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ed., Insólita ed., Huso ed., Apache ed., Saco de Huesos ed., Revista Cthulhu,
Revista Windumanoth…) ha ido in crescendo, desarrollándose de un tiempo a
esta parte; prueba de ello, es la increíble base de reseñas con la que ya
contamos en nuestra página web (http://circulodelovecraft.blogspot.com.es/), o
las entrevistas que elaboramos gracias a la inestimable colaboración de nuestros
autores reseñados y a sus editoriales de cabecera (Maiquel da Costa, Yinn o ten
cuidado con lo que deseas; Francis Novoa, Ninfea…); o bien, nuestras
“audiencias” con personas increíbles, relacionadas con el mundillo literario (José
M. Cárdenas, coordinador de la Tercera Fundación; Giny Valris, cofundadora del
proyecto Choose Cthulhu…) Y, ¡claro!, esta revista-en concreto su nº 6-, no
podía permanecer al margen de esta nueva trayectoria a la que pretendemos
redirigir nuestra página.
Por ello, como directora del Círculo, tengo el placer inmenso de presentaros a
todos estos autores/as que, han tenido a bien el obsequiarnos con su increíble
trabajo y esfuerzo; con su entusiasmo impagable, con su admirable dedicación
al mundo del horror, la fantasía, las imágenes y los sueños… Gracias, ¡mil
gracias a todos ell@s! por permitirnos publicar un pedacito de lo que anida en el
interior de su alma … ¡Es un HONOR!
Cierto es que, no hemos podido dar cabida a todos los relatos que han llegado
hasta nuestra redacción (teniendo que seleccionar según criterios tales como:
originalidad argumental, estilismo literario, etc.) por lo que, deciros a tod@s
aquellos que habéis participado, que os agradecemos de corazón vuestro
entusiasmo y generosidad para con esta modesta página de terror y “materias
afines”.
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Informaros también, a los amantes de la Ciencia-Ficción que, en este número
del magazine seguiréis encontrando vuestro espacio- ¡cómo no! -; además, para
los paladares sibaritas del más genuino “Mundo Lovecraft”, contamos con un
relato del maestro, y contenidos extras sumamente jugosos; en concreto, os
vamos a presentar la app de lectura inmersiva iLovecraft2, “El Color que cayó
del cielo”-perteneciente a iClassics-, en donde un gran equipo de profesionales
adaptan a los clásicos (Dickens, Doyle, Poe…) aunando ilustración, animación,
banda sonora e interactividad, para lograr hacer de la lectura una experiencia
increíblemente sugestiva y absorbente; vamos, ¡una auténtica pasada!...
Para terminar, permitidme que agradezca a todos aquellos que, de una u otra
manera, colaboran o han colaborado con nosotros a lo largo de nuestra
andadura: editoriales, revistas, páginas web, canales de YouTube…, ¡mil gracias
por el aliento recibido! ¡Mil gracias a mis “chicos” !, porque es un regalo del
cosmos poder trabajar a vuestro lado; y, ¡mil gracias a todos vosotr@s!, porque
sois los que dais sentido a nuestro proyecto y trabajo diario.
¡Seguid ahí, aquí, con nosotr@s! ..., mis Querid@s Animales Nocturnos.
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9 Natalia Strigaro
Betsy se levantó esa mañana de invierno sorprendida por la ausencia de Alan.
Bajó las escaleras para preparar una taza de café y supuso que su marido había
sido atacado por una de esas musas que lo impulsaban a crear palabras que
luego se convertirían en libros.
Se acercó al recinto del escritor y desde la puerta percibió que algo andaba mal.
Podía ver la silueta de su marido en penumbras, acompañado de una pequeña
luminiscencia proveniente de la vela sobre su escritorio. Intentó activar la llave
de luz, pero no funcionó. Se acercó sigilosamente a él, como solía hacerlo
cuando estaba inspirado, y advirtió que la mano de Alan sostenía una pluma de
algún ignoto animal, cuya raquis sobrepasaba la cabeza del hombre por algunos
centímetros y sus barbas eran ampliamente ostentosas, parecía incluso irradiar
una débil fosforescencia. Vio sumergirse esa pluma, en un tintero tan antiguo
como el arte de escribir.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca para verle la cara, Betsy dejó escapar
un grito el cuál logró ahogar a tiempo con sus temblorosas manos.
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Natalia Strigaro
Escritora argentina, publicó en revistas como “O NO”
“Dipsus” “Rigor Mortis” “Acido” y AXXÓN. También se
destaca en artes plásticas, actuación y dirección de cine,
radio y teatro.
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EL ÁRBOL DE LA CASA
DE LOS FREIRE
Federico Garrido
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La tarde en la que Silvia Gómez perdió su pelota de goma al otro lado del muro
de la casa de los Freire fue la última vez que se la vio con vida.
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Ramona Freire, que quedó huérfana a corta edad y se convirtió en el último
miembro del linaje de los Freire. Durante décadas, Ramona Freire vivió sola en
la vasta mansión, acompañada ocasionalmente de alguna criada, pero poco a
poco su carácter huraño y reservado la hizo recluirse de manera definitiva en su
casa, cortando cualquier vínculo con el resto de habitantes de Loure. Con el paso
de los años, surgieron los habituales rumores. Los supersticiosos labradores
evitaban pasar junto a la casa de Ramona, a ella la consideraban una meiga y
atribuían cualquier plaga en sus cultivos y las enfermedades del ganado a sus
embrujos. Nadie la vio salir de la vivienda durante años, y los que vivían cerca
de ella afirmaban escuchar ruidos extraños a altas horas de la noche. El recelo
dio paso al miedo, y este a un abierto rechazo y al odio. Una noche de invierno
particularmente fría, con los bosques de alrededor azotados por la ventisca y los
campos cubiertos de nieve, murió un bebé de apenas un año vomitando sangre.
El padre, encolerizado, señaló enseguida a Ramona Freire como causante de
su muerte. Se reunieron los hombres, se calentaron los ánimos, se dijeron
palabras afiladas como puñales. Una turba se presentó ante los muros de la
casa, y echó abajo la verja de hierro. Derribaron la puerta de entrada y buscaron
a la anciana por toda la casa; la hallaron en un rincón de una sala, a oscuras,
sentada frente al fuego de una chimenea y rodeada de gatos. No se pronunciaron
palabras. Entre el padre del bebé fallecido, sus parientes y varios amigos
cogieron a Ramona, que pataleó en vano, y la arrojaron a la chimenea. Entre
espantosos alaridos, los vecinos de Loure, entre los que había mujeres y niños,
e incluso el párroco del concejo, observaron la terrible agonía de Ramona Freire,
que murió consumida por las voraces llamas. Cuando solo quedaron huesos
calcinados, y el alba despuntaba en el cielo, algunos de los presentes se retiraron
a sus casas, en silencio y cabizbajos, mientras que otros recogieron los restos
con cuidado y los enterraron al pie del único árbol del jardín, un raro ejemplar
que era tan antiguo como la casa y cuya semilla se decía Alonso Freire había
traído de una remota isla del Pacífico.
Allí acabó todo, y un tácito pacto de silencio se impuso entre los habitantes
de Loure, autores y testigos de un execrable crimen. Y de no ser por ese olvido
obligatorio, por esa pesada losa que había borrado por completo cualquier
recuerdo sobre tal abominable hecho, la niña Silvia Gómez habría evitado
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acercarse a los muros que rodeaban la mansión y a la ominosa sombra del árbol
centenario.
Esa tarde, Silvia Gómez se sintió atraída por el gigantesco árbol, algo que no
le había ocurrido nunca. Por un momento, se olvidó de la pelota de goma, que
dejó tirada en el pavimento de la calle, y se asomó entre los barrotes de la verja.
Su mirada se clavó en el imponente árbol, cuyas hojas mecidas por la brisa
parecían susurrarle palabras que le daban miedo.
Fue entonces cuando Silvia, impulsada por una voluntad más poderosa que
la suya, acariciada por la susurrante voz procedente del misterioso árbol
cogió la pelota, y con gesto mecánico, la arrojó por encima del muro
devorado por la tupida hiedra. Luego, se acercó de nuevo a la verja, atisbó entre
los herrumbrosos barrotes y metió su menudo cuerpo por el estrecho espacio.
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No le resultó difícil, pues era una chica delgada y ágil, y pronto se internó en el
desolado jardín, cuya hierba crecía hasta la altura del pecho, una hierba salvaje,
salpicada de cardos, amapolas y ortigas. La misma vereda hecha de losas de
granito que conducía a la casa había desaparecido bajo el mar de hierba y
matojos. Pero poco importaba eso a Silvia. Su interés se centraba en el árbol.
Como un autómata, dirigió sus pasos hacia él, mientras la sibilante voz la llamaba
igual que el dulce canto de una sirena.
«Un poco más. Solo un poco más. Huelo el aroma de tu piel, siento ya tus
caricias. Un paso más. Quiero que tus brazos me rodeen.»
Silvia Gómez se detuvo a menos de un metro del grueso tronco del árbol, con
los ojos fijos en la corteza. Las hojas, sobre su cabeza, murmuraban con tono
alegre.
Durante meses buscaron a Silvia Gómez por toda la comarca. Se abrió una
investigación policial, teniendo en cuenta cualquier posibilidad, se detuvo a
varios sospechosos con antecedentes por pederastia, incluso se registró de
arriba abajo la casa de los Freire, sin ningún resultado.
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Federico Garrido
Nació en Esparragosa de la Serena (Badajoz) en
1985. Licenciado en Derecho, ha publicado relatos
fantásticos y de terror en revistas, como Un saco de
calaveras, en Almiar (2016), Prisionero de los
bárbaros, en Visor (2017) y Canción inacabada, en
Relatos Insólitos (2017), y en antologías como
Renaissance. El nuevo ciclo de los Mitos (2016),
con su relato Los dioses de barro. Su primera
novela es Dicen que cantaron canciones (2017).
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Antes de salir del tema de Loveman* (*editor) y de las
historias de terror, debo relatar el sueño espantoso
que tuve la noche después de que recibiera la
última carta de S.L.'s.
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Monadnock* (*publicación mensual) , podrás ver mi cuento La tumba (The
Tomb), que fue inspirado por uno de estos lugares.
Tal era la escena de mi sueño: una horrible depresión que emergía era cubierto
con una especie de maleza áspera y repulsiva, sobre la cual atisban furtivamente
las horrorosas piedras y las marcas de pútridas lápidas. En una ladera había
varias tumbas cuyas fachadas ya estaban en las últimas y pasadas etapas de la
decrepitud. Tenía la extraña idea de que ninguna cosa viva había pisado ese
suelo por muchos siglos hasta que Loveman y yo llegamos. Era muy tarde en la
noche, probablemente sobre las primeras horas, puesto que una luna cuarto
menguante había logrado altura considerable en el este. Loveman llevaba,
colgando en su hombro, un equipo portable de teléfono; mientras que yo, dos
pesadas espadas. Nos dirigimos directamente a un sepulcro plano cerca del
centro del lugar horrible, y comenzamos a desmalezar la tierra del musgo,
crecido y alimentado por las lluvias de años innumerables. Loveman, en el
sueño, lucía exactamente como en las fotos que él me ha enviado - un hombre
joven, grande, robusto, sin el menor rasgo semita (no obstante, la obscuridad), y
muy guapo excepto por el par de orejas prominentes. No dijimos palabra
mientras que él depositó su equipo de teléfono, tomó una pala, y me ayudó a
cavar la tierra y limpiar las malas hierbas.
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con escalones de piedra; pero tan horribles eran los vapores miasmáticos que
brotaban del hueco, que retrocedimos por un momento sin poder hacer otras
observaciones. Entonces Loveman tomó el teléfono y comenzó a desenrollar el
alambre - hablando por primera vez de esta manera.
-Lo siento mucho -dijo en una voz suave, agradable; medida, y no muy profunda -
Tengo que pedirte que permanezcas arriba, pues no podría responder por las
consecuencias si bajaras conmigo. Honestamente, dudo si cualquier persona
con un sistema nervioso como el tuyo podría soportarlo. No puedes imaginarte
lo que tendré que ver y pienso que cualquier persona sin los nervios acorazados
no podría descender y salir sano y salvo de ese lugar. De todos modos, éste no
es un lugar para alguien que no pudo aprobar el examen físico del ejército. Yo
descubrí esta cosa, y soy el responsable por cualquier persona que vaya
conmigo. Pero te mantendré informado de cada movimiento que haga por
teléfono; como puedes ver, ¡tengo bastante alambre para alcanzar al centro de
la tierra y regresar!
Discutí con él, pero me contestó que, si no me resignaba, daría todo este asunto
por terminado y conseguiría a otro compañero de expedición, un tal "Dr. Burke",
nombre totalmente desconocido para mí. Agregó, que no me necesitaba para
descender solo, puesto que solo él era el único poseedor de la verdadera clave
del asunto. Finalmente consentí, y permanecí sentado sobre un banco de
mármol del sepulcro abierto, y con el teléfono en mano. Él encendió la linterna
eléctrica, preparó el alambre del teléfono para desenrollar, y desapareció
descendiendo por los escalones de piedra húmedos, mientras el alambre crujía
a medida que se desenrollaba. Por un momento no perdí de vista el resplandor
de su linterna, pero desapareció repentinamente, como si hubiera dado una
vuelta por la escalera de piedra. Entonces todo era silencio. Después de eso
paso un período de tonto temor y de ansiosa espera.
La luna creciente subió más arriba, y una capa de niebla sobre la depresión
parecía espesarse más y más. Todo era horriblemente húmedo, y me pareció
ver un búho revolotear entre las sombras. Entonces fue que sonó el "clic" del
receptor de teléfono.
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-Lovecraft, pienso que lo estoy encontrando.
Las palabras se oían tensas, en tono excitado. Entonces una breve pausa,
seguida por más palabras en un tono de temor y horror inefable.
-¡ Dios, Lovecraft! ¡Si pudieras ver lo que estoy viendo!
-No puedo decirlo. No me atrevo. Nunca soñé con algo así. No puedo hablar.
Esto es suficiente para desquiciar cualquier mente. Espera, ¿qué es eso?
Entonces otra pausa, y el "clic" del receptor, y una clase de gemido desesperado.
-Lovecraft, por el amor de dios: ¡Todos se levantan! ¡lárgate! ¡lárgate! ¡No pierdas
un segundo!
-No seas tonto, es demasiado tarde, no hay nada que hacer. Ni tu ni nadie
pueden hacer nada ahora.
Él parecía más calmado, con una terrible, resignada calma, como asumiendo
algo inevitable, ineludible. Con todo, él estaba obviamente ansioso de que yo
escapara de aquel peligro desconocido.
- ¡Por amor de dios sal de aquí, si todavía puedes encontrar la manera! No estoy
bromeando. Lovecraft, no te veré otra vez. ¡Dios! ¡lárgate! ¡lárgate!
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Gritando las últimas palabras, su tono era un creciente frenesí. He intentado
recordar la frase lo mejor posible, pero no puedo reproducir el tono. Siguió luego
-horriblemente largo- un período de silencio. Intenté ayudar a Loveman, pero me
encontraba paralizado absolutamente. El movimiento más leve me era imposible.
Podía hablar, sin embargo, y le llamaba con excitación por el teléfono:
-¡Loveman! ¡Loveman! ¿Qué es eso? ¿Qué es lo terrible?
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esa imagen en mi propia mente. Con todo, si no es mérito mío, ¿quién en el cielo
podría reclamarlo? Samuel Coleridge reclamó para sí Kubla Khan, así que
pienso que registraré esta idea antes de dejarla ir.
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El llamado de la
Salamanca
Nicolás Luciano
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El flete circulaba por la ruta nacional 89; había partido desde Resistencia con
destino a Quimilí. Fue contratado por la prima del intendente de la capital de la
provincia del Chaco para entregar una diligencia a su hermana que residía en la
provincia vecina de Santiago del Estero, era una caja de madera asegurada con
remaches y de peso considerable. El dueño del flete conocía lo riesgoso de
manejar de noche, pero la señora necesitaba enviar la encomienda con urgencia
y el dinero extra que el hombre solicitó por hacerlo inmediatamente ayudaría a
su familia notablemente. La noche era tranquila y desolada, el conductor no se
cruzó en las horas que llevaba de viaje con ningún otro vehículo en su carril ni
en el contrario, seguramente por ser día de semana imagino el fletero. La luna
llena iluminaba solidariamente al solitario hombre y él lo agradecía. Quienes
viven del transporte saben que conducir durante la vigilia y sin el debido
descanso reviste una peligrosidad constante; uno nunca sabe si en la oscuridad
puede surgir inesperadamente otro rodado generando de esta forma
consecuencias de impredecibles alcances. El fletero poseía en sus caracteres el
semblante típico de su oficio, sufría de un ligero sobre peso, rostro barbado con
canas y tez color mate; su capacidad de atención y sobresalto ante las
circunstancias y cosas que le rodeaban era ejemplar como todo hombre de ruta.
Al pasar por la zona de la localidad chaqueña de Quitilipi su tensión aumentó
notablemente. A esas alturas del trayecto el estado del asfalto no era el adecuado
y otras cosas más supersticiosas afectaban sus nervios; ya podía observar al
costado del camino las luces extrañas de luminosidad casi fluorescentes que las
almas en pena generan en los campos aledaños al camino. A pesar de ser un
experimentado conductor no pudo evitar la ansiedad de superar ese rumbo del
itinerario mientras las luces lo acompañaban como esperando que en un
momento de dispersión psicológica se produjera lo peor; aumentó un poco la
velocidad por sobre el límite permitido aprovechando la desolación del camino a
pesar que su experticia le impedía ignorar la peligrosidad de esta acción porque
las sombras muchas veces guardan malas bromas para los conductores
habituales. Las luces que lo circundaban a la distancia eran como fogatas que
se encendían y apagaban mientras avanzaba en kilómetros y al pasar por un
cementerio rural sus nervios ya amenazaban con descontrolarse, estaba
convencido que le rodeaban los espíritus de los muertos y su alterada percepción
le generaba la sensación que eran decenas las luminosidades en los campos;
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sudaba constantemente por todos sus poros a pesar que la temperatura
ambiente no superaban los 10 grados Celsius y fue en ese momento al superar
el lúgubre conjunto de tumbas que lo vio al costado del asfalto sentado. Era un
muchacho joven que al divisar la luz de la chata se posicionó al borde del camino
para hacer señas con du dedo. El fletero decidió bajar la velocidad y al acercarse
a la figura del joven pudo observarlo con mayor detenimiento, ayudado por las
luces delanteras de su vehículo. El chico estaba solo, era desgarbado y no
aparentaba más de 20 años de edad; sus únicas posesiones eran una mochila
mediana y una guitarra criolla. Frenó donde se encontraba el muchachito feliz de
encontrar otra persona esa noche suponiendo que necesitaba transporte;
naturalmente no iba a dejarlo en la soledad de la noche si fuera ese el caso.
-Buenas noches, ¿necesitas que te lleven? -. Preguntó el hombre con las buenas
intenciones de darle una mano y de paso tener compañía en esa vigilia tan
lúgubre.
- ¿Cómo te llamas pibe?, mi nombre es José, tengo que llevar a Quimilí esta
diligencia, ese es mi destino; vos me dirás a donde puedo dejarte mientras el
lugar se encuentre en mi itinerario-.
- Un gusto José, me llamó Gabriel Gaona y soy de Santa Fe, más precisamente
de Rafaela; como te dije antes me traslado por todo el país para participar en
peñas folclóricas y a eso me dedico con lo poco que tengo a cuestas.
Casualmente Quimilí era el sitio al cual quería llegar de forma inmediata ya que
pasado mañana hay una peña grande en el campo de un terrateniente local y
casi toda la gente que vive en la zona va a participar según me comentaron en
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Quitilipi. Fue muy atinado que nos encontremos esta noche tan tenebrosa y
desolada para poder hacernos compañía-.
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concurrirían ya que era un regalo que todos los años ofrecían a la comunidad
toda, una noche de distención y baile. Fue en ese momento que Gabriel se
presentó como folclorista y solicitó a la señora su venia para participar en el
escenario y poder demostrar su talento. La señora con una aparente amabilidad
le otorgó el honor y ofreció albergarlo en uno de los puestos que se encontraban
en sus amplias extensiones de campo, el número 3 sobre la ruta de ingreso a la
ciudad; recibiría alimento, albergue y luego podría tocar en la peña. Le indicó
donde podría conseguir transporte para llegar al referido puesto y los despachó
de su casa sin más preámbulos.
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suponer que la festividad iba a ser gigantesca.
Solo había transcurrido una hora desde que se había instalado cuando una
jovencita muy bien parecida tocó a la puerta de la casilla; Gabriel abrió y le
pareció una hermosa mujer, piel trigueña y ojos oscuros, figura esbelta y cabellos
en trenza de color azabache; traía en sus manos una canasta con comida, una
pava y mate.
- Buenos días, la patrona me dijo que venga a traerte alimentos; me contó que
vas a tocar en la peña y que sos su invitado en este puesto, a decir verdad,
pareciera que encontró el empleado barato perfecto, me llamo Ana, por cierto-.
Gabriel la invitó a pasar, no pudo evitar reírse con la ocurrencia de la chica.
- Me llamó Gabriel y si, parece que soy su “invitado”, al menos me permitió tocar
en la peña, pero a cambio voy a tener que prestar servicio de seguridad parece
ser -.
- Mi familia trabaja para los Santillán como lo hace media región, mi madre y yo
nos encargamos del servicio doméstico, mañana voy a formar parte del grupo de
baile así que los dos vamos a ser partes importantes de las festividades. Si
escuchás sonidos raros de noche no te asustes que de seguro es el Kakuy y su
canto molesto o los bichos que salen con la luna, tené mucho cuidado con las
yararás que acá son una plaga; en lo posible no salgas de noche de este puesto
por más que escuches cosas que te puedan llegar a alterar los nervios, total
estás de paso y nunca pasa nada malo en estos campos, nadie se atrevería a
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dañar de ninguna forma a esta familia tan poderosa-.
La experiencia que el pobre chico debió vivir esa noche sería capaz de alterar la
ansiedad de las personas más templadas. Primero la terrible soledad en la que
estaba inmerso generó desequilibrios en los pensamientos y percepciones de
Gabriel; su mente era una vorágine de ideas, el tiempo parecía transcurrir más
lentamente y los sonidos de los grillos lo alteraban profundamente impidiéndole
conciliar el sueño; no pasaba un solo vehículo por el lugar y esto le generó una
preocupación mayúscula. Pero lo peor no era eso, pronto comenzó a sentir
ruidos de movimientos en el pasto, como si cosas que el desconocía se
estuvieran arrastrando en el terreno. Estaba tentado a salir y sentarse en la silla
ya que temía que los ruidos fueran de personas que sigilosamente y, sin saber
que el puesto estaba nuevamente ocupado, se hubieran aventurado en el lugar,
pero recordó la advertencia de Ana y decidió simplemente quedarse recostado
en el catre y practicar su música con la guitarra para acallar su mente y por un
motivo práctico; si hubiera alguien afuera de seguro al sentirlo tocar se iría sin
dudarlo. Su fiel amiga le ayudo a relajar su ansiedad y olvidar por varias horas lo
horrendo de sus circunstancias sin embargo el cansancio arremetió sobre su
psiquis y lo instó a dormitar un poco con la guitarra encima.
