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La pícara Justina: voces y sombras de un converso

En 1605 aparece publicada en las prensas de Cristóbal Lasso Vaca, en Medina del

Campo, La pícara Justina, en cuya portada figura, a modo de autor, el nombre de

Francisco López de Úbeda. Esto no evitó que la ausencia de datos sobre su existencia

real, sumado a un rumor recogido por el erudito Nicolás Antonio, llevaran a considerar

como responsable de su elaboración al dominico leonés fray Andrés Pérez, escondido,

bien tras un pseudónimo, bien tras la personalidad de un amigo, en clara analogía con lo

sucedido en obras como el Fray Gerundio de Campazas (vid. Martínez García,

1996:345-348). Esta situación de inestabilidad en lo que a la atribución de la obra se

refiere no quedó definitivamente zanjada hasta mediados del siglo XX, fruto en gran

medida de la intervención de dos factores decisivos: por un lado, el descubrimiento, en

1895, por parte de Cristóbal Pérez Pastor, de unos documentos que probaban la

historicidad de López de Úbeda; y por otro, el exhaustivo estudio de la obra llevado a

cabo por Marcel Bataillon en su volumen Pícaros y picaresca. La pícara Justina

(1969), donde se rechaza, de manera incontestable, la atribución al clérigo leonés. El

estudio de este eminente hispanista, que dista de nosotros poco más de 30 años, parece

zanjar, ya sin lugar a dudas, esta enconada polémica.1

¿Quién fue realmente Francisco López de Úbeda? A juzgar por los documentos

encontrados por Cristóbal Pérez Pastor, así como por el estudio de Marcel Bataillon,

parece tratarse de un médico toledano al servicio de don Rodrigo Calderón, noble al que

dedica la obra que nos ocupa. Su función dentro de este séquito, tal y como subraya el

erudito francés, probablemente superase la de ser tan solo un galeno, ejerciendo a ratos

el papel de bufón, en vista de lo cual los abundantes enigmas que oculta La pícara

Justina debieron cumplir en su momento el papel de divertimento de corte, no solo por

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Un magnífico resumen de todas estas cuestiones lo encontramos en la introducción de la edición que de
La pícara Justina realiza José Miguel Oltra (1991).
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la relación de la obra con los libros de jeroglíficos, empresas y emblemas, tal y como

indica Darío Villanueva (1984:354-355), sino por tratarse, como se ha venido

apuntando desde el mencionado estudio de Marcel Bataillon, de una novela en clave,

con referencias a sitios y personajes conocidos.

En líneas generales, la novela narra en primera persona los recuerdos de una Justina

anciana y enferma, quien recorre en la obra el tramo que abarca desde su niñez hasta el

momento en que contrae matrimonio. El interés del relato, negado durante siglos por la

crítica, parecía quedar reducido a convertir el texto en un documento folklórico y

filológico, más que en una verdadera elaboración artística. Así, entre las líneas

redactadas por López de Úbeda, el crítico tan solo encontraba referencias a fiestas y

monumentos existentes por tierras leonesas, zona geográfica en la que discurre la

acción, sumando a esto la localización de abundantes giros y expresiones de la época, a

lo que se añadían referencias intertextuales a otras obras. El interés de la novela, por

tanto, radicaba tan solo en constituir una llave de acceso al mundo ajeno al texto y al

universo creador del médico toledano. Nuestro estudio pretende incidir precisamente en

estas dos cuestiones, continuando así las líneas investigadoras que, en los últimos

tiempos, se vienen aplicando con más o menos éxito dentro del ámbito de la novela

picaresca, género al que tradicionalmente se ha adscrito, no sin ciertas reservas, este

relato.

