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PORQUÉ LAS MUJERES NO PUEDEN SOÑAR FLORES.

Es uruguaya, nació en 1976, fue discípula y colaboradora de Mario


Levrero en “De los flexes terpines”, ha viajado por el mundo, ha ganado
numerosas becas, premios, concursos. Enseña escritura creativa en la
Universidad de Medellín. Tiene detrás de sí una colección de novelas (“La
azotea”, 2001; “Cuaderno para un solo ojo”, 2002, “La ciudad
invencible”, 2014 y dos colecciones de cuentos espléndidas: “El regreso”
2012 y “No soñarás flores” 2017. Fue elegida por varios intelectuales
como uno de los autores clave del 2018. Y aun así hay gente que no
conoce a Fernanda Trías.

UNA MIRADA EN SOLEDAD.


Hemos estado publicando en los últimos números de Relaciones algunos
artículos sobre escritoras femeninas que revelan una relación literaria
carnal con la escritora norteamericana Flannery O´Connor. La premisa es
que como decía Samantha Schweblin es así como viene la mano. Las
mujeres se visibilizan en la escritura. El premio Nobel a Olga Tokarczuk
pone de manifiesto ese silencio que, a veces, opaca voces tan perfectas
como la de esta polaca casi no traducida a nuestra lengua.
Fernanda Trías es una especie de secreto a voces. Sus lectores somos
muchos, pero no tiene todavía el grado de visibilidad que corresponde a
su talento. Es intensa, certera, concisa, visual. Por eso también nos
recuerda a Flannery. Debo reconocer que experimenté un gran placer
cuando tuve un encuentro textual en su literatura. En La ciudad
invencible, p. 41 leemos: “Creo que seguía en la heladera el día en que
finalmente lo invité a tomar un café. Para ese entonces ya había notado
que rengueaba y durante meses fantaseé con pedirle que se sacara la
prótesis como en ese cuento que me gustaba tanto en el que un
vendedor de Biblias seducía a una mujer sólo para robarle su pierna de
palo”. La referencia a La buena gente del campo de Flannery O´Connor
que comentamos en el primer artículo de esta serie, nos exime de
fundamentaciones a la hora de poner a Trías en la vecindad de la sureña.

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UN MANDAMIENTO FEMENINO.
El título del volumen y del cuento que lo cierra proviene de un poema de
Ida Vitale, otra premiada y van… “De ahí el título, que nació a partir de
un verso de un poema de Ida Vitale. El verso original dice “no soñar
flores”, y yo pensé que aquello podía convertirse en el undécimo
mandamiento:  No soñarás flores, es decir, no te permitirás ni siquiera
eso, ni siquiera la esperanza de algo hermoso. Estos son cuentos de la
desesperanza. Y cuando tuve el título, entendí qué los unía, qué los
volvía un conjunto.”i El poema mencionado se llama “Aclimatación” y
adjuntamos al pie su texto que alude a la resiliencia en las épocas duras
de la sequía, con la firme esperanza de reencontrar la humedad de a
poco, con paciencia y con la atención vital puesta en la captación de los
pequeños gestos solidarios.ii El cambio que Trías hace del verso: No
soñar flores, al tornar el verbo en infinitivo en un futuro, No soñarás
flores de algún modo clausura la perspectiva de la liberación. Aquí, no
soñar flores, es una manera pragmática de defenderse del fracaso que
parece connatural a lo femenino. El amor, el abandono, la violencia, la
muerte, son inevitables y son los marcos de todos los cuentos.
El primer relato de los ocho que integran el volumen es Anatomía de un
cuento, que en un juego metaliterario fabula la escritura de un texto que
viaja desde una libreta de apuntes hasta un documento de Word,
creándose, borrándose y teniendo un acercamiento equívoco con la
realidad de un triángulo amoroso del cual la narradora es expulsada. La
dejan sola.
El motivo de la mujer sola porque es abandonada o porque abandona,
porque es maltratada o maltrata, porque sigue el mandato ciego de un
padre como en La azotea o No soñarás flores, es la médula de su
literatura.
Personajes errantes, confundidos, con geografía y circunstancias
diversas, pero siempre en el límite del quiebre, a punto de naufragar. Ahí
las captura Trías y ahí las (d)escribe.
LO QUE CABE EN UNA MUÑECA
La muñeca de papel es un texto de una sorprendente objetividad.
Cuenta la historia del reencuentro entre una madre y su hija después de
doce años de separación. O al menos eso parece. Dice Trías: “Me