Había logrado adormecer su conciencia por algún tiempo, pero de repente un
evento extraño lo despertó de su frágil estado onírico; eran sonidos espectrales
y lejanos en un principio, parecían retumbar en el aire. Se levantó sobresaltado
sin llegar a comprender inicialmente de que se trataba, eran generados por la
percusión de algún instrumento de eso no le quedaba duda; tomó una linterna
que encontró en un estante y salió para comprobar el origen de esos enigmáticos
ruidos. Al salir pudo captar con mayor sensibilidad las vibraciones que oía, su
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conocimiento musical le confirmó que eran bombos legueros y parecían estar
replicando el ritmo de chacarera típico de la región, pero no era físicamente
posible ya que se encontraba a kilómetros de la ciudad que era su idea más
racional, que habría alguna peña, pero en un instante esa idea quedó descartada
y lo que empeoraba fue el comprobar que parecían provenir del medio del campo
en dirección a la carpa. La situación los desconcertaba, no tenía forma de
dirigirse al lugar para revisar ya que la oscuridad era total sin embargo la
vibración de la percusión lo estaba enloqueciendo ya que legó al punto de sentir
en su propia mente el replicar de los legueros; la situación se tornaba
espeluznante y el pánico amenazó con atacarlo cuando, en un instante fugaz,
en la lejanía y en dirección al supuesto lugar desde donde se generaban los
sonidos pudo divisar una tenue luz rojiza, como un fuego encendido y a su
alrededor le pareció ver sombras más negras que la noche danzando alrededor
de esa manifestación espectral; bailaban al ritmo de los repliques y mientras
observaba paralizado e hipnotizado semejante espectáculo inexplicable una voz
se manifestó en su cabeza y le comunicó el siguiente mensaje-...los acordes
adecuados deberán ser entonados para que tus deseos se cumplan o para que
pierdas tu alma...-.Cuando escuchó esa rasposa voz en su cerebro lo terminó
por dominar el pánico; se escondió apresuradamente en el puesto y trancó la
puerta, se acurrucó temblando en el catre con una macana como defensa y allí
esperó. La espantosa experiencia pareció durar aproximadamente una hora;
cuando todo se tranquilizó y su estabilidad emocional pareció regresar pudo
comprobar en su reloj de pulsera que eran las 4 am. Estaba tan agobiado que
se desmayó de cansancio hasta que la alarma de su reloj sonó a las 6 am.
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-Tenía miedo que te pasara algo, no quería asustarte, pero si advertirte, mi tata
era el ocupante de este lugar; era bailarín como yo, nadie se comparaba en
talento con él. Siempre se quejaba de eventos extraños, de voces y sonidos en
su mente en ciertas épocas sobre todo durante la festividad de los Santillán; en
todo momento ignoró esos inexplicables sucesos, pero a medida que pasaba el
tiempo parecía más y más afectado por las experiencias que debía soportar.
Hasta que hace un mes una noche sin luna agobiado por sus nervios se aventuró
de noche en el campo para descubrir que estaba causando esos eventos y jamás
lo volvimos a ver desde esa noche, desapareció sin remedio según testimonio
del vigilante del segundo puesto que lo vio a distancia ingresar en los campos
con su bicicleta-.
-Pero Ana decime una cosa, ¿no tenis idea de que puede ser ese fenómeno?,
¿los otros vigilantes que dicen de esto? -.
-Los otros vigilantes no ven ni escuchan nada extraño pero mi abuelo que es un
hombre de 90 años tiene una historia relacionada a esto, me la contó el día que
desapareció mi tata. Según él, antes de que estas tierras fueran alambradas,
estos amplios territorios eran visitados por los gauchos para participar de una
reunión extraña que se daba ciertas noches aquí; mi abuelo le llama la
Salamanca. Según la leyenda el Supay se apersona ante los gauchos que
desean obtener habilidades especiales o destacar en algún aspecto, pero con
consecuencias nefastas para el suplicante, generalmente los dones eran
otorgados pero el alma de la persona era la garantía de ese acuerdo. Yo temía
por vos porque sos músico y estas cosas raras parecen afectar a las personas
más sensibles, pero no quería alarmarte porque solo estás de paso y porque no
creo en esas supersticiones; de seguro mi tata se perdió afectado por la locura
y anda por los campos yirando o muerto-.
Gabriel escuchó la historia con atención; no podía explicar que vio esa noche,
pero desde luego no era tan irracional como para pensar que un aquelarre de
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demonios se desarrolló en sus narices. Poco a poco recuperó su bienestar
gracias a los cuidados de Ana que a cada instante le parecía más atractiva; tal
vez se quedaría una temporada en Quimilí.
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sorprendió de no encontrar al patrón junto a ella, ; la animada mujer agradeció el
cumplido y le indicó que era su turno de demostrar lo que podía hacer con la
guitarra; se acoplaría al conjunto musical de guitarras y bombos que se
encontraban en ese momento tocando una chacarera doble, estilo musical más
largo a la hora de desplegarlo. Al concluir la canción se realizaría un impase y
ese sería el momento indicado para subir. Gabriel esperó aproximadamente 20
minutos, exactamente la cantidad de tiempo que duró el parate y, al subir
nuevamente los artistas, se sumó al alegre grupo con su guitarra y su corazón.
Eran aproximadamente 100 personas entre músicos y bailarines. Nuevamente
el repertorio era de chacareras dobles; se esforzó por lucirse como si fuera el
evento de su vida mientras sus ojos se posaban en su amiga la cual bailaba al
compás de su rítmica; la danza era sublime y hasta las estrellas parecían
mecerse con el ritmo y la impronta de los bailarines; la gente demostraba su
algarabía con los aplausos que habitualmente acompañan imitando el ritmo del
estilo musical folclórico cuyas raíces afro-indígenas son patentes en los
compases de su entonación. La presentación de Gabriel duró aproximadamente
45 minutos, al concluir, los aplausos fueron atronadores y su sonrisa denotaba
una satisfacción pocas veces experimentada por el chico. Ana lo observaba
sonriendo de la misma manera, su maquillaje y la ropa tradicional le otorgó un
porte precioso a su ya hermosa figura más hermosa aún y el joven músico no
pudo evitar sentir algo similar a un enamoramiento por la chica. Lo había
embrujado con su arte.
Las horas pasaron, se ubicó en el sector establecido para los artistas, tanto los
bailarines como los cantores, guitarristas y bombistos tenían un lugar reservado
para comer y beber a gusto; charló con todos y se hizo querer, les contó a todos
sus experiencias en el trajinar del camino y como se iba nutriendo en cada lugar
que visitaba, Las felicitaciones recibidas aumentaron aún más su sano ego hasta
que Ana le hizo señas con la mirada indicándole su deseo de pasar un momento
a solas con él. Juntos se retiraron de la enorme carpa y se encaminaron al campo
acompañados tan solo por el benévolo resplandor de las estrellas; no se
hablaban, parecía que disfrutaban tan solo de su mutua compañía y se
aventuraron muy al centro de los territorios de los Santillán, a varios kilómetros
de la carpa sin perderla de vista. Pronto, los deseos de los jóvenes fueron más
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fuertes y se besaron dulcemente en un instante eterno, donde los únicos sonidos
que acompañaban a la dulce pareja eran el del canto triste del Kakuy llamando
a su hermano perdido como cuentan los viejos y los ruidos de los insectos de la
noche. La vigilia era ensoñada, no reparaban en su alrededor, solo importaban
ellos y el fuerte deseo sensual l que los dominaba, cuando de repente y, de forma
súbita, un retumbe de legueros llegó a la mente de Gabriel. En un primer
momento creyeron que provenían de la peña, pero se sorprendieron al
comprobar que no era así; el viento estaba trayendo el sonido desde otro lugar,
más al interior del campo. El pobre chico empalideció dramáticamente, era la
misma y aterradora experiencia a la cual debió asistir la noche anterior.; dirigió
su mirada perdida al lugar de procedencia de esos fantasmales retumbes,
provenían exactamente del mismo territorio que la primera vez, a tan solo 4
kilómetros del lugar en el que se encontraban. Cuando pudo salir de su trance
pasajero sintió la necesidad de regresar a la seguridad de la carpa, pero su
semblante se desfiguró completamente al observar a su enamorada dirigirse sola
y solemnemente hacia el sitio donde el inexplicable acontecimiento se estaba
desarrollando. Entrado en desesperación por no comprender como Ana pudo
escabullirse sin que se diera cuenta y, además, se adelantara tanto hacia el lugar
maldito no dudo en seguirla para hacerla volver a la seguridad de la fiesta;
llamarla parecía ser inútil, no parecía oírle. La oscuridad era muy grande en esa
parte del territorio y los peligros eran muchos; podían perderse hasta inclusive
ser picados por víboras yararás las cuales son mortales, el no comprender como
Ana se adelantó tanto escapando a su vista de forma tan disimulada le generaba
más inquietudes a las que ya tenía y, sobre todo, la extraña forma en que la chica
caminaba aligerando más y más el paso le despertaba escalofríos; estaba como
hipnotizada y no hacía caso a sus gritos. Apenas podía verla en esa oscuridad,
ayudado apenas por la luz de las estrellas, desesperado la llamaba por su
nombre en vano hasta que accedieron a un punto extrañamente más luminoso
lo cual ayudó a que pudiera divisarla con mayor facilidad. Sin embargo, la luz no
era natural y mientras más se acercaban más terrorífico se tornaba el asuntó; la
siguió por un kilómetro directo a la luminosidad color roja y los ruidos en su mente
se tornaban cada vez más insoportables a medida que se acercaba a esa
extraña manifestación; al llegar a destino el horror se adueñó de su alma de
forma irremediable. Ingresaron a un campo donde oscuras figuras, diablos
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salamanqueros, danzaban locamente al són de los legueros invisibles; parecían
como hipnotizados por una fuerza suprema que los manipulaba a voluntad. Ana
se detuvo ante la luz roja que se ubicaba en el centro del terreno. Era desde el
fuego espectral donde se originaban todos los ruidos que podía escuchar. Ana
se detuvo ante la llama, se encontraba en trance profundo y no respondía a las
palabras de Gabriel, fue allí que lo vio; sentado en canasta frente al fuego etéreo,
una figura oscura como las demás que los observaba fijamente con sus ojos
color rojo fluorescente. Gabriel pasó del pánico al trance hipnótico causado por
el efecto de esos colores tan rojos como faroles en la oscuridad; en su mente
escuchó las mismas palabras que la noche anterior una voz rasposa conjuró
ingresando en su cerebro-...los acordes adecuados deberán ser entonados para
que tus deseos se cumplan o para que pierdas tu alma...-. Se repetían en su
cerebro con la una rapidez de un torbellino mientras los diablos danzaban con
mayor elocuencia. En un intento de salir del hechizo trató de ver a la chica que
tanto le gustaba pero su desesperación ya era total al comprobar la metamorfosis
sufrida por ella; la esbelta figura de Ana ahora era una sombra similar a las que
los rodeaban y en ese momento la roja luz de la fogata etérea que se encontraba
tras la demoníaca figura lo encandiló y envolvió por completo, ya no pudo
observar con claridad ninguna otra cosa que no fuera la sombra frente a él que
a su vez se iba disipando hasta dejar solo el color rojo rodeándolo
completamente.
Las búsquedas y rastrillajes fueron en vano, muchos dicen que se fueron solos
para vivir una vida errante, otros creen que el joven le hizo algo y luego de
desaparecerla se escapó por medio de los campos aprovechando la noche;
todas suposiciones infundadas ya que no se encontraron rastros que avalaran
ninguna de esas palabrerías de viejas chismosas de barrio. Sin embargo, otros
intuyen otras hipótesis; algunas noches los puesteros escuchan bombos
legueros resonar en la inmensidad y, muy sutilmente, la vibración de una dulce
guitarra al compás de chacareras dobles, alegrando a los diablos de la noche,
en un aquelarre sin fin.
38
Nicolás Luciano
Nicolás Luciano Brito- 28/06/1990; ciudad de Rosario,
provincia de Santa Fe, República Argentina. Soy el
mayor de tres hermanos, hijo de un empleado de
panadería y una empleada no docente de la Facultad
de Medicina de la localidad de Rosario. Resido desde
mi natalicio en el Barrio Martin de la referida metrópoli;
soy egresado de la Facultad de Abogacía dependiente
de la Universidad Nacional De Rosario ejerciendo
actualmente la profesión de abogado. Curse mis
estudios primarios EGB en el colegio La Salle de la
misma ciudad, terminando mis estudios secundarios
polimodal en el colegio Cristo Rey De Las Escuelas
Pías recibiendo el titulo secundario en Humanidades y
Ciencias Sociales.
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J.A. Benson
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El señor Berton acostumbraba a sentarse en aquel sillón carmesí aterciopelado
buscando descanso para su cuerpo, pero no para su mente, la cual recibía una
tormenta de pensamientos y, sólo una dosis de Jack Daniels o Johnny Walker
verde lograba ponerlo en aquel confort de lúcida estupidez. El estudio
permanecía en tinieblas, excepto por la escasa luz que producían las velas
gastadas por noches de lectura pretérita.
Era el clásico hombre bien instruido, larguirucho y pálido que languidecía tras las
largas jornadas laborales y, lo único que parecía no agotarlo, era enfrascarse en
lecturas de hojas gastadas y amarillentas. Esa noche parecía que sus excesos
le habían dejado poco dispuesto para la lectura. Nuestro ebrio personaje se
limitaba a permanecer abigarrado en aquel rincón, sentado mientras fumaba su
cigarrillo. Así, se balanceaba entre la inconsciencia y la lucidez, pero siempre
acompañado de sus vicios, sin el menor cuidado de aquella carcasa llamada
cuerpo.
En ese caso, te dejo para que descanses, en unos meses iré a México y
podremos conversar con más calma. De momento, no puedo salir de Asturias.
Encontrarás interesante el paquete, ¡cuídate, amigo!
Fernando había colgado. Berton no tuvo tiempo para intriga y, cansado, no tardó
en quedarse dormido.
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A la mañana siguiente, Berton se levantó, preparó el café y se sentó a trabajar
en su escritorio. En ese instante, sonó el timbre y, con fuerza inusitada, se
levantó para mirar por el ojillo de la puerta. Era un empleado del correo y traía
una caja con él. Rápidamente, corrió los cerrojos para recibir el paquete, el cual
fue entregado tras finalizar con todas las formalidades.
Una vez dentro de la habitación, Berton colocó la caja sobre la mesa, tiró el
cordón y cortó la cinta adhesiva. Una vez hecha la operación, miró en su interior
para sacar su contenido. Había un libro negro forrado en piel, tenía unos detalles
de color oro, como marcas decorativas. Era un libro antiguo, sus hojas estaban
manchadas por la erosión del tiempo y se notaba que era una reliquia de alto
valor o, si no, una falsificación de un experto.
Para Berton:
Querido amigo, decidí enviarte una carta para contarte la naturaleza del libro y
para hacerte una petición. Debido a la temática de la obra, entiendo que puedas
experimentar un escepticismo, pero debes entender que lo que nos atañe es su
valor histórico en el caso de ser auténtico. Esto es precisamente lo que te quiero
pedir. Quiero que vayas a algún laboratorio y realices la datación pues yo no
puedo conservarlo aquí. Si retengo una obra con valor histórico las autoridades
la confiscarían. Te pagaré y, en el caso de venderlo, también te daré una parte.
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espíritu. Un día le pregunté al Abate si eran ciertos los rumores de tesoros y
libros prohibidos que solían tener las abadías. El Abate me dijo que el anterior
administrador había desechado todos los libros y otros habían sido vendidos.
Cuando abandoné la abadía visité a los anticuarios y, tras varios intentos fallidos,
encontré un libro que el traficante alegaba haber obtenido limpiamente,
asegurando que era parte de la colección de la Abadía. El anticuario tenía razón.
Te lo encargo mucho.
Atte. Fernando B.
Berton dejó la carta sobre la mesa y cogió el desgastado libro. Durante la lectura
encontró ilustraciones de caballeros, símbolos alquímicos y detallados ritos de
iniciación de lo que parecía ser una organización monástica. Aparentaba ser un
libro de la época medieval por sus ilustraciones toscas, las letras minúsculas
eran claras y redondeadas, las letras capitales eran largas, su castellano
indicaba que, a lo sumo, sería posterior al siglo XIII, pues en siglos anteriores el
latín dominaba, incluso en España.
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de otros planos, lo cual le recordaba a Berton toda lo que aseguraba Crowley, la
existencia de un “Aiwas” quien, por medio de su esposa, le dictó el libro de la ley.
Parecía que el anonimato era pieza clave de su misión o bien podía ser una
organización ficticia. Pero eso también resulta difícil de creer pues el libro poseía
los sellos de la Abadía de Sofía, por lo que era un texto oficial, al menos con
legitimidad de unos 300 años.
Así es. Usted debe ser Berton Hess. Mire, estaba en una reunión, debo volver
pronto, acompáñeme. Debe tener en cuenta que será preciso arrancar un
fragmento del libro para poder realizar la datación, ¿está de acuerdo?
Pues con lo que dispongo aquí no la hay. Pero le aseguro que será algo
minúsculo y usted podrá volver por los resultados en dos días —dijo Bates
tratando de suavizar el asunto.
Berton salió del laboratorio mientras Bates le seguía para encaminarlo hasta la
puerta.
Habían pasado semanas desde que Berton había visitado al Sr. Bates. Durante
todo este tiempo, Fernando no contestaba el teléfono. Hess no podía esperar
para compartir con Fernando la noticia de la autenticidad del libro. La datación
por isótopos había revelado que su antigüedad rondaba los 900 años. El grimorio
salamandra estaba en el buró guardado. Berton miraba en su dirección. En ese
momento suspiró y salió del estudio.
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Horas más tarde el hombre volvió, venía con una botella de whiskey en la mano,
un tono colorado cubría su rostro y se había desabotonado un poco la camisa,
seguramente se sofocó al subir las escaleras o por el efecto de la bebida. Se
dirigió hacia su librero y deslizó la yema de sus dedos sobre los numerosos libros
que tenía en el mueble, desde libros estrictamente académicos, hasta los de
ficción, y aquéllos que pertenecían al terreno de lo oculto; algo curioso para
alguien que se jacta de ser amante de la razón y perseguidor de la
pseudociencia. Era obvio que guardaba algo de superstición o, por lo menos,
que sus creencias, aunque latentes, seguían en su interior demostrando que
abrigaba pensamientos metafísicos, sobrenaturales y del terreno de lo onírico.
Berton miró de nuevo el buró y fue lentamente hacia el mueble para sacar el
grimorio. Fue a su escritorio, tomó asiento y continuó leyendo el libro justo donde
se había quedado.
Tres noches después Berton estaba ungido en aceite, rodeado de algún humo
de hierba aromática que inundaba la atmósfera del estudio. Él se encontraba
hincado en el suelo con un camisón negro que le llegaba hasta las rodillas y
empezó a recitar un extraño verso:
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No parecía ocurrir nada, sólo silencio. Decepcionado, Berton arrojó el libro a una
esquina y se tiró al suelo, boca arriba. Un aire frío penetró por la ventana y, con
fuerza inusitada, apagó el fuego de la urna que fue utilizado para la invocación.
Habiéndose quedado en completa oscuridad, Berton volteó hacia la ventana
para posar su mirada sobre la única fuente de luz, la luna. De pronto, una
llamarada surgió en la urna donde antes se había extinto el fuego. Berton se
incorporó y ahí, frente a él, observó su reflejo en el gran espejo que se sostenía
en la pared.
La terrible figura que mostraba el reflejo no era humana; una criatura vestida con
camisón negro con cabeza de anfibio, pálido, de ojos negros y brillosos se
asustaba al mismo tiempo que Berton, ¡era él! Su rostro era como el de una
bestia caudada; tenía una apariencia escamosa, brillosa y repugnante. Berton
abrió la boca horrorizado y fue testigo como de ella escapaba una larga y oscura
lengua que serpenteaba y se batía en el aire. Como alguien en shock que no
soporta la realidad en que vive, y teniendo a la mano los elementos de su propia
autodestrucción, Berton tomó la botella de whiskey y se bañó con su contenido,
buscó desesperado la caja de fósforos que había en la mesa y se prendió fuego,
¡fuego!
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J. A. Benson
Jason Jesús Aguilar Benson, también conocido como J. A.
Benson es un Lic. en biología y escritor mexicano. Nació
en Santa Rosalía B.C.S. Ha participado en varios talleres
de escritura y colabora en revistas digitales. En marzo del
2017 publico su primera obra, una narrativa de horror que
incorpora elementos de la ciencia ficción titulada Omatidia.
Actualmente desempeña labores como docente y escritor
freelance. Benson es promotor de la revista Verminautas
de la cual es fundador y administra un sitio web dedicado
a reseñas literarias llamado Librero Independiente.
Intereses
Bibliografía
Páginas:
http://www.facebook.com/jabensonzor
https://libreroindependiente.wordpress.com
https://www.facebook.com/Verminautas
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El terror psicológico es un subgénero que nace a partir del relato de terror
propiamente dicho. ¿Cómo podemos definirlo? Básicamente cuando el
argumento de la historia gira en torno a los miedos e inestabilidad emocional de
sus protagonistas como forma de crear tensión.
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1- El señor de las moscas - William Golding
William Golding revierte el paradigma de Peter Pan y los Niños Perdidos, quienes
vivían sin la presencia de adultos en un mundo gobernado por la diversión y el
compañerismo.
Aquí ocurre todo lo contrario: un grupo de niños quedan aislados en una isla,
solos y sin adultos cerca. Muy pronto las cosas se tornan siniestras. Estos niños
perfectamente educados retroceden hacia un tipo de civilización bárbara, donde
gobierna el más fuerte y se realizan toda clase
de ritos abominables, entre ellos, el sacrificio
humano.
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2- El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde
Oscar Wilde nos plantea en El retrato de
Dorian Gray lo que podría ocurrir si no
sintiéramos culpa, o mejor dicho, si el
sentimiento de culpa que procede de nuestros
actos pudiese ser recluido en algún otro lugar
externo a nuestra psique, en este caso, un
retrato con propiedades asombrosas.
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Los impulsos libres de uno, o desatados, mejor dicho, y los miedos reprimidos
del otro se unen en una gran novela de terror psicológico.
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Perfecto, Stephen King no se queda solo con eso, sino que incluye la presencia
de entidades innombrables dentro de los muros del Overlook Hotel; sin embargo,
el verdadero horror no surge de allí, sino de los impulsos homicidas de su
protagonista.
Lo paranormal, al menos aquí, solo sirve como disparador del verdadero horror,
estrictamente psicológico.
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Interesante homenaje a la novela gótica, y especialmente a la idea de Edgar
Allan Poe de un hospital psiquiátrico dirigido por lunáticos.
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8- El coleccionista - John Fowles
Cualquier coleccionista de mariposas es, sin dudas, sospechoso de albergar una
atroz vida imaginaria.
Aquí, cuatro hermanos son aislados del mundo en el interior de un frío, húmedo
y desolador ático.
