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Serie de comentarios de Spurgeon

2 Tesalonicenses

Charles Spurgeon

Elliot Ritzema
Editor

En asociación con

LexhamPress.com

Comentario de Spurgeon: 2 Tesalonicenses

Copyright 2018 Editorial Tesoro Bíblico en asociación con Lexham Press

Editorial Tesoro Bíblico, 1313 Commercial St., Bellingham, WA 98225

Puede utilizar citas breves de este comentario en presentaciones, libros o artículos. Para otros
usos, escribanos para solicitar el permiso a: permissions@lexhampress.com.

A menos que se indique lo contrario, las citas de la Escritura corresponden a la versión Reina-
Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas
Unidas. Utilizado con permiso.

Traducción: Cristian Franco

La iglesia de Jesucristo en Tesalónica no nació bajo circunstancias propicias.

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Recordemos el texto que suele citarse con respecto a los de Berea: «Y éstos eran
más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con
toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran
así» (Hechos 17:11). Dicho relato no se relaciona con los convertidos en
Tesalónica sino con aquellos judíos que escucharon a Pablo predicar en la
sinagoga y rehusaron probar su enseñanza recurriendo al Antiguo Testamento.
No se comportaron como una clase de gente noble y aún así de entre ellos
fueron seleccionados, por la gracia poderosa del Señor, un grupo de personas
que fueron guiadas a creer en el Mesías verdadero. Así se volvieron más nobles
que los de Berea; no escuchamos de una iglesia establecida en Berea, ni
tampoco de una epístola dirigida a los de Berea. Tesalónica recibió dos cartas
brillantes, con elogios cordiales. Pablo encomió a los Filipenses, pero a los
Tesalonicenses los elogió aún más, agradeciéndole a Dios cada vez que los
recordaba y gloriándose en ellos entre las iglesias del Señor por su paciencia y su
fe.
—Charles Spurgeon, La necesidad de una fe creciente

Prefacio

Cuando Charles Spurgeon, que entonces contaba con 19 años, fue llamado al New Park
Street Pulpit en 1854, los periódicos de Londres se burlaban de él por considerarlo un
pedante atrevido. Los críticos se quejaban de que su forma de hablar franca y directa
era demasiado provocadora y peligrosamente innovadora. Una revista secular se refirió
a su manera coloquial de hablar como “lenguaje de la calle”. Un editorial periodístico
calificó su predicación de “sermones de ginger-ale”. Un crítico particularmente duro
escribió:
No es nada a menos que sea un actor —a menos que exhiba esa inigualable falta de
pudor que es su gran característica, dedicándose a una grosera familiaridad con las
cosas sagradas, declamando en un estilo vociferante y coloquial, pavoneándose
arriba y abajo de la tarima como si estuviera en el Teatro Surrey y alardeando de su
propia intimidad con el cielo con nauseabunda frecuencia. Su soltura, compostura,
trucos oratorios y atrevidas afirmaciones parecen fascinar a sus oyentes menos
reflexivos, que prefieren la emoción a la devoción.
Durante ese primer año, los comentaristas pronosticaban habitualmente un final
temprano del ministerio de Spurgeon en Londres: “Es flor de un día, un cometa que
repentinamente ha surcado la atmósfera religiosa. Ha subido como un cohete, y en

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breve caerá como un palo”.
Los periódicos seculares no fueron los únicos en expresar su desacuerdo con el
joven predicador. Un ministro veterano muy distinguido publicó una mordaz crítica de
Spurgeon en una revista evangélica. Entre otras cosas escribió lo siguiente: “Tengo mis
dudas, dudas muy serias, sobre la realidad divina de su conversión”.
Evidentemente Spurgeon no se mostró en modo alguno inmaduro o temerario. Al
contrario, para alguien tan joven era inusualmente leído, perceptivo, sobrio, elocuente
y profundo. (El registro de sus sermones publicados corrobora fácilmente ese juicio).
Años más tarde, el propio Spurgeon reflexionaría sobre sus primeros años de
ministerio, diciendo: “Puede que fuera un joven a los doce años, pero a los dieciséis era
un serio y respetable clérigo bautista, ocupando la silla presidencial y dirigiendo y
gobernando la iglesia.… Pasé el tiempo con mis libros, estudiando y trabajando duro,
apegándome a ello”. No era un pedante atrevido.
Muy pronto Spurgeon dejó atrás su aspecto juvenil y la oleada inicial de críticas
finalmente amainó. De hecho, gozó de varios de popularidad sin precedentes. Su
ministerio (y su reputación) alcanzaron todo el mundo a través de sus sermones
publicados. Durante un par de décadas no tuvo rival como el predicador más querido y
más influyente del mundo.
Pero al final de la tercera década de Spurgeon en Londres, hordas de críticos
estaban nuevamente alzándose contra él. En esta ocasión se quejaban de que estaba
irremediablemente desfasado, pasado de moda —un fósil teológico y eclesiástico. El
modernismo estaba en boga en ese momento, y Spurgeon se oponía de manera
enfática y sin complejos a esa tendencia, diciendo, entre otras cosas, que “las
invenciones del ‘pensamiento moderno’ arderán con fuego que nunca se apagará”.
Esta vez los oponentes teológicos de Spurgeon lo ridiculizaban por ser obsoleto,
irrelevante, y por aferrarse sin tener ni idea a un sistema de creencias arcaico. Los
críticos más duros cuestionaron abiertamente su salud mental. Los críticos más amables
le daban palmaditas verbales en la cabeza despectivamente mientras hablaban de
manera condescendiente sobre su edad y enfermedad física. En última instancia, y
debido a su negativa a transigir con el modernismo, el predicador bautista más grande
de la historia de Gran Bretaña fue bruscamente invitado a abandonar la Unión Bautista.
Si bien las quejas de los críticos hacia Spurgeon habían virado de un extremo a otro
con el paso de los años, cualquiera que lea las obras publicadas de Spurgeon puede ver
fácilmente que él no cambió sustancialmente desde el inicio de su ministerio hasta el
día en que murió. Su posición teológica, su filosofía del ministerio y su estilo de
predicación siguieron siendo básicamente los mismos a través de los años. Mientras
tanto, el clima dominante entre los evangélicos ingleses fue cambiando gradualmente
de la religiosidad victoriana inicial a un racionalismo modernista total. Pero Spurgeon
nunca cambió su postura. Se limitó a predicar la verdad de las Escrituras tan claramente
y de forma tan persuasiva como le fue posible, con una decidida convicción y una
devoción inquebrantable.
La historia ha reivindicado a Spurgeon. El modernismo fue un desastre, tal como él
predijo. Las iglesias que se aferraron a la Palabra de Dios florecieron, mientras que
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denominaciones enteras que se empararon de modernismo pronto desaparecieron.
Hoy en día, millones de personas siguen leyendo los sermones de Spurgeon con gran
provecho, y casi nadie recuerda a aquellos que lo acusaron de estar irremediablemente
desfasado. Y mucho menos se acuerda la gente de aquellas voces supuestamente
venerables que levantaron un coro de quejas al comienzo del ministerio de Spurgeon
en Londres—los que advertían de que era una novedad peligrosa.
Se ha demostrado que ambas oleadas de críticas estaban equivocadas. Spurgeon no
era ni demasiado provocador ni demasiado anticuado. Lo que hizo de la predicación de
Spurgeon algo excepcional (y lo que lo convirtió en objeto de tan feroz oposición) fue la
firmeza con la que sostuvo las convicciones bíblicas y la claridad con la que pregonó la
verdad de la Escritura. Spurgeon no se avergonzaba ni tenía remordimientos a la hora
de proclamar y explicar la Palabra de Dios en el lenguaje más sencillo posible.
La estrategia en sí es profundamente bíblica. Esta es, precisamente, la filosofía del
ministerio que el apóstol Pablo le mandó seguir a Timoteo: “que prediques la palabra…
a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina” (2 Tim 4:2, rvr60).
La descripción que Spurgeon hizo de John Bunyan podría describir perfectamente al
propio Spurgeon: “Pinchadle en cualquier parte; su sangre es Biblina, la esencia misma
de la Biblia mana de él”. No puede hablar sin citar un texto, porque su alma misma está
llena de la Palabra de Dios”. Spurgeon utilizaba frecuentemente esa palabra, “Biblina”,
no como un adjetivo, sino como un nombre propio. A sus estudiantes les dijo: “Saturad
vuestros sermones de Biblina, la esencia de la verdad bíblica”.7 Igual que la gasolina
alimenta un motor de combustión interno, Spurgeon describió la “Biblina” como el
combustible necesario para la vida piadosa. “Un hombre alimentado a base de Biblina
es un hombre de verdad”, dijo. “En la historia de los héroes que han sido no hay
ninguno que haya mostrado tanto músculo moral y nervio espiritual como aquellos que
hacen de la palabra de Dios su alimento necesario”.
En su consejo a los demás, Spurgeon estaba revelando el secreto que había detrás
del poder de su propia predicación. Había saturado su alma y su mente con la Palabra
de Dios. Se le podía pinchar en cualquier parte y sangraría Biblina.
La mayoría de los seminarios de hoy en día no calificarían a Spurgeon de
“predicador expositivo”. No derivaba necesariamente el bosquejo y los puntos
principales de sus sermones directamente del texto bíblico. De hecho, en ocasiones
trataba el texto como un punto de partida para un sermón temático que tenía poco que
ver con el contexto del pasaje con el que había comenzado. No obstante, sus sermones
estaban llenos de contenido bíblico—Biblina. Apenas podía pronunciar tres oraciones
sin incluir una frase, una referencia o una alusión a las Escrituras. Cada vez que hablaba,
con independencia del tema o el lugar (incluso cuando estaba dictando una
“conferencia” en un entorno académico), había una abundancia de Escritura en el
mensaje. Su conversación diaria estaba saturada de Biblina. Prácticamente cualquier
charla que dio probablemente sobrepasaba algunos de los sermones “expositivos” de
hoy en día en cuanto a puro contenido bíblico.
Spurgeon también dedicó una parte de cada culto dominical a la exposición bíblica
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formal. Leía y comentaba sobre un pasaje de la Escritura, ocupándose del texto de frase
en frase. Esto era algo distinto del sermón, que normalmente estaba separado del
sermón por el cántico de un salmo o himno. Pero cientos de las exposiciones formales
de Spurgeon fueron registradas por taquígrafos y publicadas junto a los sermones.
Elliot Ritzema ha creado un recurso notable y sumamente útil al seleccionar los
comentarios expositivos de Spurgeon, combinarlos con explicaciones clave extraídas de
los sermones de Spurgeon, catalogarlos y organizarlos por capítulo y versículo,
ofreciéndonos así este maravilloso comentario del Príncipe de los Predicadores.
¿Por qué no hubo nadie que hiciera esto hace tiempo? Esta es una obra de consulta
inestimable, que resulta todavía más útil gracias a su compatibilidad con Logos Bible
Software. No puedo imaginarme preparar un sermón sin comprobar qué tenía que decir
Spurgeon sobre mi pasaje. La serie de comentarios de Spurgeon ha simplificado ese
paso. Cuando la serie esté completa, sin duda será el recurso de Logos que consultaré
más a menudo.
Phil Johnson
Conservador del Archivo de Spurgeon (www.spurgeon.org)

Introducción a la serie

El gran predicador bautista del siglo XIX, Charles Spurgeon, amasó una extraordinaria
cantidad de escritos y sermones en sus 57 años. Sus palabras llenan más de 100
volúmenes. Si bien sus sermones y escritos tratan sobre cada uno de los libros de la
Biblia en alguna que otra ocasión, escribió comentarios solamente sobre los Salmos (los
seis volúmenes del Tesoro de David) y Mateo (El Evangelio del Reino). Su contenido
abarca todos los libros de la Biblia, aunque no siempre resulta fácil encontrarlo o
utilizarlo.
Esta es la razón por la que creé la Serie de comentarios de Spurgeon. La idea de esta
serie es sencilla: tomar material de los sermones y escritos de Spurgeon y organizarlos
en forma de comentario. Este formato incluye varias características que en mi opinión
resultarán especialmente útiles tanto para el lector devocional como para el predicador
que esté preparando un sermón.
Cada sección del comentario incluye tres tipos de comentarios de Spurgeon:
Exposición, Ilustración y Aplicación. Las secciones expositivas no sólo tratan con un
fragmento de texto bíblico tomado como un todo, sino que también están organizadas
por versículo, así como por las palabras que aparecen en ese versículo. Esto le permite
ver lo que Spurgeon tenía que decir sobre un determinado versículo. Las frases
individuales dentro del versículo sobre las que Spurgeon comenta aparecen en negrita.
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Cuando los predicadores estudian un texto en preparación para un sermón, a
menudo están atentos a cualquier buena ilustración que pueda servir para recalcar el
tema en el corazón de sus oyentes. Para ayudar en esta tarea hemos enfatizado las
ilustraciones de Spurgeon. Allí donde Spurgeon empleó una historia o una comparación
para ilustrar alguna verdad contenida en un versículo, hemos colocado esa ilustración
aparte para que se pueda consultar más fácilmente. También hemos anotado las
ilustraciones con temas para que fuera más fácil buscarlas en la plataforma de software
de Logos. Algunas secciones del comentario contendrán más ilustraciones que otras,
pero hemos tratado de incluir al menos una ilustración por pasaje.
La aplicación aparece al final de cada sección del comentario. Estas aplicaciones
contienen las exhortaciones de Spurgeon a sus oyentes para que actúen basándose en
las verdades que ha estado extrayendo del texto. Estas aplicaciones frecuentemente
están tomadas de unos cuantos sermones distintos sobre un pasaje. Cada sección del
comentario incluye entre una y cuatro aplicaciones, dependiendo de cuánto escribió y
predicó Spurgeon sobre un pasaje.
Hemos actualizado el lenguaje de Spurgeon para que resulta más legible: los
pronombres arcaicos han sido modernizados, y hemos intentado encontrar
equivalentes modernos para palabras arcaicas que el lector actual tal vez no conociera.
También hemos prescindido de las discusiones que solamente eran aplicables a temas y
controversias de las que se ocupó Spurgeon en su día, y en su lugar nos hemos centrado
en el contenido que los lectores de hoy pudieran encontrar relevante.
Afortunadamente, gran parte de lo que Spurgeon dijo y escribió es auténticamente
atemporal. Las citas bíblicas están tomadas de la versión Reina-Valera de 1960, en lugar
de la King James utilizada por Spurgeon. Ocasionalmente Spurgeon llama la atención
sobre una palabra concreta de la KJV; en estos casos hemos preservado el enunciado
original.
¿Qué parte de este comentario es verdaderamente de Spurgeon y cuánto es obra
del editor? Confiamos en que sea de Spurgeon lo más posible, y que los editores
permanezcan en un segundo plano. Los títulos de las secciones, incluyendo los de las
ilustraciones y aplicaciones, son atribuibles al editor; todo lo demás (aparte del lenguaje
actualizado mencionado anteriormente) es de Spurgeon. Generalmente no hemos
utilizado puntos suspensivos, aunque a menudo hayamos recopilado contenido de
múltiples fuentes en el mismo párrafo. Considero que emplear puntos suspensivos en
ese caso hubiera resultado ser más una distracción que una ayuda. En vez de eso,
hemos incluido una lista de todas las fuentes utilizadas al final de cada sección, justo
después de la Aplicación.
Por último, me gustaría dar las gracias a Jessi Strong y Carrie Sinclair Wolcott por
encargarse de gran parte del trabajo editorial de los volúmenes sobre Hebreos y 1-2
Pedro. Esta serie es mejor gracias a su trabajo esforzado y contribución.
Confío en que esta serie de comentarios sirva para hacer que los escritos de
Spurgeon sean más accesibles al lector de hoy, y tal vez incluso para presentarlo a
aquellas personas que antes de hoy no hayan tenido de placer de leerlo. Que a través
de toda esta serie, tal como está escrito en la última página de su Autobiografía,
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Spurgeon “continúe predicando el evangelio que tanto amó proclamar mientras vivió —
el evangelio de la salvación por la gracia, a través de la fe en la preciosa sangre de
Jesús”.
Elliot Ritzema

2 Tesalonicenses 1

2 Tesalonicenses 1:1–12
Exposición
1 Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses A Pablo le encantaba
asociar a sus compañeros consigo mismo al escribir a sus hermanos y hermanas en
Cristo. Aunque tenía una experiencia superior a la de ellos, sitúa a Silvano y Timoteo, su
propio hijo en la fe, como sus compañeros evangelistas al dirigir esta carta a «la iglesia
de los tesalonicenses».
en Dios nuestro Padre ¡Qué expresión maravillosa! La iglesia está en Dios así como Dios
está en la iglesia. Qué bendecida morada para el pueblo de Dios de todas las
generaciones.
2 Gracia y paz a vosotros Todas las naciones tienen sus formas especiales de saludar, y
este es el saludo cristiano a sus compañeros creyentes: «Gracia y paz a vosotros».
¡Cuántas cosas vemos en esta oración! «Gracia»: el favor gratuito de Dios, la energía
activa del poder divino; y «paz»: reconciliación con Dios, paz de conciencia, paz con
todos los hombres.
Es el saludo habitual del apóstol al escribir una epístola a una iglesia. Cuando se
dirige a un ministro suele decir «gracia, misericordia y paz», porque los siervos más
prominentes de Dios necesitan gran misericordia para llevar a cabo sus pesadas
responsabilidades y enfrentar muchas carencias. Pero el saludo de Pablo a la iglesia es
«Gracia y paz a vosotros».
de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo Pablo está lleno de Cristo. Su corazón
rebosa de amor a Dios nuestro Padre y por lo tanto en dos ocasiones, a lo largo de
varias oraciones, menciona ambos nombres. No utiliza repeticiones vanas, como harían
los paganos, sino que en lo íntimo de su alma es consumido por la comunión con el
Padre y con el Hijo; y así en un solo versículo señala sus nombres dos veces.
3 Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos Observemos cómo lo
expresa el apóstol: «Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros». Me agrada su
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modestia. No dice que agradeció a Dios, aunque lo haya hecho, sino que en profunda
humildad admite una deuda que no podía pagar de forma completa. No juzgaba su
acción de gracias como suficiente sino que reconocía que aún estaba bajo la obligación
de rendir más elogios.
como es digno Pablo agradece a Dios «como es digno», por las dos gracias que percibe
en la iglesia de Tesalónica: «por cuanto vuestra fe va creciendo y el amor de todos y
cada uno de vosotros abunda para con los demás». De modo que el amor a los santos
se relaciona con el crecimiento de la fe.
por cuanto vuestra fe va creciendo La bendición de la fe creciente es de valor
inexpresable, y por lo tanto el elogio debe ser ampliamente ofrecido por ello. La
pequeña fe salvará, pero la fe sólida es la que edifica a la iglesia, vence al mundo,
derrota a los pecadores y glorifica a Dios. La fe pequeña es lenta y endeble, y para
ajustarse a su ritmo todo el rebaño avanza de forma lenta. La fe pequeña es un soldado
herido y tiene que ser transportado por los ejércitos del Señor en una ambulancia. Pero
la fe creciente eleva el estandarte, está a la vanguardia, se enfrenta cara a cara con los
enemigos de nuestro Príncipe y los derrota. Si invocáramos bendiciones sobre una
iglesia difícilmente podríamos pedir un favor más grande que este: que todos los
hermanos sean fuertes en la fe, y den gloria a Dios. La fe sólida se aventura en
esfuerzos grandes por Cristo y así se proyectan las misiones. La fe sólida lleva adelante
los proyectos con celo santo y por ello los ideales osados se traducen en hechos
concretos. La fe sólida es un escudo contra los dardos del error y por lo tanto es objeto
de odio y desprecio por parte de los herejes. La fe sólida edifica los muros de Sion y
derriba los muros de Jericó. La fe sólida golpea los muslos y las caderas de los filisteos y
hace que Israel habite en paz.
De este modo Pablo ofrece gratitud ferviente a Dios por la bendición que llegó a la
iglesia en un tiempo notablemente oportuno. La gente de Tesalónica se había levantado
contra la iglesia y la perseguía. Había pleitos de forma externa pero interiormente no
había temor, porque los hermanos estaban firmes en la fe y eran fervientes en el amor.
La iglesia era objeto de una tribulación continua, pero su fe crecía extraordinariamente.
¿Acaso no ha ocurrido así, por lo general, con el pueblo del Señor?

8
La fe se incrementa mediante el ejercicio
Temática de predicación: Fe
Observemos al hijo del herrero cuando trata por primera vez de tomar en sus manos el
enorme martillo de su padre, cuán pronto se cansa. Pero pregúntale al herrero si sus
brazos duelen. «¡Oh, no!», responderá, «He hecho demasiadas herraduras». La
ejercitación ha desarrollado sus músculos y fortalecido sus tendones al grado tal que
utilizar ese enorme martillo para colocar una herradura es un juego de niños para él.
Así el nuevo creyente, al comenzar a ejercitarse en la fe, quizá imite a quien dijo:
«Creo; ayuda mi incredulidad» (Marcos 9:24). Pero si hablamos con él años más tarde,
cuando su fe ha sido ejercitada en gran medida, y entonces veremos que ha crecido
para parecerse más a la de Abraham, quien «tampoco dudó, por incredulidad, de la
promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente
convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido»
(Romanos 4:20–21).

y el amor de todos y cada uno de vosotros abunda para con los demás La firmeza en la
fe ministra la unidad de la iglesia. La iglesia en Tesalónica no experimentaba una
secesión ni una división, como algunos señalan. La iglesia en Tesalónica no estaba
dividida por las presiones de la persecución. Estaban apegados estrechamente unos a
los otros y cuanto más los golpeaban, más se consolidaban. Estaban amalgamados en
una masa sólida por el martillo de la persecución y el fuego del amor, y el motivo era
que cada uno sostenía la verdad con toda firmeza.
Una fe firme en las verdades del evangelio nos hace amarnos mutuamente, porque
cada doctrina de verdad es un argumento para el amor. Si crees que Dios escogió a su
pueblo, amarás a sus escogidos. Si crees que Cristo hizo expiación por su pueblo,
amarás a sus redimidos y procurarás su paz. Si crees en la doctrina de la regeneración y
sabes que debemos nacer de nuevo, amarás a los regenerados. Sea cual fuere la
doctrina, ministremos hacia el amor del corazón. Estoy seguro de que hallaremos una
mutua unidad profunda, firme y ferviente entre quienes sostienen la verdad en el amor.
Si no estamos henchidos de amor fraternal, tal vez sea porque no estamos creyendo
firmemente en aquella verdad que obra hacia el amor.
Solo algo viviente puede crecer
Temática de predicación: Discipulado
Lo que crece es aquello que tiene vida. Pongamos una barra de acero en el mejor
terreno que podamos hallar, echémosle agua y agreguemos abono, y dejemos que el
sol la acaricie con sus rayos; no obstante, nunca encontraremos una hoja ni un brote,
porque está muerta, sin vida. No ocurre así con el creyente. En virtud de que la vida
está en él, debe crecer.