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encanta la capacidad del cuento para hablar siempre de otra cosa: lo
que está en la superficie es engañoso, casi un andamiaje que sirve de
excusa para hablar de eso otro que no se puede nombrar.iii
Como en casi todos sus relatos la autora juega con los saltos temporales
de tal modo que, sólo alcanzamos a entender la situación que
desencadena la narración, cuando la confrontamos con aquellas que la
precedieron, la explicaron, la generaron. A este respecto la autora dice:
“Creemos de una manera religiosa, acordada, que el tiempo es lo que es
y que el día tiene 24 horas, el año 365 días, cuando, en realidad, el tema
del tiempo y la percepción es tan subjetivo que nunca podemos saber si
estamos hablando de la misma cosa”iv
En una cafetería del Shopping de Punta Carretas una mujer visiblemente
nerviosa, Teresa, espera la llegada de su ex marido, Herbert, con
Melanie, su hija a quien abandonó hace doce años, cuando la niña tenía
cuatro, para ir a cumplir sus sueños a EEUU. En esos doce años apenas si
se han escrito once cartas en respuesta a las fotos que Teresa recibía de
cómo crecía su hija. Para detallar las dificultades de re entablar un
vínculo Trías recurre a una imagen poderosa: la del fósil definido por un
personaje como las sobras de otras épocas.
Teresa, recién retornada concurre a una mercería. Compra una muñeca
de papel con sus vestimentas recortables para colocar sobre el cuerpo de
la muñeca. Como es lógico está cubierta de polvo y suciedad y al intentar
limpiarla descubre que en realidad está sucia de tiempo. En épocas de
tecnología e Internet el anacronismo revela la detención del tiempo de la
hija en la mente de la madre culposa, pero incapaz de expresar
sinceramente su pesar. Teresa es un personaje construido sobre una
interesante concepción de pareja: una mujer que no puede disfrutar del
éxito de su compañero porque compite con él, se mide con él. Envidia es
la palabra que resume esa situación que llega al límite de nunca haber
logrado existir al lado de él.
Al primer entusiasmo amoroso que llevaba a Teresa a saltar el muro
para recibir a Herbert en su “Fusca”, le sigue la desazón de no llegar
adónde él llegó. Esta idea de que hay una meta por al que todos
competimos no solo es una fantasía mezquina de Teresa, sino que le
causa desagrado a la propia Fernanda Trías. Cuando le preguntan cómo
se disparará su carrera, responde que no tenía idea de estar corriendo

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contra alguien. Bueno, es que nunca pensé, ni pienso, en ese concepto de
la «carrera» literaria. Hay autores que conozco que tienen un proyecto
literario estructurado, visto como un todo. No es mi caso. Yo dejo que
cada libro pueda ser el último. La simple palabra, «carrera», ya me pone
a la defensiva. ¿No es un concepto muy masculino? ¿Una carrera para
llegar a dónde? ¿Y contra quién estamos compitiendo?v
Trías es muy insistente con el rol de las madres que en sus cuentos están
ausentes (No soñarás flores, La medida de mi amor) o son deficitarias
(Anatomía de un cuento, La muñeca de papel). En este caso, la madre de
la madre abandónica ha dejado expreso un mandato muy pesado: la
negación del deseo propio como motor. “Si hubiera sido por el deseo
ninguno de ustedes habría nacido”. Para subrogar esa carencia Teresa
dice tener un deseo mayor cuyo cumplimiento la arranca de su país y de
los suyos, aunque nunca puede definir en qué consistía ni qué hizo con
él. De hecho, está regresando luego de doce años sin nada qué hacer y
pensando en enseñar “artes textiles”. Un taller de tejido para jubiladas,
según Herbert. La actitud de Teresa es la de aferrarse a imágenes
pasadas que la protegen de la culpa de su huida: mercería vs shopping,
juegos vs muñeca de papel, Peugeot vs Fusca, fuga de presos de la cárcel
de Punta Carretas vs. Shopping con cadenas internacionales de fast food,
fracaso vs éxito, permaneces vs abandonar.
EL OJO QUE JUZGA
No hay que descuidarse al leer estos cuentos y es necesario atender a los
personajes que circulan en torno a los centrales. Si algo no tienen estos
relatos es elementos despreciables, cosas puestas sin un sentido previo
calculado. Es la pistola de Chéjov, que jamás aparece sobre la mesa si
nadie va a disparar.
Entonces nuestra atención flota en torno a los vecinos, que devuelven la
ropa tirada en un instante de furia en La medida de mi amor, ni la
compra de una máquina de triturar papel antes que la de una impresora
en Anatomía de un cuento, ni los murales que dicen, frente a plazas
triangulares “La Paternal no olvida”. Y como muchas veces estos seres
en situación de quiebre y viajantes, se detienen en un café, en una
hostería, en un restaurante, no falta la presencia del mozo.

