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Sociología de las religiones. Trabajo final.

William James. “Las variedades de la experiencia religiosa”. La conversión:


Conferencias IX y X.

Como antecedente necesario para comprender el fenómeno del que se ocupa William
James y que voy a abordar en el presente escrito, debemos remitirnos a una distinción
que el autor desarrolla ampliamente en las conferencias IV, V, VI y VII de su obra. Una
descripción detallada de ella excedería, largamente, el espacio asignado y el tiempo
otorgado para su estudio. Necesario es, también, enunciar un concepto central que
esboza el autor y que dilucida la mentada clasificación,

Para James, la experiencia religiosa posee un carácter individual, en tanto trata de ella y,
precisamente, sus variedades, desde una óptica ajena a todo dogmatismo, filosofía o
institución religiosa. Entiendo que esta perspectiva no implica, para el psicólogo
norteamericano, una renuncia completa al acceso a la “verdad”, sino que, en cambio,
parece postular la posibilidad de un acercamiento científico capaz de dar cuenta en
términos generales, de aquellas “verdades” que las experiencias religiosas individuales
se les representan a los hombres que así las sienten. Por ese sendero, utiliza como
referencia constante la teoría y praxis psicológica de la época, y, examinando textos que
relatan y describen situaciones vividas por personas de diferentes orígenes religiosos,
culturales, y también, muchas veces, de estados patológicos; se encamina a explicarlos y
unificarlos.

Desde la premisa de la individualidad, James establece dos tipos ideales de mentalidad o


espiritualidad - entiendo que cabe utilizar cualquiera de los términos- como casos
paradigmáticamente contrapuestos de la existencia humana. Por un lado, tenemos la
religión de los de “mentalidad sana” y, por el otro, la propia de los de “alma enferma”.

El fenómeno que trataré de desarrollar, en base al trabajo del autor, incumbe a los
hombres de alma enferma. Estos últimos son los que van a necesitar, para no terminar
destruidos, una reorganización de sus energías cuyo nombre religioso es conversión, sin
que, para así denominarlo, sea necesario creer en una intervención divina.

Comienza la conferencia IX con el caso concreto de, según sus palabras, un hombre
ignorante -Stephen Bradley- quien creyó haberse convertido a los catorce años. Cito un
extracto del relato que reproduce: “(….) Sentí el deseo ardiente de que toda la
humanidad estuviese en mi estado; deseaba que todos amaran de una forma suprema a
Dios. Antes era muy egoísta e hipócrita, pero ahora ansiaba el bienestar de toda la
humanidad; de corazón podía perdonar a mis perores enemigos y me sentía dispuesto a
soportar las burlas y mofas de cualquiera y sufrir cualquier cosa por Su amor, si fuese
el medio para convertir un alma.”1 Me impresionó por sencillo, y profundo a la vez.

La conversión, es una renovación explicada por James por un cambio del centro de
energías mentales, teniendo en cuenta todo el plano de lo inconsciente. Se trata de una
reunificación de las fuerzas subjetivas que pueden vencer el mal, la angustia, la culpa, el
dolor o cualquier sentimiento mortificante de tal intensidad que conduzca a una persona
al extremo de la desesperación, su completa abulia, apatía, desconexión con el mundo,
en fin, a un grado de infelicidad que lo deje a las puertas del suicidio o el exilio socio-
individual.

La conferencia IX, en sus inicios, remite al concepto psicológico de “asociación”, en el


sentido de la configuración de grupos internos –por ideas, propósitos y objetivos- que
conviven con relativa independencia. James, dimensiona a esos grupos en términos de
interés, en función del grado de intensidad con que se posicionan en el sujeto, el
conjunto de las ideas que viene asociadas a cada grupo (objetivo). En ese marco
sostiene: “Cuando hay un grupo presente y aumenta el interés, todas las ideas
relacionadas con otros grupos han de quedar excluidas del terreno mental.”