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10- Otra vuelta de tuerca - Henry James
Extraordinaria novela de fantasmas, pero donde los fantasmas realmente
escasean y, en cambio, son sustituidos por amorfas y oscuras presencias
producto de la psique de una niñera muy influenciable.
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Dan Aragonz
La grieta
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La estruendosa lluvia que desbordaba el riachuelo junto a la granja y que
también trataba de colarse por las fisuras del techo de la casa, no era
impedimento para que Milton Bosch, quien mantenía la cabeza apretujada bajo
la almohada, cubierto de tres mantas tejidas por su difunta esposa, estuviera
dormido. Siempre dejaba un vaso con agua y sus gafas sobre la mesilla junto a
la cama, por si despertaba sediento en mitad de la noche, o se acordaba de
retomar la novela de terror preferida de su mujer, que le costaba terminar, por la
dificultad que le suponía recordar se de algunos capítulos y personajes. Con el
tiempo. Se sorprendía la mayor parte de las veces dormido, en su intento por
avanzar páginas. Solo atinaba a estirar su brazo y apagar la bombilla, para
volverse a dormir; a sus sesenta años, la vida era lenta y cada vez, se hacía más
borrosa.
61
que no le hicieron dudar, que alguien estaba fuera de la casa. Se quedaban
pegadas en el barro a medida que las sentía avanzar, provocándole la misma
sensación que las historias que leía su esposa en voz alta, mientras trataba de
quedarse dormido. Había escuchado sonidos extraños en su vida, pero este en
especial, le causó inseguridad. Seguro, se trataba de un animal que quería
comerse las últimas hortalizas que mantenía reservadas para un cliente sobre
un carro de madera a un costado de la casa.
Salió corriendo bajo la lluvia, con una linterna y un trozo de madera que
mantenía colgado detrás la puerta para defenderse. Y se encontró de frente, con
el lugar que había previsto en la oscuridad.
Apuntó con la luz unas pisadas que se notaban frescas, y supo de inmediato,
por la forma que tenían las huellas, que no podía tratarse de un ser humano;
eran profundas y formaban un círculo de tamaño considerable en el barro. Como
si un caballo hubiese caminado en dos patas y luego hubiese desaparecido sin
dejar rastro. Lo que le parecía sospechoso; estaba seguro que trataban de
asustarlo para que no vendiera la propiedad.
Entró a la casa, tras deambular un rato por los alrededores, sin encontrar
nada. Y se quitó la ropa mojada para meterse a la cama. Al rato, en un intento
fallido por leer para olvidarse del asunto, se quedó dormido.
Por la mañana. A eso de las diez. Minutos antes que el reloj sonara. Un ruido
similar al de la noche anterior, lo despertó y lo lanzó fuera de las sabanas. Al
remover las cortinas también tejidas por su mujer. Encontró un hermoso sol que
bañaba el cielo, y las nubes, que habían terminado de desbordar el arroyo por la
noche, se habían desvanecido. Cuando volvió a poner atención al sonido que
persistió en sus oídos. Observó a la distancia, a través del vidrio, junto a la
desmoronada cerca que rodeaba su terreno. A un pequeño novillo de ojos
saltones, que mordisqueaba la madera y emitía quejidos similares a los lamentos
de un bebe hambriento.
62
mala alternativa. Pero a su edad, era demasiado trabajo, y no tenía el cuerpo, ni
el tiempo para dedicarse a ello. Además, solo faltaba un día para que el futuro
dueño se presentara para dar un último vistazo a la granja, antes de cerrar el
negocio.
Trató de ahuyentarlo con gestos y sonidos guturales. Pero al mirar a su
alrededor, se dio cuenta de una veintena de vacas mal agestadas, que se comían
la hierba entre los arbustos y se bebían el agua del arroyo. Sus cuerpos
desnutridos, la mayoría demasiado huesudos y de pelaje grisáceo, parecían
estar más muertos que vivos. No era difícil saber que estaban enfermos; Sus
ojos suplicaban que alguien terminara con su sufrimiento.
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durante la noche. Era su comprador especial, porque siempre le pagaba el
mismo día y en efectivo.
Corrió para ahuyentar los animales, que parecían más muertos que vivos. Y
les lanzó varios golpes, con el fin que dejaran de engullir. Pero al mirar el rostro
de una vaca, que parecía que el cráneo se le asomaba bajo las heridas que tenía
en la cabeza, se alejó con asco. También observó que, en la boca, donde
mascaba algunos tallos, le sobresalía entre los dientes, la enorme cola de una
rata. Pero de eso, no estaba seguro.
Se alejó de las bestias, pensando en contratar algún servicio para sacarlas del
terreno como única solución. Pero para eso, debía viajar a la ciudad y ya era
demasiado tarde. No le quedaba más que esperar hasta el amanecer. Sobre
todo, porque no veía bien, aunque utilizara sus gafas para conducir de noche. Lo
que eliminaba la alternativa de aventurarse por la carretera hasta la ciudad, a
esa hora. De alguna forma extraña, albergaba la esperanza que se fueran
durante la madrugada.
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Tomó su escopeta y la linterna. Y no dudó en salir tan rápido como pudo,
sabiendo que el arma no portaba balas. No toleraba la idea que alguien se
interpusiera en sus planes. Y estaba dispuesto a hacer lo que fuera, si alguno de
sus vecinos intentaba interponerse en su camino. Incluyendo, mancharse las
manos de sangre.
— ¿Quién anda ahí? — dijo apuntando con la linterna — ¡Si quieren impedir
que venda este maldito terreno están muy equivocados! ¡Ya está vendido y no
acepto ofertas! —gritó, mientras avanzaba cauteloso con el rayo de luz delante,
en medio de la oscuridad.
— Si te los llevas, puedo pagarte —dijo Milton soltando una leve sonrisa—
Quiero que desaparezcan de mi vista.
—Lo que pidas con tal que la tierra se trague a estas malditas bestias.
—Cuidado con lo que pides. Las palabras son muy poderosas. Como la
maldición que te han echado.
—Magia negra.
—Esos malditos bastardos. Ya sabía que algo raro pasaba. Esto no es normal.
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—Pero no te preocupes, puedo llevármelos. Solo con una sola condición. —
dijo el sujeto que se dejó lamer la palma de la mano por otro animalucho que se
le acercaba. —No puedes abandonar nunca este terreno —dijo el hombre,
acercándose con un sonido en sus pisadas, que le resultaron familiar a Milton.
—Un momento ¿Quién diablos eres? — dijo Milton tratando de mirarle las
piernas que no podía ver por el manto que le caía sobre el cuerpo.
— ¿Sabías que una sola gota de sangre revela la maldad de una persona? —
dijo el sujeto hiriéndole la palma de la mano con sus largas uñas.
— Pero ¿qué haces? —gritó Milton asustado y se echó para atrás. Soportando
el arma en una sola mano.
Milton se quedó de pie y bajó su arma. No podía creer lo que estaba viendo.
El ganado moribundo comenzaba a seguir al tipo, quien continuaba con la
musiquilla entre sus labios y se perdía por el camino. Pero aunque todos los
animales desaparecieron de su granja, desconfío del truco.
Regresó a la cama y tomó el libro de su mujer para pensar en otra cosa. Sin
dejar de preguntarse, quién podía odiarlo tanto, como para lanzarle una
maldición. Al rato se quedó dormido, en otro intento fallido por avanzar páginas.
Cuando abrió los ojos por la mañana. Lo primero que hizo fue arrimarse a la
ventana. Esperaba que la visita nocturna, no fuera un extraño sueño que su
mente había provocado para resolver su infortunio y estaba en lo cierto; los
animales enfermos habían desaparecido, y con ellos, aquel sujeto que
comenzaba a resultarle familiar en su cabeza. Pero no podía recordar donde lo
había visto.
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de su abogado, avisándole que se presentaría en un par de horas con el nuevo
dueño. Acarreó algunas de sus pertenencias al vehículo, para no perder tiempo.
Dio un portazo al maletero, que casi no cedía por la cantidad de cosas que
había encajado a la fuerza dentro del coche. Y para no perder espacio, prefirió
dejar la escopeta en casa, sin problema. Echó un último vistazo al terreno, antes
de encender el motor de la camioneta. Y sin mirar por el retrovisor durante un
buen rato, para no desconcentrarse, aceleró.
Cuando estaba a punto de llamar a su abogado, para saber cómo había ido el
negocio. Su teléfono sonó.
— ¡Algo ha sucedido y dicen que no me dejaran salir, hasta que vengas aquí!
—Milton alejó el auricular por el grito. — ¡Y yo no firmo nada, hasta que vengas
Milton! ¿Me escuchaste?
Milton Bosch colgó el teléfono y salió con lo puesto. Dos horas más tarde, se
estacionó donde siempre dejaba la camioneta, junto a la reja, muy cerca de la
entrada y abrió la puerta.
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— ¡La venta ha sido cancelada! —dijo, acercándose a Milton. — El tipo que iba
a comprarla vio a estas personas descontroladas sobre mi auto y se asustó. —
el abogado echó un vistazo a los campesinos y luego continuó. — Por suerte,
logré escapar de estos lunáticos y meterme ahí dentro. Convenciéndoles que
vendrías a darles una explicación.
Empuñaban sus manos con rabia y le miraban con verdadero odio mientras se
acercaba.
— ¿Tienes algo que decir? —dijo un hombre de barba que salió del circulo que
tapaba la visión de Milton.
— ¿De qué hablas Owen? —dijo Milton reconociendo al sujeto, esperando por
su rostro enfurecido, que le lanzara un puñetazo para defenderse.
— ¿Qué han hecho con mi granja? —dijo Milton, llevándose la mano a la boca
con asco.
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— ¡Es la maldición que ustedes me han tirado! — dijo, aguantándose el reflujo.
— ¡Es magia ne…! —alcanzó a gritar por la mano de Owen que le tapó la boca.
Todos soltaron a Milton al verse con los zapatos cubiertos de sangre; el líquido
estancado en la grieta comenzó a desbordarse y a arrastrarse por el piso. Un
montón de extensiones amorfas compuestas de huesos y músculos en
descomposición, que se formaban de la nada, parecían estar más vivos que
nunca. Agarraban en su camino los pies y brazos de los campesinos. Que eran
descuartizados y parecían ser adheridos a la masa deforme que crecía a medida
que los engullía.
Corrió a la casa y se encerró con llave. Pero sabía, que eso no lo ayudaría en
nada. Estaba tan nervioso, que imaginaba que estaba atrapado en una horrible
pesadilla.
Se giró y apuró la marcha por el pasillo, con la intención de salir por la puerta
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trasera. Pero su abogado apareció con un cuchillo en la mano desde la cocina y
le propinó una herida en el muslo que lo dejó sangrando en el piso.
Intentó levantarse para alcanzar su escopeta apoyada junto a la ventana. Pero
su socio de negocios fue más hábil y la agarró primero.
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hasta que el sol comenzó a esconderse y la melodía para sus oídos por fin
terminó. No se atrevió a volver a salir de la casa, ni a abandonar la granja nunca
más. Ni siquiera para saber, si sus vecinos estaban vivos o muertos.
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Dan Aragonz
Escritor amateur de Ciencia ficción y
terror.
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Liliana Celeste
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Capítulo 1
El Dr. Frederich W. Gutteburg era un célebre catedrático de una prestigiosa
universidad de Germania, especializado en arqueología y antropología. En aquél
otoño se encontraba en las estepas de Rumania dirigiendo a un grupo de
estudiantes en los trabajos de excavación e investigación de un complejo de
monolitos que databan de la Edad de Bronce.
Una tarde de abril, uno de los jóvenes estudiantes excavaba bajo un monolito
con extraños petroglifos. Había deducido que dicho monolito señalaba el lugar
principal en donde se llevaban a cabo los sacrificios, buscaba pacientemente
restos óseos y otros vestigios hasta que finalmente encontró algo... algo que
definitivamente no esperaba encontrar. Desconcertado por el insólito hallazgo
fue inmediatamente a informarle al Dr. Gutteburg quién, ante noticia tan
afortunada, abandonó presuroso su tienda y se dirigió al lugar.
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dirigió a la ciudad. Mientras conducía se decía a sí mismo: Un hallazgo como
éste hubiera sido racional entre las ruinas de un castillo o en las catacumbas de
un monasterio, pero en un complejo de monolitos que datan de la Edad de
Bronce... ¡es absurdo y apócrifo!... ¡un libro que podría tener cuatro centurias de
antigüedad con cubierta de cuero y hojas de pergamino!... ¿será una broma de
mis alumnos con la intención de tomarme el pelo?... sin embargo, el libro parece
auténtico... podría haber sido enterrado entre las ruinas para que no fuera
encontrado pues el respeto y temor que inspiraban los monolitos entre la gente
del medioevo alejaría a cualquier profano o ladrón.
Capítulo 2
El Dr. Gutteburg llegó a la casa de su colega al anochecer. El Dr. Sevillano era
un investigador español experto en arqueología protohistórica, pero con
tendencias hacia la criptología y otras disciplinas consideradas no científicas por
lo que sus teorías e investigaciones no eran tomadas muy en serio por el gremio
al considerarlas especulativas. En los últimos años el Dr. Sevillano se había
ensimismado en un complicadísimo ensayo de religiones comparadas y
precisamente se encontraba en Rumania estudiando las formaciones rocosas de
las montañas de los Montes Cárpatos buscando una relación con las piedras
erosionadas de Fontainebleau en Francia, con las caprichosas figuras de
Marcahuasi en Perú y las Montañas Sagradas de Tepoztlán en México
guiándose del libro escrito por el investigador Daniel Ruzo.
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cuero de la cubierta del libro para analizarla y así poder determinar la antigüedad
exacta del mismo. Las hojas eran de pergamino y los caracteres habían sido
trazados con pluma y tinta roja, estaba escrito en latín medieval.
En la segunda hoja había un dibujo hecho con carboncillo vegetal: Una bella
mujer de delicados rasgos y larga cabellera que caía en ondas sobre sus
hombros desnudos. El bosquejo terminaba difuminándose artísticamente a la
altura del busto femenino y bajo éste se leía una leyenda que decía: “Kirian, la
divina hija de la luna de plata”. El Dr. Sevillano se puso sus gruesos lentes de
montura de carey para leer la tercera hoja que, haciendo la traducción
correspondiente del tatín medieval en el que estaba escrito, empezaba así:
Soy Lionel D’Rew hijo segundo del Rey Idesun del linaje de Ulduor y Merathian,
éstas son mis memorias que escribo desde mi reclusión en una celda en un
monasterio en la lejana ciudad de Isum'gormaruth. Sufro de una mortal
enfermedad, mis huesos se pudren y mi carne se convierte lentamente en
corteza que se cae a pedazos. Ruego a los Dioses que me den la vida suficiente
para contar mi historia.
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una tarde de otoño y yo cabalgaba en un sendero bordeado por abedules cuando
se me cruzó una muchacha de no más de quince primaveras, pude ver que era
hermosa a pesar de las pobres vestimentas que llevaba y estaba huyendo. Me
apeé de mi caballo y le ofrecí mi ayuda como demanda la ley de la caballería.
Ella sollozando me pidió que la llevara lo más lejos que fuera posible, estaba
ayudándole a montar en la grupa de mi caballo cuando llegaron sus
perseguidores. Desenvainé mi espada dispuesto a defender a la humilde y bella
doncella de aquellos tres hombres.
- Si, para que viva con quienes son como ella – continuó el lord – Ella está
maldita, cuando nació el sol se oscureció y la tierra tembló. Los habitantes de mi
pueblo le temen porque creen que ella trae las desgracias que nos aquejan, pero
lo cierto es que tiene visiones y las pronostica. Si fuera un hombre cruel dejaría
que la quemaran viva para complacer a mis súbditos, pero no lo soy, quiero
protegerla. En Zhir Dum cuidarán de ella. Si no creéis en mi palabra podéis
acompañarla.
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a la escolta de soldados que llevaría a la niña a la ciudad maldita. Partimos al
alba y…
El Dr. Gutteburg le hizo una señal a su colega para que callara. Estaba
desilusionado, esperaba que el libro fuera un manuscrito auténtico que le diera
algunas luces sobre los hechos acaecidos en Rumania durante la invasión de
los turcos y se había hecho la ilusión de poder concluir su ensayo sobre los
príncipes rumanos pero lo leído bastaba para concluir que se trataba de una de
aquellas novelas fantasiosas sobre las aventuras de un ficticio caballero andante
de un mítico reino absurdo quien se enfrenta a mil y una peripecias increíbles
por el amor de una doncella, género, dicho sea de paso, muy en boga en aquellos
tiempos.
79
la ciudad, en ése entonces la más próspera de la región y rebosante de
habitantes, al amanecer todos los seres vivos habían desaparecido
misteriosamente… y la ciudad quedó así, dormida e incorrupta en el tiempo, ni
las alimañas ni la hierba mala la invadían. Pasamos la noche acampando en la
plaza y partimos con la primera luz de la mañana.
Luchamos por nuestras vidas, todos los soldados cayeron bajo las garras de
aquellas bestias del inframundo… y yo mismo hubiera perecido defendiendo con
mi último aliento a la inocente niña si no fuera por un caballero con armadura
dorada que montaba un corcel de viento y un bravo guerrero que m ontaba un
dragón bicéfalo que llegaron providencialmente en nuestra ayuda. La espada del
caballero de armadura dorada relucía como el sol y bajo su filo cayeron muchos
de los carroñeros pero aquellas criaturas malditas no morían, afortunadamente
el dragón bicéfalo que resoplaba bocanadas de azufre los incineró reduciéndolos
a cenizas.
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El Dr. Gutteburg le manifestó a su colega que ya no tenía interés en el libro (un
corcel de viento podía interpretarse como un caballo muy veloz pero un dragón
bicéfalo que resoplaba bocanadas de azufre y además le servía de cabalgadura
a un guerrero era demasiado). El arqueólogo añadió tratando de disculparse con
su colega que no despreciaba la literatura fantástica medieval, pero tenía
ocupaciones mucho más importantes que atender en la excavación y no podía
quedarse a escuchar una historia ficticia escrita por un autor desconocido. Le
dejó el libro al Dr. Sevillano, se enroscó su bufanda y se marchó.
Capítulo 3
El Dr. Sevillano fue atrapado por la lectura. Lionel D’Rew continuaba narrando
que el caballero de la armadura dorada y el guerrero del dragón bicéfalo habían
sido enviados por Selessar, la gran sacerdotisa de Zhir Dhum. Ella había recibido
un aviso onírico de los Dioses sobre la llegada de la niña y luego había visto en
su espejo de obsidiana que los hombres que la acompañaban en su viaje
necesitarían ayuda. La niña, que se llamaba Kirian (por lo tanto, el primer dibujo
era de ella hecha mujer) fue recibida como aprendiz por Selessar. Lionel, quien,
como todo héroe romántico de una novela caballeresca, se había enamorado de
Kirian pero partió siguiendo su destino de caballero andante dejando su corazón
con ella y prometiéndole que algún día regresaría.
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Lionel proseguía la narración contando sus aventuras y hazañas realizadas para
gloria y fama de su dama. También había poemas y sonetos escritos para su
amada pero el Dr. Sevillano los leyó sin interés y terminó por pasarlos sin
prestarles atención. Siguió a Lionel en su viaje fantástico por tierras inhóspitas,
ciudades malditas y parajes desconocidos. Imaginariamente lo acompañó
cuando cruzó un milenario bosque de árboles petrificados habitado por arpías
hambrientas a las que aniquiló con su espada aunque una de ellas le dejó una
profunda cicatriz en la mejilla derecha con sus filosas zarpas; tembló con él la
noche que una feroz tormenta lo obligó a buscar refugio en un mausoleo del
cementerio de una ciudad en ruinas y usar los huesos de los muertos para hacer
una fogata y no perecer de frío mientras escuchaba el aleteo de unas aves
carroñeras esqueléticas pugnando por entrar a su refugio para devorarlo; siguió
sus pasos cuando atravesó el desierto de Zaddakdimur en donde la erosión
causada por el viento y la arena le ha dado formas fantásticamente siniestras a
las piedras ciclópeas, descubrió un templo olvidado en cuyo altar aún se
mantenía de pie un ídolo de piedra verde con rasgos de reptil y se enfrentó con
la momia del guardián; descansaron juntos en un castillo abandonado que
pendía de un acantilado, desde la torre principal podía contemplarse el mar de
las sirenas, Lionel se hubiera quedado un largo tiempo descansando en el
castillo si no fuera por los gritos y sollozos que se escuchaban durante la
madrugada y parecían venir de las mismas paredes de piedra; se asombró
cuando Lionel divisó entre la niebla los muros de la mítica ciudad de Kadahk
Drak bañada por la luz del crepúsculo púrpura… y finalmente compartió su
agonía cuando fue atacado por un oso gigante que hablaba como si fuera
humano.
El ataque del monstruoso oso marcó el final de las aventuras de Lionel, quedó
fatalmente herido en medio de la llanura esperando la muerte, pero un cazador
lo encontró y lo llevó a su cabaña. La esposa del cazador lo curó y lo cuidó lo
mejor que pudo, sin embargo, Lionel perdió el pie y parte de la pierna izquierda
motivo por el que tuvo que renunciar a su noble vida de caballero andante
protector de desvalidos y asesino de criaturas malignas. Entonces decidió
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regresar a la ciudad de Zhir Dhum anhelando encontrar la paz del guerrero en
compañía de su amada dama.
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Lionel narraba con mano temblorosa los rituales prohibidos que se realizaban en
Zhir Dhum y que le habían dado su fama de ciudad maldita, expresaba su
profunda aversión por aquellas prácticas, pero el amor que sentía por Kirian
evitaba que se marchara de aquél lugar sacrílego, además albergaba la
esperanza que ella recapacitara y usara sus poderes para el bien.
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mundo con otro sobre un mapa que no coincidía con ningún continente conocido.
El manuscrito se volvía cada vez más interesante.
El Dr. Sevillano prosiguió con su lectura hasta que el reloj le indicó que era
medianoche, entonces apagó la luz de su estudio, se lavó la cara, se puso su
vieja pijama a rayas y se acostó. Cerró los ojos, estaba cansado, sus músculos
empezaron a relajarse, poco a poco fue quedándose dormido y estaba en ésa
etapa del sueño en la que los sentidos perciben los mensajes del más allá
cuando escuchó un maullido lastimero y una carcajada metálica proveniente de
la cocina ubicada en el primer piso... de inmediato se sentó en su cama con el
rostro bañado por un sudor gélido pero como el hombre de ciencias que era
intentó tranquilizarse diciéndose que seguramente había sido el maullido
destemplado de un gato callejero que se había metido a la cocina atraído por el
olor de su gata en celo y que había tumbado algún traste viejo... sin embargo a
pesar de tan razonable explicación no pudo volver a cerrar los ojos. Convencido
de que el maullido del gato le había espantado el sueño se levantó de la cama,
se puso su bata y bajó nuevamente a su estudio, tomó el libro y continúo leyendo.
Capítulo 4
El Dr. Sevillano leyó y tomó notas hasta que la luz del alba se filtró por la ventana
indicándole que había amanecido, colocó un marcador en la hoja en la que se
había quedado y cerró el libro. Tenía los ojos enrojecidos, se preparó una taza
de infusión de manzanilla y se fue dormir. Ésta vez pudo dormir plácidamente,
se despertó a la hora del almuerzo y se preparó un puré instantáneo; luego llamó
a Coqueta para darle de comer, pero la gata no respondió, la buscó en sus
escondrijos favoritos de la casa pero no la encontró, le causó cierta inquietud
pero recordando el maullido de la noche anterior se dijo que ya regresaría… con
gatitos en su panza.
