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Nº 194

ISSN 0124-0854 Diciembre


de 2012

Un árbol una roca, una nube


Carson McCullers

Viviana Serna, Transparentediáfano de la serie “Quisiera que mi casa nadara en rosas”, 2012,
tinta, acuarela, acrílico y transfer sobre MDF, 30 x 30 cm

L
lovía aquella mañana y todavía estaba cerveza. El chico llevaba un casco como el de
muy oscuro. El chico de los los aviadores. Cuando entró en el café se desató
periódicos casi había terminado su el barboquejo y levantó la orejera derecha sobre
recorrido cuando llegó al cafetín y entró a su orejita colorada. Casi siempre, mientras
tomarse una taza de café. Era un sitio que bebía el café, alguien le decía algo cariñoso.
estaba abierto toda la noche y pertenecía a un Pero esa vez, Leo no lo miró y ninguno de los
hombre amargado y mezquino llamado Leo. hombres le habló. Pagó, y ya se iba, cuando una
Después de la calle desolada y vacía, tenía un voz llamó:
aire simpático y alegre; junto a la barra había un
par de soldados, tres tejedores de la fábrica y, —¡Hijo, eh, hijo!
en una esquina, un hombre encorvado, con las
narices y media cara dentro de un jarro de
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Se volvió y el hombre de la esquina le hacía sabía qué hacer. Miró por encima del mostrador
señas con el dedo llamándolo. Había levantado a Leo y Leo lo miraba con una mueca aburrida
la cara del jarro de cerveza y parecía de repente de burla. El chico intentó reírse también, pero el
muy alegre. El hombre era largo y pálido, con hombre estaba serio y triste.
una gran nariz y el pelo anaranjado marchito.
—No he querido tomarte el pelo, hijo.
—¡Eh, hijo! Siéntate y toma una cerveza conmigo. Tengo
que explicarte una cosa.
El chico de los periódicos fue hacia él. Era un Cautamente, con el rabillo del ojo, el chico
chiquillo escuchimizado de unos doce años, con consultó con los hombres de la barra,
un hombro más alto que otro por el peso del preguntándoles qué hacer. Pero ellos habían
saco de periódicos. Tenía la cara chupada y vuelto a sus cervezas o a sus desayunos y no le
pecosa y sus ojos eran unos ojos redondos de hicieron caso. Leo puso en el mostrador una
niño. taza de café y una jarrita de nata.

—¿Qué, señor? —Es menor de edad —dijo.

El hombre puso una mano sobre los hombros El chico trepó hacia el taburete. Su oreja,
del chico de los periódicos, luego le cogió la debajo de la orejera levantada, era muy pequeña
barbilla y le movió despacio la cara de un lado y muy colorada. El hombre asentía con la
para otro. El chico retrocedió incómodo. cabeza seriamente:

—Diga, ¿qué quiere? —Es importante —dijo. Y buscó en el


bolsillo de atrás y sacó algo que enseñó en la
La voz del chico era chillona. El café de pronto palma de la mano para que lo viera el chico.
se quedó muy silencioso. El hombre dijo
despacio: —Míralo atentamente —dijo.

