro—. Nosotros no sollozamos y
sangramos; hicimos algo en su lugar. Hicimos un cambio.
—Algo de eso —afirma Mirren.
—¿Estás bromeando? Incendiamos ese maldito palacio hasta el suelo.
170
71
D
espués de que las tías y el abuelo se pelearon, yo estaba llorando.
Gat también lloraba.
Iba a salir de la isla y nunca más lo volvería a ver. Nunca me vería.
Gat, mi Gat.
Nunca había llorado con nadie. Al mismo tiempo.
Él lloró como un hombre, no como un niño. No estaba frustrado o no se había salido
con la suya, sino como si la vida fuera amarga. Al igual que sus heridas no podían ser
curadas.
Yo quería sanarlas para él.
Corrimos hasta la pequeña playa solos. Me aferré a él y nos sentamos juntos en la
arena, y por una vez no tenía nada que decir. Ningún análisis, ni preguntas.
Al final le dije algo acerca de 171
Y si
Y si
¿nos lo tomamos en nuestras propias manos?
Y Gat dijo,
¿Cómo?
Y yo le dije algo acerca de
Y si
Y si
¿podrían dejar de pelear?
Tenemos algo para salvar.
Y Gat dijo,
Sí. Tú y yo y Mirren y Johnny, sí, lo hacemos.
Pero, por supuesto, siempre podemos vernos entre sí, los cuatro.
El año que viene podemos conducir.
Siempre existe el teléfono.
Pero aquí, dije. Esto.
Sí, aquí, dijo. Esto.
Tú y yo.
Yo dije algo acerca de
Y si
Y si
de alguna manera podría dejar de ser
la Hermosa Familia Sinclair y ¿simplemente ser una familia?
Y si pudiéramos dejar de ser
diferentes colores, diferentes orígenes, y ¿simplemente estar enamorados?
¿Y si pudiéramos obligar a todos a cambiar?
Forzarlos.
Quieres jugar a ser Dios, dijo Gat.
Quiero actuar, le dije. Siempre existe el teléfono, dijo.
Pero ¿qué pasa aquí? dije. Esto.
Sí, aquí, dijo. Esto.
Gat era mi amor, mi primero y único. ¿Cómo iba a dejarlo ir?
Él era una persona que no podía fingir una sonrisa, pero sonreía a menudo. Envolvía
172
mis muñecas en gasa blanca y creía que las heridas necesitaban atención. Él escribió en sus
manos y me pidió mis pensamientos. Su mente no descansaba, era implacable. Ya no creía
en Dios y sin embargo, todavía deseaba que Dios lo ayudara.
Y ahora él era mío y yo le dije que no deberíamos dejar que nuestro amor se viera
amenazado.
No debemos permitir que la familia se desmorone.
No debemos aceptar un mal que podemos cambiar.
Queremos estar en contra de ella, ¿no lo haríamos?
Sí. Deberíamos.
Seriamos héroes, incluso.
173
72
E l plan era sencillo. Encontraríamos las jarras de repuesto de gas, los
guardaríamos en el cobertizo para las lanchas. Había periódicos y cartón en el
cuartito de la entrada: construimos montones de reciclaje y los empapamos de
gasolina. Empaparíamos los pisos de madera también. Nos haríamos a un lado.
Encenderíamos un rollo de toallas de papel y lo tiraríamos. Fácil.
Encenderíamos cada planta, cada habitación, si es posible, para asegurarnos de que
Clairmont se quemara por completo. Gat en el sótano, yo en la planta baja, Johnny en el
segundo, y Mirren en la parte superior.
—El departamento de bomberos llegó muy tarde —dice Mirren.
—Dos cuerpos de bomberos —dice Johnny—. Woods Hole y el Martha’s Vineyard.
—Contábamos con eso —le digo, al darme cuenta.
—Teníamos planeado pedir ayuda —dice Johnny—. Por supuesto que alguien tenía
que llamar o se vería como un incendio provocado. Íbamos a decir que todos estábamos 174
abajo en Cuddledown, viendo una película, y ya sabes cómo lo rodean los árboles. No
puedes ver las otras casas a menos que vayas al tejado. Así que tiene sentido que nadie
hubiera llamado.
—Esos cuerpos de bomberos son principalmente voluntarios —dice Gat—. Nadie
tenía la menor idea. Casa de madera vieja. Polvorín.
—Si las tías y el abuelo sospechan, nunca nos enjuiciarían —añade Johnny—. Era
fácil contar con eso.
Por supuesto que no nos enjuiciarían.
Nadie aquí es un criminal.
Nadie es un adicto.
Nadie es un fracaso.
Siento una emoción a lo que hemos hecho.
Mi nombre completo es Cadence Sinclair Eastman, y contrariamente a las
expectativas de la hermosa familia en la que me crie, soy un pirómano.
Una visionaria, una heroína, una rebelde.
El tipo de persona que cambia la historia.
Un criminal.
Pero si soy un criminal, soy yo, entonces, ¿un adicto? ¿Soy, pues, un fracaso?
Mi mente está jugando con giros de significado como siempre lo hace.
—Hemos hecho que suceda —le digo.
—Depende de lo que crees que es —dice Mirren.
—Salvamos la familia. Empezaron de nuevo.
—Tía Carrie está vagando por la isla en la noche —dice Mirren—. Mi madre está
lavando fregaderos limpios hasta que sus manos están en carne viva. Penny te mira dormir
y anota lo que comes. Beben un montón. Están emborrachándose hasta que las lágrimas
ruedan por sus mejillas.
—¿Cuando estás incluso en Nuevo Clairmont para ver eso? —digo.
—Me levanto allí de vez en cuando —dice Mirren—. Crees que hemos resuelto todo,
Cady, pero creo fue…
—Estamos aquí —persisto—. Sin ese fuego, no estaríamos aquí. Eso es lo que estoy
diciendo.
—De acuerdo.
—El abuelo tenía tanto poder —le digo—. Y ahora no. Cambiamos un mal que vimos
en el mundo.
Entiendo mucho de lo que no estaba claro antes. Mi té es cálido, los Mentirosos son
hermosos, Cuddledown es hermoso. No importa si hay manchas en la pared. No importa si
tengo dolores de cabeza o Mirren está enferma. No importa si Will tiene pesadillas y Gat se 175
odia a sí mismo. Hemos cometido el crimen perfecto.
—El abuelo solo carece de poder porque está loco —dice Mirren—. Él todavía
torturaría a todo el mundo si pudiera.
—No estoy de acuerdo contigo —dice Gat—. Nuevo Clairmont parece un castigo
para mí.