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Dedicó el resto de la tarde a consultar sus libros de geografía y cartografía
antiguos buscando algún mapa arcaico que coincidiera con el mapa que tenía
las ubicaciones de los portales del libro apócrifo, pero sin resultados. Se preparó
una generosa cantidad de café y siguió leyendo el libro. Lionel describía
gráficamente los rituales que se realizaban en la explanada del Templo las
noches de luna llena y de luna negra, éstos eran de un marcado carácter sexual
y sanguinario, orgías depravadas que culminaban con el sacrificio de las víctimas
y danzas salvajes en alabanza de los Dioses Olvidados. Se puso de pie y recorrió
la habitación pensativo, tomó una carpeta y revisó algunos apuntes sobre los
cultos lunares y comprobó que en casi todas las culturas éstos tenían relación
con la sodomía y la muerte sin embargo la luna, madre de las hechiceras,
también era protectora de la vida, los nacimientos y las cosechas. Por un lado
oscuridad, magia negra, retorcidos rituales, prácticas sexuales perversas y por
otro... descorrió la cortina... la luna llena derramaba sus rayos de plata haciendo
que la semilla que duerme en la oscuridad de la tierra brote... la misma luna bajo
la cual se juran amor los enamorados, la misma luna bajo la cual se realizaban
los más sangrientos y degradantes rituales paganos.
Caviló que, si había entendido la lectura Celesta y Urania, dos Diosas bastante
mencionadas en el manuscrito de Lionel, representaban una a la luna maléfica,
la hechicera que reclama sacrificios sangrientos, arrastra a la locura a sus
amantes e inspira a los criminales y la otra a la luna benéfica, la curandera que
fructifica las cosechas, mueve las aguas e inspira a los poetas... especuló que si
Celesta era La Muerte, entonces Urania tenía que ser La Vida. ¿Podría ésta
dualidad explicar el simbolismo mágico de las fases de la luna?... la luna
creciente símbolo del renacimiento sería Urania, la luna llena sería el balance
entre la vida y la muerte en su faceta positiva, la luna menguante símbolo de la
decadencia sería Celesta y finalmente, la luna nueva o luna negra, sería el
balance en su aspecto negativo... pero ambas lunas exigían en sus rituales la
practica aberrante de la sodomía. Según el libro Celesta era cruel y despiadada
pero Urania era dulce y pasiva... pensó unos segundos, el “uranismo” era la
homosexualidad masculina pasiva... tomó algunas notas en una ficha, pero
luego, avergonzado de haber llegado a conclusiones especulativas basándose
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en un manuscrito que claramente era una novela fantástica, las tachó y decidió
irse a dormir.
Pero el libro ejercía una extraña atracción sobre él, no podía dejarlo, sentía la
necesidad de seguir leyéndolo… por algo había sido enterrado en un arcón de
madera bajo un monolito. Trató de convencerse que el único mérito que tenía el
manuscrito era el de ser una novela fantástica muy creativa demasiado cruda
para su época, motivo por el cual seguramente había sido censurado… pero más
práctico hubiera sido quemarlo. No pudo resistirse, tomó el libro y siguió leyendo.
Lionel contaba sobre unos rituales para revivir cadáveres y esclavizarlos pero el
siguiente párrafo que tenía la invocación había quedado estropeado por una
mancha de tinta, el Dr. Sevillano tomó un pequeño instrumento y empezó a
raspar el exceso de tinta reseca tratando de recuperar lo escrito, vio que podía
hacerse pero que demandaría mucha paciencia, él estaba algo cansado para
hacer un trabajo tan minucioso... dio la vuelta a la página en donde el relato se
reanudaba narrando un experimento fallido de la creación de un ser híbrido mitad
humano y mitad lobo.
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los grimorios de magia oscura y libros prohibidos obtuvo la clemencia de Isuldir
y fue confinado en una celda en donde contrajo la enfermedad mortal que lo
aquejaba, luego de abrazar la religión de los Dioses Benevolentes fue enviado a
un monasterio de la ciudad de Isum'gormaruth desde donde escribía sus
memorias. En la última hoja había un mapa que no correspondía con ningún
lugar conocido con la ubicación de las Once Catedrales en donde habían sido
enterrados los restos de Kirian.
Con ése pensamiento se sintió libre de temores, además podría ganar dinero
con su publicación. Ya era pasada la medianoche, notó que tenía hambre y se
dirigió a la cocina para prepararse una merienda. Mientras se preparaba un
omelette volvió a sus preocupaciones mundanas como que Coqueta aún no
regresaba. Se sentó en la mesa de la cocina para comer, vio de refilón que el
reloj marcaba la 1:11 de la madrugada… entonces escuchó un ruido como de
garras raspando la madera y un maullido lastimero, el ruido provenía del armario
en dónde guardaba las escobas y otros implementos de limpieza. Se levantó de
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un salto ¡La pobre Coqueta debió de meterse en el armario huyendo del acoso
de su gatuno pretendiente y se había quedado encerrada!
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nigromante de Zhir Dhum… busco un libro escrito por Lionel D’Rew, lo necesito
para ubicar los lugares en donde se hallan enterrados los pedazos de mi amada
Kirian, deseo revivirla. Lo he buscado por largo tiempo, pero Irassela, la hija de
Isuldir, lo ocultó viajando a través del tiempo y el espacio. Mirrimiau – añadió
señalando al monstruoso gato – lo rastreó hasta aquí. ¿Tendría la gentileza de
entregármelo?
- Si… si… por supuesto – murmuró el Dr. Sevillano dudando si lo que estaba
pasando era real, una alucinación o pesadilla – está en mi estudio.
- Guiadme hasta él, por favor – dijo el hombre con un gesto exageradamente
amable.
- Tan real como lo soy yo – respondió el nigromante - ¿Lo habéis leído por
completo?
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los otros mundos… no puedo servir a la oscuridad – respondió con dignidad el
Dr. Sevillano.
Lo último que vio el Dr. Sevillano fue un haz de luz azulada y sintió que se
deshacía envuelto en una nube que olía a jazmín y lavanda.
Capítulo 5
Unos días después el Dr. Gutteburg se hizo un tiempo para visitar a su colega,
tenía curiosidad de conocer las investigaciones que hubiera hecho respecto al
manuscrito apócrifo. Cuando llegó a la casa del Dr. Sevillano, tocó a la puerta y
nadie le abrió se sintió extrañado; su colega no solía salir, menos cuando tenía
algún documento raro que estudiar entre sus manos. Esperó un buen rato de pie
en la puerta pensando que su colega había salido a hacer unas compras, pero
pasó el tiempo y su colega no regresaba. Entonces decidió husmear y descubrió
que la camioneta de su colega se encontraba en la cochera, por lo tanto, no
había salido.
El Dr. Gutteburg temió por la vida de su colega, éste era un hombre mayor que
tomaba mucho café y fumaba demasiado, tal vez había sufrido un ataque
cardíaco. Forzó la puerta y entró, un penetrante olor a jazmín y lavanda saturaba
el ambiente. Llamó a su colega sin recibir repuesta, revisó toda la casa y cuando
entró al estudio encontró las ropas del Dr. Sevillano dispuestas de una extraña
manera en el suelo. En la cocina encontró el cadáver de la gata. El Dr. Gutteburg
llamó a la policía, se realizaron las investigaciones que demandaba el caso, pero
el Dr. Sevillano nunca fue encontrado. El libro apócrifo tampoco fue hallado.
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Liliana Celeste
Escritora, actriz y modelo alternativa. Ganadora del
primer premio en el concurso de cuentos de Terror
de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft con su
cuento “La criatura de los humedales” (2014). Ha
publicado el poemario “Memorias de una Dama
Blanca” y un compendio de cuentos de fantasía y
ciencia ficción “Anacrónicas” (2016). Participó en
las antologías de relatos de terror “Voces
Polisémicas” y “Tenebra” (2017).
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LA MAÑANA DEL
SÉPTIMO DÍA
Jorge Esteban
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Daniel se despertó agitado, respirando pesadamente y con un sudor frío
bañando su frente. Era la sexta noche que tenía el mismo sueño. Volteó hacia
donde se encontraba su reloj despertador y miró la hora: 3:33; la misma hora a
la que despertó las cinco noches anteriores. Sus manos temblaban; las miró en
la oscuridad… El miedo se apoderó de él al darse cuenta del significado que
implicaba este suceso. Ya no le importó que se tratara de realidad o sugestión,
no estaba dispuesto a esperar la séptima noche. Temblando, comenzando a
sollozar, dirigió su mano hacia el cajón de la gaveta a la derecha de su cama. Lo
abrió lentamente… y tomó con dificultad el revólver .45 que guardaba para su
protección. Lo levantó y apoyó el frío cañón sobre su sien…
-Te digo que nunca había tenido sueño más real en toda mi vida -dijo Daniel,
casi gritando, mientras agitaba las manos en el aire-. Nunca había sentido eso
en un sueño.
-Es que si hubieras soñado lo que yo… No fue un simple sueño parecido al
cuento; era exactamente igual… -Daniel guardó silencio y metió las manos en
sus bolsillos, resignado a no poder expresar sus sensaciones-.
-Solo digo que no te claves con eso –dijo David-. Tómalo como una jugarreta de
la mente. Se quedó en tu subconsciente y salió a flote a través de tus sueños.
Entiendo que sea interesante encontrarle un significado místico-sobrenatural,
pero…
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abrumadoramente horrible para él. “Primero, la soledad: se encontraba
totalmente solo en una playa con un enorme acantilado a su derecha y un
conjunto de grandes piedras a su izquierda, parecidas a los megalitos de
Stonehenge, tan grandes que lo hacían sentir pequeño e indefenso ante… ¿Ante
qué? Segundo, la oscuridad: una oscuridad como no había conocido en el mundo
real; al voltear la vista al cielo, no se veía ni una estrella, a pesar de que el cielo
estaba despejado de nubes; al desamparo se le añadió la sensación de
insignificancia y opresión ante el abismo que se abrían sobre él, como una
terrible boca lista para devorarlo… No, la palabra no era devorar… Para
succionarlo; sí, esa era la palabra… ¿Por qué estaba tan seguro de que esa era
la palabra adecuada? Tercero, la neblina: El cielo estaba despejado, pero desde
el suelo se alzaba una niebla gris y espesa, difusa, pero que poco a poco iba
tomando forma hasta asemejar una masa de incontables garras y tentáculos
dispuestos a hacer presa de él en cualquier momento. ¿Por qué sentía tan
claramente a la neblina envolviendo su cuerpo? Era extraño. Si lo hubiera
escuchado de alguien más no lo habría encontrado tan aterrador, parecían
meras percepciones subjetivas de un ambiente inusual… Pero la sensación…
La soledad, el desamparo, la opresión, la desesperación…
Entonces una luz en el cielo captaba su atención. Primero era una pequeña luz
amarilla, como una estrella surgiendo tímidamente de los abismos exteriores;
luego, se iba acercando y, conforme se acercaba, la luz crecía más y más, e iba
pasando del pálido amarillo a un amarillo brillante, naranja, naranja-rojizo, rojo…
Se acercaba a una velocidad increíble. La luz de fuego era enorme,
verdaderamente enorme. Estaba frente a él, con un tono rojo-carmesí parecido
a sangre hirviente. Se detuvo a unos centímetros de sus ojos, abiertos de par en
par… Surgió de ella una mano, pero no una mano totalmente humana, era una
mano verdosa, húmeda, escamosa. Como de lagarto. La mano lo tomaba de la
cabeza y lo arrojaba al mar. Se ahogaba, manoteaba, pataleaba… No sabía
nadar. El agua entraba por su boca y nariz, llenando sus pulmones. Se rendía.
Cerraba los ojos. Se hundía. Sentía presión en su brazo: una mano lo agarraba.
Abría los ojos. Una sombra frente a él. Lo sacaba a la superficie. La luz de fuego
se había ido. La luna iluminaba el cielo y sus rayos iluminaron también la sombra
que se levantaba ante él. Una hermosa muchacha. Lo miraba, le sonreía, se
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acercaba a él, lo besaba. Él estaba demasiado confundido para disfrutarlo. La
muchacha terminó de besarlo y volvió a mirarlo. Daniel también la miró, pero ya
no era una muchacha: era un monstruo parecido a un lagarto que se abalanzaba
sobre él y le mordía el rostro”. Ahí despertó. Gracias a Dios solo había sido un
sueño. Un horrible sueño.
Qué locura, pensó Daniel para sí al terminar el cuento la tarde anterior. Ahora,
sentado en su sofá, decidió hacer caso a David, sonrió por llegar a considerar en
serio esas fantasías y encendió el televisor: Los Simpsons, su programa favorito.
El gag de ese capítulo llamó especialmente su atención: el sillón estaba bajo el
mar y los Simpsons, parecidos a Hombres-Pez, llegaban nadando a sentarse.
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- ¿En verdad fue exactamente igual? ¿Cada detalle? –Preguntó David incrédulo
a Daniel, mientras salían de la escuela-.
-Claro que tengo razón, o hay otra explicación racional que ahora se nos escapa.
No te azotes por eso. Son ideas locas de autores locos -dijo David soltando una
risita-.
- ¿Y crees que siga soñándolo por las siete noches? No me gustaría soñarlo una
noche más…
-No lo soñarás. Esta noche iré contigo a tu casa. No dormiremos hasta después
de las 3:33 y así romperemos el patrón para que tu subconsciente no siga con
eso. Y si no puedes evitar dormirte, evitaré que mires la hora, eso es parte de la
secuencia, y cuando despiertes y veas 3:34… ¡Voilà! ¿Entendido? -David mostró
su puño-.
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Eran las 2 a.m. y Daniel tenía sueño. David, totalmente despierto, se burló de su
falta de resistencia y decidió desconectar el reloj para que no sucediera lo de las
noches anteriores. De repente, entre el sueño, Daniel creyó ver una sombra en
la ventana; en la oscuridad no la distinguió y llamó la atención a David para que
volteara a ver. Pero David no respondió, estaba dormido, y Daniel, con los
párpados pesados, solo alcanzó a ver una silueta vagamente humana que hacía
extraños movimientos con las manos desde la ventana. Daniel se durmió. Y
despertó gritando. David también despertó y, al mismo tiempo, Daniel miró el
reloj: no estaba desconectado. 3:33. Tercera noche con la misma pesadilla.
-Puede que sea mi subconsciente, pero eso no lo hace menos aterrador –Dijo
Daniel aun agitado-.
-Tú tranquilo, veremos la forma de terminar con esto. Mira, esta noche quédate
en mi casa –sugirió David-. Mis padres no llegarán hasta dentro de tres días.
Cortaré el sistema de luz, eso impedirá que veas la hora al menos. Sabrás
conectar un reloj, pero no sabes nada más de electrónica o electricidad.
- ¿Qué hay de la memoria racial? Tal vez fui un electricista en otra vida y… el
subconsciente… -dijo Daniel irónicamente-.
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- ¡No seas tan pesimista! –respondió David sonriendo-. Intentémoslo, ¿qué
podemos perder?
Llegó la mañana: la luz del sol iluminó el cuarto y a las dos figuras que ahí
permanecían, despiertas, reflexivas, en silencio, mientras los pájaros cantaban
y la vida volvía a las calles. Daniel y David no repararon en ello. Recordaron el
suceso de la ventana la noche anterior y fueron a revisarla. No se sorprendieron
de lo que hallaron: más baba seca adherida al vidrio. Pensaron en recolectar un
poco y llevarla a revisar. Así hicieron. El maestro de Biología dijo que la revisaría
después; la puso en la mesa del comedor escolar y siguió coqueteando con la
maestra de inglés. Daniel y David supieron que no la revisaría.
- ¡Hey! –Le dijo David tomándolo del brazo y sacudiéndolo un poco para sacarlo
del trance-.
- ¿Eh? –Fue lo que atinó a decir Daniel, confundido, como recién despertando
de un sueño-.
-No lo sé… El mar… De repente… -Daniel rió, con la mirada triste-. Te parecerá
una locura, pero me dieron unas ganas enormes de ir a la playa y arrojarme al
mar.
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-Lo sé –Contestó Daniel con la mirada aun en el ondeante mar de color turquesa -
.
Antes de regresar a sus casas David propuso a Daniel ir a quedarse con él una
vez más, pero Daniel declinó y le dijo a David que esta vez solo quería descansar
lo más posible antes del anochecer. Que regresara a su casa y lo disculpara por
su sistema de luz; le agradecía la intención y le ayudaría si supiera algo de
electricidad. Ahora solo quería volver a casa. Se despidieron y regresaron cada
uno a su hogar.
En su casa, Daniel decidió olvidar todo el asunto una vez más, viéndolo en ese
momento casi con resignación a que la profecía del loco Philip Ashton Brown se
cumpliera sobre el loco Daniel del Rey. Se durmió, la pesadilla se repitió una vez
más y también el miedo, el sudor frío, el temblor… y la hora: 3:33. Quinta noche
de la pesadilla.
Al siguiente día no fue a la escuela. En la tarde David lo llamó y le dijo que iría a
verlo, pero Daniel dijo que se había quedado dormido, que estaba mejor, solo
faltaban dos noches de pesadillas y seguramente había una explicación lógica a
todo eso que se les había escapado; la séptima noche el juego del subconsciente
terminaría y todo volvería a la normalidad. Se despidieron por teléfono y Daniel
se quedó pensando en lo mucho que lo había ayudado su amigo. Comió un poco
y después se dirigió a su cuarto. De la gaveta al lado de su cama, del cajón, sacó
la foto de Jessica. La miró y sonrió, pensando si la volvería a ver después de la
séptima noche. Si la profecía era cierta sería mejor que no, al menos que ella no
lo viera. Aunque, después de todo, si era verdad, él ya no existiría, sino sólo el
líder de los Hombres-Pez, que tomaría su lugar para conquistar el mundo que
aseguraban les pertenecía hace incontables eras perdidas en las brumas del
tiempo. Cuántas ganas tenía de visitar el mar. Al fin, se durmió.
101
darse cuenta del significado que implicaba este suceso. Ya no le importó que se
tratara de realidad o sugestión, no estaba dispuesto a esperar la séptima noche.
Temblando, comenzando a sollozar, dirigió su mano hacia el cajón de la gaveta
a la derecha de su cama. Lo abrió lentamente y, encendiendo la lámpara, miró
por última vez la fotografía de Jessica. Sonrió débilmente. Miró su mano con más
detenimiento, era en verdad extraña: verdosa, húmeda, escamosa. Como de
lagarto. La dirigió hacia el cajón y tomó con dificultad el revólver .45 que
guardaba para su protección. Lo levantó y apoyó el frío cañón sobre su sien…
El mundo, este mundo, se acabó para Daniel del Rey. Los rayos del sol
iluminaron la mañana del séptimo día.
102
Las pesadillas nacen
de las
ilustraciones…
103
El principio del
fin
Carlos Trapala
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Antes de que todo cambiara yo solía trabajar en un barco pesquero, todos los
meses de agosto íbamos al pacifico ya que era la temporada más abundante de
camarón y ahí era más fácil tomarlos debido a que las tormentas y huracanes
estaban en el golfo, una noche nos adentramos mar abierto, llevábamos una
buena racha de pesca y si nos apurábamos, podríamos conseguir lo de los
cuatro meses en solo dos y regresaríamos antes a casa.
Ese era mi anhelo ya que casi no estaba en casa debido a mi trabajo, la noche
transcurría y seguíamos llenando el barco con camarones, cuando una tormenta
se empezó a formar en el horizonte, estábamos demasiado lejos de la orilla así
que tendríamos que esperar a que la tormenta pasara, nos encerramos todos en
la zona baja y checábamos constantemente la cubierta para ver que todo
estuviera bien.
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no vi nada, así que decidí adentrarme en la isla, estaba llena de hierbas que no
conocía, en ciertas partes habían algas marinas y muchos esqueletos de peces
muy grandes, lo cual me sugería que había o hubo alguien más en esa isla,
llegue al centro, ahí estaba el oficial Martínez, se encontraba arrodillado frente a
un gran agujero, me acerque a él, le hable pero no parecía reaccionar, lo tome
del hombro para girarlo, aún tengo en la memoria su rostro, estaba totalmente
hinchado, parecía que llevara varios días en el agua, su piel se veía casi
translucida y podía ver todas sus venas en su rostro y manos, pensé que estaba
muerto, pero no, empezó a tomarme de las piernas y me dijo
-Que fue lo que le sucedió oficial-le conteste con preocupación- ¿está usted
bien?
-De las Criaturas que trae la tormenta, una vez que entran en ti no hay vuelta
atrás.
106
nadando. Vi que un barco se aproximaba y me dirigí a él, no sé cómo, pero logré
llegar y me ayudaron a salir del mar, les conté todo lo sucedido, pero no me
creyeron, pasamos por donde se suponía que la isla debía de estar, pero no
había nada, la marea se la había tragado.
De pronto vi que algo asomaba de las nubes, eran tentáculos, que se sacudían
y dejaban caer esos parásitos, y entre todos esos tentáculos se dejaba ver una
gran boca llena de dientes en medio de la tormenta, que poco a poco se acercaba
al suelo y todas criaturas se acercaban a ella, una vez que estaban en su boca
los masticaba y una lluvia de sangre se hacía presente en toda la ciudad, al
terminar de devorarlos se alzaba en los cielos y empezaba de nuevo la tormenta,
pude ver que el agua que parecía caer esa salida que emanaba de la boca de
aquella criatura al agitarse para dejar caer esos parásitos, los truenos que se
escuchaban en realidad eran producidos por una serie de agujeros que tenía la
criatura de los cuales salía lo que al parecer eran las nubes.
Han pasado varios años desde que eso comenzó, cada siete años esa criatura
regresa y consume todo lo que quiere hasta quedar saciada, no hay manera de
detener algo que es eterno, hoy sabemos que eso que nosotros creíamos una
simple historia, es realidad, lo que nosotros llamamos muerte, no es otra cosa
más que el centro del vacío, la antítesis de la creación, el creador del caos, él es
Azathoth el dios primigenio, el cielo se empieza a nublar, todo se oscurece, los
primeros rugidos se dejan escuchar y lo único que viene a mi mente es si vivir
con el constante miedo de su regreso mejor que la muerte.
107
Carlos Trapala
Carlos Antonio Trapala López, pasante
de ingeniería ambiental, empecé a
escribir relatos de terror en el 2016, pero
siempre he sido un fiel fan a toda la
temática de terror desde comics,
películas, libros, videojuegos, etcétera,
actual mente vivo en Tamaulipas,
México, trabajo en una empresa y
escribo blogs de terror en mis tiempos
libres.
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AUTOPSIA DE LA PSIQUE
Israel Santiago
109
Son pocos los secretos que este inerte envase corpóreo puede ofrecerme,
Debido a que ya conozco los más íntimos detalles de la mecánica del cuerpo.
Pensando analíticamente que tan solo un camino queda por explorar,
Aquellos lugares sombríos en donde todo lo desconocido suele habitar.
