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C u en to con parchecurita

© Antonella Reveco Spalloni

© 2010 by Editorial Don Bosco S. A.


Calle General Bulnes 35
Santiago de Chile
www.edebe.cl
docentesOedebe.el

Edición y diseño: equipo Edebé Chile


Ilustraciones: Maya Hanisch.

Primera edición, marzo 2011

Registro de Propiedad Intelectual N 2 201541


ISBN: 978-956-18-0804-1

Impreso en Chile.
Salesianos Impresores
General Gana 1486, Santiago de Chile.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser


reproducida, transmitida o almacenada, sea por procedimientos químicos,
electrónicos o mecánicos, incluida la fotocopia, sin permiso previo y por
escrito del editor.
Para Francisco
y María Elena
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i n Tejí ial
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chhhhhhhhh!, silencio! N o hagan

tS ruido. Hagám onos los dormidos— les


dijo Bastián, al escuchar unos pasos
que se acercaban a su habitación.
“Toc-toc”, se escuchó el golpeteo de la
puerta del dormitorio y, en silencio, entró
su mamá con la bandeja del desayuno. Lo
miró con mucha atención y le hizo cariño en
la cabeza. El niño, al sentir la mano entre su
pelo, estalló en carcajadas.
— ¿Viste, mamá?, siempre caes.
Ella lo acompañó mientras él desayunaba. Le
contó que llamaron sus tíos, abuelos, compañeros
del colegio y su profesora, para saber cóm o se
sentía.
Cuando su madre abandonó la pieza, con una
picara sonrisa, Bastián dijo:
— Ahora pueden salir.
Y así, los dibujos del cubrecama empezaron
a despegarse uno a uno, form ando una fila
frente al niño: un piloto de avión, un marino y
un astronauta.
El piloto de avión llevaba puesta una bufanda
amarilla alrededor de su cuello. Se la sacó y la
acom odó en el cuello de Bastián.
El marino le entregó un mapa y el astronauta,
una roca de la Luna.
Com o por acto de magia, siempre que alguien
tocaba a la puerta para entrar al dormitorio,
ellos volvían a ser parte de los dibujos del
cubrecama.
Al anochecer llegaron todos sus tíos y abuelos
a visitarlo y le hicieron la misma pregunta:
— ¿Cóm o te sientes, Bastión?
¿Por qué me preguntan a mí... si están
todos resfriados?, pensó al ver que todos tenían
la nariz roja y los ojos brillantes.
Mientras sus familiares permanecían de pie
com o fósforos dentro de una caja, su papá,
sereno, se sentó a una orilla de la cama y dijo:
— Bastián, algunos exám enes no salieron
buenos.
— Pero si no he ido al colegio — le respondió.
— Son los exámenes del doctor. Es necesario
llevarte al hospital para que te sanes rápido.

El hospital se llamaba DELAFÉ. Era todo


blanco: el dormitorio, la cama y el cubrecama
también. Incluso quienes trabajaban ahí, vestían
de ese color.
Parece que se les acabaron los colores,
pensó Bastián.
Cada en ferm era, d o ctor o persona que
encontraba en el hospital, le hacía la misma
pregunta:
— ¿C óm o te sientes?
C om o ya estaba cansado de responder lo
mismo, se le ocurrió hacer un experim ento.
Después de unos días, una mañana dijo:
— Me siento mal, me duele el pelo.
Al segundo llegó un doctor y le miró la cabeza
con una lupa, luego le arrancó tres pelos para
hacer exámenes, y se fue.

Esa misma mañana, lo visitó su abuela. Le


trajo un cuaderno y la lapicera de su abuelo.
— Es para ti — le dijo con cariño.
El cuaderno tenía hojas de colores y la lapicera
era elegante. El niño la tomó entre sus dedos y
no se cansó de escribir.
Y así empezó su diario. ¿Qué escribiría?
M a rte s
H o y entró el doctor a visitarme y m e reí un
poco de sus bromas, pero igual me aburro. Llamé
a mis amigos del cubrecama y no vinieron, se
quedaron en casa.
N o puedo m overm e porque m e pusieron
unos cables en la mano y están conectados a una
máquina que tiene todo el día ganas de hacer
pipí, porque cuando hace ¡piiiiiiii! llegan todos
corriendo.

