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Facilitar El Análisis Con Autorrevelaciones Implícitas y Explícitas
Facilitar El Análisis Con Autorrevelaciones Implícitas y Explícitas
y explícitas
Autor: Gediman, Helen K.
Palabras clave
Propongo ir más allá de los falsos estereotipos que han dividido a los
psicoanalistas contemporáneos freudianos y relacionales en cuanto a la
autorrevelación. Comprender las autorrevelaciones realizadas por analistas de
todas las tendencias en el curso de su trabajo cotidiano requiere una perspectiva
relacional e intersubjetiva, pero no un cambio de paradigma. Las revelaciones del
trabajo analítico cotidiano se basan en una relación bipersonal en la cual dos
subjetividades se dedican a la “psicología unipersonal” del paciente. Tres amplias
ilustraciones clínicas comparan y contrastan las autorrevelaciones inevitables que
forman parte del tratamiento psicoanalítico con aquellas más explícitas,
conscientes y deliberadas que sirven a un objetivo específico del tratamiento. Las
revelaciones e interacciones, tal como se entienden en este marco de trabajo,
pretenden demostrar mutualidad, pero no necesariamente simetría e igualdad de
autoridad en la relación analítica. Las autorrevelaciones del analista, aunque
indudablemente orientadas por la contratransferencia y otras reacciones
personales, pretenden facilitar y profundizar un proceso en el cual la vida psíquica
del paciente ocupa el lugar central.
Introducción
Creo que una vez distinguidos estos dos tipos de autorrevelación, notaremos
una disminución en la tendencia a estar polarizados en nuestra consideración
del tema. La autorrevelación ha sido considerada como inevitablemente no
neutral y correlacionada con el psicoanálisis relacional; por el contrario, las
prohibiciones de autorrevelarse han sido caracterizadas como inevitablemente
neutrales y correlacionadas con el psicoanálisis tradicional o freudiano. Yo
sostengo que esta dicotomía, válida heurísticamente en su momento pero
ahora falsa, se basaba en un conjunto de suposiciones erróneas acerca de la
neutralidad analítica que recientemente han sido cuestionadas y abandonadas
tanto por los psicoanalistas relacionales como por los freudianos
contemporáneos. Es decir, los analistas de la mayoría de las escuelas ya no
consideran la neutralidad simplemente como una conducta técnica concreta de
retirada y mínima interacción o “pantalla en blanco” para salvaguardarse contra
la revelación de aspectos de la propia psique (Meissner, 2002). Los analistas
de todas las tendencias se han involucrado en reevaluar dicha “neutralidad”
como un conjunto de principios terapéuticos de guía. Estos principios no
suponen una incompatibilidad intrínseca entre la neutralidad, el anonimato y la
abstinencia, por una parte, y el uso del self como un instrumento de análisis
(Freud, 1912, Isakower, 1992) por la otra. Ambos enfoques son fundamentales
para el avance del proceso psicoanalítico y son de interés para el progreso del
paciente en el tratamiento. Estoy de acuerdo con Meissner (2002) cuando
afirmaba: “en tanto la neutralidad se formule en términos conductuales
relacionada con una posición autoritaria y totalmente abstinente, nos vemos
forzados a una falsa dicotomía entre la apertura y la revelación versus el
distanciamiento y la retirada” (p. 854).
Había notado durante mucho tiempo que el paciente, que no lleva reloj, no
cesaba en sus rumiaciones de tinte anal-erótico hacia el final de la sesión, sino
que seguía como si la sesión no fuera a terminar, de modo que siempre tenía
que interrumpirlo para decir que teníamos que parar por hoy. Le pregunté si
nunca se le había ocurrido que podía hacerme sentir incómoda interrumpir
constantemente su reverie erotizada con un recordatorio de que se nos
terminaba el tiempo. Se daba cuenta de este patrón, quería analizarlo y aunque
generalmente respondía “Creo que es hora de irme”, no dejaba de intentar
provocar que yo anunciara “la hora de cerrar” estableciendo las condiciones
para que yo lo interrumpiera en medio de una frase interminable. Algunos
pueden considerar mis interrupciones consistentes (y persistentes) para
finalizar la sesión como una puesta en acto o contra puesta en acto, pero
entonces ¿de qué otro modo podría responder a una maniobra tan
patentemente controladora al final de una sesión? En alguna ocasión, en el 4º
año de tratamiento, le interpreté mediante una autorrevelación que me parecía,
basándome en mi sentimiento de su impulsividad interna, su lenguaje corporal
y su reiteración predecible, que estaba postergando conmigo como lo hacía en
otras situaciones. En esencia, mi sentimiento, mis reacciones subjetivas, a las
que no considero contratransferenciales, orientaron mi interpretación. Hay poco
de nuevo en esta idea de que las “vibraciones” emocionales orienten las
interpretaciones. Lo nuevo es el reconocimiento explícito y creciente de que
siempre hemos autorrevelado en nuestros encuentros psicoanalíticos
cotidianos.
