Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Contreras, S - Intervenciones Con Sarmiento, A Propósito de Historias de Jinetes PDF
Contreras, S - Intervenciones Con Sarmiento, A Propósito de Historias de Jinetes PDF
Sandra Contreras
N adie como Borges para entender que una literatura difiere de otra
menos por la forma o la materia de sus textos que por la manera
de ser leída: “si me fuera otorgado leer cualquier página actual como la
leerán el año dos mil, yo sabría cómo será la literatura del año dos mil”,
dice en 1952 (“Nota sobre (hacia) Bernard Shaw” 747). “El decurso del
tiempo cambia los libros”, ya había dicho en 1944, en el prólogo a Recuerdos
de provincia, la primera vez que interviene directa, ensayísticamente, sobre
Sarmiento (121). Y ninguno, precisamente, de los escritores de la tradición
nacional como Sarmiento para suscitar en Borges una intuición histórica
–dramáticamente histórica– del tiempo: si, “implicado en la trama de nuestra
historia”, Sarmiento “ejecuta la proeza de ver históricamente la actualidad, de
simplificar e intuir el presente como si fuera ya pasado”, los ensayos de Borges
sobre sus textos se traman, cada vez con urgencia y beligerancia sarmientinas,
en la inmediata coyuntura histórica. Y con toda evidencia: 1944, en las vísperas
del fin del nazismo; 1961, después de la caída del primer gobierno peronista
(1946-1955); 1974, al retorno de Perón. En las tres ocasiones, Borges devuelve
a Sarmiento al “vaivén y al tumulto de las batallas” (“Sarmiento” 69); en las
tres ocasiones, que Borges construye cada vez como contextos de la violencia,
la escritura de Sarmiento vuelve al escenario contemporáneo como arma
de combate. La guerra, o lo que se vive como una guerra, pone a funcionar
otra vez la máquina de interpretación sarmientina, y contra el nazismo o
contra el peronismo Borges reactualiza la dicotomía civilización-barbarie.
Pero si este primer relevamiento permitiría corroborar la impresión de que
los pocos textos dedicados a la obra de Sarmiento –a primera vista, apenas
dos prólogos, dos notas sobre su autor, un poema para el General Quiroga y
otro para Sarmiento, un diálogo de muertos entre caudillos, ningún cuento–
78 Sandra Contreras
publicado por primera vez en forma completa en la edición de Discusión de 1957. Cabe
observar que si bien discrepa con la descalificación lugoniana de los precursores de
Hernández, en “El Martín Fierro“ comparte el desprecio por los consejos de Martín Fierro
que Lugones, dice Borges, califica definitivamente como “lástimas”.
2
Historia de Sarmiento (1911) de Lugones constituye la otra interpretación “nacionalista” de
Sarmiento. En el prólogo a Recuerdos, si bien no se ocupa directamente de la postulación
lugoniana de Sarmiento como “primer escritor argentino digno de ese nombre”, Borges sí
se ocupa de valorar la escritura de Sarmiento contra los valores y la escritura de Lugones:
allí donde Lugones advierte los defectos de la prosa sarmientina –el fragmentarismo, el
tosco engarce, la escasez de metáforas– Borges lee –desde la poética de “La supersticiosa
ética del lector” o “Las versiones homéricas”– una eficacia insuperable e inmortal: “Se
puede comparar cualquier episodio con el mismo en las trabadas páginas de Lugones;
línea por línea la versión de Lugones es superior; en conjunto es harto más conmovedora
y patética la de Sarmiento. Cualquiera puede corregir lo escrito por él; nadie puede
igualarlo” (120). Lo mismo dirá en “Sarmiento”, de 1961.
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 81
3
Golpe de Estado militar que derroca al gobierno de Juan Domingo Perón en setiembre
de 1955.
