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Gea, la Tierra, estaba enfurecida contra Zeus y los Olímpicos.

Para vengar a sus hijos, los Titanes,


cuidaba y alimentaba desde hacía siglos a Tifón, el horror absoluto. La diosa Hera, esposa de Zeus,
siempre estaba celosa de su marido (con buenas razones). No le costó mucho a Gea convencerla
de que Zeus se había portado mal con ella una vez más. Loca de celos, Hera fue a ver a Cronos, el
Titán de mente

malvada y retorcida, que estaba encadenado en el Tártaro, y le pidió ayuda. Cronos, que odiaba a
su hijo Zeus, le entregó a Hera dos huevos que debían enterrarse juntos. —Una sola criatura
nacerá de los dos —dijo con voz torva—. ¡Un demonio capaz de vengarte! Así nació Tifón, que no
era un ser humano, ni un dios, ni una fiera. Hera se asustó al verlo, pero Gea se lo llevó con ella
para criarlo y prepararlo para enfrentar a los Olímpicos. Era el monstruo de los monstruos, tan alto
que su cabeza rozaba las estrellas. Cuando abría los brazos, una mano llegaba hasta el extremo
Este, y la otra hasta el Oeste mismo. En lugar de dedos, tenía cien cabezas de dragón. De la cintura
para abajo, estaba

hecho de víboras, que a veces se alzaban silbando hasta su cabeza humana. Tenía el cuerpo alado
y despedía llamas por los ojos5. Y por fin, cuando Tifón alcanzó toda su fuerza y su poder, Gea
decidió que había llegado el momento de lanzarlo contra sus enemigos. Los propios dioses se
aterraron cuando vieron este monstruo inmenso alzarse hacia el Olimpo. Las víboras silbaban y las
cabezas de dragón rugían todas a la vez con el estruendo de un ejército de gigantes. Hera estaba
arrepentida, pero ya era tarde. Al ver que atacaba el Olimpo, los dioses huyeron hacia Egipto,
donde se convirtieron en animales para no ser descubiertos. Solo Zeus y su hija Atenea6, la diosa
de la sabiduría y de la guerra, se atrevieron a

enfrentarlo. Zeus trató de fulminar a Tifón desde lejos con sus rayos, pero fracasó y finalmente se
vio obligado a luchar cuerpo a cuerpo con su hoz de acero, la misma que había usado su padre
Cronos contra Urano. Consiguió herirlo, pero las fuerzas del monstruo eran casi infinitas. En un
ataque violento y veloz, Tifón enroscó sus víboras en las piernas de Zeus y lo hizo caer,
arrancándole el arma de las manos. Y con su misma hoz hirió al dios, cortándole los tendones de
los brazos y las piernas. No era posible matar a Zeus, pero así, inmovilizado, se había vuelto
completamente inofensivo. Tifón se lo cargó a la espalda y lo llevó hasta una gruta, donde terminó
de arrancarle

músculos y tendones y lo dejó enterrado. Envolvió los músculos y tendones del dios en una bolsa
hecha de piel de oso y la puso al cuidado de su hermana, la dragona Delfina, una horrenda criatura
mitad mujer y mitad reptil. Solo Hermes, el dios de los ladrones7, podía haber engañado a Delfina,
y así fue. En secreto, silenciosamente, se acercó con su hijo Pan hasta la guarida de la dragona.
Con su flauta mágica, Pan tocó una canción adormecedora. La enorme cabeza de Delfina comenzó
a balancearse de sueño y sus ojos se cerraron. Mientras su hijo seguía tocando sin descanso,
Hermes le robó a la dragona la bolsa de piel de oso. Más tarde, entre los dos, consiguieron
devolverle a Zeus las fuerzas, colocando músculos y tendones

en su lugar. Con una poción mágica, Hermes curó las heridas del gran dios, que pronto estuvo otra
vez en condiciones de volver a la lucha. Zeus regresó al Olimpo y, montado en un carro con
caballos alados, se lanzó a perseguir al monstruo con sus rayos. Tifón, sorprendido por un enemigo
al que creía haber derrotado, huyó en dirección a un monte donde le habían dicho que existían
frutos mágicos, capaces de multiplicar la fuerza de cualquiera que los comiese. Cuando Zeus
estaba a punto de alcanzarlo, trató de defenderse arrojándole encima montañas enteras que
arrancaba del suelo. Con sus rayos, Zeus se las devolvía lanzándolas una vez más por el aire. Las
montañas golpeaban contra el monstruo, haciéndolo sangrar y

debilitando sus fuerzas.

Tifón se dio cuenta de que ya no podría derrotar al dios. Ahora solo pensaba en escapar. Trató de
atravesar lo más rápidamente que pudo el mar de Sicilia, pero cuando estaba llegando a la costa
este de la isla, Zeus tomó la montaña más grande de todas, la arrojó con todas sus fuerzas, y logró
aplastar al monstruo debajo de esa inmen sidad rocosa. Y desde entonces Tifón quedó para
siempre apresado allí, debajo del monte Etna: las llamas que despide el volcán son el fuego de sus
ojos. Y ahora sí, por fin, el Universo estuvo en paz.

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