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Facilitar el análisis con autorrevelaciones implícitas

y explícitas
Autor: Gediman, Helen K.

Palabras clave

Autorrevelaciones expliticas, Autorrevelaciones implicitas, Estereotipos de la


subjetividad y la neutralidad, Psicoanalistas contemporaneos freudianos,
Psicoanalistas relacionales, Tecnica, Metodologia y teoria psicoanalitica..

Propongo ir más allá de los falsos estereotipos que han dividido a los
psicoanalistas contemporáneos freudianos y relacionales en cuanto a la
autorrevelación. Comprender las autorrevelaciones realizadas por analistas de
todas las tendencias en el curso de su trabajo cotidiano requiere una perspectiva
relacional e intersubjetiva, pero no un cambio de paradigma. Las revelaciones del
trabajo analítico cotidiano se basan en una relación bipersonal en la cual dos
subjetividades se dedican a la “psicología unipersonal” del paciente. Tres amplias
ilustraciones clínicas comparan y contrastan las autorrevelaciones inevitables que
forman parte del tratamiento psicoanalítico con aquellas más explícitas,
conscientes y deliberadas que sirven a un objetivo específico del tratamiento. Las
revelaciones e interacciones, tal como se entienden en este marco de trabajo,
pretenden demostrar mutualidad, pero no necesariamente simetría e igualdad de
autoridad en la relación analítica. Las autorrevelaciones del analista, aunque
indudablemente orientadas por la contratransferencia y otras reacciones
personales, pretenden facilitar y profundizar un proceso en el cual la vida psíquica
del paciente ocupa el lugar central.

Introducción

El reciente debate sobre si los analistas deberían o no revelar aspectos de sus


propias vidas psíquicas a los pacientes se ha movido, dialécticamente, de las
posiciones estereotipadas dicotómicas, absolutistas, hacia un punto en que
analistas de distintas orientaciones parecen estar entrando en un campo
discursivo más armonioso. Estoy convencida de que los relacionalistas como
los freudianos contemporáneos pretenden revelar lo que es valioso
terapéuticamente en la matriz intersubjetiva-relacional, que recientemente está
siendo reconocida como parte de las interacciones analíticas críticas,
especialmente de aquellas relevantes para comprender la transferencia-
contratransferencia. Aunque los analistas que se guían principalmente por una
orientación pueden tender a revelar con más frecuencia, y aquellos que se
guían por la otra a revelar con menos frecuencia, ambos revelan dentro de los
límites de preservar una posición analítica que incluiría la neutralidad en su
sentido metodológico y no en el sentido conductual estereotípico. Como
Meissner (2002) decía, la autorrevelación y la neutralidad no son incompatibles,
sino que “la neutralidad posibilita discernir si la autorrevelación está indicada y
tiene ventajas terapéuticas” (p. 830). Sin embargo, el debate se originó cuando
ciertos analistas relacionales (Renik, 1996; Stolorow y Atwood, 1997) de “nueva
orientación” (ver Eagle, Wolitzky y Wakefield, 2001; Eagle, 2003) desafiaron el
estereotipo mítico de los analistas tradicionales de preservar rígidamente
pantallas en blanco en su constante adherencia a los valores de neutralidad,
abstinencia y anonimato en la díada analista-paciente. Los analistas
tradicionales (Abend, 1995; Meissner, 2002; Boesky, 2003) contraatacaron
desafiando la nueva perspectiva como otro estereotipo mítico en el cual el
proceso analítico es exclusivamente subjetivo y construido conjuntamente en
una díada simétrica analista-paciente y en la cual el analista no tiene más
autoridad que el paciente cuando se trata de discernir verdades analíticas.

Ciertos analistas relacionales fueron criticados por considerar la díada como


exageradamente fluida, consistente en ocasiones en lo que serían
esencialmente dos pacientes analizándose el uno al otro. Pretendo
contrarrestar ambos estereotipos mediante tres resúmenes de casos que
ilustran la diferencia entre la autorrevelación implícita inevitable, lo que
Meissner (2002) llamó autorrevelación (del self) [N. de T.: self-
revelation versus selfdisclosure, término utilizado en el resto del artículo] o
aquello a lo que me refiero en este artículo como “las revelaciones del análisis
cotidiano”, y la autorrevelación selectiva explícita, consciente y deliberada.

Creo que una vez distinguidos estos dos tipos de autorrevelación, notaremos
una disminución en la tendencia a estar polarizados en nuestra consideración
del tema. La autorrevelación ha sido considerada como inevitablemente no
neutral y correlacionada con el psicoanálisis relacional; por el contrario, las
prohibiciones de autorrevelarse han sido caracterizadas como inevitablemente
neutrales y correlacionadas con el psicoanálisis tradicional o freudiano. Yo
sostengo que esta dicotomía, válida heurísticamente en su momento pero
ahora falsa, se basaba en un conjunto de suposiciones erróneas acerca de la
neutralidad analítica que recientemente han sido cuestionadas y abandonadas
tanto por los psicoanalistas relacionales como por los freudianos
contemporáneos. Es decir, los analistas de la mayoría de las escuelas ya no
consideran la neutralidad simplemente como una conducta técnica concreta de
retirada y mínima interacción o “pantalla en blanco” para salvaguardarse contra
la revelación de aspectos de la propia psique (Meissner, 2002). Los analistas
de todas las tendencias se han involucrado en reevaluar dicha “neutralidad”
como un conjunto de principios terapéuticos de guía. Estos principios no
suponen una incompatibilidad intrínseca entre la neutralidad, el anonimato y la
abstinencia, por una parte, y el uso del self como un instrumento de análisis
(Freud, 1912, Isakower, 1992) por la otra. Ambos enfoques son fundamentales
para el avance del proceso psicoanalítico y son de interés para el progreso del
paciente en el tratamiento. Estoy de acuerdo con Meissner (2002) cuando
afirmaba: “en tanto la neutralidad se formule en términos conductuales
relacionada con una posición autoritaria y totalmente abstinente, nos vemos
forzados a una falsa dicotomía entre la apertura y la revelación versus el
distanciamiento y la retirada” (p. 854).

La distinción entre la técnica y la metodología recientemente enfatizada por


Boesky (2003) también ha orientado mis ideas. Boesky, con cierta ironía,
caracterizó la técnica como algo que el analista a veces hace cuando no
entiende lo que está pasando y se ve envuelto en una puesta en acto con el
paciente. Una vez que está clara esta distinción entre la técnica, que a menudo
puede ser una conducta descuidada, mecánica,  y la metodología como
principios de guía subyacentes, los argumentos basados en caricaturas
conductuales deberían disminuir. Los estereotipos de los relacionalistas que
revelan de cualquier manera sus pensamientos, sueños, vidas personales y
sentimientos, y de los freudianos que permanecen neutrales mediante la
reserva gélida incesante de la pantalla en blanco y la retirada se reducirán y
serán relegados al almacén atávico de las atribuciones falsas, ficticias que
esperamos que desaparezcan.

