Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sissa Giulia Detienne Marcel - La Vida Cotidiana de Los Dioses Griegos PDF
Sissa Giulia Detienne Marcel - La Vida Cotidiana de Los Dioses Griegos PDF
DIOSES Clin
i
i GIULIA SISSA • MARCEL DETIENNE
A qué dedican los Inmortales el tiem po de la eternidad. Qué
placeres sienten. Cómo se organiza una sociedad llena de am
biciones desmedidas, guerras cruentas y desordenadas pasio
nes amorosas.
Desde el paraíso m ítico del Olimpo, los dioses más viejos de
Occidente rigen el destino de los mortales. En las puertas del
siglo XXI probablemente les debemos todavía una parte im por
tante de nuestra manera de ver y entender el mundo.
Esta obra es una investigación rigurosa y perspicaz llevada a
cabo por dos especialistas de prim er orden, Ciulia Sissa y M ar
eeI Detienne, sobre las formas de vida y convivencia de los an
tiguos dioses griegos.
712208 - 0 ( 8 )
9 788478 800292
Giulia Sissa y Marcel Detienne
f (MCIOfKS
m
EDICIONES TEMAS DE HOY
Colección: HISTORIA
Autores: Giulia Sissa y Marcel Detienne
Título original: La vie quotidienne des dienx grecs
Hachette 1989
8 Ediciones Temas de Hoy, S. A. (T. H.)
Paseo de la Castellana, 93. 28046 Madrid
Traducción: Elena Goicoechea Larramendi
Revisión de la edición española: Alfonso Silván Rodri
catedrático de griego D.I.B.
Diseño de portada: Rudesindo de la Fuente
Ilustración de portada: Angus McBride
Primera edición española: mayo, 1990
ISBN: 201-0107810 (edición francesa)
ISBN: 84-7880-029-8 (edición española)
Depósito legal: M. 11.935-1990
Compuesto en EFCA, S. A.
Impreso en LAVEL, S. A.
Printed in Spain - Impreso en España
INDICE
IN T R O D U C C IO N ............................................................................. 19
PRIMERA PARTE
HOM ERO A N TRO PO LO G O
C a p ít u l o I
¿LITERATURA O A N T R O P O LO G IA ?....................................... 33
El mundo de la ¡liada, 35.—Tiempo de pormenores, 40.—Es
tructuras e invención de lo cotidiano, 45.—Un rasguño: vis
lumbre de un mundo, 47.
C a p ít u l o II
C a p ít u l o III
C a p ít u l o IV
C a p ít u l o V
DELEITARSE C O N E L PLACER D E VIVIR.............................. 103
Apetitosos vapores, 104.— La relación del sacrificio, 109.—La
ración de los dioses, 111.—Néctar y ambrosía, 115.—El placer
de la felicidad, 118.—La crítica de los filósofos, 120.—El placer
de la vida, 122.—La vida cómica, 124.—Cenas de negocios, 126.
C a p ít u l o VI
C a p ít u l o VII
C a p ít u l o V III
LOS DIOSES Y LOS DIAS............................................................... 167
¿El Génesis como un trabajo diario?, 171.—El Génesis: ¿un tra
bajo digno de Dios?, 175.—La vida de los dioses y la vida de
los hombres, 177.
SEGUN DA PARTE
LOS DIOSES EN LOS PLACERES
DE LA CIUDAD
C a p ít u l o IX
CU A N D O LOS OLIM PICOS SE VISTEN DE CIUD AD AN O S 187
Elegir una ciudad, 191.—Construir un territorio, crear dioses
para cada ciudad, 197.—Formas, saberes y poderes, 199.
C a p ít u l o X
UN JA R D IN PO LITEISTA .............................................................. 203
Acopio de estructuras, 209.—Configuración de dioses y jerar
quía de poderes, 214.
Indice 9
C a p ít u l o X I
C a p it u l o X II
D EL ALTAR AL TERRITO RIO : EL HABITAT DE LOS PO
DERES D IV IN O S........................................................................ 239
Del altar a la ciudad, 243.—Singularidad del templo griego,
250.—Asuntos locales, 255.
C a p ít u l o XIII
ASUNTOS DIVINOS, ASUNTOS H U M A N O S.......................... 259
Dioses en la médula de lo político, 264.—{Dioses dominados
por los hombres?, 268.
C a p ít u l o X IV
C a p ít u l o X V
U N FA LO PARA D IO N IS O ........................................................... 299
La epifanía del falo, 304.—El corazón y el miembro viril al mar
gen de la erótica, 309.
NOTAS 313
EL M UNDO GRIEGO EGEO
URANO-GEA
OCEANIDES
i
ASTERIA
i
LETO-ZEUS
r~i
EOS HELIO
i i— i
SELENE'ATLANTE PROMETEO-CELENOS
n r
EPIMETEO- HESTIA DEMÉTER ZEUS MERA POSEIDÓN-ANFITRITE
PANDORA
ARTEMISA APOLO
1--- 1
DEUCALIÓN LICO
I*
QUIM ERlflf i PIRRA PERSÉFONE ATENEA ARES HEBE ILITIA HEFECTO
ABISMO
EREBO NOCHE
ÉTER DIA
más frecuente era que los hijos de los dioses o de las diosas
no heredasen la condición inmortal del progenitor: eran sim
plemente héroes, seres extraordinarios por su valor, privi
legiados por el favor divino del que gozaban a lo largo de
la vida. Pero su existencia tenía como destino un final.
