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trasciende, por cuanto los sucesos concretos que pretendo abordar y los problemas
que entiendo subyacen en ellos, implican también cierto anclaje en el tiempo y la
memoria, la tecnología de las comunicaciones y la configuración y uso de los espacios
tanto territoriales como intangibles.
Este trabajo intentará resaltar las elementos que permiten ser subsumidos en los
anclajes propuestos, tratando de vincular los acontecimientos con el discurso crítico de
algunos autores leídos y -también- con conceptos esbozados en las clases.
DESARROLLO
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emociones que la política y la economía trasandina provocaron en el amplio segmento
que tomó las calles de Santiago y otras ciudades chilenas. Sostiene Zemelman que “el
problema que tienen los partidos políticos, en muchos lugares, es que están desfasados
respecto de la coyuntura que están enfrentando.”1
Lo ocurrido en Chile demuestra que, por más fuertemente instalado que se encuentre
un relato en el imaginario público, todavía es posible la apertura de una brecha en
1
Zemelman, Hugo: (1998) Conversaciones didácticas. El conocimiento como desafío posible. Editorial
Educo. Neuquén. Argentina. Pag. 17.
2
Catino Magalí, clase IX.
2
aquél, justamente por el viraje de éste ante determinadas evidencias que lo ponen en
jaque. Entendemos que la enorme masividad y enojo que caracterizan a las
manifestaciones, visibilizaron que las clases bajas no eran parte de la “realidad” que el
relato imponía -sacando a la luz las desigualdades “normalizadas”, sobre todo por
aquellos que ocupan una mejor posición en la pirámide social- y que, los silencios
políticos previos (con excepción de las demandas del pueblo Mapuche y la de los
jóvenes por educación universitaria) de los trabajadores y los marginados, en manera
alguna significaban adhesión al modelo imperante, sino que, en todo caso, eran el
resultado de la gran carencia de voces capaces de instalar las demandas en los “mass
media” y en la agenda política; sin olvidar el temor y la sumisión a los brazos armados
de la ley (que en Argentina se llamó respeto y consideración hacia “carabineros”)
reacción harto justificada si consideramos la brutalidad de la represión. Ella no es un
hecho aislado -creemos- sino un síntoma de la derivación del discurso “orden,
seguridad y progreso” como valores fundamentales y, su contracara, el silencio frente
a las carencias capaces de alterar los primeros, en función a que el último es solo para
unos pocos. Esto debe ser entendido, actualmente, en el sentido del postulado de
Reguillo: “las posibilidades reales de contrarrestar o contestar las narrativas de
imposición que emergen en el contexto del neoliberalismo son lamentablemente
escasas.”3
3
Reguillo Rossana. Formas del saber. Narrativas y poderes diferenciales en el paisaje neoliberal. En
publicacion: Cultura y Neoliberalismo. Grimson, Alejandro. CLACSO, Consejo Latinoamericano de ciencias
Sociales, Buenos Aires. Julio 2007. Pag. 98
4
Barbero Jesus Martín, “Dislocaciones del tiempo y nuevas topografías de la memoria”. Arte Latina, Pag.
1.
3
responsables de los crímenes cometidos por las dictaduras de los 70/80, trabajos de
investigación o divulgación de la verdad como el intitulado “Nunca más”, traen consigo
no solo una revisión de lo acontecido y una retribución penal a los delitos, sino
también, una toma de conciencia sobre aquello que no debe repetirse, y, con ella, una
ruptura en el marco de “lo político” que, más temprano que tarde conlleve al
desmantelamiento por parte de “la política”, de las estructuras, los centros de poder-
saber con sus discursos y prácticas que, caso contrario -como el que analizamos-
subsisten inclusive en la constitución del sujeto político. Se lee en la clase IX este
atinado párrafo: “El recuerdo así permite romper la historia de los vencedores,
deconstruir los anclajes configurados a partir del relato oficial del acontecimiento, diría
Zemelman “la historia se hace desde la cotidianeidad”. La formación anamnética
consiste en darse cuenta de que no hay una verdadera realidad o posibilidad de justicia
sin restitución de lo que ha tenido lugar.”5
Pero, por otra parte, es posible inferir que las revueltas han sacudido también, al
imaginario que muchos ciudadanos tenían respecto a la economía y la política de Chile.
5
Catino Magalí, Clase IX.
4
Particularmente me refiero a parte de la incipiente clase media que, en algunos barrios
de Santiago, hizo oír su voz en favor de sus compatriotas menos favorecidos, lo que no
se me representa como un hecho sin importancia, más bien, lo contrario.
