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ANTONIO SILVERA ARENAS

Por Harold Alvarado Tenorio

Desde la aparición de las vanguardias nuestra época ha usado de la sintaxis


del cinematógrafo para crear correlatos imaginarios que las tensiones, entre
realidad y deseo, otros tiempos resolvieron con la ayuda de metros y rimas.
Desde el Nadaísmo y sus continuadores, la manufactura de poemas ha estado
avasallada por frases y sintaxis obstinadas en arquetipos difuntos. Los jóvenes
sin adiestramiento se han acogido a esas expresiones y sujetos. Como si
quisieran hacer del poema una mancha de la psicología experimental de
Hermann Rorschach (1884-1922), cuando el paciente observa una mácula de
tinta y lee con el deseo. No importan ni la invención ni las quimeras, sólo el
ofrecimiento al público de glosolalias, desarticuladas exploraciones
combinatorias, rosarios de metáforas y neologismos, esa irrastreable "otra
cara de la existencia" que buscaba Huidobro.

La región más golpeada por la violencia de finales de siglo, en Colombia,


fue el centro de esa aventura de alguna poesía. Expresión de la miseria
espiritual, quedará como crónica despreciable de las querellas entre los 1
desheredados en los barrios multitudinarios contra la autocracia del lenguaje
institucional que ofrece la tele, los periódicos y la radio.

En este paisaje depresivo y absorbente brotó un dia la poesía de Antonio


Silvera Arenas (Barranquilla, 1965), uno de los puertos más importantes y la
única capital cosmopolita, centro comercial, industrial, cultural y educativo
del Caribe, desde la segunda mitad del siglo XIX cuando con la navegación
por el Rio de La Magdalena ingresaron al país miles de sirios, palestinos,
libaneses, franceses, alemanes, judíos, norteamericanos, italianos, chinos,
japoneses y la radio, la aviación, el teléfono y los deportes. Hoy es una
megalópolis que llega hasta las mismas goteras de Cartagena de Indias, donde
han vivido algunos de los más importantes escritores y artistas del siglo:
Gabriel García Márquez, Abraham Zacarías López-Penha, Alberto Assa,
Alejandro Obregón, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda Samudio, Amira de
la Rosa, Cecilia Porras, Fanny Buitrago, Feliza Burzstyn, Héctor Rojas
Herazo, José Félix Fuenmayor, Julio Enrique Blanco de la Rosa, Julio Mario
Santo Domingo, Karl Meisel, Leopoldo de la Rosa, Marvel Luz Moreno,
Miguel Rasch Isla, Nereo López, Noé León, Olga Chams Eljach, Orlando
Rivera "Figurita", Rafael Escalona o Ramón Vinyes.
Bachiller del Colegio Salesiano de San Roque, el mismo que las turbas
liberales quemaron tras el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, aun cuando en su
familia no hubo tradiciones literarias y menos bibliotecas, el patio de la casa
de sus abuelos era la morada de un algarrobo que el poeta recuerda como
fuente de sus saberes de niño. Deseando ser abogado, marchó a la capital
donde se matriculó en la Universidad Externado y aun cuando terminó la
carrera, antes de concluirla ya estaba estudiando literatura en la Nacional
donde tuvo que vérselas más con las teorías que con la literatura misma. No
obstante, se aficionó a los autores de la Edad Media y el Renacimiento, siendo
asistente de varias de esas catedráticas aficionadas al licor de malta y Dante.
Allí comenzó a colaborar en una revista que publica reseñas de libros
colombianos, dejando entre líneas sus opiniones sobre la poesía.

Quizás el contraste más chocante de su permanencia fuera descubrir la


reticencia de los bogotanos en comparación con el ánimo abierto y guasón de
los curramberos. Ese no expresar algo del todo, interrumpir la frase para decir
con el silencio, ese “mira aquello” del cachaco fetén para referirse al ridículo
de una señora pasada de millones y kilos con una minifalda y un moño en el
culo, mientras los propios, ellos, con sus ternos oscuros y corbatas rigurosas y 2
ellas, de trajes de modisto apenas adornadas con una joya carísima y un aire
de benevolencia distante y protector donde asoma la envidia, tratan a todo el
resto, costeños, paisas y opitas, como extraterrestres.