Sombras semi ocultas que pasan frente a tus ojos a cada instante,
Voces que escapan de edificios y paredes susurrándote palabras llenas de
odio, suplicas y miedo a través del viento.
Milagros realizados sin la intervención de seres que viven en el confort de la
religiosa divinidad,
Así como invasores del cuerpo que hacen que tu alma sea secuestrada por
criaturas llenas de sombra y oscuridad.
Y así desmembraré cada parte de tu cuerpo al que puedo mantener con vida,
Siendo tus ojos la linterna mágica proyecte el testimonio de aquellos eventos
que han sucedido.
Sin necesitar curiosos testigos llenos de exageraciones por el protagonismo del
miedo,
Que tan solo desvirtúan la esencia de todo aquello que nos provoca terror por
años enteros.
110
Animales y criaturas que la naturaleza había ya de haber exterminado,
Gente pequeña y extranjeros de las estrellas con la facultad de mimetizarse en
lo que nos rodea.
Hombres con capacidad de metamorfosearse en animales que le gritan a la
noche,
Acompañados de mujeres bañadas en grasa infantil y volar por los aires.
Todos los pliegues de tu alma me asombran con todo aquello que estaba
guardado en ti,
Innumerables sucesos más allá de la realidad de los que has sido testigo.
Quien se atreverá a decir ahora que la ciencia no puede explicarlo todo,
Cuando a tu alma la tengo atrapada en este recipiente de electricidad, vidrio y
plomo.
111
A partir de este momento se quitará los girones de la ropa de la burla con la
que caminaba con remordimientos.
Cuantos misterios verán, por vez primera, la luz de la razón tan negada,
Dejando de ser alucinaciones y pesadillas que los necios han humillado.
Ni los cielos ni los infiernos pueden negarse a ser explorados,
Sin importar el precio a pagar por descubrir los secretos celosamente
guardados.
Así, doy comienzo a esta cruzada que solo unos cuantos la realizan con la
honestidad de sus terrores,
Caminando en todas las realidades que se ocultan bajo los velos.
Por fin entenderé aquello que el ser humano ha acompañado ocultos en su
sombra,
Soy la autopsia de la psique que ahora se alimentará de los abismos de tus
miedos…
112
Israel Santiago
Escritor de “El Despertar de Cthulhu”
(https://goo.gl/wvQg5D), y colaborador del
programa “AutopsiaPsique”.
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114
115
Por Cristina García Pérez
La ciencia ficción es uno de los géneros más menospreciados de la literatura. Muchos lo consideran
como un género de menor importancia frente a la novela histórica (tan de moda en cualquier
producción que busque un Oscar en la gran pantalla), la comedia o el terror. La ciencia ficción es el
estilo que predijo con exactitud la llegada de los auriculares o de internet. Es el género que inspiró a
los científicos para ir a la luna. Y como estos casos existen otros cientos. Es interesante observar como
algunos libros consiguieron predecir los cambios culturales que acontecerían en el futuro. No, no se
trata de oráculos que miran a los astros. Repasamos los ejemplos más llamativos de novelas de ciencia
ficción cuya premisa forma parte de nuestro presente.
Un libro imprescindible para entender cuestiones tan interesantes como la manipulación de los medios,
el control de los medios culturales por parte de gobiernos totalitarios y otros temas de rabiosa
actualidad.
Por cierto, esta obra publicada en 1953 hablaba de “radios concha en el oído”. Con estos artilugios los
personajes podían escuchar noticias en cualquier lugar. ¿No te recuerda a los auriculares y los
podcasts?
“El futuro está sucediendo tan rápido que es complicado que no adelante a la trama de la obra, que
incluye la impresión de aviones no tripulados en 3-D”, así de claro habla el autor de la obra sobre sus
predicciones de “presente”.
Este libro fue escrito en 1800. En la novela el autor imagina un hombre del siglo XIX que acaba en el
siglo XXI, donde encuentra un mundo lleno de centros
116 comerciales y tarjetas de créditos, las cuales,
cuando se escribió, ni por asomo existían.
The Blazing World de Margaret Cavendish
Usualmente se atribuye la primera descripción literaria del submarino a Julio Verne, por su obra 20.000
leguas de viaje submarino. Sin embargo, Margaret Cavendish ya estaba escribiendo ciencia ficción
sobre vehículos submarinos en 1666. Vale, en el universo de Cavendish hay tritones que hablan, pero
pensar en un transporte bajo el agua tiene su mérito.
Ralph 124C 41+ fue la primera obra que se atrevió a imaginar teléfonos de radar y vídeo. Es decir,
Gernsback estaba hablando de videochat en 1911. Cuanto menos sorprendente, ¿Verdad? En esta
época ni siquiera existía la televisión y el radar fue inventado en 1933. Por lo que podemos considerar
que la novela hace una doble predicción sobre el futuro.
Su descripción de internet es casi correcta. Se predice una red mundial de ordenadores y con
intercambio de información con computadoras personales. Por otra parte, su visión es de una ciudad
ciberpunk llena de dementes que saltan a la realidad virtual con trajes estrafalarios. En esta parte, por
suerte, no estuvo tan acertado Gibson.
Swift fue un experto en desarrollar inventos totalmente irreales para la época en la que vivió.
En esta obra el protagonista cuenta con un rifle que dispara rayos de electricidad. Usa el arma para
matar elefantes por su marfil (un fin que no nos gusta nada). El autor inspiró tanto la creación del
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célebre (y controvertido) TASER que el nombre es un acrónimo de Thomas A. Swift’s Electric Rifle.
2001: Odisea en el espacio de Arthur C. Clarke.
Esta novela de ciencia ficción se centra en hablar de la metafísica del ser humano y su papel en el
universo. Sin embargo, si se las ingenia para predecir el uso de las tabletas, o mejor dicho “newspads”.
El invento, sirve para leer artículos en una pantalla de mano, ¿bastante parecido a un Ipad no?
En “Los caminos quieren rodar”, Heinlein predice con exactitud la aparición de “escaleras mecánicas”
que se mueven de forma automática y con las que puedes transportar objetos mientras caminas. El
resto de la historia difiere bastante de la realidad. El autor imagina que las aceras, carreteras y
ferrocarriles en los Estados Unidos serán remplazados por estas cintas transportadoras. Estamos un
poco lejos aún de esa realidad.
La cantidad de predicciones que hace esta obra sobre el futuro asusta. Sobre todo por su nivel de
acierto.
Fue escrito en los años 60, sin embargo, ya imagina que en 2010 los coches son eléctricos, Detroit está
en ruina económica, había tiroteos en las aulas de EE. UU y el presidente del país es Obomi. Si O-B-
O-M-I.
118
RAKSHASA
Javier Lobo
119
El viejo brigadier tomó la taza de té de la bandeja que su criado dispuso
ante él y se sentó ante el gran sillón, mirando distraídamente las llamas en el
hogar de la chimenea. Los monzones se encontraban ya muy próximos, y la
estación de las lluvias se podría prolongar por tiempo indefinido.
La todopoderosa Compañía…
Sleeman no era más que un peón impuesto por los verdaderos amos del
reino.
120
Las palabras del mensaje aún le quemaban la memoria, y era capaz de
ver la florida letra de su autor, ordenándole que procediera a perseguir sin tregua
a todos los thugs del área de su influencia. Que disponía de cuantos medios
tuviera a su alcance y que podía proceder como mejor entendiera.
Necio bastardo…
121
de los otros hasta que no quedó nadie con vida. Un thug se sujetaba las costillas,
tratando de impedir la salida de la sangre de una fea herida que mostraba en
uno de sus costados.
122
Pensando que se trataba de algún raro ritual de aquellos montaraces, el
británico dio visto bueno a ir a la cueva que le decía su criado. Apenas terminaron
el refrigerio, se levantaron y caminaron por entre los árboles, hundiéndose cada
vez más en las tinieblas de la noche. El brigadier caminó agarrándose del
hombro del líder de los montaraces en todo el tiempo que duró aquella caminata,
pues decidieron no andar usando antorchas para evitar que los sectarios
supieran que se estaban desplazando y para no despertar a los espíritus del
bosque, ni alertar a rakshasa.
Las nubes que cubrían el cielo nocturno se abrieron, y una rolliza luna
llena emergió, derramando su pálida luz sobre una cueva que apareció de la
nada por entre la maleza ante sus atónitos ojos. Una extraña fosforescencia
resaltaba las paredes y el suelo de su interior. Entonces la comitiva se hizo a un
lado, y el jefe de la cuadrilla le dijo que tenía que entrar sólo, que rakshasa le
esperaba, y que él le diría qué tenía que hacer.
123
Abrió la boca para gritar, pero no pudo. La luminiscente figura se arrojó
encima de él. Sintió una fuerte dentellada sobre el cuello, y que los
descomunales colmillos le desgarraban la carne.
Se despertó con las primeras luces del día, rodeado de los montaraces
que le apuntaban con sus fusiles. El jefe del grupo le dijo que ya era un rakshasa,
enemigo de Kali hasta el fin de los tiempos, y que ya no les necesitaba a ninguno
para completar su misión. Acto seguido, el grupo se replegó hacia las
profundidades del bosque, dejándole en la más completa soledad.
124
De pronto, escuchó el ruido de ramas que se rompían y de algo que
rodaba por el suelo, hasta que cayó junto a él. La luz de la luna le mostró el rostro
desencajado de un aldeano, apenas un muchacho, con la lengua asomando por
entre los labios y los ojos desencajados. El cuello mostraba un anormal
estrechamiento, indicando que había sido estrangulado.
Cerró los ojos. La sangre ya se había detenido, pero aún seguía estando
lo suficientemente fresca como para resultarle deliciosa al paladar. Nunca un
roastbeef le pudo saber mejor que el pedazo de carne cruda que mascaba con
deleite en esos momentos.
Impaciente, en pleno estado febril, tironeó de los raídos harapos con los
que el joven se había cubierto en vida hasta dejar al descubierto el torso. Vio un
pecho fibroso y casi sin grasa, propio de alguien acostumbrado a la dura faena
de los campos de té o de lino. Una lástima. Las acumulaciones de grasa habrían
dado una mayor jugosidad al frugal banquete, pero ya que no había nada mejor
que llevarse a la boca, y dado que estaba muerto de hambre, no le iba a hacer
ascos.
125
Succionó los tejidos que aprisionaba entre sus dientes, sorbiendo hasta la
última gota de sangre que hubiera quedado retenida en sus fibras, mientras
sentía su corazón volviendo a latir con fuerza, dejando atrás la debilidad.
Unas voces riendo y unos chillidos de horror entre los que se alzaban
algunas súplicas en lengua salvaje reclamaron su atención. Despacio, se
arrastró entre la maleza hasta llegar al borde de un claro en el que brillaba una
hoguera. Varios thuggee sentados en el suelo devoraban pescados asados en
tanto otro sectario seguía divirtiéndose con su macabro entretenimiento. Esta
vez, era una niña de no más de nueve años, que no tardó en sucumbir a la fiebre
asesina del hombre.
El aroma de la sangre…
De pronto se vio fuera de sí, como si fuera ajeno a todo lo que sucedía. El
aire se llenó del sonido de unos extraños rugidos que no pudo identificar, pero
que creyó que podían pertenecer a un tigre. Los hombres se pusieron
inmediatamente tensos; algunos buscaron sus fusiles y se prepararon para hacer
frente a la amenaza.
126
De nuevo, las luces del alba le despertaron y descubrió con horror que se
encontraba tumbado en un charco de sangre reseca, con moscas zumbando
alocadas en todas direcciones. Los fragmentos de cuerpo se pudrían lentamente
al sol. La cabeza del último sectario en morir se encontraba aplastada contra la
pared de roca, pareciendo más un paño sanguinolento que un cráneo, mientras
su cuerpo acéfalo se encontraba tendido a sus pies, destrozado a dentelladas.
Habían pasado veintisiete días desde que su grupo salió del fuerte. El
brigadier hizo cálculos: llevaba perdido unos veintitrés días, más o menos, desde
que entró en la gruta recubierta de hongos fosforescentes según le dijo el
montaraz.
Algo más de tres semanas, y lo que fuera había exterminado casi por
completo a todos los sectarios de su región.
127
Cada noche que pasó deambulando perdido en la jungla, las pesadillas le
asaltaban e impedían que pudiera dormir con tranquilidad. Siempre era el mismo
sueño: se inclinaba como Narciso sobre un charco de agua prístina que el
devolvía su reflejo. Las facciones nobles, bien afeitado, con el bigote
pulcramente recortado y arreglado. Pero algo le decía que no estaba solo, y le
preguntaba a su propio reflejo “¿Hay alguien aquí?”, a lo que su imagen le
respondía con un interminable “Aquí, aquí, aquí”.
128
Alrededor del cuerpo y cerca del lugar del ataque se encontraron unas
extrañas huellas que no se correspondían con ninguna fiera conocida, ya no sólo
en Asia, sino en el mundo.
Observó que temblaba como una hoja, inquieto por estar ante él, con el
deseo de perderse de su presencia cuanto antes.
El dolor fue en aumento. Apretó los dientes, pero fue inútil. Un gemido
escapó por entre sus labios, mientras jadeaba de manera irregular. Escuchó la
129
ropa rasgarse con un lamento prolongado. Le faltaba el aire. Sus manos se
deformaban, y unas afiladas garras aparecían allí donde tenían que estar sus
uñas.
130
Javier Lobo
Javier Lobo es el pseudónimo con el que trabaja un
autor andaluz de género de terror. Lo que empezó
siendo un humilde blog, se ha convertido en un
trabajo que le ha llevado a publicar su primera novela,
“El Oni en la Alfombra”, en Amazon, de la que os dejo
el enlace: myBook.to/yokai
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Apóyanos – Pincha en la imagen
132
NO CORTES A
«LA CORTEZA»
Carlos Enrique Saldivar
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«No vayas a ese lado del bosque», fueron las palabras de su padre. «Sin
embargo, te conozco bien, de modo que, si cometes la gran estupidez de ir, ¡no
cortes a “La corteza”!».
No había dicho: «No cortes la corteza», sino:
«No cortes a “La corteza”», como si la corteza
de un árbol fuese una criatura maravillosa, no un
simple elemento del bosque, no la parte inmóvil
y gruesa de un organismo viviente. Qué curioso,
se refería a la corteza como una entidad
especial, dueña de alguna clase poder en aquel
mágico sitio llamado naturaleza.
134
sin muchos pliegues, como si hubiera sido tallado. Si los habitantes del pueblo
lo viesen, quedarían sorprendidos. Jaime, al igual que su padre y su abuelo, era
leñador de profesión. Debía derribar dos o tres árboles aquel día, había
desechado la idea de llevar herramientas mecánicas; lo haría a punta de hacha.
En aquella región, muy alejada de las ciudades, ubicada en el este peruano, los
leñadores podían trabajar con tranquilidad dentro de las normas legales. Muchos
residentes de la zona se sentían contentos, pues la madera que se hallaba por
aquellos rincones era de excelente calidad. Más allá se ubicaba la laguna, cerca
estaba el lindero de los nenúfares, ese era el lugar donde reposaban los mejores
árboles, los más viejos y anchos, los que tenían la mejor madera, los más
preciados. Curiosamente pocos leñadores llegaban hasta allí. Si arribaban, lo
hacían solo una vez, no regresaban más a ese terreno, ¿por qué? Quienes
retornaban al pueblo, tras un día de arduo trabajo, solían contar inquietantes
historias sobre presencias indefinibles que merodeaban la zona. Aunque no
había discusión en que la vía de los nenúfares era deliciosa. Lo que se temía era
que llegase el día en que alguna compañía maderera se dispusiera a talar
árboles ahí. De momento, el terreno les pertenecía a los residentes; la tala y la
carpintería eran sus negocios.
135
—Jaime… sácame de aquí... Jaime... Jaime...
El susurro lo perturbó, era casi imperceptible, pero supo que era real, debía
ser así, no estaba loco; no obstante, él se hallaba solo en el bosque, no había
nadie más, no tenía hermanos menores que lo hubieran seguido, todos sus
amigos se habían marchado a una festividad en las afueras del poblado. De
hecho, la atmósfera era extraña, no había ardillas o pájaros cerca, ¿por qué?
Esa vocecilla no era infantil, sino femenina. El timbre era humano, Jaime empujó
el árbol y miró entre los arbustos, la lejanía, caminó un poco, tras de él oyó:
136
Jaime siguió talando, hacía un gran esfuerzo, un golpe más y terminaría.
Luego partiría un nuevo tronco y habría terminado. Empezó a dudar, ¿seguiría
con el álamo blanco? Quizá dos árboles de menor tamaño sería lo prudente. El
álamo principal ya no, ya no. Escuchó detrás de él:
Él no volteo, siguió dándole hachazos al árbol que tenía adelante suyo, una y
otra vez.
Un hachazo.
Otro hachazo.
Otro hachazo.
Otro hachazo.
—Hazme el amor.
Otro hachazo.
—Te amo.
Un hachazo más.
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cantaba al hablar. Él permaneció mucho rato contemplándola, la adorable
chiquilla le sonreía. Por fin Jaime dijo:
Ella giró y abrazó el tronco riendo, la suya era una risa de hada, sus nalgas
pálidas y desnudas le parecieron a Jaime las cosas más deseadas del universo.
Ella se apoyó en el árbol, lo rodeó y desapareció. El eco de su risa quedo
grabado en la inmensidad del bosque.
—No te vayas, Nenu —dijo Jaime con tristeza. Acto seguido pensó en el
consejo de su padre, entendía por qué no debía cortar a La corteza. Ahora
comprendía. Las ninfas no eran malas, pero sí un tanto peligrosas, jugaban con
los hombres, eran incapaces de amarlos, solamente los utilizaban para el sexo.
Quizá su padre, cierto día, conoció alguna, tal vez por eso se separó de la madre
de Jaime. A lo mejor muchos hombres a través del tiempo las habían encontrado,
quizá eso fue lo que percibieron los leñadores que vinieron antes a la zona. Las
ninfas los engatusaron, los enamoraron, les dieron placer y los abandonaron.
Una ninfa era un regalo de los dioses. Voluptuosas, hambrientas de sexo.
Algunos hombres hubieron de morir de amor aquí mismo, quizá las mismas
ninfas los enterraron, quizás ellas han caminado en el mundo humano, a lo mejor
se disfrazaron de pueblerinas o era posible que llegaran a la ciudad. Quizá
Carolina, la chica más bonita de la aldea, fuese una ninfa liberada por algún
leñador necio, enamorado y luego despreciado. ¿Cuántos hombres habrán sido
traicionados por las ninfas? Ellas no son fieles y pueden soportar el calor de cien
hombres a la vez, quizá estos varones enloquecieron por el dolor, se convirtieron
en árboles y hoy descansaban tras unas paredes de madera, en tanto sus pieles
se hicieron ásperas y oscuras. Sus ojos no podrán ya ver la luz de los días.
Quizá, quizá, quizá. Nenu.
Jaime caminó por los alrededores y atisbó el ambiente a unos metros, vio un
par de ramas pequeñas en forma de cruz, no se había dado cuenta de aquello
antes, parecía una ¿tumba? Había de ser de algún lugareño, tal vez un leñador
enterrado por un pariente. ¿O que fue puesto bajo tierra por una ninfa? ¿Quizá
por Nenu? Solo quedaba ella, eso había dicho la doncella, no había otras ninfas,
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nada más Nenu, y sería para él, la amaría hasta la muerte. Solo ella, nadie más
que ella. Debía encontrarla. Retrocedió, se giró y se paró frente a La corteza.
¿Por qué su padre no le había contado la historia completa? ¿Qué insondable
misterio representaba aquel precioso álamo? Jaime lo acarició con sus dedos,
sintió una protuberancia surgir de la madera, un pezón, del cual brotaba un
líquido, similar a la leche.
Jaime lamió, bebió, le supo bien. Miró el tronco, un rostro se formaba ahí, el
más bello de los paisajes, estaba adornado por hojas cuales cabellos, muy
verdes. Le sonreía. Era ella.
Nenu, la hija de los nenúfares, la más perfecta amante de entre las ninfas.
Una criatura vegetal, la cual prometía lealtad y sexualidad en abundancia. Debía
sacarla de ahí. La imagen de la chiquilla se proyectaba hacia el ámbito que
envolvía al joven. Ahora podía verla delante de él, sobre el pasto, desnuda,
sonriendo, cubierta por algunas raíces verdosas.
Hubo viento Sus cabellos flotaron. Arqueó el cuerpo y sus senos se dilataron
excitados.
Jaime se acercó a ella, pero sólo abrazó el viento. Nenu ya no se hallaba con
él. Estaba...
—Precioso, corta a la corteza. Quiero salir y estar contigo. Soy la única que
queda.
La única. Nada más ella. Toda para mí. Los dos juntos. Está bien.
Jaime avanzó unos pasos, se ubicó junto al álamo derribado y desde esa
posición miró detenidamente a La corteza. Esta lucía excelsa. Se acercó otra vez
a ella y acarició de nuevo la superficie del árbol, era suave, parecía un cuerpo
humano, parecía latir, que vivía. El chico atisbó la parte alta del vegetal y creyó
ver un rostro femenino allí, aunque era viejo y se veía triste. Más alto, en la copa
del árbol, el sol todavía resplandecía, aunque con debilidad, y transmitía sus
rayos a esa imagen que lucía como a punto de llorar.
139
Jaime abrazo la corteza del árbol. Un insecto se posó en esta, y cayó muerto...
Ojalá su padre se lo hubiera explicado mejor, ¿por qué los adultos, los viejos,
siempre ocultan la verdad a sus hijos? ¿No entienden acaso que la verdad salva
vidas en vez de perturbar el orden y la vitalidad? las ninfas existen, Nenu existió,
como muchas otras, que habían escapado de los árboles y se enamoraron de
los hombres. Bastaba recordar la hermosa y trágica fábula de Orfeo y Eurídice,
o las leyendas de Flora, Farina, Mandrágora, Verdosa, Hiedra, Cucarda, todas
bonitas, todas peligrosas, dulces, cariñosas, hambrientas de amor, de varones.
De todas, Nenu era la mejor, hija de los nenúfares, quienes a su vez eran hijos
de divinidades y plantas. Nenu nació en aquella región y tardó mucho en crecer.
Nenu fue encerrada varias veces en los árboles, aunque siempre la liberaban,
sus amantes la sacaban y la amaban. Ella los saciaba, después los abandonaba.
Muchos murieron por la tristeza de perderla, otros la buscaron sin descanso.
Nenu se iba lejos, aunque siempre volvía a su lugar de origen. Vivía en total
desnudez, se sentía cómoda así, cubierta de hojas que se ajustaban a su cuerpo,
como prendas confeccionadas por la naturaleza con precisión mágica. Su
cuerpo, delgado, macizo, blanco como una nube, sus bellos y grandes senos,
parecidos a mangos, sus caderas anchas, sus piernas cuales tallos frutales. Sus
ojos brillaban y reflejaban el bosque, su inocencia se perdía entre los animales y
las plantas que tanto amaba. Tenía el cabello verde, de este modo lo lucía
cuando murió por vez primera.
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Hace años, muchos años, un hombre la asesinó.