—¿Qué? —pregunta ella.
—Un auto-castigo. Él construyó una casa que no es un hogar. Es deliberadamente
incómodo.
—¿Por qué haría eso? —pregunto.
—¿Por qué regalas todas tus pertenencias? —pregunta Gat.
Él me está mirando. Todos ellos están mirándome.
—Para ser caritativa —le respondo—. Para hacer algo bueno en el mundo.
Hay un extraño silencio.
—No me gusta el desorden —le digo.
Nadie se ríe. No sé cómo esta conversación llegó a ser todo sobre mí.
Ninguno de los Mentirosos habla por un largo tiempo. Entonces Johnny dice: —No
presiones, Gat.
Y Gat dice: —Me alegro de que recuerdes el incendio, Cadence.
Y yo digo: —Yah, bueno, parte de ello.
Y Mirren dice que no se siente bien y se va a la cama.
Los chicos y yo nos quedamos en el piso de la cocina y contemplamos el techo por un
tiempo, hasta que me doy cuenta, con cierta vergüenza, que ambos se han quedado
dormidos.
176
73
E ncuentro a mi madre en el porche de Windemere con los goldens. Ella está
tejiendo una bufanda de lana azul pálido.
—Siempre estás en Cuddledown —se queja mamá—. No es bueno estar
ahí todo el tiempo. Carrie fue ayer buscando algo, y me dijo que era asqueroso. ¿Qué has
estado haciendo?
—Nada. Lo siento por el desastre.
—Si está muy sucio no podemos pedirle a Ginny que lo limpie. Sabes, ¿no? No es
justo para ella. Y Bess tendrá un ataque si lo ve.
No quiero que nadie entre en Cuddledown. Lo quiero para nosotros.
—No te preocupes —Me siento y le doy una palmadita a Bosh en la dulce cabeza
amarilla—. ¿Oye, mamá?
—¿Sí?
—¿Por qué le dijiste a la familia que no hablara conmigo sobre el incendio?
177
Ella baja su bufanda y me mira durante mucho tiempo.
—¿Recuerdas el incendio?
—Ayer por la noche, vino de regreso eso. No recuerdo todo, pero sí. Recuerdo que
sucedió. Recuerdo que todos peleaban. Y todos abandonaron la isla. Recuerdo que estuve
aquí con Gat, Mirren y Johnny.
—¿Recuerdas alguna otra cosa?
—Como lucia el cielo. Con las llamas. El olor del humo.
Si mamá piensa que soy de alguna manera culpable, nunca, nunca, me preguntará. Sé
que no lo hará.
No quiere saberlo.
He cambiado el curso de su vida. He cambiado el destino de la familia. Los
mentirosos y yo.
Era una cosa horrible por hacer. Tal vez. Pero era algo. No era estar conforme,
quejándose. Soy una persona más poderosa que mi madre nunca será. He traspasado contra
ella y la ayude, también.
Acaricia mi cabello. Tan empalagosa. Me alejo.
—¿Eso es todo? —pregunta.
—¿Por qué ninguno de ustedes me hablo sobre eso? —repito.
—Por tu… porque… —Mamá se detiene, buscando las palabras—. Debido a tus
dolores.
—Porque tengo dolores de cabeza, porque no recuerdo mi accidente, ¿no puedo con
la idea de que Clairmont se incendió?
—Los médicos me dijeron que no añadiera estrés a tu vida —dice ella—. Dijeron que
el fuego podría haber desencadenado los dolores de cabeza si fue inhalación de humo o… o
miedo. —Termina lamentablemente ella.
—No soy una niña —digo—. Pueden confiar en mí con la información básica sobre
nuestra familia. Durante todo el verano he estado trabajando para recordar mi accidente, y
lo que pasó antes. ¿Por qué no me dijiste, mamá?
—Te lo dije. Hace dos años. Te lo dije una y otra vez, pero nunca recordabas al día
siguiente. Y cuando hablé con el médico, dijo que no debería seguir molestándote así, no
debería seguir presionando.
—¡Vives conmigo! —lloró—. ¿No tienes fe en tu propio juicio más que un médico
que apenas me conoce?
—Es un experto.
—¿Por qué cree que quiero que toda mi familia me oculte secretos, incluso las
gemelas, incluso Will y Taft, por amor de Dios, en lugar de saber lo que pasó? ¿Por qué
crees que soy tan frágil que ni siquiera puedo conocer la simple realidad? 178
—Pareces tan frágil para mí —dice mamá—. Y para ser honestos, no he estado
segura de que podía manejar tu reacción.
—Ni te imaginas lo insultante que es eso.
—Te amo —dice.
No puedo mirar su cara de lastima y auto justificación por más tiempo.
74
M irren está en mi habitación cuando abro la puerta. Sentada en mi escritorio
con su mano en mi portátil.
—Me pregunto si puedo leer los correos que me enviaste el año
pasado —dice—. ¿Los tienes en tu computadora?
—Sí.
—Nunca los leí —dice—. Al comienzo del verano fingí que lo hice, pero ni siquiera
los abrí.
—¿Por qué no?
—Solo no lo hice —responde—. Pensé que no importaba, pero ahora creo que lo
hace. Y mira. —Hace su voz más ligera—. Ni siquiera salí de casa para hacerlo.
Trago tanta rabia como puedo.
—Entiendo que no volvieras a escribir, pero ¿por qué no has leído mis e-mails? 179
—Lo sé —dice Mirren—. Es un asco y soy una mujer horrible. Por favor, ¿me dejas
leerlos ahora?
Abro el portátil. Hago una búsqueda y encuentro todas las notas dirigidas a ella.
Hay veintiocho. Leo sobre su hombro. La mayoría de ellos son encantadores y
cariñosos correos de una persona supuestamente sin dolores de cabeza.
¡Mirren!
Mañana me voy a Europa con mi padre infiel, quien, como sabes, también
es profundamente aburrido. Deséame suerte y debes saber que me gustaría
estar pasando el verano en Beechwood contigo. Y Johnny. E incluso Gat.
Lo sé, lo sé. Debería superarlo.
Lo he superado.
Lo estoy.
En Marbella para conocer atractivos chicos españoles, así que ahí.
Me pregunto si puedo hacer que papá coma los alimentos más
desagradables de cada país que visitamos, como penitencia por su escape de
Colorado.
Apuesto que puedo. Si realmente me ama, comerá las ranas y los riñones y
las hormigas cubiertas de chocolate.
/Cadence
Así son cómo la mayoría de ellos. Pero algunos de los correos electrónicos no son ni
encantadores ni cariñosos. Esos son lamentables y verdaderos.
