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Sesión 4 Ley Natural Autor :Federico García.

La ley natural (o de la naturaleza humana) como el principio rector de lo bueno y de


lo malo

Si la conducta humana no ha de regirse sólo por el querer de cada uno, ni tampoco sólo
por lo que indican las costumbres y leyes de la sociedad en que se vive ¿cuál ha de ser el
principio rector de la conducta humana? o, en otras palabras, ¿cuál es la fuente o
fundamento de lo bueno y lo malo para la persona? Esto nos lleva la pregunta por el fin
del hombre y por su naturaleza. Si lo bueno y lo malo dependen de lo que es el ser
humano, de su naturaleza, podemos llamar a la fuente de lo bueno y lo malo, al principio
que ha de regir la conducta humana, “ley natural” o “ley” de la naturaleza humana.

Para entender esto hay que describir en qué consiste lo propio del ser humano, su
naturaleza. Por razones de espacio, esto no puede hacerse aquí de manera exhaustiva,
pero podemos delinear algunos aspectos fundamentales que facilitan su comprensión. En
primer lugar, tenemos que hacernos cargo de que las palabras “naturaleza” y “natural”. En
el lenguaje habitual, naturaleza puede significar cómo una cosa es, o también lo que
ocurre de manera espontánea, o lo que ocurre o se da más comúnmente dentro de un
conjunto de cosas. También se usa como un término opuesto a lo hecho por el hombre (lo
artificial) o a lo que es forzado o hecho de manera obligada o forzosa. Cuando hablamos
de naturaleza para referirnos a la naturaleza humana no nos referimos a lo que el ser
humano hace espontáneamente, porque eso podría ser cualquier cosa. Tampoco a lo que
ocurre con más frecuencia entre los seres humanos, por la misma razón. Cuando
hablamos de naturaleza desde un punto de vista filosófico o moral, nos referimos a lo más
propio de un ser, según el tipo, o especie, de ser que es. Tomemos, como ejemplo, la
semilla de un árbol, como podría ser el piñón de una araucaria. Un inmenso número de
los piñones que produce una araucaria son devorados por animales, ni siquiera llegan a
germinar. Se podría decir que es natural, en sentido estadístico, que un piñón sea
devorado por un roedor, pero la estructura interna del piñón, su dinamismo propio, lo lleva
a germinar, no a ser devorado. De los piñones que germinan, muchos pueden morir al
poco tiempo por no estar en un lugar propicio, ya sea por falta o exceso de agua, o falta
de luz, o alguna otra causa. Podríamos decir que es natural que la mayoría de las
araucarias recién germinadas muera, pero en este caso, que algo sea más común no
quiere decir que sea natural: la araucaria recién germinada tiende por sí misma a crecer y
a desarrollarse. Si muere es porque algo le ocurrió. Sólo unos pocos piñones llegan a
crecer y desarrollarse hasta lograr convertirse en araucarias milenarias, pero en eso
consiste el cumplimiento de su naturaleza: el logro de su plenitud, el despliegue de su
potencialidad, el desarrollo de sus capacidades, aunque en la práctica sean pocos los que
lo alcanzan.

¿Qué es, entonces, lo propiamente humano? En primer lugar, el hombre es un ser vivo,
pero no de cualquier tipo. Es un animal (y si se quiere entrar en más detalle, un
mamífero). Pero no es sólo un animal. Realiza ciertas actividades que ningún otro animal
realiza, va más allá de las necesidades puramente físicas: crea obras de arte, cultiva la
religión, viaja para satisfacer su curiosidad, intenta ser recordado después de su muerte,
etcétera. El ser humano es capaz de esto porque además de ser animal es racional. Este
doble aspecto de la condición humana explica muchas cosas acerca del hombre; por
ejemplo, al igual que el resto de los animales, el ser humano necesita comer –el cuerpo
humano necesita de nutrición para poder sobrevivir. Pero para el hombre la comida no es
sólo nutrición, es también expresión de su racionalidad, por eso la prepara, la sirve de
determinada manera y a ciertas horas, tiene alimentos especialmente reservados para
ocasiones especiales y busca la variedad. En cambio, los animales comen lo mismo y de
la misma manera según su especie (los lobos siempre han comido carne cruda, los
zorzales, lombrices, etc.). Lo mismo podría decirse de muchos otros aspectos de la vida
humana. Tomemos, por ejemplo, la arquitectura: hay algunos animales que construyen
refugios para guarecerse del frío y protegerse de los depredadores: los pájaros
construyen nidos, los conejos excavan sus madrigueras. El ser humano también necesita
protección, porque su cuerpo es vulnerable al frío y al calor excesivo y también necesita
estar seguro para poder entregarse al descanso. Pero las construcciones humanas no
son sólo un refugio, son también expresión de su racionalidad y creatividad, por eso existe
la arquitectura con distintos estilos según tiempo y lugar. También son expresiones de su
individualidad y personalidad, en la medida en que el espacio de una construcción es
transformado en un hogar por la persona que lo habita. En cambio, el nido de un pájaro es
sólo un refugio, construido de manera instintiva y siempre igual según la especie, y sin
ninguna expresión de individualidad.