—Te quiero mucho. El chico miró, pero no había nada que mirar con
atención. El hombre tenía una fotografía en la
En la barra los hombres se rieron; el chico, que palma de la mano grande y mugrienta. Era un
ya se había echado para atrás, y quería irse, no rostro de mujer. Tan borroso, que solamente se
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veían con claridad el traje y el sombrero que La cerveza, en el mostrador, delante del
llevaba. hombre, estaba en su gran jarro oscuro. No la
cogió para beber; en vez de eso, se inclinó y,
—¿Ves? —dijo el hombre. poniéndose la cara sobre el borde, estuvo así un
momento. Luego, con ambas manos, agarró el
El chico asintió y el hombre le enseñó otra jarro y sorbió.
fotografía. La mujer estaba de pie en una playa,
en traje de baño. El traje de baño le hacía un —Cualquier noche te vas a dormir con
estómago muy grande, eso era lo primero que tu narizota dentro del jarro y te ahogarás —dijo
se notaba. Leo—. “Eminente forastero ahogado en
cerveza”. Sería una muerte muy graciosa.
—¿Has mirado bien? —Se inclinó más
todavía, acercándose y, finalmente, preguntó: El chico de los periódicos trató de hacer una
—¿La habías visto antes? seña a Leo. Cuando el hombre no miraba,
volvió la cabeza e hizo un gesto con la boca
El chico estaba sentado sin moverse, mirando preguntando sin hablar: “¿Borracho?”. Pero Leo
de soslayo al hombre. levantó las cejas y se volvió para poner dos
trozos de tocino en la parrilla. El hombre apartó
—No, que yo sepa. de sí el jarro, se irguió, y juntó sus manos
sueltas y huesudas sobre el mostrador. Tenía la
—Muy bien. —El hombre se volvió a cara triste, mirando al chico. No pestañeaba;
meter las fotografías en el bolsillo—. Era mi sólo, de vez en cuando, bajaba los ojos de color
mujer. verde pálido. Estaba casi amaneciendo y el
chico se cambió de hombro el peso del saco de
—¿Murió? —preguntó el chico. periódicos.

Despacio, el hombre negó con la cabeza. —Estoy hablando de amor —dijo el


Frunció los labios como si fuera a silbar y hombre—. Para mí es una ciencia.
contestó de manera indecisa:
El chico se empezó a escurrir del taburete. Pero
—Eh… —dijo—. Te explicaré. el hombre levantó el índice y hubo algo que
retuvo al chico, que no lo dejó moverse.
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—Así que llevas doce años


—Hace doce años me casé con la mujer persiguiendo a esa… ¡Asqueroso viejo verde!
de la fotografía. Fue mi mujer durante un año,
nueve meses, tres días y dos noches. La quería. El hombre miró a Leo por primera vez:
Sí… —Aclaró su voz ronca y dijo de nuevo: —
La quería y pensaba que ella también me quería —Por favor, no seas grosero. Además,
a mí. Yo era maquinista de ferrocarriles. Ella no te estoy hablando a ti. —Se volvió al chico y
tenía todas las comodidades y lujos en casa. le dijo en tono de confianza y secreto: —No
Nunca se me pasó por la cabeza que no vamos a hacerle ningún caso, ¿eh?
estuviera satisfecha. Pero, ¿sabes lo que pasó?
El chico de los periódicos asintió, no muy
—¡Hummm…! — dijo Leo—. convencido.

El hombre no quitaba los ojos de la cara del —Fue así —continuó el hombre—. Soy
chico: una persona que se impresiona mucho con las
cosas. Durante toda mi vida, una cosa tras otra
—Me dejó. Una noche, cuando volví, la me han ido impresionando: la luz de la luna, las
casa estaba vacía y ella se había ido. Me dejó. piernas de una chica bonita… Una cosa tras
otra. Pero la cuestión es que, cuando había
—¿Con un fulano? —preguntó el chico. disfrutado de algo, tenía una sensación extraña,
como si estuviera dentro de mí andando suelta.
Suavemente, el hombre puso la palma de la Nada parecía llegar a terminarse ni a encajar
mano sobre el mostrador. con las otras cosas. ¿Mujeres? Ya tuve mi
ración de ellas. Es lo mismo. Después, vagando
—Claro, naturalmente, hijo. Una mujer sueltas en mí. Yo era un hombre que no había
no se escapa de esa manera, sola. amado nunca.

El café estaba tranquilo; la lluvia, negra e Cerró los párpados muy despacio y el gesto fue
interminable, en la calle. Leo aplastó el tocino como la caída del telón cuando termina un acto
que se estaba friendo con las púas de su gran en el teatro. Cuando habló de nuevo, tenía la
tenedor: voz excitada y las palabras venían de prisa; los
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lóbulos de sus orejas grandes y sueltas parecían


temblar. El hombre no pareció oír.

