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2) ¿Qué es ciencia?
Para Descartes los actos de nuestro entendimiento por los cuales podemos llegar
al conocimiento de las cosas, sin temor de errar a saber son la intuición y la deducción.
La intuición no es la confianza incierta que proporcionan los sentidos ni el
juicio engañoso de una imaginación que realiza mal las composiciones, sino un
concepto que forma la inteligencia pura y atenta con tanta facilidad y distinción, que no
queda ninguna duda sobre lo que entendemos , o, lo que es lo mismo: un concepto que
forma la inteligencia pura y atenta sin ninguna duda y que nace solo de la luz de la
razón y que, por ser más simple, es más cierto que la misma deducción, la cual, sin
embargo, tampoco puede ser mal hecha por el hombre.
Así es preciso pensar en que todos los sentidos externos, en cuanto son partes del
cuerpo y aunque los apliquemos a los objetos por medio de una acción, es decir, por un
movimiento local, sin embargo, sólo sienten pasivamente de la misma manera que la
cera recibe la impresión del sello.
Para servirnos del concurso de la imaginación hemos de hacer notar que siempre
que deducimos una cosa desconocida de otra ya conocida no encontramos por eso un
nuevo género de ser, sino solamente que todo nuestro conocimiento se extiende hasta
hacernos ver que la cosa buscada participa de un modo o de otro de la naturaleza de las
cosas dadas en la proposición. Todos los seres conocidos, como la extensión, la figura,
el movimiento y cosas parecidas, cuya enumeración no corresponde hacer aquí, son
conocidos en diversos objetos.
Por extensión entendemos todo lo que tiene largo, ancho y profundidad, sin
averiguar ahora si se trata de algún cuerpo verdadero o solamente de un espacio; y no
creo que se necesite mayor explicación, porque nuestra imaginación no percibe nada
con mayor facilidad. Que por extensión no entiendo aquí algo distinto y separado del
sujeto mismo, y que no reconocemos en general entidades filosóficas de esa clase, que
no caen realmente bajo el dominio de la imaginación. Pues aunque alguno pueda
convercerse de que incluso en el caso de que reduzcamos a la nada todo lo que es
extenso en la naturaleza, ello no obsta a que la extensión misma exista por sí sola, sin
embargo, para alcanzar este concepto no se ha servido de una idea corpórea, sino sólo
del entendimiento que ha formado un juicio falso.
Meditaciones metafísicas.
1) ¿Por qué considera que Dios y el alma deben ser demostrados más
por la filosofía que por la teología? ¿Qué es la fe?
Siempre he considerado que Dios y el alma eran las que principalmente deben
ser demostradas por las razones de la Filosofía antes que por las de la Teología: pues,
aun cuando nos baste a nosotros los fieles creer por fe que existe un Dios y que el alma
humana no muere con el cuerpo, no parece ciertamente posible que los infieles puedan
ser jamás convencidos de alguna religión, ni incluso de alguna virtud moral, si no se les
prueba primero estas dos cosas por la razón natural; y puesto que a menudo se propone
en esta vida mayores recompensas para los vicios que para las virtudes, pocas personas
preferirían lo justo a lo útil si no las contuviera el temor de Dios o la esperanza de otra
vida. Y aunque sea absolutamente verdadero que es preciso creer que hay un Dios
porque así se enseña en las Sagradas Escrituras, y, por otra parte, que es preciso creer
las Sagradas Escrituras porque provienen de Dios, y esto porque, como la fe es un don
de Dios, y aquel que otorga la gracia para hacer creer las demás cosas puede también
otorgarla para hacernos creer que existe: no se podría proponer esto a los infieles.
Pero no sucede lo mismo en la Filosofía, en que como cada uno cree que todas
sus proposiciones son problemáticas, pocos se entregan a la investigación de la verdad e
incluso muchos, queriendo lograr reputación de espíritus fuertes, no se ocupan de otra
cosa que de impugnar arrogantemente las verdades más manifiestas. Por esto,
cualquiera sea el peso que puedan tener mis razones, porque pertenecen a la Filosofía,
no espero que tengan gran predicamento sobre los espíritus si no las tomáis bajo vuestra
protección, se cree que no es posible encontrar en ninguna parte mayor solidez y
conocimiento, ni mayor prudencia e integridad para pronunciar su juicio: no me cabe
ninguna duda si tomamos tanto interés por este escrito como para querer corregirlo.