4 tanto, que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios Si en
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ignorancia preguntamos por qué Pablo debía tener un interés tan profundo en la
salvación de aquellos santos y en su crecimiento en la fe, necesitamos recordar que es
un secreto solo conocido por quienes han dado a luz y criado hijos y por lo tanto los
aman. El apóstol Pablo había fundado la iglesia de Tesalónica. La mayoría de esta gente
eran sus hijos espirituales. Por las palabras de su boca, asistido por el poder del Espíritu,
habían nacido de las tinieblas a la luz admirable. Aquellos que han tenido hijos
espirituales, que han dado muchos hijos para Dios, podrán afirmar que hay un padre
espiritual siente un interés que ni aun se equipara con el tierno afecto que una madre
tiene para con su bebé.
5 Esto es demostración del justo juicio de Dios Una de las pruebas más evidentes del
juicio venidero yace en los sufrimientos actuales de los santos por medio de las
persecuciones y tribulaciones. Porque si ahora ellos, por la misma razón que aman a
Dios, tienen que sufrir, entonces habrá un estado futuro y un tiempo en el que todo lo
que está mal será rectificado.
6–7 y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros Para nosotros, que
creemos en Jesús, hay un amplio reposo venidero, para compartir junto con los
apóstoles y otros santos ante el trono de Dios y del Cordero, tal como Pablo escribió en
Hebreos: «Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios» (Hebreos 4:9). Si
pudiéramos tener un vistazo parcial de la gloria que vendrá luego de la tribulación; si
pudiéramos ver a Cristo sufriendo junto con nosotros y comprender nuestra unión con
él; si el bendito Espíritu, que se compromete a estar con todo el pueblo del Señor, está
con nosotros, no será difícil descansar de aquel modo.
cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder Este
reposo, entonces, al parecer, será principalmente concedido a nosotros cuando Cristo
regrese con sus poderosos ángeles.
8 ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo Me pregunto qué harán con
este pasaje las personas que dicen que no es deber de los hombres creer en el
evangelio. Pablo escribe que aquellos que no «obedecen al evangelio de nuestro Señor
Jesucristo […] sufrirán pena de eterna perdición». Entonces, claramente, el evangelio
requiere y ordena la obediencia del ser humano. Y aquellos que no crean serán
castigados, no solo por sus pecados sino por esta realidad como una falta importante y
condenatoria: que no creyeron en el Señor Jesucristo tal como se los presentó en el
evangelio de su gracia.
9 los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de
la gloria de su poder Observemos que se menciona a nuestro Señor como quien viene
en gloria, y al mismo tiempo como aquel que se venga mediante fuego ardiente de
aquellos que no conocen a Dios y no obedecen al evangelio. Esta es una nota de gran
terror para quienes ignoran a Dios y perversamente no creen en Cristo. Que presten
atención, porque el Señor recibirá la gloria al derrotar a sus enemigos y aquellos que de

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buena gana no se inclinen ante él serán obligados a arrodillarse en humillación. Se
inclinarán ante sus pies, morderán el polvo en terror y en un parpadeo de ojos se
marchitarán por completo. Como está escrito, «sufrirán pena de eterna perdición,
excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder».
Pero este no es el objeto principal por el que vendrá Cristo, ni es la cuestión en la
que reside su gloria principal. Porque, observemos, él obra esto como una circunstancia
colateral mientras viene con otro propósito. Destruir a los malvados es un asunto de
necesidad en lo que su espíritu no se deleita, porque lo hace, según el texto, no tanto
viniendo a realizarlo sino al regresar con otro objetivo, a saber, «para ser glorificado en
sus santos y ser admirado en todos los que creyeron».
10 cuando venga en aquel día para ser glorificado La plena glorificación de Cristo en
sus santos ocurrirá al venir por segunda vez, según la palabra profética más segura. Es
glorificado en ellos ahora, porque dice, «y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido
glorificado en ellos» (Juan 17:10).
Pero aún esa gloria es perceptible para sí mismo y no para el mundo exterior. El
brillo de las luces se está reduciendo; brillarán antes de tiempo. Estos son días de
preparación antes de aquel reposo que tendrá un infinito sentido de día sublime. Como
fue dicho de Ester, que por tantos meses se preparó con mirra y fragancias antes de
ingresar al palacio del rey y contraer matrimonio con él (Ester 2:12), así nosotros somos
purificados ahora y nos preparamos para aquel día augusto cuando la iglesia
perfeccionada se presente ante Cristo como una esposa ante su marido. Juan dice de
ella que será «dispuesta como una esposa ataviada para su marido» (Apocalipsis 21:2).
Ahora vivimos en la noche cuando es necesario velar. Pero atención, la mañana viene,
una mañana sin nubes, y entonces caminaremos a la luz del candelero porque nuestro
Amado ha llegado. Esa segunda venida será su revelación. Aquí estuvo bajo una nube y
los hombres no lo percibieron, salvo unos pocos que contemplaron su gloria. Pero
cuando regrese los velos serán quitados y todo ojo verá la gloria de su semblante. Por
esto él espera, y su iglesia aguarda con él. No sabemos cuándo será el tiempo
establecido para su venida, pero cada hora que transcurre nos aproxima hacia ese
momento; por lo tanto, ciñamos nuestros lomos, aguardándolo.
en sus santos El texto no dice que será glorificado «por» sus santos sino «en sus
santos». Hay un matiz de diferencia (por cierto, más que un matiz) entre ambos
términos. Nos esforzamos por glorificarlo ahora mediante nuestras acciones, pero en
aquel entonces será glorificado en nuestras personas, nuestro carácter y nuestra
condición. Es glorificado por lo que hacemos, pero al final será glorificado en lo que
somos. ¿Quiénes son estos en quienes Jesús será glorificado y admirado? Se los
menciona bajo dos descripciones: «en sus santos» y «entre todos los que creen».
Primero «en sus santos». Todos aquellos en quienes Cristo será glorificado son
descritos como santos: hombres y mujeres que han sido santificados y purificados,
cuyas vidas llenas de gracia evidencian que han estado bajo la enseñanza del Espíritu
Santo, cuyas acciones obedientes prueban que son discípulos del Santo Maestro, de

11
Aquel que fue «santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores» (Hebreos
7:26). Pero de cierto modo también se dice que estos santos son creyentes, por lo que
podemos deducir que la santidad que honrará a Cristo al final será una santidad que se
base en la fe en él, una santidad de la cual lo siguiente constituye su raíz: que ellos
primero confiaron en Cristo y luego, al ser salvos, amaron a su Señor y lo obedecieron.
Su fe se forjó por amor y así purificaron sus almas, limpiando sus vidas. Es una pureza
interior y exterior, que se extiende a partir del principio viviente y operativo de la fe. Si
alguno considera que ellos podrían atenerse a la santidad fuera de la fe en Cristo
estarán en gran medida equivocados. Sería comparable con el que aguarda cosechar sin
primero esparcir las semillas en los surcos de la tierra. La fe es el bulbo y la santidad es
la flor deliciosamente fragante que procede de allí al plantarse en el terreno de un
corazón renovado. Tengamos cuidado con cualquier pretensión de una santidad surgida
de uno mismo y alimentada por la energía de nuestra voluntad. Sería igual a procurar
obtener «uvas de los espinos, o higos de los abrojos» (Mateo 7:16). La verdadera
santidad debe florecer a partir de la confianza en el Salvador de los pecadores y así no
sucediera carecería del primer elemento de la verdad. ¿Cómo podría haber un carácter
perfecto que solo se basara en la autoestima? ¿Cómo podría ser glorificado Cristo por
santos que rehusaran confiar en él?
La gloria de Cristo en sus santos
Temática de predicación: Gloria
Como un rey se gloría en sus insignias de la realeza, así Cristo situará a sus santos como
parte de su esplendor personal durante aquel día cuando muestre sus ornamentos. Con
Cristo sucederá como ocurrió con aquella noble matrona romana que, al visitar las
casas de sus amigas y ver sus baratijas, les pidió que acudieran al día siguiente a su
morada, donde les mostraría sus joyas. Aquellas esperaban ver rubíes, perlas y
diamantes, pero esta mujer llamó a sus dos hijos y expresó: «Estas son mis joyas».
De igual modo Jesús, en lugar de esmeralda, amatista, ónix y topacio, exhibirá a sus
santos. «Estos son mis tesoros escogidos», dice, «en quienes seré glorificado.»

y ser admirado en ¿En qué grado será glorificado el Señor Jesús? En el grado más alto
posible. Vendrá a ser glorificado en sus santos hasta lo sumo, porque esto resulta
evidente en las palabras «y ser admirado en». Nuestro Señor será admirado en todos
aquellos que creen. Aquellos que miren a los santos sentirán un repentino asombro de
deleite sagrado. Serán sorprendidos con la gloria admirable del Señor operando en
ellos: «Sabíamos que haría grandes cosas, ¡pero esto! ¡Esto supera nuestra
imaginación!». Cada santo será una maravilla para sí mismo. «Suponía que mi dicha
sería grandiosa, ¡pero no en una medida tan grande!». Todos sus hermanos se
maravillarán ante el creyente perfeccionado. Este dirá: «Pensé que los santos serían
perfeccionados, pero nunca supuse que una transfiguración de gloria exultante se
posaría en cada uno de ellos. No podría haber imaginado a mi Señor obrar con tanta
bondad y tanta gracia». Los ángeles del cielo dirán que jamás anticiparon tales acciones

12
de gracia. Tendrán en claro que el Señor había realizado una gran obra, pero no
llegaron a imaginar que podría hacer tanto por su pueblo y en su pueblo. Los
primogénitos de luz, acostumbrados a las maravillas de antaño, se extasiarán con una
nueva maravilla al ver la obra de la libre gracia y del extremo amor de Emanuel. Los
hombres que alguna vez menospreciaron a los santos, tildándolos de hipócritas y
menoscabándolos, e incluso tal vez asesinándolos, los reyes y príncipes de la tierra que
vendieron a los justos por un par de zapatos, ¿qué dirán al ver al más pequeño de los
seguidores del Salvador convertirse en un príncipe de rango más ilustre que los grandes
de la tierra, y Cristo brillando en cada uno de estos seres favorecidos? Por su exaltación
Jesús será admirado por quienes alguna vez lo menospreciaron a él y a sus seguidores.
Reflejar la gloria como si fuéramos espejos
Temática de predicación: Gloria
Probablemente hayas entrado a una habitación rodeada de espejos, y al detenerte en
medio de la sala tu reflejo aparecía en cada rincón. Estabas aquí, y allí, y luego allí, y allí
otra vez, y cada parte de tu persona era reflejada. Así ocurre en el cielo: Jesús es el
centro y todos sus santos somos como espejos que reflejan su gloria.

todos los que creyeron Quiero dirigir nuestra mirada a la siguiente descripción: «todos
los que creyeron». Esto se amplía por la indicación de que se trata de creyentes a partir
de un testimonio determinado, según la oración entre paréntesis («por cuanto nuestro
testimonio ha sido creído entre vosotros»).
Ahora bien, el testimonio de los apóstoles ser refería a Cristo. Lo vieron a él en la
carne y dieron testimonio de que era Dios «manifestado en carne» (1 Timoteo 3:16).
Observaron su vida santa y dieron testimonio de ello. Contemplaron su dolor y su
muerte, y testimoniaron que «Dios estaba en Cristo reconciliado consigo al mundo» (2
Corintios 5:19). Lo vieron levantarse de entre los muertos y dijeron «Somos testigos» de
su resurrección (Hechos 3:15). Lo miraron elevarse al cielo y dieron testimonio de que
Dios lo había situado a su diestra.
Ahora bien, toda persona que cree en este testimonio es salva. «Que si confesares
con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo» (Romanos 10:9). Todos aquellos que demuestran una fe sencilla
acuden y se arrojan a los pies del Dios encarnado, que vivió y murió por la humanidad y
siempre está sentado a la diestra de Dios para interceder por ellos. En estos Cristo será
glorificado y admirado en aquel último y gran día.
Pero en tanto primero se observe que son santos, no olvidemos que esta fe debe
ser viviente: una fe que genere odio por el pecado, una fe que renueve el carácter y
modele la vida en pos del noble modelo de Cristo, y así transformando pecadores en
santos. Las dos descripciones no deben violentarse ni dividirse en secciones. No
debemos expresar que el pueblo es favorecido y santificado sin recordar que han sido
justificados por la fe, ni podemos afirmar que son justificados por la fe sin recordar que
sin santidad nadie verá al Señor, y que al final el pueblo en quien Cristo será admirado
13
estará constituido por aquellos santos que fueron salvos por la fe en él.
por cuanto nuestro testimonio ha sido creído entre vosotros ¿Podemos contemplar las
multitudes de paganos idólatras y ver huestes de gente salvada ante el trono? ¿Cuál es
el medio que conecta ambas situaciones? ¿Por qué medios visibles los pecadores se
convierten en santos? ¿Acaso vemos a aquel hombre de apariencia insignificante y con
ojos débiles? ¿Ese hombre de «presencia corporal débil» y cuya «palabra [es]
menospreciable» (2 Corintios 10:10)? ¿No vemos su punzón y su estuche de agujas? Ha
estado preparando y arreglando carpas, porque no es más que un fabricante de
tiendas. Ahora bien, aquellos espíritus brillantes que resplandecen como soles,
irradiando la gloria de Cristo, fueron hechos así de brillantes por medio de las palabras y
las oraciones de aquel fabricante de tiendas. Los tesalonicenses eran paganos hundidos
en el pecado y este pobre fabricante de carpas acudió ante ellos y les habló de
Jesucristo y su evangelio. Su testimonio fue creído, esa fe cambió la vida de sus oyentes
y los hizo santos, y su renovado espíritu llegó por fin a ser perfectamente santo. Allí
están, y Jesucristo es glorificado en ellos.
11 Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros La misma gente en quien Pablo
se gloriaba y sobre quien se regocijaba, estaba conformada por quienes aún continuaba
orando. Y hacía bien, porque el estado más elevado de gracia necesita preservación, y
existe la posibilidad de ir más allá de la altura máxima de lo que alguno haya jamás
logrado.
Los ministros del Señor deberían estar en oración por su pueblo. Cuando la esposa
de John Welsh lo encontró tendido en el suelo con sus ojos rojos de tanto sollozar y
descubrió que había estado allí suplicando durante ese tiempo, le preguntó qué le
preocupaba tanto. Respondió: «Mujer, tengo tres mil almas que cuidar y no sé cómo
contribuir con su crecimiento. Por eso debo luchar con Dios por cada una de ellas». ¡Oh,
que sintamos el mismo peso en nuestro ministerio! Es, quizá, la gran falencia de esta
época: tener tantos que prediquen pero que lo hagan con tan poca seriedad y sin la
suficiente vitalidad como para considerar el valor de las almas inmortales.
12 para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y
vosotros en él Tal vez el punto principal en el que Cristo será glorificado sea la absoluta
perfección de todos los santos. Serán sin «mancha ni arruga ni cosa semejante» (Efesios
5:27). Aún no hemos experimentado lo que es la perfección completa y por eso
difícilmente logremos concebirla. Nuestros pensamientos son demasiado pecaminosos
para tener una idea acabada de lo que debe ser la perfección absoluta; pero no
tendremos ningún pecado en nosotros ni propensión alguna hacia el pecado. No habrá
parcialidad en nuestra voluntad con respecto a lo que es malo, pero en cambio habrá
una fijación por inclinarnos siempre hacia lo que es bueno. Los afectos jamás volverán a
ser desenfrenados; serán castos para Cristo. La comprensión nunca cometerá errores.
Nunca pondremos amargo por dulce, ni dulce por amargo; seremos «perfectos, como
vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mateo 5:48). Y ciertamente, Aquel
que obrará en nosotros será una maravilla. Cristo será admirado y adorado en virtud de
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este grandioso resultado.
Recordemos que en aquel día veremos de qué manera el bendito Cristo, como
«cabeza sobre todas las cosas a la iglesia» (Efesios 1:22), ha instrumentado toda
providencia para la santificación de su pueblo; de qué modo los días de oscuridad han
engendrado lluvias que hicieron que la plantas del Señor crezcan, de qué forma el sol
feroz que amenazaba quemarlos hasta la raíz los llenó con la calidez del amor divino y
maduró el fruto de su elección. Vaya historia que los santos tendrán para contar sobre
cómo aquello que amenazaba apagar el fuego de gracia los hizo arder de forma aún
más poderosa, cómo la piedra que amenazaba aniquilar su fe fue transformada en pan
para alimentarlos, cómo la vara y el cayado del Buen Pastor siempre estuvo con ellos
para conducirlos al hogar de forma segura. En ocasiones he considerado que si entro al
cielo por la piel de mis dientes me sentaré en la orilla gloriosa y bendeciré por siempre
a quien, en una tabla o en un pedazo quebrado del barco, llevó mi alma a tierra segura.
Y ciertamente aquellos que obtienen una abundante entrada, viniendo a los justos
cielos como un barco con sus velas a pleno, sin peligro de naufragar, tendrán que alabar
al Señor de que así llegaron al bendito puerto de paz. En aquel caso, el Señor será
especialmente glorificado y admirado.

Aplicación
¿Puede alguien dar gracias por nosotros?
Me gustaría que nos preguntáramos si como creyentes, hombres y mujeres, somos de
quienes Pablo podría decir: «Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros,
hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo, y el amor de todos y
cada uno de vosotros abunda para con los demás». ¿Qué pensamos? ¿Podría nuestro
pastor bendecir a Dios por nosotros? ¿Podrían nuestros amigos creyentes más cercanos
y más queridos sentir que están obligados a agradecer siempre a Dios por nuestra vida?
Si no fuera así, ¿por qué? ¡Oh, que podamos crecer en tan dichoso estado a fin de ser
ocasión que fomente la gratitud de los demás! Me propongo lograrlo. Debemos
glorificar a Dios, haciendo que la gente vea nuestras buenas obras y alabe a nuestro
Padre en el cielo (Mateo 5:16).
Otra pregunta: ¿Nos hallamos en una condición tal que prácticamente aseguraría
que toda persona nos elogiara? ¿Sería cierto en cuanto a nosotros generar en los demás
la necesidad de encomiar nuestra vida y servir como motivo de gratitud? Exige una gran
dosis de gracia ser capaces de recibir alabanza. La moderación rara vez nos perjudica.
Un hombre lucha contra la calumnia y el desaliento que procede de aquella, pero quizá
no sea algo negativo. Recibir un elogio suele dar pie al orgullo, y por tanto no es un bien
que esté absolutamente puro. «El crisol prueba la plata, y la hornaza el oro, y al hombre
la boca del que lo alaba» (Proverbios 27:21). Si Pablo estuviera aquí, ¿diría cosas buenas
sobre nosotros, como hizo con los tesalonicenses? ¿Acaso su actitud no servía como
prueba de que aquellos hermanos eran creyentes serios y bien arraigados?

15
Por otra parte, ¿alguna vez hemos sentido hablar de ese modo sobre otros
creyentes? Pablo se encontraba en una fina condición al exaltar a sus hermanos de esa
forma. Pocos hombres están prestos a elogiar cordialmente a los demás. Tenemos
ambición de recibir elogios pero en ocasiones somos avaros en cuanto a dispensarlos.
Rara vez hablamos de otras personas con demasiada amabilidad. Aquí y allí escuchamos
que alguna persona dice: «No hay tal cosa como el amor en la iglesia». Conozco muy
bien a esa clase de personas y en raras ocasiones he comprobado un exceso de amor en
ellas. Escuché que alguien señalaba: «El amor fraternal es pura tontería; no hay realidad
en la caridad cristiana». Ciertamente esa persona medía con precisión su propia forma
de mirar. La mayoría de los hombres vería mejor a la gente si sus propios ojos tuvieran
mayor claridad. Cuando una persona siente sinceramente que sus hermanos en Cristo
son en gran medida mejores que ella, y que de buena gana se pondría a los pies de
ellos, entonces vive en un estado saludable. Admiro la gracia de Dios en muchos de los
que me rodean. Veo sus imperfecciones como si no las observara. No ando en
búsqueda de las espinas sino de las rosas. Veo tantos de ellos que mi corazón está
contento, y en mi espíritu bendigo el nombre del Señor.
La persona que puede elogiar la obra del Señor en los demás sin decir una palabra
de sí misma da evidencias, por ese hecho, de que ha forjado un buen carácter. Sus ojos
seguramente fueron lavados en las fuentes del amor. Han sido limpiados del polvo del
orgullo, la envidia y el egoísmo, porque de lo contrario no podrían ver ni hablar de esa
manera. Me encanta este texto porque refleja a un hombre lleno de gracia, un hombre
bajo la inspiración del Espíritu de Dios, que se deleita en hablar con entusiasmo de una
iglesia que ciertamente estaba lejos de ser perfecta. Me gozo por aquella forma de ver,
la cual puede ser un poco ciega ante las faltas y ejercitar al mismo tiempo una clara
visión para ver todo lo bueno y digno de alabanza hacia Dios.

Fe, paciencia y amor


La fe alimenta la paciencia en los hombres y la paciencia sirve al amor como su
asistente. Si una persona ama a sus hermanos en Cristo, como un acto de mera
naturaleza, a menudo sentirá desconcierto. Dirá: «Han obrado conmigo con muy poca
amabilidad. ¿Quién podría querer a gente tan maleducada, tan ingrata?». Pero cuando
nuestra fe es sólida, podemos afirmar: «¿Qué es esto para mí? Los amo por amor a
Cristo. Si he de obtener una recompensa, procederá de mi Señor. En cuanto al pueblo
de Dios, lo amo más allá de sus faltas. Por encima de los juicios erróneos que tuvieran
de mí, amo a todos mis hermanos». La forma de hacer mejores a los hombres no
siempre es censurarlos sino amarlos mejor. La manera más rápida de ganar a un
pecador es amarlo para Cristo; el modo más rápido de santificar a un creyente es
amarlo en pureza y santidad. Solo la fe puede lograr algo así. Que la fe, por tanto,
crezca extraordinariamente, porque la fe al obrar paciencia nos ayuda a lidiar con los
demás. Si hay algo grandioso, deseable y bueno, algo semejante a Cristo, semejante a
Dios, la manera de alcanzarlo es permitir que nuestra fe crezca exponencialmente. Si
hemos de erigirnos firmes, como un rompeolas en estos tiempos de abandono de la fe
16
que una vez fue entregada a los santos, nuestra fe debe crecer exponencialmente. Si
como iglesia Dios nos ha traído al reino, junto con las demás congregaciones, para vivir
un tiempo como este; si hemos de alcanzar nuestro destino y trabajar para Dios,
glorificando su nombre, nuestra fe debe crecer exponencialmente. La persona timorata
y apocada, que regrese a su casa; no es adecuada para el día de batalla. Este momento
requiere de héroes. Los que tengan un corazón cobarde estarán fuera de lugar en este
peligroso siglo. Ustedes, que saben lo que saben y creen lo que creen, cuya trampa es
aquella de los guerreros sin temor, tienen un llamado alto: cúmplanlo. Han de ver lo
que Dios hará por ustedes y con ustedes, y será escrito en las páginas de la eternidad
que en tal época la iglesia creció en su fe y por tanto Dios la usó para su gloria.
Que así sea. Que aquellos de entre nosotros que no tengan fe sean guiados a Jesús.
Creyentes, prueben su propia fe al hablar con los incrédulos. En la escuela dominical,
prueben su fe al ganar a sus queridos niños para Cristo. Prueben su fe cada día de la
semana al no dar tregua a los pecadores hasta que acudan a Cristo. Que Dios bendiga a
cada de nosotros uno por amor a su nombre.