Ju eves
Pienso que sí estaba enferm o del pelo, porque
se me cayó todo, hasta las pestañas. Nunca más
hago una broma.
Mi papá también llegó con la cabeza pelada,
dice que es la nueva moda.
C o m o m e aburro mucho, conté todas las
baldosas del piso, hice muchos dibujos y por largo
rato miré a la nada.
Sábado
H o y sentí algo raro. Cuando estaba en mi
hora de mirar a la nada, m e tocaron un pie. Fue
muy extraño, porque no había nadie. A l rato,
nuevam ente m e tocaron el pie y no vi a nadie.
R ec o g í mis piernas y m e tocaron la m ano.
C erré los ojos y, al abrirlos, vi que desde mi
cubrecam a apareció una viejita con anteojos
cuadrados, vestida del color del cubrecama, pero
lo más extraño era que calzaba zapatillas y llevaba
en sus manos unos palillos para tejer y ovillos de
lana dentro de los bolsillos de su delantal.
S e sen tó en una silla junto a mi cam a,
sonriéndom e todo el tiem po. M e contó que se
llamaba Blanquita y tenía muchos nietos alrededor
r

del mundo: en Africa, Asia, Am érica, e incluso


en una pequeña isla llamada Aruba.
Mientras hablaba m ovía los palillos de tejer
sin cesar y, a medida que me contaba histo­
rias, el tejido se iba alargando y m e iba dando
sueño.

Lu n es
H oy, cuando m e desperté, quería ver a mi
mamá. Pero escuché el golpeteo de los palillos
y m e tranquilicé.
Le pregunté a Blanquita:
— ¿Qué tejes?
Ella me sonrió.
— Es un regalo para ti.

M a rte s
Blanquita m e contó la historia de un niño que
vivía en una isla y que com ió doscientos mangos
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a la vez. Observé que el tejido, en vez de crecer,
se achicaba.
M ientras más m ovía los palillos, más se
acortaba.
— Blanquita — le dije— , tu tejido se desteje.
— Ya sé, es para ti — me respondió con una
voz dulce.
El diario se m e está acabando. L e voy a pedir
a mi abuela que m e regale otro.

Ju eves
M e he sentido cada vez mejor.
H o y lleg a ro n mis papás co n ten to s, m e
abrazaron y m e dieron la buena noticia:
— ¡Nos vam os a casa!
Y o me sentí tan feliz que, mientras mis papás
hacían los trámites y el papeleo del alta, busqué
a Blanquita.
En la silla en que habitualmente se sentaba,
encontré sus dos palillos y un pelo. Entonces
corrí al baño y m e vi en el espejo: tenía un pelo
parado justo en la mitad de la cabeza y muchos
más a su alrededor.
¡Ah, ya sé lo que estaba tejiendo Blanquita!
¡Era mi nuevo pelo!
l | oy, B astián lle g ó a su casa d e vu elta

» L J d el h osp ita l D E L A F É .

| 1 S u p a p á , m a m á y a b u e lo s lo
a b ra za ron , le d iero n m u chos b es o s y ca d a
uno le e n tre g ó un re g a lo .
El n iñ o se so rp ren d ió.
¿Acaso gané un concurso? ¡O tal vez
llamaron del colegio y averiguaron que mi
experimento de química funciona: las baratas
pueden caminar con dos patas!, p en só c o n
seried a d , m ien tras ab ría gu sto sa m en te los
Cuando
p a sa ro n unos
m in u to s y sus
papás le aconse­
jaron descansar,
el niño subió a su
dormitorio.
: •