Cuando Renik (1995, 1996) dijo que la neutralidad, la abstinencia y el


anonimato son ideales irrealizables, y como tales prescindibles, me gusta
pensar que ahora se referiría a estos parámetros como preceptos técnicos
conductuales literales y no como principios guía. En ese sentido, tenía razón
cuando decía que la autorrevelación es inevitable, sin importar lo deseable o
indeseable que los analistas la hayan considerado en su momento. Más que
irrealizables, es mejor pensar en estos principios analíticos, creo yo, como “una
perspectiva mental de experiencia clínica continua en la cual todos los
aspectos de la interacción son procesados y evaluados [con respecto a lo que
es] facilitador del proceso analítico y del beneficio terapéutico para el paciente”
(Meissner, 2002, p. 830).

También se han hecho distinciones polarizadas entre la objetividad y la


subjetividad en psicoanálisis (Smith, 1999; Eagle y col., 2001). Aunque
incuestionablemente intersubjetivos, los juicios personales del analista sobre el
paciente no son irreduciblemente o exclusivamente subjetivos; también son
relativamente objetivos en tanto que están orientados, como apuntaba Eagle
(2003), por el material presentado por el paciente, el conocimiento de la
literatura, la formación y la experiencia pasada. Eagle afirmaba: “Una cosa es
rechazar las afirmaciones de acceso infalible a la verdad sobre la mente del
paciente y la otra es rechazar completamente la posibilidad de que uno pueda
inferir de forma fiable ciertas verdades sobre la mente del paciente” (p. 417).
Renik (1993, 1998a, b), por el contrario, proponía que la naturaleza del
tratamiento psicoanalítico es exclusiva e irreductiblemente subjetiva, puesto
que ni analistas ni pacientes tienen un camino incuestionable hacia la verdad.
Las autorrevelaciones, por tanto, ayudan a negociar una comprensión
mutuamente lograda de las diferentes perspectivas subjetivas de la vida mental
del paciente. Estas falsas dicotomías y polarizaciones de lo objetivo versus lo
subjetivo, como la neutralidad versus la autorrevelación, también pueden haber
sido útiles históricamente para subrayar los excesos y rigidez de ciertos
analistas tradicionales y los excesos y la fluidez de ciertos analistas
relacionales-intersubjetivos de la primera época.  Hoy, sin embargo, sólo sirven
para fomentar pseudoargumentos que no hacen avanzar nuestros intereses
mutuos. Creo que podemos favorecer y facilitar el diálogo productivo entre las
diferentes escuelas una vez que hayamos reconocido la autorrevelación como
una forma útil de intervención interactiva sujeta a un conjunto de principios guía
que contribuyen al beneficio del paciente y del proceso analítico.
El material clínico de los análisis de los tres pacientes que presento, junto con
considerables comentarios relacionados con las controvertidas cuestiones que
he resumido, ilustra las variadas autorrevelaciones que deberían resultarle
familiares a los analistas freudianos contemporáneos, a los interpersonales y a
los relacionales. El primer caso de autorrevelación es representativo de las
autorrevelaciones más implícitas e inevitables de la vida psicoanalítica
cotidiana. El segundo caso gira en torno a un uso explícito y deliberado de la
revelación en la finalización del tratamiento. El tercero implica aquellas
revelaciones explícitas conscientes y deliberadas de ciertas realidades de la
vida del analista cuando éste sufre una enfermedad real que impacta de un
modo real y altamente significativo el tratamiento psicoanalítico. En estas
ilustraciones pretendo mostrar que estamos manejando nuevas
perspectivas de lo que hacen los analistas pero sin saber que lo hacían, no un
nuevo paradigma para reemplazar aspectos valiosos y ahora mucho más
fácilmente alcanzables que el antiguo. Los analistas relacionales, mediante su
énfasis particular, han despertado la conciencia de muchos otros analistas de
todas las tendencias para que reconozcan la importancia de la intersubjetividad
interactiva. Los freudianos contemporáneos han revivido su interés en la
importancia de las reacciones emocionales del analista para comprender las
psiques de sus pacientes. El uso que el analista hace del self como instrumento
de análisis ha adquirido más importancia en los contextos teóricos y clínicos
nuevos y renovados.

Las relevaciones implícitas del análisis cotidiano

Los analistas de todas las tendencias hacen revelaciones en el curso de su


trabajo cotidiano. Dichas autorrevelaciones cotidianas han sido mencionadas a
menudo como autorrevelaciones inevitables en oposición a la autorrevelación
intencionada deliberada y consciente (Abend, 1995; Meissner, 2002). Yo
“revelo” hasta un punto el pensamiento y el sentimiento que hay en
mis interpretaciones. Le revelo a usted, lector o público, el pensamiento,
introspección, asociaciones paralelas, resonancia, actividad del yo, control
estrecho y continuado, pensamientos y sentimientos que tengo durante la
atención flotante para mostrar cómo pienso sobre lo que finalmente transmitiré
a mi paciente como útil para él en una experiencia analítica. No le revelo a mi
paciente en la medida en que lo hago con usted, pero le revelo. Mi revelación,
aunque coherente con la posición pionera de Mitchell (1988, 1997), no es
radicalmente distinta del método basado en el psicoanálisis del yo de compartir
con mi paciente cómo funciona mi mente psicoanalíticamente (ver Gray, 1994;
Busch, 1995, 1996). Mi revelación no requiere un nuevo paradigma analítico.
La intersubjetividad, construcción y coconstrucción de significados
interpretativos me interesan como procesos continuados en una díada más
“asimétrica” que “simétrica”; es decir que, a pesar de las coconstrucciones o
construcciones conjuntas, se supone que el analista tiene más autoridad que el
paciente. Inevitable como es la autorrevelación, me gustaría enfatizar que la
mutualidad, en oposición a la simetría en la díada, es crítica y que muchas
verdades analíticas no son simplemente construidas sino que tienden a un
grado de objetividad que es discernible en una matriz colaboradora, interactiva,
relacional que, sin embargo, mantiene al paciente en el centro del interés.
Las autorrevelaciones del análisis cotidiano no requieren un nuevo paradigma
técnico, interpersonal, relacional o intersubjetivo de la técnica. Todos los
analistas autorrevelan. Llevado a su extremo más radical, la posición que
defiende un cambio de paradigma sostiene que puesto que analista y paciente
basan sus juicios únicamente en su propia experiencia subjetiva, ninguno tiene
mayor autoridad analítica o verdad que el otro. La revelación no radical
cotidiana de la que hablo es una extensión del modo tradicional en que los
analistas siempre se han orientado por las reacciones reales, en gran medida
subjetivas pero también, en cierto grado, “objetivas” hacia sus pacientes. Estas
revelaciones preservan que la configuración diádica asimétrica en la cual el
mundo intrapsíquico subjetivo del paciente y las experiencias interpersonales
están en el centro del interés de ambos participantes. Las revelaciones de la
vida analítica cotidiana se basan, por tanto, en una relación intersubjetiva
bipersonal en la cual dos subjetividades aspiran a explicar la psicología
“unipersonal” del paciente. Como dijo Eagle (2003):

… aun cuando esté intentando comprender mi propia realidad psíquica,


es al servicio de comprenderlo mejor a usted. Estoy haciendo un juicio
personal sobre lo que está sucediendo en usted. Es más, aunque sea un
juicio personal, puede estar respaldado por la evidencia y una vez que
uno se  base en la evidencia, pueden llegar otros. Por tanto, también
puede ser objetivo en este sentido [pp. 421-422].