La estructura familiar, y por tanto jerárquica, de la so
ciedad olímpica engendra relaciones de fuerza y poder. En
primer lugar, tal y como está representado en la tradición
épica, el señorío de Zeus tiene su propia historia. Zeus arre
bató el poder a su padre Crono, quien a su vez había des
poseído al suyo, Cielo (Urano). En una dinastía de inmor
tales la sucesión se produce de modo violento. Pero Zeus
no es hijo único: tiene hermanos y hermanas. Con las her
manas establece alianzas, casándose con una de ellas (Hera)
o dándole una hija (Perséfone) a otra (Deméter); con los
hermanos hace un reparto igualitario del mundo por sorteo
—típicamente fraternal. A Hades le corresponde el universo
de los muertos, a Poseidón los mares, mientras que él recibe
el cielo. En cuanto a la Tierra y al Olimpo, estos lugares
quedarán indivisos y comunes. Sin embargo, esta triple re
partición sólo resulta equilibrada en apariencia. Desde las
alturas, Zeus domina. En calidad de padre de los dioses y
de los hombres se impone a todos sus congéneres por ser
el más fuerte, el único que podría dar la talla frente a los
demás. Esto en cuanto a fuerza física, pues no duda en
desafiar a los dioses de formas insólitas, como lanzar una
cuerda desde el cielo a la Tierra y que desde abajo tiren de
un extremo todos los dioses, mientras él sujeta el otro cabo.
Así se verá que todos los habitantes del Olimpo juntos no
tienen la fuerza de Zeus. Esto también atañe a sus herma
nos, ya que, aunque pretenden ser sus iguales, se les recuer
da con firmeza el orden de prelación. Poseidón, por ejem
plo, quería intervenir en la guerra de Troya, a pesar de la
prohibición de Zeus. Intenta hacerlo con la complicidad de
Hera, quien distrae la atención de su esposo. Pero en cuan
to Zeus se despierta del sueño amoroso que ha sellado sus
párpados, el temerario Poseidón debe resignarse a ceder y
someterse a una voluntad que no tolera la indisciplina.
¿ 4 vida cotidiana de los dioses griegos
26
¿LITERATURA O
ANTRO PO LO GIA?
•c
A E puede hablar de una vida cotidiana de los dio-
^ ses? Sin duda es una pregunta difícil y delicada,
ya que siempre nos acecha la anécdota, sentimos la amenaza
de la futilidad y se cierne ante nosotros, mortales lectores,
el aburrimiento que algunos suelen atribuir a los dioses.
Pero es también un tema apasionante ya que sería despre
ciar nuestra inclinación natural y, ante todo, equivocarnos
sobre la propia teología si, por pudor, desistiéramos de la
curiosidad hacia la vida cuando se trata de los dioses. ¿Cómo
viven? ¿Qué hacen con el tiempo? ¿Qué les gusta hacer? Si
lo real nos intriga, no tengamos miedo a su inconveniencia.
Convenzámonos por el contrario de que estas pequeneces,
estos detalles tan cotidianos lanzan, en todo tiempo y lugar,
un desafío al pensamiento mítico o «lógico» sobre lo divi
no. Tomemos como ejemplo la distribución del tiempo de
los dioses; relacionar estas tres palabras, dioses, tiempo, dis
tribución, significa tener que salvar otros tantos obstáculos:
definir a un dios, imaginar su experiencia del tiempo y des
cribir su correlación en el mundo.
Veremos más adelante que, ante estos problemas, la fi
losofía clásica no sólo se limitó a adoptar unas posturas
fatalmente antinómicas. Más aún, cuando con Platón (si
glo IV antes de nuestra era), Cicerón (siglo I de nuestra era)
e incluso Luciano (siglo II de nuestra era) el debate sobre
34 L a vida cotidiana de los dioses griegos
E l mundo de la Ilíada
Tiempo de pormenores
Afrodita y el deseo
i
Los dioses, una naturaleza, una sociedad 63
«En una de las más altas cumbres del Ida, el de los mil
manantiales», un gran dios, el padre de todos, observa a los
ejércitos de los hombres en plena contienda. Pero, de pron
to, se presenta ante él una joven mujer. Hermosa y con
ricos adornos, deseable gracias al talismán que lleva escon
dido en el pecho, así aparece Hera ante su esposo. «Zeus,
que amontonaba las nubes, la vio venir, y apenas la distin
guió, enseñoreóse (amphikalyptó) de su prudente espíritu el
64 L a vida cotidiana de los dioses griegos
Dioses sometidos
nen una que les es propia. Tal lugar o tal pájaro, señala el
poeta, lo llaman los dioses con un término particular, dife
rente del empleado por los hombres 41. En primer lugar,
nos podría sorprender que la lengua eventualmente reser
vada para los dioses fuera evocada en relación a palabras y
objetos que pertenecen por completo al universo de los
hombres. Más aún: todos los olímpicos, seres habladores si
los hay, conversan siempre en griego tanto entre ellos como
con los mortales, sin que jamás el poeta sugiriera al audi
torio que está traduciendo para un público de mortales y
de helenos un idioma particular de los dioses. Tampoco, en
ninguna ocasión, los dioses que se acercan a charlar con los
hombres dan muestra alguna de bilingüismo. Los dioses
abandonan su voz divina, auds, y adoptan a veces la voz
humana de un mortal, pero no su lengua. En el cambio la
diferencia queda abolida. La distancia expresada entre dos
lenguas está salvada por una palabra que surge siempre es
pontáneamente en griego. Por supuesto, a veces nos encon
tramos con situaciones excepcionales. Por ejemplo, Afrodi
ta desea un día seducir a un troyano, a Anquises. Se pre
senta ante él con el aspecto de una joven frigia y, para
conseguir su amor, le cuenta que su padre la ha prometido
en casamiento con él. Intentando que la historia resulte más
verosímil, le explica que para llegar allí ha debido hacer un
largo viaje y ha aprendido el troyano que les permite en
tenderse: «Conozco vuestra lengua tan bien como la nues
tra: la nodriza que me crió en palacio era troyana; me tomó
de los brazos de mi madre y me alimentó en la primera
infancia. Por esta razón hablo bien vuestra lengua.» 42 Es
decir, la diosa ha elegido un idioma concreto para dirigirse
a un mortal, pero esto forma parte de su mascarada de
jovencita frigia en el país de Troya.
CAPITULO III
DISTRIBUCION D EL TIEMPO
L
A existencia de los dioses se desarrolla, en princi
pio, bajo un horizonte en el que la muerte es ajena.