L o e n c o n tr ó
m uy o r d e n a d o ,
dem asiado, tanto
que el cubrecama
no tenía ninguna
a r r ug a . T o m ó
vuelo, levantó los
brazos y se lanzó
sobre la cama.
A l p o c o rato, sintió un g o lp e te o y abrió
la puerta de su dorm itorio, pero no encontró
a nadie. C o m o el ruido continuaba, abrió la
puerta del clóset y entonces... ¡aparecieron muy
sonrientes sus am igos del cubrecama! L e dieron
una alegre bienvenida y le palmearon el hom bro,
exclam ando felices:
— ¡Eres un héroe! ¡Eres un héroe!
Bastión los saludó, extrañado. Deben de
haberse en tera d o de fó rm u la quím ica,
pensó.
El piloto de avión le entregó una bufanda
roja, porque la amarilla la llevaba puesta, un par
de anteojos y un gorro que le tapaba las orejas.
— Póntelos, vas a necesitarlos.
Así lo hizo Bastión. Parecía el hom bre mosca
con el gorro del C havo del O ch o y la bufanda
del Viejito Pascuero. El piloto entró al clóset y le
pidió que lo siguiera.
— ¿No te parece raro estar acá? — le preguntó
el niño.
— ¡Schhhhhhhhh!, acá viene. Agárrate de mi
mano y, cuando diga tres, saltas . ¡Ahora! Uno,
dos, tres, ¡ya!
El niño y el p iloto saltaron con los ojos
cerrados. A l abrirlos se encontraron sentados
y volando dentro de una avioneta con cabina
descubierta. Iban con la cabeza al viento. El piloto
le indicaba al niño hacia dónde mirar, ya que el
ruido de los motores impedía la conversación.
El dedo del piloto señalaba allá abajo un
paisaje extraño. Las montañas estaban tejidas
con lana café; los árboles, con lana verde y
la S h p ro n to ' le ord en ó a Bastián que balara

«fón d T h e C d t t T /e TtlZ^Te^
El piloto intentó esquivarlo, pero
fue demasiado tarde. El avión se había
atascado en las hebras com o una mosca
en la red de una telaraña.
Bastián descendió del avión
por una de ellas y llegó al suelo.
Esto está más enredado
que un p la to de tallarines,
pensó, al ver los hilos de lana
que caían del cielo y cubrían todo el lugar de
colores y confusiones.
Entonces escuchó unas voces:
— ¡Te dije que eras una pesada, puntiaguda
y, además, fea!
— ¡Y tú, con ese color amarillo tan chillón, y
esos rayitos que nunca se peinan, eres un des­
ordenado!
Bastián alzó la mirada y vio al Sol, que discutía
con la Montaña.
A medida que avanzaba la controversia, cada
cual arrojaba sus hebras de lana, las que caían
sobre las ramas de los árboles, rocas, nubes, colas
de conejos y también en las orejas de las vacas.
Todos estaban realm ente molestos.
Bastián, al ver la inmensa confusión de lanas
y colores, rió a carcajadas.
— O ye, tú, niño, ¿de qué te ríes? — preguntó el
Sol, serio— . ¿Qué es lo que te divierte tanto?
— Si esto te parece gracioso, es m ejor que te
vayas. N o necesitamos que se burlen de nosotros
— agregó la Montaña, muy seria también.
— N o m e estoy burlando. Es que esto es muy
m u y... (y antes de terminar de decir lo que iba a
decir, se le escapó otra carcajada).