A lo que añadía el batiburrillo del centro bogotano anegado de travestis,


putas, cantantes, locos, leprosos, colilleros, gamines, perros, carteristas,
desempleados, vagos de alcurnia, loteros, reducidores de relojes y monturas de
anteojos, falsificadores de esmeraldas y dólares, libreros de anden,
pordioseros, pica-parabrisas, revendedores de boletos para el cine,
limpiavidrios de autos, husmeadores de basuras, marchantes de botellas y
periódicos con burros y zorras, expendedores de duraznos, manzanas y uvas
de California y Chile, piperos, locas y mas locas representes de la miseria de
entonces.

Tímido y por tanto parsimonioso en la observación del mundo, Silvera


mostró desde sus primeros poemas una diáfana coherencia en temas y tonos,
alejándose de estorbos teóricos, tan en boga entre los indiscutibles preceptores
de las universidades bogotanas, para escribir su poesía. La voz de Silvera
Arenas desciende desde entonces de la boca de la misma musa y apenas el
texto se reciente con las enmiendas a que le somete después de las descargas
catárticas. Su cuerpo muele primero la carne del poema para después
vomitarlo casi entero.

La poesía es algo que no se tiene, es una ausencia, -confesó a Eduardo


Montenegro-, es algo perdido que se encuentra en el asombro, a través de él
uno recupera el recuerdo…. Creo en la inspiración, en la Musa, la poesía
exige momentos especiales, primero la inspiración, luego la escritura, hay
que aprender a esperar, el poema es la espera.”

Para Silvera el palo no está para cucharas. El poeta contemporáneo no


puede solazarse ni ser optimista ni buscar el paraíso en la niñez porque hasta
ese mismo recuerdo se cuelan las dudas de la conciencia y los desencantos de
la llamada posmodernidad, cuando quien lee no traga entero y sabe que tras el
rostro de la felicidad acecha la desgracia de ser y estar vivos. El poema hoy, lo
sabe Silvera, es autocritico, es pregunta y lleva oculto la simiente de su
destrucción. Porque dado el cúmulo de hechos que atosigan a diario al poeta,
su poesía, sin tornarse ecléctica o meramente retórica y arquetípica, o
confeccionada con una plantilla para poemas, debe conducirnos al
descreimiento, la racionalidad, la duda, siempre y cuando “prevalezca en ella 3
su esencia lirica, la verdadera: eso que saliendo del alma del poeta ha de
llegar al alma del lector”. La poesía como meditación de la vida, como
sinapismo del dolor.

En Mi sombra no es para mí (1990) como lo afirmara Guillermo Linero en


el cuaderno publicado por el Centro Colombo Americano dos años después,
“su poesía da fe de una sociedad contrahecha”. Una voz y un universo
identificable, con un repertorio y sus perturbaciones definidas.

Malos tiempos

¿Y dónde hallar el agua fresca ahora?


¿Qué palabras hilar a otras palabras
hasta tejer un canto nuevo,
un manto, un talismán?

Cruel es el dios
que rige nuestros días:
no le conmueve el llanto de las madres
ni el sacrificio de sus mejores hijos.
Nada aplaca su ira.
Yo, infausto sacerdote
de esta edad arruinada,
reconozco lo inútil de mi magia:
comprendo vuestras piedras en mi casa.

Afecto, armonía y poesía son los asuntos de que se ocupa en este su primer
libro. Con un decorado de fondo, dedicado a asuntos amorosos. Un ensayo de
biografía lírica que recorre las horas de abandono del hogar hacia los espacios
abiertos de las ciudades, el desarraigo y choque con un mundo helado y
lluvioso y el anhelo por volver allí donde las manos del amor filial harían
segura la vida.

Silvera opone a la muerte, los sueños; la belleza juvenil al deterioro de la


vejez; la poesía al capitalismo rampante; la carne a los libros; el tiempo
inexorable a la perdurabilidad del canto, etc., mientras dialoga con sus pares
de otros ámbitos lingüísticos, desde Hart Crane hasta Esquilo. Un lenguaje
libre de retóricas, sartas de metáforas, o las sandeces abyectas de cierta poesia
de festivales y concursos. 4

Edad de hierro (1998) navega por aguas mas profundas, se sumerge para
escrutar en el fondo de los tiempos y con los arquetipos del mundo antiguo las
respuestas buscadas antes con la ingenuidad adolescente.

Edad de hierro

Ya no hay princesa que cantar... Rubén Darío

¿Y qué voy a cantar en este tiempo adverso?