De qué forma Dios hace crecer nuestra fe


Hay muchas maneras por las que el Señor hace crecer nuestra fe. Una procede de la
fuerza misma de la vida. Es natural que la vida crezca hasta alcanzar su madurez. Tú,
que eres parte de los pámpanos vivientes en la vid viviente, pruébalo mediante tu
crecimiento. Tú, que eres hijo de Dios, crece en sabiduría y estatura y avanza de fuerza
en fuerza hasta aparecer en Sion delante de Dios. Si hoy en día nuestra fe resultara tan
débil como lo era hace veinte años, si no hubiéramos logrado ningún avance espiritual
durante los últimos diez años, seriamente necesitamos cuestionar si en verdad tenemos
vida espiritual. Quizá no seamos capaces de ver el crecimiento, pero debe haber
crecimiento si hay vida. Existen algunas plantas en las que el crecimiento no visible es
más valioso que el visible; el agricultor se alegra por las patatas que están bajo tierra
mucho más que la parte externa que todos puede admirar. Pero en el creyente debe
haber crecimiento visible en cuanto a celo y buenas obras y crecimiento oculto en
relación a su profunda humildad y su comunión con su Señor en lo secreto. La fuerza de
la vida interior genera crecimiento.
Hay determinadas circunstancias bajo las cuales los creyentes crecen de manera
especial, y crecen en fe por el ejercicio de la fe. Sabemos que si dejamos nuestro brazo
inutilizado, llega un momento en que resulta difícil volver a usarlo. Así sucede con una
persona que mantenga su fe sin ejercer hasta el punto en que difícilmente pueda
denominarse «fe»; por tanto cuidemos que nuestra fe sea preservada en completa
ejercitación, porque solo así crecerá.
Los creyentes también crecen en fe mediante el caminar santo. Al vivir con Jesús (y
para vivir con él debemos ser coherentes en santidad) llegamos a conocerlo mejor y
confiar más en él. Dos personas no pueden andar juntas a menos que estén de acuerdo,
pero si existe un acuerdo entre nuestra vida y el carácter de Cristo, y nosotros somos,
por gracia, capacitados para caminar escrupulosamente en el sendero de la integridad,
17
nuestra fe crecerá más y más fuerte a medida que conozcamos más de Cristo.
Otra forma de ayudar a que la fe crezca es mediante el uso diligente de las
ordenanzas del evangelio. Nuestro cuerpo no crecerá saludable si solamente nos
alimentamos una vez por semana; ocurre lo mismo con nuestra alma. Desde luego,
incluyo los medios de gracia privados y públicos. La oración en privado es como un
invernadero donde las plantas de Dios crecen muy rápido. Los creyentes necesitamos
una temperatura más adecuada de lo que este mundo pueda ofrecernos. Somos como
plantas exóticas y raras de origen celestial, y necesitamos el calor divino antes de
florecer y llevar fruto hacia la perfección. Esto solo puede obtenerse mediante la
oración en privado, la fraternidad secreta con Cristo, y la meditación devota en la
Escritura.
Solo agregaré algo más en este punto, y es que un creyente puede esperar crecer en
la fe cuantas más pruebas llegue a tener. Como creyentes necesitamos tener momentos
tormentosos y días lluviosos si hemos de manifestar flores de gracia y el fruto del
Espíritu. Probablemente crezcamos más en el día nublado y oscuro de la adversidad de
lo que lograríamos mientras el sol brilla sobre nosotros. Así que tengamos buen
carácter bajo las circunstancias más adversas, porque están obrando en nosotros para
obtener un bien más duradero.

La gloria de Jesús en los creyentes


El texto sugiere que el sujeto principal del autoexamen con nosotros debería ser: «¿Soy
santo? ¿Vivo en santidad? ¿Soy creyente en Cristo?» Sí o no, porque de ese «sí» o ese
«no» depende tu glorificación en Cristo o tu destierro de su presencia.
Lo siguiente es observar el valor pequeño de la opinión humana. Cuando Cristo
estuvo aquí el mundo lo desestimó, y mientras su pueblo esté aquí debe esperar ser
juzgado de igual forma. ¿Qué sabe la gente del mundo sobre esto? ¡Cuán pronto su
juicio será revertido! Cuando nuestro Señor aparezca aun aquellos que despreciaron
serán obligados a admirar. Al contemplar la gloria de Cristo en cada uno de los que
formamos su pueblo no tendrán nada para decir en contra de nosotros. No, ni aun la
lengua falsa de calumnia maliciosa se atreverá a sisear una expresión de víbora en aquel
día. Que no te preocupen, entonces. Considera que sus reproches pronto serán
silenciados.
La sugerencia que viene a continuación es un gran aliento para quienes procuren
buscar a Cristo. Se los diré de este modo, grandes pecadores: si Jesús ha de ser
glorificado en pecadores salvados, ¿acaso no será glorificado si él te salvara a ti
también? Si fuera capaz de salvar a alguien tan rebelde como tú, ¿no sería el asombro
de la eternidad? Pon tu confianza en él. Que el Señor te ayude a hacerlo de una vez y
entonces será admirado incluso en ti por siempre jamás.
Nuestro texto también incluye una exhortación para los creyentes. ¿Acaso será
Jesucristo honrado y glorificado en todos los santos? Entonces pensemos bien de todos
ellos y amémoslos. Algunos queridos hijos de Dios tienen cuerpos poco agradables, o
están ciegos, deformados o cojos. Muchos tienen poco dinero y la vez la iglesia los
18
identifique como gente que solo acude en busca de limosnas. Más aun, tienen poco
conocimiento, poco poder para agradar y no son refinados en sus maneras, y
pertenecen a lo que suele denominarse como los rangos bajos de la sociedad. Pero no
los desprecies por eso, porque un día nuestro Señor será glorificado en ellos. ¡Cómo
será admirado en la pobre mujer postrada cuando se levante de sus labores para cantar
aleluya a Dios y al Cordero entre los más brillantes de los resplandecientes! Considero
que el dolor, la pobreza, la debilidad y el pesar de los santos glorificarán en gran
manera al Capitán de su salvación a medida que ellos cuenten cómo la gracia los ayudó
a sobrellevar sus cargas y regocijarse en medio de sus aflicciones.
Por último, este texto debe instar a quienes amamos a Jesús a seguir compartiendo
de él con los demás y llevar testimonio por amor a su nombre. ¿Acaso no será algo
deleitoso en la eternidad contemplar que acudimos a nuestra clase de escuela
dominical y temíamos no tener demasiado para decir, pero hablamos de Jesucristo con
lágrimas los ojos y llevamos a que una querida niña crea en el Salvador por medio de
nuestro testimonio? En los años venideros esa niña será contada entre aquellos que
resplandecerán por siempre con la gloria de Cristo. Admiraremos la corona del Señor
mucho más porque, al ver determinadas gemas brillando en ella, diremos: «Que su
nombre sea bendito por siempre. Nos ayudó a arrojarnos al mar y encontrar esa perla
para él», ¡y cómo adorna su frente sagrada! Ahora, ¡aboquémonos a ello! Ustedes, que
no hacen nada para Jesús, tengan vergüenza. Pídanle que él obre en ustedes y puedan
comenzar a servirle. Y que para Dios sea la gloria por siempre. Amén y amén.

Fuentes
Jesús admirado en aquellos que creen (2 Tesalonicenses 1:10) The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 25
La necesidad de una fe creciente (2 Tesalonicenses 1:3) The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 31
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 1, y 2:1–4 The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 52
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 1 The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 56
El crecimiento de la fe (2 Tesalonicenses 1:3) The Metropolitan Tabernacle Pulpit
Sermons, Vol. 57
Exposición de C. H. Spurgeon: 1 Tesalonicenses 1 The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 63
Una conferencia para los de fe pequeña (2 Tesalonicenses 1:3) The New Park Street
Pulpit Sermons, Vol. 4

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2 Tesalonicenses 2

2 Tesalonicenses 2:1–17
Exposición
1 Pero con respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo Pablo creía en la segunda
venida de Cristo, porque les expresa a los hermanos «con respecto a la venida de
nuestro Señor Jesucristo». Sentía el poder de esta gran verdad. Suele exhortarnos a
velar en virtud de lo incierto del tiempo de dicha venida incluso en lo que respecta a
nosotros. Pero habían surgido algunos en su tiempo, como ocurre hoy en día, que
profesaban tener conocimientos especiales con respecto a la segunda venida, cuándo
sucedería y demás, y empezaban a adivinar y profetizar más allá de lo que realmente
Dios había revelado. Por estos medios algunas personas estaban aterrorizadas y otras
seguían un curso de acción muy necio. Del texto de esta epístola daría la impresión de
que algunas personas olvidaron sus labores cotidianas y bajo el pretexto del inminente
retorno de Cristo, se abocaron a vivir a cambio de limosnas de otros creyentes en lugar
de trabajar. Muchos, no obstante, tenían conmoción en su mente, de modo que Pablo
escribió para reafirmarlos y fortalecerlos.
2 que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar ni os conturbéis En su
anterior epístola a los Tesalonicenses, Pablo había escrito como quien aguardaba que
Cristo volviera de inmediato. Al parecer la gente tomó sus palabras tan literalmente que
pasó a vivir en expectación de la venida de Cristo, y tal vez exhibió cierto grado de
temor al respecto. Ahora Pablo quiere llevar tranquilidad a sus mentes al explicarles
que Cristo no vendría hasta que ocurran ciertos acontecimientos. La historia del mundo
aún no estaba completa. La cosecha de la iglesia todavía no estaba realizada; tampoco
el pecado del hombre (y especialmente «el hombre de pecado») se había desarrollado
por completo.
ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra Estaban perplejos
ante rumores misteriosos, los cuales probablemente los zelotes apoyaban por causa de
una mala interpretación del lenguaje del apóstol en su carta anterior. Parecería que
estaban tentados a dejar sus hábitos regulares. Algunos eran negligentes en sus
negocios en vistas de la teoría de que no había necesidad de atenderlos porque el
mundo se aproximaba velozmente hacia un final. Eso daba pie para que personas
problemáticas dejaran de trabajar y generaran un gran desasosiego entre los miembros
más comprometidos, y por ello Pablo les escribió esta segunda carta con el propósito

20
ferviente de que se establecieran en la verdad y se guardaran del mal, advirtiendo que
el caminar desordenado sería reprimido, y que la iglesia debía estar en paz. Pablo sentía
que era de máxima importancia que esta congregación honorable hallara descanso y no
fallara en su consolidación, ya fuera en medio de sus amargas persecuciones o sus
dificultades internas.
en el sentido de que el día del Señor está cerca En la iglesia de Cristo la enseñanza
siempre ha sido que Cristo vuelve pronto. Esa enseñanza nunca debe suprimirse porque
su venida está cerca, como se le dijo a Juan en el Apocalipsis (Apocalipsis 3:11; 22:7, 12,
20). En paralelo, esta enseñanza ha dado pie a cierta gente presuntuosa para que
profetice que Cristo vendrá entre tal y tal fecha. No saben nada y sus profecías ni
siquiera merecen el esfuerzo que invierten en expresarlas.
Posiblemente fue la falta de consolación que llevó a ciertos tesalonicenses a
predicar la venida inmediata del Señor. Su impaciencia inflamó el deseo y el deseo llevó
a la afirmación de aquellas cosas. Cuando los hombres pierden la consolación de las
doctrinas del evangelio son propensos a dar rienda suelta a las especulaciones, y bajo el
calor de la carne llegar, por ejemplo, a predecir la venida del Señor. Aquellos
abandonaron la espera paciente, que es nuestro deber, por un febril profetismo que no
se fomenta en ningún lugar de la Palabra de Dios. Por ello el apóstol les dijo en 3:5: «Y
el Señor encamine vuestros corazones al amor de Dios, y a la paciencia de Cristo». Un
hombre no aguarda pacientemente cuando se encuentra cabizbajo y apocado en su
espíritu. Que un hombre sienta su propio corazón en rectitud con Dios y esté en paz, y
así pueda aguardar en quietud hasta que Cristo regrese aunque el Señor demore su
venida por un tiempo. Pero cuando todo es zarandeado y nuestra esperanza se reduce,
nuestra fraternidad se quebranta y nuestro celo prácticamente se extingue, nos
aferramos a lo que sea que parezca poner fin a la lucha y nos permita evitar más
esfuerzos. La haraganería y el abatimiento bien pueden conducir a que clamemos:
«¿Por qué tarda su carro en venir?» (Jueces 5:28) así como los trabajadores ociosos
anhelan que llegue la noche del sábado.
3–4 porque no vendrá sin que antes venga la apostasía Pablo sostenía que era
coherente esperar que el Señor viniera pronto y aun así saber que determinados
acontecimientos deben ocurrir antes de su venida. Esa es la condición, considero, a
donde la mente del hombre arribará si es diligente y lee imparcialmente la Escritura, en
especial las secciones proféticas. El Señor vendrá en el momento menos pensado,
aunque desde luego haya claras indicaciones de ciertos acontecimientos que
acontecerán antes de su venida.
Se ha dicho que este pasaje alude a la gran apostasía de la Iglesia de Roma.
Ciertamente, si ha habido un matiz y un clamor para el culpable aquí descrito, uno bien
podría poner tal apostasía bajo sospecha. No obstante puede que no sea «el hombre
sin ley» o «el hijo de destrucción». Tal vez se trate de un espíritu general que brota una
y otra vez, uno de los muchos anticristos que han surgido en el mundo desde la época
de Juan. Hay muchos espíritus que se levantan de continuo, no fuera de la iglesia (allí

21
podríamos lidiar con ellos) sino dentro de la iglesia, empleando las palabras de verdad y
las señales de verdad para significar algo totalmente distinto a la verdad de Dios. Esta
es la gran roca que amenaza con destrucción.
5–7 Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad Había ciertos motivos por el
que aquella enorme iniquidad debía comenzar a desarrollarse aun mientras el Imperio
romano estaba en su poderío para mantenerlo bajo control. Cuando aquello pasó, hubo
oportunidad para que «el misterio de la iniquidad» se volviera déspota del mundo.
sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en
medio Había algo que evitaba el pleno desarrollo del anticristo en el tiempo de Pablo.
Cuando fuera quitado de en medio habría una manifestación más plena de este sistema
pecaminoso.
8–9 por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos Pablo habla
de señales y prodigios mentirosos como la marca del misterio de la iniquidad. Pero
Cristo no obra milagros innecesarios; pone pausa cuando cesa la necesidad de lo
sobrenatural.
10 y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden La iglesia debe estar
siempre en guardia contra aquello que se presente como ángel de luz pero en realidad
se trate de un espíritu de tinieblas.
por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos Este es el ultimo pecado
de todos, que hombres impíos no reciban «el amor de la verdad». Si fueran realmente
sinceros amarían la verdad. Si la gracia de Dios estuviera en ellos, valorarían su propia
verdad preciosa por encima de todo lo demás. Pero cuando los hombres finalmente
rechazan la verdad por la que podrían ser salvos, Dios los visita con juicios terribles.
11–12 Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira La paz
puede ser una paz falsa, una paz tonta. Puede que seamos atraídos a tener una
seguridad carnal. Políticamente, las naciones se han vuelto confiadas en sí mismas, han
soñado con la paz cuando las fraguas han comenzado a sonar con los martillos de la
guerra, y así tan mal les ha ido. Espiritualmente, hay multitudes de personas que
consideran que todo está bien con sus almas cuando, en realidad, todo está mal en
cuanto a la eternidad. Debe temerse que algunos recibieron una «poderosa ilusión por
la cual creerán la mentira». Ahora bien, no podemos decir que eso sea paz perfecta
pues solo yace en la superficie y no resiste ningún examen. Deseamos una paz que
pueda sentarse ante un tribunal y no tenga vendas en los ojos ni bozales en su boca. La
paz que exige un silenciamiento de esto y de aquello es cosa mala. Tal elemento es lo
opuesto a la paz de Dios.
13 Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos
«Hermanos» es una palabra muy especial; su declaración despierta un eco en el corazón
de todo creyente. Es una palabra naturalmente valiosa que Dios espiritualmente la ha

22
transmutado en oro. El título «hermanos» es algo santo y precioso para nosotros;
tratemos de discernir qué implica.
Primero, indica una naturaleza en común. Sean cuales fueran las opiniones que
tengamos con respecto a la unidad de la raza humana, no puede haber diferencia de
opinión en cuanto a la unidad de la naturaleza de quienes nacieron de los mismos
padres. Sin importar cuánto nos diferenciemos unos de otros en algunos aspectos, debe
haber ciertas características o rasgos del carácter en los cuales somos parecidos. Pero
aunque esto no fuera tan natural en la iglesia, es ciertamente espiritual. Todos los
creyentes somos participantes de la naturaleza divina; a todos el Señor igualmente «nos
hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos»
(1 Pedro 1:3). Es algo más que hermandad. Ese concepto no abarca la verdad completa
aunque incluya mucho de ella. Hay una unidad distintiva de naturaleza en todos los
santos del Dios viviente.
El término «hermanos» también implica una experiencia en común. Los hermanos
en una familia de sangre tienen los mismos padres; viven en la misma casa; participan
de la misma comida; comparten los privilegios y las diversas experiencias del mismo
hogar. Así ocurre con aquellos que pertenecen al hogar de la fe, la familia de Dios. Sus
experiencias pueden variar así como un hijo difiere de otro dentro de una misma
familia, pero existe mucha más similitud que diversidad en cuanto a las experiencias de
los hijos vivientes del Dios vivo y verdadero. Son y deben ser uno, no solo porque son
uno en cuanto a naturaleza sino también en gran medida porque los diversos procesos
por los que dicha naturaleza tiene que transmitirse son los mismos.
Más que esto, el título «hermanos» implica que nos amamos mutuamente. Se ha
dicho que hay falta de amor en algunas iglesias que profesan ser cristianas. Bien, quizá
sea realidad; no seré acusador de los hermanos en dicho aspecto. Pero considero que
existe una gran dosis de amor entre los creyentes de lo que la mayoría de la gente
imagina. Es probable que aquellos que señalan una falta de fe en medio de nosotros
juzguen a partir del estado de sus propios corazones, mientras que aquellos que
realmente aman a los santos encuentren que estos también los aman a ellos. La
verdadera base de nuestra comunión mutua es que somos uno en Jesucristo y que esa
unión se manifieste por sí misma en amor a quienes somos, como señala nuestro texto,
«hermanos amados por el Señor».
Esta palabra «hermanos» también implica que todos los creyentes en Cristo
tenemos un Padre en común. Que todos los creyentes se regocijen al expresar de forma
unánime «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mateo 6:9). Hay una línea directa
desde mi corazón al corazón de Dios, y así también desde tu corazón, de modo que el
corazón de nuestro Padre es un lugar común de encuentro. Estuvimos allí, con un
propósito, antes de que este mundo fuera creado, estamos allí por la fe en este
momento, y estaremos allí mediante una experiencia bendita cuando este mundo pase
y el tiempo ya no corra más. Por tener el mismo Padre participamos de igual modo en el
amor del Padre. Puede que no siempre sintamos el mismo amor por todos nuestros
hermanos y hermanas en Cristo, pero el amor de Dios por nosotros y su amor a ellos no
tiene variación alguna.
23
hermanos amados por el Señor. El primer pensamiento con respecto al amor del Señor
por nosotros es aquel de su antigüedad: «Pero nosotros debemos dar siempre gracias a
Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya
escogido». Siempre hemos sido «amados por el Señor». No comenzó a amarnos cuando
nos arrepentimos y regresamos a él. Nos vio en el vitral de su propósito eterno y
entonces nos amó. Ese amor probó muchos silos antes de que supiéramos de él, porque
su amado Hijo, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, nos ha redimido antes de que
naciéramos. Nos dio la prueba más completa de su afecto al dar su vida por nosotros.
No había nada en nosotros para merecer este asombroso sacrificio personal por parte
de Cristo. Al contrario, éramos parte de sus enemigos, profanamos su santo nombre y
despreciamos su sacrificio luego de saber lo que él había hecho. Pero se dio a sí mismo
por nosotros en virtud de que desde la eternidad nos había amado con un amor que no
alteraría su propósito por algo de lo que había previsto que hiciéramos.
de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación Los tesalonicenses no
se avergonzaban de creer en la doctrina de la elección, como algunos cristianos
profesantes lo están hoy. Se regocijaban por haber sido escogidos por Dios desde el
principio. Veían la naturaleza práctica de la elección porque percibieron que habían sido
escogidos para santificación. Su vida era de un modo tal que probaba que eran hombres
escogidos por el Señor, de manera que se volvieron hombres elegidos. Daban evidencia
de la elección secreta de Dios por medio de su manera piadosa de vivir. Esto, espero, es
cierto para nosotros también: somos lo suficientemente anticuados como para
regocijarnos en el amor elector de Dios, y la gracia libre produce un dulce sonido en
nuestros oídos. Si esto es así, debemos dar frutos dignos de ello. La gratitud por la
gracia soberana y el amor eterno debe operar poderosamente en nosotros. Que los
esclavos de la ley acudan a sus tareas con un látigo en sus espaldas, pero los escogidos
de Dios serviremos al Señor con placer y haremos diez veces más por amor que aquellos
que solo esperan recibir su salario. Ninguno puede mostrar las alabanzas de Dios como
aquellos que gustan del amor especial del Señor y conocen la indecible dulzura de su
persona.
¿Has asimilado el sentido completo de la palabra salvación? No implica meramente
salvación del infierno, aunque se incluya también esto. Significa salvación del pecado,
salvación de la culpa y del poder del pecado, salvación de tus dudas, tus temores, tus
problemas; salvación de esa enfermedad que te acosa, salvación del dominio del diablo
sobre ti, salvación en toda su plenitud desde el principio hasta el final. Por todo esto
«Dios los ha escogido como primicias» a quienes son «hermanos amados por el Señor».