Del hecho que el hombre sea, a la vez, animal y racional (o, corpóreo y espiritual) se
deriva, en gran medida, su condición social. Esto requiere de alguna explicación: el ser
humano es muy inteligente: es capaz de producir obras de arte, de descubrir las leyes de
la naturaleza, de comunicarse con lenguaje abstracto, de investigar el pasado, de
construir herramientas (y con esas herramientas a su vez construir otras herramientas).
La inteligencia y conocimiento de un niño pequeño es superior a la del animal más hábil.
Esta gran inteligencia, para poder expresarse, necesita de un cuerpo adecuado 1. El
cuerpo humano, para poder llegar a adecuarse a la inteligencia humana, presenta dos
problemas relacionados: (1) Su tiempo de gestación –para alcanzar el nivel de desarrollo
que necesita– es extremadamente largo, considerando el tamaño del ser humano, lo que
hace que la madre gestante, sobre todo hacia el final del embarazo quede impedida para,
o le sea muy difícil, realizar ciertas tareas físicas (como trabajos pesados o correr
velozmente). (2) Además, el ser humano al nacer es extremadamente indefenso: no es
capaz de dirigirse hacia su alimento, ni de sostener su cabeza, ni de mantenerse limpio.
Demora un año en ponerse de pie, un par de años en poder caminar a la velocidad de sus
padres y unos catorce o quince años en alcanzar su completo desarrollo físico y poder
valerse por sí mismo. Esto es así, en parte, porque el órgano mediante el cual se expresa
la inteligencia humana, el cerebro, necesita de mucho tiempo de desarrollo para poder
expresar la gran capacidad intelectual del ser humano, y mientras no esté desarrollado, el
ser humano está en un estado de carencia. Habría que agregar que, al no tener instintos,
el ser humano necesita aprenderlo todo, y aprende de otros (esto se aplica sobre todo al
lenguaje). Todo esto hace que el ser humano sea muy dependiente de otros en las
primeras etapas de su vida (también lo es en la enfermedad y la vejez) y que una madre
también lo sea, especialmente en las primeras etapas de la crianza. Dicho de otra
manera, para poder sobrevivir la niñez, el ser humano, y su madre, necesitan la ayuda de
otros. Lo anteriormente mencionado no constituye la única razón por la cual el hombre es
un ser social, pero es básica. El hombre también puede comunicarse con otros, llegar a
acuerdos, proponerse metas en común con otras personas, etc..

Tenemos, entonces, que el ser humano es un ser corpóreo, inteligente, libre y social. Se
puede decir, aunque de modo esquemático, que esta es su naturaleza, su modo propio de
ser. Desde aquí podemos pasar a la siguiente consideración, que sirve de base a las que
vienen. La plenitud de un ser está en el ejercicio de sus capacidades, su frustración o

1
Respecto de esto, puede ser interesante comentar brevemente la relación entre la inteligencia del ser
humano y la forma de su cuerpo. La mano humana, por ejemplo, es un órgano universal –sin función
específica– puede tomar, agarrar, golpear, sostener, acariciar, etcétera. Las extremidades de los animales,
en cambio, son especializadas (la aleta sólo sirve para nadar, la zarpa para desgarrar, la pezuña para andar
por terrenos duros, etcétera). En esto, la mano humana se adecua y corresponde a la inteligencia humana
que, 8como la mano, es universal y abierta a toda la realidad. Para poder usar sus manos, el ser humano
necesita tenerlas libreas y para eso necesita poder desplazarse usando sólo las piernas y no las cuatro
extremidades.
fracaso en la incapacidad de usarlas o en darles un uso inadecuado. (Por ejemplo, uno
entiende, de manera casi intuitiva que un caballo libre a pleno galope por una pradera es
un caballo en su plenitud: está desplegando todo su potencial; en cambio, un águila en
una pequeña jaula es un águila frustrada: no puede realizar su acción propia.)