Sin embargo, los olímpicos no viven en una eternidad i
móvil bañada en límpida luz. Los dioses gozan de la lejanía
del aciago óbito en una dimensión de continuidad «efíme
ra» que se renueva día tras día... Incluso en la más serena
e idílica evocación del Olimpo, la beatitud de los inmortales
se presenta como una felicidad de todo el día, de todos los
días: el Olimpo se define como:
[el lugar] en el que se dice que los dioses, alejados de cualquier
conmoción, tienen su morada eterna; ni está sacudido por los
vientos, ni las lluvias lo inundan; allá en las alturas jamás nieva;
en todo momento el éter, que fluye sin nubes, corona la cima con
alba claridad; allá en las alturas, los dioses pasan con felicidad y
alegría todos sus días '.
Placeres e inquietudes
Troya, ciudad abierta, sitiada por ios griegos. «Muertos mis hijos, escla
vizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el suelo
en el terrible combate y las nueras arrastradas por las funestas manos de
los aqueos» (litada, canto XXII, v. 62-65). Copa, firmada Brygos, 490-480
antes de J. C. Museo del Louvre, París. F. Lauros-Giraudon.
Inquietudes y peligros
L
A Tierra está agotada; los hombres son una gran
carga. Solicita, pues, del gran Zeus un remedio que
la alivie. El soberano del Olimpo, conmovido, piensa en
una solución radical: diezmar la pululante masa de huma
nos. Pero no lo hará de forma instantánea ni fulminante.
Una larga estrategia se va poniendo en marcha. Habrá un
matrimonio entre un mortal y una diosa, Peleo y Tetis, y
de él nacerá un héroe extraordinario, Aquiles. Zeus, perso
nalmente, seducirá a una joven princesa, Leda, para engen
drar a Helena, de inmensa belleza. Alrededor de la biografía
de estos dos personajes se tejerá el destino de la raza hu
mana en la guerra de Troya, verdadero genocidio planeado
por un dios. El sabio Proclo resume así los hechos:
Zeus delibera con Temis sobre cómo provocar la guerra de
Troya. Eris aparece cuando los dioses festejaban la boda de Peleo.
Procura que una desavenencia enfrente a Atenea, Hera y Afrodita
para saber cuál de las tres es la más hermosa. Zeus ordena que
Hermes las lleve ante Paris-Alejandro, que vive en el Ida, para
que éste haga de juez. Alejandro elige a Afrodita, entusiasmado
ante la ¡dea de casarse con Helena. Después, siguiendo los con
sejos de Afrodita, construye una flotilla de barcos [...]; Alejandro
llega a Lacedemonia, en donde es recibido como huésped por el
hijo de Tindáreo y más tarde en Esparta es acogido por Menelao.
Durante un festín, Helena recibe los obsequios de Alejandro. Des
pués Menelao embarca hacia Creta tras haber recomendado a He-
92 L a vida cotidiana de los dioses griegos
Reacciones divinas
DELEITARSE C O N EL PLACER DE
VIVIR
Apetitosos vapores
l-.l vaso Rica describe las diferentes secuencias del sacrificio de los ani
males desde que se desuellan hasta que se corta la carne en trozos equi
valentes y se ensarta. Hidria jónica, 450 antes de J. C. Villa Giulia Roma.
F. A. Held-Artephot.
Deleitarse con el placer de vivir 107
pueden hacer otra cosa que curar los cuerpos o predecir el destino
inmediato del individuo y la ciudad, y que su ciencia y su poder
sólo se aplican a las actividades de los mortales [VIII, 60, 6].
N éctar y am brosía
E l placer de la felicidad
E l placer de la vida
L a vid a cómica
Cenas de negocios
Mal rayo les parta a los filósofos que afirman que la felicidad
habita únicamente entre los dioses. Si supieran, al menos, todo lo
que padecemos por causa de los hombres, no anhelarían con cier
ta envidia nuestro néctar y nuestra ambrosía ni darían crédito a
Homero, un hombre ciego y charlatán que nos llama «bienaven
turados» y va explicando lo que pasa en el cielo, él, que ni si
quiera podía ver lo que sucedía en la tierra. Así, Helios, el sol,
3 ue está ahí unciendo el carro, surca el firmamento a lo largo del
ía, vestido de fuego y resplandeciendo con sus rayos, y ni si-
3 uiera tiene tiempo libre —afirma— para rascarse el oído. Y si
esviara su atención, aunque sólo fuera un instante, los caballos
desbocados, desviándose de su camino, harían arder todo con
grandes llamaradas. Selene, la luna, también despierta, da vueltas
mostrando su luz a quienes caminan de noche y a quienes regre
san sin hora de los festines. Apolo, así mismo, que se ha espe
cializado en una actividad complicada, casi se ha quedado sordo
de oír a los que se enfadan porque no les favorecen los designios
del oráculo; tanto es así que no tiene más remedio que estar en
Delfos, poco después ir corriendo hasta Colofón, desde allí cru
zar hasta Jamos y otra vez corriendo a Délos o a Brancidas. En
resumen, donde ía profetisa, tras haber bebido del manantial sa
grado y haber masticado laurel y haber agitado el trípode, le
exhorta a estar presente, allí debe presentarse sin demora para
corroborar los oráculos; si no, a saber dónde iría a parar la fama
D eleitarse con el placer de vivir 127
V
OLVAMOS al momento decisivo, al instante inau
gural en el que una diosa, mensajera de la inquie
tud de otra, viene a poner de manifiesto la perspectiva de
tiempo —del proyecto y la espera— ante un mortal impa
ciente. ¿Qué hace un dios cuando irrumpe en el mundo
para que prevalezca un deseo y se modifique una conducta?
¿Qué métodos escoge para ejercer su poder sobre los hom
bres?
Entre Aquíles y Atenea lo que hay es un diálogo a cara
descubierta. Listo para saltar sobre el rey, el paladín ha
desenvainado la espada. Detrás de él, invisible para los de
más, una mano le tira de la cabellera. Aquiles se estremece
y se vuelve. Su mirada asombrada se encuentra con los cen
telleantes ojos de la virgen Atenea. El héroe, sorprendido
aunque poco intimidado al estar acostumbrado a tener re
lación con los dioses, hace la primera pregunta:
¿Por qué, hija de Zeus, el que lleva la égida, has venido nue
vamente? ¿Acaso para presenciar el ultraje que me infiere Aga
menón, hijo de Atreo? Pues te diré lo que va a ocurrir: por su
insolencia perderá pronto la vida '.