La obra, de amplias e intrincadas páginas introductorias, constituidas por una

dedicatoria, dos prólogos y una Introducción general, está estructurada, en su parte

principal, de acuerdo al siguiente esquema: consta de cuatro “libros”, dividididos a su

vez en veinticuatro capítulos, cada uno de los cuales presenta una cifra variable de

“números” o episodios, que oscilan entre uno y cinco por capítulo. Dentro de cada uno

de ellos encontramos cuatro elementos textuales: un poema introductorio con el que se


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abre el número, el relato en prosa propiamente dicho, notas o apostillas marginales que

acompañan, con diferente frecuencia, al cuerpo del relato y, por último, unos

“aprovechamientos” o moralejas finales. La importancia de esos elementos periféricos,

esto es, poemas, apostillas y aprovechamientos casi siempre ha sido desatendida, hasta

el punto de existir ediciones de la obra en las cuales, por ejemplo, las notas marginales

no aparecen. La explicación de esta actitud probablemente haya que buscarla en su

aparente condición de sumarios respecto a las acciones relatadas en la parte nuclear de

los distintos episodios.

No obstante, no todos los críticos y estudiosos de la obra pasan con la misma

celeridad ante estas manifestaciones textuales. Paloma López de Tamargo (1986) insiste

en la especial relevancia de estos elementos, a los que califica, siguiendo la

terminología de Genette (1989), de “paratextuales”, dentro de los cuales se incluirían los

prólogos, encabezamientos o notas a pie de página, por ejemplo. Continúa López de

Tamargo subrayando el papel que, como lector, podría haber desempeñado el editor,

seleccionando la tipografía y ubicación de las notas marginales. Lo cierto es que la

crítica en general, encabezada por Marcel Bataillon, no cuestiona la autenticidad de

estas notas, cuya elaboración se atribuye al propio López de Úbeda, siendo localizable

su presencia ya en la edición princeps.

¿Qué importancia puede revestir la presencia y análisis de estos elementos

paratextuales? La moderna crítica literaria invita a creer que más de la que pudiera

pensarse. Mijaíl Bajtín, eminente teórico ruso, tardíamente descubierto en España, nos

abrió los caminos del dialogismo y la polifonía, aspectos estos clave, tal y como él

insistió, a la hora de estudiar la novela moderna. La multiplicidad de voces o polifonía,

y el condicionamiento de estas, fruto de la interacción entre los agentes que intervienen

en la comunicación, con los consiguientes resultados dialógicos, constituyeron buena


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parte del apoyo teórico del que Bajtín se sirvió a la hora de analizar, por ejemplo, la

obra de Dostoievski. Y así, para este teórico, la polifonía se nos representa como una

pluralidad de voces en cuanto conciencias, ideologías y visiones del mundo(1988:118),

fruto de cuya interacción surge el fenómeno de la dialogía. Asumir esto es enfrentarse

de lleno con el género novelesco, donde la pluralidad de voces tiene más cabida. En este

sentido, se cuida bien Bajtín de entender a estas con un sentido exclusivamente

lingüístico: en una conversación puede no haber polifonía, si los agentes implicados no

reflejan diferencias en sus puntos de vista, por ejemplo. Al contrario, Bajtín asume la

polifonía como un elemento ligado a lo ideológico y, por tanto, a las cosmovisiones

individuales o colectivas, en la mayoría de los casos. El surgimiento de la novela, en su

opinión (1991), supone la irrupción de la conciencia galileica en el lenguaje, el cual deja

de ser percibido como forma absoluta del pensamiento.

A estas alturas, podemos preguntarnos qué importancia revisten estas reflexiones a

la luz de La pícara Justina. Creemos que la obra de López de Úbeda refleja

perfectamente el fenómeno de la polifonía, a partir de los universos ideológicos

localizables en la Justina-personaje, en la Justina-narradora y en los locutores de los

paratextos. Estos tres bloques comportan tres actitudes ante un mismo fenómeno, el de

las alocadas andanzas y desventuras de la protagonista.

