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13 Jun, 2020 | Hacerle luz de gas a una persona significa hacerle creer algo que no es
verdad, es decir, engañarle, despistarle. Introducir soterradamente la duda sobre todos sus
actos y procesos mentales, llevándola poco a poco a cuestionarse seriamente su cordura.
Significa, más o menos, convencer a una persona de que está desequilibrada emocional y
racionalmente para poder influir sobre sus actos.
José Luis González de Rivera, en su libro sobre el maltrato psicológico, define lo que es
hacer “Luz de gas” y dice: “Hacer luz de gas consiste en intentar conseguir que alguien
dude de sus sentidos, de su razonamiento y hasta de la realidad de sus actos”. Por su parte,
Javier Marías la define como “persuadir a una persona de que su percepción de la realidad,
de los hechos y de las relaciones personales está equivocada y es engañosa para ella
misma”.
No cabe duda de que para que esta instrumentalización perversa tenga éxito debe
realizarse en condiciones privilegiadas. Se trata del marido, de la esposa, de un familiar
querido, pero, sobre todo, se trata en una relación de amor y/o de confianza. Nada debe
indicar a la víctima que está siendo manipulada por el agresor.
Con ello, el perverso o la perversa no sólo logra librarse de miradas que puedan poner en
peligro sus objetivos de dominación y control, sino que aumenta el grado de dependencia
de la víctima que piensa que su dominador o dominadora, “sabe”, incluso mejor que él o
ella, lo que le conviene.
Al estar colocado por la propia víctima en el lugar del saber por razones de amor o
confianza, el acosado o la acosada busca apoyarse en él o en ella para elaborar cualquier
criterio, lo cual es aprovechado por el acosador en su beneficio propio.