Mirren.
Invierno en Vermont. Oscuro, oscuro.
Mamá sigue observándome mientras duermo.
Me duele la cabeza todo el tiempo. No sé qué hacer para detenerlo. Las
píldoras no funcionan. Alguien está partiendo la parte superior de mi cabeza
con un hacha, un hacha dañada que no hará un corte limpio en mi cabeza. Quien
maneja tiene que dar hachazos lejos de mi cabeza, bajando una y otra vez, pero
no siempre en el mismo lugar. Tengo múltiples heridas.
A veces sueño que la persona blandiendo el hacha es el abuelo.
180
Otras veces, la persona soy yo.
Otras veces, la persona es Gat.
No quise sonar como loca. Mis manos están temblando mientras escribo
esto y la pantalla es demasiado brillante.
Me quiero morir, a veces, me duele mucho la cabeza. Te sigo escribiendo
todos mis pensamientos más brillantes pero nunca te digo los oscuros, aunque
pienso todo el tiempo. Los estoy diciendo ahora. Incluso si tú no contestas,
sabré que alguien los ha oído, y eso, al menos es algo.
/Cadence
182
76
C
orro fuera de Windemere. Está oscuro afuera, casi tiempo para la cena. Mis
sentimientos se escapan hacia mis ojos, arrugando mi cara, tirando a través de
mi cuerpo mientras me imagino los perros, esperando un rescate, mirando la
puerta cuando el humo los engullo.
¿Dónde ir? No puedo enfrentar a los mentirosos en Cuddledown. Red Gate podría
tener a Will o tía Carrie. La isla es muy pequeña, en realidad, no hay ningún lugar a donde
ir. Estoy atrapada en esta isla, donde maté a esos pobres, pobres perros.
Toda mi bravura de esta mañana,
la energía,
el crimen perfecto,
derribando el patriarcado,
la forma en que nosotros los mentirosos salvamos el idilio de verano y lo hicimos
mejor, 183
la manera en que mantuvimos nuestra familia unida por la destrucción de una parte de
ella…
todo eso es delirante.
Los perros están muertos,
los estúpidos, encantadores perros,
los perros que yo podría haber salvado,
perros inocentes cuyas caras se encendían cuando les dabas un poco de hamburguesa
o incluso decías sus nombres;
perros que amaban ir en barcos,
que corrían libres todo el día con patas fangosas.
¿Qué clase de persona actúa sin pensar en lo que podría estar encerrado en un cuarto
arriba, confiando en las personas que siempre los han mantenido a salvo y los amaban?
Estoy llorando estos sollozos extraños, silenciosos, de pie en la pasarela entre
Windemere y Red Gate. Mi cara está empapada, mi pecho se contrae. Me tambaleo de
regreso a casa.
Gat está en las escaleras.
77
l saltó cuando aparecí y envolvió sus brazos a mí alrededor. Solloce en su
186
78
l hospital en Martha’s Vineyard. Verano quince, después de mi accidente.
Levanté mi mano para sacarme los auriculares. La mano que vi estaba vendada.
Mis dos manos estaban vendadas.
Y mis pies. Podía sentir la venda sobre ellos, debajo de las sábanas azules.
Mis manos y pies estaban vendados, porque fueron quemados.
79
rase una vez había un rey que tenía tres hermosas hijas.
Parte:
La verdad
192
80
A
quí está la verdad sobre la hermosa Familia Sinclair. Por lo menos, la verdad
como el abuelo la conoce. La verdad que él cuidadosamente mantuvo fuera
de todos los periódicos.
Una noche, hace dos veranos, en una cálida noche de julio
Gatwick Matthew Patil,
Mirren Sinclair Sheffield,
y
Jonathan Sinclair Dennis
perecieron en un incendio en su casa presuntamente causado por una jarra de
combustible de lancha que se volcó en el cuartito de la entrada. La casa en cuestión se
quemó antes de que los cuerpos de bomberos vecinos llegaran a la escena.
Cadence Sinclair Eastman estuvo presente en la isla en el momento del incendio, pero
no se dio cuenta hasta que ya estaba en marcha. La conflagración le impidió entrar en el
193
edificio cuando se dio cuenta que había gente y animales atrapados en su interior. Ella
sufrió quemaduras en las manos y los pies en sus intentos de rescate. Entonces corrió a otra
casa en la isla y llamó por teléfono a los bomberos.
Cuando la ayuda finalmente llegó, la señorita Eastman fue encontrada en la pequeña
playa, casi sobre el agua y hecha un ovillo. Ella era incapaz de responder a preguntas sobre
lo que pasó y parecía haber sufrido una lesión en la cabeza. Tuvo que estar sedada durante
muchos días después del accidente.
Harris Sinclair, dueño de la isla, se negó a cualquier investigación formal del origen
del fuego. Muchos de los árboles de los alrededores fueron diezmados.
Los funerales se celebraron para
Gatwick Matthew Patil,
Mirren Sinclair Sheffield,
y
Jonathan Sinclair Dennis
en sus lugares de origen de Cambridge y Nueva York.
Cadence Sinclair Eastman no estaba lo suficientemente bien como para asistir.
El verano siguiente, la familia Sinclair regresó a la isla Beechwood. Ellos se vinieron
abajo. Ellos lloraron. Bebieron mucho.
Luego se construyó una nueva casa en las cenizas de lo viejo.
Cadence Sinclair Eastman no tenía ningún recuerdo de los acontecimientos que
rodearon el fuego, ningún recuerdo de que alguna vez sucedió. Sus quemaduras sanaron
rápidamente, pero expuso amnesia selectiva respecto a los acontecimientos del verano
anterior. Ella insistía en creer que se había lesionado la cabeza mientras nadaba. Los
médicos presumen que sus migrañas incapacitantes fueron causadas por el dolor y la culpa
no reconocida. Ella estaba muy medicada y extremadamente frágil, tanto física como
mentalmente.
Estos mismos médicos aconsejaron a la madre de Cadence dejar de explicar la
tragedia si Cadence no recordaba por sí misma. Era demasiado para que contaran el trauma
de nuevo cada día. Dejarle recordar en su propio tiempo. Ella no debería volver a la isla
Beechwood hasta que tuviera tiempo significativo para sanar. De hecho, se deben tomar
todas las medidas posibles para evitarla de la isla en el año inmediatamente después del
accidente.
Cadence mostró un inquietante deseo por librarse de todas las posesiones
innecesarias, incluso cosas de valor sentimental, casi como si estuviera haciendo penitencia
por los crímenes del pasado. Ella se oscureció el pelo y empezó a vestirse de manera muy
sencilla. Su madre buscó asesoramiento profesional sobre el comportamiento de Cadence y
se le informo que parecía ser una parte normal del proceso de duelo.
