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Historia y Cultura 2

Grupo: Economía
Mgtr. Diana Ramos Icanaqué

La resistencia de la población judía1

Hablar de resistencia judía en Alemania puede parecer sorprendente. En efecto, ¿quién


no conoce el terrible destino que sufrió la población judía alemana? Las cifras dan buena
cuenta de ello, pero de manera abstracta, más allá del sufrimiento individual de tantas
personas que se consideraban buenos y leales alemanes, que amaban a su patria, Alemania,
y que se sentían protegidos por un sólido Estado de derecho. De golpe, se vieron expuestos
a una terrible persecución por parte del mismo pueblo que anteriormente les había
concedido el derecho de ciudadanía.
Cuando Hitler llegó al poder, en Alemania residían 525.000 “judíos completos”2, según
la clasificación racial de los nazis; es decir, con ascendientes judíos hasta un segundo grado
y practicantes de la religión mosaica. Los cuatro quintos de los mismos eran ciudadanos
alemanes. Unos 278.000 emigraron entre 1933 y octubre de 1938, fecha en que se prohibió
la emigración (…). Cuando la guerra estalló Alemania contaba con un aproximado de
150.000 y 200.000 judíos.
¿Cuál fue la actitud del pueblo alemán hacia los judíos? ¿Cómo reaccionaron estos
últimos ante la toma del poder por Hitler y cuáles fueron las etapas de su calvario? Todas
estas cuestiones deben ser abordadas, aunque sea brevemente, para comprender mejor las
circunstancias en las que se formó la resistencia judía y su margen de actuación.
El antisemitismo, fue uno de los fundamentos de la ideología nacionalsocialista. El
antisemitismo nazi, que se basaba en la teoría racial primitiva, producto del cientificismo
del siglo XIX, hacía a los judíos responsables del capitalismo y del comunismo, ambos
interpretados como manifestaciones del poder oculto y nefasto del poder oculto y nefasto
del “judaísmo mundial”. (…) Aunque este antisemitismo no fue acogido por todos los
alemanes, el pueblo (después del boicot de las tiendas judías decretado por Goebbels) no
parecía querer seguir a Hitler en su proyecto de exterminio de la población judía a pesar de
la propaganda antisemita que se difundía masivamente desde hacía muchos años. Por
consiguiente, era necesario esconder la terrible verdad de la “Solución Final” a los
alemanes3. Es cierto que en su gran mayoría éstos se mostraron bien indiferentes, a veces
molestos, ante la persecución de sus vecinos judíos. La voluntad de minimizar los hechos
fue bastante frecuente. Por otro lado, ayudar a los vecinos judíos atacados por los nazis
podía ser peligroso no sólo para el que actuaba a favor de los judíos, sino también para toda
la familia. Por tanto la indiferencia de los alemanes se debía en gran medida al miedo por
sus propias personas. Es cierto que hubo denuncias, como ocurre siempre que el Estado de

1 Koehn, Barbara (2005). La resistencia alemana contra Hitler. Madrid: Alianza Editorial. 135-147
2 Después de 1935, es decir, después de las leyes raciales de Nuremberg, esta expresión fue sustituida por la de “judíos
de raza”.
3 Por esto el exterminio de los judíos tenía lugar en los campos construidos para ello en el este, fuera de las fronteras de

Alemania.
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Derecho es abolido. Algunos alemanes se llegaron a enriquecer gracias a la adquisición de