Comencemos por la propia protagonista, en clara situación de alteridad, como

veremos, en relación con su papel como narradora. De su carácter alocado, inconsciente,

da buena muestra el siguiente fragmento:

Como supe, me encomendé a la Santa Virgen, aunque si va a hablar de veras, fui tan sin

acuerdo, que me fui a casa sin verla, y para desquitar algo de mis descuidos, hice cien

reverencias, treinta y dos a cada altar de los colaterales y treinta y seis al altar mayor. ¡Mira

mi muchachería! ¡Todo en loco! No faltó quien se rió de mí y me contó las veces, mas esto

es lo de menos, ca si yo fuera quien debiera, pudiéralo sufrir, pues de Ana y de otras santas
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mujeres se rieron de verlas devotas, y alcanzaron lo que pedían; lo malo era que yo era tan

bobilla, que si me preguntaran qué pedía a Dios con tantas reverencias, no supiera

responder, porque todo aquello iba en loco, y el mayor cuidado que yo tenía en cuantas

reverencias hacía, era ver si salían buenas y conforme a un molde de reverencias que a mí

me había dado una dama mesonera, gran mujer de reverencias. (p. 503) 2

A la luz de este fragmento, la actitud de la protagonista salta a la vista. En lo que a la

historia se refiere, la obra relata los viajes y sucesos de Justina hasta el momento en que

se casa y sienta la cabeza. Hasta entonces, el texto recoge sus andanzas de fiesta en

fiesta, de baile en baile. Amante de la diversión, irreflexiva y optimista, nada le

preocupa. Ella misma se autoproclamará como la “romera bailona”. Muy distinta será

por el contrario, la mujer madura y enferma que nos relata los acontecimientos. La

fuerza de los remordimientos ha hecho mella en ella: clara está aquí, por tanto, la

vinculación de la obra con otros títulos picarescos, como el Guzmán de Alfarache.

Cuando Justina se pone a escribir cuenta con cuarenta y ocho años: “Diráme que es

mocita la recién nacida. No medre don Perlícaro, si a buena cuenta, tomada el bisiesto

en que nació hasta el presente en que estamos, no hace hoy cuarenta y ocho, tan justos

como baraja de naipes (...)” (p. 144). Según Mariana Dimitrova (1996), habrían pasado

de 25 a 28 años desde los últimos hechos relatados, esto es, su matrimonio, cuando

tendría entre 21 y 23 años. Es mucho tiempo para que la mentalidad de la protagonista

no haya cambiado, por lo que no es de extrañar que se nos revele mucho más cauta en lo

moral: “Decía un papelista de aquí de Salamanca que, como no hay sermonario que no

tenga junto con la Pascua la Cuaresma, tampoco hay placer carnal que junto a un hoy no

tenga un ay, y junto a un pené un pequé” (p. 386), o cuando dice: “que el oro tiene ese

efecto en las mujeres, que a las quietas las hace corredoras, por cuanto el oro se labró

con azogue vivo, y a las corredoras las para y detiene, como se vio en la doncella

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En las citas textuales seguiremos la edición de Antonio Rey Hazas (1977).
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corredora, a la cual ganó y aventajó el mancebo que (...) derramaba manzanas de oro

(...)” (p. 140). Pero Justina, por encima de todo, busca la distancia psíquica respecto a su

pasado, como refleja la deixis, bien puesta de manifiesto a modo de adjetivo

demostrativo para aludir a la situación de la enunciación: “Una cosa vi de que se

consoló mucho esta alma pecadora (...)” (p. 404), bien recurriendo a un tiempo verbal

pretérito que marca la distancia del hablante respecto a la acción cometida: “Ya quiso

Dios que aporté a la ermita de San Lázaro. Quise entrar a hacer oración, mas vi unos

altarcitos y en ellos unos santitos tan mal ataviados que me quitaron la devoción, y yo

había menester poco” (p. 381). El arrepentimiento, su rechazo del pasado y su intención

de adoctrinar caracterizan a la Justina narradora:

Demás desto, yo ponía la lana hilada en parte húmeda, y como la lana cogía humedad,

pesaba mucho más, que la lana coge cuantos licores se le juntan, y por eso fue jeroglífico de

la niñez y del mal acompañado. ¡Hola amigo, avisón!, que por eso te hago avanzo de mis

pasadas travesuras, que para sólo decirlas, bien excusado fuera el hacerme yo escriptora.(p.