Santayana, contemporáneo de James que comparte sus inquietudes intelectuales, parece


abordar el asunto cuando dice: “Así que cuando quedan en suspenso la razón y los
procesos sensoriales ordinarios parece que retorna al alma cierta sensibilidad
universal; las influencias que en otros momentos no se apreciaban provocan entonces
una impresión sensible y se pueden seguir las reacciones automáticas de respuesta a
una estimulo normalmente demasiado insuficiente. Ahora bien, la complejidad de la
naturaleza es prodigiosa; de todo lo que sucede deja, como las ciudades sepultadas,
rastros casi imborrables que una mirada que este atenta y debidamente preparada es
capaz de leer, recuperando por un momento la imagen de una vida desaparecida. Pues
así, a veces, hacerse oír en el trance o en la locura símbolos que son ilegibles para la
razón. Se puede encontrar en la materia tenues vestigios de formas que ella adoptó en
su momento o que, como un perfume, la impregnaron y se alojaron en ella. Débiles

1
James William, “Las variedades de la experiencia religiosa”, Jorge Luis Borges biblioteca personal, Bs.
As., Hyspamérica ed. Arg., 1986, T1, pag. 214.
ecos pueden, de repente, presentarse en el silencio de la mente y una conciencia casi
aturdida puede captar vislumbres de cosas irrelevantes y desaparecidas en el tiempo.” 2

La noción “campo de conciencia” ha sustituido a la noción de idea para designar la


unidad de la vida mental. Estos campos son móviles, devienen y cada uno posee su
centro de interés por medio del cual los objetos de los que somos menos conscientes,
desaparecen. El hecho importante, dice James, que sostiene esta fórmula del «ámbito o
campo» es la indeterminación del margen. Existe todo un repertorio mental que se
encuentra ya de un lado del margen, ya del otro, o sencillamente boyando en ese lugar
un tanto borroso e inidentificable.

Ahora bien, el desplazamiento común de un campo a otro, es sucedido según el autor -


ejemplificando con las alteraciones de carácter- por el proceso contrario, esto es, por
una recuperación hacia el punto de partida del desplazamiento, al no poseer esos
movimientos la intensidad suficiente como para excluir definitivamente a su opuesto.
James habla de transformación. Ellas pueden sucederse de manera constante en las
emociones del sujeto, produciendo lo que –en la conferencia VIII- llama el “yo
dividido”.

Cuando el lugar desde el que se aborda al grupo (objetivo) “pasa a formar parte
permanente de un sistema determinado”, y, cuando –de manera particular, ocurre
súbitamente- el cambio es de tipo religioso, el autor lo llama conversión. Por lo que,
según James, un convertido es aquella persona que ha experimentado el desplazamiento
de ideas (religiosas) desde la periferia de su conciencia hacia el centro de ella, de
manera que los objetivos religiosos se constituyan como centro de la energía vital del
sujeto.

Son los desplazamientos de estos grupos de significados los que transforman y


reorientan las conductas y, por supuesto, el vigor, y aunque no se pueda decir por qué,
en determinado momento un objetivo oculto se ha vuelto vivo, la hipótesis que si se
podría afirmar es que el cambio súbito se estuvo cultivando en las sombras hasta brotar,
en muchos casos, detonado por una experiencia emocionalmente muy intensa,
ejemplificándolas el autor, con el amor, los celos, el odio, la culpa, el miedo, etc.

En realidad, también existen casos graduales, pero, lo que más le interesa a James es el
despertar religioso espontáneo, al que relaciona con la mística: las violentas
2
George Santayana. “Pequeños ensayos sobre religión”. Trotta, 2015, pag. 83.
transformaciones de los individuos excepcionales (santos y profetas) que contienen, en
su abultamiento, una muestra de todas las otras experiencias. En ese lugar, aún sin
ostentar las condiciones a las que aludo, podría enmarcarse el relato de la conversión
instantánea del judío librepensador Alphonse Ratisbonne, que se reproduce en la
conferencia X.

Sin perjuicio de ello, en la misma conferencia, resalta el psicólogo protestante que la


conversión religiosa –como lo ejemplifica el texto que reproducimos al principio- no
depende del grado de excelencia espiritual; lo prueba el hecho de que la hayan
experimentado tanto el jovenzuelo Bradley como el mismísimo San Agustín (sobre el
que cuenta el mito católico que, San Ambrosio diría a su afligida madre –por la vida
licenciosa del santo platónico- “No puede perderse un hijo de tantas lágrimas”).