El paciente continúa: “Vd. me escucha mejor que yo mismo”. (Creo que hay
ocasiones en que lo escucho en cierto modo de forma diferente a cómo se
escucha Vd. mismo). Así, dirigí mi subjetividad y la suya, así como nuestros
diferentes puntos de vista, a aspectos de la metodología del tratamiento que
siempre han sido al menos tácitos, cuando no pasados por alto como aspectos
significativos de un enfoque clásico sobre el trabajo interpretativo. “Menos mal
que es así”. Sabe que está aquí para analizarse y respeta la autoridad del
analista, aceptando en cierto nivel de conciencia que simplemente somos dos
subjetividades diferentes pero iguales que requieren un intercambio mutuo
aunque asimétrico de autorrevelaciones. Uno se siente tentado a pensar en él
como un buen analizando al viejo estilo que trabaja bien bajo las condiciones
de un buen análisis al viejo estilo. “El placer”, dice “es posponer las cosas
afirmándome a mí mismo. Hago lo que siento que me gusta hacer. Eso es
autoindulgencia”. (Así es como Vd. se encuentra cuando se ve atascado en los
placeres del pasado y los dilemas del presente. Creo que es cierto cuando
habla de que su postergación tiene algo de enfado hacia los otros, pero
también me impacta como una autoindulgencia erótica. Se atasca postergando,
se atasca hablando conmigo acerca del significado de su postergación, se
siente fijado como si fuera demasiado cómodo como para intentar salir de esa
posición.) Lo que yo propongo es que cuando digo “también me impacta…”
también estoy entrando en esa forma ubicua de autorrevelación, a la que me
refiero aquí como autorrevelación implícita, que está y siempre ha estado
involucrada en las interpretaciones del análisis cotidiano, de modo que, tan
tautológico como suena, merece ser enfatizada para las distinciones
conceptuales que estoy ilustrando.
Salta a la vista que todos los analistas “revelan” algo sobre sí mismos
simplemente por el hecho de ser analistas y hacer lo que suelen hacer los
analistas. Algunos, de hecho, revelan más y con diferentes razones que otros.
Los analistas identificados con la escuela relacional a menudo pueden revelar
por razones que difieren considerablemente de aquellas que puede tener un
analista identificado como freudiano contemporáneo porque creen más en la
relación de revelación de cara a las coconstrucciones. Sin embargo, aun el
freudiano contemporáneo cree que las autorrevelaciones son fenómenos
inevitables, a menudo importantes y siempre relacionales intersubjetivos.
Presento dos nuevos ejemplos clínicos para intentar extraer las diferencias
entre las autorrevelaciones conscientes y deliberadas y las “revelaciones de la
vida cotidiana”, teniendo en mente la cuestión crítica de si estos diferentes tipos
de autorrevelaciones requieren un cambio de paradigma teórico. En torno a la
autorrevelación deliberada surgen cuestiones importantes conectadas con el
énfasis que los analistas relacionales (Greenberg y Mitchell, 1983; Hoffman,
1983; Stolorow, Brandchaft y Atwood, 1987; Mitchell, 1988, 1993, 1997;
Stolorow y Atwood, 1992, 1997; Davies, 1994; Orange y Stolorow, 1998)
ponían en los aspectos intersubjetivos coconstruidos y cocreados del proceso
analítico. Los analistas relacionales han tendido a afirmar que estos aspectos
requieren autorrevelaciones en el espectro de todos los pacientes y
situaciones. Recientemente, tales intereses han entrado cada vez más a formar
parte del pensamiento psicoanalítico freudiano contemporáneo, en parte como
respuesta a los argumentos de la escuela relacional, pero principalmente para
enfatizar que los analistas de todas las escuelas reconocen la importancia de
los factores subjetivos e interactivos en los procesos de tratamiento
tradicionales y contemporáneos. Un número significativo de analistas
freudianos contemporáneos, sin embargo, no estaría de acuerdo en que toda la
comprensión psicoanalítica es coconstruida. Discuto dos situaciones de
tratamiento, una que implica autorrevelaciones explícitas durante la fase de
terminación de un análisis de larga duración que llega a su fin natural y otra
que implica revelaciones explícitas durante la fase de terminación de un
análisis en el cual la paciente murió y la analista sobrevivió, ambas de un
cáncer maligno grave.
