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Quería hacer esta lectura de Foucault ahora porque todos estamos

preocupados por el futuro, queremos saber cómo será la vida política y social de aquí
en adelante como consecuencia de la pandemia de coronavirus. Muchos temen un
escenario distópico con mayor vigilancia y control, y bueno, por eso estamos leyendo
a Foucault porque esos temas figuran mucho en su pensamiento. Hasta ahora,
hemos visto el vínculo entre la vigilancia y una forma de poder o control que Foucault
llama disciplinario. De hecho, casi cómo si Foucault escribiera su libro para ilustrar
nuestro momento, termina la sección sobre la disciplina citando un reglamento de
fines de siglo XVIII que versa sobre las medidas que hay que tomar cuando se
declara la peste en una ciudad. Al cabo de una minuciosa descripción de varios
párrafos que se parece mucho a las medidas que han tomado Italia y España, China y
Nueva York, termina Foucault con esto, dice: “Este espacio cerrado, recortado,
vigilado, en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo,
en el que los menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los
acontecimientos están registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura
une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con
una figura jerárquica continua, en el que cada individuo está constantemente
localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos —todo
esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario”.
Pareciera que Foucault describe aquí nuestro presente, y por tanto nuestro
futuro, pero no es así. Sin duda, todo el punto del libro Vigilar y castigar es mostrar
cómo los individuos modernos son creados y controlados por el poder disciplinario,
un poder que caracteriza en buena parte el mundo en que vivimos hoy en día. Sin
embargo, ese mundo no es él que Foucault describe en la cita. Ahí lo que vemos es
la descripción de un caso límite, el caso de una ciudad y su población bajo la
amenaza de la peste. Con ayuda de ese reglamento del siglo XVIII, Foucault imagina
cómo sería la vida bajo cuarentena (cosa que nosotros obviamente no tenemos que
hacer) y de esta manera logra ver la vida disciplinaria reducida a su esencia, lo que
Foucault llama un “modelo compacto” del funcionamiento del poder disciplinario.
La disciplina, cuyas características son puestas en relieve por la peste, es una
forma de control social, pero hay otras. Además de la peste, Foucault habla de la
lepra y de la viruela, las cuales implican otras formas de control. Yo creo que nuestro
presente y futuro cuentan con aspectos importantes de los tres. Veamos.
Foucault explica la naturaleza de la peste al contrastarlo, en el mismo texto,
con la lepra. En la Edad Media, la reacción social a la lepra era el confinamiento de
los leprosos en estructuras en las afueras de la ciudad. La idea básica es la exclusión,
separar y tachar a un grupo, los leprosos, lo cual deja por el otro lado de la división
una comunidad pura, nosotros. A lo largo de los siglos desde la Edad Media, el
grupo separado y tachado hay variado: locos, pobres, negros, etc., pero la función
social ha permanecido. Entonces, donde una enfermedad como la lepra conduce a
la división de la sociedad en dos grupos homogéneos e indiferenciados, la peste
conduce a una forma de control que toma toda la sociedad, segmentándola,
calificándola en jerarquías y entrenando sus partes de forma disciplinada.
Vigilar y castigar fue publicado en 1975. En los próximos dos o tres años, tanto
en el primer volumen de la Historia de la sexualidad como en cursos que daba en el
Collège de France, empezó a plantear otra forma de poder y su manifestación socio-
política que llamaba la “biopolítica”. Donde el poder disciplinario se centra en los
individuos, el biopoder tiene como objeto poblaciones enteras. El primero es
anatómico, viendo los cuerpos cómo máquinas; el segundo es biológico, viendo el
cuerpo cómo un organismo que obedece leyes a nivel de poblaciones, a nivel de la
propia especie. En un curso que dio en 1977, “Seguridad, territorio, población”,
Foucault plantea la problemática de la biopolítica en términos de la viruela y la
inoculación, contrastándolo con la lepra y la peste que ya hemos considerado. El
problema, dice: “no consiste tanto en imponer una disciplina [sino
fundamentalmente en saber] cuántas personas son víctimas de la viruela, a qué edad,
con qué efectos, qué mortalidad, qué lesiones o secuelas, qué riesgos se corren al
inocularse, cuál es la probabilidad de que un individuo muera o se contagie la
enfermedad a pesar de la inoculación, cuáles son los efectos estadísticos sobre la
población en general; en síntesis, todo un problema que ya no es el de la exclusión,
como en el caso de la lepra, que ya no es el de la cuarentena, como en la peste, sino
que será en cambio el problema de las epidemias y las campañas médicas”.
