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mayo-2015

Carta de Jesús para mi primera comunión


Querido(a)____________________________________________________:
Deseo comenzar esta carta que te dirijo dándote las gracias por los el tiempo que has querido compartir conmigo, con
tus catequistas y con el sacerdote, aprendiendo la Palabra de nuestro Papá del cielo.
Ya viene el día para el que todos ustedes se han preparado convenientemente tantas semanas, pues al fin ha llegado el
momento de recibirme en corazones, de manera que, a partir de este día, serán hijos activos de mi Iglesia.
Permítanme que les cuente una de mis experiencias del tiempo en que evangelicé a los habitantes de Palestina, mi tierra
natal:
Cierto día, fui con mis Apóstoles a un lugar en el que me seguía mucha gente que se admiraba de mi poder para curar a
los enfermos. Yo subí con mis Apóstoles a un monte y me senté con ellos. Yo sabía que muchos de los que nos seguían a
mis amigos y a mí llevaban varios días sin comer, y que, si los despedía sin comer, ellos corrían peligro de caer enfermos,
porque no tenían la posibilidad de comprar comida. En el momento en que me compadecí de aquella gente pobre, que estaba
tan perdida como lo están las ovejas que no tienen pastor que las cuide, le pregunté a mi amigo Felipe: -Felipe, ¿cómo
podríamos conseguir pan para alimentar a esta gente que nos sigue desde hace varios días? Felipe me dijo: -Me dejas
perplejo, porque ni con el salario que gana un trabajador ordinario durante dos meses podríamos obtener el pan que
necesitamos para alimentar a toda esa gente.
Yo interrogué a Felipe para ver si él confiaba en mí, porque yo sabía lo que iba a hacer. Ustedes se preocupan cuando
están enfermos, se entristecen cuando hay problemas, y quizá no se acuerdan de que su hermano Jesús, que soy yo, puede
ayudarles a superar su tristeza y a hacer lo que tienen que hacer, y bien hecho.
Andrés, el hermano de mi amigo Pedro, intervino en la conversación que mantuvimos Felipe y yo, diciendo: -Aquí hay
un muchacho que tiene cinco panes y dos peces pequeños, pero, con tan poca comida, es imposible alimentar a varios miles
de personas.
A pesar de que me entristecí al ver que ninguno de mis amigos me dijo que yo tenía poder para alimentar a nuestros
miles de seguidores en aquel monte, yo les dije a mis compañeros peregrinos: -Díganles a todos nuestros seguidores que se
recuesten en la hierba, por grupos.
Cuando la gente se recostó en la hierba, mis compañeros calcularon que habría entre la multitud unos 5000 hombres, sin
contar a las mujeres ni a los niños que los acompañaban.
Yo tomé los panes y los peces, le di gracias a Dios porque nos dio el alimento que necesitábamos aquel día, bendije el
pan con una breve oración para que nadie pasara hambre, se lo repartí a mis amigos, y ellos se lo repartieron a la multitud.
Cuando la gente terminó de comer, muchos componentes de la multitud quisieron que yo me convirtiera en su Rey, ya
que les había alimentado sin que ellos hicieran nada. ¡Imagínense nada más! Es como si ustedes me dijeran cuando oran:
‘Jesús, queremos muchos obsequios y cosas’, y quieren que yo se los envíe misteriosamente, como si hiciera magia o algo
así.
Mucha gente dice: ‘Si Dios existiera, en el mundo nadie estaría enfermo, y ninguna persona pasaría hambre’. Me
gustaría que todos dijeran: ‘Mientras en el mundo seguidores de Cristo, no permitiremos que ningún enfermo, ni ningún
amigo o familiar esté solo y triste, y no dejaremos que nadie pase hambre ni necesidades de ningún tipo’.
Queridos hermanitos: Muchos de ustedes vendrán a encontrarse conmigo luciendo unos trajes muy bellos que sus
padres les han comprado o los han prestado algunos de sus familiares o amigos para esta ocasión tan especial. Y otros se
acercarán a mí con su mejor ropa, aunque no sean ‘ricos’. Lo que a mí más me interesa, es que me reciban con el corazón
bien dispuesto, que se pongan su ‘traje’ del alma, que la arreglen bien y estén contentos de darme un lugar importante en sus
vidas.

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Yo los amo a todos, y quiero pedirles que no se rindan a la tentación de utilizarme como aquellos a quienes alimenté
para que pudieran volver a sus casas sin enfermarse, aunque ellos creyeron que tenían sobre mí el derecho de hacer que yo
les sirviera siempre y que yo hiciera lo que ellos quisieran. Un día después de que sucediera la historia que les he narrado,
les dije a mis oyentes: -ustedes no me han buscado por causa de las buenas obras que he hecho para ayudar a todos los que
lo necesitan, sino porque ayer tuvieron la oportunidad de comer hasta saciarse.
Hubo muchos en ese monte que comieron del pan que yo les di ese día, pero después nunca más me buscaron para
seguirme, ni se interesaron por mí otra vez. Muchos deciden abandonarme, y así se niegan a aceptar mi amistad y mi cariño
incondicional, y todos los beneficios que yo les quiero regalar. Yo quisiera que tú me dejaras ser tu amigo de siempre, de
todos los días, y que esta primera comunión sea eso, la primera, pero que haya muchísimas más. Y que nunca me
abandones, porque yo nunca lo haré.
A veces ustedes creen que son muy débiles para superar enfermedades y otros problemas, pero, aunque no pueden
curarse de sus enfermedades ni pueden hacer que sus familiares y amigos dejen de estar tristes, quiero que no olviden nunca
que sus oraciones y su empeño por hacer el bien son muy importantes para mí, y para nuestro Padre Dios. No les pido
mucho ni cosas imposibles, sino lo que ustedes puedan dar; sólo hace falta que me den lo poco que tengan, como aquel
muchacho, que tenía 2 pescados y 5 panes. Yo veré la manera de resolver lo que falta.
Quiero terminar esta anécdota pidiéndoles que no olviden que soy su hermano y su amigo, y deseándoles que disfruten
de la compañía de sus familiares y amigos, y de los regalos que van a recibir. También quiero pedirles que, al celebrar esta
primera Comunión, no se olviden de mí, que soy su alimento espiritual, soy su ‘comida’ para el alma.
Es muy dulce ver tu interior bien dispuesto en este día tan especial para Mí, en donde tú recibirás en tu corazón, mi
cuerpo y mi Espíritu, para acompañarte siempre y estar contigo en cada momento de tu vida. 
Eres un ser tan especial para mí... Te amé desde el primer día que naciste; y cada amanecer trato de iluminar tu cara con
mis rayos del sol para mostrarte cuánto te amo. 
Te he dado unos padres y amigos que te quieren mucho para que a través de ellos, sientas mi amor en cada abrazo, y
puedas entender el milagro de la vida. 
Por hoy, solo disfruta nuestra reunión, siente mi amor en tu corazón y no olvides este día ni esa sensación en tu vida...
Llévala cada instante y compártela con los demás; que sea semilla y fruto de tu vida.
Sé feliz siempre. Y recibe mi bendición. Recibe un fuerte abrazo de tu hermano y amigo Jesús.

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