bienes judíos a precio de saldo. Pero de ahí a concluir que el pueblo alemán en su conjunto
aprobaba la persecución y exterminio de la población judía, que lleva “genes” antisemitas,
como algunos autores han afirmado recientemente, constituye una generalización
apresurada e incluso sorprendente. Por otra parte la ayuda que algunos alemanes prestaron a
los judíos la contradice. Asociaciones protestantes y católicas, como los cuáqueros, pero
también individuos aislados, asistieron a los judíos, ora ayudándolos a abandonar
Alemania, ora ocultándolos. En Berlín, 5.000 judíos fueron escondidos y salvados (…). Es
verdad que se trata de un número ínfimo si se compara con los desaparecidos, pero
constituye la prueba de que existían alemanes que arriesgaron sus vidas y de las de sus
allegados para salvar a personas judías de la deportación y muerte.
¿Podría la población judía alemana haber previsto e impedido la catástrofe que se
avecinaba? Su reacción ante la llegada del poder de Hitler muestra lo contrario. La opinión
judía fue muy diversa y vaciló demasiado como para disuadir al nuevo régimen de cometer
sus excesos antisemitas y alarmar al extranjero. En efecto, profundas divergencias de
intereses y de ideología oponían a los sionistas, a los representantes de la burguesía liberal
y a los judíos nacionalistas de derecha. Cada uno de estos grupos tenía una opinión
diferente sobre la actitud que era necesario mostrar frente al nacionalismo. Para los
sionistas, claramente los menos numerosos, el nacionalismo hitleriano que atacaba con
vehemencia a los judíos asimilados, contra los que ellos también luchaban, los confirmaba
en su proyecto político nacional. Así, les parecería que la ideología de Hitler actuaba para
su propia causa. (…) En cuanto a la burguesía liberal y la demócrata judía, esperaba que las
cosas se calmaran pronto y confiaban en la presión del extranjero (…) Los judíos
nacionalistas alemanes estaban convencidos de que el apego nacionalista hacia Alemania
que habían demostrado tantas veces los protegería de los excesos antisemitas de la plebe.
¡Trágico error! Eran precisamente los judíos asimilados, claramente los más numerosos, los
que Hitler consideraba como sus adversarios, ya que reclamaban la ciudadanía alemana sin
ser de raza alemana. Por lo contrario, las relaciones de Hitler con los sionistas eran muy
diferentes: éstos últimos no ponían en peligro la pureza de la raza nórdica de los alemanes,
ya que aspiraban a la reconquista y reconstrucción de Eretz Israel. Los judíos asimilados
eran los únicos merecedores de odio, porque se confundían con la nación alemana y
pretendían enriquecerla con la especificidad judía.
Poco a poco y por etapas sucesivas, Hitler logró aislar a la gran masa de judíos
asimilados, que se vieron, por tanto, obligados a contar únicamente con sus propios medios
para resistir la persecución. Este calvario empezó con la introducción, el 7 de abril de 1933,
de la ley de purificación de la función pública alemana. Todos los judíos que no eran
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veteranos de la Primera Guerra Mundial4 fueron despedidos como resultado de esta ley
antijudía y antimarxista y, evidentemente, ningún judío podía aspirar ya a convertirse en
funcionario. Algunos días antes del 7 de abril tuvo lugar el boicot decretado por Goebbels,
ya mencionado de las tiendas y bancos, de los abogados y médicos judíos, como respuesta a
las críticas efectuadas por los medios judíos extranjeros. Muchos judíos consideraron (…)
este boicot como un incidente lamentable, pero previsible e incluso explicable, y pensaron
que las cosas se iban a arreglar con el paso del tiempo. La mayoría no quería abandonar
Alemania a pesar de esta primera acción intimidatoria destinada a hacerlos emigrar. Los
37.000 judíos que abandonaron Alemania en 1933 provocaron las sonrisas de los que
todavía estaban se sentían seguros. Como muchos alemanes, los judíos alemanes también se
hacían muchas ilusiones sobre la duración del nuevo régimen. (…)
El primer golpe tuvo lugar en 1935 con las leyes raciales de Nuremberg. Todos los
funcionarios judíos que todavía ocupaban su cargo fueron despedidos. El presidente Paul
von Hindenburg ya había muerto y Hitler acumulaba sus funciones de canciller y de
presidente del Reich. Por consiguiente, podía poner en práctica su política antijudía (…)
Las Leyes de Nuremberg separaban a los judíos de los mestizos e impedían los
matrimonios entre judíos y alemanes, así como cualquier asociación comercial entre judío y
un ario. Se excluyó a los judíos de la ciudadanía del Reich, pero les dejó la ciudadanía
local. Se impuso graves penas a los matrimonios judíos y alemanes.
En este momento, muchos judíos alemanes comenzaron a pensar en la emigración. Pero
he aquí que los países europeos se mostraban reticentes y ponían condiciones a los
candidatos a la emigración. Es cierto que querían acoger a judíos, pero únicamente en un
número restringido y, sobre todo, a los artesanos. Los intelectuales no eran bien recibidos
por razones que no son difíciles de entender. La representación nacional judía organizó
(…), con motivo de estas restricciones, cursos de aprendizaje para transformar a médicos,
juristas, profesores y artistas en cordoneros, sastres, peluqueros, etc. Incluso ofreció cursos
de lengua extranjera para que la integración fuera más fácil. Sin embargo, había judíos que
no podían vivir fuera de Alemania, tan grande era el apego al pueblo alemán. Muchas
personas que habían emigrado volvieron a Alemania (…) en algunos casos porque no
podían soportar la vida en Palestina, el comportamiento de sus habitantes, el clima y la
pobreza omnipresente.
1938 fue el año trágico de la primera persecución masiva, que debilitó (…) la situación
de los judíos en Alemania. Tenían que aceptar ser tratados como alemanes y llevar en sus
pasaportes y carnets de identidad la letra “J”, que indicaba que eran una minoría aislada en
el seno del pueblo alemán. Se les impusieron nombres típicamente judíos, nombres que
tenían que añadir a los suyos propios: Sara para las mujeres e Israel para los hombres. Los

