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Servidores de Los Jóvenes
Servidores de Los Jóvenes
CONSAGRACIÓN APOSTÓLICA
El objetivo de esta reflexión es profundizar a la luz del CG27 los aportes que
enriquecen nuestra consagración apostólica desde su plano operativo: ser servidores de los
jóvenes. Esto con el fin de generar conciencia entre nosotros de nuestra misión carismática
que está íntimamente ligada al hecho mismo de vivir en comunidad y profesar el voto de
obediencia, pobreza y castidad. En este sentido las preguntas que orientarán nuestra
reflexión son ¿Qué se entiende por servidores de los jóvenes? ¿Cómo el salesiano vive su
ser servidor? ¿Qué quiere decir “plano operativo de nuestra consagración apostólica”?
¿Qué sentido tiene la misión a la que somos enviados con relación a la vivencia de nuestro
llamado del Señor?
Por tal motivo se puede afirmar que ser servidores de los jóvenes es la forma
operativa de nuestro quehacer educativo pastoral que se promueve en el ser mismo de la
persona del salesiano: el deseo inmenso de unirse a la acción salvadora de Dios. El
salesiano es servidor de los jóvenes toda vez que asume en su propia existencia la misma
motivación profunda que movió al Señor Jesús de entregar todo su ser en provecho de la
humanidad. Entiéndase por humanidad no al conglomerado abstracto de subjetividades que
son y no son nada a la vez; sino la humanidad misma de la persona. De ahí que la
dimensión cristológica del servicio trascienda el mero servicialismo, para ir al corazón de la
persona, donde acontecen las grandes decisiones del hombre, se revela Dios y su voluntad y
lugar donde sucede el ser divino del hombre en relación con el otro.
Creemos que Dios ama a los jóvenes. Tal es la fe que está en el origen de nuestra
vocación y que motiva nuestra vida y todas nuestras actividades pastorales. Creemos
que Jesús quiere compartir su vida con, los jóvenes, que son la esperanza de un
futuro nuevo, y llevan dentro de sí, ocultas en sus anhelos, las semillas del Reino.
Creemos que el Espíritu se hace presente en los jóvenes y que por su medio quiere
edificar una comunidad humana y cristiana más auténtica. Él trabaja ya profética
para que la realicen en el mundo, que es también el mundo de todos nosotros.
Creemos que Dios nos está esperando en los jóvenes para ofrecemos la gracia del
encuentro con él y disponemos a servirle en ellos, reconociendo su dignidad y
educándoles en la plenitud de la vida. La tarea educativa resulta ser, así, el lugar
privilegiado de nuestro encuentro con él. (CG 23, 95)
De ahí que nuestro servicio a los jóvenes se entiende si y sólo si tenemos claro nuestro
llamado vocacional. Creer en los jóvenes es ver en ellos la misma presencia de Dios. Es
tratar de ver en lo visible al invisible que se revela en el rostro del joven. La dimensión
pastoral de nuestro quehacer educativo además de comprenderse en el plano operativo
vocacional va más allá e identifica el sentido profundo de su ser. Más que un plano
operativo es ante todo plano vocativo. El carácter vocativo del consagrado reside en la
atención a las múltiples voces de los designios de Dios que se revelan en la vida cotidiana.
Lo cotidiano tiene carácter temporal y está enmarcado en la relación con el otro (como si
mismo, el prójimo, el Otro). “Me encuentro cotidianamente en distintas esferas o secciones
de la vida cotidiana: en mi trabajo, en mi ocio, entendido como e1 tiempo que me queda
libre después del trabajo, en mi vida familiar” (Uscatescu 1). Lo cotidiano adquiere una
connotación trascendental en tanto que es el ámbito donde Dios se revela. Ahora bien, si
nuestro vocación sólo tiene sentido en relación a la misión, lo cotidiano es a la vez el plano
donde acontece el rostro de Dios en el joven: cada vez que establezco una relación de
amista con un joven se convierte en la posibilidad de entrar en su mundo y poderme
convertir de esta forma en servidor. Uno de los peligros que alarma el CG27 es que “ha
disminuido progresivamente la visibilidad y la credibilidad de nuestra vida consagrada”
(CG27, 28). ¿Por qué? Esto surge cuando en nuestro proceso de discernimiento vocacional
cotidiano no nos atrevemos a ver a Dios en los jóvenes. Vivimos un ateísmo práctico
acompañado del confort y la seguridad. Nos falta ser hombres de fe que al sentirse llamados
por el Señor escudriñan el sentido mismo de su vocación y lo comunican con alegría.
¡Queremos ser servidores a ejemplo tuyo! Un servicio que va a lo profundo del hombre,
que busca lo invisible en lo visible.
En llamado no se queda en una dimensión intimista con el Señor. Antes bien, una vez
encontrado el fundamento de su existencia se desborda en el otro que se comporta como la
presencia misma de Él. Jesús nos llama pero su llamado nos une directamente con el otro:
el joven. No nos podemos contentar con sentirnos llamados, y contemplar eternamente el
don de la vocación: somos llamados para ser entre los jóvenes servidores del evangelio
como un mensaje de esperanza para su existencia. De ahí que “crece cada vez entre los
hermanos, la sensibilidad con la cultura de los derechos humanos, en particular de los
menores, con algunas opciones proféticas en las nuevas fronteras y en las «periferias
existenciales»” (CG27, 22). Somos llamados para ser entre los jóvenes presencia viva del
amor de Dios. Es por tanto exigencia fundamental que una vez escuchada la llamada del
Señor nos dirijamos el encuentro con el otro. Vivir la caridad es experimentar a plenitud el
sentido pleno de la vocación. La caridad, en este sentido, va de Dios al otro. No se entiende
la caridad sino está motivada desde la fe. Asimismo si nuestra presencia servicial no está
originada desde la fe no tiene sentido toda vez que el sentido mismo de lo que somos lo
encontramos en lo que hacemos.
En definitiva hay pasar todos los días del plano vocativo al aplicativo, no al contrario.
Porque el que se siente llamado por el Señor está en la obligación de ir a donde él lo envía:
ser entre los jóvenes y con los jóvenes la presencia misma de Dios que se amor en ellos.
BIBLIOGRAFÍA