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¿Qué es ser cristiano?

“… me fui a buscar a un cura y le dije: «Padre, quiero ser cristiano» Me dijo: «¿Es que no está
usted bautizado?». Le contesté: «Sí, estoy bautizado». «¿Ha hecho la primera comunión?». «Sí».
«Entonces, ¿quiere confesarse?». «No», respondí yo. Me daba cuenta de que aquel vestido de
primera comunión, aquellas catequesis que me habían dado en el colegio, no me bastaban. En un
determinado momento de mi vida, a los 16 años más o menos, me quité aquel vestido porque me
venía estrecho, me quedaba pequeño. ¡Me lo quité! Le dije a aquel sacerdote: «Quiero ser
formado, quiero ser cristiano». Pero él no sabía qué hacer conmigo. No había, en las parroquias
una escuela para hacer a uno cristiano: ¿y si un filósofo, un ateo, quiere ser educado en la fe? No
sabiendo qué hacer conmigo, pensó mandarme a Cursillos de Cristiandad. Acudí y los Cursillos me
ayudaron, me quitaron muchos prejuicios que tenía contra la Iglesia, contra el Vaticano, contra las
parroquias, contra los curas... prejuicios que venían de mis amigos marxistas que no soportaban

las estructuras, etc., todas esas ideas que tiene la izquierda, sobre todo la izquierda española. ”
Kiko Arguello, -El kerigma en las chabolas con los pobres (2012)

¿Es ya demasiado tarde para ser un cristiano?


"Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar
otra vez en el seno de su madre y nacer?»
Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de
Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios»" 
Juan 3, 4-5

Esta frase ilustra el espíritu de esta pregunta; volver al seno de la Iglesia, volver a nuestra Madre,
la Virgen, de forma que ella regenere en nosotros la semilla que llevamos dentro por el Bautismo,
y hacer que esta semilla crezca.

“Se quedaba tan impresionado de lo que yo le decía sobre Jesucristo que quería que yo convirtiera
a todo el clan. Siempre me insistía con eso y me decía: «¡Ven a mi casa!» y me llevaba con él.
Recuerdo que una vez me llevó a una cueva, toda oscura, llena de gitanos y quinquis. No se veía
nada. Me dijo: «¡Háblales de Jesucristo!». «¿Yo?». «Sí. Habla de Jesucristo». «¡Pero si yo no sé
hablar de Jesucristo! ¿Qué quieres que diga? ¿Las catequesis de Cursillos?». Los gitanos no sabían
leer ni escribir. Si les dices cuatro palabras abstractas ya no te escuchan, no te siguen. ¿Cómo se
puede hablar a gitanos analfabetos que no saben nada? ¿Cómo es posible? Pero él me forzaba a
hablar. Yo me preguntaba: «¿Cómo hablarían los Apóstoles? ¿Cómo predicaban los Apóstoles?».
Había en la cueva muchas mujeres gitanas, de esas que llevan faldas largas de colores y piden
limosna por la calle, que venden cosas, etc. Empecé a hablar de Adán y Eva o algo así. Se levantó
una mujer al fondo y me dijo: «¿Usted lo ha visto?». Erala madre del jefe. Y el jefe: «¡Mamá,
cállate, estate quieta!». Y la mujer siguió: «¿Usted ha visto a un muerto que ha vuelto del
cementerio? Yo sólo sé una cosa: que mi padre se murió y ya no ha vuelto a casa. “Una mano” en
el cielo hay, pero yo no creo ni en los curas ni en nadie. Si usted ha visto un muerto que ha vuelto
del cementerio, yo le escucho. Si no, ¡se acabó! ¡Vámonos de aquí!». Y se levantaron todas las
mujeres y se acabó la reunión. La mujer me enseñó mucho, porque en aquel momento — como
ese quinqui quería que hablase de Jesucristo— me estaba preguntando cómo predicaban los
Apóstoles. Leía la Escritura todos los días y había encontrado un episodio en los Hechos en el que
el gobernador Festo le dice al rey Agripa: «Tengo un prisionero muy interesante, me gustaría que
le escuchases. Habla de un hombre muerto que vive; que estaba muerto, pero que ahora está
vivo» (cf. Hch 25, 14-19). En ese texto entendí que de todas las conversaciones que tenía Festo con
Pablo, lo único que había entendido ese pagano era que Pablo hablaba de un muerto que había
vuelto del cementerio. Y aquella mujer me había dicho que lo único que habría aceptado escuchar
era exactamente si yo había visto a un muerto resucitado, algo que demostrase que después de la
muerte hay vida; que lo demostrase de verdad. «¿Tú has visto a un resucitado? Si no, no te
escucho. No quiero sermones».”