82 Sandra Contreras
4
Por supuesto, también hay que decir que desde la lógica popular del desafío y la retórica
de la fama Borges desmitifica, a su vez, el propio mito del coraje, y que lo hace en el
cuento mismo en que lo inaugura: “Hombre de la esquina rosada” (Historia universal de la
infamia, 1935). Si el narrador revela que mató al provocador en un relato oral en primera
persona, es porque el duelo no ha tenido testigos –condición indispensable para que la
fama del nombre circule en relatos orales– y es por esto que el justiciero, el peleador, a
diferencia de los cuchilleros míticos, carece de nombre propio. “Historia de Rosendo
Juárez” es el complemento de esta desmitifación del mito en relatos autobiográficos (ver
Astutti y Contreras).
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 83
5
Borges explicita aquí una operación central de las lecturas “letradas” y “nacionalistas”
de la literatura gauchesca, desde “El criollismo en la literatura argentina” de Ernesto
Quesada, de 1902.
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 85
II
Hasta aquí, las intervenciones explícitas de Borges sobre Sarmiento. Pero
hay, todavía, otro texto sobre el que quisiera llamar la atención. En 1955, cuando
reedita Evaristo Carriego como uno de los tomos de las Obras Completas que
había empezado a publicar Emecé en 1953, Borges incorpora al texto cuatro
capítulos: “Historias de jinetes”, “El puñal”, “Prólogo a una edición de las
poesías completas de Evaristo Carriego”, e “Historia del tango” que completa
con “Dos cartas” en el cierre.
“Historia de jinetes” es el texto que me interesa. La poca, casi inexistente,
relación entre el mundo imaginario del cuchillero o del guapo de arrabal
porteño (que es el mundo del Carriego) con el mundo imaginario del jinete
arroja una primera extrañeza. De hecho, el único cuento en el que el atributo
del hombre que manda es el caballo –”el colorado”– y no el puñal, es El muerto,
un relato que comienza, justamente, con la postulación de “que un hombre
del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la
infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del
Brasil y llegue a capitán de contrabandistas parece de antemano imposible”
(“El muerto” 524). El comienzo del cuento está aludiendo a lo increíble de
la aventura de Otálora y a su carrera de ascensos, lo sé; con todo, no deja de
ser interesante la anotación de esta suerte de extrañeza, de incongruencia,
entre el mundo del compadrito de arrabal y el mundo “ecuestre” en tanto
parece reafirmar la comprobación, que podemos hacer fácilmente, de que,
salvo Billy the Kid en New Mexico, no hay cuchilleros jinetes en las orillas de
Borges. Si esto es así, ¿qué sentido podría tener, entonces, la incorporación
de “Historias de jinetes” en Evaristo Carriego?
El texto empieza por recorrer una serie de historias de jinetes en su
encuentro con la ciudad. Si bien la primera es la del domador de Paso de los
Toros que, acompañando a su patrón a la ciudad de Buenos Aires, no salió
nunca de la fonda en que se alojó, la serie refiere fundamentalmente a historias
de masas de jinetes y esas historias provienen de la tradición nacional y de la
tradición oral de la casa de Borges (el levantamiento de Aparicio Saravia en
la campaña del Uruguay, los montoneros de López Jordán en Entre Ríos),
pero también de la historia oriental, esto es, del orientalismo, de la tradición
europea (Burton sobre los beduinos, Grousset sobre los mongoles liderados
por Gengis Khan). Historias orales y escritas, contadas desde la perspectiva
letrada (la voz familiar, la del historiador nacional, la del orientalista europeo,
unos y otros militares o escritores), todas dicen más o menos lo mismo: las
masas de jinetes, nómadas, no encaran la guerra con un plan sino como un
juego de hombría y ostentación, queman y matan no por sadismo sino por
desconcierto, por no saber obrar de otro modo, y, finalmente, no saben qué
hacer frente a la ciudad o con la gran ciudad que conquistan. Si la historia del
86 Sandra Contreras
domador que no entra a Buenos Aires pone el acento en el temor del jinete
ante la ciudad, el párrafo final más bien rubrica la idea de que en cada una
de las historias el jinete es “una tempestad que se pierde”, que “destruye y