—Luego encontré a esta mujer. Yo —En esas circunstancias, ya te puedes


tenía cincuenta y un años y ella siempre decía imaginar cómo me quedé cuando me dejó.
que tenía treinta. La encontré en una estación de
servicio y nos casamos a los tres días. ¿Y sabes Leo cogió el tocino de la parrilla y dobló dos
cómo nos fue? No puedo ni decírtelo. Todo lo tajadas dentro de un panecillo. Tenía una cara
que siempre había sentido estaba reunido gris, con ojos hendidos, una nariz de pellizco
alrededor de esta mujer. Ya no había más cosas salpicada de suaves sombras azules. Uno de los
sueltas dentro de mí, todo estaba concluido en obreros textiles pidió más café y Leo se lo
ella. sirvió. Leo no dejaba que repitieran gratis. El
obrero desayunaba allí todas las mañanas, pero
El hombre se calló de repente y se dio golpes en cuanto más conocía Leo a sus clientes, más
la nariz larga. Su voz se sumergió en un tono tacaño era con ellos. Royó su bocadillo como si
bajo, firme, de reproche. se lo escatimara a sí mismo.

—No lo estoy explicando bien. Lo que —¿Y no la encontró usted nunca?


pasó fue esto. Ahí estaban esos sentimientos
hermosos y esos pequeños placeres sueltos, El chico no sabía qué pensar del hombre, y su
dentro de mí. Y esta mujer era para mi alma cara de niño parecía incierta, con una mezcla de
algo así como una cinta de montaje. Hacía pasar curiosidad y duda. Era nuevo en el recorrido de
por ella esos poquitos de mí mismo y salía los periódicos; todavía se le hacía raro estar
completo. ¿Me sigues ahora? fuera por la ciudad en la madrugada negra y
extraña.
—¿Cómo se llamaba? —preguntó el
chico. —Sí —dijo el hombre—, tomé algunas
medidas para hacerla volver. Estuve por ahí
—¡Oh! —dijo él—, la llamaba Dodo. tratando de localizarla. Fui a Tulsa, donde ella
Pero eso no tiene importancia. tenía parientes; a Mobile. Fui a todas las
ciudades que había mencionado alguna vez,
—¿Y trató usted de hacerla volver? buscando a todos los hombres que habían
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tenido alguna relación con ella. Tulsa, Atlanta, sus fotografías y las miraba. Nada, no había
Chicago, Cheehaw, Memphis… Durante casi nada que hacer. Era como si no la viera.
dos años corrí por todo el país tratando de ¿Puedes imaginarlo?
encontrarla.
—¡Eh, compadre! —gritó Leo a través
—Pero la pareja había desaparecido de del mostrador—. ¿Puedes imaginarte la cabeza
la faz de la tierra —dijo Leo. de este borracho en blanco?

—No le escuches —dijo el hombre Despacio, como si espantara moscas, el hombre


confidencialmente—. Y además olvida esos dos movió la mano. Tenía sus ojos verdes fijos y
años. No son importantes. Lo que importa es concentrados en la carita chupada del chico de
que por el tercer año me empezó a pasar una los periódicos.
cosa muy curiosa.
—Pero un pedazo de cristal inesperado
—¿Qué? —preguntó el chico. en la acera o una canción de cinco centavos en
El hombre se dobló e inclinó el jarro para beber un gramófono automático, una sombra en una
un sorbo de cerveza. Pero mientras se agachaba pared por la noche, y recordaba. A veces me
sobre el jarro, las aletas de la nariz le temblaron ocurría por la calle y yo me echaba a llorar y
ligeramente; olfateó el olor rancio de la cerveza me golpeaba la cabeza contra un farol. ¿Me
y no bebió. comprendes?

