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5-E Sociedad - S. XVI-Carlos Assadourian - Cap. Comp. (Comp.) PDF
5-E Sociedad - S. XVI-Carlos Assadourian - Cap. Comp. (Comp.) PDF
En sus ordenanzas Abreu recuerda la misión que recaía sobre los encomenderos y les
ordena "que de aquí adelante aviendo sacerdotes rreligiosos con quien tener doctrina le den
a los dichos naturales e por razón dello les paguen la limosna..." El texto descubre que la
carga religiosa había sido parcialmente eludida por la tendencia del encomendero a no gravar
con el estipendio eclesiástico el rendimiento del repartimiento pero también por la carencia
de curas doctrineros dedicados a la conversión masiva y profunda del indio.
Este aspecto está en la base de una característica del siglo XVI: la poca gravitación del
sector eclesiástico como mediatizador del poder del sector privado en el ámbito rural por un
lado y la penetración superficial del catolicismo en los grupos indígenas por el otro. La débil
presencia de religiosos es referida por el obispo Vitoria mediante su óptica monetarizada:
"como en la tierra ay esta pobreza no ay quien quiera del estado eclesiástico entrar en ella";
visión muy similar a los pareceres individuales, de los Cabildos y gobernadores, cuando
describen la situación espiritual de la región. ¿Cómo podría acomodarse esta evidente atonía
y retraimiento hacia la evangelización de nuestro territorio -advertible no sólo en el clero
secular sino también en el regular- con la infatigable militancia y el espíritu de cruzada que
asomaba en el auge expansivo de la primera mitad del siglo? Algunos atentos historiadores
coinciden en señalar, para estas últimas décadas y en los principales centros coloniales, una
mengua del empuje misionero. El cuerpo eclesiástico se instala en una etapa de
burocratización en la que el interés se revierte sobre la organización interna y la
administración de los conventos. En la raíz de este sosiego repentino quizá pueda descubrir
cierto escepticismo con respecto a las posibilidades del indio para comprender los dogmas y
misterios de la fe. Vicente Sierra señala el exiguo número de religiosos en nuestro país
durante la primera época. pero ]o interpreta entendiendo que el esfuerzo desplegado por las
diversas- órdenes en la evangelización de México y Perú produjo su agotamiento-. y la
imposibilidad de dividirse para acometer la nueva empresa. De allí la acción decisiva de la
Compañía de Jesús, la que alcanzaría mayor influencia en la formación religiosa del país.(7)
Si esos esfuerzos fueron altamente meritorios, resulta difícil ignorar lo efímero de los
resultados, pues el indio permanece sujeto a un sistema que evoluciona con lentitud y que en
lo fundamental confirma los supuestos originarios: rituales mágicos, tabúes inviolables,
intermediación, brujas y hechiceros para salvar los conjuros del cielo y de la tierra. El primer
obstáculo para una acción más profunda de la prédica evangelizadora proviene del lenguaje
que, en tanto sistema de signos y significados, comporta una visión del mundo; el de esas
culturas primitivas resulta una herramienta precaria para aprehender las pautas culturales de
Occidente, representativas de un alejado sistema de pensamiento. Cuando los complicados
conceptos de la religión católica intentan ser expresados dentro de un código de signos
rudimentarios sufren una transformación que desdibuja y pervierte las nociones originales.
Por añadidura, el uso de su lengua remite al indio inmediatamente al interior de su propio
modelo asuntivo y lo lleva a reinterpretar los conceptos a la luz de su complejo tradicional.
Mediante lo expuesto se advierte la dificultad de superar, en un tiempo corto y por medio de
contactos fugaces, las distancias entre una religión ética que se enseña predicando y otra que
se nutre de tabúes y ritos mágicos. Pocos podían esperar que los indios proscribieran y
desterraran sus mitos y dioses si los portadores de la nueva doctrina, luego de una breve
aparición, se perdían por largos meses, años o toda la vida. Nada tiene de extraño que en las
comunidades indígenas la religión tradicional conserve una posición muy sólida y las
obligaciones del culto antiguo sean estrictamente observadas. En el mejor de los casos se le
incorporarán elementos católicos o habrá una proclividad al doble culto, aspectos todos de
un mestizaje religioso.