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En La muñeca de papel el mozo entra a escena antes que los personajes
“centrales” ingresen. Su presencia es vivida por Teresa como la de un
estorbo que está allí para incomodar al parroquiano. Un eco claro de los
prejuicios sureños de los personajes de Flannery O´Connors que
construyen su pensamiento en torno a estereotipos: La buena gente del
campo, ellos (los pobres) son así, quizás ni se visten, los negros son
peligrosos… Pero lo más curioso es lo pendiente que está esta madre de
lo que pueda estar pensando el mozo acerca de ella y de su situación. La
acosa, según cree, para que no permanezca mucho rato consumiendo
solo un café, observa la llegada de Herbert y Melanie (¿Pensará que
somos una familia?), se forma opinión acerca de que Melanie no haya
tocado el jugo que le pidieron para tomar.
Pero por detrás está la idea de un juez, que Trías maneja con maestría.
Apresurada al ver que su familia se marcha sin que ella haya entregado
la ridícula muñeca de papel que le compró a su hija, sale corriendo y deja
la cuenta pendiente. Entonces el mozo la persigue, la alcanza y en un
fragmento cuya bisemia es extraordinaria afirma: de aquí nadie puede
irse sin pagar. La epifanía es instantánea, como si un rayo la alcanzara
Teresa se debate y deja salir su furia reprimida: Bruto, bestia. Pero sobre
todo instala la fragilidad de la muñeca.
Creo que la muñeca, como parte del cuerpo que aparece repetida en los
textos está asociada a la zona que suele lastimarse para cometer
suicidio. En La medida de mi amor, en un hostal de mochileros del norte
de Argentina, Malena que intenta huir de una relación amorosa violenta
y sado masoquista, bebe una nueva cerveza mientras se pregunta si al
mozo le parecerá mal que beba sola a esas horas. Su muñeca está
vendada como consecuencia de su última pelea con Iván. En No soñarás
flores las marcas en la muñeca de Carmela hablan quizás de un intento
de ir a encontrarse con Maite, su hija muerta a los dieciséis años.
En La medida de mi amor el mozo la toma por la muñeca para que ella
no se escape sin pagar y le descuenten a él la consumición. Ella es
detenida en el momento en que intenta alcanzar el auto de Herbert que
está detenido por un semáforo rojo en la salida del shopping. Al
detenerla, el mozo dice: -Acá la gente paga ¿Dónde piensa que va? (…)
Teresa responde La muñeca, por culpa suya. Y el mozo dice: Por favor,

