Está en la página 1de 1

ALÉTHEIA y DOXA

Por: Mateo Calderón


En la olvidada Elea, que hoy los ignaros dan por muerta,
el sabio griego levantó, ad eternum, el arcaico velo negro
que ocultaba la luz en el horizonte mítico.
Tales son sus versos épicos.

Las epopeyas homéricas advienen a su ocaso


ante la razón que imperará en la Atenas antigua.
Y la Doxa augura su fin en el ente desvelado.
Cuán equivocados estaban los oráculos,
imputando visiones divinas
a solis ortu usque ad occasum.

La diosa Verdad se encargará de figurar


para los hombres el camino de lo que es y,
consecuentemente, de distanciar lo que no es.
Como el sol, tal es la belleza de la Alétheia.

El pensar de los griegos clásicos vislumbró


el acierto; por eso son lúcidos. Platón
quiso representar la Verdad del eleata,
y nos dejó, stricto sensu, la Alegoría
más sublime conocida jamás.

Los ignaros, hijos del oscurantismo,


se guarecieron en el arcaico velo negro y
declararon, bajo el nombre de Dios, que ser y no ser es lo mismo.
De ellos es la literatura más pérfida. Las Confesiones
de Agustín de Hipona y la Summa de Tomás de Aquino,
divagan ahí, ad infinitum.
Como las tinieblas, tal es la oscuridad de la Doxa.

Desde entonces, el Ser se ha visto bajo el cielo opaco del no ser,


batallando una guerra por la Alétheia de los hombres. De esa
disimilitud la literatura es testiga.
La Iglesia suprime el Ser. Hamlet duda del Él.
Hölderlin, incomprendiéndolo, prefiere callarlo.
Heidegger lo ve en el lenguaje y le pide que hable.
Borges lanza una flecha poética
que lleva en su punta un espejo y lo refleja.
Parménides no ha muerto.

También podría gustarte