Las formas que el poder toma van en función de muchos factores:
económicos, políticos, tecnológicos. Toma el ejemplo de Fritz Haber. En la primera
década del siglo XX, descubrió cómo fijar nitrógeno atmosférico de forma artificial
para producir amoníaco, ingrediente imprescindible del fertilizante. Si no fuera por
esa invención, la mitad de la población actual del mundo no podría existir. El punto
es que ahora el ser humano puede influir de forma positiva en las condiciones de su
existencia en vez de estar simplemente a su merced. El desarrollo del capitalismo y
de la globalización junto con revoluciones políticas en Francia y en las colonias
inglesas que insistían en la libertad del individuo, todo esto condujo a la necesidad
de un nuevo arte de gobierno, la gubernamentalidad o la biopolítica que en la
cuestión del control ponía el énfasis no en la disciplina de individuos sino en la
administración y promoción de la vida de poblaciones. Es en semejante mundo que
la viruela da la pauta, sirviendo de modelo para este nuevo arte de gobernar. Con la
revolución digital, vivimos cada vez más en un mundo cuyo motor son los datos. Es
mucho más fácil y efectivo gobernar una población entera tomando medidas con
base en la colección y análisis de datos que tratar de controlar cada cuerpo mediante
técnicas disciplinarias. Sin embargo, en este momento de pandemia datos son lo
que muchos gobiernos no tienen, con la excepción de Corea del Sur y Alemania
donde un masivo regimen de testing se inició desde el principio. A lo que voy es que
en la ausencia de datos, un control más disciplinario durante un tiempo es necesario.
El encierro que todos experimentamos ahora es ese tipo de control.
Apple y Google están colaborando en el desarrollo de una app que, una vez
instalada en tu móvil, registra automáticamente con Bluetooth otros celulares que
llegan a estar a cierta distancia de tu móvil. De este manera, si te llegan a
diagnosticar con algún virus, un aviso llega automáticamente a todos los celulares
que a partir de cierta fecha estaban cerca de ti, informándoles de eso y pidiendo que
vayan a que le hagan la prueba. Esto es el rastreo de contactos que los alemanes y
coreanos hicieron y que seguramente salvó muchas vidas, lo cual es un ejemplo del
biopoder, un poder que opera a nivel de poblaciones con datos y estadísticas para
promover indices favorables a la vida.
Ahora bien, desde que Foucault introdujo este tema del biopoder se ha
discutido y trabajado mucho, más notablemente por Roberto Esposito y Giorgio
Agamben, filósofos italianos los dos. Últimamente, Agamben ha dicho que el
COVID-19 no es más peligroso que la influenza normal y que los gobiernos lo están
usando como pretextos para controlar a la gente. En vez de biopoder, Agamben
habla de necropoder, un poder no de la vida sino de la muerte o al menos de lo que
él llama la nuda vida, es decir, la mera existencia. Él vería la app de Apple y Google
cómo un dispositivo de control cuyo efecto será la propagación de la nuda vida, y
que en el mejor de los casos donde podría salvar la vida, sólo sería para entregar esa
vida al sistema capitalista de explotación. Y hay que tener en cuenta que el biopoder
que describe Foucault no remplaza o sustituye el modelo de la peste ni el de la lepra.
Querámoslo o no, somos cuerpos dóciles. Vivimos en una sociedad disciplinaria
donde la vigilancia y los juicios normalizadores sobre el ser humano ejerce un poder
y un control innegables. Y ese poder no se ejerce de forma igual sobre todos. El
coronavirus no es el “gran ecualizador”, mostrando la igualdad entre los hombres. En
los EEUU, por ejemplo, los negros tienen índices de muerte mucho mayor de lo que
indicaría el porcentaje de negros en la población. ¿Por qué? Por los efectos del tipo
de poder del modelo de la lepra, la exclusión social y la discriminación. Puede que el
énfasis hoy en día esté en el biopoder, pero no se debe perder de vista la operación
de los tres para entender mejor nuestra realidad.