Este foco bipersonal centrado en el paciente difiere tanto de la caricatura de la


posición tradicional de pantalla en blanco gélida y remota como de la caricatura
de la posición relacional simétrica e igualitaria con respecto a la revelación. La
revelación del analista se basa, óptimamente, en juicios medidos, restringidos y
con criterio sobre el paciente que, al mismo tiempo, están orientados por sus
respuestas emocionales subjetivas y objetivas al paciente, canalizadas en la
introspección esencial, empatía y resonancia asociativa terapéuticas. Estas
secuelas de la sintonía emocional son utilizadas asimétricamente por
freudianos contemporáneos, psicólogos del self, kleinianos, analistas
interpersonales y relacionales que utilizan óptimamente la autorrevelación de
modo que la psicología de una persona, el paciente, siempre ocupe el centro
del equipo de trabajo diádico bipersonal a pesar del reconocimiento de
importantes influencias mutuas en el proceso analítico. La subjetividad
inevitable del analista así como los puntos de vista y juicios objetivos no son
sino medios para lograr este fin. El caso que presento a continuación ilustra
cómo recoger aspectos de la interacción o transferencia es, inevitablemente,
autorrevelador para cualquier analista de cualquier escuela.

Paciente 1. Autorrevelación implícita en las revelaciones del self en las


interpretaciones psicoanalíticas cotidianas

Un hombre de 74 años que había retomado su tratamiento psicoanalítico


abandonó con bastante decisión su posición segura de nivel alto y pasó los
siguientes años postergando cualquier trabajo creativo serio en su vida y en su
análisis. El paciente creía que su postergación expresaba principalmente
sadismo y hostilidad, pero este rasgo de carácter me llamó la atención también
como inconfundiblemente autoerótico y masturbatorio. Se ocupaba en el tipo de
proyectos banales que automáticamente se regeneran, ejemplificados en
limpiar un escritorio depositario de las acumulaciones diarias de correo y notas.
Se mantenía ocupado, intentando entretenerse con tareas pequeñas pero
interminablemente demandantes, aprovechando, al mismo tiempo, cualquier
oportunidad para postergar las cosas grandes, como escribir su testamento y
acabar con su atasco literario en la fase de recolección de datos, una parálisis
que inhibía dolorosamente su avance en la integración y la síntesis de un
borrador final que pudiera mostrar sus habilidades potencialmente buenas para
el éxito público.

Aquí pretendo ilustrar y explorar los límites de la autorrevelación como vehículo


para mis formulaciones e interpretaciones analíticas cotidianas de las
transferencias conflictivas del paciente tanto en su vida general como en las
situaciones analíticas. Confío enormemente en mi sentido empático, o en
respuestas emocionales subjetivas definitivas y convicciones cognitivas, de que
el paciente está sin lugar a dudas implicado conmigo en una transferencia
erotizada con tonos claramente autoeróticos y autoplacenteros, especialmente
en sus meditaciones incesantes y en sus rumiaciones tortuosas sobre el
significado de su postergación. Siento fuertemente que está postergando
autoeróticamente en la transferencia intentando analizar ad infinitum sus
tendencias a postergar. Mis fuertes sentimientos orientan las interpretaciones,
que incluyen las autorrevelaciones a las que me refiero aquí como
autorrevelaciones inevitables de la vida analítica cotidiana.

Había notado durante mucho tiempo que el paciente, que no lleva reloj, no
cesaba en sus rumiaciones de tinte anal-erótico hacia el final de la sesión, sino
que seguía como si la sesión no fuera a terminar, de modo que siempre tenía
que interrumpirlo para decir que teníamos que parar por hoy. Le pregunté si
nunca se le había ocurrido que podía hacerme sentir incómoda interrumpir
constantemente su reverie erotizada con un recordatorio de que se nos
terminaba el tiempo. Se daba cuenta de este patrón, quería analizarlo y aunque
generalmente respondía “Creo que es hora de irme”, no dejaba de intentar
provocar que yo anunciara “la hora de cerrar” estableciendo las condiciones
para que yo lo interrumpiera en medio de una frase interminable. Algunos
pueden considerar mis interrupciones consistentes (y persistentes) para
finalizar la sesión como una puesta en acto o contra puesta en acto, pero
entonces ¿de qué otro modo podría responder a una maniobra tan
patentemente controladora al final de una sesión? En alguna ocasión, en el 4º
año de tratamiento, le interpreté mediante una autorrevelación que me parecía,
basándome en mi sentimiento de su impulsividad interna, su lenguaje corporal
y su reiteración predecible, que estaba postergando conmigo como lo hacía en
otras situaciones. En esencia, mi sentimiento, mis reacciones subjetivas, a las
que no considero contratransferenciales, orientaron mi interpretación. Hay poco
de nuevo en esta idea de que las “vibraciones” emocionales orienten las
interpretaciones. Lo nuevo es el reconocimiento explícito y creciente de que
siempre hemos autorrevelado en nuestros encuentros psicoanalíticos
cotidianos.

Le dije a mi paciente que el aspecto más prominente de sus meditaciones


incesantes y sus rumiaciones tortuosas sobre el significado de sus
postergaciones me parecía ser su determinación de buscar la gratificación
autoerótica de continuar sin que yo se lo impidiese, casi como si estuviera en
un trance autoplacentero que quisiera perpetuar eternamente en mi
presencia. Le dije que sentía claramente el impacto autoerótico de su
postergación mientras él hablaba y me preguntaba si él estaba en contacto con
esos sentimientos. Así, lo dirigí mediante mi autorrevelación del tipo hacia el
cual considero que tanto los analistas relacionales como los freudianos
contemporáneos han enfatizando, a su propia auto- reflexión. El paciente
reconoció cierta motivación para hacer que las sesiones durasen eternamente
y estar eternamente conmigo, al igual que se había dado cuenta de intentar
hacer que otras cosas durasen para siempre como un modo de evitar, en la
fantasía, su muerte.

Al paciente se le había sido diagnosticado un cáncer y había recibido


tratamiento, y él creía que había salido victorioso de la batalla. No obstante, su
postergación lo ayudaba a evitar cierto conocimiento de que su muerte era
inevitable. Este significado nuevamente contextualizado de su síntoma de
postergación reflejaba ansiedades relativas a su posición actual en el ciclo vital.
Sin embargo, había estado repitiendo variaciones de esta pauta toda su vida, y
esta tendencia a la postergación erotizada estaba profundamente incorporada
en su estructura de carácter anal obsesiva. Esperaba que mi interpretación
transferencial-de“autorevelación”, afirmando que sentía claramente el impacto
autoerótico de su postergación, lo ayudase a atravesar un impasse y suavizase
el rasgo de carácter erótico anal en que buscaban refugio sus postergaciones
autoeróticas. Nótese que mi revelación no incluía información biográfica ni
nada de mi historia vital idiosincrásica, lo que no habría tenido valor alguno
para él a excepción de cierta excitación lasciva de dudosa utilidad. La
autorrevelación de mis reacciones personales a sus expresiones libidinales
autoeróticas se basaba en una aproximación racional a la defensa de Jacob
(1999) de que dichas autorrevelaciones no contratransferenciales podían
ayudar al paciente a tener un impacto real no sólo sobre el analista sino
también sobre otras personas de su vida ajena a la situación de tratamiento.