Destaca James la existencia de individuos “incapaces de imaginar lo invisible” que, por


buenas personas que pudieren ser –éticamente hablando- en el mundo y su relación con
los otros, son ineptos para la fe. Esta condición, dice, puede ser de origen intelectual.

Dentro de esa clase de individuos habría otros, según el autor, en quienes su ineptitud
religiosa sería, en cambio, producto de inhibiciones originadas en la propia
insensibilidad hacia lo sagrado. Se les representan como de “naturaleza espiritual
débil”, en tanto sin negar la divinidad ni combatirla, serían capaces hasta de envidiarla,
pero no sentirla.

Sostiene que esa inhibición puede ser temporal, porque en un momento dado, quizás al
final de la vida, “se puede romper el cerrojo más árido”. Allí, en la conversión de esa
clase de individuos, es donde el autor encuentra la sugerencia de la posible aparición del
milagro, de la intervención divina.

Quizás, el aspecto que más atrajo la atención del autor de este pequeño esbozo, es el que
intentaré desarrollar a continuación: la idea de abandono o rendición como vehículo de
la conversión.

Siguiendo a Starbuck, el autor distingue dos tipos mediante los cuales se llevan a
término los resultados mentales: “el volitivo y el de auto-rendición”, sosteniendo su
adecuación al proceso de conversión. Uno se apoya en la voluntad consciente y el otro,
por el contrario, sería involuntario e inconsciente. El primero se caracteriza por la
progresividad temporal (gradualidad) en la generación de un nuevo conjunto de
comportamientos de orden moral-espiritual; mientras que, en el segundo, el cambio
operaría de forma súbita.

Respecto a ésta última manera, aludiendo al trabajo del psicólogo George Coe, extrae la
conclusión práctica de la existencia de tres factores que, movilizados por la fuerza
conversora, determinarían su forma instantánea: “a) una sensibilidad emocional
pronunciada, b) una tendencia a los automatismos y c) una sugestibilidad pasiva.”

Comienza James citando un ejemplo bastante ilustrativo proporcionado por Starbuck.


Refiere que, cuando las personas olvidamos un nombre, podemos tomar dos caminos a
efectos de traerlo a la memoria. El primero, sería ayudar el recuerdo mediante
relaciones con tiempos, lugares, cosas, etc., no obstante, lo cual, el esfuerzo puede
fallar. El segundo procedimiento consistiría en abandonar, luego de la primera fallida
evocación, cualquier intento de recuperarlo, pese a lo cual, luego de transcurrido un
tiempo, el nombre acude al habla, “con toda despreocupación.”

El ejemplo, sirve para comprender por qué razón el autor afirma que “la diferencia
entre los dos no es radical.” Es que, los relatos de conversión por auto-rendición que
James reproduce seguidamente en las conferencias – los de David Brai, Henry Alline y
T.W.B.- al igual que su remisión a la explicación del Dr. Starbuck, implican una
combinación de ambos procedimientos; esto es, el comienzo del proceso conducido por
una labor consciente del sujeto dividido o atormentado, quien termina rindiéndose en su
esfuerzo volitivo, para así, abandonado a los efectos de un proceso mental del que no
tiene registro o a la intervención directa de la divinidad, alcanzar el estado de gracia que
permite la reunificación de su yo enfermo o su cura, su salvación.

Parecen coincidir los psicólogos –James y Satrbuck- en la necesidad de abandonar el