En el segundo año después del accidente, la familia comenzó a recuperarse. Cadence
asistía una vez más a la escuela después de muchas ausencias largas. Con el tiempo, la niña
expresó su deseo de regresar a la isla Beechwood. Los médicos y otros miembros de la
194
familia estuvieron de acuerdo: podría ser bueno para ella hacer precisamente eso.
En la isla, tal vez, ella terminaría de curarse.
81
R
ecuerden, no mojarse los pies. O la ropa.
Remojen los armarios de ropa, las toallas, los pisos, los libros y las
camas.
Recuerden mover el recipiente de combustible lejos de sus yescas así
la pueden agarrar.
Vean que prenda, véanlo arder. Luego corran. Utilicen la escalera de la cocina y
salgan por la puerta de la habitación.
Recuerden, llevar su recipiente de combustible y volver a la caseta.
Nos vemos en Cuddledown. Dejaremos la ropa en la lavadora de allí, nos
cambiaremos, luego iremos a ver el incendio antes de llamar a los bomberos.
Esas son las últimas palabras que le dije a alguno de ellos. Johnny y Mirren fueron a
los dos pisos en la parte superior de Clairmont llevando latas de gas y bolsas de viejos
periódicos para leña. 195
Besé a Gat antes de que él bajara al sótano.
—Nos vemos en un mundo mejor —me dijo, y yo me reí.
Estábamos un poco borrachos. Habíamos estado bebiendo vino sobrante de las tías
desde que dejaron la isla. El alcohol me hizo sentir mareada y potente hasta que me quedé
en la cocina sola. Luego sentí un poco de náuseas y mareos.
La casa estaba fría. Se sentía como algo que merecía ser destruido. Estaba lleno de
objetos por los que las tías luchaban. Valiosa arte, china, fotografías. Todo ello alimentaba
el enojo familiar. Golpee con mi puño el retrato de la cocina de mamá, Carrie y Bess como
niñas, sonriendo a la cámara. Rompí el vidrio y me tropecé de nuevo.
El vino estaba arrastrando mi cabeza ahora. No estaba acostumbrada a ello.
La lata de gasolina en una mano y la bolsa de yesca en la otra, decidí hacer esto lo
más rápido posible. Encendí la cocina primero, luego la despensa. Lo hice en el comedor y
estaba tomando los sofás de la sala de estar cuando me di cuenta de que debería haber
empezado en el extremo de la casa más alejado de la puerta de la habitación. Esa era
nuestra salida. Debería haber hecho la cocina de última así podría correr hacia fuera sin
mojar mis pies con gasolina.
Estúpida.
La puerta formal que abría al porche de frente desde la sala de estar ya estaba
empapada, pero también había una pequeña puerta trasera. Devolvía al estudio de mi
abuelo y llevaba a la pasarela hacia el edificio del personal. Usaría esa.
Encendí parte del pasillo y luego la sala de arte, sintiendo una ola de dolor por
arruinar los hermosos estampados de algodón y los coloridos hilados de la abuela. Ella
habría odiado lo que yo estaba haciendo. Amaba sus tejidos, su vieja máquina de coser, sus
hermosos y precioso objetos.
Estúpida otra vez. Había empapado mis alpargatas en combustible.
Muy bien. Mantén la calma. Los llevaría hasta que terminara y luego los lanzaría al
fuego detrás de mí mientras corría afuera.
En el estudio de mi abuelo me pare en el escritorio, salpicando las estanterías hasta el
techo, manteniendo el gas tan lejos de mí como podía. Había una buena cantidad de
gasolina, y este era mi último cuarto, así que empapé los libros fuertemente.
Entonces moje el piso, amontonando la yesca y retrocediendo en el pequeño Hall de
entrada que conducía a la puerta de atrás. Me quite mis zapatos y los tire en la pila de
revistas. Camine en un cuadrado seco del piso y baje el gas. Saque una caja de cerillas del
bolsillo de los vaqueros y encendí mi rollo de papel toalla.
Tire el royo llameante en la leña y lo observe alumbrar. Atrapó y creció y se difundió.
A través de las puertas dobles del estudio, vi una línea de fuego zigzaguear por el pasillo de
un lado y en la sala de estar en el otro. El sofá se encendió.
Entonces, delante de mí, la biblioteca estallo en llamas, el papel empapado en
gasolina quemo más rápido que cualquier otra cosa. De repente el techo estaba ardiendo.
No podía mirar lejos. Las llamas eran terribles. Sobrenaturales.
Entonces alguien gritó.
196
Y gritó otra vez.
Venía de la sala directamente por encima de mí, un dormitorio. Johnny estaba
trabajando en el segundo piso. Había encendido el estudio y el estudio había quemado más
rápido que cualquier otro lugar. El fuego fue aumentando, y Johnny no estaba fuera.
Oh no, oh no, oh no. Me lance a la puerta de atrás pero la encontré fuertemente
atorada. Mis manos estaban resbalosas con el gas. El metal ya estaba caliente. Tiré de los
cerrojos — uno, dos, tres, pero algo salió mal y la puerta estaba atascada.
Otro grito.
Traté de nuevo con los cerrojos. Fallé. Me rendí.
Cubrí mi boca y nariz con mis manos y corrí a través del estudio y el pasillo
llameante en la cocina. La habitación no estaba iluminada aún, gracias a Dios. Me apresuré
a través del suelo húmedo hacia la puerta de la habitación.
Tropecé, deslizándome y me caí, me remoje en los charcos de gasolina.
Los dobladillos de mis pantalones ardían de mi carrera a través del estudio. Las
llamas lamiendo el gas en la cocina y bifurcándose a través de los gabinetes de madera y
los alegres limpiones de la abuela. El fuego cerró a través de la salida de aire delante de mí
y pude ver que mis jeans ahora estaban iluminados, desde la rodilla al tobillo. Me lance
hacia la puerta del vestíbulo, corriendo por las llamas.
—¡Fuera! —grité, aunque dudaba que alguien pudiera oírme—. ¡Salgan, ahora!
Afuera me lancé sobre la hierba. Rodando hasta que mis pantalones dejaron de
quemar.
Pude ver que ya los dos pisos superiores de Clairmont estaban rebosantes de calor, y
mi propia planta estaba totalmente iluminada. El sótano, no podía decir.
—¿Gat? ¿Johnny? ¿Mirren? ¿Dónde están?
No hay respuesta.
Manteniendo el pánico abajo, me dije que ellos debieron salir por ahora.