Habrá que investigar, entonces, cómo el ser humano llega a ser pleno, cómo crece como
persona. Por una parte está su crecimiento físico, pero esto ocurre de manera más o
menos automática (si se dan las condiciones correctas). El crecimiento y desarrollo físico
tampoco abarcan al ser humano completo, que es racional y social. Para entender mejor
esto nos puede ayudar el lenguaje cotidiano: cuando decimos de alguien que es bueno
como persona (buena persona) no nos referimos a la perfección física, sino a algo
distinto, que llamamos perfección moral2.

Para ver como se ejercita –y perfecciona– cada capacidad humana, hay que ver hacia
donde, hacia qué objeto se orienta o dirige. Para comprender esto podemos hacer una
comparación con una capacidad física: por ejemplo, la función del ojo es ver y el ojo se
considera bueno o perfecto en la medida en que puede ver objetos nítidamente, a gran
distancia, etcétera. Hay cosas que pueden ayudar a tener una buena vista –comer ciertos
alimentos, por ejemplo– y hay acciones que pueden hacer que la vista se deteriore, como
mirar luces muy intensas. De igual manera, podemos comprender lo mismo para las
capacidades superiores, propias, del ser humano. La razón tiene como función conocer y
el objeto del conocimiento es lo real o lo verdadero. También podemos darnos cuenta de
que existen realidades más importantes que otras o, dicho de otra manera, verdades
banales o triviales y verdades más profundas o elevadas, a las que vale más la pena
dedicar tiempo y esfuerzo. Así, por ejemplo, no es lo mismo saber cuál es el tamaño de la
piscina más grande del mundo que conocer la historia del propio país. No da lo mismo
dedicar tiempo y esfuerzo a desentrañar los misterios de un juego de computador que
dedicar tiempo y esfuerzo a la investigación médica. Dentro de los límites de nuestro
mundo, podemos decir que lo que más vale la pena conocer es la realidad humana. El ser
humano es el único ser que muestra interés por conocer realmente otras cosas y por eso
2
Quizás puede ser útil notar que tradicionalmente se distingue entre algo, o una acción incluso,
que es técnicamente bueno y lo que es moralmente bueno (o humanamente bueno, podríamos
decir). Lo que está hecho con perfección técnica cumple su función, pero no incide en la persona.
Por ejemplo, un cerrajero puede ser muy capaz en su trabajo, eso lo hace buen cerrajero, pero no
necesariamente bueno como persona: podría usar su talento en su oficio tanto para ayudar a las
personas arreglando cerraduras, como para robar. Lo que es moralmente bueno, o malo, es
aquello tiene un efecto sobre la persona; por ejemplo, alguien que es traidor no puede ser buena
persona, mientras que un amigo leal es un buen amigo.
es –entre otras razones– el ser que posee más interés en sí mismo. Si vamos más allá de
la realidad humana, el conocimiento de Dios es lo que más perfecciona nuestra capacidad
de conocer, ya que Dios, como fuente de todo lo que existe, es lo más real, pero ahí
estaríamos pasando de la filosofía a la teología.

Si la inteligencia es la capacidad de conocer y se perfecciona según se use, la voluntad


libre del ser humano es la capacidad de querer de manera indeterminada, y esta
capacidad se perfecciona o se frustra según lo que se quiera. Puesto de otra manera, hay
cosas a las que vale más la pena querer que otras. Esto es bastante evidente: si una
persona dedica más tiempo y esfuerzo a cuidar su auto que a cuidar a su familia, diríamos
que hay algo que no está bien con esa persona, incluso diríamos que no es una buena
persona. Tal como es el caso para la inteligencia humana, lo más digno de ser querido y
amado por nuestra voluntad es el ser humano, que es el único ser en este mundo que
puede corresponder de manera equivalente al querer de otro. Más allá de eso, Dios, que
es el ser más perfecto, es lo más digno de ser querido por la voluntad humana.

Estas consideraciones nos muestran, además, cómo la sociedad humana se funda en


algo más que la necesidad física y de aprendizaje. Si examinamos el aspecto social del
ser humano, podemos ver que hay ciertas acciones que tienden a fomentar y a fortalecer
los vínculos sociales, como por ejemplo, el respeto a los padres, la generosidad para con
los amigos e incluso para con los extraños, la honestidad en el trato, etcétera. Por otra
parte, hay ciertos actos que tienden al debilitamiento de los vínculos sociales, como la
mentira, la calumnia, el robo, la corrupción, etcétera. Lo mismo puede decirse respecto de
la inteligencia y voluntad: tal como hay actos que perfeccionan la capacidad de querer,
hay actos que la frustran o debilitan (en el caso de las adicciones, por ejemplo, la voluntad
queda como amarrada a un objeto inferior y es incapaz de no quererlo; en el caso de los
vicios, la voluntad queda debilitada e incapaz de querer lo bueno). Algo parecido ocurre
con la inteligencia: el ser humano puede, a veces, resistirse a conocer la verdad (evitando
reflexionar sobre temas importantes, sumiéndose en una continua distracción o
aferrándose a una ideología) o también puede ser simplemente anulada por las drogas o
el alcohol.