En fin, ésta es la cuestión que enfrentamos, el carácter de nuestro realidad a
futuro. Será de mayor vigilancia y control, conduciendo a un escenario distópico,
cómo pinta Agamben, o podemos ver este control ejercido de forma positiva para el
ser humano. En una entrevista de 1983, Foucault, hablando de su perspectiva
política, dijo: “El punto no es que todo es malo, sino que todo es peligroso, lo cual no
es exactamente lo mismo. Si todo es peligroso, entonces siempre tenemos algo que
hacer”.
Bueno, dejemos Foucault de momento y pasemos a Gilles Deleuze. Les había
comentado que quería platicarles de un escrito suyo de 1990 que se llama “Post-
scriptum de las Sociedades del Control”. Es un escrito muy breve, de sólo cinco
cuartillas, pero muy atinado y hasta profético. Empieza hablando de Foucault y sus
sociedades disciplinarias de los siglos XVIII y XIX, llegando a su apogeo a principios
del siglo XX, pero dice que después de la Segunda Guerra Mundial ha imperado otro
tipo de poder. Aunque Foucault nunca legó a tratar el biopoder con la misma
profundidad que trató el poder disciplinario, seguramente Deleuze sabía de sus
comentarios al respecto. Sin embargo, a pesar de ciertas similitudes, no hace
mención de ello en este escrito.
Bien, el poder disciplinario se aplica a los cuerpos de individuos que se ubican
en encierros definidos, como escuelas, fábricas, hospitales. A diferencia del encierro,
que es un molde, los controles, nos dice Deleuze, son modulaciones. Los
mecanismos del poder disciplinario moldean al individuo, pero cada encierro es una
variable independiente, el poder aplicándose en la escuela, la fábrica o el cuartel
militar de forma analógica pero discontinua. En la sociedad del control, los
mecanismos del control son variaciones inseparables. ¿Qué quiere decir eso? Pues
en vez de encierros cuyos mecanismos moldean individuos, lo que propone Deleuze
es un entorno generalizado de control que opera con modulaciones y variaciones.
No moldea individuos, sino que modula segmentos o fragmentos de individuos, lo
que Deleuze llama dividuos. Estos segmentos o fragmentos no son las partes del
cuerpo, cómo el brazo y la pierna, que la disciplina moldea, sino información o datos
que pueden ser modulados y variados con mucha fineza, información cómo sueldo,
inteligencia, ritmo cardiaco, calificación, etc. Sin duda, el regimen disciplinario utiliza
todo un abanico de exámenes y preguntas que genera información que luego se
utiliza en los juicios normalizantes y demás cosas que tratamos en el último vídeo.
¿Cuál es la diferencia con lo que propone Deleuze? Les cuento un anécdota para
ilustrarlo.
En octubre del año pasado estuve en Colombia y había salido a comer con un
amigo y su hija. Estábamos hablando de su educación y su futuro y las cosas que
tenía que cuidar de aquí en adelante para tener la mejor educación posible. Y noté
que cada rato estaba viendo su celular. Recuerdo que le dije: Sabes una cosa
interesante que distingue a la educación que tú vas a tener de la que tuvimos tu
padre y yo? Yo recuerdo muy bien saliendo de la escuela en la tarde y yendo a casa y
dejando la escuela con todas sus pendientes y pleitos y relaciones con los
compañeros hasta el día siguiente. Es que en casa estaba en otro entorno, un
entorno familiar e íntimo que ningún celular o computadora podría interrumpir. ¿Por
qué? Porque todavía no existían esas distracciones. Hoy en día sí. Los pobres niños
de hoy en día traen la escuela y todo su bagaje 24 horas al día - no pueden escapar
de ello. Esto está reflejado en lo que Deleuze dice sobre las escuelas. Para Foucault,
las escuelas eran un encierro y el examen uno de sus principales mecanismos de
poder o control. Dice Deleuze: “la formación permanente tiende a sustituir la
escuela, y el control continuo tiende a sustituir al examen”. En la sociedad del control,
nosotros somos dividuos, un flujo constante de datos cuantificables que se varían o
se modulan constantemente, estés en la escuela, la casa, el trabajo, donde sea. Por
un lado, este tipo de control nos libera de los encierros permitiéndonos la libertad de
estudiar o trabajar de donde queramos. Sin embargo, ya no se puede esconder o
desconectarse. Hay que estar siempre pendiente, responder correos, y asumir una
responsabilidad a toda hora. A diferencia del panóptico ubicado en el centro con su
vista, real o imaginada, radiando hacia fuera, la vigilancia en la sociedad del control
está dispersa, esparcida entre los códigos y contraseñas que regulan acceso a la
información. Este rastreo es continuo y automático, generando información para
mercadólogos, pero también para gobiernos – un ejemplo perfecto y escalofriante
siendo el sistema de “crédito social” en China que premia conducta acceptable con
acceso a servicios e información, y condena conducta “anti-social” bloqueando
acceso a lo mismo, básicamente excluyendo a uno del entorno social. ¿Quién quiere
ser un leproso moderno?