Kiko Arguello, -El kerigma en las chabolas con los pobres (2012)
No nos dejes caer en la Tentación
Muchas veces tenemos confusión al tratar de diferenciar entre el pecado y la tentación,
resultando muy difícil poner racionalidad humana a la frontera entre ambos conceptos en el día a
día. Sin embargo, son cosas muy distintas. Todos estamos expuestos a sufrir la tentación, ya que
esto es parte de nuestra naturaleza humana impura. No nacimos libres de pecado, como Adán y
Eva si lo fueron antes de perder la gracia de Dios y condenarnos a todos a vivir expuestos a la
mancha del pecado.

Nuestra naturaleza de este modo se inclina, como una fuerza de gravedad inevitable, hacia la
tentación de pecar. Pero esto es parte de la prueba a la que Dios nos somete, para poder purificar
nuestras almas y ganarnos la entrada al Reino del Cielo.

Dios permite la existencia del mal, ya que éste es el modo en que nos da el libre albedrío
necesario, la facultad de demostrarle que podemos vencer y llegar a la santidad, meta obligada de
todo cristiano. Venciendo la tentación!.

Pero es importante entender que en la tentación intervienen tres partes, hay tres interesados:

1. El alma sometida a la tentación. La persona que enfrenta la tentación a veces coquetea con la
misma como un niño que juega con un cuchillo, o como alguien que camina distraídamente al
borde del precipicio. Consciente o inconsciente de que se juega con la condenación eterna, con el
alejamiento definitivo de la Salvación, el alma convive con la tentación y facilita la caída en el
pecado, como buscando el propio daño o la destrucción. Otras almas, conscientes del peligro,
buscan permanentemente alejarse de la tentación en cuanto la misma (irreversiblemente frente a
nuestra naturaleza de pecadores) se hace presente. Alejarse de la tentación es parte central del
trabajo del alma, para evitar caer finalmente en el pecado.

¿Qué entendieron ustedes?

2. Satán mismo. El príncipe de este mundo está muy interesado en la tentación, la promueve, la
estimula. Su motivación es ver caer al alma en el pecado, en la condenación, para ver de este
modo fracasada la obra de la Salvación. El maligno se regodea en que las almas convivan con la
tentación, y finalmente caigan en el pecado. No siempre el demonio tiene que trabajar
activamente en promover el mal, ya que muchas veces son las propias almas las que hacen su
trabajo, viviendo activamente una vida de permanente juego entre la tentación y el pecado.

¿Qué entendieron ustedes?

3. Dios!. La Santísima Trinidad también está muy interesada en la existencia de la tentación, ya


que es el modo de someternos a la prueba, y de vernos salir vencedores. El hecho de que el alma
enfrente la tentación y la venza, es la victoria más hermosa que el Cielo puede esperar. Es el éxito
frente a la naturaleza humana, que nos empuja hacia abajo, logrando subir en nuestro estado de
santidad, en nuestro camino de crecimiento espiritual.

¿Qué entendieron ustedes?


De este modo, son varias las partes que intervienen en nuestro cotidiano proceso de enfrentar las
debilidades de nuestra naturaleza humana, nuestra natural orientación hacia las debilidades de la
carne, del exceso de racionalidad, de la falta de entrega a la Voluntad de Dios.

Es por eso que el propio Cristo nos enseñó a rezarle al Padre Eterno, pidiendo no nos dejes caer en
la tentación. El Señor quiere nuestra salvación, porque El es el único Salvador. El maligno quiere
nuestra condenación, y Dios permite su actuar como modo de someternos a nuestra prueba.
Nuestra alma, mientras tanto, es la que tiene que optar, sujeta a su libre albedrío. Debemos no
solo reconocer a la tentación cuando ésta se presenta, sino también debemos alejarnos
inmediatamente de ella.

Nunca se llega al pecado sin haber antes perdido la batalla frente a la tentación. ¡Sepamos
reconocerla, y apartemos a nuestra alma de ella!.

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