Cálmate. Todo iría bien. Tenía que estarlo.
—¿Dónde están? —les grité otra vez, empezando a correr.
Una vez más, no hay respuesta.
Probablemente estaban en la caseta, dejando sus latas de gas. Eso no estaba lejos, y
corrí, llamando sus nombres tan fuerte como pude. Mis pies descalzos golpeando la
pasarela de madera con un eco extraño.
La puerta estaba cerrada. La jale hasta abrirla.
—¡Gat! ¿Johnny? ¡Mirren!
No había nadie allí, pero ellos ya podrían estar en Cuddledown, ¿no es así?
Preguntándose qué me tomaba tanto tiempo.
Una pasarela se extiende desde la caseta más allá de las canchas de tenis y a 197
Cuddledown. Corrí una vez más, la isla acallada extrañamente en la oscuridad. Me dije una
y otra vez: estarán allí. Esperándome. Preocupándose por mí.
Nos reiremos porque estamos todos sanos y salvos. Empaparemos mis quemaduras en
agua con hielo y sentiremos todo tipo de suerte.
Lo haremos.
Pero cuando me topé allí, vi que la casa estaba oscura.
Nadie esperaba ahí.
Rompí a correr a Clairmont, y cuando vino a la vista se estaba quemando, de abajo
hacia arriba. La sala torreta estaba iluminada, las habitaciones estaban encendidas, las
ventanas del sótano brillaban naranja. Todo caliente.
Corrí al vestíbulo y jale la puerta. El humo se elevaba hacia fuera. Me quite mi suéter
empapado en gasolina y pantalones vaqueros, ahogándome y con náuseas. Hice mi camino
y entre en la escalera de la cocina, hacia el sótano.
A mitad de camino por las escaleras había un muro de llamas. Una pared.
Gat no estaba afuera. Y él no iba a salir.
Me di la vuelta y corrí hacia Johnny y Mirren, pero la madera estaba ardiendo bajo
mis pies.
La barandilla se encendió. La escalera delante de mí se derrumbó, echando chispas.
Me tambalee hacia atrás.
No pude ir arriba.
No les pude salvar.
No había ningún lado
Ninguna parte
Ningún sitio
A donde ir ahora excepto abajo.
198
82
L o recuerdo esto como si estuviera viviéndolo mientras estoy sentada en los
escalones de Windemere, mirando fijamente el lugar donde Gat desapareció
en la noche. La realización de lo que he hecho viene como una niebla en mi
pecho, fría, oscura y se extiende. Se convierte en hielo. Hago una mueca y me encorvo. La
niebla helada corre de mi pecho a través de mi espalda y mi cuello. Se dispara en mi cabeza
y por mi espina dorsal.
Frío, helado, remordimiento.
No debería haber empapado la cocina primero. No debería haber encendido el fuego
en el estudio.
Que estúpida al mojar los libros tan a fondo. Cualquiera podría haber predicho como
quemarían. Cualquiera.
Deberíamos haber tenido un tiempo definido para encender nuestra yesca.
Tal vez debería haber insistido en permanecer juntos. 199
Nunca debí haber revisado el cobertizo.
Nunca debí correr a Cuddledown.
Si tan solo hubiera ido de regreso a Clairmont más rápido, tal vez podría haber sacado
a Johnny. O advertido a Gat antes de que el sótano lo atrapara. Tal vez podría haber
encontrado los extintores de incendio y detenido las llamas de alguna manera.
Tal vez, quizás.
Si sólo, si tan sólo.
Quería tanto para nosotros: una vida libre de constricción y prejuicio. Una vida libre
para amar y ser amado.
Y aquí, yo los he matado.
Mis mentirosos, mis amores.
Los maté. Mi Mirren, mi Johnny, mi Gat.
Este conocimiento pasa de mi espina dorsal hacia abajo de mis hombros y a través de
mis dedos. Volviéndose hielo. Se astilla y se rompe, pedazos rotos en los escalones de
Windemere. Las grietas se astillan en mis brazos y a través de mis hombros y la parte
delantera de mi cuello. Mi cara está congelada y fracturada en el rugido de pena de una
bruja. Mi garganta se cierra. No puedo hacer un sonido.
Aquí estoy congelada, cuando merezco arder.
Debería haberme callado acerca de tomar las cosas en nuestras propias manos. Podría
haberme quedado callada. Comprometida. Hablar por teléfono habría estado bien. Pronto
tendríamos las licencias de conducir. Pronto iríamos a la Universidad y las hermosas casas
Sinclair parecerían estar muy lejos y sin importancia.
Podríamos haber sido pacientes.
Yo podría haber sido una voz de la razón.
Tal vez entonces, cuando bebimos el vino de las tías, habríamos olvidado nuestras
ambiciones. La bebida nos habría hecho dormir. Nos habría dado sueño frente a la TV,
furiosos e impotentes, tal vez, pero sin prender fuego a algo.
Nada de esto lo puedo deshacer.
Me arrastro al interior y hasta mi dormitorio en manos de hielo agrietado, perdiendo
fragmentos de mi cuerpo congelado detrás de mí. Mis talones, rodillas. Debajo de las
sábanas, tiemblo convulsivamente, trozos de mí rompiéndose en mi almohada. Dedos.
Dientes. Quijada. Clavícula.
Finalmente, por último, el temblor se detiene. Empiezo a calentarme y fundirme.
Lloro por mis tías, quienes perdieron a sus hijos primogénitos.
Por Will, que perdió a su hermano.
Por Liberty, Bonnie y Taft, quienes perdieron a su hermana.
Por el abuelo, quien vio no sólo su Palacio quemarse hasta el suelo, sino a sus nietos 200
perecer.
Por los perros, los pobres perros traviesos.
Lloro por las vanas y desconsideradas quejas que hice durante todo el verano. Para mi
vergonzosa autocompasión. Mis planes para el futuro.
Lloro por todos mis bienes, regalados. Echo de menos mi almohada, mis libros, mis
fotografías. Me estremezco ante mis delirios de caridad, de mi vergüenza disfrazada como
virtud, mentiras que me dije a mi misma, en los castigos que me he infligido y los castigos
que he causado a mi madre.
Lloro con el horror que toda la familia ha estado cargando por mí y aún más con la
causa de tanto dolor.
Nosotros no, después de todo, salvamos el idilio. Eso se ha ido para siempre, si
alguna vez existió. Hemos perdido la inocencia de ello, de esos días antes de que
conociéramos la magnitud de la rabia de las tías, antes de la muerte de la abuela y el
deterioro del abuelo.