funda con violento fragor dilatados reinos” pero que “sus destrucciones y
fundaciones son ilusorias”, que “su obra es efímera como él”. La paráfrasis del
Facundo, y no de una zona secundaria del texto sino de uno de sus argumentos
centrales, si no el central, parece evidente:
La misma lucha de civilización y barbarie de la ciudad y el desierto existe hoy en
África; los mismos personajes personajes, el mismo espíritu, la misma estrategia
indisciplinada, entre la horda y la montonera. Masas inmensas de jinetes que vagan
por el desierto, ofreciendo el combate a las fuerzas disciplinadas de las ciudades,
si se sienten superiores en fuerza, disipándose como las nubes de cosacos, en
todas direcciones, si el combate es igual siquiera, para reunirse de nuevo, caer de
improviso sobre los que duermen, arrebatarles los caballos, matar los rezagados
y las partidas avanzadas; presentes siempre, intangibles por su falta de cohesión,
débiles en el combate, pero fuertes e invencibles en una larga campaña, en que
al fin, la fuerza organizada, el ejército, sucumbe diezmado por los encuentros
parciales, las sorpresas, la fatiga, la extenuación. (Facundo 67)
Igual que Atila cuando se apodera de Roma, que Tamerlán cuando recorre
las llanuras asiáticas, “Facundo –dice Sarmiento– se apodera de su país; las
tradiciones de gobierno desaparecen, las formas se degradan, las leyes son
un juguete en manos torpes; y en medio de esta destrucción efectuada por las
pisadas de los caballos, nada se sustituye, nada se establece” (Facundo 96).
Por supuesto, Sarmiento no sólo cita (como Borges) sino que traduce a los
orientalistas europeos; o traduce su interpretación de la barbarie argentina
al esquema conceptual del orientalismo europeo, como quiera verse. Lo
interesante aquí es que, puesto a seleccionar fragmentos escritos sobre
historias de jinetes frente a la ciudad, Borges elija directamente las versiones
europeas y no la versión nacional, escrita, de Sarmiento; que de la tradición
nacional, elija solo las historias oídas. E intuimos –quizás porque la extensa
cita de los dos párrafos de L’Empire des Steppes convoca, muy elocuentemente,
el Facundo–que no se trata de simple preferencia por la versión orientalista “de
primera mano”, tampoco de simple olvido, sino de estrategia compositiva, de
una, tal vez deliberada, omisión.
Si atendemos a su articulación en la serie que inaugura el domador de la
fonda, quizás haya que decir que con estas historias Borges quiere acentuar
no tanto el peligro que comporta el bárbaro cuanto, por el contrario, el temor
del jinete ante la ciudad, y apuntar, por consiguiente, a ese proceso por el cual
los mogoles “terminaron envejeciendo en las ciudades que habían anhelado
destruir” y por el que “sin duda acabaron por estimar, en jardines simétricos,
las despreciables y pacíficas artes de la prosodia y de la cerámica” (153).
Es decir, el proceso según el cual –anota Borges en el cierre de la serie– la
“civilización finalmente se salvó” (153). Si esto es así, es cierto que el Facundo
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 87
6
Dice Sarmiento, y sin dudas éste es el objeto central del libro: “Esta es la historia de las
ciudades argentinas. Todas ellas tienen que reivindicar glorias, civilización y notabilidades
pasadas. Ahora el nivel barbarizador pesa sobre todas ellas. La barbarie del interior ha
llegado a penetrar las calles de Buenos Aires. Desde 1810 a 1840, las provincias que
encerraban en sus ciudades tanta civilización fueron demasiado bárbaras, empero, para
destruir con su impulso, la obra colosal de la revolución de la Independencia. Ahora
que nada les queda de lo que en hombres, luces e instituciones tenían, ¿qué va a ser de
ellas? La ignorancia y la pobreza, que es la consecuencia, están como las aves mortecinas,
esperando que las ciudades del interior den la última boqueada, para devorar su presa,
para hacerlas campo, estancia. Buenos Aires puede volver a ser lo que fue, porque la
civilización europea es tan fuerte allí que a despecho de las brutalidades del gobierno, se
ha de sostener. Pero en las provincias, ¿en qué se apoyará? Dos siglos no bastarán para
volverlas al camino que han abandonado, desde que la generación presente educa a sus
hijos en la barbarie que a ella ha alcanzado. Pregúntasenos ahora, ¿por qué combatimos?
