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Luz de gas

La distorsión se produce y la situación creada convence a la víctima de lo que sea. Se


produce una apropiación del otro, de sus bienes y de su voluntad, a expensas del descenso
de su autoestima “prefabricado” paulatinamente.

Crisanto Gregorio León crisantogleon@gmail.com

13 Jun, 2020 | Hacerle luz de gas a una persona significa hacerle creer algo que no es
verdad, es decir, engañarle, despistarle. Introducir soterradamente la duda sobre todos sus
actos y procesos mentales, llevándola poco a poco a cuestionarse seriamente su cordura.
Significa, más o menos, convencer a una persona de que está desequilibrada emocional y
racionalmente para poder influir sobre sus actos.

Se trata de apoderarse de la voluntad de alguien haciéndole creer que lo que hizo, o lo


que dijo, no es cierto, y a la vez, sugestionar a dicha persona para que crea como verdadero
todo lo que se le diga. De esta forma, la persona a la que se le hace luz de gas tiene una
percepción de la realidad totalmente alterada, por lo que es fácilmente influenciable.

José Luis González de Rivera, en su libro sobre el maltrato psicológico, define lo que es
hacer “Luz de gas” y dice: “Hacer luz de gas consiste en intentar conseguir que alguien
dude de sus sentidos, de su razonamiento y hasta de la realidad de sus actos”. Por su parte,
Javier Marías la define como “persuadir a una persona de que su percepción de la realidad,
de los hechos y de las relaciones personales está equivocada y es engañosa para ella
misma”.

Negarle que lo ocurrido y presenciado haya ocurrido; convencerla de que en cambio


hizo o dijo lo que no hizo ni dijo; acusarla de haber olvidado lo efectivamente acaecido; de
inventarse problemas y sucumbir a sus suspicacias; de ser involuntariamente
tergiversadora, de interpretar con error siempre, de deformar las palabras y las intenciones,
de no llevar razón nunca, de imaginar enemigos y fantasmas inexistentes, de mentir —sin
querer— constantemente.
Para quién sabe persuadir a alguien de todo ésto, se trata de un eficacísimo método para
manipular al antojo y anular voluntades, para hacerse dueño de la víctima y convertirla en
su esclava o esclavo.

No cabe duda de que para que esta instrumentalización perversa tenga éxito debe
realizarse en condiciones privilegiadas. Se trata del marido, de la esposa, de un familiar
querido, pero, sobre todo, se trata en una relación de amor y/o de confianza. Nada debe
indicar a la víctima que está siendo manipulada por el agresor.

Provoca el aislamiento de otras influencias. Aislar a la víctima de su familia, tratando de


crear situaciones de enfrentamiento, es muy habitual. Y para ello se servirá de todas sus
habilidades. Lo mismo sucede con los amigos, “porque esa clase de gente seguramente no
le conviene”.

Con ello, el perverso o la perversa no sólo logra librarse de miradas que puedan poner en
peligro sus objetivos de dominación y control, sino que aumenta el grado de dependencia
de la víctima que piensa que su dominador o dominadora, “sabe”, incluso mejor que él o
ella, lo que le conviene.
Al estar colocado por la propia víctima en el lugar del saber por razones de amor o
confianza, el acosado o la acosada busca apoyarse en él o en ella para elaborar cualquier
criterio, lo cual es aprovechado por el acosador en su beneficio propio.

La distorsión se produce y la situación creada convence a la víctima de lo que sea. Se


produce una apropiación del otro, de sus bienes y de su voluntad, a expensas del descenso
de su autoestima “prefabricado” paulatinamente.

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