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disposición a enfermar, de suerte que ella pasa a ser para

nosotros la expresión de una inhibición en el desarrollo.


Ahora bien, lo que en el material psíquico de un ser humano
permaneció infantil, reprimido {desalojado} como inviable,
constituye el núcleo de su inconciente, y creemos poder
perseguir, en la biografía de nuestros enfermos, cómo eso
inconciente, sofrenado por las fuerzas represoras, está al
acecho para pasar al quehacer práctico y aprovecha las opor-
tunidades cuando las formaciones psíquicas más tardías y
elevadas no consiguen sobreponerse a las dificultades del
mundo real.
En estos últimos años los autores psicoanalíticos ' han
reparado en que la tesis «la ontogénesis es una repetición
de la filogénesis» tiene que ser también aplicable a la vida
anímica, lo cual dio nacimiento a una nueva ampliación del
interés psicoanalítico.

£ . El interés para la historia de la cultura

La comparación de la infancia del individuo humano con


la historia temprana de los pueblos ya se ha revelado fecun-
da en muchos sentidos, y ello a pesar de que este trabajo
apenas se encuentra en sus inicios. En él, el modo de pensar
psicoanalítico se comporta como un nuevo instrumento de
investigación. El aplicar sus premisas a la psicología de los
pueblos permite tanto plantear problemas nuevos como ver
bajo una luz diferente los ya elaborados y contribuir a
solucionarlos.
En primer lugar, parece de todo punto posible trasferir
a productos de la fantasía de los pueblos, como lo son el
mito y los cuentos tradicionales, la concepción psicoanalítica
obtenida a raíz del sueño.* Hace tiempo que ha sido pro-
puesta la tarea de interpretar esas formaciones; se les sospe-
cha un «sentido secreto», y se espera que presenten va-
riantes y trasmudaciones que oculten ese sentido. Y el psico-
análisis, de sus trabajos con el sueño y la neurosis, trae el
saber sobre los caminos técnicos para colegir tales desfigu-
raciones. Y también, en una serie de casos, es capaz de des-
cubrir los motivos ocultos que causaron esas mudanzas del
mito respecto de su sentido originario. No le parece que el
primer envión para la formación de mitos pudiera haberlo
.3 Abraham, Spielrein y Jung.
•* Cf. Abraham, Rank y Jung.

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proporcionado la necesidad de explicar los fenómenos natu-
rales y de dar razón de unos preceptos y usos de la cultura
que se habían vuelto incomprensibles, sino que lo busca en
los mismos «complejos» psíquicos, en las mismas aspiracio-
nes afectivas que ha rastreado en el fondo de los sueños y
de las formaciones de síntoma.
Mediante idéntica trasferencia de sus puntos de vista,
premisas y conocimientos, el psicoanálisis se habilita para
arrojar luz sobre los orígenes de nuestras grandes institu-
ciones culturales: la religión, la eticidad, el derecho, la filo-
sofía.'' Al pesquisar las situaciones psicológicas primitivas
de las que pudieron surgir las impulsiones para esas crea-
ciones, se ve capacitado para refutar muchos intentos de
explicación que se basaban en alguna provisionalidad psi-
cológica, y sustituirlos por unas intelecciones que calan a
mayor profundidad.
El psicoanálisis establece un íntimo vínculo entre todas
estas operaciones psíquicas del individuo y las comunidades,
puesto que para ambos postula la misma fuente dinámica.
Parte de la representación básica de que la principal fun-
ción del mecanismo anímico es aligerar a la criatura de las
tensiones que le producen sus necesidades. Un tramo de
esa tarea es solucionable por vía de satisfacción, que uno
le arranca al mundo exterior; para este fin se requiere el
gobierno sobre el mundo real. A otra parte de estas nece-
sidades —entre ellas, esencialmente, ciertas aspiraciones
afectivas—, la realidad por regla general les deniega la
satisfacción. De aquí se sigue un segundo tramo de aquella
tarea: procurar una tramitación de otra índole a las aspira-
ciones insatisfechas. Toda historia de la cultura no hace
sino mostrar los caminos que los seres humanos han em-
prendido para la ligazón [Bindung] de sus deseos insatis-
fechos, bajo las condiciones cambiantes, y alteradas por el
progreso técnico, de permisión y denegación por la realidad.
La indagación de los pueblos primitivos nos muestra a
los hombres presos, al comienzo, de la creencia infantil en la
omnipotencia," y nos permite comprender una multitud de
formaciones anímicas como otros tantos esfuerzos por des-
conocer {ableugnen} las perturbaciones de esa omnipotencia
y de ese modo mantener la realidad apartada de todo influjo
sobre la vida afectiva, todo el tiempo que no se la puede
gobernar mejor y aprovecharla para la satisfacción. El prin-

5 Sobre unas primeras tentativas en esta dirección, cf. Jung (1911-


12) y Freud (1912-13).
« Cf. Ferenczi (1913c) y Freud (1912-13, cap. III Isupra, pa'gs.
89 y sigs.]).