Mi padre ya lo dijo:
"Es tiempo de abogados”.
Mas yo, —sin adarga,
sin manes ancestrales—
me lancé a la aventura.
El humo y la niebla de las calles
me embriagaron como un vino
y los autos veloces parecían caballos alados.
Todos los disparates de este tiempo de hierro:
televisión, antenas, aviones, metralletas,
me parecían prodigios de un sabio encantador.
Contra ellos expuse mi pecho adolescente,
y cuando caí vencido por una tuerca loca
que algún pastor moderno me arrojó con su honda
no hubo una doncella ni un bálsamo ni Sancho
que atendiera mi triste figura endemoniada.

¿De qué me quejo, entonces, si estoy manco y perdido?


Mi padre me lo dijo:
"Es tiempo de abogados”.

De nuevo el viaje como guía del destino. El ingreso de un mancebo en el


mundo de hierro de la vida, la ácida aventura de iniciarse en la supervivencia,
con un desamparo que delata el titubeo del poema, un más allá indefinido e
indeciso:

Tántalo

Como esas muchachas 5


cada vez más deseadas y lejanas
que el tiempo nos revela a diario,
las palabras se exhiben
y se van.
Como ellas su paso:
una curva en la tarde
la nostalgia en el viento
sus risas...

y el castigo incesante:
los besos rechazados.

A partir de este libro el desencanto de Silvera con su mundo y el de los


“otros” será definitivo. Y aun cuando quiera resucitar las músicas del verso
usando formas y conceptos del pasado, escribiendo en tercetos encadenados
con rima asonante como sucede en Musa, insistiendo en la recuperación de un
paraíso que constata nunca existió, dando tumbos entre la realidad, el mundo
termina por venirse abajo.

Demolición
Cuando anduve en diciembre por mi barrio de infancia,
no me dolió que nadie recordara mi rostro,
no me dolió el vecino a mi mirada ajeno,
ni el paso de los años en la muchacha de antes,
que persistían intactas en mi memoria terca.
Me dolió fue mi casa.
La habían demolido,
ya no estaba a la vera de aquella calle humilde donde mi infancia fuera.
Me dolió no encontrarme. Me tumbaron con ella.
Derruyeron mi vida con sus paredes blancas.

No hay duda que este barranquillero ha escrito algunos de los poemas más
agudos de nuestro tiempo, estrictamente contemporáneos de la vida de finales
del siglo XX en Colombia. Su más reciente libro, El fantasma de la alondra
[2011] es un prontuario de las desdichas del hombre cuando ya ha atravesado
la ranura de la reproducción y se sabe absolutamente mortal. Ni cielo, ni
paraíso, sólo infierno, ruina y vejez. Silvera demuestra que ha degustado los
mejores poemas de la lengua, que ha saciado su sed en nuestro propio pozo, y
exhibe unas prosodias que perpetúan los grandes textos y prolongadas 6
meditaciones. Silvera es un merecido sucesor de Silva.

Canas

Las descubres de pronto ante el espejo.


No fue así como llegaron, sin embargo.
Las habías visto dispersas: una, otra
y otra y otra y otra
hasta la tarde, en la peluquería,
cuando pulverizadas como harina
opacaron el azul neto de la capa
y el bastión de mechones que aun rehúsan
los cada vez mayores regimientos
del tiempo que te sitian.

De todos modos, no fue allí el asombro,


no entre la vana sensación del gel
que te volvió a los quince y la ilusión.
Es ahora, en el día de año nuevo,
cuando el mismo reflejo de tus ojos,
ebrios y enrojecidos y vencidos,
te muestra la inminencia de esa edad
que detestaba el griego y que Darío
reconociera ya a los treinta y siete,
al declarar como tú su terquedad de acercarse,
con el cabello ceniciento,
a las espléndidas rosas del jardín.

Mientras bailas y estallan los colores


y la pólvora y el licor te exaltan,
no te engañes al besar a esas muchachas
cuyos pezones, bajo suaves sedas,
al darte el feliz año, te rozan por deber.

Son otros tiempos, claro. La cosmética ahora


te ofrece afeites portentosos, y el bisturí,
el tinte y los implantes, todo depende del peso del bolsillo
pueden aún engañarte algunos lustros.
Como sea has de admitir la retirada pronta:
las horas tuyas son cada vez más del fue, 7
de las cenizas
que asaltan tu cabeza,
vestigios de un fuego que se extingue,
un campo de batalla
exangüe, devastado, humeante,
como el año que acaba de acabar.

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