Antes de que nos convirtiéramos en criminales. Antes de que nos convirtiéramos en
fantasmas.
Las tías se abrazan no porque estén liberadas del peso de la casa Clairmont y todo lo
que simboliza, sino por la tragedia y empatía. No porque las liberamos, sino porque les
hemos destrozado y ellas se aferraran mutuamente para enfrentar al horror.
Johnny. Johnny quería correr un maratón. Él quería ir milla a milla, demostrando que
sus pulmones no se agotarían. Demostrando que era el hombre que el abuelo quería que
fuese, demostrando su fuerza, aunque era muy pequeño.
Sus pulmones llenos de humo. Ahora él no tenía nada que demostrar. Nada por lo
cual correr.
Quería un coche y comer sofisticadas tortas que veía en las panaderías. Él quería reír
ampliamente y poseer arte y usar ropa muy bien hecha. Suéteres, bufandas, lanudos
artículos con rayas. Quería hacer un atún de Legos y colgarlo como un pedazo de
taxidermia. Se negaba a ser serio, era exasperantemente poco serio, pero estaba tan
comprometido con las cosas que le importaban como alguien podría serlo. Correr. Will y
Carrie. Los mentirosos. Su sentido de lo que era correcto. Renunció a su fondo universitario
sin pensárselo dos veces, para defender sus principios.
Pienso en los brazos fuertes de Johnny, la franja de bloqueador solar blanco sobre su
nariz, el tiempo que estuvimos enfermos juntos por la hiedra y descansamos al lado del otro
en la hamaca, rascándonos. El tiempo que construyó para Mirren y para mí una casa de
muñecas de cartón y piedras que encontró en la playa.
Jonathan Sinclair Dennis, habría sido una luz en la oscuridad para tanta gente.
Tú has sido una. Lo has sido.
Y te he fallado de la peor manera posible.
Lloro por Mirren, que quería ver el Congo. Ella no sabía cómo quería vivir o lo que
creía todavía; Estaba buscando y sabía que estaba atraída a ese lugar. Nunca será real para
201
ella ahora, nunca nada más que fotografías, películas y cuentos publicados para el
entretenimiento de la gente.
Mirren hablaba mucho sobre las relaciones sexuales, pero nunca lo hizo. Cuando
éramos más jóvenes, ella y yo pasábamos la tarde durmiendo juntas en el porche de
Windemere en sacos de dormir, riendo y comiendo chocolate. Peleamos por las muñecas
Barbie y el maquillaje mutuamente y soñamos con el amor. Mirren nunca tendrá una boda
con rosas amarillas o un novio que la ama lo suficiente como para usar una estúpida faja
amarilla.
Ella era irritable. Y mandona. Pero siempre divertida. Era fácil hacerla enojar, y
estaba casi siempre enojada con Bess y molesta con las gemelas, pero entonces se llenaría
con pesar, gimiendo de dolor por su propia lengua afilada. Amaba a su familia, amaba a
todos ellos y les habría leído libros o ayudado a hacer el helado o entregado todas las
conchas que había encontrado.
Ella ya no puede hacer las paces.
No quería ser como su madre. No una princesa, no. Una exploradora, una mujer de
negocios, una buena samaritana, un heladera — algo.
Algo que nunca será, por mi culpa.
Mirren, no puedo ni siquiera decir que lo siento. No hay ni siquiera una palabra de
Scrabble para cuan mal me siento.
Y Gat, mi Gat.
Nunca irá a la Universidad. Tenía esa mente hambrienta, constantemente volviendo
cosas, buscando no por respuestas sino por comprensión. Él nunca va a satisfacer su
curiosidad, nunca terminara las cien mejores novelas jamás escritas, nunca va a ser el gran
hombre que podría haber sido.
Quería detener el mal. Quería expresar su enojo. Vivir a lo grande, mi valiente Gat. Él
no se callaba cuando la gente quería que lo hiciera, les hacía escuchar — y luego escuchaba
a cambio. Se negaba a tomar las cosas a la ligera, aunque siempre fue rápido para reír.
Oh, me hizo reír. Y me hizo pensar, incluso cuando no tenía ganas de pensar, incluso
cuando era demasiado perezosa para prestar atención.
Gat me dejo sangrar en él y sangrar en él y sangrar en él. Nunca le importó. Quería
saber por qué estaba sangrando. Preguntó qué podía hacer para curar la herida.
Nunca comerá chocolate otra vez.
Lo amaba. Lo amo. Lo mejor que pude. Pero él tenía razón. Yo no lo conocía
completamente. Nunca vi su apartamento, comí la comida de su madre, conocí a sus
amigos de la escuela. Nunca vi la colcha de su cama o los carteles en sus paredes. Nunca
conoceré el restaurante donde obtuvo sandwiches de huevo en la mañana o la esquina
donde encerraba su bicicleta.
Ni siquiera sé si compró sandwiches de huevo o colgó carteles. No sé si él poseía una
bicicleta o tenía una colcha. Sólo estoy imaginando los bastidores de su bicicleta y las
cerraduras dobles, porque nunca fui a casa con él, nunca vi su vida, nunca conocí a esa
persona que Gat era cuando no estaba en la isla Beechwood. 202
Su habitación debe estar vacía. Ha estado muerto por 2 años.
Podríamos haber estado.
Podríamos haber sido.
Te he perdido, Gat, debido a cómo desesperadamente, profundamente me enamoré.
Pienso en mis mentirosos ardiendo, en sus últimos minutos, respirando el humo, su
piel encendida. Cuánto debe haber dolido.
El pelo de Mirren en llamas. El cuerpo de Johnny en el piso. Las manos de Gat, sus
dedos quemados, sus brazos marchitándose con fuego.
En el dorso de sus manos las palabras. Izquierda: Gat. Derecha: Cadence.
Mi letra.
Lloro porque soy la única de nosotros que sigue viva. Porque tengo que ir por la vida
sin los mentirosos. Porque ellos tienen que pasar lo que sea que les espera, sin mí.
Yo, Gat, Johnny y Mirren.
Mirren, Gat, Johnny y yo.
Hemos estado aquí, este verano.
Y no hemos estado aquí.
Sí y no.
Es mi culpa, mi culpa, mi culpa — y todavía me quieren de todos modos. A pesar de
los pobres perros, a pesar de mi estupidez y grandiosidad, a pesar de nuestro crimen. A
pesar de mi egoísmo, a pesar de mis quejas, a pesar de mi estúpida suerte al ser la única que
queda y mi incapacidad para apreciarlo, cuando ellos —no tienen nada. Nada, nunca más,
excepto este último verano juntos.