Fue uno de aquellos que soñaban con los favores de la hermosa ninfa, se le
considera ninfa porque vivió entre ellas. No es un nenúfar, ella desciende de la
unión de esta planta y un ser elemental; y, como toda ninfa, tuvo la oportunidad
de escapar de la muerte una vez, lo consiguió hace cien años, ahora parte de su
esencia vive, pero atrapada en La corteza. Jaime se dijo que era una leyenda
fascinante. No. Es una realidad asombrosa.
Un golpe más.
Dime algo, Nenu; dime algo, lo que sea quiero escuchar tu acariciadora voz.
Se oyó una risita que hizo eco y cubrió todo el bosque, el corazón y la mente
de Jaime.
Un golpe más.
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Se escuchó un canto en un idioma desconocido, la voz de una niña, no, de
una mujer cantando. Jaime creyó ver pájaros que descendían: algunos lo hacían
sobre los árboles. Había insectos que se reunían en torno La corteza. Los
roedores salían de sus madrigueras, también se detenían a contemplar el
evento. La corteza se abriría en su totalidad y...
Así que ahí es donde han estado todo este tiempo, animalitos.
Un golpe. Zas.
Pronto. Muy pronto. Los arboles parecían temblar de emoción. Las flores
parecían danzar. Las hojas cayeron y volaron arqueando sus formas diversas:
de números, de letras, de palabras, de figuras geométricas. El sol ya decaía poco
a poco; también parecía sonreír.
¿O acaso lloraba?
142
Se oyó una risita.
Se escuchaba la voz de la ninfa, cada vez más cercana. Ella, con sensualidad,
le dijo:
«Pronto me tendrás frente a ti, no puedo esperar a que llegue ese momento,
quiero tenerte dentro de mí, hacerte dichoso, Jaime, querido. Dale, dale más
duro, más fuerte dale, precioso, dale, demuéstrame que eres el hombre que
estuve esperando. ¡Dale ya, ahora!».
Jaime sentía que las fuerzas se le iban, sin embargo, más podía el deseo,
más podía la determinación. Jaime lanzó muchos resuellos y golpeó; gritó, pegó
los hachazos con ambas manos. Se le iba la vida en cada corte. Los músculos
se tensaban. La sangre le salpicaba en la cara. Abrió la boca para tomar aire y
probó, sin querer, ese líquido dulzón. Oyó un quejido, el último del gran álamo
blanco: La corteza había cedido. Ahora estaba abierta y...
No debí hacerlo, no debí hacerlo, pero tuve que, Nenu, te amo y tú me amas.
En unos instantes estarás a mi lado, ninfa de mi corazón; ya sal, por favor,
criatura de mis amores.
Jaime se levantó y miró el muñón sobre el tronco: un lago de sangre. Éste aún
latía.
Sal de ahí, Nenu, tu querido Jaime quiere estar contigo. Sal ahora y nos
iremos juntos. Si quieres vamos a la aldea; si quieres, nos marcharemos lejos de
aquí; si quieres, viviremos en este bosque. No me hagas esperar, que te amo.
Sal, por favor, te deseo, te adoro, sal, sal…
143
Dejó de manar sangre. El tronco dejó de latir.
Ella salió. Levantó primero su pequeña cabeza coronada con cabellos verdes,
los cuales ya no eran verdes manzana, era difícil definir qué clase de verde era;
por momentos se oscurecía y clarificaba como si algún tipo de luminosidad se
encendiera a ratos en aquella parte de su organismo. Sus cabellos no estaban
ensortijados, se hallaban desordenados, parecían moverse, como lombrices que
querían despegarse con desesperación de su cabeza. Ella se puso de pie, su
cuerpo se encontraba totalmente desnudo, sin hojas, tallos ni raíces; emergió del
charco sanguinolento, que asemejaba una capsula medicinal abierta en dos.
Nenu se hallaba en perfectas condiciones. Levantó una pierna, levanto la otra, y
se alejó del árbol…
«¡Al fin, después de tantos años! ¡Al fin soy libre! ¡Libre para hacer lo que
quiera de mi vida y de las vidas de los demás! Solo yo faltaba y ahora estoy fuera
del gran álamo blanco.
Jaime se quedó alelado ante la alegría inusual de la ninfa, aunque se dijo que
en realidad la situación era normal, ella había estado presa de un encantamiento
durante mucho, tal vez por demasiado, ahora era libre, para estar con él. El joven
se irguió llamándola, pero ella no respondía, se iba sin hacerle caso. Jaime la
llamó por su nombre. Ella se alejaba más y más.
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La voz aniñada de la muchacha lo conmovió. Jaime dijo:
—Los otros —dijo la entidad— también querían ser amados, pero ya no había
ninfas, ni nunca más las habrá. Por eso ellos terminaron así. Sin embargo, no
era nuestra intención, aunque no siempre pensamos así, a veces no pensamos...
y si lo hacemos, pensamos mal…
—Es una adicción, es algo más fuerte que nosotros, no podemos evitarlo, nos
da mucho placer, es como si nos alimentáramos de ello. No hay ninguna ninfa,
lo siento mucho por ti.
—Ja, ja, ja, no soy una niña. En realidad, no siento nada, solo una gran alegría
y esto…
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del hacha le golpeó el rostro, el impacto fue terrible. Empero, el pegue no lo cortó,
pues fue el extremo opuesto del arma.
Lo que estaba frente a él era horrible: tenía dos grandes y saltones ojos
amarillos; una nariz larga y deforme; una boca amplia, repleta de colmillos y que
mostraba una sonrisa demoniaca; sus escasos cabellos eran raíces
agusanadas; su cuerpo era marrón oscuro, de este emanaba un olor a huevos
podridos, tenía pezuñas, garras; sus enormes orejas de cerdo se movían
mientras contemplaba al joven herido.
Habló, su voz era como la de mil placas de madera astillándose por acción de
una sierra.
—¡Me querrías aún si luciera así? Yo sé que no soy igual que los otros, ahora
no soy como los demás, nunca lo seré, estoy solo y me encanta, adoro hacer
esto una y otra vez, ja, ja, ja. —Su voz era terrible. Jaime se tapó lo oídos. La
bestia añadió: —Soy el último y el peor de todos. Por eso, hay más maldad en
mí, demasiada, y tú, inocente, caíste.
Jaime aún vivía, aunque estaba mareado por el dolor. Entre lágrimas decía:
146
—Nenu, Nenu, Nenu, ¿por qué haces esto?
El joven consiguió tocarle una pierna a la bestia, notó que era de madera, pero
de algún modo resultaba elástica; el resto de su piel era de tallo marrón, estaba
arrugada y enredada, una piel macabra, diabólica, perteneciente a un tipo
específico de ser maligno que vivía en el bosque, que disfrutaba eliminando
animales, ninfas, hadas y hombres. Jaime comprendió en ese momento el
consejo de su padre, aunque dejó de entender otras cosas cuando cayó de
costado y miró la pequeña cruz de ramas a unos metros, en el montículo, el cual
era una tumba improvisada, que tenía más de cien años.
La última mirada del joven estuvo dirigida a un melancólico y bello rostro que
se hallaba dibujado sobre la crucecilla vegetal. A medida que perdía la vida,
comprendía: las ninfas fallecen una sola vez: son criaturas de luz. En cambio,
hay entidades de la oscuridad que no perecen fácilmente y solo queda ponerlas
en una celda. Ellos lo hicieron, los más viejos del pueblo lo contuvieron hace
décadas, y no se lo contaron a sus hijos; era un secreto bastante terrible como
difundirlo entre sus descendientes; tan solo señalaron normas con severidad, les
prohibieron que talaran ese árbol, que ni siquiera se acercaran a dicha zona del
bosque. Era una regla. Nadie había desobedecido, hasta ahora. Las palabras
finales de Jaime fueron:
—Ya deja de llamarme «Nenu», ella hace tiempo que está muerta, fue una
presa sencilla.
La faz del monstruo giró hacia la tumba de tierra cuya cruz había caído. Volvió
la vista al moribundo y, dándole un hachazo en el cráneo, le dijo:
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Carlos E. Saldivar
Carlos Enrique Saldivar R. (Lima, Perú,
1982). Estudió Literatura en la Universidad
Nacional Federico Villareal. Publicó los libros
de cuentos Historias de ciencia ficción
(2008), Horizontes de fantasía (2010); y el
relato “El otro engendro” (2012).
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A escondidas
Damaris Gassón
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Este es el lugar más seguro de mi cuarto, debajo de la cama. Cuando me siento
solo o asustado me refugio aquí, pese a que mi mamá me dice que no lo haga,
que no soy un animal. Yo nunca salgo de mi cuarto, pero pego mi oído a la puerta
y por eso he escuchado a mi mamá y a mi abuela discutiendo porque mi abuela
dice que soy un engendro del diablo ya que nací con dos cachos en la frente y
la boca unida a la nariz; mi mamá le replica que esas son protuberancias óseas
y lo de la boca se llama labio leporino, que no tiene nada que ver con el diablo.
Mi abuela a su vez le dice que si no es así, que cómo es que ella no recuerda el
modo en que quedó embarazada, a lo que mi mamá nada responde. Lo cierto
es que sí, mi mamá me defiende de este modo, ¿por qué me mira con asco y no
me deja salir de aquí?
Este es el único sitio en el que recuerdo haber estado toda mi vida; conozco cada
rincón, cada grieta, a mis amiguitos peludos a los que les doy de mi comida y a
los de muchas patas que están arriba entre hilos blancos. A veces me pregunto
qué son esos sonidos que vienen de afuera, mi mamá viene poco, me trae la
comida y limpia mi bacinilla. A veces dice; − un pájaro, así cantan ellos −, pero
no sé lo que es un pájaro y quedo con la misma duda. Tampoco me dice nada
sobre mi papá, ni quién es y por qué no lo conozco. Yo pienso que si lo conociera
sabría por qué soy así, pero mi mamá lo único que hace cuando le pregunto es
apretar los labios hasta que se le ponen blancos, me ve de arriba abajo y sale
de mi cuarto. Quisiera tener la esperanza de que, si él supiera que estoy aquí,
me vendría a buscar y tendría una vida más agradable, quizás hasta me querría.
Hoy mi mamá entró feliz a mi cuarto, cantaba y bailaba y trajo una comida extraña
pero deliciosa, unos cuadraditos blancos con algo rosado y salado por dentro y
otra cosa marrón muy dulce, yo como todos los días unos terrones marrones a
las que les hecho un poco de agua primero pues son duros. Son muy raras las
ocasiones en las que mamá me trae algo distinto y nunca se queda, le da asco
verme comer. Me dijo que mi abuela murió y que ahora seríamos libres, que me
sacaría de aquí y que por fin conoceríamos juntos el mundo; pero después de
150
comer esa extraña comida sentí unos horribles dolores de estómago y me
ensucié encima con mi propia caca, mamá me tiraba baldes de agua fría para
limpiarme y se fue furiosa de la habitación diciendo que no valía la pena arrojar
perlas a los cerdos.
Mamá tiene varios días sin venir, menos mal que aquí tengo un saco grande de
terrones marrones y varios baldes de agua. En este momento la escucho entrar
y la espero ansioso. Ella abre la puerta y la veo ahí, mirándome, con el vestido
roto, con sangre que baja por sus piernas y un ojo morado. Observa la habitación
sucia y luego me ve a mí, suspira y se sienta a mi lado en la cama y me dice: −
¿Será que tú también te convertirás en un demonio cuando seas un hombre?,
¿Qué haré contigo cuando llegue ese momento? − A lo que le respondí − lo único
que sé mamita es que te quiero. Luego simplemente me miró y se fue de la
habitación.
Desde que mi abuela murió, mamá está muy rara. A veces viene con comida
extraña y se pone a bailar conmigo, pero otras veces aparece triste y con marcas
de heridas en sus brazos. Cuando está triste me dice si no sería mejor acabar
con la miseria de ambos, me mira intensamente y se rasguña la cara. Me dice
que estamos presos ambos, que nunca saldremos de esta casa, pues nadie la
va a querer jamás mientras arrastre al hijo del diablo. Yo solo espero hasta que
se le pase pues si la contradigo se pone furiosa y empieza a pegarme con lo que
consiga y a maldecirme a mí y a su vientre impuro que me concibió.
151
Estaba debajo de la cama cuando escuché un estruendo espantoso y el miedo
no dejó que me moviera por un largo rato. Yo había oído a mamá como siempre,
pero después del ruido solo había silencio. Me armé de valor y empecé a subir
las escaleras, nunca lo había hecho antes, pero presentía que a mamá le había
sucedido algo muy feo. A medida que subía, las escaleras se hacían más largas,
como si estuvieran bajo un hechizo y pensé que seguro era por la bruja de mi
abuela que no quería que saliera del cuarto. Cuando respiré y volví a abrir los
ojos, los escalones estaban normales de nuevo y subí. Ante mi estaba la puerta,
moví el pomo como vi a mamá hacerlo infinidad de veces y se abrió.
No sé cómo describir todo lo que había detrás de la puerta, para empezar, tuve
que cerrar los ojos un buen rato y después taparlos con mis manos debido a la
intensa luz que entraba por lo que creo yo son ventanas. El piso, las paredes y
todo alrededor está limpio, si hasta se parece un poco a uno de esos cuartos que
aparecen en mis cuentos. No podía evitar tocar todo lo que veía y sentir la
suavidad de algunas cosas, o lo rugoso de algunas flores puestas en la mesa y
su olor, como si la luz que entraba a raudales también entrara por mi nariz. Los
muebles tan mullidos, las alfombras, las cortinas, debo haberme confundido y
entré a la casa de los Osos. Pero había un olor más fuerte que se imponía sobre
todos los olores agradables, un olor cobrizo que creí reconocer, y siguiendo mi
nariz empujé otra puerta y ahí la vi.
Mi amada mamá, mi madre yacía sobre una mesa con un horrible hueco en su
frente lleno de sangre seca y unas cosas blancas. Las moscas se posaban y
volaban alrededor de ella, pero lo más curioso eran sus ojos. Tenían la expresión
del que ha entendido algo al fin y se tranquiliza, así que no debía ser tan malo.
Pero no se movía, estaba helada y los dedos de sus manos parecían hechos de
piedra de lo tiesos que estaban. Vi en la mesa una botella con agua morada que
olía como ella últimamente y también vi algo que brillaba y que estaba entre una
de sus manos y pese a que no sé que es me da un poco de miedo y presiento
que fue lo que le hizo ese hueco en la cabeza.
Y si, estoy triste, pero quiero seguir conociendo las maravillas que aguardan por
mí en la casa. Entro en un cuarto más pequeño y mientras giro otra cosa brillante
que hace que salga agua siento que algo me mira y me aterro. El susto hizo que
me pegara contra la puerta ante el monstruo que me contemplaba; un ser
152
asqueroso, negro, que carecía de pelo, con dos cuernos en la frente y un hoyo
horrendo en la boca, pero que me veía también con gestos de asco y miedo. Veo
que repite todos mis movimientos, me paso una mano por la cara y hace lo
mismo, saco la lengua y lo repite, hasta que caigo en cuenta que ese infame ser
que me mira soy yo y que esa superficie no es más que un espejo, como el
espejo mágico de Maléfica.
Así que es por esto que nunca he salido de mi cuarto, por este horror que está
ante mí, sólo los ojos no son tan feos, son azules como el cielo de mis historias,
pero de resto… No puedo salir al mundo así, me perseguirían y me cazarían
como a un animal, una aberración inhumana y no les quitaría la razón. Voy a
buscar un saco de mi alimento, agua suficiente y veré cuánto tiempo duro en mi
cuarto.
153
pasaba, se operaba también un cambio en mi mente, los recuerdos de mi madre
se empezaron a teñir de rabia, de un odio tan grande que me provocaba subir y
empezar a saltar y a escupir sobre su osamenta y patear lo que quedara de ella.
De prender fuego a la maldita casa y de partir con este ser quien era el único en
el mundo que me comprendía y mostraba respeto por lo que yo era. Y así lo hice,
los retos de mi madre y la casa ardieron hasta sus cimientos…
− Si lo sé, extraño para un hombre que casi parece modelo de modas. Y no sólo
eso Pedro, el candidato Lucio visita personalmente sus fundaciones y el personal
que conforma su tren de trabajo en su mayoría son jóvenes formados por él que
provienen de ahí. Estos jóvenes sienten tal devoción y lealtad que parece una
secta religiosa. En unos de los mítines del candidato Lucio…
154
Periódico el Clarín
Miércoles 23 de junio de 20XX
155
que le había infringido durante tantos años y por no haberlo amado ¿Cómo
podía haberlo amado o maltratado si su único hijo soy yo? Y conmigo fue
una madre ejemplar. Además, reconozco que soy un cobarde, pues eché a
correr una vez que escuché el disparo −. La policía local no ha encontrado
huellas ni indicios que permitan identificar al asesino, así que las pesquisas
continúan. (Sigue en la página 7).
156
Damaris Gassón
Damaris Gassón Pacheco (Caracas, 16/12/70) Lic. en
Administración, Postgrado en Finanzas. Curso de
Escritura Creativa en la Escuela de Escritores (Caracas,
2016). 16 cuentos publicados en la Revista Digital El
Narratorio- Argentina (2016 y 2017). Tres cuentos
publicados en la Revista Penumbria- México (2016 y
2017). Un cuento publicado en la antología de cuentos
venezolanos de la Revista Tiempos Oscuros – España
(2017).
157
El Gato
Aaron Novelo
158
Aquella mañana de invierno, Antonio Rejón se levantó a primera hora del día
para ir a trabajar. Era un hombre a mediados de sus veinte, vivía en una pequeña
casa de ciudad Estokero, junto con su madre y su perrita salchicha de dos años
que estaba por dar a luz a una camada de cachorros. Un hombre sencillo, con
una vida sencilla, conforme con las cosas que había logrado en su joven vida y
avanzando de forma segura hacia las que aún le faltaba conseguir.
159
inmediatamente lo clasificó como un caso de vandalismo y los periódicos locales
más tarde darían una pequeña nota con un toque de comedia titulada: Ni una
huella en Patitas. Por su parte, la dueña del local estaba hecha una furia; no sólo
le preocupaba el valor de los animales desaparecidos (un cachorro de Bulldog
Francés estaba valorado en diez mil pesos), sino la seguridad de los mismos,
pues era una autentica amante de los animales. Molesta y desdichada, decidió
cerrar la tienda hasta que la policía le diera una respuesta, y sus animales fueran
encontrados sanos y salvos.
160
Miró entonces al gato, quien a su vez le regresó la mirada; dentro de su iris
parecía tener un par de puntos claros, destellos apenas perceptibles; era un
animal de verdad hermoso, no podía dejarlo ahí a su suerte. Decidió llevárselo a
casa hasta que pudiera contactar a su jefa, entonces ella podría identificarlo o
no. Acomodó al animal entre sus brazos y se dirigió a tomar el autobús.
Su perrita apareció entonces desde la cocina, lugar que había elegido para
descansar desde que quedó preñada. Su barriga hinchada se arrastraba por el
suelo y, más que salchicha, ahora parecía un chorizo relleno; clara señal de que
pronto daría a luz a una camada de cachorritos. Se sentó frente a Antonio y
contempló al gato en sus brazos por unos segundos, después emitió un leve
bufido, casi un chillido, y se dirigió de vuelta a la cocina. Al parecer la enemistad
entre gatos y perros no era un mito.
El segundo de los sucesos extraños se dio esa noche, cuando Antonio bajó a
tomar un vaso de agua y se percató de un extraño olor a pescado podrido. El
traste de atún continuaba tan lleno como lo dejó y el gato no se había movido de
donde estaba. Seguía ahí sentado sobre el mueble, observando a Antonio con
sus brillantes ojos.
Los días pasaron, sin noticias de su jefa o de algún avance por parte de la policía.
Antonio, por su parte, había decidido que, al menos que su jefa decidiera volver
161
a abrir la tienda, no buscaría empleo hasta pasadas las fiestas decembrinas. El
gato continuaba con su extraño comportamiento, colocándose en la cima del
mueble la mayor parte del día y sólo bajando esporádicamente para dar un paseo
a las afueras de la casa. Antonio ya no se molestaba en alimentarlo pues, ya
fueran croquetas o atún lo que colocara en su traste, el gato parecía no probar
ni un solo bocado; debía ser que el animal cazara su propio alimento durante sus
paseos.
No fue hasta dos semanas después que su jefa lo llamó, citándolo en un punto
cercano a la tienda. Una vez juntos, la mujer le comunicó lo que él ya
sospechaba. La policía no había logrado ningún avance, y ahora parecían estar
más dispuestos a ignorar el problema hasta que este fuera olvidado; después de
todo, sólo eran un par de animales desaparecidos, nada de valor se había
perdido. Antonio lamentó las noticias, y se vio más que dispuesto a compartir la
indignación y rabia de la mujer, así como a ayudarla a buscar formas en que
pudieran obligar a la policía a darles respuesta. Pero la mujer había perdido las
ganas de pelear y ahora, más que enojo, lo que la embargaba era una fría
resignación. Vendería la tienda y se dedicaría a partir de ahora a disfrutar de su
vejez, al lado de los animales que aún conservaba en casa. Agradeció a Antonio
por sus cinco años de servicio y le entregó un sobre con su liquidación.
Antes de despedirse, Antonio recordó hablarle del gato que había encontrado en
los basureros. Le mostró a su ahora ex jefa las fotos que le había tomado al
animal con su celular, pero la mujer no pudo reconocerlo. Al parecer, nunca
habían tenido un gato gris en la tienda. La mujer lo incitó entonces a darle un
hogar al gato, e incluso se ofreció a regalarle un par de bultos de comida, pero
Antonio rechazó el obsequio, argumentando que no se sentía cómodo con tantas
cortesías y que prefería que ella vendiera los bultos para su propio beneficio;
aunque, la realidad era que de todas maneras el gato de seguro no los comería.
162
Admitía que el animal no causaba problemas, además de que, al parecer, no
tendrían que preocuparse por el costo de su alimentación. De la misma forma, el
animal era muy limpio, pues no parecía dejar ningún pelo suelto a su paso y
realizaba todas sus necesidades afuera de la casa. Pero había algo en el animal
que la ponía nerviosa; más que eso, le crispaba los nervios.
-El gato no hace ruido- dijo con voz cansada-, sé que eso debería ser una ventaja
(tú sabes cómo odio los chillidos que suelen dar esos bichos por las noches),
pero este parece ser mudo. No maúlla, ni siquiera ronronea. Nunca me doy
cuenta cuando sale o entra a la casa, como si fuera un fantasma flotando por
ahí. La pobre Fiona tampoco lo soporta- señaló a la perrita que dormía en un
cesto de ropa-, ya no salé de la cocina, y estoy segura de que todo se debe a
ese animal.
Antonio la convenció de que sus quejas eran sin sentidos, y que ese gato era
más común y corriente que cualquiera de la calle. Además, ya que el animal no
representaba ningún problema real, no había motivo para no conservarlo.
Más tarde, el gato regresaría a casa y se colocaría enfrente del extraño signo en
la pared, de tal forma que, al verlos de frente, parecían estar unidos.
163
comer un pavo comprado con el finiquito de Antonio y beber un cuarto de botella
de sidra. Después de eso se habían retirado a la cama. Antonio se encontraba
dormido cuando ocurrió todo y, de no haber sido por los gritos de su madre, quizá
no se hubiera enterado de nada hasta la mañana siguiente.
