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que la “monstruosidad” ha sido considerada como una divinidad o un don y no como desviación
“No se escribieron manuales para ser buen campesino, buen indio, buen negro o buen gaucho”
(González, 1995, P, 31) ni mucho menos para quienes tenían desviaciones o anormalidades. Estos
últimos ni siquiera estaban considerados dentro en la base de la pirámide social pues se
mantenían ocultos.
Entonces, el cuerpo se configura como el principal elemento a través del cual se ejerce la
dominación; pareciera que los cuerpos femeninos, negros e indios y los cuerpos con diversidad
funcional, llevan implícita la necesidad de sometimiento, llevan tácita la urgencia de control
porque dentro de la matriz colonial se ubican en lo no civilizado, en lo bárbaro.
En este sentido, no es igual ser mujer con discapacidad que ser hombre con discapacidad; no es lo
mismo ser parte de la comunidad de sordos que ser parte de la población con discapacidad
intelectual; no es igual ser persona negra con discapacidad que serlo blanca, no es lo mismo nacer
con discapacidad que adquirir una discapacidad; no es igual ser persona con discapacidad de una
familia de clase social alta de una de clase social baja y, tampoco es igual si se pertenece a la
ciudad o al campo y así podría seguir numerando muchas otras diferencias en la experiencia de
discapacidad.