El Sol y la M ontaña lo miraron fijamente.
Cuando al fin logró tranquilizarse y contener
su risa, Bastión les preguntó:
— ¿Ustedes pelean siem pre?
— Sí, porque ella es una pesada— dijo el Sol,
indicando con un rayo de lana a la Montaña.
— Y él es un com plicad o — dijo la M ontaña,
señalando al S ol con su puntiaguda cim a de
lana.
A m b o s c a lla r o n
un momento. El niño
aprovechó que ellos
le prestaban atención
y les dijo:
— A ver si adivi­
nan. Y o sé a lgo que
ustedes no saben.
— ¿Qué?— pregunta­
ron con curiosidad el Sol y
la Montaña.
— Curva la boca com o una tajada de sandía.
¿Qué es?
— Y o sé — dijo el Sol— , la Luna.
— N o — le respondió el niño.
— La sonrisa — dijo la Montaña, ondulando
su cima.
— Sí — sonrió Bastián— . ¡Adivinaste, felicita­
ciones!
El Sol aplaudió, soltando unos rayitos de lana
amarilla.
— T en go otra — dijo Bastián— . Estiro mis
brazos para volar, luego ¡os recojo para apretar.
El Sol gritó:
— ¡Un elefante mirando su cola!
— ¡N o ! — excla m ó la
Montaña— , es una gaviota
peinándose.
El S o l p e n s ó un
segundo y replicó:
— N o, ¿cóm o crees
eso, Montaña? ¡Es el
abrazo!
Bastián asintió:
— ¡Muy bien, Sol! Adivinaste.
L a M o n ta ñ a le v a n tó unas h ebras p ara
felicitarlo. L u eg o , am bos m iraron a Bastián.
Q uerían una nueva adivinanza.
— Esta es la m ejor — dijo el niño— . Cuando
estoy m uy enojado abro mi caja, guardo la
ofensa y sacó el p ...
— El pez — dijo el Sol.
— N o, el perro — exclam ó la Montaña
— ¿El p p p p p p p p p p p p i e ? — p r e g u n t ó
el S o l.
T ra n s c u rrie ro n u n os m in u tos. B a stiá n
p e rm a n e c ía en silen cio y no ex p resa b a nada
co n su ro stro , para n o dar ningún in d icio
de resp u esta . M ie n tra s ta n to , el S o l y la
M o n ta ñ a p e n s a b a n y p e n s a b a n : C uando
estoy muy enojado abro mi caja, guardo la
ofensa y sacó el p ...
Y de pronto, a ambos se les iluminó la cara
y gritaron al mismo tiem po:
— ¡¡¡El perdón!!!
A l escu ch a rse, se les dibu jó en el ro s tro
una son risa igu al a una tajada de sandía.
U n a s h e b ra s m a r r o n e s d e la M o n ta ñ a y
o tra s a m a rilla s y a n a ra n ja d a s del S o l, se
en tre c ru za ro n p a ra a b ra za rse, m ien tra s el
n iñ o los fe licita b a .
Y en ese m o m en to sucedió que todas las
hebras que se a m o n to n a b a n co n fu sa m en te
enredando el paisaje, se aflojaron y com enzaron
a retirarse, liberando to d o y a tod os los que
estaban a tora d os, incluso a las vacas, que
ahora pudieron m o v e r sus orejas.
.
U na de ellas, en señal de agradecim iento,
le regaló a Bastián un litro de su leche, muy
deliciosa y nutritiva.
El piloto, que había con tem p lad o tod o a
cierta distancia, se acercó entonces al niño y le
hizo señas para que abordara el avión. Y así,
juntos, em prendieron el vuelo de regreso hasta
su dorm itorio.
. . . . . . ‘