Aquí tenemos una pregunta interesante. No sé quien fue el primero en
comentar que las dos cosas que motivan al ser humano son el dolor y el placer, el
miedo al uno y el deseo por el otro. Si queremos que un caballo camine, podemos
pender una zanahoria delante de la cara (el deseo) o amenazarlo con golpearlo con
uno palo (el miedo). Pensando en este ejemplo del crédito social en China, ¿el
entorno social es una zanahoria o un palo? Si es un palo, podríamos asociarlo quizá
con el entorno totalitario de la novela 1984 de George Orwell. Ahí el gran hermano
nos está vigilando cómo al parecer hace el gobierno chino con su control del internet
y las cámaras en las calles, etc. ¿Actúan los ciudadanos chinos motivados por miedo
hacia ese tipo de poder, un poder que podríamos clasificar en términos foucaultianos
como disciplinario? ¿O se actúan motivados por el placer, por una adicción a los “me
gusta” y otros indicadores en las redes sociales del estatus social de uno? La novela
correspondiente no sería 1984, sino Mundo Feliz de Aldous Huxley. Nosotros
sabemos que los servicios que consumimos en línea y que nos dan tanto placer no
son gratis. Las grandes compañías de tecnología como Facebook, Google y Amazon
y también los gobiernos están recabando nuestra información para fines de lucro
económico y control político, pero ¿nos importa? ¿Esto es el miedo que nos da del
futuro, que los gobiernos van a utilizar el pretexto del coronavirus para vigilarnos y
controlarnos más? Si tomas las perspectiva de 1984, entendería tu preocupación,
pero en la medida en que nuestro mundo sea el mundo feliz donde el placer rige la
conducta, diría que ya hemos vendido nuestro alma a ese diablo.
1984 no es sólo el título de un famoso libro, sino una fecha. En ese año estaba
yo en la preparatoria y recuerdo muy bien un comercial de Apple que anunció la
nueva computadora que llamaban Mackintosh - lo que hoy en día llamamos la Mac.
Era la primera computadora con mouse e íconos en la pantalla y no sé cómo pero
logré convencerles a mis papás que me la compraran. Aquí estoy en mi primer año
de la universidad con ella (y también con mucho cabello). Bueno, en el comercial,
Steve Jobs aprovechó que saliera su nueva compu en 1984 para contrastarlo con las
computadoras de IBM que asociaba con el sombrío y desolación de un regimen
totalitario, como el gran hermano de esa novela. En un discurso donde el gran
hermano está hablando o adoctrinando desde una pantalla a un grupo de hombres
que atienden en plan zombie, entra al escenario una mujer corriendo con un martillo
grande y que lo lanza a la pantalla rompiéndola y anunciando una nueva época. Voy
a dejar una liga en la descripción aquí abajo para que vean el comercial, pero creo
que visualmente pone en relieve las opciones que he estado discutiendo entre
Foucault y Deleuze, entre Orwell y Huxley, el miedo y el deseo. No dudo que el
futuro será mucho más complicado de lo que los conceptos que hemos visto aquí
pueden tratar, pero creo que es un buen punto de vista. Y si te inquieta o te
desespera el escenario a futuro, recuerda las palabras de Foucault, que me parecen
muy sabias: “El punto no es que todo es malo, sino que todo es peligroso, lo cual no
es exactamente lo mismo. Si todo es peligroso, entonces siempre tenemos algo que
hacer”.

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