¿D ioses razonables?
PAISAJES DE SOBERANIA
E
L día en que Tetis, diosa marina que vive en el
fondo del agua, echa a volar hacia el Olimpo para
pedir venganza a Zeus, el lector de la litada deja por pr
mera vez el teatro terrestre de la guerra para penetrar en
los bastidores de la diplomacia divina y, en otra escena, el
espacio que habitan los dioses. La casa de los olímpicos es
un lugar de placer, pero ante todo un lugar en el que se
ejerce un poder cuyas gestiones son ambiguas: el de Zeus,
semidespótico, semicolegial, y el de sus congéneres.
Habrá de someterse a una larga espera: la corte olímpica
está ausente. Todos los dioses han acompañado a Zeus a
orillas del océano para visitar a los etíopes, unos mortales
de primera clase. La finalidad del viaje es un banquete. Te
tis, pues, espera durante doce días.
Zeus se compromete
Me eres más odioso que ningún otro de los dioses del Olim
po. Siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas, y tienes el
espíritu soberbio, que nunca cede, de tu madre Hera, a quien
apenas puedo dominar con mis palabras 10.
L a m irada de H era
cítara que tañía Apolo, ni las Musas, que con linda voz
cantaban alternando» 20.
Transcurre un día en la armonía del simposio y de las
voces cantoras. Para Zeus, la mañana habrá sido difícil, pero
el resto de los dioses no se han dedicado durante todo el
día a otra cosa que a un larguísimo banquete. Al atardecer,
deseosos de dormir, se retirarán a sus moradas particulares.
Sólo Zeus padecerá de insomnio.
L a mentira de Zeus
... y la de Agamenón
H era y Poseidón
S
I hacemos caso a los testigos de muy eruditos deba
tes —jueces y parte a un mismo tiempo, puesto que
se llaman Cicerón, Luciano y Séneca—, el mayor problema
que los dioses de su época suscitan es de carácter práctico:
«¿Qué hacen?» O mejor dicho: «¿Hacen realmente algo?»
Pues aunque se dicen muchas cosas, confiesa Cicerón, sobre
el aspecto que tienen y los lugares que habitan, las viviendas
y las hazañas de su vida, lo que constituye ante todo la
causa y el objeto de la controversia sobre su naturaleza es
saber si no hacen nada, si no intervienen en nada, si se
abstienen de cualquier preocupación o desvelo 2. En ade
lante, cualquier reflexión de natura deorum tiene que salvar
este primer escollo, el dilema del hacer, el actuar y las preo
cupaciones. Es la primera cuestión, ya que la propia exis
tencia de los seres inmortales se ve afectada por ello. ¿Dio
ses ociosos, despreocupados e impasibles? N o se sabría qué
hacer con ellos. Resultaría imposible imaginárselos. Inútiles
y por tanto imposibles; injustificados por carecer de obje
tivos. Este es un ateísmo tímido, que tiene miedo a decla
rarse, claman los adversarios del pensamiento de Epicuro.
Así es como se plantea la crítica a la existencia de los dioses
en Grecia y Roma antes de la era cristiana: preguntarse en
primer lugar sobre su actividad como piedra de toque de
su presencia en el mundo; postular luego, dándolo por su
168 L a vida cotidiana de los dioses griegos
CU A N D O LOS OLIMPICOS SE
VISTEN DE CIUDADANO S
E
N un día de fuerte viento el dios Bóreas se con
virtió en ciudadano de Turios, la nueva Síbaris de
la Magna Grecia. Para ser más exactos, en el año 379 ante
de nuestra era Dionisio de Siracusa, en guerra contra los
cartagineses, envió una expedición naval contra Turios: tres
cientos navios cargados de hombres armados, los hoplitas,
los hombres de bronce. El Viento del Norte soplaba de
proa y Bóreas hundió las embarcaciones. Fue, pues, una
catástrofe para Dionisio, en tanto que los ciudadanos de
Turios, salvados por el dios Bóreas, votaban un decreto
concediendo la ciudadanía al Viento: le asignaron una casa
como a un nuevo ciudadano, le otorgaron un terreno e
instituyeron una fiesta anual en su honor ’ . Para no ser
menos, los atenienses, que habían jugado un papel de pri
mer orden en la fundación de la nueva Síbaris, decidieron
que Bóreas se convirtiera en un «pariente por aliañza» 2. Ya
tenían, sin embargo, en las márgenes del Iliso un santuario
dedicado al Viento del Norte que años atrás, en el 480, les
había ayudado contra la armada de los persas cerca del cabo
Artemision 3. Tras un sacrificio y por decreto de la asam
blea, un dios recibe la ciudadanía, una vivienda semejante
a la de los hombres y una parcela de tierra para asegurar
su subsistencia o los ingresos proporcionados por el culto.
Pero el Viento del Norte no es realmente el arquetipo del
188 L a vida cotidiana de los dioses griegos
U N JA RD IN POLITEISTA
L
A característica más destacada de la vida de los dio
ses en las ciudades de Grecia es la pluralidad: la
¡dea de que los dioses son numerosos, que hay muchos. E
griego «muchos dioses» se dice polytheos, término de don
de proviene politeísmo tras una larga y ajetreada historia
(idolatría, Filón de Alejandría, el coro de los Padres de la
Iglesia, los paganos, una guerra plurisecular, etc.) entre mo
noteísmo y politeísmo Pero cuando Esquilo escribe Las
suplicantes, obra con la que triunfa en las Grandes Dioni-
siacas del 463 2, en el paisaje de la ciudad abundan los dio
ses. En el sentido de que los dioses están por doquier, hasta
en la cocina, rondando el horno de Heráclito 3; y también
en el sentido de que los poderes divinos forman pequeñas
sociedades visibles, se reúnen en tomo a la plaza pública o
bien parecen tener fervientes asambleas en cualquier lugar
del territorio, ya sea en un recinto detrás del ágora de los
hombres o en una colina aislada y cercana a la ciudad 4.
