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Viviana Serna, Transparentediáfano de la serie “Quisiera que mi casa nadara en rosas”, 2012,
tinta, acuarela, acrílico y transfer sobre MDF, 30 x 30 cm
L
lovía aquella mañana y todavía estaba cerveza. El chico llevaba un casco como el de
muy oscuro. El chico de los los aviadores. Cuando entró en el café se desató
periódicos casi había terminado su el barboquejo y levantó la orejera derecha sobre
recorrido cuando llegó al cafetín y entró a su orejita colorada. Casi siempre, mientras
tomarse una taza de café. Era un sitio que bebía el café, alguien le decía algo cariñoso.
estaba abierto toda la noche y pertenecía a un Pero esa vez, Leo no lo miró y ninguno de los
hombre amargado y mezquino llamado Leo. hombres le habló. Pagó, y ya se iba, cuando una
Después de la calle desolada y vacía, tenía un voz llamó:
aire simpático y alegre; junto a la barra había un
par de soldados, tres tejedores de la fábrica y, —¡Hijo, eh, hijo!
en una esquina, un hombre encorvado, con las
narices y media cara dentro de un jarro de
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Se volvió y el hombre de la esquina le hacía sabía qué hacer. Miró por encima del mostrador
señas con el dedo llamándolo. Había levantado a Leo y Leo lo miraba con una mueca aburrida
la cara del jarro de cerveza y parecía de repente de burla. El chico intentó reírse también, pero el
muy alegre. El hombre era largo y pálido, con hombre estaba serio y triste.
una gran nariz y el pelo anaranjado marchito.
—No he querido tomarte el pelo, hijo.
—¡Eh, hijo! Siéntate y toma una cerveza conmigo. Tengo
que explicarte una cosa.
El chico de los periódicos fue hacia él. Era un Cautamente, con el rabillo del ojo, el chico
chiquillo escuchimizado de unos doce años, con consultó con los hombres de la barra,
un hombro más alto que otro por el peso del preguntándoles qué hacer. Pero ellos habían
saco de periódicos. Tenía la cara chupada y vuelto a sus cervezas o a sus desayunos y no le
pecosa y sus ojos eran unos ojos redondos de hicieron caso. Leo puso en el mostrador una
niño. taza de café y una jarrita de nata.
El hombre puso una mano sobre los hombros El chico trepó hacia el taburete. Su oreja,
del chico de los periódicos, luego le cogió la debajo de la orejera levantada, era muy pequeña
barbilla y le movió despacio la cara de un lado y muy colorada. El hombre asentía con la
para otro. El chico retrocedió incómodo. cabeza seriamente:
—Te quiero mucho. El chico miró, pero no había nada que mirar con
atención. El hombre tenía una fotografía en la
En la barra los hombres se rieron; el chico, que palma de la mano grande y mugrienta. Era un
ya se había echado para atrás, y quería irse, no rostro de mujer. Tan borroso, que solamente se
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veían con claridad el traje y el sombrero que La cerveza, en el mostrador, delante del
llevaba. hombre, estaba en su gran jarro oscuro. No la
cogió para beber; en vez de eso, se inclinó y,
—¿Ves? —dijo el hombre. poniéndose la cara sobre el borde, estuvo así un
momento. Luego, con ambas manos, agarró el
El chico asintió y el hombre le enseñó otra jarro y sorbió.
fotografía. La mujer estaba de pie en una playa,
en traje de baño. El traje de baño le hacía un —Cualquier noche te vas a dormir con
estómago muy grande, eso era lo primero que tu narizota dentro del jarro y te ahogarás —dijo
se notaba. Leo—. “Eminente forastero ahogado en
cerveza”. Sería una muerte muy graciosa.
—¿Has mirado bien? —Se inclinó más
todavía, acercándose y, finalmente, preguntó: El chico de los periódicos trató de hacer una
—¿La habías visto antes? seña a Leo. Cuando el hombre no miraba,
volvió la cabeza e hizo un gesto con la boca
El chico estaba sentado sin moverse, mirando preguntando sin hablar: “¿Borracho?”. Pero Leo
de soslayo al hombre. levantó las cejas y se volvió para poner dos
trozos de tocino en la parrilla. El hombre apartó
—No, que yo sepa. de sí el jarro, se irguió, y juntó sus manos
sueltas y huesudas sobre el mostrador. Tenía la
—Muy bien. —El hombre se volvió a cara triste, mirando al chico. No pestañeaba;
meter las fotografías en el bolsillo—. Era mi sólo, de vez en cuando, bajaba los ojos de color
mujer. verde pálido. Estaba casi amaneciendo y el
chico se cambió de hombro el peso del saco de
—¿Murió? —preguntó el chico. periódicos.