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A la luz de esta oposición, es difícil hablar en sentido estricto de polifonía. Tan solo

en aquellos casos en que el discurso de la joven Justina se cuela a través del de la

Justina narradora podemos hablar de él verdaderamente, como en el mencionado

fragmento donde la protagonista nos relataba las infinitas genuflexiones realizadas en

una iglesia, despreocupada de los juicios críticos de sus observadores. En cualquier

caso, es obvia y constatable la relación de “otredad” observable entre las dos Justinas.

Pero, ¿qué sucede con los demás locutores? Vamos a realizar un breve y rápido

repaso de los indicios más significativos, en lo que al análisis fenomenológico de estas

voces se refiere. Entre estos elementos paratextuales, comenzamos hablando de los más

sugerentes, esto es, las apostillas o notas marginales. En primer lugar, su función de cara

a la comprensión lectora del texto es obvia, en relación con lo cual podríamos


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mencionar, por ejemplo, su papel de sumario de fragmentos textuales, lo cual en

ocasiones resulta de gran ayuda, sobre todo ante la abundante inserción de cuentos,

fábulas o digresiones, no siempre reconocibles por el lector, dentro de la línea

argumental básica de la obra. Y así, dirán las notas, por ejemplo: “Cuento a propósito

que los pelos hablan” (p. 88), o bien “Los hechos de los reyes las piedras los pregonan.

Cuento a propósito y una fábula.” (p. 89). Pero, sin lugar a dudas, el aspecto más

sugerente es el concerniente al mundo ideológico del locutor que se esconde tras las

apostillas, dentro, claro está, del juego ficcional, y que nosotros interpretamos de

acuerdo con unos indicios. Así, creemos que las notas manifiestan una actitud

claramente reaccionaria, sobre todo en el terreno moral. Para empezar, Justina, sobre la

cual no es capaz el lector de realizar un juicio inapelable acerca de su hipotética

promiscuidad, habiendo pruebas a favor y en contra, menciona en varias ocasiones

cómo lograba mantener a salvo su virtud, pese a los impedimentos masculinos.

Curiosamente, no encontramos ninguna nota marginal que ratifique esta actitud de la

protagonista, a pesar de encontrar los siguientes comentarios en el texto: “Y, a la

verdad, muchos pretendientes que aman a una misma dama, cuando así están juntos, son

como olla de nabos que mucho yerve, que aunque todos andan listos con el calor,

ninguno se pega a la olla. Así que todos me comían con los ojos y ninguno me tocaba

con las manos (p. 294); “De todos fuí alabada, por casta, más que Lucrecia; por astuta,

más que Berecinta; por valerosa, más que Semíramis” (p. 333) “(...) mandó que el

dueño de la mula hurtada me pagase muy buen hallazgo, pues, por mi industria, había

sido librada del poder de la Bigornia, y que se me diese por testimonio, porque nadie me

pudiese motejar de mala, sino honrar por casta y astuta” (p. 335). El locutor de las notas

se aleja igualmente de la objetividad cuando deja entrever su clara misoginia, al hacer

especial hincapié en cualquier aspecto relacionado negativamente con las mujeres. Dirá
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el texto: “Nunca gozamos las mujeres lo que vestimos, hasta que vemos que nos ven. Y

así, pude decir que hasta que vi que me miraban de puntería, no supe lo que tenía puesto

ni por poner”. Frente a ello, leemos en la nota: “La mujer mirada, estímase a sí y

desprecia a otros” (p. 259). Es constatable que en ese fragmento textual no existe

ninguna referencia al menosprecio de las mujeres hacia personas de su mismo sexo. A

esto se suman comentarios que reflejan en general una actitud reaccionaria y

moralmente estricta. Así, en relación con la muerte del padre, las notas se limitan a

subrayar los aspectos más reprochables de los familiares: “La poca lástima y dolor de la

pérdida del marido”, “Fácilmente se consuelan” o “Entiérranle sin llorar” (pp. 224-225).