Mi autorrevelación fue recibida consistentemente con nuevas resistencias a


abandonar un sentimiento profundamente importante de placer que provenía
de meditar sobre la planificación pragmática. Esa gratificación, reforzada en
gran parte por la adhesión de la libido, lo empujó más que nunca a hablar sobre
su “impulso a postergar” postergando aun más. “La postergación es una
conducta social dirigida agresivamente hacia mí mismo y hacia los otros”. Yo le
revelo que escucho en esto más de la gratificación autoerótica de lo que él
parece escuchar. “¿Quiere decir que obtengo placer?” (Eso es lo que sugerí en
la última sesión y lo que sigo sintiendo palpablemente en el consultorio.) Mi
intervención reveló un aspecto de mi reacción personal, no llegando a una
forma más consciente y deliberada de autorrevelación. Hoffman (1983) y Renik
(1999) sostenían que puesto que la autorrevelación es inevitable, no se desvía
tanto de la práctica ordinaria ser explícito con el paciente acerca de la
experiencia propia de detectar cómo se puede estar sintiendo. Aunque Hoffman
y Renik nunca propusieron abandonar el juicio considerado y mesurado de lo
que debería revelarse más allá de lo inevitable, también estaban claramente
reaccionando al estereotipo de los analistas clásicos que presumiblemente se
adhirieron al ideal de neutralidad con la presentación del analista como una
pantalla en blanco fría, alejada e inexpresiva. Para enfrentar esta neutralidad
estereotípica, ciertos analistas relacionales se unieron tras la idea de que
puesto que esta forma de legitimar la autorrevelación era inevitable, era
técnicamente necesaria. La posición de Hoffman, y luego la de Renik, condujo
lógicamente a la conclusión extrema de que los pacientes a veces analizan la
experiencia de su terapeuta y a veces los terapeutas se convierten en
pacientes de su paciente. Uno espera que esta caricatura del análisis relacional
se haya quedado tan anticuada como la caricatura de la falta de respuesta
gélida del analista tradicional.

El paciente continúa: “Vd. me escucha mejor que yo mismo”. (Creo que hay
ocasiones en que lo escucho en cierto modo de forma diferente a cómo se
escucha Vd. mismo). Así, dirigí mi subjetividad y la suya, así como nuestros
diferentes puntos de vista, a aspectos de la metodología del tratamiento que
siempre han sido al menos tácitos, cuando no pasados por alto como aspectos
significativos de un enfoque clásico sobre el trabajo interpretativo. “Menos mal
que es así”. Sabe que está aquí para analizarse y respeta la autoridad del
analista, aceptando en cierto nivel de conciencia que simplemente somos dos
subjetividades diferentes pero iguales que requieren un intercambio mutuo
aunque asimétrico de autorrevelaciones. Uno se siente tentado a pensar en él
como un buen analizando al viejo estilo que trabaja bien bajo las condiciones
de un buen análisis al viejo estilo.  “El placer”, dice “es posponer las cosas
afirmándome a mí mismo. Hago lo que siento que me gusta hacer. Eso es
autoindulgencia”. (Así es como Vd. se encuentra cuando se ve atascado en los
placeres del pasado y los dilemas del presente. Creo que es cierto cuando
habla de que su postergación tiene algo de enfado hacia los otros, pero
también me impacta como una autoindulgencia erótica. Se atasca postergando,
se atasca hablando conmigo acerca del significado de su postergación, se
siente fijado como si fuera demasiado cómodo como para intentar salir de esa
posición.) Lo que yo propongo es que cuando digo “también me impacta…”
también estoy entrando en esa forma ubicua de autorrevelación, a la que me
refiero aquí como autorrevelación implícita, que está y siempre ha estado
involucrada en las interpretaciones del análisis cotidiano, de modo que, tan
tautológico como suena, merece ser enfatizada para las distinciones
conceptuales que estoy ilustrando.

Aunque he revelado mi reacción, enfatizo que estoy siendo neutral


manteniendo una posición equidistante del ello, el yo, el superyó y la realidad.
Esa idea de neutralidad no se corresponde de ningún modo con la caricatura
de la pantalla en blanco, el analista retraído que juega con las cartas pegadas
al pecho, sino, en palabras de Renik (1999), con encontrarse de forma más
directa, más “de frente”. Presento mi “sentido” o “sentimiento” de la realidad
instintiva que percibo de su autoindulgencia como un hecho psicoanalítico en el
que ambos estamos de acuerdo, y no como un juicio de que no consigue
engranar sus funciones superyoicas para contener su respuesta al placer
autoerótico. Mis revelaciones expresan el espíritu de una metodología
psicoanalítica contemporánea, freudiana, relacional, interpersonal o de
cualquier otro tipo, respetuosa con la neutralidad en su sentido fundamental, no
en el sentido caricaturizado por lo conductual.  Al mismo tiempo, mis
revelaciones están ahora orientadas por una posición
relacional intersubjetiva que los analistas clásicos anteriores habían utilizado la
mayoría de las veces pero rara vez considerándola explícitamente como un
aspecto importante de su trabajo interpretativo. Repito: El paciente prefería
resaltar el sadismo y la hostilidad que había tras su postergación, pero puesto
que yo percibía subjetivamente de manera muy clara este rasgo
caracterológico como una indulgencia autoerótica, he “revelado”; mediante mi
interpretación transferencial  el sentimiento de nuestras distintas
subjetividades.  En ese sentido, nuestras respectivas perspectivas subjetivas
abren el potencial para que ambos captemos múltiples significados en un
contexto conflictivo. En esta coyuntura, juzgué que las interpretaciones
deberían proceder en la dirección de su uso de la agresión para defenderse y
resistirse de tomar conciencia del erotismo anal placentero.

Vuelvo a enfatizar aquí mis ideas sobre las psicologías unipersonales y


bipersonales de asociación libre, empatía, introspección, intersubjetividad y
revelación. Mis asociaciones y resonancia paralelas continuamente flotantes,
mi introspección y la inmersión empática en la experiencia del paciente me
mueven a revelar sentimientos y otras respuestas que se relacionan
exclusivamente con mi paciente, especialmente cuando dichas revelaciones
son esenciales para avanzar el proceso analítico. Mi trabajo como analista es
interpretar los significados que tienen para el paciente los aspectos
inevitablemente asimétricos de la díada, puesto que confío en la utilidad de mis
reacciones subjetivas y espero que mi autoridad sobre los procesos
inconscientes, etcétera, esté al menos un paso por delante de la del paciente, y
mi paciente comparta esa expectativa.