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cipio de la evitación de displacer rige el obrar humano
hasta el momento en que es relevado por otro principio me-
jor, el de la adaptación al mundo exterior. Paralelo al
progresivo gobierno que los hombres adquieren sobre el
mundo discurre un desarrollo de su cosmovisión que se ex-
traña cada vez más de la creencia originaria en la omnipoten-
cia y se remonta desde la fase animista, pasando por la reli-
giosa, hasta la científica. Dentro de esta concatenación, mito,
religión y eticidad se insertan como unos intentos de pro-
curarse resarcimiento por la deficiente satisfacción de los
deseos.
El conocimiento de las neurosis que los individuos con-
traen ha prestado buenos servicios para entender las grandes
instituciones sociales, pues las neurosis mismas se revelan
como unos intentos de solucionar por vía individual los pro-
blemas de la compensación de los deseos, problemas que
deben ser resueltos socialmente por las instituciones. El re-
legamiento del factor social y el predominio del factor sexual
hacen que estas soluciones neuróticas de la tarea psicológica
sean unas caricaturas que sólo sirven para nuestro esclareci-
miento de estos sustantivos problemas.

F. El interés para la ciencia del arte


Sobre algunos de los problemas relativos al arte y al
artista, el abordaje psicoanalítico proporciona una informa-
ción satisfactoria; otros se le escapan por completo. Discier-
ne también en el ejercicio del arte una actividad que se
propone el apaciguamiento de deseos no tramitados, y ello
en primer término, desde luego, en el propio artista creador
y, en segundo, en su lector o espectador. Las fuerzas pul-
sionales del arte son los mismos conflictos que empujan a la
neurosis a otros individuos y han movido a la sociedad a
edificar sus instituciones. No es asunto de la psicología
averiguar de dónde le viene al artista la capacidad para
crear. Lo que el artista busca en primer lugar es autolibe-
ración, y la aporta a otros que padecen de los mismos de-
seos retenidos al comunicarles su obra.'' Es verdad que fi-
gura como cumplidas sus más personales fantasías de deseo,
pero ellas se convierten en obra de arte sólo mediante una
refundición que mitigue lo chocante de esos deseos, oculte
su origen personal y observe unas reglas de belleza que

7 Cf. Rank (1907).

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soborne a los demás con unos incentivos de placer. No le
resulta difícil al psicoanálisis pesquisar, junto a la parte ma-
nifiesta del goce artístico, una parte latente, pero mucho
más eficaz, que proviene de las fuentes escondidas de la
liberación de lo pulsional. El nexo entre las impresiones de
la infancia y peripecias de vida del artista, por un lado, y
por el otro sus obras como reacciones frente a esas incita-
ciones, constituye uno de los más atractivos objetos del abor-
daje analítico.*
En lo demás, la mayoría de los problemas del crear y el
gozar artísticos aún aguardan una elaboración que arroje
sobre ellos la luz de un discernimiento analítico y les indi-
que su puesto dentro del complicado edificio de las com-
pensaciones de deseo del ser humano. Como una realidad
objetiva convencionalmente admitida, en la cual, merced a
la ilusión artística, unos símbolos y formaciones sustitutivas
son capaces de provocar afectos reales y efectivos, el arte
constituye el reino intermedio entre la realidad que deniega
los deseos y el mundo de fantasía que los cumple, un ámbito
en el cual, por así decir, han permanecido en vigor los afa-
nes de omnipotencia de la humanidad primitiva.

G. El interés sociológico

Es cierto que el psicoanálisis ha tomado por objeto la


psique individual, pero a raíz de su exploración no podían
escapársele las bases afectivas del vínculo del individuo con
la sociedad. Ha descubierto que los sentimientos sociales
son portadores, por lo común, de un erotismo cuyo hiper-
relieve y represión subsiguiente es la peculiaridad de un
grupo determinado de perturbaciones anímicas. Ha discer-
nido el carácter asocial de las neurosis en general, todas
las cuales aspiran a esforzar al individuo fuera de la sociedad
y sustituirle el asilo en el claustro, de épocas anteriores,
por el aislamiento de la enfermedad. El intenso sentimiento
de culpabilidad que gobierna a tantas neurosis se le revela
como la modificación social de la angustia neurótica.
Por otro lado, el psicoanálisis descubre en su más amplia
escala la participación que las constelaciones y los requeri-

* Cf. Rank (1912c). Para la aplicación del psicoanálisis a proble-


mas de estética, véase también mi libro sobre el chiste (1905c). [Véan-
se, asimismo, los estudios de Freud acerca de Leonardo (1910c) y
Miguel Ángel (1914¿; infra, págs. 213 y sigs,).]