Combatimos para volver a las ciudades, su vida propia“ (72).
88 Sandra Contreras
7
Borges, tan agudo siempre en la intuición de los comienzos y los cierres de las series,
desde luego lo sabe, aunque en nota a pie le atribuya ese lugar precursor a “las versiones
jocosas del diálogo del jinete con la ciudad” en las que, dice, abundaron los gauchescos.
Aunque también queda la posibilidad de recordar que para Borges el Facundo fue
prioritariamente la mejor historia argentina (véase el prólogo de 1974), y de pensar entonces
que nunca lo leyó como literatura o como proveedor de símbolos e imágenes literarias.
El prólogo de 1968 a Martín Fierro, sin embargo, podría desmentir o al menos complicar
esta impresión (“Después del Facundo de Sarmiento o con el Facundo –dice Borges–, el
Martín Fierro es la obra capital de la literatura argentina“ 96), y en cualquier caso sigue
siendo más interesante, más potente para la lectura, el recorte de jinetes que, en efecto,
hace Borges en la serie.
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 89
8
Una vez más, la historia de bárbaros asolando la ciudad lo remite a Borges a la historia
de los jinetes mogoles primero y luego a la historia oral de su casa, la de su abuela, y no
a las montoneras de la década del veinte en la Argentina decimonónica.
90 Sandra Contreras
9
“El criollismo en la literatura argentina” (1902) de Ernesto Quesada y El payador (1916)
de Lugones constituyen las referencias ejemplares.
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 91
10
Seguramente porque sabe, como el comisario retirado José Olave de “El encuentro”, que
“antes de los Podestá y de Gutiérrez [digamos: mediados de la década del ochenta] casi
no hubo duelos criollos”, Borges sitúa los duelos de cuchilleros entre los años noventa
y la primera década del siglo. Juan Muraña es el cuchillero más mentado de Palermo
hacia el noventaitantos y, a partir de los “rasgos circunstanciales” que Borges maneja
con verdadera maestría “realista”, puede deducirse que entre esos años transcurre
la noche rarísima de Francisco Real y Rosendo Juárez, el duelo siempre postergado
de Juan Almada y Juan Almanza que resuelve el imprevisto encuentro de Duncan y
Maneco de 1910. Cuando la historia está situada más atrás, como parece suceder con la
de “La intrusa” (el menor de los Nilsen murió hacia mil ochocientos noventa y tantos) es
porque refiere a índole de los “orilleros antiguos” o porque el enfrentamiento, como el
de los dos gauchos de “El otro duelo” en 1871, no se resuelve según las leyes del desafío
criollo. 1874 es el año de la muerte de Moreira y Borges escribe, tardíamente, en 1975,
un cuento para esa noche: “La noche de los dones”; mil ochocientos setenta y tantos, en
su imprecisión, alude entonces a los años anteriores o inmediatamente posteriores a la
muerte de Moreira y sin dudas, en la imposibilidad de verificarla, resulta más apta para
situar el nacimiento del mito.
11
Cuando conjetura que el hecho de que el provocador resulta siempre derrotado puede
deberse, en estos relatos de desafíos, a “la oscura y trágica convicción de que el hombre
es siempre artífice de su propia desdicha, como el Ulises del canto XXVI”, Borges realiza
una doble operación: por un lado, como Lugones, remite la ética del relato a la epopeya
griega –si bien lo hace, como una posibilidad, como una última conjetura–; por otro, y
en el mismo movimiento, diverge de la pretensión lugoniana de que el Martín Fierro –y
por extensión, de que el relato en cuestión– sea para nosotros (léase: para los escritores
argentinos) como los poemas homéricos para los griegos, una epopeya fundacional.