Cuando le revelo que siento como si él estuviera disfrutando, estoy


ejemplificando a lo que me refiero como revelación quinta esencial de la vida
analítica cotidiana. Revelo mi sentimiento, mi subjetividad, pero no es algo
sobre mí, sino sobre él. Por tanto, mi revelación es compatible con la técnica
interpretativa clásica, así como con la de los teóricos relacionales
contemporáneos. Encaja con el insight del buen analizando una vez más. Sus
siguientes asociaciones parecen confirmar el valor de la forma de revelar de
“análisis cotidiano” que contenía mi interpretación

Comienza la siguiente sesión contando un sueño que tuvo sobre una


estudiante protegida suya a quien su padre está admirando  de un modo en
que el padre del paciente nunca lo admiró a él. Al principio presenta la
indiferencia de su padre ante sus logros simplemente como datos históricos
manifiestamente ciertos, repleto de detalles obsesivos sobre los elementos del
sueño y sin asociaciones reales. Yo supongo que, una vez más, está
simplemente postergando y siendo autoeróticamente indulgente consigo
mismo, pero, quién lo iba a decir, me equivocaba felizmente. Cuando le pido
que asocie, piensa que Felix Mendelssohn es un genio, que el abuelo de
Mendelssohn era un genio y un hombre exitoso, y que el padre de
Mendelssohn era simplemente el escalón intermedio, un don nadie. (Cuando
Vd. abandona la defensa y el placer de postergar mediante detalles reiterativos,
presenta una brillante solución creativa al significado del sueño: desea ser el
abuelo y el nieto distinguidos, no el padre mediocre.) En realidad, su padre fue
y su hijo es  más distinguido y mejor conocido en sus respectivos campos de lo
que lo es él en su ámbito laboral. En el análisis, por tanto, ha avanzado, ahora
es capaz de dejar de aferrarse obsesivamente a los detalles y a la repetición de
los mismos que había servido como compromiso para ayudarlo a defenderse
de la grandiosidad de su deseo de ser como uno de los grandes Mendelssohn
al tiempo que lo ayudaba a obtener gratificaciones de una naturaleza adictiva,
compulsiva, perversa. Pregunta: “¿Qué tipo de pájaro se agarra y no se suelta
nunca aunque esto le impida cantar?” Yo refrené revelar mi asociación
inmediata: “Es un pájaro  de Kaka”. Razoné conmigo misma que esa revelación
sería más mi asociación idiosincrásica sobre su importante fantasía coloreada
de lo analretentivo y probablemente no sería una interpretación mutativa en ese
momento a causa de mi deseo de base contratransferencial de exhibir mis
talentos virtuosos en el acceso al lenguaje del proceso primario. Aunque
algunos habrían podido considerar que mi impulso exhibicionista contribuía a
una interpretación coconstruida, mi juicio es generalmente morderme la lengua
cuando sospecho una motivación principalmente contratransferencial para una
autorrevelación, esperando poder presentar lo suficientemente pronto una
formulación que traiga al centro la psique del paciente y no la mía.

Salta a la vista que todos los analistas “revelan” algo sobre sí mismos
simplemente por el hecho de ser analistas y hacer lo que suelen hacer los
analistas. Algunos, de hecho, revelan más y con diferentes razones que otros.
Los analistas identificados con la escuela relacional a menudo pueden revelar
por razones que difieren considerablemente de aquellas que puede tener un
analista identificado como freudiano contemporáneo porque creen más en la
relación de revelación de cara a las coconstrucciones. Sin embargo, aun el
freudiano contemporáneo cree que las autorrevelaciones son fenómenos
inevitables, a menudo importantes y siempre relacionales intersubjetivos.

Autorrevelación explícita, consciente y deliberada

Presento dos nuevos ejemplos clínicos para intentar extraer las diferencias
entre las autorrevelaciones conscientes y deliberadas y las “revelaciones de la
vida cotidiana”, teniendo en mente la cuestión crítica de si estos diferentes tipos
de autorrevelaciones requieren un cambio de paradigma teórico. En torno a la
autorrevelación deliberada surgen cuestiones importantes conectadas con el
énfasis que los analistas relacionales (Greenberg y Mitchell, 1983; Hoffman,
1983; Stolorow, Brandchaft y Atwood, 1987; Mitchell, 1988, 1993, 1997;
Stolorow y Atwood, 1992, 1997; Davies, 1994; Orange y Stolorow, 1998)
ponían en los aspectos intersubjetivos coconstruidos y cocreados del proceso
analítico. Los analistas relacionales han tendido a afirmar que estos aspectos
requieren autorrevelaciones en el espectro de todos los pacientes y
situaciones. Recientemente, tales intereses han entrado cada vez más a formar
parte del pensamiento psicoanalítico freudiano contemporáneo, en parte como
respuesta a los argumentos de la escuela relacional, pero principalmente para
enfatizar que los analistas de todas las escuelas reconocen la importancia de
los factores subjetivos e interactivos en los procesos de tratamiento
tradicionales y contemporáneos. Un número significativo de analistas
freudianos contemporáneos, sin embargo, no estaría de acuerdo en que toda la
comprensión psicoanalítica es coconstruida.  Discuto dos situaciones de
tratamiento, una que implica autorrevelaciones explícitas durante la fase de
terminación de un análisis de larga duración que llega a su fin natural y otra
que implica revelaciones explícitas durante la fase de terminación de un
análisis en el cual la paciente murió y la analista sobrevivió, ambas de un
cáncer maligno grave.

Paciente 2. Autorrevelaciones durante la fase de terminación

Me fijaré ahora en un material ilustrativo de una segunda paciente que estaba


lista para terminar un largo análisis. La terminación ha sido tradicionalmente el
momento en que los analistas “revelan” a los pacientes algo más de lo normal
sobre sí mismos, a menudo racionalizado como una preparación para la
separación real y las posibilidades reales de encontrar al analista en ciertas
situaciones profesionales y/o sociales. Estas posibilidades ciertamente se
materializan con frecuencia para los candidatos que terminan con analistas que
trabajan en sus mismos institutos y también se producen en una u otra medida
para cualquier paciente que termine el tratamiento.

Presento este material para ilustrar cómo una analista relata a veces,
consciente y deliberadamente, anécdotas sobre personas que conoce
personalmente para atraer la disposición de la paciente a escuchar y responder
afectivamente a importantes interpretaciones que de otro modo podían resultar
inefectivas. Dicha autorrevelación explícita necesita ser entrelazada en el tejido
del análisis para maximizar la probabilidad de que los aspectos personales de
las revelaciones del analista no acaben al frente de la mente de la paciente
sino como contexto de fondo para mejorar la conciencia de sí misma. Al final de
un análisis de 13 años, una paciente de 50 años aquejada de angustias de
separación manifiestas fue finalmente capaz de entrar en la fase de
terminación y de terminar realmente el tratamiento. Llegó a la cima de su
profesión, con enormes responsabilidades administrativas y de personal de las
que dependía el bienestar de los otros, pero tras un divorcio traumático, nunca
volvió a desarrollar interés en el matrimonio o en ninguna relación personal
íntima de compromiso. De hecho se sentía orgullosa de no estar “ensillada”
como otras mujeres. Cuando fue niña, es probable que tuviera un apego muy
inseguro con dos figuras parentales que raramente le respondían con un grado
óptimo de sintonización.  Visualizaba constantemente el momento en que no
volvería a ver ni a cruzar la puerta de mi consultorio una vez que hubiese
terminado. Tan pronto como entró en tratamiento, su principal deseo
consciente era establecer un vínculo salvavidas conmigo como objeto sustituto
de su madre a la que inevitablemente perdería. En su mente, el análisis iba a
servir a ese propósito, y la mayoría de nuestro trabajo consistió en analizar las
variadas funciones que cumplía la fantasía femenina sorprendentemente
efectiva y poderosamente funcional de recibir “cuidado perpetuo” por mi parte.