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T
Hospital DELAFE
4* ,^ «

a s tiá n te n ía q u e ir .a m e n u d o al
h o s p ita l D E L A F E , d o n d e le daban
unos m edicam en tos que lo ayudaban
a sanarse.
U na mañana, p rep a ró su m ochila, a c o ­
m odó en su in terior un frasco co n h orm igas
sin antenas, dos de sus autitos p referid os y la
última revista de C on d orito.
— H o l q , B a s t i á n — l e d i j e r o n l as
en ferm era s.
El niño les devolvió el saludo con una sonrisa.
Mientras sacaba sus cosas y las dejaba en
el velador del cuarto que le habían asignado, se
le acercó una en ferm era con mejillas rosadas y
brillantes.
— ¿ M e trajiste la revista ? — le p re g u n tó
ansiosa con una sonrisa.
El niño se la entregó.
— Te la devuelvo cuando term ines de tom ar
tus m edicam entos de hoy.
— ¡H ech o!
A l rato, su d o c to r lo visitó. Era jo v e n y
despistado, según se com en taba. P e r o Bastión
creía que “ se h a c ía ” , p o rq u e se acordaba de
to d o .
— A h, trajiste otro experim ento — le com entó
mientras levantaba el frasco con las horm igas sin
antenas— . Y o también lo hice, pero con moscas
— y le cerró el ojo.
El m édico se retiró un m om ento y dejó a
Bastión mientras se le inyectaba el suero por una
vía que tenía puesta en su mano. En ese instante
vio algo extraño. Del interior del aparato al que
estaba con ectad o salió un pie, después una
pierna, un brazo y la cabeza. Parecía el hom bre
elástico em ergiendo del dispensador del suero.
Era el astronauta del cubrecama. Traía entre
sus manos una piedra verde. Sonrió un m om ento
y se la entregó a Bastión. Luego, del mismo m odo
en que había llegado, despareció doblándose
en tantas partes co m o pudo para internarse
nuevamente en el soporte del suero.
Bastión dejó la piedra junto a su frasco y
la observó p or largos minutos. Esta em p ezó
a m o verse, c o m o si tuviera
vida. C o n m ucho cuidado, la
to c ó con un d ed o y la piedra
se partió en varios pedacitos del tam año
de un gran o de arroz. U n o de ellos cayó p o r el
orificio que Bastión había h ech o en el frasco de
su exp erim en to, para que las horm igas tuvieran
ventilación.
D e inm ediato, ellas cam biaron de color, se
to m a ro n de las patas y bailaron una co n g a .
Parecían contentas.
— ¡Esto sí es un e x p e rim e n to ! — e x cla m ó
entusiasmado.
Dieron golpes en la puerta y entró nuevamente
el doctor.
— ¿ C ó m o estás? — le preguntó, mientras le
acariciaba la cabeza— . ¡Q u é lindas piedras!
— ¿Q u iere una? — d ijo Bastián, co n una
picara sonrisa.
— Gracias — le respodió el joven doctor, y
tom ó una pequeñita y muy verde.
D e s p u é s d e o b s e r v a r la un m o m e n t o
deten id am en te, la m e tió en el bolsillo de su
delantal, y entonces ocurrió lo inesperado: el pelo
del m édico cam bió de color muchas veces y, al
salir de la habitación, sus pies se m ovían co m o
si siguieran una m elodía de jazz.
Minutos más tarde entró la en ferm era, lo
auscultó, revisó el aparato del suero y le dijo:
— Gracias p o r la revista, m e encantó el chiste
de la suegra. O ye, ¡qué herm osas piedras tienes!
¡Parecen piedras preciosas!
— ¿Quieres una?
— ¡C laro!, m e encantaría — dijo, m ientras
tom aba una de las piedras verdes.
Cuando la en ferm era abandonó el cuarto, su
delantal lucía llamativos colores y ella se m ovía
al ritm o del rap.
Bastión observó el soporte del suero y tuvo
una idea: sostuvo una piedrita verde entre sus
dedos, la m ovió com o si fuera un trom po, apuntó
hacia la bolsa de suero vacía y la lanzó.
¡Plop!, son ó el plástico.
D e in m e d ia to el la rg o s o p o r te m e tá lic o
com en zó a m overse y dio inicio a unos pasos de
vals. A m edida que se deslizaba co m o ola en el
mar, cambiaba de color, de celeste a amarillo y
luego a verde.
Y a ti, ¿te gustaría tener una de esas piedras
verdes?
Nave0ando bajo el
a0ua

uando B astián term in a b a de le e r el

C último chiste de C on d orito, escuchó un


llanto que parecía retum bar en tod o el
hospital. D ejó la revista a un costado de su
cam a y se dirigió rápidam ente a la puerta de
la habitación.
Entonces, asom ó la cabeza hacia el pasillo
y, cuando en un m om ento quedó desierto, sin

43
•r

V ...