Y es que la mujer lanzó un chillido de terror que ola casa pareció temblar sobre
sus cimientos. Antonio saltó de su cama y corrió hacia el curto de su madre, pero
la mujer salió a su encuentro cuando él casi llegaba a la puerta. Miró a Antonio
con los ojos inyectados en sangre y dijo algo que él no alcanzó a escuchar; fue
cuando se percató de lo que ocurría
Bajó las escaleras, encorvado y a paso lento, listo para arrojarse al suelo a la
menor señal de peligro. Al llegar abajo, se asomó a la ventana, moviendo apenas
la cortina y sólo dejando el espacio suficiente para que uno de sus ojos observara
el exterior. La luz de la luna caía débilmente sobre la noche y los postes de luz
parecían haberse apagado. No había rastro de coches o personas armadas, sólo
dos diminutos focos resplandeciendo dentro de las tinieblas de aquella noche de
navidad. Los ojos de Antonio por fin se acostumbraron a la oscuridad y
contempló la escena en su patio delantero, al tiempo que sentía sus músculos
aflojarse y su mandíbula caer al suelo.
164
picos destrozados en sus rostros muertos. Habían chocado contra las paredes
como proyectiles, manchando con su sangre y plumas la pintura de la casa.
El año llegó a su fin y así las fiestas decembrinas. Antonio comenzó a buscar un
nuevo empleo, aunque no con mucho ímpetu; el dinero que su ahora ex jefa le
había dado era suficiente para que pasara una buena temporada sin
necesidades. De igual manera, durante esos días, el estómago de Fiona alcanzó
su punto máximo, pronto daría a luz y la casa se vería llena con los chillidos de
una camada de cachorritos.
165
De repente se escuchó un suave gemido desde la cocina. Fiona apareció
entonces, tocando el suelo de la sala por primera vez en meses.
La perrita tenía el hocico lleno de baba y movía los ojos de un lado a otro como
un par de canicas fuera de control. Antonio la sostuvo del cuello y comenzó a
acariciarla, intentando calmar al animal. Pero, antes de que pudiera hacer más,
Fiona lo miró a los ojos, con el semblante lleno de terror y, según pensaría más
tarde Antonio, lagrimas descendiendo por su hocico. Entonces se escuchó un
ruido similar a un chapoteo, como cuando una tubería estancada es liberada de
su contenido. La perrita soltó una masa de placenta caliente de color verde
oscuro y textura similar a la natilla, la porquería se extendió por el suelo,
manchando los pantalones y zapatos de Antonio y cubriéndolo todo con un
repugnante aroma a pescado podrido; acto seguido, Fiona dio a luz.
166
A la cosa nacida de su perra la metió dentro de una bolsa negra, la llevó a un
terreno baldío cercano a su casa, y la arrojó dentro del monte, esperando que
los gusanos acabaran pronto con cualquier rastro de su existencia. Ni él ni su
madre hablaron más del tema, procurando ni siquiera volver a mencionar a la
difunta Fiona en sus conversaciones.
Durante una de las cada vez más escasas ocasiones en que hablaban, su madre
volvió a pedirle que se decidiera del gato. La sangre entonces golpeó el cerebro
de Antonio, llenándolo de rabia e indignación por igual.
De eso se trataba entonces, aun culpaba al pobre animal por los extraños
sucesos. Aquella vieja supersticiosa. No sólo su ignorancia le enojaba, también
lo avergonzaba ¿Cómo podía ser tan ignorante?
167
arcada. El lugar entero estaba cubierto por una extraña bruma, similar al roció
de la madrugada. El olor a pescado que la mancha de moho en la pared
emanaba había aumentado hasta volverse insoportable. Antonio retrocedió
dispuesto a salir de la casa, al menos hasta que el aroma se dispersara en el
aire, pero un ruido proveniente de la cocina lo detuvo; un gemido producido por
la voz de su madre. Corrió hacia la cocina, ignorando que la puerta de la calle se
cerraba detrás de él y que la mancha en la pared emitía una fría luminosidad
amarillenta.
Ella se encontraba dentro, de pie sobre la mesa y con las manos extendidas
junto a sus muslos y la mirada fija en la nada. Antonio la tomó entonces de una
mano y le suplicó que le dijera que ocurría. Ella lo miró, con los ojos inyectados
en sangre y un semblante lleno de perplejidad, como si a penas notara que su
hijo estuviera en la misma habitación.
-Antonio, vine a casa y…- su voz subía y bajaba, descendiendo hasta volverse
un murmullo por segundos para al instante siguiente volverse un chillido- ¡Lo vi,
Antonio! Lo vi sobre el mueble de la televisión ¡Lo vi! Pero no era él –una burbuja
de saliva escapó por su garganta y emitió una sucesión de balbuceos sin sentido-
¡Fg! ¡Fg! Entonces lo escuché en la cocina ¡Fui! Fui a ver que era, pero no lo
encontré ¡Fgth! Me pareció que se escabullía y ¡Wgahnagl! ¡Fgthagn!
- ¡Te dije! Te dije que te lo llevaras ¡Ia! ¡Ia! Te lo dije. Era él, pero ya no era ¡Ia!
Era diferente.
- ¿Quién?
168
La mujer entonces abrió la boca por completo, formando un círculo perfecto con
ella. Miró a su hijo, con los ojos amenazando por escapar de sus cuencas. Lo
tomó por la mandíbula, se agachó hasta llegar a su altura y dijo entre balbuceos
ahogados.
-Nya, Nya. - ¿El gato? Intentó preguntar Antonio, pero había perdido el aliento-
.Nya, Nya ¡Nya! ¡Nya! ¡Nya! ¡Nyarlaaaaaaaaaaaa!
Gritó a su oído, tan fuerte que Antonio sintió que uno de sus tímpanos estallaba.
La voz de su madre se había transformado en una sirena de ambulancia, sus
manos lo tomaron por los cabellos y jaló con tal fuerza que se los arrancó del
cuero cabelludo. Antonio gritó entonces también, se aferró a las muñecas de su
madre y la lanzó sobre él. Cayó al suelo vencido por el peso de la mujer quien
había cesado sus gritos para sumirse en el absoluto silencio.
-¡Mamá!
La tomó por los hombros y rodó boca arriba, pero era ya tarde; los ojos de la
mujer estaban cubiertos por la bruma y su pecho no se agitaba más, estaba
muerta. Su rostro se había transformado en una máscara, una que parecía
intentar captar la esencia de la locura y el más absoluto terror en estado puro.
Antonio la sacudió y golpeó su pecho, pero ya no había nada que se pudiera
hacer.
Se movió paso a paso hacia la sala, con el cuchillo extendido hacia adelante,
dispuesto a rebanar a cualquier cosa que se le pusiera en frente. Había llegado
169
hasta la parte media de la sala cuando sintió una ola eléctrica recorrer los pelos
de su nuca; lo estaban observando. Giró sobre sí mismo, quedando de frente
ante unos pequeños focos que resplandecían entre las sombras.
El gato no respondió.
El gato no respondió de nuevo, se limitó a mover la cola y mirarlo a los ojos. Con
aquella mirada de fría indiferencia tan típica en los felinos.
De nuevo el gato guardó silencio, pero, esta vez al mirarlo con aquellos ojos que
brillaban como fuegos fatuos, le mostró quien era. Los ojos del animal se
clavaron en los de Antonio, observándolo con aquellas pupilas en forma de
grieta. Grietas en las que Antonio se vio arrastrado.
Las piernas de Antonio fallaron, cayó sobre sus rodillas y se sintió regresar a la
realidad. La bruma había desaparecido, junto con el aroma a pescado y la
mancha en la pared. El gato seguía sentado sobre el mueble, pero no
permaneció por mucho. Se levantó, estiró su cuerpo y descendió de un salto al
suelo. Entonces, y como si estuviera satisfecho consigo mismo, avanzó hacia la
ventana, contoneando su cola de lado a lado y sin reparar en Antonio. Abandonó
170
la casa, para jamás volver, dirigiéndose a aquellos espacios que sólo los felinos
conocen.
171
Aaron Novelo
Mi nombre es Aaron Novelo. Nacido en la ciudad de
Campeche, Campeche, llevo ocho años dedicándome a
la escritura, donde me desempeño en el rubro del terror y
la ficción extraña, inspirado por escritores como H.P.
Lovecraft, Stephen King, Charles Dickens, Algernon
Blackwood y William Hope Hodgson. Actualmente, mi
novela corta Nieve Roja está en proceso de publicación,
bajo el sello de editorial Grupo Porrua.
172
GATOGALLO
Mendiel
173
Un sorbo más de café me mantiene despierto durante esta noche de estudio. La
química y yo no nos llevamos muy bien desde el colegio. Menos ahora que se
volvió universitaria y parece que el título la hace más compleja y soberbia.
Se me cierran los ojos, otro sorbo de café caliente servirá. Las letras se nublan
y se cruzan entre ellas.
Miro alrededor del cuarto desde la mesa donde mi cabeza se acaba de apoyar
vencida por el cansancio.
174
Los sonidos de la misa llegan a mí, los cánticos, los rezos susurrados, las voces
de los curas que me llevan por un momento a alguna misa medieval. Los cantos
gregorianos me rodean.
Me quedo esperando a que se acalle aquel ruido, nunca dura más de unos
minutos.
Me siento mirando mis apuntes de nuevo, no se callan, esta vez parece que la
misa va más larga de lo habitual, quizás porque estamos cerca del Día de los
Muertos.
Nadie había visto a ese ser, nunca mi madre nos había dejado asomarnos por la
ventana cuando lo oíamos. El aspecto del GatoGallo era un misterio. Solo nos
helaba la sangre con sus gritos nocturnos. Mi abuela decía que gritaba para que
los chismosos se asomaran, para que se asomaran y pudiera llevarlos consigo
como el demonio de la calumnia que debería ser.
Con un golpe de aire frio mis ventanas se abrieron, las cortinas volaban
agitándose sin parar. Aquel ser incorpóreo estaba adentro, su presencia se
sentía como el miedo más profundo, como el frio más tétrico, como el temor más
175
oscuro que sentía envolver mi cuerpo mientras mi corazón se aceleraba cada
vez más y mis pulmones casi colapsaban de la agitación.
Una cabeza del color del muro emergió de la pared quedándose colgando de
ella como si fuera un cuadro. Tenía los ojos abiertos casi fuera de sus cuencas,
su lengua colgaba hacia afuera mucho más larga de lo normal, llenando mi piso
de babas oscuras y sanguinolentas, gemía llevando el compás de aquel coro
fúnebre.
Otra más emergió de pronto, ésta tenía los ojos cosidos, inflamados, purulentos.
La lengua salía de su boca estirada y tensa, enrollando su cuello en varias
vueltas que la ahorcaban cortándole la piel.
Su dios incorpóreo, su dios gritón, el dios que los había condenado por su propia
curiosidad de querer verlo, se presentaba ante ellos. Ahora formaban parte de
su corte infernal, de su sequito de suplicantes perpetuos.
Sentí los dedos largos y fríos del ente alrededor de mi cuello que me tenía
indefenso mientras las cabezas se agitaban gimiendo cada vez más alto,
extasiados en su propio dolor con el cual alababan a su señor.
Me levantó del piso volteando hacia mí, su rostro transparente, ahora se hacía
notar en un haz de fuego rojo y su cuerpo asemejaba las alas de un ave de
plumaje negro. Abrió la infernal boca gigantescamente rodeando mi cuerpo con
ella. Sentí su aliento a azufre, vi su interior donde las almas que guardaba se
retorcían entre las llamas de su estómago. Iba cerrando su boca sobre mí.
176
El GatoGallo me levantó, estirando toda la extensión de su emplumado brazo,
gritándome en el rostro, escuché aquel sonido espeluznante e indescriptible del
cual había huido toda mi vida, golpeando mi cara.
177
Mendiel
Escribo por simple placer recién hace dos años y medio
a pesar de no tener estudios de literatura. Abrí un blog
hace dos años llamado Pies Fríos en la Espalda
(http://piesfriosenlaespalda.blogspot.pe/) donde la
mayoría de relatos son de terror, aunque hay de todos los
géneros. Me gusta el terror psicológico y sobre todo el
gore de diferentes estilos. Escribo bajo el pseudónimo de
Mendiel. Uno de mis cuentos, "El Pelado Jairo", saldrá
publicado en el próximo número de la revista Nictofilia,
Revista Iberoamericana de Terror.
178
Bella Muerte
179 Giuliana Marano
Èrase una noche de verano, la belleza de una silueta fulguraba tan
resplandeciente como la luz de la luna llena. Me impactó al verla pasar,
deslizándose ágilmente entre los carolinos del bosque silencioso. Habría jurado
que era su voz la que oía, pero sólo eran los susurros de la brisa suave que
helaba mis mejillas.
Olvidé fijar mi vista en el camino y tropecé con una rama, el perfil delicado de la
muchacha se detuvo a escasos metros de mí.
180
hablaba, ignoro cuales eran sus palabras porque vino a mí el recuerdo de la
mujer del bosque. Toqué mis labios, ¿esos dulces labios no habían sido más que
un sueño?
181
Giuliana Marano
Giuliana nació en Mendoza en el otoño de 1992. Hija
única. Desde pequeña se sintió cercana a los relatos de
suspense, policiales y al género del terror. Por lo que
pasó parte de su infancia sumida en la ficción de la
biblioteca del colegio de monjas al que asistió. Más tarde,
volcó esta influencia en su propia producción, para crear
personajes extraños…
182
183
184
Te presentamos El Color que cayó del
cielo, el segundo volumen de iLovecraft,
la colección interactiva dedicada al
maestro del terror H.P.Lovecraft.
185
Características de la APP:
186
187
188
There are more things (Hay más cosas) es un relato de terror del escritor
argentino Jorge Luis Borges, publicado en la colección de cuentos fantásticos
de 1975: El libro de arena.
189
en sus historias de terror, los Antiguos preceden a todas las entidades
avanzadas moralmente.
190
Jorge Luis Borges
191
el apodo de Samuel Jonson en memoria de Lichfield, su lejano pueblo natal.
192
renegrida barba era gris. Me recibió en su casa de Temperley, que
previsiblemente se parecía a la de mi tío, ya que las dos correspondían a las
sólidas normas del buen poeta y mal constructor William Morris.
-Muchacho (Young man) —dijo--, usted no se ha costeado hasta aquí para que
hablemos de Edwin o de los Estados Unidos, país que poco me interesa. Lo que
le quita el sueño es la venta de la Casa Colorada y ese curioso comprador. A mí,
también. Francamente, la historia me desagrada, pero le diré lo que pueda. No
será mucho.
Aquí se detuvo.
193
interesaron los malevos y preví una sórdida retahíla de cuentos de almacén más
o menos apócrifos y brutales, pero me resigné y acepté. Era casi de noche. Al
divisar la casa Colorada en el alto, Iberrra se desvió. Le pregunte por qué. Su
respuesta no fue la que yo esperaba.
Esa tarde pasé frente a la casa. El portón de la verja estaba cerrado y unos
barrotes retorcidos. Lo que antes fue jardín, era maleza. A la derecha había una
zanja de escasa hondura y los bordes estaban pisoteados.
Una jugada me quedaba, que fui demorando durante días, no solo por sentirla
del todo vana sino porque me arrastraría a la inevitable, a la última.
Sin mayores esperanzas fui a Glew. Mariani, el carpintero, era un italiano obeso
y rosado, ya entrado en años, de lo más vulgar y cordial. Me bastó verlo para
descartar las estratagemas que había urdido la víspera. Le entregué mi tarjeta,
que deletreó pomposamente en voz alta, con algún tropezón reverencial al llegar
a doctor. Le dije que me interesaba el moblaje fabricado por él para la propiedad
que fue de mi tío, en Turdera. El hombre habló y habló. No trataré de transcribir
sus muchas y gesticuladas palabras, pero me declaro que su lema era satisfacer
todas las exigencias del cliente, por estrafalarias que fueran, y que él había
194
ejecutado su trabajo al pie de la letra. Tras de hurgar en varios cajones, me
mostró unos papeles que no entendí, firmados por el elusivo Preetorius. (Sin
duda me tomó por un abogado.) Al despedirnos, me confió que por todo el oro
del mundo no volvería a poner los pies en Turdera y menos en la casa. Agregó
que el cliente es sagrado, pero que, en su humilde opinión, el señor Preetorius
estaba loco. Luego se calló, arrepentido. Nada más pude sonsacarle.
Yo había previsto ese fracaso, pero una cosa es prever algo y otra que ocurra.
Repetidas veces me dije que no hay otro enigma que el tiempo, esa infinita
urdimbre del ayer, del hoy, del porvenir, del siempre y del nunca. Esas profundas
reflexiones resultaron inútiles; tras de consagrar la tarde al estudio de
Schopenhauer o de Royce, yo rondaba, noche tras noche, por los caminos de
tierra que cercan la casa Colorada. Algunas veces divisé arriba una luz muy
blanca; otras creí oír un gemido. Así hasta el 19 de enero.
Fue uno de esos días de Buenos Aires en el que el hombre se siente no solo
maltratado y ultrajado por el verano sino hasta envilecido. Serían las once de la
noche cuando se desplomó la tormenta. Primero el viento sur y después el agua
a raudales. Erré buscando un árbol. A la brusca luz de un relámpago me hallé a
unos pasos de la verja. No sé si con temor o con esperanza probé el portón.
Inesperadamente, cedió. Avance empujado por la tormenta. El cielo y la tierra
me conminaban. También la puerta de la casa estaba a medio abrir. Una racha
de lluvia me azotó la cara y entré.
Adentro habían levantado las baldosas y pisé pasto desgreñado. Un olor dulce y
nauseabundo penetraba la casa. A izquierda o a derecha, no sé muy bien,
tropecé con una rampa de piedra. Apresuradamente subí. Casi sin proponérmelo
hice girar la llave de luz.
195
cortar. ¿Qué decir de una lámpara o de un vehículo? El salvaje no puede percibir
la Biblia del misionero; el pasajero no ve el mismo cordaje que los hombres de a
bordo. Si viéramos realmente el universo, tal vez lo entenderíamos.
¿Cómo sería el habitante? ¿Qué podía buscar en este planeta, no menos atroz
para él que él para nosotros? ¿Desde qué secretas regiones de la astronomía o
del tiempo, desde qué antiguo y ahora incalculable crepúsculo, habría alcanzado
este arrabal sudamericano y esta precisa noche?
Mis pies tocaban el penúltimo tramo de la escalera cuando sentí que algo
196
ascendía por la rampa, opresivo y lento y plural. La curiosidad pudo más que el
miedo y no cerré los ojos.
197
198
Patricia K. Olivera
199
Aún recuerdas esa noche, ¿cierto? Estabas ansioso por salir de la rutina, por
dejar las costumbres rígidas de tu vida de oficinista, de hombre serio,
concentrado y buena gente. Hacía tiempo que querías una aventura, una noche
loca de orgía y excesos; hacía tiempo que querías hacerlo de forma salvaje,
saltarte las reglas de una vez y darle rienda suelta a tu exaltada imaginación.
¿Te acuerdas que la noche estaba fría? Había llegado la primavera en el
calendario, pero no en los hechos y en las calles se podían ver los rastros de ese
rocío nocturno que mojaba de forma imperceptible. ¿Recuerdas a los niños que
pasaban junto a ti, disfrazados, con su frase preparada de «truco o trato» para
entregar a cambio de algunas golosinas? En el fondo, cuando los veías pasar
rememoraste viejos tiempos y cierta nostalgia se instaló por unos instantes en tu
corazón. Digo breves porque si hay algo que a ti no te gusta es recordar la vida
miserable de la que juraste escapar cuando eras niño. ¿Recuerdas a tu madre?
Cada noche con un amante distinto en la cama y tú, escondido en los rincones,
observándolo todo con actitud muda y distante. A pesar de eso, siempre fuiste
un niño inteligente, en la escuela entendías todo a la perfección y pasabas cada
año con excelentes notas. Claro, ese fue solo el principio del gran salto que diste
hasta llegar a donde estás; todo porque te juraste que no serías como ella y no
pasarías privaciones ni pobreza otra vez.
Volviendo a esa noche, ¿recuerdas que no solo los niños se divertían? También
algunos adolescentes, y otros no tanto, aprovecharon a disfrazarse para hacer
fiestas y jugarse bromas pesadas. Pasaban a tu lado en pequeños grupos, reían
y hablaban entre ellos, bebían del pico de alguna botella o dejaban a su paso el
aroma de un porro. Pero es cierto, tú no los veías, ibas enfrascado en tus lascivos
pensamientos; no notabas la alegría de la gente, ni siquiera observabas los
decorados tenebrosos que lucían las casas en sus jardines ni las calabazas que
contenían las velas decorativas que alumbraban las veredas. Ahora puedo
decirlo, el que no encajaba entre esa gente eras tú. No llevabas disfraz ni
200
compartías la alegría general, por el contrario: caminabas con las manos en los
bolsillos y la mirada baja, concentrado, ajeno a tu entorno.
Estabas apurado, al fin habías quedado en salir con la belleza de mujer que
conociste en internet. No fue algo casual, a pesar de tu apuro por nuevas
aventuras decidiste tomarte tu tiempo, nunca fuiste amigo de las decisiones
precipitadas; era obvio, te asustaban los cambios, por mínimos que fueran. Pero
bueno, volviendo a tu cita, llevabas dos meses exactos chateando con una mujer
muy hermosa, según la foto que ella mostraba en su perfil. Por su forma de
expresarse parecía una mujer ardiente y salvaje. El día que la viste por primera
vez a través de la pantalla y escuchaste su voz por los parlantes quedaste
impresionado por completo. No solo por la sensualidad de su voz, sino por la
belleza física de la que era dueña. Una belleza que de tan intensa te producía
vértigo.
Esa primera vez te hizo experimentar un orgasmo virtual; jamás imaginaste que
se iba a desnudar sin ningún pudor y mucho menos que exhibiría su sexo frente
a la pantalla, tan cerca. Nunca habías visto un sexo así, con tanta precisión; los
risos castaños de su pubis eran abundantes, pero permitían ver su clítoris rosado
como una protuberancia que crecía poco a poco y dejaba en evidencia su
excitación. Sus pálidas manos, que resaltaban con el esmalte negro de las uñas,
apartaban los vellos rebeldes dejando al descubierto ese botón de carne que
acariciaba con los dedos índice y pulgar, estimulándolo, al tiempo que recorría
los inflamados labios, brillantes por sus propios fluidos. ¿Recuerdas como las
minúsculas gotas de sudor se deslizaban con rapidez por tu cara? ¿Y tu sexo?
Parecía a punto de rasgar la tela del pantalón, nunca habías quedado tan duro
como en ese momento tan solo al ver cómo se deslizaba la lengua por los labios
entreabiertos y te miraba con ojos de gata a punto de devorarte. Lo mejor fue
cuando te ordenó que liberaras tu miembro y te masturbaras frente a ella.