Otras veces esa severidad es aún mayor: “(...) me comenzó a decir: - Pues en verdad,

señora, que han venido a mí pleiteantas que han seguido mis consejos, y alguna

pleiteanta entró a pie, pobre y sin blanca, que salió con sentencia en favor y con dinero

de sobra y a caballo, y todo por orden mío”. Dirá la nota, ante esto: “Excusa de

hipócritas” (p. 639). En resumen, podemos afirmar la especial inquina del locutor de las

notas marginales hacia todo lo que tenga que ver con lo moralmente reprochable.

¿Y qué es lo que sucede con los llamados “aprovechamientos”? Sin ser tan jugosos

como las notas, en lo que a su análisis fenomenológico se refiere, reflejan aspectos

interesantes. En lo concerniente a la ideología, por su propia definición hemos de

suponer que los aprovechamientos han de evidenciar una clara actitud moral, cercana en

varios aspectos a las de las notas. Por un lado, refuerzan la actitud crítica ante Justina.

Así, en el aprovechamiento correspondiente al número segundo de la Introducción

general encontramos lo siguiente: “Especial vicio es de gente perdida no llorar los

graves desastres de su alma y lamentar ligeros daños del cuerpo. Tal se pinta esta

mujercilla, la cual llora la mancha de una saya como su total ruina, y de sus inormes

pecados no hace caso” (p. 117). Lo cierto es que, con el texto en la mano, es imposible
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encontrar evidencia explícita de esos “inormes pecados”. Igual ocurrirá con otros

aprovechamientos: “La libertad y la demasía del gusto entorpece el entendimiento, de

modo que aun en los tristes sucesos no se vuelve una persona a Dios, mas antes procura

alargar la soga del gusto, con que al cabo ahoga su alma” (p. 283). Los “tristes sucesos”,

en lo tocante al capítulo, son tan solo la puesta en ridículo de la protagonista en una

romería, y la crítica de su tendencia a hablar. Esto crea una predisposición negativa por

parte del lector, que ya arrancaba del primero de los aprovechamientos: “De lo que has

leído en este número primero (lector christiano) colegirás que hoy día se precian de sus

pecados los pecadores, como los de Sodoma, que con el fuego de sus vicios merecieron

el fuego que les abrasó” (p. 104). Leyendo el número en cuestión, uno puede comprobar

que Justina no defiende sus pecados, sino que más bien adopta una actitud prudente y

arrepentida, a pesar de que, como ya hemos insistido, en ningún momento explicite esos

excesos carnales que tanto se le reprochan. A estas críticas podríamos sumar igualmente

la misoginia generalizada que rezuman buena parte de estos paratextos. Así, a partir de

generalizaciones de acciones realizadas por Justina: “Algunas mujeres se enriquecen a

título de pobres envergonzantes, mas no por eso los siervos de Dios han de olvidar de

dar limosna que dan por sólo amor de su buen Dios y Señor” (p. 495). A veces, aparte

de estas generalizaciones, se omiten elementos laudatorios hacia la protagonista. En este

sentido, leemos al final del número que relata, como tema central, el casamiento

honroso de Justina: “Una mujer libre a la misma Iglesia santa pierde el respeto y en ella

se descompone, porque quien niega a Dios (...) tampoco atiende cuán digno es de suma

reverencia aquel divino templo en que Dios está real y verdaderamente”. Por último,

como rasgo curioso de este locutor, destacamos su especial preocupación por las

apariencias, lo cual manifiesta, por su parte, más una moral de puertas afuera que una

ética personal. Existen bastantes ejemplos al respecto: “Pondera, lector, que los males
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crecen a palmos, pues esta mujer, la cual, la primera vez que salió de su casa, tomó

achaque de que iba en romería, ahora, la segunda vez, sale sin otro fin ni ocasión más

que gozar su libertad, ver y ser vista, sin reparar en el qué dirán” (p. 386). En otro

ejemplo: “La modestia y vergüenza, aunque sea fingida, es agradable y muy decente a

las doncellas, y gran pecado el aprovecharse mal de una cosa, de suyo tan buena y

loable, para fines malos” (p. 428).