4El presidente Paul von Hindenburg había logrado de Hitler el compromiso de no molestar a los judíos veteranos de la
Gran Guerra.
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recién nacidos tenían que llevar nombres hebreos fijados por las autoridades. Se les
prohibieron nombre germánicos como, Walter, Siegfried, Siegmund, Albert, que tanto
utilizaban los judíos alemanes como prueba de su integración en la nación alemana. Había
que informar a las autoridades de todas las fortunas que superaban los 5.000 Reichsmark.
Los médicos y abogados judíos perdieron el permiso de ejercer dentro de las fronteras del
Reich (…)
También el gobierno nazi exigió la suma de mil millones de Reichsmark a la
comunidad judía alemana, lo cual sumió a la mayoría de los judíos alemanes en la pobreza
y la indigencia. Con la “Solución Final” decretada por los nazis en 1941 comenzó el último
acto de la tragedia de los judíos alemanes. Primero se impuso que toda persona desde la
edad de seis años llevara la estrella amarilla. Las puertas de los apartamentos también
tenían que estar marcados con la estrella amarilla. De este modo, los judíos se convirtieron
en una presa fácil para sus perseguidores. Después sólo fue una cuestión de organización, a
la que se dedicaron los nazis inmediatamente. En las grandes ciudades, empezando por la
capital, Berlín, los judíos fueron reunidos a partir del 16 de octubre de 1941 y trasladados al
este. La población alemana se contentó, sin querer saber mucho más, con la tesis oficial que
afirmaba que como los judíos no eran alemanes, quedaban privados definitivamente de la
nacionalidad alemana y habían sido reagrupados y desplazados como lo fueron también los
alemanes en Francia e Inglaterra al comienzo de la guerra. Al miedo de saber demasiado, se
añadió la prohibición de los contactos entre alemanes y los judíos, y el establecimiento de
duras penas a los que la infringían. Pero entre los judíos circulaban los rumores más
terribles, se hablaba de ejecuciones masivas y se constataba con preocupación que los
deportados raramente daban señales de vida. Ante esta situación, no es cierto que los judíos
se dejaban conducir a la muerte sin resistir y sin tratar de liberarse de los planes de sus
perseguidores. En las terribles condiciones en que vivían, intentar sobrevivir ya era un acto
de resistencia. Pero hubo otras formas de resistencia contra el régimen hitleriano, actos
verdaderamente heroicos al servicio de un ideal político. Entre los judíos que se quedaron
en Alemania destacaron dos concepciones distintas de resistencia: las actividades de la
juventud y las estrategias de defensa por parte de los notables. No había lucha armada, la
situación en Alemania hacía imposible las revueltas armadas. Esa lucha se dio también en
los propios campos de concentración, claro está, que allí las condiciones eran ínfimamente
más terribles para los judíos.

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