Veamos la llegada de las Danaides, una banda de muje
res, unas extranjeras de piel quemada por el sol. Ante ellas
una ciudad, Argos, hacia la que les empuja Dánao, un padre
que se acuerda de su parentesco con la tierra argiva y de
lo, sacerdotisa, amante y ternera enloquecida por el deseo
y el odio de Hera la Soberana, su soberana. Las Danaides
llegan perseguidas, hostigadas por la violencia e incluso por
204 L a vida cotidiana de los dioses griegos
Acopio de estructuras
Dioniso entre las Ménades. 1:1 dios revestido con una túnica abigarrada
contempla a una mujer que baila en tomo a su ídolo. Otras tres bacantes
se contorsionan a su alrededor en tanto que una mujer músico acompaña
las evoluciones. Copa firmada Makron, 490 antes de J. C. Staatliche Mu-
seen Preussischer Kulturbesitz. F. I. Geskc.
A
N TA Ñ O , en un tiempo que parece anterior al
advenimiento de los dioses ciudadanos, las divini
dades tenían la costumbre de salir juntas del Olimpo co
una periodicidad regular. Descansaban de los asuntos co
rrientes y de las preocupaciones cotidianas de sus asambleas.
Se iban a un extremo del mundo, junto al Océano, en di
rección al país de los etíopes, bien hacia Poniente bien hacia
Levante. Un largo fin de semana en el que celebraban ban
quetes con los hombres irreprochables llamados «caras que
madas» (Aithíopes, etíopes) debido a la proximidad del sol
al amanecer y al atardecer ’ . Gozaban del placer de los ban
quetes como en los tiempos de la edad de oro: sentados a
la misma mesa asistían a perfectas hecatombes; dioses y
etíopes juntos; un festín común para los hombres «caras
quemadas» y los olímpicos 2. Los dioses del Olimpo, des
cansados y quizá algo más morenos, volvían a sus activida
des con los otros humanos, a buen seguro menos irreprocha
bles.
Más tarde las costumbres cambiarán bastante. Hay dis
putas en la plaza pública, impera la injusticia: ha comenza
do la edad del hierro. Hesíodo, el teólogo de Ascra, anuncia
la desaparición de los dioses y su definitiva jubilación. Ma
ñana, las dos únicas divinidades que aún residen en la Tierra
la abandonarán para siempre: «entonces, la Consciencia y
222 L a vida cotidiana de los dioses griegos
Detalles del vaso R ica, hidria jónica, 540 antes de J. C. Villa Giulia, Roma.
F. A. Held-Artephot.
E l comercio de los dioses
229
230 L a vida cotidiana de los dioses griegos
D EL ALTAR AL TERRITORIO: EL
HABITAT DE LOS PODERES
DIVINOS
A
fínales del siglo IV antes de nuestra era, la ciudad
de Colofón, en Asia Menor, entre Esmima y Efe-
so, recobra la libertad —lo que agradece a Alejandro y m
aún a Antígono— y decide englobar en sus murallas a «la
antigua ciudad» en ruinas y, al parecer, abandonada desde
hace mucho tiempo '. En la antigua ciudad de Colofón, la
del filósofo Jenófanes y el poeta Mimnermo, los antepasa
dos habían «fundado» los templos y «consagrado» los alta
res «con el permiso de los dioses». Una comisión de diez
miembros va a dirigir los trabajos de urbanismo para esta
blecer, de acuerdo con el arquitecto elegido, el trazado de
las calles y la parcelación, reservando un lugar para el agora,
los talleres y todos los terrenos públicos necesarios. Pero,
antes de esto, la asamblea decide hacer un recorrido por los
altares erigidos por sus antepasados y realizar los tradicio
nales sacrificios. Bajo el mando del sacerdote de Apolo, los
sacerdotes, las sacerdotisas y el prítano —supremo magis
trado, rodeado del Consejo y acompañado por los diez res
ponsables del proyecto— se dirigen a la antigua agora para
ofrecer sacrificios «en los altares que los antepasados deja
ran a sus descendientes para orar al Zeus Salvador, a Po-
seidón de sólida base, a Apolo de Claro, a la Madre llamada
Antáia, “la que aparece de frente”, a Atenea Poliade y a los
otros dioses, a todos y todas, así como a los héroes y a
240 La vida cotidiana de los dioses griegos
D el altar a la ciudad
Asuntos locales
L
OS dioses no dependen ni de lo accesorio ni de lo
superfluo; pertenecen a lo esencial de lo cotidiano.
Quien pretenda llevar una vida de ciudadano debe frecuen
tar casi todos los días los altares y santuarios. Al igual que
en la tradición mítica les corresponde a los primeros mor
tales del territorio decidir cuál de los olímpicos será nom
brado divinidad poliade, en la vida real cada miembro de
la ciudad participa en unas asambleas que deliberan sobe
ranamente sobre las cuestiones relativas a los dioses de la
ciudad, esos poderes divinos que forman parte integrante
de la propia definición de ciudad. La vida en común, que
tiene como finalidad el «buen vivir» —según la definición
aristotélica de ciudad—, exige que el ciudadano se preocupe
de los dioses, que vele atentamente por sus asuntos, los
cuales dependen en sentido estricto de los que son comunes.
Uno nace griego pero se hace ciudadano progresivamen
te, subiendo peldaños y pasando por tres niveles acumula
tivos de participación el reconocimiento por una fratría,
la inscripción en un demos y la actividad en la ciudad. Es
decir, unos «hermanos», un enraizamiento territorial y un
espacio político.