12
Ver Ludmer 227-236. En “Sobre algunas ficciones de violencia en la obra de J. L. Borges:
bandidaje, melancolía, ley”, Juan Pablo Dabove postula, en una relectura interesantísima
de los “relatos de coraje”, a la melancolía como rasgo central de los bandidos borgeanos:
92 Sandra Contreras
una melancolía que no se confunde ni con el tono del lamento de la gauchesca (Ludmer)
ni con la nostalgia por la violencia que aquejaría al letrado (Sarlo, Pauls, Balderston), ni
con la fruición épica por la violencia que Borges aprecia en sus ficciones favoritas. Dabove
define la melancolía como “la huella de la distancia imperceptible pero infinita entra ley
oral que define la identidad pública del cultor del coraje y el cuerpo que oscuramente
vive y muere bajo el peso de esa ley” (174). Desde este concepto, Dabove propone releer
los relatos borgeano a los que tendemos a atribuir, inmediatamente, una opción “festiva”
por el desafío y en los que esa opción se entiende, generalmente, como emancipatoria.
13
Por supuesto, podría decirse que “La noche de los dones” –que es el relato de un testigo
de la noche de abril de 1974 en la que el héroe es muerto y en la que empieza a sobrevivir
en el mito– es el cuento de la génesis del mito del coraje. Pero como no se trata aquí del
relato de los desafíos y los duelos –no están ni la voz ni el cuerpo de Moreira en la pelea
a facón– entiendo que el cuento adscribe menos al corpus de los relatos legendarios
que prueban “la religión del coraje” que al corpus de los relatos, entre fascinados y
melancólicos, de los testigos. Cuando digo que en “El desafío” está la génesis del mito
borgeano es porque se trata para Borges de un desafío con todas las de la ley –fórmulas,
armas y hombres en acto– y que es además primordial, cabal y perfecto.
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 93
14
Léase “Una vindicación de Mark Twain”: “Si no me engaño, las novelas son buenas […]
en razón inversa de los propósitos intelectuales o sentimentales que lo dirigen. En Kim,
la ‘política’ es evidente […]. A Ricardo Güiraldes le adivinamos un propósito partidario:
demostrar que el oficio de tropero en la campaña pareja de Buenos Aires […] tiene
mucho de heroico. Mark Twain, en cambio, es divinamente imparcial. Huckleberry Finn
no quiere otra cosa que copiar unos hombres y su destino” (16-17). Lo que objeta Borges,
claramente, es el propósito deliberado, “partidario”, de Güiraldes y su consecución, la
intención realizada. La observación me interesa porque la novela de Mark Twain también
es punto de confrontación en la lectura que en esos años, en 1931, Borges hace de Martín
Fierro (ver “El Martín Fierro“), pero sobre todo porque este argumento que ya formula
en los años 30, y que será central en “El escritor argentino y la tradición” de 1951, sigue
funcionando con fuerza justamente cuando Borges incorpora un nuevo argumento para
validar el Martín Fierro. Como lo anoté más arriba, en los prólogos de 1960 al poema Borges
insiste en que la realización estética del Martín Fierro está en el desvío de la intención del
autor, allí donde –para enunciarlo desde la conferencia de 1951– el “abandono al sueño
dirigido que es la creación artística” hace que la voz de Fierro se imponga a los propósitos
partidarios de Hernández. También el Facundo, en el prólogo de 1974, será validado por
las imágenes que no pueden explicarse con la enumeración de los propósitos conscientes
de Sarmiento. En la lectura de Don Segundo, en cambio, ni siquiera su condición de novela
de aprendizaje, de formación de un carácter –condición que Borges, confrontándolo con
Huckleberry Finn, añoraba en Martín Fierro: “Queríamos saber cómo se llegaba a ser
Martín Fierro”– alcanzan para atenuar en la novela de Güiraldes la condición de libro
“tan claro”, “sin una vacilación” (“Adolfo Bioy Casares: El sueño de los héroes“ 285).
