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El documento discute el financiamiento de la educación. Señala que la educación privada ha crecido debido al fracaso de la educación estatal y los cambios económicos. Los gobiernos, sindicatos de maestros y ONG tienden a oponerse a la educación privada. El financiamiento de la educación debe guiarse por la eficiencia y equidad más que por posiciones ideológicas. Debe garantizarse que los pobres tengan acceso a educación de calidad pública o privada. El financiamiento debería apoy
El documento discute el financiamiento de la educación. Señala que la educación privada ha crecido debido al fracaso de la educación estatal y los cambios económicos. Los gobiernos, sindicatos de maestros y ONG tienden a oponerse a la educación privada. El financiamiento de la educación debe guiarse por la eficiencia y equidad más que por posiciones ideológicas. Debe garantizarse que los pobres tengan acceso a educación de calidad pública o privada. El financiamiento debería apoy
El documento discute el financiamiento de la educación. Señala que la educación privada ha crecido debido al fracaso de la educación estatal y los cambios económicos. Los gobiernos, sindicatos de maestros y ONG tienden a oponerse a la educación privada. El financiamiento de la educación debe guiarse por la eficiencia y equidad más que por posiciones ideológicas. Debe garantizarse que los pobres tengan acceso a educación de calidad pública o privada. El financiamiento debería apoy
“El fracaso de la educación estatal, combinado con el cambio en las
economías emergentes desde la agricultura hacia trabajos que al menos requieren una modesta educación, ha causado un crecimiento desmedido de la educación privada. De acuerdo con el Banco Mundial, en los países en desarrollo, alrededor de un quinto de los niños en escuelas primarias están inscritos en escuelas privadas, el doble de la proporción que existía hace veinte años. ... Los gobiernos tienden a ver la educación como un trabajo del Estado. A Los sindicatos de maestros no les gustan las escuelas privadas. Las ONG tienden a oponerse ideológicamente al sector privado.” The Economist, agosto de 2015
El financiamiento de la educación es un enorme desafío en cualquier
sistema educativo. Es un tema que tiende a ser permeado por las posiciones ideológicas, más que por los criterios de eficiencia y equidad que deben predominar al abordar una cuestión tan fundamental en la sociedad contemporánea. Se da por un hecho que el gobierno debe financiar toda la educación, desde primaria hasta la universitaria, en el entendido de que tratándose de un bien público debe ser provisto por el Estado. Los problemas surgen cuando repensamos el mecanismo mediante el cual el gobierno debe intervenir para garantizar que sus ciudadanos tengan acceso a una educación de calidad que teóricamente todos defendemos. Establecer el debate, sin embargo, como una dicotomía entre lo público y lo privado es una simplificación extrema que no hace justicia a las distintas modalidades que pueden darse entre esos extremos.
La educación pública es un hecho incontrovertible. Pero, dado que los
segmentos más pobres de la población sólo tienen acceso a ese tipo de educación es una responsabilidad del Estado garantizar que los niveles de calidad sean comparables con el resto del sistema educativo privado. Esto nos lleva a la perspectiva de visualizar el financiamiento como una herramienta para promover la calidad educativa. Es el viejo debate: financiamiento de la oferta versus financiamiento de la demanda. El primero se refiere a que el financiamiento del gobierno debe ir directamente a las instituciones de educación –públicas o privadas. El segundo, postula que debe ser el estudiante el receptor de ese financiamiento y tener la libertad de elegir a qué centro asistir. Normalmente, la educación pública se siente amenazada con la posibilidad de que el estudiante ejerza su derecho a elegir el centro educativo que considere más apropiado a sus intereses. Si la calidad de la educación –tanto pública como privada- es comparable no hay por qué temer a quedarse sin demanda. La resistencia a un modelo de financiamiento basado en la demanda revela que el verdadero interés es perpetuar los intereses creados alrededor de la educación pública.
La calidad educativa no podrá alcanzarse, si el financiamiento no está
ligado a indicadores que reflejen el buen desempeño de una institución educativa. No puede ser un cheque en blanco para que en nombre de la autonomía los recursos sean utilizados ineficientemente. Además de un sistema de selección –los que no logren pasar por ese filtro debieran tener la opción de una carrera técnica- la política de baja estudiantil debiera aplicarse rigurosamente. En realidad, el acceso a la educación superior no debe implicar una política de puertas abiertas que ponga en conflicto a la eficiencia con la equidad. Si predomina exclusivamente el criterio de equidad y se relajan los métodos de evaluación se estarían lanzando al mercado profesionales sin competencias que no encontrarían una oportunidad digna para colocarse en el mercado laboral. Por el contrario, terminarían desempeñando trabajos por debajo de su titulación académica pero acordes con la formación adquirida, con la desventaja de que pasaron cuatro años o más en la universidad cuando las mismas competencias pudieron haber sido adquiridas mediante una formación técnica de dos años. En otras palabras, los costos de financiación habrían sido innecesariamente duplicados.
Pero al final, una mayor calidad de la educación superior dependería
de que las universidades compitan en el mercado estudiantil y que los estudiantes meritorios, independientemente de su condición social, puedan acceder a la universidad de su preferencia, en contraste a verse forzados a elegir una institución superior solo bajo la condicionante de que no pueden costearse algo mejor. En el caso de un estudiante con la doble condición de meritorio y pobre solo el Estado puede garantizar su derecho a elegir la mejor educación posible a través del financiamiento correspondiente.
El sistema educativo no puede ser un reproductor de los patrones de
pobreza de la sociedad; debe ser, en cambio, una oportunidad para que los más pobres puedan romper el asfixiante cordón de miseria que parece perpetuarse de generación en generación. La educación está supuesta a ser la herramienta por excelencia para romper con esa tendencia inercial de la pobreza a reproducirse viciosamente. Pero solo el financiamiento de la demanda puede hacer posible una realidad que para los pobres luce abrumadoramente lejana.