Ellos me han dicho que me quieren.
Lo he sentido en el beso de Gat.
En la risa de Johnny.
Mirren lo gritó a través del mar, incluso.
203
83
M
amá golpea en mi puerta y me llama.
No respondo.
Una hora más tarde, golpea otra vez.
—Déjame entrar, ¿lo harás?
—Vete.
—¿Es una migraña? Solo dime.
—No es una migraña —dije—. Es otra cosa.
—Te amo, Cady —dice.
Ella lo dice todo el tiempo desde que me enfermé, pero recién ahora veo lo que mamá
quiere decir,
Te amo a pesar de mi dolor. Aunque estás loca. 204
Te amo a pesar de lo que sospecho que has hecho.
—Sabes que todos te queremos, ¿no? —dice a través de la puerta—. ¿La tía Bess y
tía Carrie y el abuelo y todo el mundo? Bess está haciendo el pastel de arándano que te
gusta. Va a estar listo en media hora. Puedes tenerlo para el desayuno. Le pregunté.
Me levanto. Voy a la puerta y abro una grieta.
—Dile a Bess que digo gracias —digo—. Sólo que no puedo ir ahora mismo.
—Has estado llorando —dice mamá.
—Un poco.
—Ya vo.
—Lo siento. Sé que me quieres desayunando en la casa.
—No tienes que decir lo siento —me dice mamá—. Realmente, jamás tienes que
decirlo, Cady.
84
C
omo de costumbre, nadie es visible en Cuddledown hasta que mis pies hacen
sonidos en los escalones. Entonces Johnny aparece en la puerta, caminando
con cautela sobre el vidrio machacado. Cuando ve mi cara, se detiene.
—Lo recuerdas —dice.
Cabeceo.
—¿Lo recuerdas todo?
—No sabía si seguirías aquí —dije.
Él extiende la mano. Se siente caliente y sustancial, aunque se ve pálido, descolorido,
bolsas bajo los ojos. Y joven.
Solo tiene quince.
—No podemos quedarnos mucho tiempo más —dice Johnny—. Es más difícil y más
difícil. 205
Cabeceo.
—Mirren lo tiene peor, pero Gat y yo lo estamos sintiendo, también.
—¿Dónde irán?
—¿Cuándo nos vayamos?
—Ajá.
—Al mismo lugar que cuando tú no estás aquí. Al mismo lugar donde hemos estado.
Es como… —Johnny hace una pausa, se rasca la cabeza—. Es como un descanso. Es como
si nada, de una manera. Y honestamente, Cady, te amo, pero estoy harto. Sólo quiero
acostarme y terminar. Todo esto sucedió hace mucho tiempo para mí.
Lo miro.
—Lo siento, lo siento mucho, mi querido viejo Johnny —dije, sintiendo las lágrimas
muy por detrás de mis ojos.
—No es culpa tuya —dice Johnny—. Es decir, todos lo hicimos, fuimos todos locos,
tenemos que asumir la responsabilidad. No deberías llevar el peso de eso —dice—. Siente
tristeza, siente pesar, pero no lo cargues.
Entramos en la casa y Mirren sale de su habitación. Me doy cuenta que ella
probablemente no estaba allí hasta momentos antes de que yo entrara por la puerta. Me
abraza. Su pelo de miel es tenue y los bordes de sus labios están secos y agrietados.
—Siento no hacer todo esto mejor, Cady —dice—. Tuve una oportunidad de estar
aquí y no sé, lo deje pasar, conté tantas mentiras.
—Está bien.
—Quiero ser una persona tolerante, pero estoy tan llena de rabia sobrante. Me
imaginaba que sería sabia y Santa, pero en cambio estaba celosa de ti, enojada con el resto
de mi familia. Es un desastre y ahora ya está hecho —dice ella, enterrando su cara en mi
hombro.
Puse mis brazos alrededor de ella.
—Eras tú misma, Mirren —dije—. No quiero nada más.
—Tengo que irme —dice—. No puedo estar aquí más. Voy a bajar al mar.
No. Por favor.
No te vayas. No me dejes, Mirren, Mirren.
Te necesito.
Eso es lo que quiero decir, gritar. Pero no lo hago.
Y una parte de mí quiere sangrar a través de la gran sala o extenderme en un charco
de dolor.
Pero no hago eso, tampoco. No me quejo ni pido piedad.
Lloro en su lugar. Lloro y aprieto a Mirren y le doy un beso en su cálida mejilla y 206
trato de memorizar su cara.
Sostenemos nuestras manos mientras los tres caminamos a la pequeña playa.
Gat está ahí, esperándonos. Su perfil contra el cielo iluminado. Lo veré siempre así.
Se vuelve y sonríe. Corre y me levanta, balanceándome como si hubiese algo que celebrar.
Como si fuéramos una pareja feliz, enamorados en la playa.
Ya no estoy sollozando, pero el flujo de lágrimas de mis ojos no cesa. Johnny se quita
su casaca y me la entrega.
—Seca tu mocosa cara —dice amablemente.
Mirren se quita su vestido y está parada allí en un traje de baño.
—No puedo creer que te pusieras un bikini para esto —dice Gat, sus brazos alrededor
de mí.
—Loco —añade Johnny.
—Me encanta este bikini —dice Mirren—. Lo conseguí en Edgartown, verano
quince. ¿Te acuerdas, Cady?
Y me parece que sí.
Estábamos desesperadamente aburridas; los pequeños habían alquilado bicicletas para
ir en este viaje escénico a Oak Bluffs y no teníamos ni idea de cuando regresaban.
Teníamos que esperar y traerlos de vuelta en el barco. Entonces como sea, habíamos
comprado chocolate, habíamos contemplado unos calcetines al viento, y finalmente fuimos
a una tienda turística y nos probamos los trajes de baño de peor gusto que podríamos
encontrar.
—Dice el Vineyard es para los amantes en la cola —le digo a Johnny.
Mirren se da vuelta, y en efecto lo hace.
—Un momento de gloria y todo eso —dice, no sin amargura.
Ella camina, me besa en la mejilla y dice: —Se un poco más amable de lo que tienes
que serlo, Cady, y las cosas saldrán muy bien.
—¡Y nunca comas nada más grande que tu culo! —grita Johnny. Él me da un abrazo
rápido y se arranca sus zapatos. Los dos se sumergen en el mar.
Me dirijo a Gat.
—¿Tú también?
Él asiente.
—Lo siento tanto, Gat —dije—. Lo siento, lo siento mucho, y nunca podré
compensarte.