24
Determinado a dar un chelín
Temática de predicación: Elección
Hay veinte mendigos en la calle y me propuse dar un chelín a cada uno. ¿Pero acaso
alguno dirá que estoy determinado a darle un chelín, que lo elegí a él para que recibiera
el chelín porque preví que lo recibiera? Sería hablar sin sentido.
De igual modo, decir que Dios eligió a los hombres porque anticipó que tendrían fe
(que es el germen de la salvación) sería demasiado absurdo. La fe es un regalo de Dios.
Toda virtud procede de él. Por ello, no puede llevar a que él escoja a las personas
porque todo parte de su don de salvación, una dádiva de gracia.

mediante la santificación por el espíritu y la fe en la verdad Si hubiera sido posible que


recibieras salvación sin santificación, habría sido una maldición para ti en lugar de una
bendición. Si tal cosa fuera posible, no puedo concebir una condición más lamentable
que tener la felicidad de la salvación sin la santidad que la acompaña. Afortunadamente
no es posible. Si pudiéramos ser salvos de las consecuencias del pecado pero no del
pecado mismo, su poder y su contaminación, no sería una bendición. Pero la salvación
para la que Dios nos ha escogido desde el principio está inseparablemente ligada con la
obra de purificación y santificación del Espíritu Santo que opera dentro de nosotros por
medio de la instrumentación de la fe. Nuestra fe en la verdad ejerce una influencia
purificadora en toda nuestra vida y nos hace desear seguir las pisadas de nuestro
querido Señor y Salvador. Así Dios muestra su sabiduría en la elección de los medios
que él bendice para nuestra salvación, bendiciéndonos tanto por los medios como por
la salvación misma, bendiciéndonos tanto en el camino como al objetivo hacia donde te
conduce. Efectivamente somos «amados por el Señor» por tener el Espíritu de Dios así
habitando en nosotros y confiriéndonos ese precioso don de fe por el cual nos capacita
para creer en la verdad.
14 a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio ¡Cuánto amaba el apóstol el
evangelio! Era el evangelio de Cristo, pero Pablo lo denomina «nuestro evangelio». Él y
sus hermanos se lo habían apropiado por completo, y se había vuelto suyo en
contraposición con otro evangelio, «No que haya otro» (Gálatas 1:7), que él habla de
este con unción y gozo: «… a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar
la gloria de nuestro Señor Jesucristo».
para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo Quienes creemos en Jesús somos
tan «amados por el Señor» que él no quedará satisfecho hasta que compartamos su
gloria. Por eso, alegrémonos en el Señor y regocijémonos en la gloriosa perspectiva que
ha puesto delante de nosotros. Dios no se contentó con darnos felicidad aquí sino que
también nos ha escogido para tener felicidad después. No se satisfizo con hacer un
pequeño cielo para nosotros aquí abajo sino que también ha creado un gran cielo para
nosotros arriba. No designó un paraíso terrenal donde a veces pudiera venir a
visitarnos, como hacía con Adán y Eva en el huerto, sino que ha preparado un lugar

25
para nosotros en su propio hogar en gloria de modo que podamos habitar por siempre
en la casa de nuestro Padre, donde hay muchas moradas. Regocijémonos, entonces,
«amado por el Señor», de que nos haya llamado «mediante nuestro evangelio, para
alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo».
15 retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra
Habían escuchado predicar a Pablo. No solo les había escrito sino que también les había
hablado, y les ordenó atesorar lo que había dicho y lo que había escrito, y apegarse a
ello como si de tal acción dependiera su vida. El apóstol no predicó y luego se marchó,
como el avestruz que deja sus huevos y se marcha. Veló continuamente por la gente
que lo había escuchado, ansioso de que la verdad que oyeron probara en ellos ser el
mensaje de vida eterna.
16 Y en 2:16–17, Pablo ora por los tesalonicenses de modo que lleguen a tener
consolación duradera, lo cual los ayudaría a mantenerlos en calma perseverando en
santidad. Su oración es singularmente empática. Clama al Señor Jesucristo mismo, y a
Dios nuestro Padre, pidiendo que consuele sus corazones, de modo que por medio de
tales consolaciones puedan cimentarse a fin de que nada sea ocasión para que declinen
en ninguna empresa ni testimonio santo. Tal vez, en su temor, algunos habían
abandonado el servicio, considerando en vano proseguir con nada cuando el mundo
estaba tan cerca de su final. Por ello, Pablo los calmó en espíritu para que perseveraran
diligentemente en su caminar con Cristo. Aquello que nos atemoriza, paralizando
nuestro deber, no puede ser algo bueno; la consolación verdadera nos establece en
toda buena obra y palabra.
Es un viento enfermizo que no sopla nada bueno sobre nadie. Le debemos a las
alarmas innecesarias de los tesalonicenses esta oración que, aunque fue útil para ellos,
también es instructiva para nosotros. Mi oración es que mientras leamos sus palabras
seamos guiados hacia pensamientos profundos del amor de Dios, y no solo
pensamientos sino también un deleite personal de dicho amor, el amor de Dios
«derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos
5:5). Escuchar el amor de Dios es dulce (creer en él es lo más preciado), pero disfrutarlo
es un paraíso bajo los cielos; que Dios nos conceda gustar de ello.
el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre Resulta sugerente notar que
la palabra «nuestro» aparezca dos veces en el texto. Pablo no escribe «Jesucristo el
Señor y Dios el Padre», sino «Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre». La fuente
de nuestra consolación actual y de nuestra perseverancia futura es el hecho de que
Jesucristo es nuestro. Mirémoslo ahora, con los ojos reverentes de nuestra
contemplación reverente, en su gloriosa deidad y su perfecta humanidad. Mirémoslo en
el pesebre; contemplémoslo en la cruz; consideremos su vida perfecta y su muerte
redentora; contemplémoslo en su resurrección, su triunfante ascensión y su intercesión
perpetua, y anticipemos su retorno prometido desde el cielo. Amado creyente, él es
tuyo, todo es tuyo. En todas esas posiciones y condiciones, él se ha dado a sí mismo por
ti y por mí, y podemos decir juntos: «Nuestro Señor Jesucristo».
26
Nos ayudará si notamos, luego, que el apóstol menciona especialmente la persona
de Cristo: «el mismo Jesucristo Señor nuestro». ¿Por qué incluyó esa palabra «mismo»
justo allí? Tal vez hubiera estado bien si solo escribía: «Nuestro Señor Jesucristo y Dios
nuestro Padre, el cual nos amó». Pero quería llamar nuestra atención particular a la
verdadera personalidad de nuestro Señor Jesucristo y hacernos sentir que en él (no
meramente en lo que hace y lo que concede, sino en sí «mismo») está la fuente de
nuestra consolación: «el mismo Jesucristo Señor nuestro». ¿Acaso para un creyente
existe una fuente de gozo más segura que Jesucristo, Dios encarnado?
A veces nos estremecemos al pensar en Dios como nuestro Padre, como bien puede
suceder. ¿Cómo podríamos acercarnos a él si no fuera por Dios manifestado en carne
humana, nuestro Señor Jesucristo? Pero cuando confiamos realmente en Cristo resulta
posible que miremos por fe a Dios y nos regocijemos en él. Y, con la reverencia más
profunda del alma, saber que Dios —el siempre bendito Dios, el Dios terrible, el Dios
omnipotente, que conmueve cielo y tierra con su voz, que «toca los montes, y humean»
(Salmo 104:32)— es nuestro Dios. Todos sus atributos de poder, así como aquellos que
por lo general consideramos más llenos de gracia, son ejercidos en nuestro nombre. No
conozco nada que sea de mayor consuelo en momentos de dificultad que esta gran
verdad.
No es «Dios el Padre» (que denota su relación con Jesús) sino nuestro Padre el que
establece su relación con nosotros. Amamos a Dios el Padre —«Al Dios y Padre nuestro
sea gloria por los siglos de los siglos» (Filipenses 4:20)— sino que como «nuestro Padre»
se acerca a nosotros y alegra nuestro corazón. Ahora bien, un padre no paga un salario
a sus hijos; sus dones son otorgados gratuitamente por un amor procedente de su
corazón paternal. ¿Qué padre esperaría recibir una paga por lo que hiciera por sus hijos
y sus hijas? Así vemos que las consolaciones eternas del evangelio, que llegan a
nosotros en virtud de que somos hijos de Dios, están bastante libres de cualquier cosa
que pudiera convertirlas en algo parecido a un contrato o una deuda. Vienen a nosotros
de la manera más gratuita posible como donaciones espontáneas de nuestro gran
Padre, cuyo deleite es darnos buenos dones al pedírselos.
Las palabras nos recuerdan que nuestro Señor Jesucristo y Dios nuestro Padre obran
en santo concierto en las cuestiones relacionadas a nuestro bienestar. Cristo es el don
del amor del Padre por nosotros, pero Jesús mismo amó a los suyos y dio su vida por
sus ovejas. Es cierto que el Hijo nos ama, pero el Padre mismo también nos ama. El
amor de Dios no llega a nosotros procedente de una sola persona de la bendita Trinidad
sino de todas. No debemos hacer distinciones al preferir el amor del Padre, o del Hijo, o
del Espíritu Santo. El amor habita el corazón de las tres personas de la Trinidad.
Debemos adorar y bendecir a nuestro Señor Jesucristo y a Dios nuestro Padre con igual
gratitud.
el cual nos amó A partir de esta realidad deducimos que cada creyente verdadero, todo
aquel que descansa en Cristo y es salvo por medio de la obra eficaz del Espíritu Santo,
es en el momento presente, ante todo, objeto del amor de Dios: «el cual nos amó».
Pablo no se refiere a Dios como si fuéramos extraños para él y él extraño para nosotros,

27
sino que dice: «el cual nos amó». Con respecto a esta cuestión no habla como alguien
que duda, con miedo y una esperanza débil, sino que afirma de manera positiva: «el
mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó». Está seguro de
esto, convencido de que esta gente a quien les escribe, y todos los creyentes en Jesús,
son objetos del amor divino.
Al estar expresado en tiempo pretérito deduzco que el amor que Dios tiene por los
creyentes no es una novedad. No comenzó a amarnos ayer. Creemos que todos cuantos
hemos sido llamados por gracia hemos sido objetos de un amor que nunca conoció un
comienzo. Mucho antes de que las estrellas brillaran o los rayos refulgentes del Sol
mostraran su prístino matiz, el corazón de la deidad había fijado sus ojos en los
escogidos. No fueron meramente conocidos de antemano sino que también fueron
amados de antemano; fueron los favoritos de su corazón, los queridos de su elección. Él
«nos amó». Vayamos en nuestra imaginación todo lo lejos que podamos, hasta el
momento en que el tiempo no había empezado ni la obra de la creación se había
consumado y Dios habitaba en soledad. Aun es cierto en cuanto a todos los creyentes
que en ese entonces «Dios nuestro Padre nos amó».
¿No es maravilloso que hayamos sido objetos de un amor que ha sido tan
constante? Porque así como nunca hubo un comienzo de ello tampoco ha habido un
período en donde ese amor haya disminuido hacia quienes somos destinatarios de ello.
El río del amor de Dios ha fluido en un torrente creciente incluso hasta hoy. Él «nos
amó». Nos amó cuando nuestro Padre Adán nos hundió en las ruinas de la caída. Nos
amó cuando expresó la primera promesa en el huerto del Edén de que la simiente de la
mujer aplastaría la cabeza de la serpiente. Nos amó en los días proféticos cuando
escribía el Libro de Amor sobre el que nuestros ojos deleitados se apresuran a mirar.
Nos amó cuando envío a su Hijo, su Hijo unigénito, para vivir nuestra vida y padecer
nuestra muerte. Nos amó cuando exaltó a su Hijo a su diestra y en su persona nos
exaltó también a nosotros, y nos hizo sentar en lugares celestiales junto con él.
La maravilla no es meramente que Dios amara sino que también nos amara a
nosotros, tan insignificantes, tan frágiles, tan necios, permítanme añadir (para
incrementar la maravilla) tan pecadores y por lo tantos tan desagradables, tan ingratos
y por ello tan provocadores, tan deliberadamente obstinados en volver a nuestros
antiguos pecados, ¡y por ello tan merecedores de ser aborrecidos y rechazados! Puedo
imaginar el amor del Señor por los apóstoles. En ocasiones pensamos en su amor por
los primeros santos sin maravillarnos en gran manera, y de su amor por los patriarcas y
los confesores y los mártires, y algunos hombres eminentemente santos cuyas
biografías nos han cautivado. Pero que el Señor Jesucristo, el mismo Dios, nuestro
Padre, nos amara a nosotros, ¡es maravilla de maravillas!

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El río de la misericordia de Dios
Temáticas de predicación: Amor de Dios, Misericordia de Dios
Si te sitúas junto a la fuente de un gran río como el Támesis, no verás nada allí más que
un pequeño riachuelo, un hecho es evidente, pero por cortesía hablamos de ese
pequeño arroyo como la fuente del río. Es solo una fuente muy parcial; un gran río
obtiene su volumen de agua a partir de miles de arroyos y es sustentado por el
conjunto de su cuenca por la cual fluye. La fuente original donde se inicia un río es, por
lo tanto, un pequeño asunto. Pero supongamos que el Támesis nunca hubiera tomado
agua de ningún arroyo en todo su curso sino brotado de una vez como un río inmenso
desde una cabecera. ¡Qué espectáculo sería contemplar algo así!
Ahora bien, la misericordia de Dios hacia nosotros en Cristo no le debe nada a
ningún otro arroyo. Procede en toda su plenitud de las infinitas profundidades del amor
de Dios por nosotros. Y si en contemplación podemos trasladarnos hacia aquel río
hondo, profundo e insondable, y ver surgir todos los torrentes de la gracia del pacto,
que fluye por siempre hacia la simiente escogida, tendrás frente a tus ojos algo ante lo
cual los ángeles se maravillan.

y nos dio Observemos que las consolaciones otorgadas a los creyentes son gratuitas
porque se las describe como una dádiva: «Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios
nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna». Un antiguo proverbio
expresa bien esta realidad: «Nada es más gratuito que un obsequio». Cada bendición
que recibimos de Dios viene como un regalo. No hemos comprado nada; ¿qué tenemos
que nos permita comprar algo así? No hemos ganado nada por nuestro mérito; ¿qué
obra hicimos que pudiera merecer consolación eterna provista por mano del gran
Señor? La consolación en Cristo es un don absolutamente gratuito y espontáneo de
gracia soberana, dada no según algo que hayamos hecho, o alguna vez lleguemos a
realizar, sino en virtud de que el Señor tiene el derecho de hacerlo por su pura
voluntad. Por ello, el escoge para sí mismo un pueblo a quien darle el don gratuito de
su consolación. Si tenemos algún consuelo en este momento, es don de Dios para
nosotros. Si triunfamos en Dios, es él que nos ha dado su gozo santo. Por ello,
bendigamos y alabemos su nombre, de quien tal bendición ha procedido.
consolación eterna ¿Qué nos ha dado Dios? Nos ha dado «consolación eterna».
Captemos esa expresión porque nos recuerda el amor eterno, el pacto eterno, las
promesas eternas, la redención eterna y el cielo eterno. Los hombres de nuestro
tiempo reducen esta palabra «eterna». Nosotros no; la tomamos tal como la
encontramos. Aquello que es eterno dura por siempre; no tenemos dudas de ello. Y
Dios nos ha dado consolación que durará en la vida, perdurará en nuestra muerte y se
extenderá con nosotros a través de la eternidad. Bien, si él nos ha dado «consolación
eterna», podemos rogarle que en su gracia nos capacite para echar mano de ella, que
nuestro corazón sea consolado y animado, y que pueda cimentarse en toda buena obra
y palabra.
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¿En qué consiste esta «consolación eterna»? Incluye un sentido de pecado que ha
sido perdonado. Un creyente, cuando su corazón es recto, sabe que Dios ha perdonado
sus pecados, que los ha arrojado a sus espaldas y que nunca volverán a mencionarse en
su contra. Ha recibido en su corazón el testimonio del Espíritu en cuanto a que Dios ha
borrado sus transgresiones que eran como una nube gruesa, como una nube sus
pecados. Bien, si el pecado es perdonado, ¿acaso esto no constituye un aliento? Sí, una
consolación eterna también, una con la que podremos vivir y con la que podremos
morir, y con la nuevamente nos levantaremos en resurrección.
Esta «consolación eterna» también nos confiere un sentido permanente de
aceptación en Cristo. El creyente sabe que Dios lo observa como quien está en Cristo. Y
en tanto que Dios sitúe a Cristo en lugar del creyente y castigue a Cristo por el pecado
de aquel, ahora ubica al creyente en el lugar de Cristo y lo recompensa con su amor
como si hubiera sido obediente hasta la muerte, por la obra de Cristo.
Más aún, el creyente tiene la convicción de su seguridad en Cristo. Dios ha
prometido salvar a quienes confían en Jesús. El creyente cree en él y cree que Dios será
tan bueno como dice su Palabra, y que por tanto lo salvará. Siente, por ello, que lo que
le ocurriera en providencia, sean cuales fueran los embates que aparecieran por la
corrupción interior o la tentación exterior, estará seguro en virtud de su unión con
Cristo, ¿y acaso no constituye esto una fuente de consolación?
La consolación temporal del dinero y el conocimiento
Temáticas de predicación: Consolación, Ánimo
Un hombre trabaja para ganar dinero y, luego de esforzarse duramente, obtiene lo
deseado, que se transforma en una consolación para él. Pero no se trata de una
consolación duradera, porque puede que lo gaste o lo pierda. Podría invertirlo en
alguna compañía (limitada o ilimitada) y muy pronto verlo desaparecer o tal vez podría
verse obligado a dejarlo por causa de su muerte. No podría ser, en el mejor de los
casos, más que una consolación temporal.
Otro hombre se esfuerza por adquirir conocimiento. Lo consigue; se vuelve alguien
eminente; su nombre es famoso. Es una consolación para él por todo su esfuerzo. Pero
no puede ser duradero, porque cuando siente dolor de cabeza o de corazón, sus grados
y su fama no podrán animarlo. O cuando su alma se vuelve presa del abatimiento, tal
vez busque conocimiento en los diversos tomos aprendidos antes de poder hallar una
cura para la melancolía. Su consolación es frágil e inconstante. Solo servirá para
alentarlo en temporadas intermitentes; no se trata de una «consolación eterna».
Pero me aventuro a decir que, por medio de la consolación que Dios concede a su
pueblo, su duración sobrepasa todo entendimiento. Podrán permanecer firmes ante
cada prueba: el impacto de la tribulación, el estallido de la pasión, el lapso de los años.
Incluso aún más: podrán soportar el pasaje a la eternidad, porque Dios ha dado a su
pueblo «consolación eterna».

y buena esperanza por gracia Tenemos una buena esperanza que el amor de Dios

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nunca nos fallará y que, cuando nuestra vida concluya en la tierra, entraremos en su
descanso por siempre y podremos contemplar su rostro con gozo. Tenemos una buena
esperanza de que, cuando los días y los años transcurran, nos encontraremos en el
cielo. Tenemos una buena esperanza de habitar en la eternidad con nuestro Dios,
«siempre con el Señor».
Esta es la esperanza cristiana, y es una buena esperanza. Es buena por lo que nos
ofrece, pero es especialmente buena por aquello sobre donde se encuentra cimentada.
El motivo por el que los creyentes esperamos esta felicidad eterna es porque Dios nos
ha prometido y nos ha dado un adelanto de ello. Incluso ahora tenemos al cielo en
nuestro corazón. Es decir, tenemos dentro de nosotros el comienzo de esa vida que, en
el debido tiempo, se transformará en vida eterna.
Pruebas del cielo
Temáticas de predicación: Cielo, Esperanza, Promesas
En tiempos antiguos, cuando los hombres adquirían fincas, se acostumbraba que el
vendedor diera al comprador un penacho de hierba y una hoja de uno de los árboles de
la tierra, dando a entender que el comprador disponía de lo que se llamaba toma de
posesión de la propiedad. Eran pruebas de que esta ahora le pertenecía.
Cuando Dios concede verdadera fe en Cristo y capacita un alma para que tenga paz
con Dios por medio de la preciosa sangre de Jesús, esto significa arras del cielo, un
anticipo de su bendición y una evidencia segura de que el cielo es ciertamente suyo.
Confío en que haya muchos de nosotros que tengamos este anticipo y nos sintamos
consolados por él. Tenemos una buena esperanza porque está fundada en la promesa
de Dios en su Palabra y sobre el testimonio del Espíritu en nuestro corazón de que
somos nacidos de Dios.

Y se dice que es una «buena esperanza por gracia». Amigos, no hay buena
esperanza excepto «por gracia». No podemos tener una buena esperanza por medio
del mérito. Si alguien aguardara tener buena esperanza a través del bautismo, en gran
medida estaría equivocado. El bautismo simplemente es el testimonio de una buena
conciencia para con Dios; no puede dar ninguna esperanza del cielo. Si hemos de
edificar sobre un cimiento como el bautismo, la confirmación, la cena del Señor o
cualquier otra actividad, seremos tristes perdedores, porque no hay nada en aquello
que edifique la esperanza del creyente. Ni tampoco debemos construir nuestras
esperanzas sobre nuestras oraciones, lágrimas o cualquier otra cosa que pudiéramos
hacer. Si procedemos de ese modo, será un fundamento arenoso, y cuando lleguen las
tribulaciones cederá bajo nuestros pies. Pero tener una buena esperanza por gracia,
una esperanza como esta —es decir, soy un pobre pecador indigno que he sido invitado
por Dios a depositar mi confianza en su amado Hijo y él ha prometido que, si lo hago,
seré salvo; confío en Jesús y por lo tanto como Dios ha prometido, seré salvo— esto es
ciertamente un fundamento sobre el que puedo edificar sin temor alguno. ¿Acaso no es
el todo de la esperanza cristiana, que «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los

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pecadores» (1 Timoteo 1:15), y que todo aquel que cree en él «no se pierda, mas tenga
vida eterna» (Juan 3:16)?
17 conforte vuestros corazones ¿Por qué aparece la conjunción de estos dos elementos
en esta oración destacable? ¿Por qué se expresa de esta manera: «Y el mismo
Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre […] conforte vuestros corazones, y os
confirme en toda buena palabra y obra»? Respondo, primero, que las dos cosas,
confortar y confirmar, van de la mano porque confortar por sí mismo no alcanza. No
deseamos primero y por encima de todo que los creyentes sean confortados. Es un gran
privilegio ser confortado, especialmente por el Consolador, porque tal consuelo es
sólido, seguro y santo. Pero, en simultáneo, hay quienes se equivocan pensando que el
motivo principal de conocer a Dios es que uno pueda ser consolado y feliz.
Ofrezco otra respuesta a la pregunta: «¿Por qué entonces esta combinación entre
confortar y confirmar?». Esto se debe a que establecerse en toda buena palabra y obra
no es suficiente por sí mismo. Necesitamos ser confortados así como también servir al
Señor. Nuestro Dios no es como el faraón, que no concedía a los hijos de Israel ni
siquiera un día para descansar y adorar a Dios. El faraón dijo: «Moisés y Aarón, ¿por
qué hacéis cesar al pueblo de su trabajo? Volved a vuestras tareas» (Éxodo 5:4). Pero
Dios no nos habla de ese modo. El servicio que sus hijos le rinden es totalmente
compatible con el reposo. Somos como ciertas aves que se dice que descansan sobre
sus alas; nunca tenemos mejor descanso que cuando nuestras facultades están
ocupadas en servir a nuestro Señor. Pero la obra por sí misma, el establecimiento en
toda buena palabra y obra solamente, puede tender al desgaste. Podríamos llegar a
agotarnos si Dios no nos ministrara consolación divina mientras lo servimos. Más aún,
estoy seguro de que nunca haremos bien la obra de Dios si él no nos conforta, porque
obreros infelices, aquellos que no aman su trabajo y no se sienten cómodos en él,
aquellos que no sienten el consuelo de la religión en ellos, son por lo general obreros
muy pobres e infructuosos.
Y luego, se debe a que confortar el corazón contribuye con el establecimiento del
alma en el servicio. Van de la mano porque una cosa ayuda a la otra. Quien es feliz en el
Señor perseverará en el servicio del Señor. Quien derive de su religión el sustento y el
consuelo es la persona que no se apartará de ella. Percibo que eso es lo que ocurre
usualmente con quienes declinan de la fe. Primero pierden todo consuelo y gozo de la
religión; no tienen el brillo ni el deleite que alguna vez gozaron en las cosas de Dios.
Después, desde luego, abandonan este servicio particular y luego aquel otro.
Comienzan a ausentarse de los medios de gracia, de las reuniones de oración y así otras
realidades, y esto sucede porque llegaron a pasar por alto lo que resulta de valor para
establecer sus mentes, esto es, el consuelo, el gozo y la paz que la verdadera religión
solía brindarles. En el momento en que percibamos que no somos felices en el Señor,
no descansemos hasta volver a serlo.