Las ordenanzas incluían —se ha recordado ya— disposiciones protectoras para los indios,
algunas de cuyas cláusulas conllevan juicios que tienden a mostrarlos poco dotados y
proclives al vicio: "en el tiempo libre que tienen andan borrachos y vellaqueando..." De ello
se deduce que deberán ser objeto de cuidados y de una presión coercitiva para encaminarlos
a labores útiles. El encomendero debía procurar que sus protegidos cultivaran sementeras y
algodón para la alimentación y vestidos; que participaran en una chacra colectiva, a los fines
de disponer de excedentes para la comunidad y en otra chacra comunal para sustentar a
huérfanos y viudas. Era opinión generalizada que el poblero, representante del encomendero
en los pueblos, fue el peor enemigo de los indios; se creyó encontrar una solución para
erradicar los excesos mediante el nombramiento de pobleros de probada honradez que
debían pasar por el juicio del gobernador. Además se les prohibía comerciar con los indios y
utilizarlos en trabajos para su interés personal. Esta reglamentación protectora tuvo,
necesariamente, una eficacia limitada puesto, que mantuvo la jerarquía del encomendero. Es
él, en realidad, quien define la situación a que será sometido el indio y, siendo el directo
beneficiario de su trabajo, no hubo que esperar un trato distinto que el dictado por sus
intereses.
Para liberar al indio de la sujeción personal directa y a la vez seguir concediendo la prebenda
que el conquistador y sus descendientes o los nuevos beneméritos esperaban como
recompensa por los servicios prestados, la Corona reemplazó el sistema de la prestación de
servicios por una renta anual fijada por las autoridades y que el indio debía pagar a su
encomendero como único tributo; esta renta significaba una carga menor que la primitiva
prestación de servicios.(8) La disposición abría igualmente un proceso de cambio hacia una
nueva formación estructural al pretender anular la hegemonía económica del grupo señorial
despojando a la encomienda de su papel de reguladora básica de la fuerza de trabajo. Por
otra parte lanzaba al mercado una masa de trabajadores potencialmente libres cuyos
servicios podían ser arrendados por los productores y comerciantes españoles cada vez que
sus intereses empresarios requirieran su empleo. De esta manera fue introducida la noción
del salario como natural remuneración de la fuerza de trabajo indígena.
Mientras el tributo como única carga del indio comenzó a aplicarse en otras zonas
americanas a partir de la segunda mitad del siglo XVI, en el Tucumán y el Litoral fue
demorado hasta 1612. Las causa de la tardanza puede imputarse a una desidia general que se
acentúa en los gobernadores, directos interesados en que el sistema de la tasación de
tributos no se impusiera. Gerónimo de Bustamante expresaba en 1584 en su conocida carta
al rey, que mientras los gobernadores poseyeran los repartimientos de Soconcho y
Manogasta para complementar el pago de sus salarios de cuatro mil pesos anuales "no
tasaran la tierra y myentras no se tasasen no se podra descargar la rreal conciencia de
vuestra majestad por lleballes los encomenderos su trabajo..." Salta a la vista el interés de los
gobernadores por mantener el sistema; mediante la prestación de servicios los dos
repartimientos rentaban 10.000 pesos, según el padre Vázquez, u 8000, si se toma en cuenta
la estimación de la Audiencia de Charcas. Ramírez de Velazco, que en sus tres primeros
anos de gobierno reitera reclamaciones para imponer la tasación, concluye negando tal
posibilidad con el siguiente argumento: "no se haga la tasa porque es gente incapaz y sin
razón y no tienen caciques ni lo obedecen como en el Perú..." Obviamente, a los intereses
privados tampoco convenía la tasación que les haría perder la exclusividad de la mano de
obra y bajar las utilidades. Los 8 pesos del tributo que pagaban los indios en el Perú o los 10
pesos que fijarán posteriormente las Ordenanzas de Alfaro son sumas exiguas en
comparación con lo que podía obtenerse del usufructo directo de su trabajo; 45 pesos
