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El financiamiento de la

educación
06/08/2015, 05:11 PM

“El fracaso de la educación estatal, combinado con el cambio en las


economías emergentes desde la agricultura hacia trabajos que al
menos requieren una modesta educación, ha causado un crecimiento
desmedido de la educación privada. De acuerdo con el Banco
Mundial, en los países en desarrollo, alrededor de un quinto de los
niños en escuelas primarias están inscritos en escuelas privadas, el
doble de la proporción que existía hace veinte años. ... Los gobiernos
tienden a ver la educación como un trabajo del Estado. A Los
sindicatos de maestros no les gustan las escuelas privadas. Las ONG
tienden a oponerse ideológicamente al sector privado.” The
Economist, agosto de 2015

El financiamiento de la educación es un enorme desafío en cualquier


sistema educativo. Es un tema que tiende a ser permeado por las
posiciones ideológicas, más que por los criterios de eficiencia y
equidad que deben predominar al abordar una cuestión tan
fundamental en la sociedad contemporánea. Se da por un hecho que
el gobierno debe financiar toda la educación, desde primaria hasta la
universitaria, en el entendido de que tratándose de un bien público
debe ser provisto por el Estado. Los problemas surgen cuando
repensamos el mecanismo mediante el cual el gobierno debe
intervenir para garantizar que sus ciudadanos tengan acceso a una
educación de calidad que teóricamente todos defendemos. Establecer
el debate, sin embargo, como una dicotomía entre lo público y lo
privado es una simplificación extrema que no hace justicia a las
distintas modalidades que pueden darse entre esos extremos.

La educación pública es un hecho incontrovertible. Pero, dado que los


segmentos más pobres de la población sólo tienen acceso a ese tipo
de educación es una responsabilidad del Estado garantizar que los
niveles de calidad sean comparables con el resto del sistema
educativo privado. Esto nos lleva a la perspectiva de visualizar el
financiamiento como una herramienta para promover la calidad
educativa. Es el viejo debate: financiamiento de la oferta versus
financiamiento de la demanda. El primero se refiere a que el
financiamiento del gobierno debe ir directamente a las instituciones de
educación –públicas o privadas. El segundo, postula que debe ser el
estudiante el receptor de ese financiamiento y tener la libertad de
elegir a qué centro asistir. Normalmente, la educación pública se
siente amenazada con la posibilidad de que el estudiante ejerza su
derecho a elegir el centro educativo que considere más apropiado a
sus intereses. Si la calidad de la educación –tanto pública como
privada- es comparable no hay por qué temer a quedarse sin
demanda. La resistencia a un modelo de financiamiento basado en la
demanda revela que el verdadero interés es perpetuar los intereses
creados alrededor de la educación pública.

La calidad educativa no podrá alcanzarse, si el financiamiento no está


ligado a indicadores que reflejen el buen desempeño de una
institución educativa. No puede ser un cheque en blanco para que en
nombre de la autonomía los recursos sean utilizados ineficientemente.
Además de un sistema de selección –los que no logren pasar por ese
filtro debieran tener la opción de una carrera técnica- la política de
baja estudiantil debiera aplicarse rigurosamente. En realidad, el
acceso a la educación superior no debe implicar una política de
puertas abiertas que ponga en conflicto a la eficiencia con la equidad.
Si predomina exclusivamente el criterio de equidad y se relajan los
métodos de evaluación se estarían lanzando al mercado profesionales
sin competencias que no encontrarían una oportunidad digna para
colocarse en el mercado laboral. Por el contrario, terminarían
desempeñando trabajos por debajo de su titulación académica pero
acordes con la formación adquirida, con la desventaja de que pasaron
cuatro años o más en la universidad cuando las mismas competencias
pudieron haber sido adquiridas mediante una formación técnica de dos
años. En otras palabras, los costos de financiación habrían sido
innecesariamente duplicados.

Pero al final, una mayor calidad de la educación superior dependería


de que las universidades compitan en el mercado estudiantil y que los
estudiantes meritorios, independientemente de su condición social,
puedan acceder a la universidad de su preferencia, en contraste a
verse forzados a elegir una institución superior solo bajo la
condicionante de que no pueden costearse algo mejor. En el caso de
un estudiante con la doble condición de meritorio y pobre solo el
Estado puede garantizar su derecho a elegir la mejor educación
posible a través del financiamiento correspondiente.

El sistema educativo no puede ser un reproductor de los patrones de


pobreza de la sociedad; debe ser, en cambio, una oportunidad para
que los más pobres puedan romper el asfixiante cordón de miseria
que parece perpetuarse de generación en generación. La educación
está supuesta a ser la herramienta por excelencia para romper con
esa tendencia inercial de la pobreza a reproducirse viciosamente. Pero
solo el financiamiento de la demanda puede hacer posible una
realidad que para los pobres luce abrumadoramente lejana.

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