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Gozo al llevar la carga
Temáticas de predicación: Apostasía, Gozo, Tentación
Nunca me sorprendo al oír de creyentes que abandonan el cristianismo porque nunca
han experimentado el gozo que este ofrece. Solo ha sido una carga para ellos. Cuando
vemos a uno de esos pobres trabajadores que transportan elementos llevando una
carga en su espalda que no es de ellos, ni los protege ni los consuela sino que solo
añade peso a sus hombros, no es de sorprendernos que si al obtener el descanso que
implica dejar su carga se marchan y la olvidan, y muy contentos de recordarla más. Pero
si fuera de su propiedad, su propio tesoro, no los veríamos olvidarse ni salir dejando
todo atrás.
Aquello de lo cual obtengas el mayor gozo será, en el largo plazo, lo más querido
para ti. Y si continuamente te regocijas en el Señor, tu gozo te ayudará en gran medida
para resistir las diversas tentaciones de escepticismo y superstición ante las que otros
ceden.

y os confirme en toda buena palabra y obra Estas son las dos maneras de confirmarse:
en buena doctrina y en buena práctica. Cuando un creyente recibe buenas palabras, el
diablo querrá arrebatárselas y apartarlo de ellas. Es una de las obras maestras de
Satanás tratar de perjudicar nuestra fe. Si logra llevarnos a creer falsamente, fácilmente
nos podrá conducir a obrar falsamente. De modo que Dios «os confirme en toda buena
palabra y obra». No sé qué nuevo error enfrentaremos en las próximas 24 horas. Hay
ciertas personas que son tan propensas a las novedades que han avanzado bastante
cerca de cada forma de error que nuestra pobre imaginación logre concebir, y aún así
parecen ser tan aplicados como para inventar nuevas maneras. Tenemos nuevos
«ismos» e «itos» de toda clase, y verdades antiguas, que pensábamos que nunca serían
puestas en tela de juicio, hoy en día son cuestionadas. Una época de gran actividad
religiosa es ciertamente también una época en la que el error está en plena actividad.
Por ello se hace más que necesario que oremos por los creyentes de modo que puedan
establecerse en toda buena palabra.
Abrazar las leyes de Dios hasta encontrar mejores
Temáticas de predicación: Ley, Escritura
He leído que, cuando el pueblo del estado de Massachusetts quería establecer leyes y
no tenía tiempo para elaborarlas, aprobaron una resolución que promulgaba que serían
gobernados por las leyes de Dios hasta que lograran disponer del tiempo para elaborar
leyes mejores. Puede que creamos en las doctrinas reveladas en la Palabra de Dios
hasta encontrar mejores, ¡cosa que nunca podremos hallar!

Pero la bendición invocada por el apóstol es aquella que podamos establecernos en


toda buena obra así como en toda buena palabra. A algunos creyentes les encanta la
palabra aunque no les guste la obra. Pero a menos que nuestra piedad se extienda a
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nuestra obra cotidiana no será piedad en sentido pleno. ¡Que podamos establecernos
en toda buena obra! ¡Que haya buena obra de santidad en todas las relaciones de
nuestra vida! ¡Que podamos ser los mejores hijos, las mejores hijas, los mejores padres,
los mejores esposos, las mejores esposas, los mejores jefes, los mejores sirvientes!
¡Hagamos lo que hiciéramos, que podamos establecernos en toda buena obra en cada
relación de nuestra vida!
Adquirir consolación al incrementar la obra
Temáticas de predicación: Consolación, Buenas obras
Perderás tu consolación si empiezas a ser negligente en tu obra. Recuerdo lo que
sucedía con unos muchachos en su casa. Durante el clima frío se amontonaban en
torno al hogar a leña, casi sentándose sobre el fuego. Hacía tanto frío que no podían
intuir cómo atravesarían el amargo invierno. Pero cuando el padre entraba a la sala,
decía: «Ahora, muchachos, a trabajar y quitar esa nieve. No estén ociosos; vayan y
hagan algo». Sus mejillas comenzaban a enrojecer y de algún modo u otro la
temperatura parecía alterarse considerablemente, porque por medio de su actividad
entraban en calor.
Considero que lo mejor para algunas personas sería que tuvieran algo que hacer.

Aplicación
¡Dios te ama!
Si confías en Jesucristo, ¡Dios te ama! Que él piense en ti es algo; que tenga piedad de ti
es algo más; que tenga paciencia contigo no es asunto menor. ¡Pero pensar en un Dios
que te ama es un hecho grandioso! Ese ser infinito a quien los cielos de los cielos no
pueden contener, cuyos años son eternos, cuya existencia no tiene límites ni sombras
de variación, te ama. Y aun así eres, en comparación con él, «menos que nada, y que lo
que no es» (Isaías 40:17). ¿Puedes concebir que un ángel ame a una hormiga? ¿Puedes
imaginar a uno de los serafines enamorándose con el baile del mosquito bajo los rayos
del sol? Sería una condescendencia maravillosa si esos espíritus augustos amaran a tales
criaturas insignificantes, pero aún así solo se trataría de una criatura amando a otra
criatura, y entre una criatura y otra la distancia jamás superaría la que existe entre el
Creador y los seres creados. Que Dios, el eterno, infinito, todopoderoso Yo Soy, tenga
condescendencia para amarnos, que somos como gusanos en comparación con él (¡y
que somos como las cosas del ayer, que pronto se marchitan!), ¡oh, qué extraño, que
sublimemente extraño, qué maravilla! Pese a que supere nuestro asombro, no excede,
gracias a Dios, en cuanto a realidad de fe. Pero si Dios mismo no se hubiera revelado,
tendríamos motivo suficiente para suponer que sería imposible que el Señor Jesucristo
y Dios nuestro Padre nos amaran.
Ahora bien, mis queridos hermanos y hermanas en Cristo, no debemos estar
satisfechos a menos que lleguemos a hablar del amor de Dios por nosotros en los
mismos términos positivos que los utilizados por el apóstol Pablo. Nunca nos
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contentemos si no tenemos la certeza de que Dios nos ama. No demos descanso a
nuestros ojos, ni se adormezcan nuestros párpados hasta que, por medio de una fe
viviente, seamos capaces de leer nuestro título claramente bajo el amor de Dios. Puede
que hayas perdido la presencia sensible de ese amor; entonces pide gracia para buscar
hasta que la encuentres de nuevo. Quizá fuiste salvo y aun no eres feliz, pero no debes
contentarte a menos que estés seguro de que eres salvo. Entonces tal certidumbre
infaliblemente te dará paz y gozo. Si ahora tu seguridad plena te ha dejado y tu fe se
encuentra ensombrecida, ven y golpea nuevamente ante el portal de la misericordia y
aférrate a sus marcos, mirando al crucificado. Dirige tus lágrimas hacia el Calvario,
confiando de nuevo en aquel cuyas heridas deben darte sanidad y en las líneas carmesí
en cuyas agonías debes leer tu aceptación. Acude allí, te digo, y no estés contento hasta
decir con Pablo: «Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos
amó».

A qué se parece el amor del Señor


¿Acaso hay algo que ahora podamos hacer por Cristo? Los israelitas encontraron el
maná en el desierto, no mirando hacia el cielo sino mirando hacia el suelo. En lugar de
mirar hacia el cielo para obtener medios para glorificar a Dios, podemos hallar
oportunidades de hacerlo en nuestro andar cotidiano. Hagámonos estas preguntas y
respondámoslas ante la mirada de Dios: ¿Qué puedo hacer por Dios en mi círculo
familiar? ¿Qué puedo decir de Jesús a mis amigos? ¿Cómo llevar más gloria para Dios en
mi vida espiritual? ¿Qué ofrenda especial puedo darle a mi Salvador así como María,
que llevó un perfume costoso de nardo y ungió los pies de Jesús? ¿Qué lágrimas de
penitencia puedo derramar ante su rostro desfigurado? ¿Qué fe santa puedo ejercitar
ante su persona resucitada y glorificada? Que podamos, como «amados por el Señor»,
con nuestras ideas más enriquecidas con respecto a su gloria y la venida de su reino,
considerar de qué forma mostrar en la práctica que ciertamente amamos a Aquel por
quien somos amados en gran manera.
Algunos de ustedes están tristes y abatidos, pero aún así son los «amados por el
Señor». Entonces ¿por qué están tan desanimados? Están cargados, pero en virtud de
que son «amados por el Señor» deberían regocijarse en él a pesar de la causa del
abatimiento actual de espíritu que experimentan. Han luchado con el pecado innato y la
batalla ha sido tan feroz que han temido ser derrotados. Pero como son «amados por el
Señor» deben ser más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Cuando suene
la última trompeta, y las incontables huestes de los redimidos se reúnan ante Cristo, y
ustedes a quienes Dios ha escogido desde el principio para salvación por medio de la
santificación del Espíritu y creer la verdad, a quienes él ha llamado por nuestro
evangelio, obtengan la gloria de nuestro Señor Jesucristo, olvidarán todo el sufrimiento
que hayan llevado por su causa. Se regocijarán con gozo indecible y se llenarán de gloria
al ser siempre contados entre los «amados por el Señor».

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Los consuelos de Dios deberían guiar nuestra vida de benevolencia
En virtud de que estas consolaciones del amor de Dios han sido tan libremente
otorgadas a nosotros, deberían conducirnos a una vida de santa benevolencia. Hemos
de ser liberales en nuestra generosidad para con los demás, pues Dios ha sido tan
generoso en su liberalidad para con nosotros. Así como él ha abundado en nosotros su
infinita generosidad también debemos abundar hacia todos aquellos con quienes
estemos en contacto hasta la medida completa de nuestra capacidad en todo amor,
toda bondad y toda misericordia.
En todo emprendimiento benevolente los creyentes deberían tener un interés de
corazón. Leamos el versículo 17: «… conforte vuestros corazones, y os confirme en toda
buena palabra y obra». Soy un hombre, y como tal todo lo concerniente a los hombres,
me concierne. Soy un creyente, y como seguidor de Cristo, el Hijo del Hombre, todo lo
que pueda hacer bien a los demás seres humanos es una cuestión en la que me deleito
en participar.
Esto debería obrarse por medio de acciones directas así como de palabras. Leemos:
«… os confirme en toda buena palabra y obra». Las obras deben acompañar las
palabras. Algunos creyentes consideran que las palabras deberían ser todo y las
palabras, nada, pero no tienen en cuenta la Escritura. Estos creyentes hablan mucho de
lo que harán, invierten tiempo en lo que otros deberían realizar y gran esfuerzo en
hablar de lo que otros fallan en efectuar. Y así proceden con palabras, palabras,
palabras y nada más que palabras. No pasan a las obras. Pero al apóstol incluye «obras»
en su expresión, como si dijera: «Sea que hables o no de ello, hazlo. Cimenta tu vida en
toda buena obra aunque no seas capaz de expresar una multiplicidad de palabras».
Hemos de combinar palabras y obras. Todo lo bueno debería guiar nuestra defensa y
asegurar nuestro socorro al máximo de nuestra capacidad. Todos deberíamos ejercer
asistencia práctica y directa en virtud de que nuestro Señor no ama solo de palabra sino
en obra y en verdad.
Esto debería hacerse sin presiones. Nadie podría imponerle a Dios que bendijera a su
pueblo; ninguna presión se ejerció sobre Cristo para redimirnos. Todo lo que se nos ha
mostrado fue espontáneo, soberano y gratuito. Por ello los hombres deberíamos darle
a Dios a partir de un corazón sobreabundante. Démosle a él como un rey le da a otro
rey. ¿Cómo da un rey? Como le plazca. Esa es la forma de dar: dar porque uno se deleita
en dar no porque uno se sienta obligado a hacerlo porque los demás nos observen sino
a partir de un corazón real que se deleite en la liberalidad. ¿No harás lo que quieras con
lo tuyo? ¿Cómo puede un corazón lleno de gracia satisfacerse mejor a sí mismo que
hacer el bien? Da como si le dieras a un rey, porque nunca damos nuestras posesiones
despreciables a personajes de la realeza. Damos lo mejor que tengamos si hemos de
darles algo. Que así sea en todos los servicios que rendimos a Dios. Que él tenga
nuestras mejores posesiones, las más nobles y más queridas.

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¿Cómo te las arreglas sin esperanza?
No puedo entender a quienes no tienen Dios; no puedo comprender la condición de
aquellos que no tienen «buena esperanza por gracia». ¿Qué pueden hacer? Tienen que
trabajar muy duro desde la mañana del lunes a la noche del sábado. El domingo, no
tienen día de reposo ni piensan en un mundo futuro ni se elevan hacia una atmósfera
pura. Yacen en cama, quizá, por la mañana. Luego se levantan y holgazanean en
pijamas; no hay nada que obtener que no sea lo que se encuentra bajo la luna, y muy
poco de eso. Es mejor ser un perro que una persona si no existe esperanza de un más
allá. Es mejor no vivir para nada que llevar tal vida de muerte y buena para nada como
si la persona que viviera lo hiciera sin Dios y sin esperanza. Ciertamente quienes están
sin Dios y sin Cristo tienen sus momentos de ahogamiento, lamento y aburrimiento, ¿no
es cierto? ¿Qué hacen entonces? Quizá intenten huir por medio de las bebidas
alcohólicas. Algunos hacen eso, y es ciertamente dañino; intentar envenenar tu
conciencia ¡y silenciar al mejor amigo que tenemos dentro! No hagas esto, sino
considera a Dios y a «Jesucristo Señor nuestro». En este camino hay esperanza, se
encuentra la cruz, y puedes clamar a quien recibió allí las heridas por los pecadores. En
este camino reside tu única esperanza. ¡Oh, que puedas pensar en ello y considerarlo!
Si Dios mismo desciende del cielo para salvar a los seres humanos, debe merecer la
pena que una persona mire y entienda lo que Dios hizo por ella en aquel sacrificio
sublime.
En especial hay vida para quienes se encuentren atribulados, abatidos,
prácticamente deseando no vivir pero temiendo que, cuando la vida llegue a su fin,
podría ser mucho peor, por quien tienes «el temor a algo después de la muerte». ¡Oh,
que puedas reconciliarte con Dios por medio de la muerte de Jesucristo! Al hacerlo,
animará tu corazón y podrás ser guiado hacia toda buena palabra y obra por medio de
la gratitud al Señor Jesucristo nuestro Salvador. Su gracia te salvará y preservará hasta
el fin. ¡Que este pueda ser el momento cuando busques y encuentres al Señor! «Si tú le
buscares, lo hallarás» (1 Crónicas 28:9). Dios lo concede, ¡por amor a su amado Hijo!
Amén.

Fuentes
Victorioso Emanuel, Emancipador (Isaías 42:7) The Metropolitan Tabernacle Pulpit
Sermons, Vol. 17
Amor divino y sus dones (2 Tesalonicenses 2:16–17) The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 19
Gracia gratuita, una razón para la generosidad liberal (2 Tesalonicenses 2:16–17)
The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 26
Exposición: Marcos 5:21–43 The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 28
El canto de una ciudad, y la Perla de paz (Isaías 26:3) The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 31
37
Expresar la Palabra del Señor (1 Tesalonicenses 1:8) The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 35
Confortar y confirmar (2 Tesalonicenses 2:16–17) The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 40
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 2 y 3:1–5 The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 40
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 1 y 2:1–4 The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 52
Lo que tenemos y hemos de tener (2 Tesalonicenses 2:16–17) The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 52
Una bendición completa (2 Tesalonicenses 2:16–17) The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 56
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 2 The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 56
Títulos de honor (2 Tesalonicenses 2:13) The Metropolitan Tabernacle Pulpit
Sermons, Vol. 58

2 Tesalonicenses 3

2 Tesalonicenses 3:1–5
Exposición
1 Por lo demás, hermanos, orad por nosotros «Orad por nosotros», dice el apóstol.
«Oren por mí y los hermanos que están conmigo; oren por todos los apóstoles y
predicadores de la Palabra». Si esta fuera la última palabra que yo tuviera para decir,
haría este pedido: «Por lo demás, hermanos, orad por nosotros». Uno apenas puede
imaginar cuántos siervos de Dios han sido socorridos por las oraciones de su pueblo. El
hombre fuerte de Israel será el mejor gracias a las oraciones del santo más débil en
Sion. Si no puedes hacer nada más, puedes orar por nosotros. Por ese motivo, día y
noche permanece en la silla de la misericordia en nuestro nombre.
¿Qué podrían hacer los ministros del evangelio si su gente cesara de orar por ellos?
Aunque sus propias oraciones sean escuchadas, como sucede, y una medida de
bendición sea otorgada, no obstante será una medida menor en comparación con lo
que ocurriría si todos los santos unieran sus intercesiones. Donde fuera que veamos la
Palabra de Dios con gran poder obrando en un determinado lugar debería ser un reto
pedir en oración que ocurra lo mismo en otros lugares, porque se trata de la misma
Palabra y el corazón de la gente es el mismo. El mismo Espíritu puede dar la misma
bendición en todo lugar. Por consiguiente Pablo dice: «… orad por nosotros, para que la
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palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros». Ahora bien, si
tu congregación disfruta de una prosperidad abundante, que ore por otros para que
obtengan lo mismo. Y si no la tienes, cobra ánimo de cualquier iglesia que veas
prosperar y pide al Señor que haga las mismas cosas por tu congregación. Es muy
probable que si oráramos más por los ministros estos serían más bendecidos. Hay
muchas personas que no pueden «escuchar» a su ministro, y el motivo tal vez sea que
Dios nunca escucha a su gente orar por su ministro.
para que la palabra del Señor corra y sea glorificada, así como lo fue entre vosotros
«Ustedes tesalonicenses disfruten el poder de la Palabra. Oren que sea así en todo
lugar». Se dice que Pablo escribió esta epístola desde Corinto o Atenas, y que anhelaba
que la Palabra de Dios prevaleciera como había ocurrido en Tesalónica. Oremos ahora
que en todo rincón del mundo la Palabra de Dios tenga vía libre. Hay muchos que se
interponen para frenar su avance. Pidamos que Dios quite todo obstáculo, que la
Palabra del Señor tenga curso libre. Queremos que el evangelio se esparza hasta que
toda la tierra conozca su bendito mensaje.
2 y para que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la
fe No todos los hombres son cándidos ni sinceros. Realmente no sé qué es lo peor con
lo que lidiar: un hombre con quien no se puede razonar o un hombre malvado. Un
malvado puede hacerte toda clase de maldades, pero pronto lo reconocerás. Pero
alguien que no razona, no sabes dónde se encuentra y podría atacarte desde toda clase
de ámbitos. Algunos creyentes son muy poco razonables, muy buenos en algunos
puntos, pero bastante necios, y una persona necia puede incendiar un pueblo tan
fácilmente como alguien malvado. El accidente del necio puede ser tan peligroso como
el diseñado por un malvado.
3 Pero fiel es el Señor Qué maravilloso contraste, ¡y cuán sugerente de consuelo! «No
todos tienen la fe. Pero el Señor está lleno de fe, es fiel». Qué cierto. Él cumple sus
promesas.
que os afirmará y guardará del mal Se nos enseña a orar por esta gracia. Aquí se nos
dice que la tendremos. En virtud de que Dios es fiel, nos guardará del mal.
4 hacéis y haréis lo que os hemos mandado Pablo no ordena que los tesalonicenses
hagan nada excepto aquello por lo que puede orar a Dios que obre en sus vidas. El
mandamiento de un hombre no es nada. Pero cuando este solo pide que se haga
aquello por lo que puede orar a Dios que realice, entonces hay poder en su mensaje.
Nuestra obediencia a las ordenanzas apostólicas debería ser del presente y del
futuro. Deben fijarse en nuestra alma. Lo que el Señor ha ordenado en su iglesia por sus
apóstoles debe ser cuidadosamente considerado por nosotros.
5 Y el Señor encamine vuestros corazones El lugar para Dios en referencia al corazón es
el de director supremo. Cuando el Señor pone su mano sobre el corazón, que es como
el timón de una nave, entonces el buque entero es dirigido correctamente. Esto, por
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tanto, es lo que pedimos que el Señor obre. Cuando el Espíritu Santo viene al corazón y
asume el control supremo de los afectos, entonces la vida entera y la conversación son
de una clase piadosa.
El Dios que nos creó puede ser invocado con toda fuerza para gobernarnos. Cuando
reconocemos la gloria de la Deidad percibimos la perfecta idoneidad de tal dirección
como procedente del Dios trino. Aunque el Espíritu Santo no se mencione por nombre
en este versículo, sí se hace referencia a su persona por medio de sus operaciones,
porque es el Espíritu de Dios quien lidia con el corazón de los creyentes. Me deleito
particularmente en este versículo en virtud de que vemos a la bendita Trinidad en
unidad en pocas palabras: «Y el Señor» (esto es, el Espíritu Santo que habita en los
creyentes) «encamine vuestros corazones al amor de Dios (por quien entiendo al Padre)
y a la paciencia de Cristo».
al amor de Dios Hemos de acceder al amor de Dios. Conocemos el amor de Dios de
diversas formas. Muchos lo conocen por haberlo oído, incluso como el ciego puede
conocer los encantos de un paisaje alpino. ¡Pero qué pobre conocimiento! Otros hemos
gustado el amor de Dios, hemos hablado del amor de Dios, hemos orado y cantado
acerca del amor de Dios. Todo bien, pero Pablo quiso expresar algo mucho más
luminoso. Ser dirigidos hacia el amor de Dios es otra cosa totalmente distinta de lo que
puede ser dicho.
Acceder al huerto del amor de Dios
Temática de predicación: Amor de Dios
Un huerto hermoso se dispone delante de nosotros. Vemos por encima del muro e
incluso se nos permite pararnos en el portal mientras alguien nos extiende canastos
repletos de manzanas doradas. Es algo muy deleitoso. ¿Quién no se alegraría de estar
tan cerca del huerto de las delicias celestiales?
No obstante es mucho más valioso poder estar en la puerta, tener el cerrojo
levantado, ver el acceso abierto y ser dirigido amablemente hacia el paraíso de Dios.
Esto es lo que se anhela: que seamos dirigidos hacia el amor de Dios.

