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¿Un yugo pesado?

¿No hemos sentido en diversos instantes que podríamos hacer todo lo que nos
sea posible, invocando una soledad que quisiéremos que ni el más silencioso vuelo del
búho la rompiera? Muchos amamos la soledad y quien escribe se incluye dentro de esa
etiqueta. Pero he aquí una gran pregunta ¿acaso Jesús siendo el Mesías, siendo el Hijo
del hombre, cargó solo la cruz? Pues déjenme decirles queridos lectores que ¡sí! Y
también que ¡no! Hemos caído en otra paradoja de tantas que se nos ofrecen en el diario
vivir ¿Qué significa tal ambigüedad del sí y del no?
¡Admirado sea! quien se permite pensar unos minutos en el yugo que
sobrellevan los esposos. ¿acaso el esposo y la esposa antes de unirse en matrimonio, no
llevaban una cruz llagándoles la espalda toda su vida? Oh sí, es evidente que la carga es
dura y los problemas asfixiantes; en el momento que se unieron en matrimonio sin ser
coaccionados, esa cruz se hizo una, pero la carga aumentó de peso. Sin embargo, existe
una virtud llamada amor que los deja entregarse el uno al otro a pesar de la gabela que
llevan sobre sus espaldas. El amor los une y permite que entrelacen sus brazos para
cargar aquel madero juntos. No obstante, al poner el brazo del amado encima del
hombro. ¿No conlleva un mayor peso a mencionada cruz? Pero como dijo Cabodevilla
una vez: ¿Un yugo pesado? No pesa más de lo que pueda pesar el brazo del amante
sobre los hombros de la amada.»1 El peso del brazo ayudará a cargar la cruz, pero le
adiciona una astilla más.
Ahora bien, no es mentira que a Jesús le sucedió esto, cuando a Simón de Cirene
le obligaron a llevar la cruz (Mt 27,32; Mc 15,21; Lc 23,26), por este motivo el Señor
no cargó su cruz solo, claro que recibió ayuda humanitaria; pero, aún tenemos la
paradoja de porqué sí la llevó solo. Cabe preguntarnos ¿Quién llevaba la cruz de los
dolores espirituales? Sin duda alguna, Jesús llevó ese yugo hasta las últimas
consecuencias. Con esto, no se quiere decir que el amor humano –aquel que lleva la
cruz de madera– sea despreciado vilmente por el amor divino –aquel que carga la cruz
de dolores espirituales– sino que éste último lo ayuda a superarse, junto con la pareja,
junto con el hermano, junto con la familia.
Hemos deseado, realizar millones de tareas de manera solitaria, pero el Señor
nos exhorta a dejarse ayudar, y a cargar el madero que nos está llagando la espalda
dejando apoyar el brazo del prójimo en nuestros hombros. Ese el verdadero amor que se
debe quedar para toda la vida, el del sentir el brazo del amado, en ayuda del amante.
¡Eterno amor! ¡loado amor sea éste!
Gustavo Sáenz.
1
José María Cabodevilla. El juego de la oca o guía de caminantes (Madrid: Editorial Católica S.A.)120.

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