Intervenciones con Sarmiento: A propósito de “Historias de jinetes” 95
Martín Fierro, Paulino Lucero o Santos Vega, sino con un “fantasma” que es
su “tardío arquetipo”, con una “idea platónica” que funciona como el “gaucho
genérico” de El payador de Lugones, generalidad y platonismo para Borges
siempre tan poco convincentes, tan poco interesantes, para la ficción.15
15
No habría que olvidar que en 1952 Borges incluye en Otras inquisiciones “De las alegorías
a las novelas”, que había publicado en 1949, y que ese ensayo, que termina proponiendo
a Don Segundo como ejemplo del modo en que “los individuos propuestos por los
novelistas aspirar a genéricos”, empieza declarando que “para todos nosotros, la alegoría
es un error estético” y transcurre argumentando que el arte alegórico que “alguna vez
pareció encantador”, ahora resulta “intolerable”, y hasta “estúpido y frívolo”. Si bien en
el ejemplo final Don Segundo queda del lado de las “novelas” y no estrictamente de las
“alegorías” la aspiración a “idea general”, a “especie”, que Borges le atribuye a su personaje
es suficientemente fuerte como para no terminar de dejar la novela, por completo, del
lado del nominalismo, de los “individuos”, que es, para el Borges de 1952, la natural y
extendida preferencia de hoy. Por otro lado, a partir del propósito “partidario” de Güiraldes
que denuncia en “Una vindicación de Mark Twain” de 1935 (“demostrar que el oficio de
tropero en la campaña pareja de Buenos Aires […] tiene mucho de heroico”) pero también
en la confrontación que ensaya en “Sobre The Purple Land“, de 1949, ahora con la novela
de Hudson (el “afán de magnificar las tareas más inocentes” que, dice, malea la novela),
no habría que descartar la idea de que a su vez, quizás, el oficio de tropero no le resulta a
Borges lo suficientemente apto para la leyenda. Si, como anotábamos, el único cuento en
que el atributo del caudillo es el caballo y no el puñal es aquel en que un triste compadrito
termina siendo contrabandista en los desiertos ecuestres de Brasil, vale la pena anotar
también que para contar ese pasaje Borges escribe en “El muerto” una historia de tropero,
mejor: de aprendiz de tropero. Benjamín Otálora acepta la propuesta de Acevedo Bandeira
de ir al Norte con los demás a traer una tropa y con esa aceptación “empieza para Otálora
una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor del
caballo”, y en esa vida que “es nueva para él, y a veces atroz”, antes de un año “se hace
gaucho“. Sigo citando: “Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el
lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas
y el sol, a arrear con el silbido y el grito” (546). Cuando se da cuenta de que “ser tropero
es ser un sirviente”, Otálora se propone “ascender a contrabandista” y allí, cuando pasa
al delito, comienza el duelo secreto con su “maestro”. Las alusiones al mundo y a los
propios términos de la novela de Güiraldes, a las que se suman “la hacienda guampuda y
menesterosa” de la estancia El Suspiro (esa es la hacienda de los campos de Don Segundo)
y el “forastero agauchado” que los demás empiezan a ver en Otálora (“agauchado” es un
término central de la novela), permiten conjeturar que “El muerto” es una variación, o
una respuesta, de Borges a la historia ejemplar –platónica– de Don Segundo Sombra. Borges
recorrió las distintas versiones de la relación entre maestro y discípulo del coraje y creo
que no puede negarse su inclinación por las historias que la desmitifican: está, primordial,
en el origen, la amistad de Nicolás Paredes que decididamente busca Evaristo Carriego,
pero también están, en el despligue del mito, la adicción del discípulo “indigno” por el
héroe Francisco Ferrari y su deleznable traición, y la historia de Gauna y Valerga en la que
el “sueño de los héroes” termina revelando un mentor abominable pero también valiente
que mata a su discípulo en un duelo a cuchillo. Bien podría decirse, creo, que en la disputa
entre los troperos compadritos y delincuentes que son Otálora y Bandeira Borges cifra
otra variación: la refutación –o el revés a un tiempo indigno y melancólico para decirlo
con Dabove– de la historia ejemplar, de la nostalgia tan clara –tan poco inquietante: tan
poco apta para el mito que hoy nos puede interesar– de Don Segundo Sombra.