anuales según Bustamante, 20 pesos de las indias y 30 pesos de los indios según la
estimación de Levillier.(9)
Por otra parte, el linaje y "los méritos y servicios" que le habían permitido obtener
repartimientos servían para lograr las mejores y más extensas mercedes de tierras. A la
encomienda, que proporcionaba los trabajadores y la casi totalidad de los bienes que podían
constituir un capital inicial, se agregaba así la propiedad de la tierra más valorizada. De tal
modo, en la sociedad de la primera época, el encomendero concentra los recursos y se
encuentra en óptimas condiciones para comenzar actividades agrícolas, ganaderas y de
transporte y para explotar obrajes: a él pertenecerán las empresas económicas de mayor
envergadura. Es legítimo aquí interrogarse sobre los individuos marginados del privilegio de
la encomienda y que necesitan trabajadores para las empresas que habían puesto o podían
poner en marcha. La oposición de intereses entre los encomenderos y los no encomenderos
—unos buscando mantener la exclusividad de la mano de obra y los otros tratando de
universalizarla— ha provocado enfrentamientos entre los dos sectores en otras áreas
americanas.(11)¿Es posible hablar de todo ello en el Tucumán? Pese a la ausencia de
estudios específicos sobre el problema contamos con algunas referencias que nos permiten
suponer la debilidad del conflicto.
Otras modalidades relativas al tema son las que nos muestran al encomendero pagando sus
deudas mediante el traspaso de sus indios, por un tiempo convenido, al acreedor o —según
los documentos— entregándolos sin gratificación aparente; en ciertas ocasiones la cesión
será encubierta bajo un poder de administración de la encomienda. En todos los casos se
faculta al tercero para disponer y cobrar las mitas y tributos. Todo indica que la parte
sustancial de la fuerza de trabajo permanece dentro del ámbito del sistema de encomienda.
El proceso que hemos ido describiendo nos lleva a una conclusión. El dominio español ha
originado nuevas condiciones objetivas de producción en el interior de la comunidad
indígena, disolviendo la propiedad directa que el indio tenía sobre la tierra y su predominio
sobre la producción de bienes de uso, proceso que debería transformarlo en un asalariado
virtualmente libre. ¿Se refleja este proceso en el mercado? Si buscamos una expresión
concreta de esta supuesta oferta deberemos valemos de los asientos de trabajo, modalidad
contractual propia del ámbito urbano mediante la cual el indio —de atenernos estrictamente
a la forma jurídica— elige a quien servir y recibe por sus tareas un salario. En la ciudad de
Córdoba se hallan registrados sólo ocho asientos durante el período de 1573 a 1604;
sugestivamente cinco corresponden a indios de Chile y los tres restantes a naturales de
Mendoza, La Rioja y Perú. Si bien el ejemplo está referido a Córdoba no dudamos de que en
las restantes ciudades la situación es comparable. Por consiguiente, la prestación de servicio
personal que caracteriza a este período de la encomienda define una mano de obra que no es
ni económica ni jurídicamente libre.
Recordemos, finalmente, una resolución de Ramírez de Velazco fechada en 1586; éste, tras
de observar que los indios eran arrendados "desde aquí a potosí y chille como si fueran
mullas de alquiler de diez en diez y de veinte en veinte sin pagarles su trabajo ni dalles unos
alpargates para el camino", ordenaba a los responsables que les dieran el sustento y un pago
evaluado a razón de un real diario. De acuerdo con el espíritu de esta disposición, los indios
alquilados para acompañar a las carretas que parten de Córdoba con destino a Buenos Aires
y Mendoza serán cedidos por un plazo máximo de seis meses, luego del cual debían regresar
a la ciudad; percibían por único salario, en todos los casos, una pieza de ropa o seis varas y
media de sayal, cuyo valor expresado en moneda ascendía a 4 pesos en reales de plata. Este
salario debía ser abonado aun por el encomendero en el caso de que utilizara a sus propios
indios en dicha labor.