Creemos que la revuelta trasandina puso en evidencia, que la política fue incapaz de
atender, direccionar y contener la ruptura socio-clasista histórica que caracteriza a la
America latina en general y a Chile en particular. El largo período gobernado por la
Concertación de izquierda, aún con el precio del cobre por las nubes, lejos estuvo de
reducir la brecha económica -más bien al contrario- o universalizar un standard
mínimo a la clase baja que contemple vivienda, salud y posibilidades de acceso a la
educación superior sin endeudamiento desmesurado. Estamos persuadidos que, el
crecimiento en términos de infreaestructura y P.B.I., y aun el aumento proporcional de
la clase media, no se tradujo en distribución de la riqueza, y eso, parecería haber
despertado una conciencia de la desigualdad que se encontraba adormecida.
5
que otrora portaban partidos y sindicatos- y para la visibilización de lo que los medios
no querían mostrar o, simplemente, no mostraban. En ese sentido, rompieron cerrojos
y unieron voluntades en el despliegue confrontativo de las movilizaciones e hicieron
posible la circulación del contra discurso que alentó la violación masiva del toque de
queda. Entiendo que, en este caso particular, fueron una herramienta útil para
enfrentar lo que Zemelman denomina “bloqueo”.
Sin perjuicio de lo dicho, las redes sociales y los mensajeros telefónicos, revelaron su
insuficiencia para la homogeneización de las demandas y para la conducción táctica de
la protesta. Porque como bien lo dice el profesor chileno: “No se trata solamente de
tomar conciencia del espacio, sino de tomar conciencia de la posibilidad de construir
sentido desde ese espacio.”6 Para esa construcción de sentido, el mensaje reducido a
su mínima extensión cuantitativa en la utilización del lenguaje -en tanto su público
mayoritario consume títulos o 148 caracteres- o circunscripto a la reproducción de
imágenes, las redes sociales no son -ni fueron en Chile- un vehículo adecuado o
suficiente. Porque como postula Velleggia: “La videopolítica no produce conceptos y
casi tampoco enunciados, sino actos de enunciación. Mal podrá entonces inspirar
acción política o participación, cuando su ideal es, precisamente, sustituirlas por la
adhesión perpetua del espectador a la pantalla.” 7 En ese derrotero, puede enmarcarse
la ausencia de articulación entre las demandas llevadas al espacio público por los
manifestantes y algún programa o propuesta de acción política que podría haber
surgido -con cierto grado de homogeneidad colectiva- de la rebelión. Esa carencia
implicó, en el sentido que Laclau atribuye al concepto de articulación, la falta de una
proclama que trascienda al simple enunciado opositivo, y que, modificando los
“momentos” puestos en juego en la tensión articulada entre demandas populares y
políticas públicas, se convierta en un discurso capaz de proponer objetivos y diseñar
estrategias para alcanzarlos.
6
Zemelman H. , Ob. citada pag. 17.
7
Velleggia Susana, “Identidad, comunicación y política en el espacio urbano. Los nuevos mitos”, en
“Globalización e identidad Cultural”. Bs. As. Ciccus, 1998. Pag. 3.
6
estructural del sujeto político chileno y las medidas gatopardistas adoptadas por el
Estado. El intenso estallido social que abordamos debería -por la razón apuntada-
derivar en la conformación de un discurso -en el sentido del párrafo anterior- capaz de
insertarse en “la política”, que se sostenga en el tiempo, que hable mediante voces
legítimas, que se instale y subsista en espacios de visibilidad y de formación de saber-
poder, para que, así institucionalizado, aun como contra discurso, pueda ganar
consensos y sumar voluntades que influyan -en tanto opinión pública- en la formación
de la plataforma del frente progresista para los próximos comicios. Esto, por cuanto
estoy persuadido de que la ruptura de la Concertación, en el escenario político
trasandino, implicaría directamente entregar -sine die- el gobierno a la coalición de
derecha. Porque la continuidad -producto de la desmemoria- de la que hablamos
supra, además de las consecuencias apuntadas, parece suficiente para que los sectores
más reaccionarios y nacionalistas sigan formando alianza con la nueva derecha
-presuntamente liberal y despolitizada- cuyo arquetipo se encuentra sin esfuerzo en la
figura del presidente Piñera; resultado que solo puede imaginarse a contramano de las
demandas sociales de los movilizados.
CONCLUSION
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