Entramos en el amor de Dios al considerar su importancia central. Vemos que el


amor de Dios es el origen y el centro, la fuente y el fundamento de toda nuestra
salvación y de todo lo demás que recibimos de Dios. Al principio somos en gran medida
tomados con gracia perdonadora. Quedamos en gran manera absortos con esas
vestiduras reales de justicia con las que se cubre nuestra desnudez. Nos deleitamos con
las viandas del banquete de bodas; podemos comer la grosura y beber lo dulce. ¿Qué
más podríamos esperar de almas hambrientas invitadas a participar del alimento
abundante de la gracia celestial? A continuación comenzamos a pensar en el amor que
caracteriza dicho festín, el amor que proveyó la vestimenta, el amor que nos invitó al
banquete y amablemente nos condujo a ocupar nuestro lugar. Esto no siempre sucede
al principio, pero mi oración es que ninguno de nosotros reciba los dones de amor sin
besar la mano del amor; que ninguno de nosotros se contente con haber sido
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perdonado sin venir y lavar con lágrimas los pies de nuestro Señor perdonador,
declarándole nuestro profundo y verdadero amor por él.
Si entramos más en el amor de Dios, veremos su grandeza inconmensurable. Dios
puede derramar el infinito amor de su corazón sobre un objeto y aun así, por todo ello,
puede amar diez mil veces multiplicado por diez mil a sus criaturas de igual modo.
Herederos de Dios, ¡el tesoro de amor que tienen no se reduce por la compañía
innumerable que sus hermanos comparten! Vuestro Padre ama a cada hijo tanto como
si no tuviera otro. Miren en este abismo de amor. Sumérjanse dentro de este mar.
Arrójense a la profundidad insondable. ¡Oh, que Dios pueda dirigirlos hacia la grandeza
inmensurable de este amor!
Tampoco deberías tener miedo de entrar en su amor al recordar su antigüedad.
Algunos luchan con la gran verdad del amor electivo de Dios, pero para mí es como
panqueques con miel. ¡Qué bella música se encuentra en la expresión «con amor
eterno te he amado» (Jeremías 31:3)! En los propósitos divinos, que no eran para el
ayer, ni siquiera para esa fecha en donde la Escritura habla de «En el principio» (Génesis
1:1), cuando el Señor creó los cielos y la tierra, Dios amó a su propio pueblo. Él te había
escogido, pensado en ti, provisto para ti y hecho diez mil pronósticos de misericordia
hacia ti antes de que la tierra llegara a existir. Amado creyente, fuiste grabado en las
manos de Cristo aun en aquel entonces. Oh, que el Señor te dirija a la antigüedad de su
amor. Pensar que ese amor no tiene comienzo y que nunca, nunca tendrá un final hará
que lo aprecies en gran manera.
De nuevo, mi oración es que seas dirigido hacia el amor de Dios y a su constancia
infalible. El amor de Dios no tiene sombra de variación. Cuando estás en tinieblas, el
Señor te ve con ojos de amor. Cuando estás sin fuerzas, «Cristo […] a su tiempo murió
por los impíos» (Romanos 5:6). Desde que lo conociste nunca ha variado en su amor.
Cuando te enfriaste, él te amó; cuando fuiste cruel, él te amó.
Debemos conocer este amor y si el Señor nos guía hacia esa experiencia
conoceremos que también es omnipresente. Con esto quiero decir que sea cual fuera la
condición en que nos encontremos, el Señor aún está activo en su amor para con
nosotros. No te atribules con relación al mañana. Si has de enfermarte o morir, el amor
de tu Padre siempre estará allí. Por eso anda y no temas. Él no puede apartarse de ti (ni
tampoco lo haría). Un Dios omnipresente significa amor omnipresente, y la
omnipresencia va de la mano con la omnipotencia. El Señor se mostrará fuerte en
nombre de aquellos que confían en él. Su amor, que nunca falla, es asistido por un
poder que «no desfallece, ni se fatiga con cansancio» (Isaías 40:28). ¡Oh, que el Señor te
dirija hacia un amor como este! ¡Que el Espíritu Santo te conduzca hacia el secreto más
íntimo de su gozo máximo, esta bendición indecible!
Y también desearía que seamos dirigidos hacia el amor de Dios en virtud de su
acuerdo completo con su justicia, su santidad y su pureza sin mancha. Estoy convencido
de que Dios ama a los pecadores, pero también estoy igualmente seguro de que él
aborrece el pecado. Estoy convencido de que él se deleita en la misericordia, pero

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igualmente tengo en claro que nunca deshonra su justicia ni frustra la amenaza más
dura de su ley. Es nuestro gozo que un Dios santo nos ame y no encuentre necesario
manchar su santidad para salvar a los impuros. Somos amados por alguien tan justo, tan
recto, que no podría perdonarnos sin expiación. Incluso hoy en día no perdonaría
nuestros pecados así porque sí, sin expiación. Nos quitará el amor de ellos por causa del
castigo, aunque haya lavado la culpa de ellos gracias a la preciosa sangre de su Hijo
amado. Tenemos un Dios santo que está determinado a hacernos santos.
El cambio que produce el amor
Temáticas de predicación: Valentía, Santidad, Amor
Es maravillosa la diferencia que produce el amor en la persona que está poseída por él.
Una pobre gallina tímida, que huiría ante el paso de cada transeúnte, cuidará de su
descendencia. Al tratarse de sus polluelos, luchará como un verdadero grifo por sus
pequeños. Y cuando el amor de Cristo llega a un creyente tímido, ¡qué cambio genera!
Extrae el amor por el pecado e implanta una naturaleza sublime.

y a la paciencia de Cristo ¡Qué paciencia exhibió Jesús por nosotros en nuestra


redención! ¡Venir del cielo a la tierra, habitar en pobreza y ser rechazado, sin siquiera
encontrar una habitación disponible donde nacer! Admiremos la paciencia de Belén. Lo
que habrá sido refrenar sus labios durante treinta años. ¡Quién estimaría la maravillosa
paciencia de Nazaret y la tienda del carpintero! Cuando habló, para ser despreciado y
rechazado por los hombres, ¡qué paciencia tuvo Aquel a quienes los querubines
obedecen! ¡Oh, la paciencia del Cristo al ser tentado por el diablo! Uno difícilmente
lograría expresar qué paciencia hubiera tenido Cristo siquiera para permitir que el
diablo se le acercara a diez mil millas, porque era totalmente capaz de mantenerlo en el
abismo bajo sus pies. No hay demasiado valor en una paciencia que no puede soportar,
pero uno bien sabe que en todo momento Cristo hubiera tenido la capacidad de
conquistar a sus enemigos, eliminar el sufrimiento y mantener a raya toda tentación.
Él fue muy sensible. Muy sensible ante el pecado, muy sensible de la falta de
amabilidad. Aun así, ante toda la insensibilidad no mostró petulancia sino que mostró
en él mismo la calma de la grandeza de la Deidad. No estuvo presto a dejar de lado a un
enfermo sino que fue paciente hasta lo sumo. Aplicó su sensibilidad para no utilizar el
poder para vengarse y librarse. Legiones de ángeles hubieran estado felices de acudir
en su rescate, pero se inclinó en soledad en el huerto y se entregó al traidor sin decir
palabra. Entretanto fue el más tierno y graciosamente considerado con todos menos
consigo mismo. En ocasiones expresó palabras encendidas; su boca podía ser como los
labios rojos de un volcán mientras expulsaba lava de denuncia a «escribas y fariseos,
hipócritas» (Mateo 23:13, 15, 23, 25,27, 29). Pero nunca albergó resentimiento alguno
por ninguna injuria hecha en su contra. Cuando observaba siempre lo hacía con
amabilidad. Clamó: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).
¡Oh, la paciencia maravillosa del Cristo celestial!
Entremos en su paciencia con nosotros así como por nosotros. ¡Cómo nos soportó a
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cada uno cuando mientras no acudíamos a él! ¡Cómo lloró por nosotros cuando lo
despreciábamos! ¡Cómo nos atrajo con cuerdas de amor cuando nos mostrábamos
indiferentes! Y cuando finalmente acudimos a él, y en virtud de que hemos estado con
él, ¡qué paciencia ha tenido con todas nuestras malas formas de proceder! Si yo hubiera
sido Cristo, ya habría descartado a tales sirvientes. ¿No te maravilla que él te ame aún?
Está comprometido contigo y aborrece desechar. ¿Pero no es maravilloso que él
sostenga este compromiso contigo y lo siga haciendo aunque a menudo te hayas
ensuciado y lo hayas olvidado? Bendito hecho, la sortija de compromiso está en su dedo
en lugar del tuyo, y el matrimonio es tan cierto como su amor. Él te presentará a sí
mismo uno de estos días, sin «mancha ni arruga ni cosa semejante» (Efesios 5:27).
No puedo desearte una bendición mayor que la de ser dirigido hacia estas dos
cosas: el amor de Dios y la paciencia de tu Salvador. Entra a ambas al mismo tiempo. No
puedes cercenarlas; ¿por qué lo harías? El amor de Dios brilla mejor en la paciencia del
Salvador, ¿y qué es la paciencia de Cristo sino el amor del Padre? «Lo que Dios juntó, no
lo separe el hombre» (Mateo 19:6; Marcos 10:9). ¡Que el Señor nos guíe hacia ambas
cosas y continúe realizando en nosotros el proceso celestial por el resto de nuestra
vida, en todas las experiencias de dolor, de éxtasis y en todos los ánimos y
circunstancias de nuestro espíritu!

Aplicación
Acude a Dios al enfrentarte con los malvados
Los hombres suelen estar desprovistos de razón así como de fe. Entre nosotros aún hay
«hombres perversos y malvados». No hay utilidad en discutir con ellos ni tratar de estar
en paz con ellos. Son falsos de corazón y engañosos en sus palabras. ¿Y entonces? ¿Nos
preocuparemos por causa de ellos? No; enfoquemos la mirada en el Señor, porque él es
fiel. Ninguna promesa de su Palabra se quebrantará. No es irracional en sus demandas
para con nosotros ni infiel ante nuestros clamores. Tenemos un Dios fiel. Que esto sea
nuestro gozo.
Nos consolidará de modo tal que los hombres malvados no lograrán nuestra ruina y
nos sostendrá de tal manera que ninguna de las maldades que ahora nos asaltan
lograrán dañarnos realmente. Qué bendición para nosotros que no tengamos que
contender con los hombres sino refugiarnos en el Señor Jesús, que es tiene verdadera
simpatía para con nosotros. Hay un corazón verdadero, una mente fiel, un amor que
nunca cambia; encontremos allí el reposo. El Señor cumplirá el propósito de su gracia
con nosotros, sus siervos, y no debemos permitir que ninguna sombra de temor caiga
sobre nuestro espíritu. Que nada de lo que los hombres o los demonios puedan hacer
aparten nuestra vida de la protección ni la provisión divina. Este día oremos al Señor
que nos establezca y nos guarde.

El amor a Dios crece a partir del amor de Dios

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Que el amor de Dios fluya en nuestro corazón y habite allí hasta que se afinque y surja
en la superficie la crema del amor a Dios, concedido por nuestro propio corazón. La
única forma de amar a Dios es permitir que el amor de Dios por ti habite en tu ser hasta
que transforme tu alma en sí misma. El amor a Dios crece a partir del amor de Dios.
Si recibes completamente el amor de Dios en tu alma este nutrirá tu vida
contemplativa. Anhelarás estar en soledad. Preferirás sentarte en silencio a los pies de
Jesús mientras los demás contienden por las políticas menores. Dejarás de ser
entrometido, hablando en seis casas distintas en una hora. La quietud te encantará. No
amarás otra compañía aparte de la sociedad con el Señor, que es el mejor y el supremo.
Estar con Dios en quietud será tu gozo sublime.
También, si amas a Dios, esto animará tu vida activa. Sentirás que debes dar fruto
para tu Señor. Tu alma, al estar llena del amor de Dios, clamará: «¡Debo ir detrás del
vagabundo! ¡Tengo que cuidar del pobre! ¡Debo enseñar al ignorante!». No puedes
amar a Dios y ser perezoso. El amor a Dios te incitará a la acción. La contemplación te
enseña a sentarte en quietud, algo que no constituye una lección infructuosa. Pero
luego de permanecer en quietud te levantarás con mayor energía para ir en pos de lo
único necesario, esto es, el servicio del amor de tu Señor.
El amor a Dios también suscitará entusiasmo. En la iglesia necesitamos más
personas que sean más atrevidas, hombres y mujeres que hagan cosas que nadie más
pensó que pudiera hacerse, como por ejemplo lograr que sus amigos prudentes alcen
sus manos y digan: «¿Cómo puede ser que tú…? Si me hubieras consultado, te haría
dado una pista de cómo tendría que haberse hecho tal o cual cosa». Si llegas a amar a
Dios con un celo que todo lo consume, las críticas no te detendrán. Testificarás de Jesús
libremente porque no podrás evitarlo. Es algo que debe hacerse. Alguien tiene que
sacrificarse para llevarlo a cabo y te dices a ti mismo: «Heme aquí, Señor. Envíame. A
todo riesgo o peligro, envíame. Por amor a tu bendito amor cuento como gozo sufrir
vergüenza o pérdida. Considero que mi vida es sufrir la muerte para poder honrarte». El
amor a Dios suscitará entusiasmo.
También estimulará el deseo santo. Aquellos que aman a Dios nunca obtienen lo
suficiente de él, ciertamente nunca demasiado. En ocasiones se los verá suspirando por
él. Una enfermedad de amor celestial que hace desmayar. Anhelan ver al Amado cara a
cara, y ser como él, y estar con él donde él se encuentra. Que el Señor dirija tu corazón
hacia el amor de Dios de ese modo, porque esto hará que te desprendas de todas las
cosas terrenales. ¿Acaso nunca sientes que tus alas crecen? ¿Nunca suspiras diciendo
«¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría» (Salmo 55:6)?
Y este amor, mejor aún, transformará el carácter. Nuestro Señor puede poner tanto
de sí mismo, por medio de su amor, en el corazón de su pueblo de modo que este sea
confundido con él. Juan cometió una torpeza en el cielo y se postró ante los pies de uno
de sus hermanos, los profetas, porque este había llegado a ser muy semejante a su
Señor, de modo que Juan difícilmente pudo distinguir entre uno y otro. ¿Habría
olvidado aquella palabra: «… seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él
es» (1 Juan 3:2)? Aún no resulta evidente la manera en que seremos transformados,

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pero el amor es el poder de transfiguración en manos del Espíritu Santo. Si el corazón es
dirigido hacia el amor de Cristo, está en camino a la santidad.

Dirigidos hacia la paciencia de Cristo


Si nuestro corazón es dirigido hacia la paciencia en relación a Cristo, sufriremos en
paciencia por amor a nuestro Señor y no nos quejaremos. Dirán de nosotros: «Es
maravilloso cuán resignado parece», o «¡Cuán felizmente soporta el dolor por amor de
Cristo!». Y si se trata del sufrimiento del reproche y la burla por amor a Jesús, si somos
dirigidos en la paciencia de Cristo no nos parecerá ningún problema. Lo
sobrellevaremos con calma, y en nuestro corazón nos reiremos de quienes hoy se ríen
de nosotros por causa de Jesús.
Pero no es solo paciencia en el sufrimiento lo que necesitamos. También precisamos
la paciencia de la contención. Debemos aprender a no responder a quienes blasfeman.
«Soportar, y contenerse, y estar en silencio.» Rumiar en paz. Soportar mucho. Al ser
vilipendiado, no vilipendies en respuesta. Que el Señor dirija tu corazón hacia la
paciencia de Cristo.
Además necesitaremos la paciencia en nuestra labor: Trabajar aun cuando nada
surgiera de ello, tratar con almas que todavía no estén convertidas, predicar incluso
cuando hacerlo pareciera no surtir efecto, enseñar aun cuando a los niños no les
preocupe aprender. Necesitamos la paciencia de Cristo, quien afirmó su rostro como un
pedernal y llevó a cabo su labor sin importar el costo. Nunca se apartó de eso ni por un
momento. Que el Señor dirija nuestro corazón hacia el trabajo paciente.
Luego está la paciencia de velar en oración: no renunciar porque no hayamos
recibido una respuesta. ¿Acaso alguien dijo que oró por diecisiete años para obtener
cierta respuesta y ahora dice que abandonó su clamor? Hermanos, que sean dieciocho
años, y cuando uno llegue al final de los dieciocho, que sean diecinueve. ¡Que el Señor
dirija nuestro corazón hacia la paciencia de Cristo en oración! Lo aguardamos por
mucho tiempo; no debemos quejarnos si él nos hace esperar sus tiempos. Sigamos
creyendo, sigamos esperando, sigamos luchando, hasta que amanezca un nuevo día.
Oremos por la paciencia que implica esperar su voluntad, afirmando que él hará lo
que es bueno ante sus ojos (ver 1 Samuel 3:18). Aunque pueda ser durante meses o
años, aguardemos. Cristo es glorificado por nuestra paciencia. Depende de ello: la
mejor forma en la que podemos ciertamente exaltarlo es permitiendo que él haga lo
que quiera con nosotros. Aunque él me sumerja en siete calderos hirvientes uno detrás
de otro, diré: «Que él haga lo que quiera con lo que es suyo, y yo soy suyo». Estoy
seguro de que él no hace que el horno esté un grado más caliente. Si él se propone
darle a su siervo diez tribulaciones, que su mano pesada caiga incluso en la décima, si
así lo desea.
Debemos ser dirigidos hacia la paciencia en relación a Cristo, y en especial en
paciencia al aguardar su venida. Eso, sin duda, de deduce muy claramente, y así se
expresa de forma prominente: «La paciencia perseverante de Cristo». Él vendrá,
hermanos; él vendrá, hermanas. Es cierto que algunos intérpretes del Apocalipsis nos
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dijeron que vendría trescientos años atrás, y hay miles y miles de libros en el Museo
Británico que avalaron interpretaciones similares, y pese a ello todos han sido
desaprobados por el paso del tiempo. Gente que estaba tan segura como se podía estar
en aquel entonces en cuanto a la venida de Cristo. Pero él no lo hizo, porque está
comprometido con su Palabra y no con la interpretación de los hombres. Él volverá en
la hora señalada. Ni una jota ni una tilde de la Palabra cambiará. Vendrá en el momento
preciso. No sabemos cuándo. Y no debemos preguntar sino aguardar.
En estos momentos puede que algunos de ustedes estén, como yo, atribulados
porque el Señor aún no aparezca para vindicar su causa, y hay alboroto y triunfo entre
los sacerdotes de Baal. Que el Señor dirija nuestro corazón hacia la paciencia de Cristo.
Todo está bien. Se congregan las nubes, la oscuridad se vuelve más densa. Aparecen los
truenos. Los amigos se dispersan en confusión. ¿Qué viene a continuación? Bueno, tal
vez, antes de que tengamos poco tiempo, gotas plateadas de lluvia fresca caerán y el
Sol se abrirá paso entre las nubes, y diremos: «¿Quién lo hubiera pensado?». ¡Que el
Señor nos dirija a cada uno hacia la paciencia perseverante de Cristo!

Fuentes
Marzo 24 (2 Tesalonicenses 3:3) The Chequebook of the Bank of Faith: Being
Precious Promises Arranged for Daily Use with Brief Comments
El amor de Dios y la paciencia de Cristo (2 Tesalonicenses 3:5) The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 34
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 2 y 3:1–5 The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 40
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 3 The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 51

2 Tesalonicenses 3:6–18
Exposición
6 que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la
enseñanza que recibisteis de nosotros En el pasado Pablo había estado en Tesalónica y
les había impartido enseñanzas mediante su predicación; ahora, en esta epístola, se
compromete con aquellas instrucciones. Les ruega que eviten asociarse con quienes
deliberadamente quebrantan las ordenanzas de la iglesia que él les había enseñado.
Hay ciertos hermanos con quienes no conviene asociarnos pues nos perjudicarán, y
además tampoco es conveniente para ellos que nos asociemos porque podría dar la
impresión de que respaldamos su mal accionar. En particular esto sucede en el caso de
hermanos que obran según la descripción de Pablo: buscapleitos, problemáticos, gente
que siempre hace correr rumores en una congregación, personas que pueden cercenar
el carácter del prójimo, que son capaces de percibir manchas en el sol, que se deleitan
alardeando de las faltas de los hijos de Dios y nunca son tan felices como cuando hacen

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que otros sean infelices por lo que ellos digan. Es la clase de gente a quien debemos
evitar.
7 Porque vosotros mismos sabéis de qué manera debéis imitarnos; pues nosotros no
anduvimos desordenadamente entre vosotros Pablo y sus compañeros no habían
actuado de manera fanática ni obrado de forma negligente, soberbia ni desordenada, y
él cita su propio ejemplo contra los desordenados en Tesalónica. Cuando hombres o
mujeres son negligentes en su labor bajo el pretexto de la religión actúan de manera
impropia y no deben ser tolerados como si fueran creyentes honestos.
8 ni comimos de balde el pan de nadie. Bajo la idea de que el Señor estaba por
regresar, algunos tesalonicenses fueron negligentes en su llamado cotidiano y se
volvieron entrometidos, yendo de casa en casa y holgazaneando entre quienes no
pretendían ser tan espirituales. Eran meros astrólogos, gente que se la pasaba mirando
el advenimiento con bocas abiertas y ojos volteados, poniéndose así en grave peligro de
tropezar. Pablo les instó a trabajar y comer su propio pan, citándose a sí mismo como
ejemplo, porque él había trabajado noche y día con esfuerzo y entrega a fin de no ser
carga para ellos.
sino que trabajamos con afán y fatiga día y noche, para no ser gravosos a ninguno de
vosotros Pablo llevaba consigo su aguja y su hilo a donde fuera que se dirigiera. Todos
tenían una carpa en aquellos días, y él estaba pronto para trabajar en cualquier
momento, fuera en pequeñas tiendas familiares o en tiendas que podían albergar una
gran asamblea. Cuando terminaba de predicar, podía abocarse a la tarea de componer
carpas y así ganar su propio salario, predicando el evangelio con libertad. No hacía de su
predicación un pretexto para obtener un beneficio financiero sino que llevaba adelante
sus trabajos manuales como si se trataran de un caballo de carga para realizar su
ministerio, de modo que podía expresar: «… para lo que me ha sido necesario a mí y a
los que están conmigo, estas manos me han servido» (Hechos 20:34). Esto es algo muy
distinto al ministro religioso que abandona su cargo para obtener mayores ingresos
económicos por medio de otra vocación. Cuanto menos relación tengamos con otro
tipo de negocios, mejor, porque la iglesia requiere toda nuestra atención.
Los ministros pueden atender los negocios del Señor
Temáticas de predicación: Liderazgo de la iglesia, Fe, Providencia de Dios
La reina Elizabeth le pidió a un notable mercader de la ciudad de Londres que viajara al
continente en plan de negocios representando a la realeza: «Por favor, su majestad»,
respondió él, «¿quién atenderá mis asuntos mientras esté de viaje?». La reina contestó:
«Si usted va y vela por mis negocios, yo velaré por los suyos». Me veo obligado a decir
que yo no sufriría si una reina como ella asumiera dicha responsabilidad.
Así es como nos dice el Señor: «Atiende mi obra y yo velaré por ti, tu esposa y tus
hijos». El Señor en persona se compromete a hacerlo. El pan será dado a nosotros;
nuestra provisión de agua estará asegurada.

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9 no porque no tuviésemos derecho, sino por daros nosotros mismos un ejemplo para
que nos imitaseis El apóstol tenía derecho de ser apoyado por aquellos entre quienes
había trabajado. Siempre lo vemos insistir en tal derecho. Pero para el bien de ellos,
conociendo la tendencia de aquella época, renunciaba a ese derecho. Y se indignaba de
que hubiera otros que no habían hecho nada relacionado al ministerio cristiano pero sí
se servían de la caridad de la iglesia de Tesalónica para poder vivir sin trabajar.
10 Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma Una regla clave, en efecto. Hay algunos
de mente tan espiritual que consideran que ensuciar sus manos sería también ensuciar
su conciencia. Le temen al trabajo arduo. Lo consideran como algo que no es espiritual,
aunque no haya nada en el mundo, junto con la gracia de Dios, más idóneo para
mantener a las personas alejadas de la malicia que tener mucho que atender.
Un perezoso no es alguien que camina en rectitud. No puede serlo; pasa por alto
una parte principal de lo que implica vivir con rectitud. Es muy raro que un perezoso sea
honesto; al menos le debe más trabajo al mundo de lo que puede ofrecer. Es culpable
de pecados de omisión, porque falla en cuanto a obedecer una de las leyes establecidas
a la humanidad desde la caída: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Génesis
3:19). Aspira a comer su pan sin ganárselo. Comería el pan de balde, si pudiera, o
comería el pan por el cual los demás trabajan. Esto raya con la codicia y el robo, y por lo
general conduce a uno o ambos pecados. El perezoso evade la ley común de la
sociedad, e igualmente ofende contra la regla que nuestro apóstol promulgó en la
iglesia: «Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma». El perezoso no es recto porque
no rinde cuentas a Dios según las fuerzas que le fueron concedidas, ni a los hombres
según el trabajo que le hayan asignado. Alguien así es un soldado que dejaría que otros
pelearan la batalla de la vida mientras él yace en el vagón de los equipajes, dormitando
hasta que se acaben las raciones. Es un agricultor que ahorra su esfuerzo y se alimenta
de las uvas mientras otros trabajan en las vides. Si fuera posible, una persona así
preferiría ser llevada en su cama al reino del cielo. En gran medida se trata de alguien
que ama lo fácil como para peregrinar a través de caminos ásperos y sinuosos. Si el
reino del cielo sufre violencia de otros, nunca sufrirá violencia de su parte. Es
demasiado ocioso como para importunar, demasiado perezoso como para vivir con
seriedad.