Este conocimiento de la naturaleza humana (corpórea, inteligente, libre, social) nos


entrega una guía, una norma o una ley de conducta para el ser humano, que indica lo que
hace que éste pueda llegar a ser todo lo que puede llegar a ser, a su plenitud, realización
o logro como persona, o por el contrario, también muestra lo que lo frustra o lo lleva al
fracaso como persona.

Esta ley natural no está escrita o codificada como lo están las leyes de los distintos
pueblos, pero el ser humano la conoce cuando se conoce a sí mismo –cuando conoce su
naturaleza, cuando entiende lo que es ser un ser humano– aunque no siempre la siga. Un
ejemplo sencillo, pero ilustrador puede ser el de un ladrón, que no respeta la propiedad de
otros, pero apenas alguien le roba a él se da cuenta de que robar no está bien (y no sólo
que a él no le gusta que le roben). Aunque la ley de la naturaleza humana puede ser
conocida por toda persona, en cuanto entiende lo que significa ser humano, ésta también
puede olvidarse u oscurecerse en la medida en que una persona repetidamente vive de
otra manera (así, por ejemplo, una persona puede acostumbrarse a ser floja y la flojera
puede llegar a parecerle de lo más normal, pero eso no hace que ser flojo le haga bien o
contribuya a su desarrollo como persona). Esto puede ocurrirle a personas singulares o a
sociedades enteras –a lo largo de la historia podemos encontrar culturas donde se ha
practicado cosas como el sacrificio humano, la esclavitud o el maltrato a los prisioneros de
guerra– pero aun así, el error no cambia lo que le hace bien y mal al ser humano, lo que
lo lleva la plenitud o lo hace crecer como persona y lo que lo frustra. Por ejemplo: nadie
puede ser bueno como persona, buena persona, si es cruel, aunque viva en una sociedad
de personas crueles.

Como el ser humano está, por su inteligencia universal y su voluntad libre, abierto a toda
la realidad, hay muchas maneras por la que puede perfeccionarse y alcanzar la plenitud,
pero que haya muchas para ello no significa que cualquier cosa lo lleva a su plenitud: el
límite lo pone lo que el ser humano es, su naturaleza humana. La ley de la naturaleza
humana lleva al ser humano buscar ciertos bienes adecuados a lo que es el ser humano y
a evitar ciertos males contrarios a lo que es el hombre. En términos generales, lo primero
es buscar el bien y evitar el mal. Dentro de los bienes que el ser humano busca
naturalmente están la propia conservación, la conservación de la especie, la vida en
sociedad y la búsqueda de la verdad. Estos bienes humanos, que además son
inclinaciones naturales del hombre, para que realmente perfeccionen al ser humano,
deben buscarse con orden, de acuerdo a la razón. Por ejemplo, la tendencia a la
conservación de la especie es lo que lleva al hombre, guiado por su razón, a formar una
familia, que implica no sólo la reproducción biológica, que también llevan a cabo los
animales, sino también el compromiso de fidelidad con el cónyuge y la educación de los
hijos. Si estos bienes se buscan de otro modo, de un modo no racional, es decir, no
humano, no pueden perfeccionar al hombre3. Por ejemplo: unos padres que teniendo a los
hijos no se preocuparan de educarlos (que es lo que exige la paternidad en los seres
humanos, dado que el ser humano es racional y necesita educación), no serían buenos
padres y, por lo mismo, tampoco buenas personas.