En primer lugar está la fratría, una asociación basada en
relaciones de familia, en alianzas y vecindad 2. Los miem
bros se llaman «hermanos» siguiendo criterios de relación
260 L a vida cotidiana de los dioses griegos
E
N la búsqueda de una ciudad y de un territorio que
reconozcan su soberanía, Poseidón sale siempre
malparado y rechazado aunque por ciertos aspectos de s
personaje divino parezca más cualificado que muchos de
sus rivales para ejercer un dominio efectivo sobre la exten
sión de las tierras. En esa repetición cotidiana de invoca
ciones que llegan a los altares, ¿no es acaso el dios que
tiene, que posee la tierra, el dios de extensa y firme base 2
e, incluso, el señor-esposo de la Tierra bajo el aspecto pre
lunar de una Deméter negra, tan negra como la Arcadia de
salvajes yeguas? ¿Será quizá su inmediata naturaleza de di
vinidad, en cierto modo genérica del basamento y del pe
destal, un obstáculo en su carrera de dios soberano para
regentar una ciudad desde las alturas? Si bien siempre, o
casi siempre, resulta perdedor, en más de una ocasión Po
seidón no lo pierde todo. Sus adversarios parecen incluso
estar interesados en reconocerle unos derechos sin los cua
les ellos mismos no podrían disfrutar de las codiciadas ciu
dades.
En dos ocasiones, en Argólide y en el Atica, Poseidón
tropieza con poderosas diosas y es vencido por las mujeres:
en primer lugar por las atenienses, mayoritarias en el efí
mero reino de Cécrope; luego, también en Atenas, por Pra-
xítea, que no duda en sacrificar a su hija para asegurar el
274 L a vida cotidiana de los dioses griegos
Atenea misógina
En la tradición argiva las mujeres intervienen después
del juicio dictado por los dioses-ríos, mientras que en el
276 L a vida cotidiana de los dioses griegos
E
N la Grecia politeísta, los dioses forman una so
ciedad, están organizados, tienen áreas de compe
tencia, privilegios que los otros respetan y saberes o pode
res que se ven limitados por los de sus allegados o asocia
dos. En cierto modo, en el panteón existe una división del
trabajo: cada uno de los dioses ha recibido unos «trabajos»,
un área de acción. A veces globalmente, sin más precisión
que las obras de la guerra para Ares o el himeneo, el ma
trimonio, para Afrodita Pero un poder divino en un pan
teón tan estructurado no puede confundir su radio de in
tervención: más allá del matrimonio, Afrodita reina sobre
el placer sexual (en griego apkrodísia), sobre el acto de «ha
cer el amor» (aphrodisiázein) 2, sobre los cuerpos que se
funden y sobre los seres vivos que se ven abocados a en
trelazar 3 sus miembros, sus formas, ya pertenezcan al mun
do de los animales o a la especie humana. También está la
Afrodita armada, la potencia uraniana, la divinidad negra
asociada a las Erinias, a las fuerzas de la venganza y a los
poderes del destino, las Moiras; por no hablar de la Afro
dita barbuda que aúna los dos sexos. Aparición ésta muy
inoportuna en la escena del matrimonio, en el ámbito ins
titucional en el que, por otra parte, Afrodita está celosa
mente custodiada, ya que comparte el área conyugal con
otras ocho o nueve divinidades presentes en la ocasión, bajo
300 L a vida cotidiana de los dioses griegos
IN TRO D U CCIO N
CAPITULO 1
CAPITULO II
CAPITULO III
CAPITULO IV
1 E u r íp id e s , Helena, 16 3 9 - 10 Odisea, canto XII, v. 348-
1642. 351.
2 ¡liada, c a n t o III, v . 1 5 6 -1 5 8 . 11 Odisea, c a n to XII, v . 3 8 5 -
3 ¡liada, c a n t o II!, v . 1 6 4 -1 6 5 . 388.
4 E s l o q u e a fir m a e x p líc ita 12 Odisea, c a n t o X X I, v. 2 5 7 -
m e n te P l u t a r c o en Sobre los 268.
oráculos de la Pitia, 2 2 . 13 E u r íp id e s , ¡figenia en Au-
5 ¡liada, c a n t o I, v. 54. lide, v. 2 4-25.
4 ¡liada, c a n t o 1, v . 5 5 . 14 EURÍPIDES, ¡figenia entre
7 ¡liada, c a n to 1, v . 9 3 -1 2 9 . los lauros, v . 17-24.
8 ¡liada, c a n t o I, v . 1 8 2 -1 8 4 . 15 ¡liad a , canto IX, v. 530-
9 E s t e r e la to ta m b ié n fo r m a 550. «Los otros dioses recibieron
p a r t e d e lo s a n te c e d e n te s a la g u e sus hecatombes, y sólo a la hija del
r r a d e T r o y a y n o s e in c lu y e en gran Zeus dejó aquél de ofrecer
la ¡liada. las, por olvido o por inadverten
Notas 323
c ia , c o m e t ie n d o u n a g r a v e f a lt a .» 20 ¡ l i a d a , c a n t o XXIV,
16 S o b r e la in g r a titu d q u e re v . 6 0 8 -6 0 9 .
c ib e siste m á tic a m e n te e ste d io s , 21 ¡liada, c a n t o XXIV, v. 607.
v é a se la o b r a d e M . D E T IE N N E , 22 Odisea, c a n to X I, v. 5 7 6 -
Dionysos a ciel ouvert, P a rís, 581.
1 986. 21 PlNDARO, Píticas, II.
17 Himno homérico a Demé- 24 Odisea, c a n t o X I, v . 582-
ter. 59 2 .
18 O V ID IO , Las metamorfo 25 PÍN D A R O , Olímpicas, I.
sis, IX, 3 2 2 . 26 Odisea, c a n to XI, v . 5 9 3 -
19 O V ID IO , Las metamorfo 600.
sis, VI, 5 y s s .
CAPITULO V
y c o r a z ó n (thymós) s o n in te r c a m 34 ¡liada, c a n t o X IX , v . 3 4 7 -
b ia b le s . 354.
12 Odisea, canto XIV, v. 418- 35 ¡liada, c a n t o X IX , v. 3 0 - 3 3 .
438. En este caso, incluso grama 36 ¡liada, c an to 1, v. 6 0 1 ; Him
ticalmente, el destinatario de la no homérico a Apolo, 10; ¡liada,
ofrenda es el huésped, declinado c a n t o XV , v . 8 4 -8 8 .
en dativo. 37 P l a t ó n , República, n ,
13 PORFIRIO, Tratado de abs 363c-d .
tinencia o de la carne de animales. 38 C f. G i u l i a S i s s a , Le
14 ¡liada, c a n t o X IX , v . 2 6 4 - Corps virginal, P a r ís , 1987.
