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2º- El pecado que cometieron Adán y Eva trajo consigo consecuencias catastróficas para
la raza humana, En primera instancia ellos dos fueron expulsados del jardín del Edén,
luego se les dicto una serie de castigos que aparecen la Biblia:
A la mujer le dijo: «Multiplicaré tus sufrimientos en los embarazos y darás a luz a tus hijos
con dolor. Siempre te hará falta un hombre, y él te dominará.»
Al hombre le dijo: «Por haber escuchado a tu mujer y haber comido del árbol del que Yo
te había prohibido comer, maldita sea la tierra por tu causa. Con fatiga sacarás de ella el
alimento por todos los días de tu vida.
Espinas y cardos te dará, mientras le pides las hortalizas que comes.
Con el sudor de tu frente comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste
sacado. Porque eres polvo y al polvo volverás.»
Gen. 3, 16-19.
Pero el peor de los castigos fue que con ellos entro en este mundo la muerte -¿Sí sabías
que Adán y Eva no estaban destinados a morir?-, pero a a causa de esa atrocidad
murieron.
3º- Algunos de los pecados que cometemos los hombres en relación con los que
cometieron Adán y Eva, son Soberbia, desafiar la voluntad de Dios, practicas contrarias a
sus mandamientos.
En cuanto a el pecado de Caín, el más común y que estamos a propensos a cometer es
el de la envidia a lo seres que nos quieren y nos rodean.
Gén 3,
4- 6
Este versículo nos narra cómo se consumó el pecado.
Creo yo que poco a poco nos hemos ido dando cuenta
en dónde está la raíz de nuestros males: ¡Nos hemos
apartado de Dios! El pecado que cometieron Adán y
Eva no fue sexual, como piensan algunos, pues con
anterioridad Dios había bendecido la unión de la
pareja: «Sean fecundos y multiplíquense» (Gen 1, 28).
Más bien, el pecado fue la soberbia del hombre; haber
rechazado a Dios, es la actitud con la que el hombre
quiere independizarse, porque siente que Dios le
estorba para ser feliz. Dice el cincelazo 331: «El
soberbio es el que en la práctica dice al Señor»
¡Quítate, porque yo solo puedo hacerlo! Y es que cada
que cometemos un pecado, le decimos a Dios:
¡Sácate! ¡Me estorbas! ¡Yo quiero ser y Tú no me
dejas! Debemos comprender a estas alturas que el
pecado va más allá de un simple quebrantamiento de
la ley de Dios es sobre todo, no considerar a Dios, no
quererlo incluir en nuestro plan de vida.
Gén. 3,
16- 17
La sentencia que Dios hace al hombre y a la mujer,
nos muestra que la relación amistosa entre Dios y el
hombre estaba rota. El hombre ya no es más el rey de
la creación. Su desnudez y su vergüenza le hicieron
comprender que sólo era una creatura desvalida que
había rechazado a su propio Creador. Sin embargo,
Dios no maldijo al hombre; en adelante, el hombre
tendrá que cargar el peso de su propia naturaleza, con
la responsabilidad deberá asumir la lucha de la vida y
sus exigencias.
Gén 3,
15
Dios nunca maldijo al hombre, pero sí a la serpiente
representante del mal y, al hacerlo, también pronunció
la promesa de salvación para el hombre: «De la mujer
saldrá la victoria final sobre el mal». Dios no puede
permitir que su máxima obra viva hundida sin
esperanza de redención y, en el mismo momento de
su sentencia, se incline sobre su miseria. Otro gesto
de su amor lo notamos en el hecho de que no los
envió desnudos a la tierra, sino que los vistió para que
salieran del paraíso con dignidad.
Gén 4,
8
Adán y Eva ya en la tierra tuvieron muchos hijos. Los
primeros Caín y Abel ofrecían sacrificios a Dios. Caín
que era labrador ofrecía sus cultivos y Abel que era
pastor de ovejas sacrificaba los primeros nacidos de
sus rebaños (Gén 4, 1).
Gén 6,
5
Con el paso del tiempo se multiplicaron los pecados en
toda la tierra. El hombre, creatura predilecta de Dios,
se había vuelto un ser obstinado en la maldad y
perversión. El primer hombre, Adán, se había apartado
de Dios, quedando marcada en toda su descendencia
una inclinación a lo malo. Fue como si el «molde» del
que iban a salir todos los hombres quedara averiado y,
como consecuencia, todos lo que salimos de ese
«molde» arrastramos ese «defecto de fábrica».
Gén 7,
17- 23
La humanidad estaba totalmente corrompida y Dios vio
necesaria una purificación que asegurara el porvenir
de su obra. Así que tomó al único justo, Noé, para
empezar con él, un nuevo pueblo santo, limpio de
maldad. Dios nos muestra a través de esta extremosa
decisión que está resuelto a cuidar su obra predilecta,
aún a costa de medidas dolorosas.
Noé es el creyente ideal que acepta colaborar con
Dios para salvar al mundo; se pone a trabajar
decididamente en el proyecto divino sin hacer caso a
las críticas de los incrédulos y flojos que prefirieron
seguir gozando de lo temporal que trabajar para el
futuro. Dios nos muestra a través de esta cita que
quiere una humanidad totalmente renovada, por eso la
hace pasar por una «limpia» por así decirlo, para
acabar con sus costumbres malas. Así como Dios
necesitó a Noé, hoy también necesita de hombres
santos que, sin sentirse salvados ni condenar a los
pecadores, influyan positivamente en la sociedad. Un
hombre bueno asegura que las promesas de Dios
siempre serán cumplidas, a pesar de todas las
maldades. Lo decía San Juan de la Cruz: «Vale más
un santo que diez mil cristianos mediocres».
Gén 11,
1-9
El episodio de la torre de Babel, es otro ejemplo más
para mostrar la tendencia al mal que tenemos todos
los hombres desde que en un principio perdimos la
amistad divina. A pesar de que Dios había purificado la
humanidad con el diluvio universal, con el paso de los
años volvió a olvidarse de Él; los hombres se volvieron
malos, se llenaron de soberbia e intentaron construir
una torre que llegara hasta el cielo para probar,
delante de todos, que podían hacer cosas grandes sin
ayuda de nadie. Y una vez más Dios interviene
drásticamente para acabar con las pretensiones
humanas de grandeza y de poder.
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