El hombre no quitaba los ojos de la cara del —Fue así —continuó el hombre—. Soy
chico: una persona que se impresiona mucho con las
cosas. Durante toda mi vida, una cosa tras otra
—Me dejó. Una noche, cuando volví, la me han ido impresionando: la luz de la luna, las
casa estaba vacía y ella se había ido. Me dejó. piernas de una chica bonita… Una cosa tras
otra. Pero la cuestión es que, cuando había
—¿Con un fulano? —preguntó el chico. disfrutado de algo, tenía una sensación extraña,
como si estuviera dentro de mí andando suelta.
Suavemente, el hombre puso la palma de la Nada parecía llegar a terminarse ni a encajar
mano sobre el mostrador. con las otras cosas. ¿Mujeres? Ya tuve mi
ración de ellas. Es lo mismo. Después, vagando
—Claro, naturalmente, hijo. Una mujer sueltas en mí. Yo era un hombre que no había
no se escapa de esa manera, sola. amado nunca.
El café estaba tranquilo; la lluvia, negra e Cerró los párpados muy despacio y el gesto fue
interminable, en la calle. Leo aplastó el tocino como la caída del telón cuando termina un acto
que se estaba friendo con las púas de su gran en el teatro. Cuando habló de nuevo, tenía la
tenedor: voz excitada y las palabras venían de prisa; los
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tenido alguna relación con ella. Tulsa, Atlanta, sus fotografías y las miraba. Nada, no había
Chicago, Cheehaw, Memphis… Durante casi nada que hacer. Era como si no la viera.
dos años corrí por todo el país tratando de ¿Puedes imaginarlo?
encontrarla.
—¡Eh, compadre! —gritó Leo a través
—Pero la pareja había desaparecido de del mostrador—. ¿Puedes imaginarte la cabeza
la faz de la tierra —dijo Leo. de este borracho en blanco?
—La verdad es que el amor es una cosa —Un trozo de cristal… —dijo el chico.
extraña. Al principio no pensaba más que en
que volviera. Era una especie de manía. Luego, —Cualquier cosa. Daba vueltas por ahí
según pasaba el tiempo, trataba de recordarla, y no tenía poder sobre cómo y cuándo
pero, ¿sabes qué ocurría? recordarla. Uno cree que se puede poner encima
una especie de blindaje, pero el recuerdo no
—No —dijo el chico. viene al hombre así, de frente, viene por las
esquinas, dando rodeos. Estaba a merced de
—Cuando me tumbaba en la cama y todo lo que oía o veía. De repente, en vez de ser
trataba de pensar en ella, mi cabeza se quedaba yo el que atravesaba el país para encontrarla,
en blanco. No podía verla. Y entonces sacaba empezó ella a perseguirme en mi propia alma.
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La boca de Leo se movió con una mueca pálida —Es esto. Escucha atentamente. Medité
y rápida: sobre el amor y saqué la conclusión. Me di
cuenta de qué es lo que nos pasa. Los hombres
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—Hijo, ¿sabes cómo debería empezarse —Ya hace seis años que voy por ahí solo
el amor? haciéndome mi saber. Y ahora soy un maestro,
hijo. Puedo amarlo todo. No tengo ya ni que
El chico seguía sentado, pequeño, callado, pensar en ello. Veo una calle llena de gente y
tranquilo. Poco a poco meneó la cabeza. El una luz hermosa entra dentro de mí. Miro a un
viejo se le acercó más y murmuró: pájaro en el cielo o me encuentro con un viajero
en el camino. Cualquier cosa, hijo, o cualquier
—Un árbol. Una roca. Una nube. persona. ¡Todos desconocidos y todos amados!
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El hombre aflojó las manos del cuello del chico. —Acuérdate —dijo. Allí, en medio de
Se volvió, y por primera vez asomó a sus ojos la húmeda luz gris de la madrugada parecía
verdes una mirada vaga y dispersa. Levantó el encogido, andrajoso y frágil. Pero su sonrisa era
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—¿Está loco, pues? ¿Crees que está manecillas. Su autobiografía se titula Iluminación y
fulgor nocturno.
chiflado? —La voz del chico de los periódicos
bajó de pronto con una duda: —¿Eh, Leo?
¿Está chalado o no?