Presento este material para ilustrar cómo una analista relata a veces,
consciente y deliberadamente, anécdotas sobre personas que conoce
personalmente para atraer la disposición de la paciente a escuchar y responder
afectivamente a importantes interpretaciones que de otro modo podían resultar
inefectivas. Dicha autorrevelación explícita necesita ser entrelazada en el tejido
del análisis para maximizar la probabilidad de que los aspectos personales de
las revelaciones del analista no acaben al frente de la mente de la paciente
sino como contexto de fondo para mejorar la conciencia de sí misma. Al final de
un análisis de 13 años, una paciente de 50 años aquejada de angustias de
separación manifiestas fue finalmente capaz de entrar en la fase de
terminación y de terminar realmente el tratamiento. Llegó a la cima de su
profesión, con enormes responsabilidades administrativas y de personal de las
que dependía el bienestar de los otros, pero tras un divorcio traumático, nunca
volvió a desarrollar interés en el matrimonio o en ninguna relación personal
íntima de compromiso. De hecho se sentía orgullosa de no estar “ensillada”
como otras mujeres. Cuando fue niña, es probable que tuviera un apego muy
inseguro con dos figuras parentales que raramente le respondían con un grado
óptimo de sintonización. Visualizaba constantemente el momento en que no
volvería a ver ni a cruzar la puerta de mi consultorio una vez que hubiese
terminado. Tan pronto como entró en tratamiento, su principal deseo
consciente era establecer un vínculo salvavidas conmigo como objeto sustituto
de su madre a la que inevitablemente perdería. En su mente, el análisis iba a
servir a ese propósito, y la mayoría de nuestro trabajo consistió en analizar las
variadas funciones que cumplía la fantasía femenina sorprendentemente
efectiva y poderosamente funcional de recibir “cuidado perpetuo” por mi parte.
Durante años ella había querido oír algo, cualquier cosa que fuera, sobre mi
vida privada -dónde vivía, las reuniones sociales que ella pensaba que
organizaba, y especialmente quién formaba mi familia. Los principios de
neutralidad, abstinencia y anonimato han guiado generalmente mis decisiones
de no revelar esta información, puesto que hacerlo no habría fomentado el
progreso de su análisis, y probablemente lo habría impedido. Ahora que había
juzgado útil la autorrevelación y había actuado según mi juicio, ella se sentía
agradecida, aunque tenía sentimientos muy ambivalentes acerca del hecho de
saber algo sobre mi vida familiar. Presento su reacción como un cuento
admonitorio para aquellos que defienden la revelación como instrumento
técnico deliberado simplemente para facilitar la “realidad” de la fase de
terminación. Mi motivación estaba basada no en ser real sólo por el hecho de
serlo, en el que hay aspectos de las realidades de detener un trabajo que
trasciende aspectos de la alianza terapéutica como tal, sino en mi convicción
de que la fase de terminación puede promover e incrementar la alianza
terapéutica hasta el final.
Durante nuestra sesión final, pensé en cuánto había podido revelar pero decidí
no hacerlo. Podía haber revelado dónde me iba de vacaciones o cuál era mi
restaurante favorito –aspectos de mi vida sobre los cuales había expresado a
menudo su curiosidad- pero, ¿estas revelaciones habrían tenido que ver con la
agobiante formación de compromiso que había dictado el curso de la vida y el
análisis de la paciente? Dichas revelaciones reflejan sólo la vida real de la
analista y no son compatibles con mantener una posición analítica neutral que
fomente la alianza en cualquier momento del tratamiento, incluyendo el
momento final. La paciente comenzó a hablar de internalizarme y de sus planes
para hacerlo en los meses próximos manteniendo conversaciones imaginarias
conmigo durante el periodo subsiguiente a la separación real. Era interesante
que también recordara haber tenido esas conversaciones internas con su
madre. De hecho, tras haber aceptado la muerte de su madre 2 años antes,
había iniciado muchas conversaciones internas placenteras con ella. Como
analista, con mis atenciones continuamente flotantes y mis asociaciones
paralelas privadas, recordé en esa sesión final, pero no se lo revelé a mi
paciente, el sueño que había tenido la noche anterior sobre mis padres, que en
realidad han fallecido. Me preguntaba si debía decirle a mis padres que estaba
pensando en dejar dos trabajos, con los que en el sueño había estado
comprometida, para concentrar mis esfuerzos en mi práctica privada, que cada
vez me exigía más. Los dos trabajos eran puestos de investigación, uno en un
hospital y otro en una universidad, en los que no se me pagaba mucho y en los
que seguía a pesar de no tener mucho que hacer en ninguno de los dos. En el
sueño, eran trabajos simbólicos, aunque podían impresionar a otras personas
como prestigiosos. Me sentí obligada a decírselo a mis padres y a volver
corriendo para decirles una y otra vez que decidía no dejar el hospital ni
abandonar mi puesto de profesora. No quería disgustarlos reduciendo los
esfuerzos que les habían proporcionado, indirectamente, tanto orgullo y
gratificación narcisista.