265. 39 P L A T Ó N , Leyes, 9 0 0 b .
15 ¡liada, c a n t o XXIV, v . 621 40 A r is t ó t e l e s , Metafísica,
y ss. 1074b.
16 ¡liad a, c a n t o V il, v . 4 6 5 - 41 A r is t ó t e l e s , Moral a Ni-
475. cómaco, X, 7 .
17 H e s ÍO D O , la Teogonia, 42 SÉNECA, Cartas a Lucillo,
535-541. 5 3 , 11.
18 ¡liada, canto II, v. 400. Cf. 43 ¡liada, c a n t o I, v . 5 7 5 - 5 7 9 .
canto III, v. 270. 44 HESÍODO, Trabajos y días,
19 ¡liada, c a n t o V I, v . 3 1 1 . 1 0 9 -1 1 9 .
20 Odisea, c a n to III, v . 3 3 1 - 45 PLUTARCO, Charlas de so
336. bremesa, IX, 14. L a p a la b r a « s im -
21 Odisea, c a n t o III, v . 3 7 7 - p ó s i c o » r e m ite a l s i m p o s i o , m o
378. m e n to en el q u e t o d o s b e b e n ju n
22 Odisea, c an to lll, v. 430- to s.
436. 46 A ntología P alatin a, IX ,
23 Comentario a la iliada, I, 504.
460. 47 Himno homérico a Apolo,
24 PORFIRIO, Tratado de abs 186.
tinencia o de ¡a carne de animales. 48 Himno homérico a Her-
25 ¡bíd., II, 1 0 , 2 . mes, 166.
26 ¡bíd., II, 42, 3. 49 A r is t ó f a n e s , Las aves,
27 Odisea, c a n t o XII, v . 2 9 3 . 186.
28 ¡liada, c a n t o I, v . 4 6 8 . 80 ¡bíd., 1 5 1 5 -1 5 2 4 .
29 ¡liada, c a n t o I, v . 6 0 1 - 6 0 2 . 51 ¡bíd., 7 2 3 -7 3 6 .
30 Himno homérico a Apolo, 52 L u c i a n o , Zeus trágico,
I, 1 2 0 -1 3 4 . 13.
31 Himno homérico a Her- 53 ¡bíd., 22.
mes, I, 2 4 7 - 2 5 1 . 54 ¡bíd., 21.
32 Himno homérico a Demé- 55 LUCIANO, D os veces acu
ter, 1, 2 3 3 - 2 3 9 . sado o ¡os tribunales, 1-3.
33 PfN D A RO , P íticas, IX,
1 0 8 -1 1 1 .
N otas 325
CAPITULO VI
CAPITULO VII
CAPITULO VIII
CAPITULO IX
CAPITULO X
Die Res
c h isc h e n R e lig ió n » , en 49 PAUSANIAS, II, 10, 4 -6 .
tauración der Gótter, Antike Re 50 La comparación con el ála
ligión und Neo-Paganismus, ed . mo blanco proviene de PAUSA-
R . F a b e r y R . SC H LE SIE R , K ó - NIAS, II, 10, 6.
1986, p á g s . 124-132.
n ig sh a se n , 51 PAUSANIAS, II, 10, 1. Fes-
44 H eraios: F . SO KO LO W SKi, to es quien introduce el rito lla
Lois sacrées des cités grecques, Pa mado «extran¡cro»: PAUSANIAS,
rís, 1969, 1, A, 1, 19-20. Dama- II, 6 , 6 -7 .
trios en: Inscriptions de Lindos, 52 PAUSANIAS, II, 10, 1.
núm. 183, ed. Chr. B L IN K E N - 53 H E R O D O T O , II, 4 4 .
BERG. Sokolowski también infor M J. P O U U .LO U X , «El Hera
ma sobre un Zeus Aphrodisios en cles de Tasos», Revue des études
Paros (IG, X II, 5, 220, 2). anciennes, 1 9 7 4 , págs. 3 0 5 -3 1 6 .
47 L . D e u b n e r , Attiscbe Fes- Por último, los análisis críticos de
t e 2, Berlín, 1956, págs. 155-157. C . B O N N E T , Melqart. Cuites et
48 G. D aü X, «La gran de- mythes de l ’Héraclés Tyrien en
marquía: un nuevo calendario de M éditerranée, Louvain-Namur,
sacrificios en el Atica (Erquia)», 1 9 8 8 , págs. 3 4 6 - 3 7 1 , que invitan
Bulletin de Correspondance hellé- a reconsiderar el doble estatuto
nique, 1963, págs. 606 (A 40-43) cultural de Heracles en Tasos.
y 620 (comentario).
CAPITULO XI
CAPITULO XII
a c u e r d o c o n I . M A L K IN , « E l lu 23 El fundador de la colonia
g a r d e l o s d i o s e s en la c iu d a d d e cretense en forma de ciudad filo
l o s h o m b r e s . E l p e r fil d e la s á r e a s sófica (en las Leyes, v. 738d) pre
s a g r a d a s e n la s c o lo n ia s g r ie g a s » , vé que al repartir las tierras se em
en Revtte de l ’histoire des reli- piece por dar a los dioses, a los
gions, 1 9 8 7 , p á g s . 3 3 1 - 3 5 2 . demonios y a los héroes unos «te
11 S e c a lific a a l a lta r , bomós, rrenos escogidos» (exáireta temé-
c o m o o l o r o s o , thuéeis. ne).
12 ¡liada, c a n t o IV, v . 4 8 ; c a n 24 Himno homérico a Apolo,
to XXIV, v . 6 9 . v. 298 (naón náiein).
13 A l t a r o l o r o s o y témenos: 25 Los recientes análisis de M.
¡liad a , c a n t o VIH, v . 4 8 ; c a n CASEVITZ, «Templos y santua
t o X X IH , v . 1 4 8 ; O disea, can rios: lo que aporta el estudio le
t o VIH, v . 3 6 3 . xicológico», en Temples et sanc-
M Cf. D avid W. R upp, «R e- tuaires, ed. G. ROUX, Maison de
fle c tio n s o n th e D e v e lo p m e n t of l’ O r ie n t ( L y o n ) , 1984,
A lta r in th e E i g h t h C e n tu ry págs. 81-95.
