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proporcionado la necesidad de explicar los fenómenos natu-
rales y de dar razón de unos preceptos y usos de la cultura
que se habían vuelto incomprensibles, sino que lo busca en
los mismos «complejos» psíquicos, en las mismas aspiracio-
nes afectivas que ha rastreado en el fondo de los sueños y
de las formaciones de síntoma.
Mediante idéntica trasferencia de sus puntos de vista,
premisas y conocimientos, el psicoanálisis se habilita para
arrojar luz sobre los orígenes de nuestras grandes institu-
ciones culturales: la religión, la eticidad, el derecho, la filo-
sofía.'' Al pesquisar las situaciones psicológicas primitivas
de las que pudieron surgir las impulsiones para esas crea-
ciones, se ve capacitado para refutar muchos intentos de
explicación que se basaban en alguna provisionalidad psi-
cológica, y sustituirlos por unas intelecciones que calan a
mayor profundidad.
El psicoanálisis establece un íntimo vínculo entre todas
estas operaciones psíquicas del individuo y las comunidades,
puesto que para ambos postula la misma fuente dinámica.
Parte de la representación básica de que la principal fun-
ción del mecanismo anímico es aligerar a la criatura de las
tensiones que le producen sus necesidades. Un tramo de
esa tarea es solucionable por vía de satisfacción, que uno
le arranca al mundo exterior; para este fin se requiere el
gobierno sobre el mundo real. A otra parte de estas nece-
sidades —entre ellas, esencialmente, ciertas aspiraciones
afectivas—, la realidad por regla general les deniega la
satisfacción. De aquí se sigue un segundo tramo de aquella
tarea: procurar una tramitación de otra índole a las aspira-
ciones insatisfechas. Toda historia de la cultura no hace
sino mostrar los caminos que los seres humanos han em-
prendido para la ligazón [Bindung] de sus deseos insatis-
fechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el
progreso técnico, de permisión y denegación por la realidad.
La indagación de los pueblos primitivos nos muestra a
los hombres presos, al comienzo, de la creencia infantil en la
omnipotencia," y nos permite comprender una multitud de
formaciones anímicas como otros tantos esfuerzos por des-
conocer {ableugnen} las perturbaciones de esa omnipotencia
y de ese modo mantener la realidad apartada de todo influjo
sobre la vida afectiva, todo el tiempo que no se la puede
gobernar mejor y aprovecharla para la satisfacción. El prin-
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cipio de la evitación de displacer rige el obrar humano
hasta el momento en que es relevado por otro principio me-
jor, el de la adaptación al mundo exterior. Paralelo al
progresivo gobierno que los hombres adquieren sobre el
mundo discurre un desarrollo de su cosmovisión que se ex-
traña cada vez más de la creencia originaria en la omnipoten-
cia y se remonta desde la fase animista, pasando por la reli-
giosa, hasta la científica. Dentro de esta concatenación, mito,
religión y eticidad se insertan como unos intentos de pro-
curarse resarcimiento por la deficiente satisfacción de los
deseos.
El conocimiento de las neurosis que los individuos con-
traen ha prestado buenos servicios para entender las grandes
instituciones sociales, pues las neurosis mismas se revelan
como unos intentos de solucionar por vía individual los pro-
blemas de la compensación de los deseos, problemas que
deben ser resueltos socialmente por las instituciones. El re-
legamiento del factor social y el predominio del factor sexual
hacen que estas soluciones neuróticas de la tarea psicológica
sean unas caricaturas que sólo sirven para nuestro esclareci-
miento de estos sustantivos problemas.