Por último, los poemas introductorios resultan mucho menos sugerentes, desde esta

perspectiva de análisis. A pesar de constituir otra modalidad de sumario, la actitud de su

locutor resulta mucho más desenfadada que la del de las apostillas marginales o la del

de los aprovechamientos. Para muestra, un botón, procedente del primero de los

poemas: “Cuando comenzó Justina / A escribir su historia en suma, / Se pegó un pelo a

su pluma, / Y al alma y lengua mohína. / Y con aquesta ocasión / Dice símbolos del

pelo, / Y mil gracias muy a pelo / Para hacer su introducción.” (p. 87). No obstante, si

algo caracteriza a estas composiciones es su extraordinaria heterogeneidad, siendo

difícil encontrar una línea ideológica definible. Cabría subrayar, en todo caso, el papel

predominante que se otorga al lector, cuya pericia resulta fundamental para completar

los abundantes versos truncados diseminados a lo largo del relato.

Recapitulemos: a lo largo de estas páginas hemos intentado poner de manifiesto, con

obligada brevedad, la existencia de auténtica polifonía en La pícara Justina, en

adecuada correspondencia con su estructura enunciativa. No obstante, nuestro objetivo,

y de ahí nuestra breve introducción acerca de la polémica en torno a su autoría, pasaba

por realizar un análisis pragmático de este fenómeno. Para ello, para relacionar autor y

obra, esto es, López de Úbeda y la polifonía de La pícara Justina, hemos de partir de

nuestras limitaciones, determinadas tanto por el carácter diferido de toda comunicación

literaria como por la progresiva desaparición de un hipotético contexto común, disuelto


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por el abismo que separa a dos personas cuyos márgenes vitales distan exactamente

cuatro siglos. Estas barreras llevan a todo crítico a servirse de la hermeneútica con el

objetivo de elaborar un autor implícito, esto es, como indica Ángel Díaz Arenas (1986:

23), la “realización o construcción por parte del lector actual-real de un ente teórico en

el que concreta y especifica todos aquellos aspectos y elementos que están impregnados

de un ‘algo de autor’”, el cual, en nuestro buen deseo, se aproxime lo máximo posible al

autor real. Desde esta perpectiva, planteamos la utilización del psicoanálisis como

cuerpo teórico manejable en el ámbito de la polifonía, si bien con cierto grado de

laxitud. Sigmund Freud, referencia inevitable en estos casos, estableció tres estadios

para explicar la relación entre el mundo interior y exterior del individuo (1973): a) el

ello, esto es, el elemento amoral, instintivo, que contiene las pasiones; b) el yo,

constituido por una parte del ello modificada por la influencia del mundo exterior,

transmitido por el preconsciente. Consiste en una organización coherente de los

procesos psíquicos. Integra la conciencia, y de él parten las represiones del sujeto; y c)

el super-yo , o ideal del yo, elemento hipermoral que impone a este los preceptos,

prevenciones y actos expiatorios, lo cual le lleva a entrar en conflicto con el ello. A la

luz de esta clasificación, no parece del todo descabellado establecer una relación icónica

entre la polifonía localizable en La pícara Justina y las mencionadas divisiones del

entramado psíquico. De este modo, cabe plantear las acciones de una irreflexiva y

adolescente Justina como la puesta en escena del lado más instintivo del sujeto, del ello,

lejos aún de sufrir una coerción de tipo social. Frente a ella, la Justina narradora,

representación del yo, se nos muestra presa de los remordimientos, condenando, si no

negando, su pasado irreflexivo y disoluto. En Justina, finalmente, habrían hecho mella

los condicionamientos del mundo exterior, represor e intolerante. De este modo, los

elementos paratextuales, fundamentalmente las notas marginales y los


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aprovechamientos, supondrían la representación literaria del super-yo, puesto en boca

de estos locutores sin rostro que constantemente censuran la actitud de la protagonista

en particular y de las mujeres en general. Ahora bien, estas correspondencias podrían

significar mucho o no significar nada. Rudolf van Hoogstraten (1986), quien estudió