B . C . » , en The Greek Renaissnace 26 ¡liada, canto VIH, v. 48.
o f the Eighth Century B .C .: Tra- 27 ¡liada, c a n t o X X III, v . 147.
dition and Innovation , e d . R . 28 Odisea, canto VI, v. 263-
HÁGG, E stocolm o, 1983, 266 (ágora construida en piedra
p á g s . 1 0 1 -1 0 7 . en torno al santuario de Posei-
15 S e n tid o d e éudmetos, d el dón, el Posideiori).
v erb o démein. téuchein,
Ju n to a 29 ¡liada, canto VI, v. 88-93.
t r a b a jo d e a r q u it e c t o y c o n s tr u c 30 Seguimos aquí los riguro
to r. sos análisis de Cl. ROLLEY, «Los
16 C f . ¡liada, c a n to I, v . 4 4 0 grandes santuarios panheléni-
y 448. cos», en The Greek Renaissance
17 ¡liada, c a n t o I, v. 47. o f the Eighth Century B .C .: Tra-
18 Himno homérico a Apolo, dition and ¡nnovation, ed. R.
v. 3 8 8 -510. HÁGG, E s t o c o l m o , 1 9 8 3 ,
19 TUCÍD ID ES, VI, 3 , 1. C f . I. págs. 109-114.
M A L K IN , Religión and Coloniza- 31 Cf. Cl. ROLLEY, art. cit.,
tion in ancient Greece, L e id e n , págs. 113-114.
B r ill, 1 9 8 7 , p á g . 1 4 0 . 32 L . GERNET, Le Génie grec
20 PÍNDARO, Olímpicas, Vil, dans la religión, París, 1932 (nue
v. 2 0 -95. va edición 1970), págs. 164-179.
21 C al Ímaco , Himno a Apo 33 G. ROUX, L ’Amphictionie,
lo, v . 5 5 - 6 4 . C o n u n o s c o m e n ta Delphes et le temple d‘Apollan au
r io s p o r m e n o r i z a d o s d e F r . W I lV ' siécle, Lyon-París, 1979, vh-
LLIAMS ( Callimachus, Hymn to XI, y págs. 1-19.
Apollo, O x f o r d , 1 9 7 8 ). 34 E ST R A B Ó N , 9 , 4 1 9 e H lP É -
22 Odisea, c a n t o VI, v . 9 - 1 0 . RIDES, Discurso sobre Délos, en
338 L a vida cotidiana de los dioses griegos
CAPITULO XIII
CAPITULO XIV
54 Fr. 18, v. 83-86. Cf. las ob 919d). Cf. M. D E TIE N N E , «¿Qué
servaciones sobre los «sacrificios es un emplazamiento?» en Tracés
sin vino»: J. BlNGEN, «Eurípides, de fondation, ed. M. D E TIE N N E
Erecteo, 84», Chronique d ’Egyp- (próxima edición).
te, 43, 1968, págs. 56-58. 44 Desmintiendo así la afir
55 E s q u i l o , Euménides, mación pesimista de que no exis
V. 107. te autóctona femenina y matizan
54 Cf. P. CARRARA, Euripide. do también las tímidas conclusio
Eretteo, Florencia, 1977, pág. 86. nes de quienes insisten en el pa
57 Fr. 18, v . 4 8 , e d . P . C A pel de la mujer en la transmisión:
RRARA. «[la mujer ateniense] transmite la
58 Fr. 18, v. 9 0 - 9 4 , e d . P . C A autoctonía» (P. B r u l e , La filie
RRARA. d'Athénes, París, 1987, pág. 395).
M Poseidón y Erecteo están 45 Cf. los recientes análisis de
asociados encl culto ateniense P. B r u l e , La filie d ’Athénes, Pa
mucho antes de la «fusión» for rís, 1987. Y también de P. B r u -
mulada (¿o inventada?) por Eu LE, «Aritmología y politeísmo.
rípides. Véanse datos y recons En la lectura de L. Gerschel», en
trucciones en M. L ACORE, «Eu Les grandes figures religieuses.
rípides y el culto de Poseidón- Lire les Polythéismes 1, París,
Erecteo», en Revue des études 1986, págs. 35-47.
artciennes, 1983, págs. 215-234. 44 P. b r u l e , La filie d ’Athé
40 U n a víctima que adopta el nes, París, 1987, pág. 29.
nombre de su asesino o un ase 47 C h r . PE LEK ID IS, Histoire
sino que toma el nom bre de su de l ’éphébie attique, París, 1962,
víctima (com o A p o lo que se con págs. 111-113.
vierte en Hyákinthos): M . L A C O - 48 FlLO C O R O , F. Gr. Hist.
RE, op. o í., pág. 217, n. 4. 328F 105 Jacoby.
41 Más que convertido en 49 ¿Aition o «relato explicati
dios autóctono, como dice M. vo» de un rito de transición, el
LAC O R E, op. o í., pág. 233. de la adolescencia de los jóvenes?
42 Fr. 10, v. 46-49. Es algo breve, sobre todo para
43 Fr. 10, v. 95 (eksanorthósa un historiador que escribe su te
bátbra). Fórmula semejante, pero sis sobre historias de este tipo (P.
en un tipo de fundación radical BRULE, op. cit., pág. 31). Más tar
bajo la que lentamente se descu de, el mismo historiador (op. dt.,
bre otra, anterior, en tanto que págs. 112-113) invita a reflexionar
aparece el dios Apolo «levantan sobre la Agraulo hija de Cécrope
do» (anorthón) y «fundando de culpable de curiosidad al mirar lo
nuevo» (pálin katoikizei) la ciu que contiene la caja negra entre
dad de Magnesia, la ciudad de las gada por Atenea, y que se suicida
Leyes puesta en escena en la úl o muere a causa de la cólera de
tima obra de PLATÓN (Leyes, XI, Atenea. Es la Aglauro asociada a
346 L a vida cotidiana de los dioses griegos
CAPITULO XV