Me besa y puedo sentirlo temblando y envuelvo mis brazos alrededor de él como si
pudiera detenerlo de desaparecer, como si pudiera hacer que este momento perdure, pero su
piel es fría y húmeda con lágrimas y sé que se va.
Es bueno ser amada, aunque no durará. 207
Es bueno saber que una vez, hubo un Gat y yo.
Luego él se aleja y no soporto estar separada de él, y pienso que este no puede ser el
final. No puede ser verdad que nunca estaremos juntos de nuevo, no cuando nuestro amor
es tan real. Se supone que la historia tiene un final feliz.
Pero no.
Me está dejando.
Él ya está muerto, por supuesto.
La historia terminó hace mucho tiempo.
Gat corre hacia el mar sin mirar atrás, hundiéndose, en toda su ropa, bucea debajo de
las pequeñas olas.
Los mentirosos nadan, más allá del borde de la Ensenada y al mar abierto. El sol está
en lo alto del cielo y se refleja en el agua, tan brillante, tan brillante. Y luego se sumergen
—
o algo así…
o algo así…
y se han ido.
Me he quedado, allí en el extremo sur de la isla Beechwood. Estoy en la pequeña
playa, sola.
85
D
uermo por lo que podría ser días. No puedo levantarme.
Abro los ojos, es de día.
Abro los ojos, está oscuro.
Finalmente me levanto. En el espejo del baño, mi pelo no es negro. Se ha
desvanecido a un marrón oxidado, con raíces rubias. Mi piel es pecosa y mis labios están
quemados por el sol.
No estoy segura de quién es esa chica en el espejo.
Bosh, Grendel, y Poppy me siguen fuera de la casa, jadeando y moviendo la cola. En
la cocina de Nuevo Clairmont, las tías están haciendo bocadillos para un almuerzo de
picnic. Ginny está limpiando la nevera. Ed está poniendo botellas de limonada y gaseosa de
jengibre en un refrigerador.
Ed.
Hola, Ed.
208
Me saluda. Abre una botella de gaseosa de jengibre y se la da a Carrie. Hurga en el
congelador por otra bolsa de hielo.
Bonnie está leyendo y Liberty está rebanando los tomates. Dos tortas, una marcada
chocolate y una vainilla, descansan en las cajas de la panadería en el mostrador. Les digo a
las gemelas feliz cumpleaños.
Bonnie alza la vista de su libro Apariciones Colectivas.
—¿Te sientes mejor? —pregunta
—Lo estoy.
—No pareces mucho mejor.
—Cállate.
—Bonnie es una zorra y no hay nada que hacer al respecto —dice Liberty—. Pero
estamos en la tubería mañana por la mañana si quieres venir.
—Está bien —digo.
—No puedes conducir. Estamos conduciendo.
—Sí.
Mamá me da un abrazo, uno de sus largos y preocupados abrazos, pero yo no hablo
con ella sobre cualquier cosa.
Todavía no. No por un tiempo, tal vez.
De todos modos, ella sabe que lo recuerdo.
Lo sabía cuándo vino a mi puerta, me di cuenta.
Dejo que me dé un bollo que ha salvado del desayuno y me consigo un poco de jugo
de naranja de la nevera.
Encuentro un Sharpie y escribo en mis manos.
Izquierda: Ser un poco. Derecha: Más amable.
En el exterior, Taft y Will están jugando en el jardín japonés. Ellos están buscando
piedras inusuales. Busco con ellos. Me dicen que busque las brillantes y también las que
podrían ser puntas de flecha.
Cuando Taft me da una morada que ha encontrado, porque recuerda que me gustan
las rocas de color púrpura, la pongo en mi bolsillo.
209
86
E l abuelo y yo vamos a Edgartown esa tarde. Bess insiste en llevarnos, pero se
marcha sola mientras vamos de compras. Encuentro bastantes bolsos de
hombro de tela para las gemelas y el abuelo insiste en comprarme un libro de
cuentos de hadas en la librería de Edgartown.
—Veo a Ed de regreso —le digo mientras esperamos en la caja registradora.
—Um-hm.
—No te gusta.
—No mucho.
—Pero él está aquí.
—Sí.
—Con Carrie.
—Sí, lo está. —El abuelo arruga su frente—. Ahora deja de molestarme. Vamos a ir a 210
la tienda de chocolate —dice. Y así lo hacemos. Es una buena salida. Solo una vez me
llama Mirren.
El cumpleaños se celebra en la cena con pastel y regalos. Taft tuvo una subida de
azúcar y se raspo la rodilla al caerse de una gran roca en el jardín. Lo llevo al cuarto de
baño para encontrar una cura.
—Mirren solía hacer siempre mis curitas —me dice—. Quiero decir, cuando yo era
pequeño.
Aprieto su brazo.
—¿Quieres que haga tus curitas ahora?
—Cállate —dice—. Tengo diez años ya.
211
87
rase una vez había un rey que tenía tres hermosas hijas. Estas
Fin
Agradecimientos
Gracias sobre todo a Beverly Horowitz y Elizabeth Kaplan por su apoyo a esta novela
de innumerables maneras. A Sarah Mlynowski (dos veces), Justine Larbalestier, Lauren
Myracle, Scott Westerfeld y Robin Wasserman por comentar en los primeros borradores —
nunca le he mostrado un manuscrito a tantas personas y he estado en tan extrema necesidad
de puntos de vista de cada persona.
Gracias a Libba Bray, Gayle Forman, Dan Poblacki, Sunita Apte y Ayun Halliday,
además de Robin, Sara, H y Bob por hacerme compañía y hablar mientras escribí este libro.
Agradecimientos a Donna Bray, Louisa Thompson, Eddie Gamarra, John Green, Melissa
Sarver y Arielle Datz. A Random House: Angela Carlino, Rebecca Gudelis, Lisa
McClatchy, Colleen Fellingham, Alison Kolani, Rachel Feld, Adrienne Weintraub, Lisa
Nadel, Judith Haut, Paul Samuelson, Dominique Cimina.
Gracias especialmente a mi familia, que no son como los Sinclair.
215
Sobre la autora
E. LOCKHART es la autora de cuatro libros
sobre Ruby Oliver: The Boyfriend List, The Boy
Book, The Treasure Map of Boys, y Real Live
Boyfriends. También escribió Fly on the Wall,
Dramarama y How to Be Bad (el último con Sarah
Mlynowski y Lauren Myracle). Su novela The
Disreputable History of Frankie Landau-Banks
recibió el Michael L. Printz Award Honor Book,
fue finalista para el National Book Award y
ganador de un premio Cybils a la mejor novela para
adultos jóvenes.
216
Traducido, corregido
y diseñado en:
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