96 Sandra Contreras
16
Situada y escrita en 1947, “La fiesta del monstruo” es, como ya se ha dicho, la reescritura
borgeana más evidente de El matadero de Esteban Echeverría.
17
La predilección de Borges por estos cuentos (de cada uno de ellos dice, de algún modo,
que es el mejor: “El Sur, que es acaso mi mejor cuento”; “la historia de El Evangelio según
Marcos, la mejor de la serie”) habla, una vez más, de esa atracción por las historias en las
que el hombre, desafiando al otro (y los modos de ese desafío son varios y diversos) es
artífice de su propio destino.
98 Sandra Contreras
_____ “De las alegorías a las novelas” [194]. Otras inquisiciones [1952]. Obras
Completas 2. Buenos Aires: Emecé, 1986. 119-21.
_____ “Nota sobre (hacia) Bernard Shaw”. Otras inquisiciones [1952]. Obras
Completas 2. Buenos Aires: Emecé, 1986. 122-24.
_____ “Sobre Don Segundo Sombra” [1952]. Borges en Sur. 1931-1980. Buenos
Aires: Emecé, 1999. 46-8.
_____ “Adolfo Bioy Casares: El sueño de los héroes” [1954]. Borges en Sur.
1931-1980. Buenos Aires: Emecé, 1999. 284-86.
_____ “Historias de jinetes” [1955]. Obras completas 1. Buenos Aires: Emecé,
1985. 153-56.
_____ “Sarmiento” (La Nación) [1961]. Textos Recobrados (1956-1986). Buenos
Aires: Emecé, 2003. 67-8.
_____ “Sarmiento” (Comentario) [1961]. Textos Recobrados (1956-1986). Buenos
Aires: Emecé, 2003. 69-70.
_____ “Prólogo” El Matrero. Jorge Luis Borges, selección y edición [1970].
Prólogos con un prólogo de prólogos [1975]. Obras Completas 4. Buenos Aires:
Emecé, 1999. 105-8.
_____ “José Hérnández. Martin Fierro” [1962, 1962 y 1968]. Prólogos con un
prólogo de prólogos [1975]. Obras Completas 4. Buenos Aires: Emecé, 1999.
84-93.
_____ y Margarita Guerrero. El “Martín Fierro” [1953]. Obras completas en
colaboración. Buenos Aires: Emecé, 1979.
_____ y Adolfo Bioy Casares. Los orilleros [1955]. Obras completas en colaboración.
Buenos Aires: Emecé, 1983.
Catelli, Nora. “La cuestión americana en ‘El escritor argentino y la tradición’”.
Punto de Vista 77 (2003): 31-6.
Dabove, Juan Pablo. “Sobre algunas ficciones de violencia en la obra de J.
L. Borges: bandidaje, melancolía, ley”. Variaciones Borges 22/2 (2006):
167-89.
Ludmer, Josefina. El género gauchesco. Un tratado sobre la patria. Buenos Aires:
Sudamericana, 1988.
Lugones, Leopoldo. El payador [1916]. Buenos Aires: Huemul, 1972.
Ocampo, Victoria. “Con Sarmiento” [1938]. Sur VIII (julio 1938).
Quesada, Ernesto. El “criollismo” en la literatura Argentina. Buenos Aires:
Imprenta y Casa Editora de Coni Hermanos, 1902.
Sarlo, Beatriz. Borges, un escritor en las orillas [1993]. Buenos Aires: Ariel,
1995.
Sorensen, Diana: El Facundo y la construcción de la cultura argentina. Rosario:
Beatriz Viterbo Editora, 1998.
Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo. Buenos Aires: Biblioteca Ayacucho,
1986.
White, Hayden. “The Forms of Wildness: Archaeology of an Idea”. Tropics
of Discourse: Essays in Cultural Criticism. Baltimore: The John Hopkins
UP, 1978. 150-81.