En el transcurso del tratamiento, quedó claro que, además de estos apegos


inseguros tempranos, la paciente también había desarrollado una fuerte
necesidad de poder, que descubrió a la edad de 3 años, cuando su madre
sucumbió a su reacción fóbica a ir al colegio. La niñita intimidó a su madre
hasta el punto de que le permitió abandonar la escuela infantil y quedarse en
casa con la cuidadora durante los años que otros niños de su edad acudían a
preescolar. Cuando era muy pequeña se dio cuenta de un sentimiento eufórico
de poder y de control sobre los demás cuando se negaba obstinadamente a
moverse, o se aferraba obstinada, persistentemente y con perseveración a
ideas que incluso ella consideraba absurdas y ridículas. Por tanto, ridiculizaba
inconscientemente a aquellos que intentaban corregir su irracionalidad,
incluyendo a la analista cuando intentaba interpretar esta dinámica. “Es lo
mismo”, decía, “me aferro o quedo pegada a su diván como me aferraba o
quedaba pegada al respaldo de nuestro sofá de casa y preocupaba a todos
muchísimo haciéndoles ver lo fóbica que era”.

Mi primera relevación explícita consciente y deliberada tuvo lugar unas dos


semanas antes de la fecha de terminación fijada por la paciente y aceptada por
ambas. En medio de un rechazo tenaz que estaba haciendo a “dejar” el punto
peliagudo preferido del momento, me razoné a mí misma que podía
arriesgarme a contarle una anécdota personal en interés de que abandonase
su último bastión de resistencia a la separación y para facilitarle la experiencia
de terminación real. Le dije que me recordaba a una niñita de 2 años y 9 meses
con la que había estado el último fin de semana, que había descubierto sus
poderes en un museo. En lugar de ir felizmente de un lado para otro, como
había hecho durante toda la mañana, de un dinosaurio a un mastodonte, se
había detenido de repente extasiada con los pasamanos de goma de la
escalera de dentro del museo, y los miraba con una fascinación increíblemente
concentrada. Le dije a mi paciente que cuando le pregunté a la niña lo que
estaba pensando, preguntó sobre los pasamanos: “¿Qué son?” “¿Para qué
son?” “¿De qué están hechos?” “¿Quién los puso ahí?” “¿Por qué los
pusieron?” etc. Mi siguiente paso audaz de la autorrevelación fue describirle
cómo su padre y yo le explicamos cómo funcionaban los pasamanos y los
peldaños y que la niña se detuvo y se atascó durante 10 minutos, evaluando lo
que le habíamos dicho, aparentemente fascinada por los pasamanos y por su
poder, tan pequeña como era, de hacer que su padre y su abuela dejasen de
caminar y de llevarla a un agradable o elegante, refinado restaurante a comer.
No quería que la hiciéramos marchar. En esta narrativa, por tanto, revelé
consciente y deliberadamente que la niñita era mi nieta. Es más, estoy
absolutamente segura de que esta autorrevelación no es ni remotamente
similar a nada de lo que hago normalmente en mis autorrevelaciones de la vida
analítica cotidiana. Éstas se limitan generalmente a revelar mis pensamientos y
sentimientos al paciente de modo que éste pueda entender cómo funciona mi
mente como analista en un esfuerzo por animarlo a reflexionar de forma similar.
Por el contrario, mi revelación de la anécdota tenía un propósito diferente
basado en una llamada al juicio razonablemente libre de contratransferencia
que facilitase la última fase del análisis y el progreso de la paciente hacia el
final.

Me llamó la atención el contraste así como las similitudes entre la reacción


fóbica infantil extremadamente excitada de mi paciente cuando obstinadamente
se aferraba al sofá y rechazaba salir de casa para ir al colegio y la excitación
de la otra niña, mi nieta, cuando descubrió que podía sentarse a su antojo en
las gradas a la entrada del museo y restringir la movilidad de su padre y su
abuela, que querían continuar con lo que estaban haciendo y el placer de salir
a comer con ella. También estaba la conexión obvia entre el rechazo de la
niñita a abandonar el museo y la reticencia de mi paciente a dejarme según el
análisis se acercaba a su terminación. Cuando revelé esta información
anecdótica personal como una parábola de los motivos y esfuerzos importantes
en la vida de la paciente, se vio tocada de un modo profundo, inusual para ella,
y comenzó, algo raro en ella, a llorar. “Conozco ese sentimiento, no hay nada
más estimulante en el mundo que sentirse tan pequeña y, sin embargo, tan
poderosa”. Pensé que finalmente había entrado significativamente en contacto
con el hecho de que su síntoma de angustia de separación de toda la vida no
sólo le había causado un gran dolor psíquico, sino también un gran placer: Es
decir, el síntoma de angustia de separación, aunque reforzado por los apegos
inseguros tempranos, había llegado a servir como una verdadera formación de
compromiso.

Continuando con la revelación, señalé la diferencia entre su experiencia de su


propio padre distante, que la intimidaba y mis observaciones, tan neutrales
como yo creía que podían ser (¡!), del padre de esta niñita, que no se rindió a
sus “juegos de poder” sino que impacientemente pero con amor la cogió en
brazos y la llevó a caballito al restaurante. Le dije a mi paciente que la niña
estaba aún más entusiasmada que cuando estaba en su acto desafiante
aislado y testarudo de descubrir sus poderes mediante la inspección de los
pasamanos de goma y por el momentáneo éxito de su sentada en los
escalones exteriores del museo. Mi intención era recordarle a mi paciente
adulta que los placeres de ser cogida en los brazos de un hombre “edípico”
amoroso podía sobrepasar al de recibir un cuidado continuado de una persona
maternal “preedípica”. La paciente se sintió emocionada y molesta por mi
revelación. Lamentó no tener un padre sensible afectivamente, sin embargo se
sintió ambivalentemente contenta de discernir correctamente que
probablemente yo nunca habría ofrecido este material anecdótico personal
excepto como parte del procedimiento de terminación de destete-separación.
Me había convencido a mí misma de que esta autorrevelación era el mejor
camino, paradójicamente, de traer al lugar central las preocupaciones de la
paciente de un modo terapéuticamente efectivo, aun a riesgo de provocar la
envidia de la paciente hacia la relación de esta otra niña con su padre y hacia
mi relación con mi hijo y mi nieta. Pero esos son los equilibrios en estos casos
tan firmemente resistentes.

Durante años ella había querido oír algo, cualquier cosa que fuera, sobre mi
vida privada -dónde vivía, las reuniones sociales que ella pensaba que
organizaba, y especialmente quién formaba mi familia. Los principios de
neutralidad, abstinencia y anonimato han guiado generalmente mis decisiones
de no revelar esta información, puesto que hacerlo no habría fomentado el
progreso de su análisis, y probablemente lo habría impedido. Ahora que había
juzgado útil la autorrevelación y había actuado según mi juicio, ella se sentía
agradecida, aunque tenía sentimientos muy ambivalentes acerca del hecho de
saber algo sobre mi vida familiar. Presento su reacción como un cuento
admonitorio para aquellos que defienden la revelación como instrumento
técnico deliberado simplemente para facilitar la “realidad” de la fase de
terminación. Mi motivación estaba basada no en ser real sólo por el hecho de
serlo, en el que hay aspectos de las realidades de detener un trabajo que
trasciende aspectos de la alianza terapéutica como tal, sino en mi convicción
de que la fase de terminación puede promover e incrementar la alianza
terapéutica hasta el final.