Ahora bien, si los animales y las plantas cumplen con su naturaleza de manera
automática o instintiva, el ser humano, como es libre, sólo puede alcanzar su plenitud si
libremente la elige, como también puede libremente escoger un modo de vida que lo lleve
a la frustración o al fracaso como persona. Esto puede parecer contradictorio, pero para
comprender mejor podemos recapitular: todo ser vivo se mueve hacia su bien, el ser
humano también, pero lo hace –si es que lo hace– libremente. Esto resulta en que si el
ser humano ha de alcanzar su plenitud como persona tiene que moverse a sí mismo para
lograrlo y, por lo mismo, también es posible que el ser humano libremente tome
decisiones que lo lleven a vivir una vida frustrada. Pongámoslo de otra manera: por su
voluntad libre el hombre hace lo que quiere. Todo el que quiere algo lo quiere porque le
atrae, porque le parece bueno (nadie quiere algo porque sea malo, nadie quiere tomar
una mala decisión cuando decide algo). Pero lo bueno no es bueno porque uno lo quiera,
sino porque es adecuado, porque corresponde, a la naturaleza humana. Por lo mismo, el
que elige libremente algo que lo daña como persona no está haciendo –en un sentido
profundo– lo que, en el fondo, quiere. (Por lo mismo, una libertad dirigida hacia un mal es,
finalmente, una libertad que se frustra porque no logra alcanzar su objeto propio.)

De alguna manera esto supone una cierta dificultad para la vida humana: si un ser
humano va a llegar a ser buena persona, si va a llegar a alcanzar una vida plena o
lograda, tiene que realizar acciones que perfeccionen sus capacidades, pero además
tiene que realizarlas libremente. Si realiza acciones que son buenas para él como persona
(como decir la verdad, por ejemplo, o cumplir una promesa) pero las realiza a la fuerza, no
llega a ser buena persona, porque –en el fondo– no son plenamente suyas, propias. Si
realiza acciones voluntarias, pero que van en contra de lo que significa ser humano (como
3
Se puede agregar, además, que para guiar la vida del ser humano no basta el simple
conocimiento de la naturaleza humana. Lo que muestra la ley natural ha de ser concretada en
leyes civiles, costumbres y normas, que pueden ser diversas en diversas sociedades, sin ir en
contra de la ley natural. Así, por ejemplo, el deber de educar a los hijos se concreta –en algunas
sociedades– enviando a los hijos a la escuela. Por otra parte, si una ley civil –por la corrupción de
la sociedad– va en contra de la ley natural (una ley que permitiera el infanticidio o la esclavitud, por
ejemplo) sería un deber de todos aquellos que quieren llegar a ser buenos como personas, no
reconocer esa ley y desobedecerla, si fuese el caso.
preferir la comodidad de una ideología antes que buscar la verdad) tampoco llega a su
plenitud como persona4.

Preceptos de la ley natural


1) Contenido de la ley moral natural.

- Hemos dicho que conocemos el contenido de la ley moral natural observando las
tendencias que son naturales en el ser humano.

- Haremos aquí mención de las más importantes de ellas desde dos puntos
de vista:

- Desde el punto de vista de lo urgente

- Desde este punto de vista podemos distinguir las siguientes tendencias o


apetitos:

1º. La tendencia a la supervivencia, o sea, de conservar la vida, el


más común de todos los apetitos.
2º. La tendencia a reproducir la vida, que opera en beneficio de la
especie, y que tiene también una gran fuerza.
3º. La tendencia a hacer de la vida algo propiamente humano: los
otros dos apetitos los compartimos con los animales; pero la tendencia o apetito de
conocer la verdad última del universo, de crear y contemplar belleza, de amar, de
compartir la amistad y mil otras cosas de este tipo, hacen de la vida algo verdadera y
exclusivamente humano.

- Desde el punto de vista de lo importante

- Desde este punto de vista, lo más importante está constituido por aquellas
tendencias que hacen de la vida algo propiamente humano; o sea, el amor, el
conocimiento, etc., que en la enumeración anterior hemos puesto en tercer lugar.

- Por eso es que, en aras de satisfacer estas tendencias, el ser humano


está dispuesto incluso a contrariar su apetito de supervivencia (el caso de tantos héroes o
mártires que dan la vida por quienes aman), o su tendencia a reproducir la vida (el caso
de tantos seres humanos que renuncian a tener una familia propia para consagrarse al
servicio de los demás).

- De la consideración de estos apetitos el ser humano ya puede, sin


intervención de una ciencia ética refinada, derivar una serie de leyes morales que deben
ser observadas, como no matar, no mentir, no robar, etc.

4
Esto es lo propio del ámbito de lo racional, de lo humano. En el ámbito puramente físico la libertad
no tiene mayor relevancia: si a un enfermo se le da un remedio contra su voluntad, igualmente se
sana; si a una persona que se ha ensuciado se la lava a la fuerza, queda limpia. Por el contrario, si
a una persona se le obliga decir la verdad bajo amenazas, no llega a ser una persona honesta.
- estas leyes morales constituyen los primeros principios de la moral,
luego a partir de un proceso deductivo se descubren los otros preceptos morales.

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