La presencia de una economía de cambio determinó la aparición de otro sector definido, con
gravitación en el radio social: el de los mercaderes especializados, agrupados en niveles
jerárquicos. Algunos de ellos sólo podrán ofrecer su oficio y experiencia a sus pares
poderosos y a los encomenderos, con quienes constituyen asociaciones desempeñando el
papel de socios viajeros que transitan por las ciudades vendiendo o trocando los géneros;
suelen recibir generalmente la mitad de las utilidades líquidas. Los comerciantes de
envergadura son también viajeros de paso, pero las cuentas que han abierto y las compañías
que establecen en cada ciudad les permiten estrechar relaciones con las élites locales, que
mantendrán mediante los corresponsales que los representan en los poblados. La extrema
movilidad de estos mercaderes y sus conexiones con el Perú y Europa induce a los
encomenderos tucumanos a confiarles negocios, mientras las órdenes religiosas les encargan
la adquisición de ornamentos. Cuando se radican en una ciudad suelen ser elegidos
cabildantes o compran cargos municipales; uno de los más importantes mercaderes
portugueses del Río de la Plata, Lope Vázquez Pestaña, será el delegado de Córdoba a una
reunión de tanta jerarquía como el Sínodo provincial de 1597. La red de intereses que han
forjado en la gobernación será puesta al servicio de sus tratos, aun de los ilegales.
El sector mestizo atraviesa, durante estos años, una situación peculiar: aún no ha sido
afectado por la rígida discriminación que tenderá a cerrarles, en el período siguiente, toda
posición superior al confinarlos a la categoría de castas. Mucho tiene que ver con el
fenómeno un hecho al que hemos aludido en diversos pasajes: la constante presencia de
mestizos dentro de las huestes, provinieran éstas de Chile, Perú o Paraguay. Su calidad de
soldados los habilitaba para recibir recompensas y el título de vecinos que los equiparaba en
derechos a los españoles. -Hicieron un buen uso de tal condición en el Litoral y Buenos
Aires, apoyándose en sus méritos y su superioridad numérica. En Tucumán y Cuyo, donde
parecen haber sido menos numerosos en la tropa que los españoles y criollos, tuvieron un
papel más subordinado. Los testamentos de mestizos que conocemos en el Tucumán nos los
muestran como vecinos pobres, de pocos caudales; habría que medir con exactitud su
verdadero status apelando a una mayor variedad de indicadores.
En el orden colonial que sucede a la conquista —pero quizá ya dentro de la misma hueste—
este sector está sujeto a un movimiento pendular de resistencia y aceptación que puede
conducir tanto a la pérdida de las primeras prerrogativas como a la consolidación del
ascenso a través de un filtro social relativamente permeable. Habría que ajustar aun más
detalladamente la dinámica del proceso pues si es claro que la sociedad permite la
españolización del mestizo, despuntan ya opiniones y censuras discriminatorias. En el
Tucumán se acusa a un gobernador por la concesión de una encomienda a un mestizo; la
limpieza de la sangre se afirma como el mejor blasón, y el mote de mestizo, para aludir a una
filiación presuntamente impura, golpea como un insulto infamante, descalificador.
4 A. Coni, El gaucho, op. cit.; Historia de las vaquerías de Río de la Plata, 1555-1750, B.
A., 1956.
10 J. Miranda, La función económica del encomendero en los orígenes del régimen colonial
(Nueva España, 1525-1531). México, 1965, pág. 6.
11. R. Méllafe, Evoluzione del .salario nel viceregno del Perú (Rivísta Storica Italiana, Anno
LXXVHI, Ñapóles, 1966).
12. ".. .se forma una especie de relación entre grupo o sub-grupo étnico, estrato social y
trabajo o sector de la producción a que se dedica. Si pensamos que se trata, al mismo
tiempo, de una sociedad fuertemente estratificada y segregacionista, podremos comprender
por qué los salarios varían tan ampliamente entre actividades similares, pero desempeñadas
por individuos de estratos sociales y de procedencia étnica diferente..." (ibíd., págs. 400-1.)