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La Batalla de Horcas Caudinas (321

aC.)
La primera de las grandes derrotas, o más bien la más deshonrosa, que sufrió la
República de Roma fue durante las denominadas guerras Samnitas, sucedidas
durante la conquista de la Península itálica.  A mediados del siglo IV aC., la
República de Roma contaba con apenas los territorios del actual Lacio
conquistados en las guerras latinas. Mientras, sus vecinos los Samnitas se
localizaban en torno a las montañas del centro sur de Italia.

El principal motivo del conflicto vino de la necesidad de ambos de la conquista de


las ricas tierras de la Campania. Los primeros en dirigirse hacia estas tierras para
hacerse con ellas fueron los Samnitas, ante dicha agresión las autoridades de
Capua, la capital de la Campania, fue la de entregar a Roma sus territorios. Ante
tal sorpresa Roma se ve obligada a exigir a los Samnitas su retirada, la negativa
de estos condujo a la primera de las tres guerras Samnitas (343-341 aC.)

El resultado fue confuso, posiblemente debido al temor mutuo de que su lucha


fuera aprovechada por terceros, en el caso de los romanos el temor venia de los
galos del norte, mientras que los Samnitas temían un ataque marítimo de los
espartanos. De esta manera pasaron los años, mientras ambos contendientes se
preparaban para el nuevo asalto.

La batalla de Cannas, agosto del 216


aC.
Sin duda, la más sonada derrota de Roma durante toda su historia, tuvo lugar
durante la segunda de las guerras púnicas. Estas comenzaron  con la toma de
Sagunto por las tropas cartaginesas de Aníbal en el año 218 aC. Luego tras pasar
el invierno preparando la guerra, la suerte estaba echada.

Aníbal conocía  que los planes de Roma podían ir encaminados a la toma de


Cartago, la capital africana del Imperio Cartaginés. Por lo que hizo buena la teoría
que la mejor ofensa es un buen ataque, en una de las más célebres imágenes de
la historia cruzó los Alpes en el mes de Agosto del año 218 aC., con él iban 50.000
hombres a pie, 9.000 a caballo y 37 elefantes. La intención de Aníbal era ir
reclutando por el camino enemigos de Roma que se sumaran a su causa, a su
llegada a Italia las primeras victorias elevaron su moral, y además contó con la
ayuda de los galos, por lo que la reposición de cartagineses estaba asegurada.
El año siguiente, 217 aC., las victorias siguieron sonriendo al ejército cartaginés,
que pronto vio como Roma podía caer a sus pies, pero posiblemente el temor a un
largo asedio frenó las aspiraciones de Aníbal. Pero lo cierto es que todavía
quedaba la mayor derrota de Roma pendiente.

La Batalla de Carras, junio del 53 aC.


En el año 60 aC., se estrena lo que la historiografía ha denominado el primer
triunvirato de Roma. Es decir una especie de pacto encubierto entre tres
destacados generales romanos, véase, Pompeyo, Julio Cesar y Craso, para el
control de una República de Roma sumida  en una interminable crisis política.

A pesar de las enormes diferencias entre ellos, consiguieron comandar los


designios de la República hasta el año 55 aC., año en que se ven obligados a
reunirse en Luca, para controlar los movimientos políticos de la clase más
conservadora del Senado. Tras la renovación del pacto del triunvirato, Julio Cesar
seguiría en la Galias, Pompeyo era designado para el control de Hispania pero
ejerciendo desde la misma Roma a través de legados. Por último a Craso se le
designó la administración de la provincia romana de Siria, es en este punto
cuando empieza el problema.

La matanza de Teutoburgo en el 9 dC.


Nos encontramos ante la única de las batallas que presentamos hoy, que ocurrió
durante el recién estrenado Imperio romano. Tras la llegada al poder de Augusto
en el año 27 aC., se desvelaron sus planes respecto a la zona norte del Rin. Estos
pasaban por establecer una nueva provincia romana, denominada Germania,
aunque de facto nunca se llegó a hacer debido entre otras causas a la matanza de
Teutoburgo.

En el año 7 dC., Augusto envía a Quitilio Varo, hombre de confianza y yerno de


Agripa, al mando de tres legiones al interior de los territorios germanos, con la
labor de pacificar y consolidar dicha provincia. El modus operandi de estas
legiones era ocupar dicho territorio durante los veranos, para ir consolidando las
tradiciones romanas y de paso ejecutar los correspondientes impuestos
imperiales. Tras el verano y ante la llegada del crudo invierno las legiones se
retiraban a los  reforzados campamentos  en torno al río Rin.

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