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soborne a los demás con unos incentivos de placer. No le
resulta difícil al psicoanálisis pesquisar, junto a la parte ma-
nifiesta del goce artístico, una parte latente, pero mucho
más eficaz, que proviene de las fuentes escondidas de la
liberación de lo pulsional. El nexo entre las impresiones de
la infancia y peripecias de vida del artista, por un lado, y
por el otro sus obras como reacciones frente a esas incita-
ciones, constituye uno de los más atractivos objetos del abor-
daje analítico.*
En lo demás, la mayoría de los problemas del crear y el
gozar artísticos aún aguardan una elaboración que arroje
sobre ellos la luz de un discernimiento analítico y les indi-
que su puesto dentro del complicado edificio de las com-
pensaciones de deseo del ser humano. Como una realidad
objetiva convencionalmente admitida, en la cual, merced a
la ilusión artística, unos símbolos y formaciones sustitutivas
son capaces de provocar afectos reales y efectivos, el arte
constituye el reino intermedio entre la realidad que deniega
los deseos y el mundo de fantasía que los cumple, un ámbito
en el cual, por así decir, han permanecido en vigor los afa-
nes de omnipotencia de la humanidad primitiva.
G. El interés sociológico
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mientos sociales tienen en la causación de la neurosis. Las
fuerzas que originan la limitación y la represión de lo pul-
sional por obra del yo surgen, en lo esencial, de la docilidad
hacia las exigencias de la cultura. Una constitución y unas
vivencias infantiles que de lo contrario no podrían menos
que llevar a la neurosis, no provocarán ese efecto si no
media esa docilidad o si el círculo social para el cual el indi-
viduo vive no plantea tales requerimientos. La vieja afirma-
ción de que el aumento de las afecciones nerviosas es un
producto de la cultura recubre al menos la mitad del verda-
dero estado de cosas. La educación y el ejemplo aportan al
individuo joven la exigencia cultural; y toda vez que la
represión de lo pulsional sobreviene en este con indepen-
dencia de ambos factores, cabe suponer que un requerimiento
de la prehistoria primordial ha terminado por convertirse en
patrimonio heredado y organizado de los seres humanos.
Así, el niño que produce de manera espontánea las repre-
siones de lo pulsional no haría sino repetir un fragmento de
la historia de la cultura. Lo que hoy es una abstinencia inte-
rior antaño fue sólo una exterior, impuesta quizá por el
apremio de los tiempos, y de igual modo es posible que al-
guna vez se convierta en disposición {constitucional} inter-
na a reprimir lo que hoy se presenta a todo individuo en
crecimiento como una exigencia exterior de la cultura.
H. El interés pedagógico
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que separa a nuestra vida anímica, a nuestras valoraciones
y aun a nuestros procesos de pensamiento, de los del niño,
aun los del niño normal.
Cuando los educadores se hayan familiarizado con ios
resultados del psicoanálisis hallarán más fácil reconciliarse
con ciertas fases del desarrollo infantil y, entre otras cosas,
no correrán el riesgo de sobrestimar las mociones pulsiona-
les socialmente inservibles o perversas que afloren en el ni-
ño. Más bien se abstendrán de intentar una sofocación vio-
lenta de esas mociones cuando se enteren de que tales inter-
venciones a menudo producen unos resultados no menos
indeseados que la misma mala conducta que la educación
teme dejar pasar en el niño. Una violenta sofocación desde
afuera de unas pulsiones intensas en el niño nunca las extin-
gue ni permite su gobierno, sino que consigue una represión
en virtud de la cual se establece la inclinación a contraer
más tarde una neurosis. El psicoanálisis tiene a menudo
oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir en-
fermedades nerviosas la severidad inoportuna e ininteligen-
te de la educación, o bien a expensas de cuántas pérdidas en
la capacidad de producir y de gozar se obtiene la normalidad
exigida. Pero puede también enseñar cuan valiosas contri-
buciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones
asocíales y perversas del niño cuando no son sometidas a la
represión, sino apartadas de sus metas originarias y dirigi-
das a unas más valiosas, en virtud del proceso de la llamada
sublimación. Nuestras mejores virtudes se han desarrollado
como unas formaciones reactivas y sublimaciones sobre el
terreno de las peores disposiciones {constitucionales). La
educación debería poner un cuidado extremo en no cegar
estas preciosas fuentes de fuerza y limitarse a promover los
procesos por los cuales esas energías pueden guiarse hacia
el buen camino. En manos de una pedagogía esclarecida
por el psicoanálisis descansa cuanto podemos esperar de
una profilaxis individual de las neurosis.*
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