Yo apoyo la posición de Edwards de que una debe vencer las restricciones del
marco analítico cuando el trabajo lo requiera. Tanto como admiro y apoyo lo
que esta analista sensible y valiente hizo con su paciente, y tanto como
considero que su enfoque representa una perspectiva relacional específica, me
cuestiono su designación de la autorrevelación como una coconstrucción
mutuamente procesada. Su modificación de la conducta de neutralidad,
simplemente trataba con las importantes realidades de su enfermedad y la de
su paciente, permitiendo la emergencia de nuevas configuraciones
transferenciales-contratransferenciales y otras configuraciones interactivas. No
creo que una perspectiva relacional, intersubjetiva e incluso a veces
mutuamente coconstruida represente un cambio paradigmático. Estoy en
desacuerdo con ella cuando concluye que puesto que sus revelaciones
estaban adaptadas a su díada particular su enfoque debe considerarse
únicamente relacional, intersubjetivo y coconstruido. Como ha afirmado Eagle
(2003) los aspectos interactivos y relacionales de la díada analítica no
descartan el hecho de que también existen propiedades de la mente
independientes, estables, que no son coconstruidas. En este ejemplo,
la perspectiva relacional de Edwards y su estrategia constituyeron una parte
importante de un buen trabajo analítico, pero sus revelaciones no comprometen
un paradigma metodológico psicoanalítico exclusivamente relacional. Por el
contrario, el perspectivismo flexible es compatible con el buen trabajo analítico
de cualquier orientación teórica. El cambio flexible de una buena
perspectiva analítica a otra siempre debe estar adaptado únicamente para las
subjetividades duales de una díada determinada concreta analista-analizando.
Conclusión
Los tipos de interacciones que Edwards tuvo con su paciente, así como los
tipos de ellas que he pretendido tener yo con mis pacientes, eran en realidad
interacciones de dos seres humanos influenciadas subjetivamente. Sin
embargo, es un error afirmar que definen un nuevo paradigma relacional-
intersubjetivo. En los casos que presenté, incluyendo la paciente moribunda de
Edwards, el centro lo ocupaba la paciente y los aspectos discernibles e
interpretables de su vida psíquica. El trabajo era el trabajo diádico de dos
personas que interactúan, cada una con su propia psicología, pero no por eso
estaba simétricamente “coconstruido” aun cuando cada parte de la díada
captase la subjetividad individual del otro en dichas sintonizaciones. Aun
cuando el modo de favorecer el proceso analítico fuese en muchas ocasiones
más o menos interpersonal, interactivo, subjetivo y relacional, el foco en todas
las revelaciones se hallaba en la psicología unipersonal del paciente con el
objetivo final de fomentar el avance del paciente en el tratamiento. La
subjetividad de la analista reflejaba el valor analítico de ésta como instrumento
de análisis para fomentar el compromiso mutuo dirigido a comprender la mente
y la psique de la paciente. Espero haber logrado mi objetivo de demostrar que
muchas de las cuestiones que han entablado un debate entre los analistas
relacionales y los freudianos contemporáneos se han basado en estereotipos y
caricaturas de la subjetividad y la neutralidad. Por útiles que puedan haber sido
heurísiticamente estas perspectivas dicotómicas para modelar las diferencias
entre varios enfoques de la técnica, la metodología y la teoría psicoanalítica, ya
no es necesario marcar esas diferencias. Hemos llegado al punto en el que
hemos aclarado los diversos fenómenos y principios que guían la
autorrevelación; ahora necesitamos ver si podemos producir una posición
coherente unificadora en el tratamiento y la metodología.
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(*) Una versión anterior de este artículo fue presentada en la Sección Uno, División
de Psicoanálisis del Encuentro de la Asociación Psicológica Americana en Kansas
City, 12 de octubre de 2002. Una versión abreviada se presentó el 6 de enero de
2000 en Nueva York, en el Coloquio del Programa Postdoctoral en Psicoterapia y
Psicoanálisis de la Universidad de Nueva York.
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