Mi decisión de revelar esa información personal estuvo influenciada por


múltiples factores, incluyendo el hecho de que esta sesión fue una semana
después de un incidente en el que algo sorprendentemente real rompió el
marco analítico tradicional que ambas habíamos observado concienzudamente
durante el curso de este largo análisis. Puesto que la señora de la limpieza
había cerrado sin darse cuenta la puerta de mi consultorio con llave, había
decidido tener esa sesión en la pequeña cocina de mi oficina mientras
esperaba que el cerrajero llegara para recuperar el marco analítico normal.
Durante este tiempo, la paciente tuvo algo así como una reacción
claustrofóbica al hecho de sentarnos cara a cara y estar tan cerca de mí en un
recinto tan pequeño. Revivió ciertos momentos similares traumáticos y
embarazosos, difíciles,  que vivió de niña, cuando estaba en lugares pequeños,
como el coche, con su padre y ninguno de los dos sabía qué hacer excepto
permanecer conscientemente silenciosos y distanciarse emocionalmente.

Este acontecimiento es relevante para mi autorrevelación puesto que la pérdida


del marco literal me “preparó” para aflojar mis restricciones habituales acerca
de las revelaciones que impliquen experiencias vitales mías. Además, tal como
sucedió, los acontecimientos que culminaron en la ruptura del marco de la
situación analítica estructurado resultaron en uno de esos llamados momentos
extraordinariamente transformadores puesto que por inesperado favoreció mi
capacidad de acceder a material de dentro de mí.  Fui capaz de utilizar lo
inesperado para revelar de un modo que podía hacer avanzar la terapia en lo
que de otro modo habrían sido ciertas gratificaciones potenciales
transferenciales y contratransferenciales de compartir información sobre mi
familia con mi paciente, quien no iba a ser mi paciente durante mucho tiempo
más. Estas ocasiones accidentales y casuales a menudo ofrecen una
oportunidad para autorrevelaciones inadvertidas, pero en este ejemplo, me
inspiró claramente hacia esa autocontención que me llevó tiempo formular y
poner en acción tras la debida deliberación entre sesiones, y hacia la
autorrevelación explícita y consciente que era en interés de la paciente, no en
el mío. No fue coincidencia que estos acontecimientos tuvieran lugar poco
después del 11S cuando se producían muchas distorsiones de marcos y
realidades compartidas. Frecuentemente yo llamaba a mi paciente o ella me
llamaba para reasegurarme que estaba bien, puesto que era responsable,
profesionalmente, de ayudar con las importantes secuelas de la Zona Cero y a
menudo yo no sabía dónde ni como estaba de un día para otro.

Durante nuestra sesión final, pensé en cuánto había podido revelar pero decidí
no hacerlo. Podía haber revelado dónde me iba de vacaciones o cuál era mi
restaurante favorito –aspectos de mi vida sobre los cuales había expresado a
menudo su curiosidad- pero, ¿estas revelaciones habrían tenido que ver con la
agobiante formación de compromiso que había dictado el curso de la vida y el
análisis de la paciente? Dichas revelaciones reflejan sólo la vida real de la
analista y no son compatibles con mantener una posición analítica neutral que
fomente la alianza en cualquier momento del tratamiento, incluyendo el
momento final. La paciente comenzó a hablar de internalizarme y de sus planes
para hacerlo en los meses próximos manteniendo conversaciones imaginarias
conmigo durante el periodo subsiguiente a la separación real. Era interesante
que también recordara haber tenido esas conversaciones internas con su
madre. De hecho, tras haber aceptado la muerte de su madre 2 años antes,
había iniciado muchas conversaciones internas placenteras con ella. Como
analista, con mis atenciones continuamente flotantes y mis asociaciones
paralelas privadas, recordé en esa sesión final, pero no se lo revelé a mi
paciente, el sueño que había tenido la noche anterior sobre mis padres, que en
realidad han fallecido. Me preguntaba si debía decirle a mis padres que estaba
pensando en dejar dos trabajos, con los que en el sueño había estado
comprometida, para concentrar mis esfuerzos en mi práctica privada, que cada
vez me exigía más. Los dos trabajos eran puestos de investigación, uno en un
hospital y otro en una universidad, en los que no se me pagaba mucho y en los
que seguía a pesar de no tener mucho que hacer en ninguno de los dos. En el
sueño, eran trabajos simbólicos, aunque podían impresionar a otras personas
como prestigiosos. Me sentí obligada a decírselo a mis padres y a volver
corriendo para decirles una y otra vez que decidía no dejar el hospital ni
abandonar mi puesto de profesora. No quería disgustarlos reduciendo los
esfuerzos que les habían proporcionado, indirectamente, tanto orgullo y
gratificación narcisista.

Cuando me senté pensando durante esta sesión con mi paciente, me di cuenta


de que mi sueño representaba una experiencia psicológica real mía paralela a
la que la paciente me estaba contando que había sentido. Ambas estábamos
comprometidas en traer de vuelta el objeto perdido mediante representaciones
internalizadas para manejar con mayor efectividad las separaciones, los finales,
las partidas y en último lugar la muerte. Obviamente yo era ambivalente en
cuanto a la partida de mi paciente, y aunque pensaba que no le quedaba
mucho trabajo analítico por hacer, opté por no revelarle este sueño
contratransferencial y mis asociaciones con el mismo. Aun en la última sesión,
no quise posicionar el tratamiento como si estuviéramos en esa posición tan
frecuentemente caricaturizada de dos pacientes, uno analizando al otro, sino
en la de dos personas que han trabajado claramente como analista y
analizando. Interesantes como podrían haber sido para mi paciente mis
reacciones contratransferenciales, y habiendo podido ofrecer una excitante
experiencia relacional diádica relativamente simétrica como regalo de
terminación mío hacia ella, dicha autorrevelación no habría añadido nada
terapéuticamente valioso. Más bien, hubiera interferido no sólo en la alianza
sino también en el estado de bienestar de la paciente y en nuestra
sintonización mutua relativa a la inminente separación “final” de esa sesión.

Mi comprensión de mis reacciones contratransferenciales no reveladas


orientaron significativamente mi estrategia analítica. De modo que en cuanto la
paciente se marchó fui a mi ordenador y escribí mis asociaciones paralelas, no
sólo para descargar mi necesidad de expresar lo que había notado y me había
abstenido de revelar sino en interés de la neutralidad, sensibilidad, empatía y
sintonía. Creo que facilité los aspectos relacionales intersubjetivos del final de
la fase de terminación adhiriéndome a la neutralidad analítica en sus principios
si no claramente en la conducta. Mi enfoque contrasta con la posición de que
puesto que el anonimato conductual es un objetivo imposible, uno no puede
observar la neutralidad en su sentido conductual fundamental si no conductual
concreto. Creo que una estrategia que abarcase la neutralidad metodológica
fundamental mantendría los intereses del paciente en una posición más central
de lo que lo haría un intercambio simétrico de nuestras respectivas realidades
psíquicas. Este último enfoque podría suponer el riesgo de abandonar la actitud
analítica en el último minuto trayendo a la luz los intereses inconscientes de la
analista a costa de mantener en un lugar central los esfuerzos de la paciente
en la terminación y su importancia crítica para su equilibrio intrapsíquico e
interpersonal óptimo.