trabajo emprendido, concluir la lucha iniciada en post del objetivo de la salvación
personal –incluso en casos referidos, como el de los alcohólicos, donde el eje no es el
pecado o el tormento propiamente espiritual- para que, luego de la rendición, la meta se
cumpla con el auxilio de fuerzas inconscientes. En síntesis, parece ser la rendición
condición necesaria para que, las fuerzas interiores y ocultas de la mente tomen el
control del individuo y generen la liberación de la vida naciente -hasta el momento
velada pero latente- cuyo surgimiento había comenzado por obra de la voluntad y que,
mediante la rendición, alcanzan su alumbramiento: el parto del ser que se salvó.
Destaca William James, haciendo un repaso de diferentes credos -en el sentido
espiritual y no ritual- respecto a la vida religiosa, que, en la cuestión de la auto-
rendición, la psicología y las teologías armonizan en la idea de existencia de fuerzas
ocultas que hacen posible la conversión. La diferencia entre psicólogos y teólogos anida
en el lugar donde, para ellos, residirían dichas fuerzas. Mientras que, para los primeros,
su “espacio” sería el sub-consciente del sujeto; para los segundos, la ubicuidad se
confundiría con la persona de quien esa fuerza emana: la divinidad, generalmente
personificada –en la obra- por Jesús, el Dios salvador. “La necesidad del hombre es la
oportunidad de Dios” se lee en la conferencia IX, mientras que, en la X dice: “El
auténtico testimonio del espíritu del segundo nacimiento sólo puede encontrarse en la
disposición de la genuina criatura de Dios: el corazón permanentemente paciente, y
generoso, sin egoísmo.”

Resalta como derivación lógica – sostenida por los protestantes de Moravia y los
metodistas- que sería requisito esencial de la conversión que ella fuera de tipo
instantánea, conforme a una de las tipologías referidas supra; diferenciándolos en el
punto de la Iglesia católica y de las sectas protestantes corrientes, para las cuales, los
sacramentos o los deberes religiosos ordinarios serían suficientes para alcanzar la
salvación. Para los metodistas, ella es “ofrecida” por el sacrificio de Cristo, el que
quedaría incompleto hasta la efectiva recepción individual, que necesitaría de la crisis
profunda y del hecho súbito de la conversión.

Ante la enorme significación que el convertido experimenta y relata sobre su


experiencia personal, y la amplia y variada casuística de conversiones estudiadas por
James directamente e –indirectamente- a través de trabajos consultados, el autor parece
no descartar la posibilidad de una intervención divina. Destaca que, a los hechos
descriptos, la teología añade y combina la doctrina de la elección y de la gracia, para así
sostener ella que, en los momentos más extremos y penosamente dramáticos de la vida,
el espíritu de Dios suele manifestarse de manera particularmente milagrosa.

Me atrevo a sostener que la aparente predisposición del psicólogo norteamericano, a


aceptar la posibilidad de la intervención divina, junto a su idea de religiosidad como
experiencia individual, permiten establecer alguna analogía con un autor que,
posiblemente, William James haya leído, o, en todo caso, estoy seguro le hubiera
gustado leer. Me refiero a Soren Kierkegaard, que decía: “La resignación infinita es el
último estadio que precede a la fe, de modo que quien no haya realizado ese
movimiento no alcanzará la fe. Sólo en la resignación infinita me descubro en mi valor
eterno: sólo entonces, en virtud de la fe, podré tratar de hacerme con la existencia de
éste mundo. (…..). La fe no es, por lo tanto, un movimiento estético, sino que pertenece
a un estado más elevado; precisamente por eso ha de ir precedida por la resignación;
no es un impulso inmediato del corazón, sino la paradoja de la existencia. (….) Este
movimiento lo hago por mí mismo, y en su virtud me consigo a mí mismo en la
conciencia de mi eternidad, en bienaventurada armonía con mi amor al Ser Supremo.”
3

Al fin de cuentas parecería que, lo que el psicólogo James, pragmático y


norteamericano, se esfuerza en racionalizar dentro de los parámetros que los albores de
un –incipiente- paradigma científico le proporcionaban, es el célebre pasaje del
evangelio de San Marcos donde el Cristo dijo al padre de un poseído: “Si tú puedes
creer, todo es posible para el que cree. Y luego el padre del muchacho, bañado en
lágrimas, exclamó diciendo: ¡Oh Señor! Yo creo, ayuda tu a mi incredulidad, fortalece
mi confianza.” 4

Christian Boess.

3
Soren Kierkegaard. “Temor y temblor”. Altaya, 1997, pags. 38/40.
4
Evangelio según San Marcos, Capítulo IX, Vers. 22/23.

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