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BRUTO SÍ ERA UN HOMBRE HONRADO (extracto)

«Los marxistas», escribió Bertolt Brecht, «son los únicos que dan respuesta a la
pregunta: ¿Qué quieres conseguir con tu novela?». Pero al final de los años veinte
Bertolt Brecht no sabía, como hoy sabemos, que el marxismo es algo anticuado. ¿Y
qué lo ha hecho anticuado? Lo ha hecho anticuado el fracaso de la revolución rusa.

Yo no me llamo Belén Gopegui. Yo no escribo novelas aunque hubo un tiempo en


que las escribí y entonces consideraba que el materialismo moderno, es decir, el
marxismo, era el modo mejor de explicar los hechos reales. Ahora no lo pienso.
Empecé a escribir novelas cuando ya había caído el muro de Berlín. Sin embargo,
entonces la revolución no había fracasado. Son las miles de bocas que han
celebrado la derrota después de que ocurriera las que la han hecho fracasar.

Aún no sabemos por qué cayó la revolución. Demasiados factores, demasiado poco
tiempo transcurrido y demasiada poca información. Pero una cosa sí sabemos. La
inmensa mayoría de los hombres y de las mujeres que disponen de uso público de
la palabra ha celebrado con júbilo la muerte de la revolución.

Si hubiera un proyecto de dar casa y abrigo a los parias de un continente y si este


proyecto fracasara, ¿no habría pesar tal vez, no habría un cierto dolor en los
discursos públicos? El proyecto de la revolución no en mucho difería de este
proyecto imaginario, aunque sí en algo fundamental. No se trataba de dar a los
parias sino de que ellos tomaran lo que por derecho, lo que por estar vivos les
correspondía. ¿Habéis escuchado en parte alguna el lamento, habéis oído decir: la
especie humana se conduele porque aquellos de los suyos que intentaron hacer
algo justo no lo pudieron terminar? Por todas partes resuenan, en cambio,
discursos satisfechos y voces de regocijo.

Yo he venido a sumarme a todas esas voces. No he venido a ensalzar la revolución


sin o a inhumar su cadáver. ¿Es que acaso había algo bueno en la revolución? ¿Es
que puede haber algo bueno en el propósito de que ningún hombre o mujer deba
vivir sometido a otro? No pregunto ahora si se llevó a cabo bien o mal ese
propósito, no pregunto si contó con el apoyo de los demás gobiernos de la tierra o
si tuvo también que combatirlos. Pregunto si era un propósito honorable, pregunto
si era bueno perseguir la justicia. Y debo responder que no lo era. Así lo dicen los
novelistas populares, los articulistas populares, los filósofos y los políticos
populares, y ellos no son anticuados.

Si hubiera sólo un árbol muy alto con cientos de manzanas en un lugar donde
vivieran cien personas. Si dos personas hubieran cercado la tierra en torno al árbol
y se encargasen de repartir y vender las manzanas caídas al suelo, las manzanas
medio podridas excavadas en la tierra. Si entonces unos cuantos hombres y
mujeres intentaran saltara la valla del cercado y trepar hasta el árbol para
recolectar las manzanas. Si esos hombres cayeran una vez arriba, ¿no habrían de
lamentarlo las otras personas, no habrían de decir: «Lo que intentaban era bueno»,
y habrían de preguntarse: «¿Por qué fracasaron?», y habrían de buscar una mejor
manera de intentarlo otra vez? Sin duda no es así, sin duda es ésta una hipótesis
equivocada, pues sólo se han oído las voces que celebrasen, las voces que repiten:
nosotros ya os decíamos que se iban a caer. Sospecháis que esas voces pertenecen
a los que han cercado el pedazo de tierra y ahora van a vender las manzanas más
caras. Algunas voces son suyas. Pero no todas. Otras pro vienen de quienes
trabajan para los propietarios del cercado. Y a menudo son voces de quienes ni
siquiera pueden trabajar, de quienes mendigan las manzanas podridas. ¿Por qué
hablan así? Porque el materialismo es algo anticuado, porque Platón ha vencido a
Aristóteles y la Justicia está fuera, y la Verdad, y la Belleza y la Literatura y las
Manzanas están fuera, fuera de este mundo. (...)

Yo no me llamo Belén Gopegui. Yo no escribo novelas. Recuerdo, sin embargo, que


la pregunta que motivó estas páginas era la pregunta por las relaciones entre el
narrador y la filosofía. Entre la narradora y la filosofía. Algunas gentes reprochan
que se hable de narradores y narradoras. (...)

Del ser se sigue el decir: el decir debiera entonces aproximarse al ser y esa tarea
podría formar parte de la vida de las mujeres y los hombres. Eso pensaba antes de
que fracasara la revolución rusa. Ahora a veces pienso en todo lo que no se dice.
No se dice «explotar al trabajador», se dice «optimizar los recursos humanos». Y
mientras los recursos humanos se optimizan, tal vez los trabajadores y las
trabajadoras estén agazapados, como se agazapan algunas niñas en los colegios
cuando alguien dice: «Niños a clase», como estará a lo mejor agazapada en algún
sitio la revolución.

En cuanto a la narradora y la filosofía, la narradora nunca necesita explicarse el


mundo. La narradora trabaja sólo al dictado de la Literatura, sirve a la Literatura
que es un ente flotante, que sólo tiene tratos con la Poesía y ellas nos dictan las
palabras y los temas, y nos libran de frases anticuadas como aquellas que decían.
«Todo arte es propaganda, para bien o para mal, y es considerado bueno si
contribuye a alcanzar los objetivos marxistas del proletariado». ¿Criterios para qué?
Es más moderno tener percepciones paranormales y vislumbres de la Belleza, de la
presencia real de la Divinidad. Y, tal vez, en voz baja, en el rincón de lo que no se
dice, pensar que al cabo Bruto sí era un hombre honrado, pensar que si el discurso
de Marco Antonio triunfó no fue por lo que decía. ¿Qué decía, a fin de cuentas, cuál
era su argumento: que César había dejado en su testamento sus quintas y jardines
(¿por qué suyos?) y 75 dracmas a cada romano? No fue por lo que decía, fue sólo
por el procedimiento retórico que instituyó para hablar en unas circunstancias
concretas.

Belén Gopegui.
En Archipiélago, nº 50 (Literatura y filosofía: ¿relaciones amistosas?)

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