 Paciente 3. Enfermedad y muerte inminente de la analista

Las autorrevelaciones explícitas, conscientes y deliberadas por parte de los


analistas con relación a sus enfermedades o muerte inminente siempre,
cuando se mantienen en los principios metodológicos y no conductuales de la
neutralidad, se centran en aquellas realidades de la vida del analista que
podrían afectar seriamente al tratamiento (ver Abend, 1982; Dewald, 1982;
Lasky, 1990a, b; Meissner, 1996; Pizer, 1997). Las revelaciones directas,
objetivas, en dichas ocasiones, no obstante, pueden y deben estar en contacto
con los principios analíticos que fomentan el desarrollo del tratamiento en la
medida de lo posible, especialmente cuando ambos participantes de la díada
comparten una preocupación real por el bienestar del analista. “Ni siquiera la
enfermedad grave escapa a la perspectiva dominante de la neutralidad”
(Meissner, 2000, p. 895). Sin embargo, no deberíamos olvidar que incluso en
circunstancias extremas inusuales la relación extrínseca demasiado “real” en
oposición a la relación intrínseca media esperable de la “relación objetal
terapéutica” real (Loewald, 1960; Grunes, 1984, 1998) pone en riesgo la
alianza terapéutica.

Edwards (1) (2002) presentó los detalles de la fase de terminación de un


tratamiento dirigido por ella en el que su paciente se moría a causa de un
cáncer metastático  en un momento en que ella misma había sobrevivido a tres
operaciones por cáncer. Por razones que me parecen totalmente sincronizadas
con un motivo para la autorrevelación consciente y deliberada, Edwards reveló,
en respuesta a las preguntas directas de su paciente, su cáncer a la paciente
que se estaba muriendo a causa del mismo. Había veces en que no se sentía
bien ni tenía buen aspecto, y creo que no haber sido directa en sus
revelaciones sobre su situación habría sido una violación de la actitud analítica
y algo meramente representativo de las conductas estereotípicas de una
caricatura de la neutralidad analítica. Puso al día a su paciente acerca de su
condición médica pero sin entrar en detalles. Su revelación de las
circunstancias de su vida relevantes para el proceso de tratamiento no sólo
profundizaron y facilitaron ese proceso, también era la única cosa que
humanamente podía hacer.  Contó y analizó sueños que había tenido acerca
de su paciente y de ella misma, pero restringió las revelaciones relativas a su
propia muerte a su analista, con la que había retomado el análisis, y a su
audiencia psicoanalítica, ahorrándole a su paciente moribunda la carga de esa
autoconciencia.

Yo apoyo la posición de Edwards de que una debe vencer las restricciones del
marco analítico cuando el trabajo lo requiera. Tanto como admiro y apoyo lo
que esta analista sensible y valiente hizo con su paciente, y tanto como
considero que su enfoque representa una perspectiva relacional específica, me
cuestiono su designación de la autorrevelación como una coconstrucción
mutuamente procesada. Su modificación de la conducta de neutralidad,
simplemente trataba con las importantes realidades de su enfermedad y la de
su paciente, permitiendo la emergencia de nuevas configuraciones
transferenciales-contratransferenciales y otras configuraciones interactivas. No
creo que una perspectiva relacional, intersubjetiva e incluso a veces
mutuamente coconstruida represente un cambio paradigmático. Estoy en
desacuerdo con ella cuando concluye que puesto que sus revelaciones
estaban adaptadas a su díada particular su enfoque debe considerarse
únicamente relacional, intersubjetivo y coconstruido. Como ha afirmado Eagle
(2003) los aspectos interactivos y relacionales de la díada analítica no
descartan el hecho de que también existen propiedades de la mente
independientes, estables, que no son coconstruidas. En este ejemplo,
la perspectiva relacional de Edwards y su estrategia constituyeron una parte
importante de un buen trabajo analítico, pero sus revelaciones no comprometen
un paradigma metodológico psicoanalítico exclusivamente relacional. Por el
contrario, el perspectivismo flexible es compatible con el buen trabajo analítico
de cualquier orientación teórica. El cambio flexible de una buena
perspectiva  analítica a otra siempre debe estar adaptado únicamente para las
subjetividades duales de una díada determinada concreta analista-analizando.

Conclusión

En los principales argumentos que he planteado en este artículo, afirmaba que


las autorrevelaciones implícitas del análisis cotidiano y las autorrevelaciones
explícitas conscientes y deliberadas forman parte del marco analítico y
ciertamente no constituyen un nuevo paradigma de análisis denominado
“relacional-intersubjetivo” o algo así. Aunque las autorrevelaciones ciertamente
reflejan la subjetividad de ambos participantes, se relacionan
principalmente  con lo que es objetivamente discernible en la vida psíquica del
paciente. Es importante que todos los psicoanalistas de hoy en día reconozcan
que las perspectivas relacional, subjetiva e intersubjetiva son dominios
compartidos, junto con las perspectivas intrapsíquica, interpersonal y objetiva,
por todos los buenos analistas, y todas esas múltiples perspectivas orientan las
razones y modos en que los analistas revelan lo que revelan.

Los tipos de interacciones que Edwards tuvo con su paciente, así como los
tipos de ellas que he pretendido tener yo con mis pacientes, eran en realidad
interacciones de dos seres humanos influenciadas subjetivamente. Sin
embargo, es un error afirmar que definen un nuevo paradigma relacional-
intersubjetivo. En los casos que presenté, incluyendo la paciente moribunda de
Edwards, el centro lo ocupaba la paciente y los aspectos discernibles e
interpretables de su vida psíquica. El trabajo era el trabajo diádico de dos
personas que interactúan, cada una con su propia psicología, pero no por eso
estaba simétricamente “coconstruido” aun cuando cada parte de la díada
captase la subjetividad individual del otro en dichas sintonizaciones. Aun
cuando el modo de favorecer el proceso analítico fuese en muchas ocasiones
más o menos interpersonal, interactivo, subjetivo y relacional, el foco en todas
las revelaciones se hallaba en la psicología unipersonal del paciente con el
objetivo final de fomentar el avance del paciente en el tratamiento. La
subjetividad de la analista reflejaba el valor analítico de ésta como instrumento
de análisis para fomentar el compromiso mutuo dirigido a comprender la mente
y la psique de la paciente. Espero haber logrado mi objetivo de demostrar que
muchas de las cuestiones que han entablado un debate entre los analistas
relacionales y los freudianos contemporáneos se han basado en estereotipos y
caricaturas de la subjetividad y la neutralidad. Por útiles que puedan haber sido
heurísiticamente estas perspectivas dicotómicas para modelar las diferencias
entre varios enfoques de la técnica, la metodología y la teoría psicoanalítica, ya
no es necesario marcar esas diferencias. Hemos llegado al punto en el que
hemos aclarado los diversos fenómenos y principios que guían la
autorrevelación; ahora necesitamos ver si podemos producir una posición
coherente unificadora en el tratamiento y la metodología.

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(*) Una versión anterior de este artículo fue presentada en la Sección Uno, División
de Psicoanálisis del Encuentro de la Asociación Psicológica Americana en Kansas
City, 12 de octubre de 2002. Una versión abreviada se presentó el 6 de enero de
2000 en Nueva York, en el Coloquio del Programa Postdoctoral en Psicoterapia y
Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York.

(1) En el momento que escribo este artículo, Nancy Edwards ha fallecido. Le


agradezco haberme dado permiso para presentar porciones de su excelente y
valeroso trabajo.

 
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