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El monje excesivamente espiritual
Temáticas de predicación: Pereza y apatía, Trabajo
Cierto monje acudió a un monasterio determinado a entregarse por entero a la
contemplación y la meditación. Cuando llegó al lugar vio a los monjes trabajando,
labrando la tierra, arando y podando las vides alrededor del lugar. Señaló
solemnemente mientras pasaba: «Trabajad, no por la comida que perece» (Juan 6:27).
Los hermanos sonrieron y continuaron sus labores. Pensó que su deber era reprobarlos
por segunda vez diciendo: «Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres […] y
María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada» (Lucas 10:40, 42). Po ello,
la campana no sonó para él en el momento habitual de la comida. Nuestro hermano,
luego de esperar algunas horas en su celda en oración, comenzó a sentir hambre, salió
e inquirió al prior del monasterio, diciendo: «¿Los hermanos no comen?». Este le
respondió: «¿Usted acaso come? Pensé que era un hombre espiritual, porque dijo a los
hermanos “Trabajad, no por la comida que perece”». «¡Oh, sí!», respondió el monje.
«Sé que dije eso, pero pensé que los hermanos comían». «Sí» contestó el prior,
«comen, pero tenemos una regla en nuestro monasterio que ninguno coma sino
aquellos que han trabajado. También dicha regla aparece en la Escritura», le recordó.
«Pablo mismo dijo eso: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma”».
El director de aquel monasterio obró y habló con sabiduría. En esta vida todo
hombre debe trabajar. Estamos en este mundo para ser diligentes en nuestro trabajo,
en la posición donde Dios nos haya placido situarnos.

11 algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino


entremetiéndose en lo ajeno No trabajando en sus propios negocios y por lo tanto
poniendo sus narices en los negocios de todos los demás. Si se preocuparan por sus
propios asuntos, habrían dejado tranquilos a los demás. Tal clase de gente existe aun
hoy. No debe sorprendernos si los encontramos tan reales como ocurría en los días del
apóstol. Si lo atribularon a él no debería maravillarnos que nos causen molestias
también a nosotros.
Había también entre ellos personas de vida suelta y negocios agudos, y para tales
habló Pablo en la primera epístola, pero estas moscas en el frasco del ungüento no
destruyen su dulzor. Eran tan pocos comparativamente que Pablo habla del cuerpo
completo con aprobación en 2 Tesalonicenses 1:3. Cuando nuestra fe crezca y nuestro
amor abunde, sería apropiado que un pastor hablara con admiración irrestricta de lo
que el Señor ha realizado.
12 A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando
sosegadamente, coman su propio pan Algunos comen el pan de los demás casi durante
toda su vida. Es placentero ayudar a los necesitados, pero es algo muy diferente
sostener al indolente. Los jóvenes deberían procurar brindar ayuda a sus padres tan
pronto como fuere posible en cuanto a la tarea de sustentarlos, y quienes reciben
limosnas de la iglesia deberían ser conscientes de no recibir jamás un centavo de más
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de lo que realmente necesiten.
El mejor y más dulce de los panes es el que nos ganemos por nuestra cuenta.
Hemos de trabajar por él. Hemos de trabajar con calma. Supongo que para algunos esto
implicará trabajo muy arduo, pero deben esforzarse en ello porque la calma es una
gracia cristiana. En efecto, es un elevado logro cristiano.
13 Y vosotros, hermanos Pablo dirige la consideración de aquellos que se han dolido
con él en la iglesia para hablar al resto de los hermanos, y les dice: «Y vosotros,
hermanos no os canséis de hacer bien».
no os canséis de hacer bien Nuestro texto contiene un resumen de la vida cristiana. Es
«hacer bien» o hacer lo que es justo. Esto es todo lo que tenemos que hacer, nosotros
que hemos sido redimidos por la sangre de Jesús y renovados en el espíritu de nuestra
mente. Hemos de invertir nuestra vida en hacer lo correcto.
Ahora bien, aquel se trata de un término bastante abarcativo, y estamos seguros de
que también incluye los hechos comunes de la vida cotidiana. El apóstol había hablado
de algunos que no trabajaban («no trabajando en nada», dice) y les ordenó que debían
trabajar y comer su propio pan. Resulta claro, entonces, que el trabajo por el cual un
hombre gana su pan cotidiano constituye una parte de «hacer bien», que es parte de
nuestro llamado como creyentes. No consiste solo en predicar, orar y asistir a
reuniones, actividades que desde luego han de ser encomiadas y tienen su utilidad.
Pero hacer lo que es correcto consiste en cerrar las persianas y vender tus bienes,
vestirte con tu camisa y realizar un buen día laboral, barriendo las alfombras y quitando
el polvo de las sillas. Hacer bien es efectuar los deberes que surgen de las relaciones de
la vida, aplicarnos con detenimiento en ello y procurar que en nada seamos sirvientes
del ojo ni por agradar a los demás (Colosenses 3:22), sino en todo buscar servir a Dios.
El trabajo común es precioso ante los ojos de Dios
Temáticas de predicación: Padres, Maridos, Buenas obras, Trabajo
He aquí un padre que piensa que atender su trabajo (un trabajo común como el suyo)
no puede ser especialmente de agrado ante los ojos de Dios. Se propone servir a Dios y
por ello se queda en casa. Se aplica a la oración mientras la campana que marca el
ingreso a la fábrica suena y él tendría que estar en su puesto. Se entera de una
conferencia durante la mañana, y entonces asiste, para seguirlo con otro período de
oración en su casa. Se pasa toda la semana así, y luego el sábado por la noche no tiene
nada que ofrecer a su esposa ni sus hijos. Resulta evidente, de forma directa que este
hombre ha obrado incorrectamente, porque su deber era proveer para su propia
familia. Si un hombre, al ser marido y padre, se comporta de modo negligente en
cuanto a obtener el alimento cotidiano para su esposa y sus niños, todo el mundo lo
señalará con vergüenza. ¿Acaso la naturaleza misma no dice «Este hombre no puede
apegarse a realizar lo que es correcto»?

Pienso también, a partir de la conexión establecida, que cualquiera deducirá que ayudar
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a los pobres y hacer bien a todos los que están en necesidad está incluido en la
expresión «hacer bien». La expresión pareciera indicar que habría ciertas personas en la
iglesia de Tesalónica que se abusaban de la caridad cristiana, viviendo de ella en lugar
de trabajar y comer su propio pan. Ahora bien, el apóstol dice: «Y vosotros, hermanos
no os canséis de hacer bien». No dice, como algunos expresan, «Hay realmente tantos
impostores que no debemos darle nada a nadie. He sido engañado tantas veces y he
dado a personas que solo han hecho un mal uso de mis donativos, por lo que no
pretendo abrir jamás mi bolsillo sino guardar lo que tengo o invertirlo de algún otro
modo». «No», dice el apóstol, «no debemos hacer eso. No os canséis de hacer bien».
Corresponde que los creyentes en Cristo procuremos, en cuanto dependa de nosotros,
lo siguiente: «… hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe»
(Gálatas 6:10). Es uno de los preceptos de Cristo: «A cualquiera que te pida, dale; y al
que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva» (Lucas 6:30).
Si quieres saber qué significa «hacer bien», te daré algunas pistas y pruebas. Todo lo
que implica «hacer bien» se realiza en obediencia al mandamiento divino. Si tienes
Palabra de Dios para ello, está bien hacerlo. Algunos podrán llamarte imprudente, pero
harás lo correcto si obras conforme a lo que Dios te ordena, y además será prudente
efectuarlo. En el largo plazo descubrirás que es así. Cuando Dios dice: «Haz esto»,
llévalo a cabo de una vez; no será otra cosa que obrar bien. Y si él dijera: «No lo hagas»,
entonces será bueno que huyas de aquello que se designa como malo. Cuando realizas
lo que Dios te ordena, haces bien, y no tienes que tener ninguna dificultad en excusarte
por ello. Dios no permitirá que se confunda quien establezca como ley para su vida el
hecho de hacer la voluntad de Dios. Que sea así siempre con nosotros.
Luego de dar por sentada la primera condición, en segundo lugar decimos que todo
lo que implica «hacer bien» ha de realizarse en fe. «… todo lo que no proviene de fe, es
pecado» (Romanos 14:23). Es decir, aunque lo que hagas sea correcto, si no crees que
sea correcto, no es bueno para ti. Hay muchas cosas que yo podría realizar que tú no
deberías hacer debido a que no consideras que sea lo apropiado para ti. Por lo tanto
debes refrenarte. Incluso, reitero, si la cuestión no fuera en sí misma algo malo, pero
pareciera incorrecto para ti, entonces sería algo incorrecto en tu caso. Por lo tanto, no
lo hagas.
De nuevo, todo lo que se hace por amor a Dios es obrar bien. Esta es una razón que
no inquieta a nadie hasta que se realiza el nuevo nacimiento. Pero cuando Dios, que es
amor, nos ha llevado a su propia semejanza, entonces amamos a Dios y el amor se
vuelve el motivo de nuestras acciones. Espero que este sea el incentivo de nuestras
acciones y nuestros movimientos: que seamos servidores de Dios o ministros de Dios
porque amamos a Dios, que busquemos sobrellevar la pobreza o usar con discreción y
liberalidad las riquezas que se nos han confiado, en virtud de nuestro amor a Dios. Si
una persona no ama a Dios, cuán poco puede haber en relación a obrar lo que es
correcto. En realidad, carece de la misma raíz de esto si no tiene amor a Dios en lo que
hace.
«Hacer bien» incluye obrar lo que hagamos en el nombre del Señor Jesús. Cómo
podría refrenar esto a algunos creyentes en distintas ocasiones. ¿Acaso no tenemos la
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exhortación que dice «Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en
el nombre del Señor Jesús» (Colosenses 3:17)? Si hubiera algo que no podrías realizar
en el nombre del Señor Jesús, no lo hagas, porque para ti no implicará hacer lo que es
justo. En el nombre del Señor Jesús acudir a tu jornada laboral, así como él trabajó
durante treinta años en el negocio de la carpintería. En el nombre del Señor Jesús
puedes asumir todos los deberes de tu llamado si se trata de una vocación justa. Si no
lo es no tienes derecho de estar en tal actividad, sino que deberías salir con urgencia.
Puedes hacer en el nombre del Señor Jesús todo lo que los hombres deberían hacer si
eres un alma salvada y tu corazón es recto para con él.
Más aún, «hacer bien» incluye lo que realicemos en las fuerzas divinas. No hay
ningún obrar correcto a menos que obtengamos del Santo de Israel el poder para
actuar. El Espíritu de Dios es el autor de todo buen fruto en la vida cristiana. A menos
que habitemos en Cristo y recibamos la savia del sagrado Espíritu, no daremos fruto,
porque «separados de mí», dice Jesús, «nada podéis hacer» (Juan 15:5). Pero obrar en
las fuerzas divinas es hacer bien. Por más pobre y débil que uno pueda ser, si lo
hacemos por amor a Cristo con las pocas fuerzas que tengamos, adquiriendo lo que ni
siquiera podríamos tener si no fuera por su gracia, nuestra acción será una obra que
implique hacer bien. Aunque tengamos que lamentar nuestras fallas y nuestros errores,
no obstante podemos sentir que con un corazón recto anhelamos glorificar a Dios y
rendir nuestra vida ante los impulsos divinos para estar listos a fin de hacer todo para
nuestro Amo. De esa forma viviremos como debe vivir un creyente en cuanto a hacer
bien.
Ahora enfoquémonos en el siguiente punto, que es: hay una advertencia contra el
cansancio en cuanto a hacer bien. «¿Es posible», puede que digas, «que un hijo de Dios
alguna vez se canse de hacer bien?». Supongo que sí, porque recuerdo otro texto que
expresa: «No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no
desmayamos» (Gálatas 6:9). Supongo que, tan bueno como resulta hacer bien y vivir
para Dios, aunque el espíritu está dispuesto la carne es débil, y existe el peligro de
cansarnos incluso en el ejercicio más feliz.
El primer peligro se menciona en el contexto. Hay una tendencia a dejar de hacer
bien por causa de los destinatarios indignos de nuestras buenas acciones. Como ya
mencionamos, había algunos en la iglesia de Tesalónica que recibían las ofrendas de los
fieles y se quedaban de brazos cruzados, sin hacer nada ni realizar cosas de ningún bien;
por el contrario, eran como una plaga y una molestia para sus hermanos. Ahora, la
tendencia natural de los demás en la iglesia sería expresar: «Bien, no sé lo que otros
pensarán de esto, pero yo no soporto más». El apóstol dice «No se desalienten, no se
cansen de hacer bien». Es malo que ciertas personas hagan un mal uso de los donativos
y la generosidad de la iglesia, pero sería aun peor si tal actitud nos indujera a endurecer
nuestro corazón. Es una pérdida, quizá, darle a alguien que desperdiciará lo recibido,
pero sería una pérdida mayor no dar absolutamente nada.

52
Lo que produce en nosotros el hecho de no dar
Temáticas de predicación: Dar, Buenas obras, Misericordia y Compasión, Misión
Recuerdo que una persona manifestó la siguiente pregunta en un encuentro de
misiones: «La gran pregunta no es “¿Serán los paganos salvos si no les hacemos llegar el
evangelio?” sino “¿Somos salvos nosotros si no les enviamos el evangelio?”». Y lo
mismo se aplica a las ofrendas y los donativos de parte de los creyentes. No es tanto
una cuestión de cuán lejos esta o aquella persona se beneficia o se perjudica por lo que
demos sino ¿qué será de nosotros si no tenemos compasión por un hermano en
necesidad?

De nuevo, necesitamos que se nos advierta por causa de que los ejemplos ociosos
tientan a otros a la holgazanería. Si en la iglesia de Tesalónica había quienes no
trabajaban, sin dudas otros podían decir: «Haremos lo mismo. En vistas de que tal
persona nunca se ocupa de labor alguna, sino que solo va, habla y saca rédito de ello,
¿por qué no deberíamos hacer lo mismo?». «No», dice el apóstol, «no se desanimen ni
se cansen de obrar bien. No dejen su trabajo cotidiano. No renuncien a ninguna forma
de servicio por causa de que otros hayan actuado de esa forma. Verán, si los observan,
se darán cuenta de que son entrometidos. Ustedes no quieren volverse entrometidos ni
problemáticos como ellos. Por eso, rehúyan de tal conducta. Eviten esto con todas sus
fuerzas y no se desanimen al hacer lo que es bueno aunque vean a otros que, en
apariencia, prosperan por no hacer nada».
Considero que el apóstol podría decirnos: «No se desanimen en cuanto a hacer lo
que es justo por causa de los hombres malvados y perversos». Cada vez que alguien se
compromete con Cristo y se entrega a obrar para la gloria de Dios, es muy cierto que lo
rodearán personas malas y perversas. Gloria sea dada a Dios cuando nos haya librado
por completo del balido de las ovejas y del aullar de los lobos y estemos dispuestos a
dejar que nuestros enemigos digan lo que deseen. Pero en cuanto a nosotros, nuestro
corazón está fijo en seguir adelante con lo que sabemos que es obrar bien hasta que
nuestro Amo en persona nos diga: «Bien, buen siervo y fiel» (Mateo 25:21).

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Reunir a una multitud de aves picoteadoras
Temática de predicación: Persecución
Las aves vuelan por encima de la huerta y no se dicen nada entre ellas hasta que llegan
a un cerezo donde las frutas están maduras y dulces. Entonces todas se lanzan al mismo
tiempo y comienzan a picotear con todas sus fuerzas.
Nadie dice demasiado de un creyente común que hace poco por su Amo, excepto
quizá: «Es un hombre muy respetable y bueno. Nunca molesta a nadie con su religión».
Pero esperemos a que se comprometa con el Señor. Aguardemos a que su fruto
madure y sea dulce ante el Señor y, créanme, más aves de las que pensemos vendrán y
picotearán el fruto más maduro. Lo que Dios más apruebe será justamente lo que los
enemigos condenen con mayor violencia.

Por otro lado, existe la tentación de dejar de hacer bien no solo por causa de las
personas malvadas y perversas externas sino también, según el contexto (y me estoy
aplicando a ello), en virtud de los problemáticos que son parte de la congregación.
Algunos son hombres; otros no lo son. Hay entrometidos y problemáticos en todo lugar.
No hablan con demasiada claridad. Murmuran y hacen todo con sigilo. Quizá no se diga
nada, pero hay un encogimiento de hombros. «Tal es una mujer excelente. ¡Qué obra
maravillosa realiza para Cristo!» «Sí, pero…» «¡Miren aquel hombre! Cuánto lo honra
Dios en la obra de ganar almas» «Sí, supongo que es así, pero…» Tal es el estilo de dicha
gente. No dejemos que esto impregne nuestra mente porque, bueno, no hay ningún
valor en ello. Toda la suciedad que la gente arroje se podrá quitar cuando el lugar esté
seco. ¿No me digas, hermano en Cristo, que esperas ir al cielo por un sendero lleno de
hierba verde que esté cortado y preparado para ti cada mañana, con todo el rocío
quitado? Si esperas eso, estarás equivocado. Puede que aprendas algo de lo que estos
entrometidos digan de ti. No serán verdades, desde luego. Pero si te conocieran mejor
tal vez podrían decir algo malo que fuera verdad. Señalan una falta donde no hay
ninguna, de acuerdo. Pero sabes que hay algunas faltas que aún desconocen y… ¿no
sería mejor que las enmiendes para que no las señalen en una próxima ocasión? El ojo
de águila de la envidia y la malicia son incluso santificados para nuestro bien, para
mantenernos más vigilantes y hacer que busquemos con mayor seriedad ser diligentes
en cuanto a hacer lo que es justo.
14 Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y
no os juntéis con él, para que se avergüence Este tipo de disciplina cristiana aún debe
llevarse a cabo en referencia no solo al caso singular de los entrometidos sino también
a las demás situaciones. Cuando una iglesia crece, quizá no haya una disciplina que sea
eficiente solo por parte de un individuo o del equipo de líderes. Entonces, debe haber
una disciplina implementada por toda la congregación. De este modo cada creyente,
según la medida de gracia recibida, procurará así el bien del conjunto. Porque aunque
es cierto que cada hombre debe llevar su propia carga, no obstante se dice:
«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gálatas
54
6:2). «… no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los
otros» (Filipenses 2:4). El cuidadoso deseo de promover el bienestar cristiano de los
demás miembros de la iglesia es algo muy distinto a ser entrometidos. Debemos tener
igual deseo de no interferir donde no debamos entrometernos.
15 Mas no lo tengáis por enemigo, sino amonestadle como a hermano Los miembros
de las iglesias cristianas tienen deberes solemnes entre sí en cuanto a propósitos de
disciplina mutua. Si una persona es señalada como hermano, ha de ser tratado como
tal, pero si se equivoca no ha de permanecer en la misma posición con respecto a la
conversación y la confianza como aquellos que caminan de forma ordenada. Debe
haber amor hacia tal persona como hermano, pero debe hacérsele sentir que su pecado
nos duele.
16 Y el mismo Señor de paz ¿Quién es este «Señor de paz» sino el Señor Jesús, el
Príncipe de Paz, nacido en el mundo cuando reinó la paz en todo el mundo? No fue sino
un pequeño intervalo en el que las puertas del templo de guerra se cerraron y Jesús
llegó a Belén, y los ángeles cantaron: «En la tierra, paz» (Lucas 2:14). Vino a establecer
un imperio de paz que será universal y bajo cuya influencia se dejarán de lado los
inservibles yelmos y no se alistarán más para la guerra. «Príncipe de Paz» (Isaías 9:6).
¡Qué título bendito! Así está escrito en Isaías. Pablo, auténtico sucesor de Isaías,
cambiando solo una palabra, ahora habla del «Señor de paz». Es él quien, al haber en sí
mismo paz esencial, se dispuso a ser el gran Embajador del Padre, y habiendo hecho la
paz por la sangre de su cruz puso fin a la contienda entre el hombre y su Hacedor. Él es
nuestra paz, que hizo de judíos y gentiles un solo pueblo y derribó el muro de
separación que se había erigido entre nosotros. Es el Señor quien, cuando se puso de
pie en medio de sus discípulos, les dio la paz diciendo: «Paz a vosotros» (Juan 20:19,
21). Es él quien anticipando su regreso al cielo expresó su última voluntad y
testamento, y lo dejó como un legado grandioso: «La paz os dejo, mi paz os doy; yo no
os la doy como el mundo la da» (Juan 14:27). Es aquel Señor de paz de quien es parte
de su naturaleza y oficio conceder paz.
Quiero llamar nuestra atención particular a las palabras del apóstol en esta porción
del texto. No dice «Que el Señor de paz envíe su ángel para darles paz». Sería una gran
misericordia si él lo hiciera y tendríamos que gozarnos como Jacob, cuando estuvo en
Mahanaim y los ángeles de Dios salieron a su encuentro. Ni siquiera dijo: «Que el Señor
de paz envíe a su ministro a darles paz». Si lo hubiera hecho seríamos felices como
cuando Melquisedec ayudó a Abraham ofreciendo pan y vino. Ni aún dijo: «Que el
Señor de paz en la mesa de comunión, o en la lectura de la Palabra, o en la oración, o
en algún otro ejercicio sagrado les conceda paz». En todo esto bien seríamos renovados
como Israel en Elim, donde pozos de agua y árboles alegraron a las tribus. En cambio,
afirma: «El mismo Señor de paz os dé siempre paz», porque Jesús solo en su propia
persona puede dar paz, y su presencia es el único medio para obtener dicha paz
celestial.
os dé Algunos pensaban en restringir la expresión de la paz dentro de la iglesia, en
55
vistas de que los miembros que andaban desordenadamente se incrementaban de
forma evidente entre los tesalonicenses. Pero es una interpretación muy estrecha y
limitada, y nunca es sabio reducir el sentido de la Palabra de Dios. En realidad, tal
explicación cercenada no puede admitirse porque no resulta evidente que las personas
desordenadas que se mencionan en el capítulo hayan creado algún disturbio especial.
Estaban calladamente alimentándose a expensas de sus hermanos generosos y no
hubiera sido demasiado sabio pelearse con quienes les proveían sustento. Aunque sin
duda la tranquilidad de la iglesia se incluye como una variedad de paz, sería una triste
reducción del sentido del Espíritu si consideráramos una fase de la bendición en
detrimento del conjunto. No, la paz que aquí se menciona es «la profunda tranquilidad
de un alma que reposa en Dios», el callado descanso del espíritu que es don peculiar de
Dios, y la elección privilegiada del creyente. «Mucha paz tienen los que aman tu ley, y
no hay para ellos tropiezo» (Salmo 119:165).
Cuando el apóstol nos desea paz en las palabras de nuestro texto, sin duda quiere
decir que nuestro corazón esté en perfecta paz al estar completamente en sintonía con
la voluntad de Dios. Hemos conocido a algunos hijos de Dios que sin embargo disputan
con el Señor. No les agrada lo que él hace, sino que se quejan de que él los trate
duramente. Son niños traviesos y llevan adelante una suerte de contienda con su Padre
celestial porque él no se muestra indulgente ante sus caprichos y fantasías. Que el
Señor de paz ponga fin a semejantes batallas en el corazón de su pueblo. Que podamos
amar al Señor tan bien y confiar en él tan plenamente de modo que no entablemos
disputas con él, aunque él nos golpee, nos zarandee y quiebre nuestros huesos. Sea lo
que fuera que él haga no solo debemos aceptarlo con sumisión sino también con
regocijo. Que lo que resulte de su agrado sea también del nuestro. Entonces tendremos
perfecta paz cuando podamos magnificar y alabar al Señor aun por los embates de su
vara y las llamas de su horno. Que el Señor nos lleve a dicho estado, porque no hay
gozo que se compare a ello. La paz perfecta con Dios es el cielo en la tierra.
En la práctica esto se muestra en la paz interior del creyente con respecto a sus
circunstancias actuales, sean cuales fueren. Al estar en paz con Dios, uno ve la mano del
Señor en todo lo que nos rodea y estamos contentos. ¿Somos pobres? El Señor nos
hace ricos en la fe, y no andamos en busca de oro. ¿Estamos enfermos? El Señor nos
capacita con paciencia y podemos gloriarnos en nuestras aflicciones. ¿Nos sentimos
dejados de lado del servicio sagrado que tanto amamos? Sabemos que el Señor conoce
lo que es mejor para nosotros. Si hemos de estar activamente comprometidos en hacer
la voluntad de Dios estaremos muy agradecidos y correremos con diligencia la carrera
que tenemos por delante. Pero si tenemos que yacer en un hospital y sufrir en lugar de
servir, no queremos poner nuestros propios deseos antes que la voluntad de nuestro
Amo. Nos abandonamos en las manos del Señor, diciendo: «Señor, haz tu voluntad en
mí. Estoy en paz contigo de modo que si me usas te bendeciré, y si me dejas a un
costado te bendeciré también. Si me quitas la vida te bendeciré y si me llevas a la
tumba te bendeciré también. Si me honras entre los hombres te bendeciré y si haces
que me pisen como paja en el muladar te bendeciré también. Porque tú eres todo y yo
soy nada; tú eres toda bondad y yo soy pecado y vacío». El alma que obrando así tiene
56
paz perfecta con su entorno personal logra ser realmente feliz. Es como descansar en
verdes pastos junto a aguas de reposo.
Un rebaño acosado no puede crecer
Temáticas de predicación: Paz, Día de reposo y descanso, Estrés
Sin paz no podemos crecer. Puede que un pastor de ovejas encuentre buenos pastos
para su rebaño, pero si sus ovejas están atemorizadas por los perros salvajes de modo
que no pueden descansar, se volverán piel y huesos muy pronto. Los corderos del Señor
no pueden crecer si viven preocupados y son acosados; deben disfrutar del descanso
con el que el Señor hace que los abatidos reposen.
Si tu alma está siempre suspirando, gimiendo y cuestionando su interés en Cristo, si
siempre estás en suspenso en cuanto a qué doctrina es verdadera y cuál es falsa, si no
hay nada establecido y afincado con respecto a ti, nunca llegarás a la plenitud de la
estatura de un hombre perfecto en Cristo Jesús.

