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Movimiento de cursillos de cristiandad

BOLETÍN DE COLORES N⁰1

El temor de Pablo.

Que delicia es degustar una sopa con la cantidad justa de sal. Qué maravilla es, probar
un platillo exquisito el cual se ha aliñado de manera precisa. Una belleza es comer aquellos
alimentos que se nos presentan acompañados de un aderezo que los complementa. Incluso
para conservar aquellos comestibles que pueden perecer prematuramente, es preciso que se
les ponga sal. Es menester, al amor, para que no se pudra, ponerle sal. La sal viene a ser el
temor. Así pues, en el centro del amor a Dios, es necesario que se añada un granito de temor,
para darle sabor.

«El temor es el Padre de la religión; el amor, su hijo postrero. El temor ayuna y se


disciplina, porque aún no ha venido el Esposo. Y cuando Jesucristo llega lo primero que hace
es provocar el temor; a continuación, Él mismo se encarga de disiparlo: «Soy yo, no tengáis
miedo».1 El temor es aquello que toma la escoba y empieza a barrer. El temor es aquel
mayordomo que toma las posesiones del amo y comienza a poner orden. A limpiar.

El temor es una especie de amor, o más bien, aquello que le da sabor a la vida
cristiana. Basta solamente con pensar en Pablo, para referirnos al temor de Dios. Aquél
personaje bíblico que fue tan controversial en su época, nos da un acercamiento al verdadero
temor de Dios. Cuando nos contagia con su forma preferida de llamar a Jesús, el cual no es
un nombre, sino un título; Cristo aludiendo al significado de Mesías.2

El culto divino en el cual la asamblea participa, las oraciones que hacen operante la
caridad cristiana y la comunidad, a la cual llamamos Iglesia son esenciales para la fe cristiana.
En suma, la piedad es esencial para ser la sal de la tierra. Por ende, la profesión de fe y todo
lo concerniente a doctrina es el Temor de Dios.3 Porque nos reconcilia con Él, y nos permite
ser siempre comunicativos con el Eterno.

He aquí una afirmación que nos dice que, “a mayor amor mayor temor.”4 «El temor
de Yahvé permanece para siempre» (Sal 19,10). Pues, es necesario «vivir con temor todo el
tiempo de nuestra peregrinación» (1 Pe 1,17). ¿No son los justos precisamente los

1
José María Cabodevilla. Carta de la caridad. (Madrid: La editorial católica S.A. 1966). 96.
2
Joseph Ratzinger. Introducción al cristianismo. (Salamanca: Ediciones Sígueme. 2016). 170.
3
Ibídem. 82-83.
4
José María Cabodevilla. Carta de la caridad. (Madrid: La editorial católica S.A. 1966). 97.
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«temerosos» (Lc 1,50), «los que temen su nombre»? (Ap 11,18). Es el temor lo que fortalece
la Iglesia (Act 9,31) y le permite cumplir su obra de santificación (2 Cor 7,1).

Ahora bien, ya que entendemos el Temor de Dios como «casto, filial, no bastardo ni
servil». Hemos de comprender que, aquel temor no es por el castigo ni la reprimenda. El
verdadero cristiano sabe que dicho Temor es a lo que Dios es. El eternamente eterno. El tres
veces Santo. El temor de alejarnos de Él por nuestros pecados. Pero, pensemos un poco más
allá. Pablo siendo quién persiguió al pueblo de Dios hasta el extasío; consiguió la perfecta
misericordia, al punto de dejar por escrito evidencia bíblica que nos acerca doctrinalmente a
Dios. Nos dejó muchos granos de sal, muchos granos de Temor de Dios. Gocemos del Temor
de Dios.

Gustavo Sáenz.

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