—La verdad es que el amor es una cosa —Un trozo de cristal… —dijo el chico.
extraña. Al principio no pensaba más que en
que volviera. Era una especie de manía. Luego, —Cualquier cosa. Daba vueltas por ahí
según pasaba el tiempo, trataba de recordarla, y no tenía poder sobre cómo y cuándo
pero, ¿sabes qué ocurría? recordarla. Uno cree que se puede poner encima
una especie de blindaje, pero el recuerdo no
—No —dijo el chico. viene al hombre así, de frente, viene por las
esquinas, dando rodeos. Estaba a merced de
—Cuando me tumbaba en la cama y todo lo que oía o veía. De repente, en vez de ser
trataba de pensar en ella, mi cabeza se quedaba yo el que atravesaba el país para encontrarla,
en blanco. No podía verla. Y entonces sacaba empezó ella a perseguirme en mi propia alma.
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Ella, persiguiéndome a mí, ¡fíjate! Y en mi —¡Vaya!, ninguno de nosotros se hace


alma. más joven —dijo. Luego, con furia repentina,
hizo una pelota con el paño de secar que tenía
El chico preguntó finalmente: en la mano y lo tiró con fuerza al suelo: —
¡Vaya Romeo viejo con el rabo a rastras!
—¿Por qué parte del país estaba usted —¿Qué pasó? —preguntó el chico.
entonces?
La voz del viejo era alta y clara:
—¡Uy! —gruñó el hombre—. Era un —Paz —contestó.
pobre mortal enfermo. Era como la viruela. Te —¿Eh?
confieso, hijo, que me emborraché, forniqué,
cometí cualquier pecado que de pronto me —Es difícil explicarlo científicamente,
apeteciera. Me avergüenza confesártelo, pero hijo. Me figuro que la explicación lógica es que
así es. Cuando recuerdo esa temporada, está ella y yo nos habíamos perseguido tanto tiempo
todo confuso en mi mente; fue terrible. que al fin nos hicimos un lío, nos echamos atrás
y lo dejamos. Paz. Un vacío extraño y hermoso.
El hombre inclinó la cabeza y pegó la frente al Era primavera en Portland y llovía todas las
mostrador. Durante unos segundos estuvo así, tardes. Yo me quedaba allí, en mi cama, echado
doblado, con la nuca nervuda cubierta de una en la oscuridad. Y así me vino la sabiduría.
pelambrera anaranjada y las manos, con sus
largos dedos retorcidos, palma contra palma, en La luz del nuevo día teñía de azul pálido las
actitud de rezar. Luego el hombre se irguió; ventanas del cafetín. Los dos soldados pagaron
sonreía, y de pronto su rostro fue un rostro sus cervezas y abrieron la puerta; uno de ellos
radiante, trémulo y viejo. se peinó y sacudió sus polainas fangosas antes
de salir. Los tres obreros se encorvaron en
—Pasó en el quinto año —dijo—. Y silencio sobre sus desayunos. El reloj de Leo
con él empezó mi ciencia. sonó en la pared.

La boca de Leo se movió con una mueca pálida —Es esto. Escucha atentamente. Medité
y rápida: sobre el amor y saqué la conclusión. Me di
cuenta de qué es lo que nos pasa. Los hombres
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se enamoran por primera vez. Y, ¿de qué se


enamoran? Todavía llovía afuera en la calle: una lluvia sin
fin, suave y gris. La sirena de la fábrica sonó
La tierna boca del niño estaba medio abierta y para el turno de las seis, y los tres obreros
no contestó. pagaron y se fueron. En el café no quedaban
más que Leo, el viejo y el chico de los
—De una mujer —dijo el viejo—. Sin periódicos.
sabiduría, sin nada para poder ir por ahí,
emprenden la experiencia más sagrada y —El tiempo estaba así en Portland —
peligrosa de este mundo. Se enamoran de una dijo— en la época en que empezó mi sabiduría.
mujer. ¿Es esto, no, hijo? Medité y empecé con precaución. Cogía
cualquier cosa de la calle y me la llevaba a casa.
—Sí —dijo el chico desmayadamente. Compré un pececillo dorado y me concentré en
él y lo amé. Pasaba gradualmente de una cosa a
—Empiezan por el revés del amor. otra. Día a día iba adquiriendo esa técnica. En
Empiezan por el punto crítico. ¿Te das cuenta el camino de Portland a San Diego…
de por qué es algo tan desgraciado? ¿Sabes
cómo deberían querer los hombres? —¡Oh, cierra el pico — aulló Leo de
repente—. ¡Calla, calla!
El viejo alargó la mano y agarró al chico por el
cuello de la chaqueta de cuero. Lo sacudió El viejo seguía agarrando la chaqueta del chico;
suavemente y sus ojos verdes miraron hacia temblaba y su rostro estaba muy serio,
abajo sin pestañear, graves. iluminado, salvaje.