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señora, perdóneme. No la quise tocar. ¿La lastimé? Por favor muéstreme
esa muñeca. Y en ese momento Teresa se rinde y comprende la verdad:
¿Para qué va a querer una chica de 16 años una muñeca de papel? ¿De
qué sirve un fósil, un objeto anacrónico, una madre que vio a su hija por
fotos como si se hubiera transformado en eso: la imagen de una muñeca
sobre un papel, el mismo papel que Herbert arruga para no perder el
control ante ella y hacerle reproches, ¿el papel de las once cartas que
envió desde EEUU? De qué sirve ella ahora los colores estaban gastados,
como absorbidos por el sol, y en la mirada irreal de aquellos ojos
redondos y sin pestañas le pareció ver algo de sí misma.”
UN PACMAN LETAL
El lector camina entre ciudades diferentes de países diferentes
encontrando, salvo en Inzúa, -un cuento sobre un sepulturero que nace
de un documental que Trías realizó- una ristra de mujeres que se cruzan
con su infortunio sin tener siquiera la excusa de la inocencia. Aceptan
mandatos, cuidan a sus padres de forma agotadora, como si la
protagonista de su novela La azotea tuviera una hipóstasis en este libro.
Se meten en triángulos que no desean solo porque no creen merecer el
amor en exclusividad. La pregunta central de La medida de mi amor es la
que Malena se hace en el hostal: ¿Seré yo?”
Ella viene de vivir algunos encuentros que sintetizan su vivencia de lo
femenino: un “chárter de novias” que vestidas ridículamente y quizás
con ropas alquiladas llegan en un coche “funerario”, se sacan fotos para
los “exteriores” de sus bodas, que son la noche entre las noches en su
vida mientras ella piensa: ¿Para qué? ¿Para qué ese despilfarro de
fotógrafos y sueños? Tenía la sensación de que la vida era una especie
de video juego (…) un Pacman, algo absurdo que se manejaba con una
palanquita y cuatro botones. La novia de lila estaba recostada contra un
farol (…) ¿Cuántas cerecitas habría comido ya? ¿Cuántas vidas le
quedaban?
Si un niño de siete años quiere venderle una colcha tejida por su abuela,
ella cree que la está insultando burdamente, si un joven se muestra
compasivo con ella, piensa que está frente a un violador serial. Si dos
chicas conversan en la plaza sobre una tercera, que ha sido engañada
por un hombre, ella piensa que ese hombre es Iván. Si ve a dos chicas
pintándose para el baile, recuerda el estuche de maquillaje ruinoso y

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maloliente de su madre, cuando se preparaba para entrar al video juego
de la vida.
La crudeza de los relatos, la imagen exacta, la fragilidad de las
mujeres que buscan encajar con otra mujer, con un hombre
violento, con un padre decadente y demandante nos recuerdan el
abuso contra las que estaban en situación de desigualdad en Un
hombre bueno es difícil de encontrar o La buena gente del campo y
la crisis entre lo que se vive como obligación filial, como en El
geranio. Esta combinación del Sur norteamericano con nuestra
realidad nos remite a Onetti, el escritor más admirado por
Fernanda Trías en el canon nacional. Onetti se llevaba a Faulkner,
otro escritor borracho y melancólico, debajo de un brazo, para
escribir Una rosa para Emily nuevamente y en Santa María, bajo el
nombre de La novia robada. Y si le agregamos el explícito
homenaje a Felisberto Hernández en la cofradía de suicidas de No
robarás flores, a través de la construcción de muñecos que
sustituyen a seres humanos -como en Las hortensias- cófrades que
se reúnen mientras la noche cae y que se van invisibilizando
porque “nadie encendía las lámparas.”

María Esther Burgueño


mariaestherburgueno@gmail.com
@mestherb

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https://ladiaria.com.uy/articulo/2017/12/trincheras-perdidas/

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Aclimatación
Primero te retraes,
                                     te agostas,
pierdes alma en lo seco,
en lo que no comprendes,
intentas llegar al agua de la vida,
alumbrar una membrana mínima,
una hoja pequeña.
                                      No soñar flores.
El aire te sofoca.
                                   Sientes la arena
reinar en la mañana,
morir lo verde,
subir árido oro.
 
Pero, aún sin ella saberlo,
desde algún borde
una voz compadece, te moja
breve, dichosamente,
como cuando rozas
                                     una rama de pino baja
ya concluida la lluvia.
 
Entonces, contra lo sordo
te levantas en música,
contra lo ardido, manas.
(1984)

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https://ladiaria.com.uy/articulo/2017/12/trincheras-
perdidas/
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https://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/cultura/10/fernanda-trias-escritora-entrevista
v
https://www.ocultalit.com/entrevistas/fernanda-trias-
entrevista-mundo-interior/

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