Y claro, eso no fue suficiente, querías más, querías tenerla toda, penetrarla en
serio, descargar dentro de ella hasta perder el sentido. Te resultó difícil
convencerla de que ya no querías satisfacción a través de una pantalla. Te dijo
que no quería estropear la relación tan linda que estaban construyendo, que lo
más conveniente era esperar a conocerse mejor a través de la red. Incluso te
llegó a decir que tenía miedo de que te aburrieras de su belleza, que a veces
esta era como una maldición para ella, que hasta podría resultar fatal. Pero no
201
te importó, lograste convencer a Yidhra para que te diera una cita formal y hacía
allí te dirigías. Por eso no mirabas a los lados, no veías a la gente que celebraba
Halloween, la festividad no te importaba en lo absoluto.
¿Quién te diría, casanova iluso, que lo que ibas a encontrar en el sitio donde te
citó iba a cambiar tu espléndida y programada vida? En ningún momento pasó
por tu cabeza sospechar, ni siquiera un poco, que podía ser una loca
desquiciada; mucho menos algo inexplicable e inhumano. Y puedes jactarte de
haber tenido suerte, la irrupción de aquellos jóvenes en el justo momento en que
había comenzado a devorarte interrumpió su banquete. Pero entraron porque
buscaban un lugar solitario para hacer una fiesta privada, no porque oyeran tus
alaridos desesperados resonar en el aire. Ella desapareció al instante. A los
chicos les llevó tiempo darse cuenta de que no bromeabas: era cierto que te
faltaba casi toda la cara, que los huesos expuestos al igual que los trozos de piel
y la abundante sangre no formaban parte de un maquillaje para la ocasión.
Pero bueno, al menos te quitaste las ganas de echarte un buen polvo con ella,
fuiste muy afortunado de que solo succionara tu sexo hasta hacerte aullar de
placer y no te lo arrancara con los mismos dientes con los que comenzó a
despellejar tu rostro. Te salvaste de que no te comiera el corazón.
¿Quién diría que esa devoradora se iba a cruzar en tu camino? No debiste
ignorar una festividad que lleva un significado más profundo además del
comercial. No debiste dejarte guiar por tu obsceno deseo de sensaciones
nuevas. Tú no la encontraste, ella te buscó a ti hasta que caíste en su trampa:
tenía hambre y salió de caza. Ambos saldrían favorecidos con el intercambio: tú
saciarías tu pasión devoradora y ella te devoraría al final… Ojo por ojo y diente
por diente. Nada es gratis en esta vida.
En fin, hoy por hoy tu verdad es que la pensión que te pagan por invalidez al
menos sirve para pagar la estadía en esta casa de salud; después de todo, te
cuidan e intentan paliar los dolores atroces que sufres en el rostro, aun después
de tanto tiempo.
Yo te advertí y no quisiste escucharme, te dejaste llevar por la libido, por la lujuria
y el placer. ¿Recuerdas que me escuchabas cuando eras pequeño? En esa
época sabías que yo sería incapaz de darte un consejo erróneo. Mírate ahora,
atado a esa cama para que no te lastimes en tu desesperación, aullando como
un loco para conseguir solo un poco de morfina para tus dolores. Sí, no me mires
202
con esos ojos de espanto, has sido un niño grande muy malo. ¡Mírame!, ahora
deambulo de aquí para allá. No supiste usarme con precaución y ahora estoy
desempleada. Ya no podré aconsejar a nadie si no supe hacerlo contigo…
¿Quién querrá una conciencia con tan malos antecedentes?
203
Patricia K. Olivera
Patricia K. Olivera (Montevideo, Uruguay):
Ha colaborado en varias revistas literarias virtuales ,
afines al género fantástico como miNatura, NM, Historias
Pulp, entre otras. Comparte espacio en antologías
extranjeras como: Memento Móri (Brasil), Cuentos
ocultistas (México) y Around de world in more than 80
cifi stories (Alemania).
204
El Salto
205 Esteban Villalobos
¡Es usted un milagro!, fue lo primero que escuché luego de recobrar la
conciencia. No recuerdo haber visto pasar toda mi vida por mi mente, ni nada
por el estilo, solo recuerdo la experiencia ambigua de sentir un terrible dolor
acompañado de alegría, me encontraba libre y eso era lo importante. Ya no tenía
miedo.
Esto no lo podían saber los médicos, para ellos era un paciente más de
los que, deprimidos, intentaban quitarse la vida y que luego de dos meses de
tratamiento, la “depresión” había remitido por completo.
Todo esto para mi suerte, ya que la alegría de mi liberación era suficiente
para que los doctores estuvieran satisfechos de su trabajo y no tuviera que
decirles la verdad, de lo contrario, pensarían que estaba loco.
Hace tres meses que estoy en este hospital, un lugar viejo y desaseado,
con una apariencia tan irreal como las visiones de algunos de sus pacientes.
Por fin, me van a dar de alta. Llegó la hora de dejar de pretender y poder
buscar respuestas. Recuerdo poco sobre mi vida anterior a estos sucesos, de
quien era y de quien soy en realidad, solo recuerdo cuando todo esto comenzó.
Estaba ordenando viejos libros cuando uno de ellos llamó mi atención,
tenía un encuadernado de cuero café oscuro de aspecto muy viejo y una
incrustación ámbar, me detuve a observarlo con más atención y al final decidí
comenzar a leerlo.
Fue entonces cuando una entidad ajena a mí tomo posesión de mi cuerpo,
tuve una sensación fugaz de perplejidad y temor al darme cuenta de que algo
luchaba por controlarme y yo nada podía hacer.
Mi energía se estaba drenando día con día sin yo poder hacer nada en
absoluto. Poco a poco mis acciones dejaron de obedecer a mi voluntad. No sé
quién era este ser o de dónde provenía, solo sabía que era un extranjero en mi
cuerpo y que se hacía más fuerte con el tiempo a la vez que mi propio yo se
desaparecía.
Podía sentir los cambios que ocurrían en mi cuerpo, como este ser se iba
apoderando de cada una de las células de mi organismo, transformándolas y
despojándolas de mi identidad, me daba cuenta como mis recuerdos se
desvanecían y daban lugar a las memorias de este ser. Memorias ajenas y
oscuras a las que no me permitía acceder, estos recuerdos estaban nublados en
mi mente, se camuflaban de tal forma que no podía conocer su identidad, pero
206
si su presencia, sin embargo, conocía su objetivo; apoderarse de mi cuerpo por
completo.
Al principio luchaba con todas mis fuerzas, pero todo fue inútil, con el
tiempo estaba debilitado. Con el paso del tiempo se hacía más fuerte, podía
sentir su confianza y la euforia que le producía acercarse cada vez más a su
objetivo. A medida que su euforia aumentaba, mi sensación de vacío crecía.
No tenía idea de que pensaba hacer una vez lo lograra, no me permitía
saberlo no podía permitírmelo, lo haría vulnerable. Era consciente de su rutina,
todos los días atravesábamos el parque al salir de mi casa, cruzábamos el
puente y llegábamos a la ciudad, a partir de ahí todo se nublaba, mi cabeza
parecía que iba a explotar y el terror se apoderaba de mi durante un tiempo
incalculable, hasta darme cuenta de que recorríamos el camino a la inversa.
Con el vacío llegó la desesperanza, y con ella, los pensamientos suicidas,
deseaba que el proceso se diera rápido y me suplantara, sin embargo, era lento
y doloroso, con el poco control que tenía sobre mis actos, dejé de comer y de
dormir en un intento desesperado de dañar mi cuerpo y a la vez a él, pero la
pérdida de peso y la falta de sueño parecieron afectarle poco. Llegué a pensar
que incluso estas acciones no eran mías y que no tenía salvación.
Un día, mientras cruzábamos el puente, pensé en lanzarme y acabar con
todo de una vez por todas, deseaba con toda mi voluntad que tuviera las fuerzas
para hacerlo y en ese instante algo cambió, sentí su miedo por primera vez, supe
que él podía mantener mi cuerpo funcionando de algún modo, pero un cuerpo
totalmente desmembrado acabaría con él. Sentí como el pánico se apoderaba
de él, se dio cuenta de que había descubierto una vulnerabilidad, su miedo me
alimentaba y me iba dando la energía suficiente mover mis músculos a voluntad
y con ello pude saltar al vacío.
Pude ver por un instante sus memorias, mundos distantes y extraños, así
como muerte y destrucción, ese era su objetivo, escapar del caos de su
existencia mediante la usurpación de mi cuerpo, no obstante, encontraría su
muerte, pude percibir el terror que sentía al salir de mi cuerpo en un intento
desesperado por salvarse, pude escuchar su grito de auxilio justo antes de caer
al río y me di cuenta de que no venía solo.
Es usted un milagro recuérdelo bien, me dijo el doctor justo antes de
dejarme salir del hospital.
207
Esteban Villalobos
Esteban Villalobos, costarricense, 39 años de edad. Por
más 15 años psicólogo de profesión y apasionado de los
mitos.
208
Lacey L. Conde
209
Una noche de mayo, una noche como esta en la que el
viento soplaba con energía y la temperatura obligaba a
tiritar a aquel que la desafiara, apareció la Muerte afuera de
la casa de la joven Elena. Obsesionada y ofuscada golpeó
la puerta hasta que esta joven abrió. Tal fue el horror que
sintió Elena al ver a su visita vestida de negro sin ojos y con
un hedor nauseabundo al frente de ella que quedó inmóvil.
Sin embargo, con Elena era diferente. Ella no dejaba de sonreír y siempre veía
el lado positivo a todo acontecimiento. Celeste, su pequeña hermana, se
inspiraba en Elena. La Muerte quería llevarse a Elena primero, pero no podía
hacerlo sin que ella perdiera su sonrisa así que ideó un plan malévolo,
escondería a Celeste en el bosque y así haría que Elena perdiese su bella
sonrisa.
210
Esa noche fría de mayo, en la que todos los habitantes del pueblo tiritaban cada
vez que abrían sus puertas, fue que la Muerte intentó quitar la sonrisa del rostro
de Elena. Cuando la joven vio a la señora de negro ordenando la entrega de
Celeste de manera inmediata, Elena derramó una lágrima del ojo derecho, sólo
una lágrima es lo que ella se pudo permitir. Inmediatamente después, buscó un
pañuelo y se lo secó. Entonces la joven llamó a Celeste, la pequeña de 5 años
apareció, tomó la mano de la señora Muerte y le dio un beso. En ese momento,
Elena no pudo hacer otra cosa que sonreír de tan tierno gesto.
La Muerte dejó en paz al pueblo de Elena por 30 años, tiempo suficiente para
calmar sus mejillas de tan vergonzoso episodio para ella: la noche en la que la
Muerte sintió ternura por una niña.
211
Lacey L. Conde
Lima, marzo de 1988
212
El Extraño
Marco Hernández
213
“Para aquellos que perdieron todo en el sismo del 19-09-2017 y siguen
luchando y para aquellos cuyas voces no pudieron ser escuchadas entre los
escombros y el llanto”
La primera vez que recuerdo haber visto al extraño, fue en la noche del 18 de
septiembre del 2017, la noche anterior al terremoto que azotó al centro y oriente
del país. Regresaba de mi trabajo a bordo de mi bicicleta, cuando al doblar la
esquina de la calle en la que vivía, disminuí la velocidad y alcé mi cabeza hacia
el edificio que estaba frente a mi casa, buscando a la chica que vivía en el tercer
piso, cuya belleza había captado mi atención meses atrás. Sin embargo, lo que
mi vista encontró, distaba mucho en apariencia de lo que esperaba.
Ahí, en la terraza del departamento donde por lo general, la bella chica salía a
fumar a expensas de sus padres, estaba de pie un hombre con una apariencia
terrible. Delgado y encorvado, vestía de forma casual, con un “hoodie” color
negro que cubría su cabeza y dejaba oculto su rostro. A pesar de eso, el brillo
escarlata de sus ojos y su amarillenta sonrisa de dientes afilados no pasaban
desapercibidos para mí, así como mi presencia no pasó desapercibida para él,
ya que me siguió con la mirada, mientras avanzaba por la oscura calle el escaso
trayecto que había de la esquina de la calle hasta mi casa. Difícil es olvidar esa
mirada, como dos esmeraldas fulgurantes en medio de la noche.
214
caminaban bajo su cobijo. Me apresuré a entrar a mi casa, pensando en que mis
ojos estaban cansados y que le jugaban una broma pesada a mi mente. Sin
embrago, esa noche no pude dormir tranquilo.
Al día siguiente pasó lo que tenía que pasar. La ciudad se sacudió tal y como lo
hiciera treinta y dos años antes. Varios edificios cayeron, otros quedaron
endebles y próximos a derrumbarse. Yo no me encontraba en casa cuando el
desastre pasó, pero cuando me enteré de la magnitud que éste había tenido, y
en cuanto nos permitieron regresar al interior del inmueble por nuestras
pertenencias, fue que regresé pedaleando como nunca había pedaleado antes,
sólo para encontrar mi casa de pie y a mi familia a salvo, lo mismo que todas
nuestras pertenencias. Sin embargo, el edificio de enfrente no había salido muy
bien librado. Por fortuna, todos sus inquilinos, incluyendo a la chica del tercer
piso pudieron salir a tiempo.
Los siguientes días fueron de incertidumbre. Los servicios básicos como la luz
eléctrica, el agua y el servicio de telefonía local estuvieron interrumpidos. Fue
gracias a que las compañías de telefonía celular liberaron el uso de datos, de
llamadas y de mensajería que mi familia, mis conocidos y yo, no sólo pudimos
mantenernos en contacto, sino que también pudimos enterarnos de la magnitud
de la tragedia. Los inquilinos del edificio de enfrente no corrieron con mejor
suerte. Vivían en la calle, en un pequeño campamento que armaron para
custodiar su antiguo hogar y las pertenencias que aún estaban en el interior, esto
al menos hasta que las autoridades les permitieron regresar por ellas.
Fue gracias el altruismo natural de mi madre, que pude conocer a la chica del
cuarto piso. Al menos durante una semana, estuve sirviéndoles café a los
damnificados en las mañanas antes de ir a mi trabajo y en las noches al volver.
Julieta era su nombre y estudiaba medicina. Era callada, tímida con un ligero
toque de antipatía, tal vez por la situación que estaba viviendo. Me hubiera
gustado conocerla mejor; posiblemente hubiéramos sido buenos amigos. Sin
embargo, en cuanto las autoridades dejaron a los inquilinos volver al interior del
edificio por sus pertenencias, el padre de Julieta, un hombre robusto, enérgico y
de mirada severa, dio la orden a los hermanos de la chica para que lo
acompañaran a rescatar sus valores más indispensables. En menos de un día,
la familia había puesto sus pertenencias en bolsas negras, y éstas en la parte
215
trasera de una gran camioneta junto con sus mascotas, dos perros dálmatas
bellísimos y partían hacia rumbo desconocido.
Fueron necesarios cuatro meses para que iniciaran las tareas de demolición del
edificio de enfrente. Debido a la proximidad con otras viviendas, la demolición se
hizo poco a poco y de manera manual para evitar daños accidentales. En un año,
en lugar del edificio de enfrente había un lote baldío. Durante ese tiempo, no
pasó una sola noche, en la que al regresar de mi trabajo no volteara a ver a aquel
edificio que gradualmente se transformaba en un espacio vacío en la peculiar
simetría de la ciudad, a aquel gigante muerto, a ese esqueleto que permanecía
como un guardián silencioso del vecindario en busca del extraño que habitaba
su interior. Varias veces me pareció ver el brillo rojizo de sus ojos en el interior
del inmueble, un brillo que destacaba en la oscuridad de la calle.
216
otra cosa que mi imaginación movida por los eventos traumáticos que habíamos
vivido. No obstante, la realidad distaba mucho de eso.
Fue en una noche fría de diciembre, una de aquellas noches sin luna. Debido a
que la distancia entre mi trabajo y mi casa había aumentado, resultaba cansado
usar un vehículo tal como la bicicleta. Para ese entonces, aun no sabía manejar
un automóvil de una manera que resultara satisfactoria para la agitada vida de
la ciudad, por lo que, al no poder usar la bicicleta, recurrí al transporte público.
Al salir de aquella pequeña estación de tren a altas horas de la noche y después
de subir las escaleras que conducían al puente peatonal que atravesaba esa ya
no tan transitada avenida y girar a mi izquierda, pude verlo una vez más. Ahí
estaba, de pie, justo al otro lado del puente, frente a las escaleras que conducían
a la acera, iluminado por la luz de una farola. Me miraba con ese par de ojos
esmeralda, a la vez que esbozaba su carcomida sonrisa.
El extraño dio un paso hacia mí. La farola que lo iluminaba dejó al descubierto
su rostro, un rostro con la piel colgando en sanguinolentos jirones. No tenía
labios ni párpados, lo que hacía que su mutilado rostro me pareciera aún más
monstruoso. Me aterró a tal grado el hecho de que diera un paso en mi dirección,
que yo di un paso hacia atrás. No sabía qué hacer. No sabía si correr de vuelta
a la estación del tren o bajar la escalera del lado opuesto del puente. Si hacía lo
primero, tendría que esperar a que un tren me salvara, y debido a lo avanzado
de la noche eso era muy improbable. Sin embargo, si hacía lo segundo, si corría
del otro lado del puente, sería más probable que un ladrón o un pandillero
terminaran conmigo antes que el extraño. El sonido del último tren de la noche
me sacó bruscamente de mis pensamientos. Decidí correr rumbo a la estación y
entrar al tren a como diera lugar, saltando el torniquete sin pagar el pasaje,
fueran cuales fueran las consecuencias. Apenas había dado un paso, cuando
pude notar que el extraño había desaparecido una vez más. Voltee en todas
direcciones, buscándolo incluso bajo el puente. Se había ido sin dejar rastro. El
tren cerró sus puertas y partió, dando el característico pitido que caracteriza al
metro de la ciudad de México. Yo hice lo propio, corriendo sin mirar atrás hasta
llegar a mi casa.
Una vez que llegué a casa, no fui recibido con mejores noticias. Mi abuela, una
mujer extremadamente anciana y extremadamente activa, pero cuya avanzada
217
edad había vuelto su cuerpo frágil como las hojas secas de los árboles que caen
en el otoño, había sufrido una caída que le había provocado heridas de tal
magnitud que la dejarían postrada en su cama por el resto de sus días. La
depresión de saberse impedida, inmovilizada y encadenada para siempre a una
cama, mermó su salud emocional. El frío clima invernal no ayudó en absoluto.
Tras cuatro meses de agonía emocional y un mes de agonía física, mi abuela
abandonó este mundo, intranquila y con un rictus en su rostro que jamás
olvidaré. El día en que la sepultamos, en medio de las tumbas, a una distancia
considerable, pude ver al extraño una vez más, observando el funeral. Su rostro
me era visible una vez más. Siempre encapuchado, los jirones de su piel ya no
estaban cubiertos de sangre, se asemejaban a trozos de cuero colgantes. Pude
distinguir que hacía una mueca, entrecerrando los ojos y abriendo ligeramente
los labios, por lo que supuse que ahora poseía labios y párpados. Sus ojos eran
los mismos de siempre, rojos esmeralda a la luz del sol. Su sonrisa era siempre
la misma, amarillenta, carcomida y puntiaguda. Esos malditos ojos…Esa maldita
sonrisa….
218
se renovó para la siguiente primavera. La visité una semana antes de que un
ataque al corazón la arrancara de la existencia terrenal para siempre, mientras
dormía. Durante ese tiempo, platicó, rió y bromeó como no había hecho en
mucho tiempo. Su corazón saltaba de emoción con las ocurrencias y peripecias
de su pequeño nieto, el cual aseguraba era idéntico a mí. Se fue tranquilamente,
a diferencia de mi abuela varios años atrás, lo cual era notorio en su expresión.
Estaba durmiendo y nada más.
Por mi parte, al ver que todos sus asuntos estaban en orden y que había muerto
en la más absoluta paz, no hice otra cosa más que alegrarme por ella, a pesar
de que me había conmovido hasta el alma el perderla. Tres días antes de que
muriera, nos encontrábamos solamente ella y yo, hablando sobre mi infancia,
nuestra vida y lo que había acontecido en el transcurso de la misma. Me llamó
la atención que mencionara que cuando yo era pequeño era muy tímido y al ser
su único hijo, me había inventado varios amigos imaginarios. Riendo
avergonzado le contesté que no recordaba esa etapa de mi vida. Y ciertamente
era así. Habían transcurrido varios años y recordaba muy poco de lo que había
sido mi infancia. Sin embargo, mi madre hizo especial énfasis en uno de esos
amigos imaginarios, al parecer mi preferido y el mejor de todos y en la abrupta
manera en la que éste desapareció. Al parecer, un día de repente, yo había
decidido madurar y “matarlo”. Ésta última declaración, me heló la sangre, sin
saber exactamente el por qué.
219
las veces que me apoyó, las veces que me abrazó, las veces que me llamó “mi
niño” ...
De repente, ahí estaba, de pie, frente al ataúd, con el mismo atuendo de siempre,
con la misma apariencia, como si el tiempo no pasara por él. Traía puesto el
hoodie sobre la cabeza, como de costumbre y miraba fijamente el interior del
ataúd abierto. Miraba el cuerpo de mi madre. Todas las personas a su alrededor
parecían no verlo. Siempre con las manos dentro de los bolsillos del hoodie y de
apariencia taciturna, alzó la cabeza para mirarme fijamente. Lo que vi terminó
con mi asombro por volver a verlo y lo reemplazó con terror. A pesar de estar
completo y no presentar la carne de la cara hecha jirones, su apariencia era
horrenda, indescriptible, corrupta a tal grado que parecía representar todo lo
malo y podrido de la humanidad y del mundo en su faz. Siempre sonriéndome
con esos dientes puntiagudos y amarillentos, mirándome fijamente con esos ojos
color rojo esmeralda sin pupila, que brillaban con un odio inenarrable, imposible
para cualquier ser humano o bestia.
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Éstas mismas palabras le dije a mi hijo aquel día y se las repetí muchas veces a
lo largo de su vida, así como me las repito a mí mismo ahora mismo que las
escribo. Como ya he dicho, mi mente se ha deteriorado. Ahora escribo para no
olvidar, escribo para recordar; para recordar las cosas importantes. Sé que no
me queda mucho tiempo y me preparo para ello, para recibir con los brazos
abiertos y con una sonrisa a la muerte. Hay veces en que veo el espejo y en
lugar de mi rostro, veo al extraño. Furioso, lleno de odio y rencor por ser olvidado.
Es entonces cuando recuerdo todo esto, mi vida, todo lo que acabo de escribir y
lo regreso a la eterna prisión que es el olvido. Pienso que todos tenemos un
extraño siguiéndonos siempre, esperando aparecer cuando olvidemos olvidarlo,
alimentándose de nosotros, sanando sus heridas con nuestra incertidumbre. De
nosotros depende ayudarlo en esa empresa. Porque como escribió alguna vez
Edgar Allan Poe: “A la muerte se le toma de frente, con valor y después se le
invita una copa”.
221
Marco Hernández
Nací el 31 de julio de 1993. Admirador del terror en todas
sus manifestaciones artísticas. Amante de la naturaleza y
las ciencias, estudié biología en la Facultad de Estudios
Superiores Zaragoza de la Universidad Nacional
Autónoma de México. Trato de incorporar elementos,
teorías y hechos científicos a mis relatos, tratando de
hacerlos más realistas. Actualmente trato de obtener el
grado correspondiente.
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