—Hijo, ¿sabes cómo debería empezarse —Ya hace seis años que voy por ahí solo
el amor? haciéndome mi saber. Y ahora soy un maestro,
hijo. Puedo amarlo todo. No tengo ya ni que
El chico seguía sentado, pequeño, callado, pensar en ello. Veo una calle llena de gente y
tranquilo. Poco a poco meneó la cabeza. El una luz hermosa entra dentro de mí. Miro a un
viejo se le acercó más y murmuró: pájaro en el cielo o me encuentro con un viajero
en el camino. Cualquier cosa, hijo, o cualquier
—Un árbol. Una roca. Una nube. persona. ¡Todos desconocidos y todos amados!
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¿Te das cuenta de lo que puede


Viviana Serna,significar de la seriejarro
Blancodeola una “Quisiera
delquemostrador
mi casa nadara
y enbebió
rosas”, la cerveza
2012, dorada.
tinta, acuarela,
acrílico y transfer sobre mdf, 20.3 cm
ciencia como la mía? Movía la cabeza despacio, de un lado a otro.
Por fin, contestó:
El chico se sostenía, tieso, con las manos
curvadas agarrando fuertemente el borde del —No, hijo. Fíjate, ése es el último paso
mostrador. Al fin, preguntó: en mi ciencia. Voy con cuidado. Todavía no
estoy preparado del todo.
—¿Y encontró a aquella señora?
—¿Qué? ¿Qué dices, hijo? —Bueno —dijo Leo—, bueno, bueno.
—Digo —preguntó tímidamente el
chico—, ¿se ha vuelto a enamorar de alguna El viejo estaba de pie en el vano de la puerta
mujer? abierta.

El hombre aflojó las manos del cuello del chico. —Acuérdate —dijo. Allí, en medio de
Se volvió, y por primera vez asomó a sus ojos la húmeda luz gris de la madrugada parecía
verdes una mirada vaga y dispersa. Levantó el encogido, andrajoso y frágil. Pero su sonrisa era
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luminosa. —Acuérdate de que te quiero


mucho—dijo, sacudiendo la cabeza por última Así, el chico se bajó la orejera derecha del
vez. Y la puerta se cerró sin ruido detrás de él. casco y, volviéndose para marcharse, hizo el
único comentario que le parecía seguro, la única
El chico no habló durante un buen rato. Se alisó observación que no podía ser reída ni
el pelo sobre la frente, y pasó su dedito despreciada:
mugriento por el borde de la taza vacía.
Después, sin mirar a Leo, preguntó: —Desde luego que ha hecho la mar de
viajes.
—¿Estaba borracho?
—No —dijo Leo brevemente. ***

El chico levantó aún más su voz clara:


Cuento tomado de Carson McCullers, La balada del
—Entonces, ¿estaba drogado?
café triste, Barcelona, Seix Barral, 2001, pp. 155-
—No. 166. Carson McCullers nació en Georgia en 1917 y
murió en Nueva York en 1967. Sus obras más
El chico miró a Leo, con su carita fea sobresalientes son: El corazón es un cazador
desesperada y su voz chillona y urgente: solitario, Reflejos en un ojo dorado, Frankie y la
boda, La balada del café triste y Reloj sin

—¿Está loco, pues? ¿Crees que está manecillas. Su autobiografía se titula Iluminación y
fulgor nocturno.
chiflado? —La voz del chico de los periódicos
bajó de pronto con una duda: —¿Eh, Leo?
¿Está chalado o no?

Pero Leo no le contestó. Hacía catorce años que


tenía su café nocturno y se consideraba experto
en locuras. Estaban los tipos de la ciudad y
también los forasteros que llegaban como si
vinieran del fondo de la noche. Conocía las
manías de todos. Pero no quiso satisfacer la
curiosidad del niño. Contrajo su cara pálida y
siguió callado.

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