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mientos sociales tienen en la causación de la neurosis. Las
fuerzas que originan la limitación y la represión de lo pul-
sional por obra del yo surgen, en lo esencial, de la docilidad
hacia las exigencias de la cultura. Una constitución y unas
vivencias infantiles que de lo contrario no podrían menos
que llevar a la neurosis, no provocarán ese efecto si no
media esa docilidad o si el círculo social para el cual el indi-
viduo vive no plantea tales requerimientos. La vieja afirma-
ción de que el aumento de las afecciones nerviosas es un
producto de la cultura recubre al menos la mitad del verda-
dero estado de cosas. La educación y el ejemplo aportan al
individuo joven la exigencia cultural; y toda vez que la
represión de lo pulsional sobreviene en este con indepen-
dencia de ambos factores, cabe suponer que un requerimiento
de la prehistoria primordial ha terminado por convertirse en
patrimonio heredado y organizado de los seres humanos.
Así, el niño que produce de manera espontánea las repre-
siones de lo pulsional no haría sino repetir un fragmento de
la historia de la cultura. Lo que hoy es una abstinencia inte-
rior antaño fue sólo una exterior, impuesta quizá por el
apremio de los tiempos, y de igual modo es posible que al-
guna vez se convierta en disposición {constitucional} inter-
na a reprimir lo que hoy se presenta a todo individuo en
crecimiento como una exigencia exterior de la cultura.

H. El interés pedagógico

El gran interés de la pedagogía por el psicoanálisis des-


cansa en una tesis que se ha vuelto evidente. Sólo puede ser
educador quien es capaz de compenetrarse por empatia con
el alma infantil, y nosotros los adultos no comprendemos a
los niños porque hemos dejado de comprender nuestra pro-
pia infancia. Nuestra amnesia de lo infantil es una prueba de
cuánto nos hemos enajenado de ella. El psicoanálisis ha
descubierto los deseos, formaciones de pensamiento y pro-
cesos de desarrollo de la niñez; todos los empeños anteriores
fueron enojosamente incompletos y erróneos porque habían
dejado por entero de lado un factor de importancia inapre-
ciable: la sexualidad en sus exteriorizaciones corporales y
anímicas. El asombro incrédulo con que se ha recibido a
las averiguaciones más seguras del psicoanálisis acerca de la
infancia —sobre el complejo de Edipo, el enamoramiento
de sí mismo (narcisismo), las disposiciones perversas, el
erotismo anal, el apetito de saber sexual— mide la distancia

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que separa a nuestra vida anímica, a nuestras valoraciones
y aun a nuestros procesos de pensamiento, de los del niño,
aun los del niño normal.
Cuando los educadores se hayan familiarizado con ios
resultados del psicoanálisis hallarán más fácil reconciliarse
con ciertas fases del desarrollo infantil y, entre otras cosas,
no correrán el riesgo de sobrestimar las mociones pulsiona-
les socialmente inservibles o perversas que afloren en el ni-
ño. Más bien se abstendrán de intentar una sofocación vio-
lenta de esas mociones cuando se enteren de que tales inter-
venciones a menudo producen unos resultados no menos
indeseados que la misma mala conducta que la educación
teme dejar pasar en el niño. Una violenta sofocación desde
afuera de unas pulsiones intensas en el niño nunca las extin-
gue ni permite su gobierno, sino que consigue una represión
en virtud de la cual se establece la inclinación a contraer
más tarde una neurosis. El psicoanálisis tiene a menudo
oportunidad de averiguar cuánto contribuye a producir en-
fermedades nerviosas la severidad inoportuna e ininteligen-
te de la educación, o bien a expensas de cuántas pérdidas en
la capacidad de producir y de gozar se obtiene la normalidad
exigida. Pero puede también enseñar cuan valiosas contri-
buciones a la formación del carácter prestan estas pulsiones
asocíales y perversas del niño cuando no son sometidas a la
represión, sino apartadas de sus metas originarias y dirigi-
das a unas más valiosas, en virtud del proceso de la llamada
sublimación. Nuestras mejores virtudes se han desarrollado
como unas formaciones reactivas y sublimaciones sobre el
terreno de las peores disposiciones {constitucionales). La
educación debería poner un cuidado extremo en no cegar
estas preciosas fuentes de fuerza y limitarse a promover los
procesos por los cuales esas energías pueden guiarse hacia
el buen camino. En manos de una pedagogía esclarecida
por el psicoanálisis descansa cuanto podemos esperar de
una profilaxis individual de las neurosis.*

En este ensayo no podía proponerme la tarea de exponer


el alcance y contenido del psicoanálisis, sus premisas, pro-
blemas y conclusiones, ante un público interesado en las
ciencias. Mi propósito estará cumplido si se ha vuelto evi-
dente cuan numerosos son los ámbitos del saber para los
cuales resulta interesante, y cuan ricos enlaces empieza a
establecer entre ellos.

8 Véanse los escritos del pastor de Zurich, doctor Oskar Pfister

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