De esta paz que tiene varias aristas debemos decir algo más. La iglesia de Tesalónica
había sido atribulada de tres formas. Habían sido perseguidos desde afuera. No es algo
placentero, pero el apóstol dice: «… y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con
nosotros» (2 Tesalonicenses 1:7). Ahora bien, cuando el Señor Jesucristo dice a un santo
perseguido: «Estoy contigo. Toda maldad que se haga en tu contra es como si la
hicieran en contra de mí, y estás sobrellevando esto por causa de mi nombre»,
entonces ninguna persecución quebrantará la paz del alma. Quien obra así se regocija
en medio del sufrimiento y manifiesta gozo por ser tenido como alguien digno, y no
solo de creer en Cristo sino también de sufrir por amor a él.
Luego, la iglesia de Tesalónica era atribulada por ciertos falsos maestros. No
enseñaban absolutamente ninguna doctrina novedosa sino que a partir de una base de
verdad erigían un edificio de error. Exageraban una verdad particular y llevaban su
enseñanza a la extravagancia. Decían: «Cristo viene; por lo tanto el día del Señor está
inmediatamente a la vuelta de la esquina». Pertenecían a esa orden de fanáticos que
siempre deliran sobre «las señales de los tiempos» y pretenden saber qué ocurrirá
dentro de los próximos veinte años. Había impostores de tal clase en la época de Pablo,
y hay tales impostores en nuestro día. No les creamos; estos no pueden ver más del
futuro que caballos ciegos. El apóstol no permitiría que los tesalonicenses perturbaran
sus mentes por temores sobre el futuro.
El hecho más terrible del futuro no puede ser causa de alarma para un verdadero
creyente. El Señor consuela a su pueblo y no hay nada en sus planes ni en sus
propósitos que se proponga inquietarlos. Podemos reposar en la seguridad de que
ninguna doctrina de la Biblia impedirá que una persona piadosa disfrute la paz como
debe ser por causa de que aún no la haya comprendido totalmente o bien haya
confundido su rumbo. La verdad debe ministrar paz a los hombres genuinos. Toda la
verdad, sea doctrinal o profética, está del lado de los hijos de Dios. ¿Cómo podría ser de
otro modo?

57
siempre paz ¡Qué! ¿Siempre paz? Sí, eso es lo que el apóstol desea para nosotros. Que
tengamos paz dada a nosotros siempre. Porque siempre necesitamos paz. Nuestros
hermanos denominados como cuáqueros tienen, como regla, darnos un fino ejemplo
de calma, tranquilidad dignificada y paz. Cuán imperturbables parecen. Más allá de las
fallas que puedan tener, ciertamente sobresalen al mostrar una conducta apacible que
seguramente es indicativo de una calma que disfrutan en su interior. Muchos creyentes
son inquietos, irascibles, agitados, apresurados y volubles. No debería ser así.
Deberíamos tener más peso en relación a nuestra persona, más gracia, más solidez. Los
asuntos de nuestra alma están en paz con Dios, ¿acaso no es así? Todo está bien, para
siempre. Todo está señalado, sellado y entregado. El pacto está ordenado en todas las
cosas y asegurado, y todo está en las manos divinas para nuestro bien. Entonces, ¿por
qué no estar tan felices como los ángeles? ¿Por qué vivir preocupados? ¿Acaso hay algo
que merezca derramar lágrimas ahora al saber que todo está bien en cuanto a la
eternidad? Nuestra falta de paz surge del hecho de que no hemos comprendido la
plenitud de nuestro texto. «Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda
manera». Él siempre puede darnos paz, porque nunca cambia. Siempre existe el mismo
motivo para la paz. Siempre podemos acudir a él en busca de paz, y él siempre estará
pronto para concederla. ¡Oh que siempre podamos poseerla!
El platillo encubierto
Temáticas de predicación: Providencia de Dios, Paz, Estrés
Varias personas viven preocupadas por la curiosidad. Un sirviente pasaba por una calle
con un plato curiosamente cubierto. Se aproximó un hombre y dijo: «Estoy muy ansioso
por saber qué puso su amo en ese plato; por algún motivo lo ha cubierto con tanto
cuidado». Pero el sirviente contestó: «Por eso usted no debería entrometerse, pues al
ver que mi amo lo ha cubierto con tanto esmero, es notorio que no es asunto de su
incumbencia».
De modo que cuando una providencia te intrigue, tómalo como una señal de que el
Señor no se propone que la entiendas, y conténtate con aceptarla por fe. Cuando la
curiosidad y otras inquietudes se disipen, podrá disfrutarse la paz.

en toda manera ¿Puede él darnos paz en toda manera? Sé que puede darnos paz por
algunas maneras, ¿pero todas las maneras pueden subordinarse para ese fin? Algunas
circunstancias evidentemente obran a favor de la paz, ¿pero puede él darnos paz por
entidades que nos presenten oposición? Sí, ciertamente. Puede darnos paz por medio
lo amargo como por lo dulce, paz por la tormenta y por la calma, paz por una pérdida
como por una ganancia, paz por la muerte y también por la vida.
El Señor sea con todos vosotros El apóstol dice a los tesalonicenses que no se
perturben por la venida de Cristo. «El Señor sea con todos vosotros», expresa, y si el
Señor está con nosotros, ¿por qué nos preocupa que venga personalmente de una vez
o escoja demorarse? Debemos aguardar su regreso, pero no con alarma, porque el

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hecho de que haya venido por primera vez constituye una fuente de deleite. Nos
gloriamos en su primera venida y no tememos de ningún modo su segunda venida. En
virtud de que ya estamos situados en los lugares celestiales sentados junto con él por
medio de la fe, ¿qué importancia tiene para nosotros si él está allí o aquí, o si estamos
en el cielo o en la tierra, en cuanto habitemos en él? Pueden surgir, posiblemente
surgirán, fanáticos salvajes que nuevamente difundan noticias alarmantes sobre
guerras y rumores de guerras y escojan algún año fatal como el final de todas las cosas.
Bien, si tales cosas ocurrieran, si las multitudes fueran al desierto o a la ciudad en busca
de la venida de Cristo, no les creamos, sino que permanezcamos en paz y tranquilidad
de espíritu, afirmando: «Mi ser ama al Señor y él me ama a mí. No puede querer
dañarme, ya sea que destruya la tierra o la preserve. Aunque los cielos pasen y la tierra
se derrita bajo un ferviente calor, mi corazón reposará en el Señor y sabré que tengo su
seguridad». Así el Señor salva a su pueblo de la perturbación causada por las falsas
enseñanzas.
Pido en oración que Jesús esté con nosotros, porque si él está presente debemos
disfrutar la paz. Que el mar ruja y que cada madera de la embarcación cruja. En efecto,
que haya filtraciones hasta que cada madero sea como una boca hambrienta que nos
trague con rapidez. Pero cuando Jesús se levanta reprende los vientos y las olas, y
entonces se experimenta una gran calma. «No temáis» (Mateo 14:27; Marcos 6:50;
Juan 6:20) es suficiente para crear paz de una vez. Que siempre disfrutemos esta paz
que solo Jesús puede ofrecer.
17 La salutación es de mi propia mano, de Pablo Supongo que Pablo siempre escribía
una parte de cada epístola. Probablemente por causa de sus problemas visuales era
incapaz de escribir la totalidad del texto con sus propias manos, pero empleaba a uno
de sus hermanos en Cristo como amanuense. Pero, a fin de que todos supieran que la
epístola era genuina, siempre se incorporaba algo de la escritura de Pablo, en ocasiones
en grandes letras manuscritas, como cuando le dijo a otra congregación: «Mirad con
cuán grandes letras os escribo de mi propia mano» (Gálatas 6:11).
18 La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros Así, con gran cortesía y
una oración incluyente, finaliza su carta.

Aplicación
Aliento para seguir haciendo el bien
Quisiera que tú, que subes la colina para Cristo y encuentras que el viento sopla con
fuerza, afirmes tu rostro contra el fuerte vendaval y prosigas en el camino. Si tienes que
luchar en tu camino al cielo en cada pulgada de tu vida, te animo a que sigas
avanzando. ¡Que el Espíritu de Dios te dé fuerzas para hacerlo!
Puede que digas: «Oh, pero este servicio (mantener tus vestiduras siempre blancas)
es un trabajo arduo. Hacer lo correcto exige mucho esfuerzo. Temo que me desgastaré».
Ahora, te pediría que recuerdes cuando comenzaste en tu empleo y querías hacer algo
59
de dinero, cuán temprano te levantabas por la mañana, ¡cuántas horas trabajabas cada
día! Ahora que estás envejeciendo recuerdas cómo en aquellos días todos se
maravillaban al ver de qué modo imprimías tanta fuerza a tu trabajo, realizando la tarea
de dos o tres hombres. ¿Cuál era el motivo de todo ese esfuerzo? ¿No era para tu
beneficio? ¿Y acaso pudiste imprimir ese gran esfuerzo por ti y no podrías invertirlo
también en tu caminar con Cristo? Aquello se trataba solamente de cosas terrenales;
¿acaso no habrá algo similar en las cosas espirituales? Es una pena la forma en que
algunas personas se esmeran por avanzar en sus negocios en comparación con la poca
energía que demuestran en los asuntos de Cristo.
«Pero», dirá alguien, «hacer lo que es correcto exige mucha negación personal.
Confío en que soy creyente, pero en ocasiones bajo los brazos porque negarse uno
mismo una y otra y otra vez, y llevar una vida de continua negación es, me temo,
demasiado para mí». Sí, pero recordemos lo que Pablo nos insta a recordar. Tomaba
como ejemplo a los hombres que acudían a los combates deportivos, y los hombres que
participaban en las carreras, cómo tenían que contender por una corona perecedera.
Pero durante las semanas y los meses previos corrían para dominar su cuerpo y ponerlo
en sujeción, negándose a sí mismos toda suerte de cosas en las que hallaban regocijo. Y
todo esto hasta que lograr una buena musculatura y estar en la condición adecuada
para ingresar a la competencia. En tal sentido, el apóstol expresa: «Todo aquel que
lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero
nosotros, una incorruptible» (1 Corintios 9:25). Estoy seguro de que las dificultades que
algunos de esos campeones deportivos experimentaban eran suficientes como para
ruborizar las mejillas de los creyentes de aquel tiempo cuando consideraban que las
pequeñas negaciones de su vida eran demasiado severas para ellos. Que Dios en su
infinita misericordia nos ayude a no cansarnos en hacer el bien al considerar este
ejemplo.
«Sí», podría comentar alguien, «pero me canso porque pese a que pude negarme a
mí mismo, continuar haciendo lo correcto acarreó gran persecución. Estoy rodeado de
gente que no tiene simpatía para conmigo. Por el contrario, si pudieran apagar la
pequeña chispa de religión que tengo en mí estarían muy contentos». De acuerdo, pero
no te desanimes al hacer lo que es justo por causa de eso sino eleva tus ojos y mira más
allá. Puedo ver en visión una multitud vestida de blanco. Cada uno lleva una rama de
palma y juntos cantan un himno de triunfo exultante. Tomemos El libro de los mártires
de Foxe y leamos una docena de páginas, y luego de eso veamos si somos capaces de
ponernos a la par con los santos de antaño. «Porque aún no habéis resistido hasta la
sangre, combatiendo contra el pecado» (Hebreos 12:4). Tu persecución es solo una
broma inocente en tu contra, un poco de bromas frívolas, eso es todo. Estas cosas no
quiebran ningún hueso. Pide gracia para que puedas regocijarte y tener alegría
abundante cuando por causa de Cristo otros digan toda clase de males contra ti,
mintiendo. Porque ellos persiguieron a los profetas que fueron antes de nosotros; por
lo tanto, no desmayemos.
«Aún así», podría decir otra persona, «he intentado una y otra vez hacer bien
dentro de mi esfera. He dado mucho y aún deseo hacer lo mismo, pero al parecer no
60
obtengo demasiado a cambio. Hacer lo que es correcto no reporta demasiada gratitud.
Si tuviera algunas expresiones de gratitud, no me preocuparía tanto. De hecho, no
pareciera que hago realmente algún bien. Si viera algunos resultados no me cansaría y
seguiría adelante». ¿Sabes que hay Uno que ordenó cada día que las lluvias
descendieran sobre la tierra? Cuando cayeron no les dijo a las gotas de lluvia: «Caigan
en los granos de los agricultores agradecidos y que los creyentes obtengan todo el
beneficio de la lluvia». No, sino que envío las nubes y derramaron su lluvia también en
la tierra del patán, regando su propiedad. Por la mañana, cuando salga el Sol, iluminará
la cama del blasfemo y la recámara del santo, y esta noche Dios cederá su luna a
quienes quebrantan sus leyes y se engañan a sí mismos, como también a quienes llevan
adelante ministerios de misericordia. No refrena la lluvia, ni el Sol ni la luna, ni hace que
una estrella brille menos, ni envía menos oxígeno a la atmósfera, o menos salud en los
vientos, porque el hombre peque. Hay naciones enteras donde, cuando Dios concede
sus bondades, agradecen a ídolos e imágenes y no al Dador de gracia. Hay otras
naciones donde, cuando Dios hace que la vid produzca su fruto, la gente se
emborracha. Y cuando él indica que el grano se multiplique se entregan a la glotonería,
el exceso y el orgullo. Aún así él no restringe sus dones. Por ello debes mantener la
calma, porque incluso como gran bienhechor Dios continúa obrando de forma
incansable. Él te ha hecho bien, al igual que a miles como tú. Si dejaras de hacer bien a
los hombres, ¿qué le dirías a Dios? «Señor, esta gente no merece que hagas ningún
bien. No hagas ningún bien más». Tu conducta, al decir que las demás criaturas no
merecen que les hagas ningún bien, en realidad dice, en la forma más empática, que no
consideras que Dios deba hacerles ningún bien. Si Dios les hace bien, mucho más debes
hacerlo tú, que eres menos que él. Y si refrenas tu mano y afirmas: «No hay utilidad
alguna en hacer ningún bien», en efecto estarás orando para que Dios nunca más haga
ningún bien a los demás hombres. Lo cual es una oración inhumana que tienta a Dios.
Pido en oración que no permitas que la acción que encarna realmente tal oración jamás
vuelva a brotar en ti.
Como podemos ver, el Señor Jesucristo ha borrado nuestros pecados. Nos ha
comprado con su sangre; pertenecemos a él. Y sea cual fuere el servicio que él nos
asigne, nos dará las fuerzas para llevarlo a cabo. De modo que regresemos a nuestra
labor con gozo.

Dos formas en que Dios nos concede paz


Notemos que hay dos grandes formas mediante las cuales Dios nos concede paz. Una es
quitando todo lo que nos inquieta. He aquí un hombre que se molesta porque no logra
ganar dinero o porque ha perdido mucho de su riqueza. Supongamos que el Señor quita
de él toda codicia, toda ambición de ganancia, todo amor por el mundo, ¿acaso no
estaría lleno de paz? Estará en paz no por tener más dinero sino por perder el deseo
que lo apegaba a dicho valor material. Otro hombre es muy ambicioso. Quiere ser
alguien. Anhela ser grande y como no logra serlo, vive sin descanso ni tregua.
Supongamos que la gracia de Dios lo humilla y le quita sus aspiraciones encumbradas de
61
modo que solo comience a desear ser y hacer lo que el Señor quiera. ¿Logras ver cuán
pronto hallará reposo? Otro hombre tiene un temperamento iracundo y muy pronto se
sale de sus cabales. El Señor no cambia a quienes lo rodean ni altera su entorno, pero sí
transforma a dicho hombre. Lo convierte en alguien tranquilo, pronto para perdonar y
de espíritu amable. ¡Qué paz siente ahora! Otra persona ha tenido una actitud
envidiosa. No le agrada ver cómo prosperan los demás y si otros son mejores que ella,
siempre piensa mal de ellos. El Señor entonces extrae de su corazón esa amarga dosis
de envidia y ahora es una persona pacífica. Se alegra por ver cómo avanzan otros y si es
probada esto la ayuda a hacerla más feliz, sabiendo que otros son más favorecidos. Es
una gran bendición cuando el Señor quita los elementos perturbadores de nuestro
corazón.
Luego el Señor tiene formas de darnos paz cuando hacemos descubrimientos de su
persona. Algunos de ustedes aún desconocen las cosas que podrían darles paz. Por
ejemplo, si solo supieran que él los ama desde antes de la fundación del mundo, y que a
quienes ama nunca abandona, a ustedes que están temerosos de haber caído de la
gracia obtendrían gran consolación. Sí, y si han entendido la gran doctrina del decreto
divino y visto que el Señor no fallará ni se fatigará ni se apartará ni una jota ni una tilde
de su propósito, entonces verían cómo ustedes, creyentes pobres e insignificantes,
están asidos a la inmensa tela que no desgastará. Entenderían cómo el propósito
eterno, ordenado en sabiduría y respaldado con poder soberano, garantiza su salvación
y permite que se manifieste la gloria de Dios, y así tendrían paz.
Muchas almas no tiene la paz que podrían disfrutar porque no entienden
completamente la sangre expiatoria. Algunas mentes no consideran en toda su
amplitud y profundidad la gran doctrina de sustitución. Pero cuando logra ver a Cristo
ocupando el lugar de sus escogidos, hecho pecado por ellos, y los escogidos ocupando
el lugar de Cristo, la «justicia de Dios en él» (2 Cor 5:21), entonces su paz será como un
río. La gran verdad de la unión de los santos con Cristo, cuando se comprende, ¡cuánta
paz ofrece! Quienes logran creer que son uno en Cristo, miembros de su cuerpo, de su
sangre y de sus huesos, uno con Cristo por unión eterna e indisoluble, aun como el
Padre es uno con el Hijo. Si esto se reconoce, junto con la doctrina del pacto, el atributo
de la inmutabilidad, el propósito eterno y el matrimonio entre Cristo y sus escogidos,
podemos disfrutar una paz profunda, como la calma del cielo, como la dicha de la
inmortalidad.
Pero hay algunos a quienes esta paz tal vez aún no llegue, algunos de los que el
Señor dice: «¿Qué tienes tú que ver con la paz?» (2 Reyes 9:18, 19) y «No hay paz, dijo
mi Dios, para los impíos» (Isaías 57:21). Tus trabajos, tus oraciones, tus
arrepentimientos, ninguna de estas cosas puede darte verdadera paz. En cuanto al
mundo y sus placeres, son destructivos de toda esperanza de paz. Ven hoy mismo y
cree en el gran sacrificio que Dios ha preparado en la persona de su Hijo crucificado.
Ven y contempla el rostro de Emanuel y descubre en dónde ha de encontrarse la paz.
Ven ante el costado abierto de Jesús y observa la hendidura de la roca donde los
elegidos de Dios habitan en paz. Confía en Jesús y comenzarás a disfrutar de una paz
que se ampliará y profundizará. La paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, que
62
siempre guardará tu corazón y tu mente en Cristo Jesús. Amén.

Fuentes
2 Tesalonicenses 3 The Interpreter: Spurgeon’s Devotional Bible
La joya de paz (2 Tesalonicenses 3:16) The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons,
Vol. 23
La gracia gratuita es un motivo para el dar generosamente (2 Tesalonicenses
2:16–17) The Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 26
La necesidad de una fe creciente (2 Tesalonicenses 1:3) The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 31
El cerco de espinas y el camino llano (Proverbios 15:19) The Metropolitan
Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 33
La reprensión del perezoso (Proverbios 20:4) The Metropolitan Tabernacle Pulpit
Sermons, Vol. 48
Exposición de C. H. Spurgeon: 2 Tesalonicenses 3 The Metropolitan Tabernacle
Pulpit Sermons, Vol. 51
Enfrentando el viento (2 Tesalonicenses 3:13) The Metropolitan Tabernacle Pulpit
Sermons, Vol. 51
Un sermón para los ministros y otros creyentes probados (1 Pedro 5:7) The
Metropolitan Tabernacle Pulpit Sermons, Vol. 57

Índice de Escrituras

Génesis
1:1
3:19
Éxodo
5:4
Jueces
5:28
1 Samuel
3:18
2 Reyes
9:18
9:19
63
1 Crónicas
28:9
Ester
2:12
Salmos
55:6
104:32
119:165
Proverbios
27:21
Isaías
9:6
40:17
40:28
57:21
Jeremías
31:3
Mateo
5:16
5:48
6:9
7:16
14:27
19:6
23:13
23:15
23:23
23:25
23:27
23:29
25:21
Marcos
6:50
9:24
10:9
Lucas
2:14

64
6:30
10:40
10:42
23:34
Juan
3:16
6:20
6:27
14:27
15:5
17:10
20:19
20:21
Hechos
3:15
17:11
20:34
Romanos
4:20–21
5:5
5:6
10:9
14:23
1 Corintios
9:25
2 Corintios
5:19
5:21
10:10
Gálatas
1:7
6:2
6:9
6:10
6:11
Efesios
1:22
5:27

65
Filipenses
2:4
4:20
Colosenses
3:17
3:22
2 Tesalonicenses
1
1:1
1:1–12
1:2
1:3
1:4
1:5
1:6–7
1:7
1:8
1:9
1:10
1:11
1:12
2
2:1
2:1–17
2:2
2:3–4
2:5–7
2:8–9
2:10
2:11–12
2:13
2:14
2:15
2:16
2:16–17
2:17
3
3:1
3:1–5
3:2
3:3
66
3:4
3:5
3:6
3:6–18
3:7
3:8
3:9
3:10
3:11
3:12
3:13
3:14
3:15
3:16
3:17
3:18
1 Timoteo
1:15
3:16
2 Timoteo
4:2
Hebreos
4:9
7:26
12:4
1 Pedro
1:3
1 Juan
3:2
Apocalipsis
3:11
21:2
22:7
22:12
22:20

67

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