varias obras picarescas aplicando un aparato crítico cercano al psicoanálisis, habla en el

caso de esta novela de un ejemplo de “paradoja horizontal” o escritura corporal,

conceptos con los que pretende explicar ciertas contradicciones existentes entre las

acciones de la Justina protagonista y el discurso de la Justina narradora. Quedarse aquí

supone, en nuestra opinión, reducir la rica polifonía que refleja la obra. El psicoanálisis,

en este caso, más que para realizar un estudio del insconsciente de la protagonista o del

autor, ha de servir como herramienta crítica que aproxime a la obra y a su productor,

ofreciendo, sencillamente, un apoyo hermenéutico que no tiene por qué llevarnos a la

conclusión de hallarnos ante un claro ejemplo de neurosis literaria.

López de Úbeda, médico y bufón al servicio de Rodrigo Calderón, parece ser que

procedía de familia judeoconversa, tal y como subrayan crítitos como Bataillon (1969:

33, 37, 42). Su relación con este cortesano no podía ser más aberrante. Si seguimos al

estudioso francés, La pícara Justina habría de servir para contribuir al proceso de

ennoblecimiento de Rodrigo Calderón, dedicándole la obra e incluyendo su supuesto

escudo de armas. Independientemente de que fuera esta o no la verdadera intención de

Úbeda, sobre lo que la crítica no está de acuerdo, lo cierto es que así da la impresión, a

través de una lectura superficial. Nuestro médico toledano, claro está, no desconocería

la ironía que suponía el hecho de que él, de familia conversa, apoyara con su obra la

defensa de la sangre y la obsesión genealógica. Desde este prisma, la estructura

polifónica que hemos intentado explicar y justificar, lejos de prestarse exclusivamente a

un análisis exclusivamente textual, posibilita, desde una perspectiva pragmática, ser


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puesta en relación con el autor de la obra, si bien su iconicidad respecto al entramado

psíquico, lejos de suponer una indagación en el inconsciente del autor, refleja, en

nuestra opinión, una actitud creativa asumida desde el pleno uso de la razón. Y así,

entendemos La pícara Justina como la obra reivindicativa de un converso, quien hubo

de enfrentarse a la trágica ironía de entretener a nobles y cortesanos obsesionados con la

limpieza de sangre. La novela se convierte así, por tanto, en una obra en clave donde

tras cada voz se oculta alguna de las piezas del tablero de la España del siglo XVII, esto

es, el hombre que lucha por salir de la represión obligada por su condición biológica y

religiosa, es decir, la Justina adolescente; aquel sobre el que ha podido el peso del statu

quo, o lo que es lo mismo, la Justina narradora; y, por último, las voces de aquellos

beneficiados por la obsesión genealógica, es decir, los locutores de los paratextos que

constantemente sancionan el comportamiento y actitud de la protagonista. De este

modo, la obra ofrece una nueva vuelta de tuerca sobre el tema, ya codificado, del pícaro

arrepentido. Confiamos, por tanto, con estas breves reflexiones, en reconducir, al igual

que muchos críticos en las últimas décadas, los ingratos prejuicios que, durante siglos,

se vio obligada a sufrir esta obra de López de Úbeda.

José Antonio Calzón García

Universidad de Oviedo
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BIBLIOGRAFÍA

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Económica, México, 1988.

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1969.

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 Hoogstraten, Rudolf van, Estructura mítica de la novela picaresca,

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Nacional, Madrid, 1977.

 —, La pícara Justina, ed. J. M. Oltra, Cátedra, Madrid, 1991.


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 Martínez García, Francisco, “Una mirada sobre el género y la escritura

degradante de La pícara Justina”, en Philologica. (Homenaje al profesor

Ricardo Senabre), Universidad de Extremadura, Cáceres, 1996, pp. 341-377.

 Villanueva, Darío, “Narratario y lectores implícitos en la evolución formal de la

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del-Valle y D. Villanueva, Society of Spanish-American Studies, Lincoln, 1984,

pp. 343-367.

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