La primera objeción señala que como el espíritu humano al hacer reflexión sobre
sí mismo sólo conoce que es una cosa que piensa no se sigue que su naturaleza o su
esencia consista sólo en pensar, de modo que esta palabra sólo excluya todas las demás
cosas que quizá podría también decirse que pertenecen a la naturaleza del alma.
Aunque los sentidos nos engañan a veces respecto de las cosas poco sensibles y
muy alejadas, existen quizá muchas otras de las que no se puede dudar, aunque las
conozcamos por su intermedio. En la analogía del sueño se destaca que uno es mientras
piensa ya que solamente no hay ninguna duda de que existió si me engaña, y engáñeme
cuanto quiera, jamás podrá hacer que yo no sea nada en tanto que piense ser alguna
cosa. De modo que después de haber pensado bien, y de haber examinado todo, hay que
concluir y tener por establecido que esta proposición: yo soy, yo existo, es
necesariamente verdadera siempre que se pronuncia o que la concibo en mi espíritu.
La finalidad del argumento de los sueños de Descartes es que es tan evidente que
soy el que duda, el que entiende y el que desea, que no es necesario añadir nada, que
tiene potencia de imaginar aunque pueda suceder que las cosas que imagino no sean
verdaderas; sin embargo, esta potencia de imaginar no deja de existir realmente en uno
y forma parte del pensamiento.
El argumento del genio maligno lo utiliza Descartes para generar dudas sobre la
existencia de Dios. Pienso que me conduciré más prudentemente si, adoptando una
actitud opuesta, procura engañarme a mí mismo por todos los medios, fingiendo que
todos estos pensamientos son falsos e imaginarios, hasta que , habiendo
contrabalanceado mis prejuicios de tal modo que no puedan hacer inclinar mi parecer de
un lado más que de otro, no se vea mi juicio dominado por malos hábitos y apartado del
camino recto que lo puede conducir al conocimiento de la verdad.
Ya que se concibe como una cosa que piensa y siente considera a partir de las
cosas más comunes y que creen comprender más distintamente a saber: los cuerpos que
tocamos y que vemos. El ejemplo de la cera de la colmena representa que los objetos
sensibles sufren cambios y que no se podría concebir algo claramente y en verdad lo
que es si no pensara que es capaz de recibir más variedades de extensión de lo que
jamás haya imaginado. Es preciso que convenga que yo no sabría concebir por medio de
la imaginación lo que es esta cera y que sólo el entendimiento la concibe: me refiero a
este pedazo de cera en particular, pues en lo que respecta a la cera en general es aún más
evidente, porque es la misma que veo, toco, imagino y la misma que conocía desde el
principio, pero lo que hay que advertir es que su percepción no es una visión. Pues
como yo considero todo este en mí mismo sin pronunciar palabras, las palabras
estorban y engañan por los términos del lenguaje ordinario, pues se dice que vemos la
misma cera si nos la presenta y no que juzgamos que es la misma por el hecho de que
tenga la misma forma y color.
Aunque las cosas generales, es decir, un cuerpo, los ojos, una cabeza, manos y
otras por el estilo, puedan ser imaginarias, es preciso reconocer que hay cosas aun más
simples y más universales, que son verdaderas y existentes, de cuya mezcla, ni más ni
menos que de la mezcla de algunos colores verdaderos, están formadas todas estas
imágenes de las cosas que residen en nuestro pensamiento, ya verdaderas y reales, ya
imaginadas y fantásticas.
En principio reconozco que es imposible que alguna vez me engañe, puesto que
en todo fraude y engaño se encuentra cierto tipo de imperfección y aunque parezca que
poder engañar sea señal de sutileza, sin embargo, querer engañar atestigua debilidad o
malicia. Y en verdad, cuando no pienso más que en Dios, no descubro en mí ninguna
causa de erroro falsedad; pero, después, volviendo a mí, la experiencia me hace conocer
que estoy sujeto a una infinidad de errores, de los cuales obervo, al buscar más de cerca
su causa, que no sólo se presenta a mi pensamiento una idea real y positiva de Dios, o
de un ser soberanamente perfecto, sino también, por una idea negativa de la nada, de lo
que está infinitamente alejado de toda clase de perfección. En tanto que no soy yo
miemo el ser soberano, me encuentro expuesto a una infinidad de fallas, de modo que
no debo sorprenderme si me engaño.
Así conozco que el error no es algo real que depende de Dios, sino que es
solamente un defecto y que no tengo necesidad para engañarme de alguna facultad que
me haya sido dada por Dios particularmente para ese efecto, sino que sucede que me
engaño porque la facultad que Dios me ha dado para discernir lo verdadero de lo falso
no es en mí infinita.