íé é s
m édicos ni enferm eras a la vista, se atrevió a
salir con su am igo el soporte de suero. El rui­
doso llanto lo guiaba hacia una puerta cercana
a la de su cuarto.
A l abrirla, se encontró a una niña con el
ceño fruncido y las mejillas humedecidas por las
lágrimas.
— H ola, ¿cóm o te llamas? — le preguntó
Bastián.
— Cristina.
Ella dejó de llorar y le hizo una seña para que
se acercara.
— ¿Por qué llorabas?
— N o m e entienden. Tenía sed y tom é un
poquito de agua en la botella que usan acá, pero
con tal mala suerte que la derramé y m ojé a las
enferm eras. ¿Sabías que si m ueves mucho la
botella, sale agua por el gollete?... L o malo es
que también m ojé el delantal del doctor. A h ora
m e dan agua en este vaso.
Bastián la m iraba. T en ía unos ojos muy
brillantes, una sonrisa a la que le faltaba un diente
y largas pestañas.
A l observar su cabeza, el niño pensó: ¿De
qué c o lo r será el tejido de p elo que le está
haciendo Blanquita?
La niña, entusiasmada por la com pañía, le
contó que hacía unos días había simulado ser una
sonámbula, caminando p o r los pasillos del hos­
pital con las manos extendidas, hasta que estalló
en risa y la pillaron.
Tam bién le reveló a Bastián otras de sus
travesuras, co m o cuando amarró el delantal de
una en ferm era a su cam a y esta tuvo que llamar
a sus com pañeras para p od er liberarse y salir de
la habitación.
Pobres enfermeras, pensó Bastión, mientras
sonreía con las historias de Cristina.
D e tanto hablar, la niña co m en zó a sentir
sueño, abrazó a su m uñeca y se quedó dorm ida.
En ese m om ento, un chorro de agua salpicó
la cara del niño. Bastión descubrió que provenía
del vaso de Cristina. S e acercó a mirar el fondo
del vaso, y vio un submarino de color azul que
salía a la superficie. Entonces se abrió la escotilla
y em ergió el Capitón, su am igo del cubrecama,
quien le hizo señas para que abordara la nave.
El niño sonrió y pensó, ¿por qué no?
N i s e d io c u e n t a c u a n d o su c u e r p o
c o m e n z ó a e m p e q u e ñ e c e rs e y q u ed ó del
tam año de una g o ta de agua
se c o ló p o r la escotilla.
El submarino era m oderno
todos lados, periscopio y radar,
sintieron mucho m ovim iento.
— ¿Qué está pasando r —-pi
— ¡Oh, no! ¡A Cristina le
agua — exclam ó el Capitán, p
Bastián pudo ver cóm o des­
cendieron p or la garganta y la
tráquea. Fueron impulsados por
fuertes corrientes que los llevaron
a aguas más quietas.
En ese m om ento, encendie­
ron luces y m otores. V ieron células blancas son­
rientes, brillantes y herm osas que nadaban todas
juntas, parecían estrellas del espacio.
D e p ro n to , se divisaron células oscuras,
sin form as, las que al desplazarse dejaban una
sombra negra.
— ¡Esas son las malas, apresúrate, no dejes
que avancen!— gritó Bastián.
El Capitán les bloqueó el cam ino y luego, con
una sonrisa de satisfacción, disparó un líquido
dorado.
Algunas células negras intentaron escapar,
pero con gran puntería, el Capitán las alcanzó.
C u an do todas las células eran blancas,
Cristina despertó y, a causa del gran bostezo que
dio al abrir los ojos, el submarino se vio
arrastrado por una corriente de aire
que lo condujo hacia un orificio
de luz. Luego, descendió por
una cascada envuelto en una
g o ta de agua que ro d ó p o r
la cara de Cristina y cayó al
cubrecama. Una vez ahí, Bastión abrió la escotilla
del submarino y salió a la superficie.
Así com o se había em pequeñecido, ahora
recuperó su tamaño normal.
A l ver a su am igo, Cristina se em ocion ó y,
muy contenta, le dijo:
— ¡Bastián, mira! ¡Ahora el cubrecama tiene
dibujos de un submarino, un piloto y un astronauta!
Bastián la miró y sonrió con un aire misterioso.
De pronto, en la habitación se escuchó el
golpeteo de unos palillos de tejer.
— Parece que alguien está tejiendo — dijo la
niña.
— Sí, creo que hay una tejedora en el hospital
— le respondió Bastián.
1. La doncella celestial
.
2. La princesa y el m end igo

El ruiseñoi

4. El violín m ágico

5. El tarrifo de du razno y su am igo palm ito

6. La hojita m iedosa y la sabia m ariposa verde ilabrutas


D a n iel Seisdedc
.a pepo
D a n ie l Scisd ed os Rey
:l niño que le pedía dinero a la Luna
Daníéfc B é l
9. l a cam isa del hom bre feliz 24. A un que h o y n o el
f,
1 % El genio de la botella

11. El duende colorín

\ueno universo

13. Los cuentos

15. La bija del m olinero

ISBN 978-956-18-0804-1

9 789561 808041

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