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"La Contra", La Vanguardia 20 de febrero de 2020

Diana Orero, especialista en identidad narrativa

41 años. Soy valenciana. Sin pareja y sin hijos. Licenciada en Historia Contemporánea y en
Publicidad con un MBA internacional por la Universidad de Deusto. Mi sentimiento político es
el desengaño, no les veo luchar por la ciudadanía. Ante la duda mi vida es más fácil pensando
que existe un Dios

VÍCTOR AMELA
IMA SANCHÍS
LLUÍS AMIGUET

Fotografia: Llibert Teixidó

“Somos las historias que nos contamos”

IMA SANCHÍS

La magia de las palabras


Es especialista en comunicación y pensamiento creativo y, haciendo gala de ello, prefiere
definirse como una domadora de palabras. Su empresa se llama Stellium. Dice que no hay
palabras inocentes y que no deberíamos ser inocentes al escogerlas. “Puedes acariciar a la gente
con palabras”, decía Scott Fitzgerald, y también dañarla. Ha escrito un libro precioso sobre el
poder de las historias, Todo cuenta (Letrame). Como Elie Wiesel, está convencida de que las
personas se convierten en los relatos que escuchan y en los relatos que cuentan; y que las
palabras crean realidad, por eso su ilusión es compilar un nuevo vocabulario para una nueva
realidad. Además de palabras colecciona “prefieros”, que cuelga en la red: “Y ahora la gente se
ha sumado. Son preciosos”.
Yo tengo enchufe en el cielo.

¿Y eso?

Cuando mi madre murió yo tenía 14 años y estaba leyendo Paula, de Isabel Allende, la novela
en la que narra la muerte de su hija.“Mi hija se está convirtiendo en ángel” escribe. Hay un antes
y un después en mi vida tras leer esa frase.

¿Esa frase la consoló?

Sí, elegí pensar que todo el mundo tenía a su madre en casa y que yo la tenía en todas partes.
Basé mi autoconfianza en la esperanza en vez de en la realidad, pero funcionó en la realidad.

Colecciona usted palabras.

Me encantan. Mis amigos cada vez que descubren una palabra curiosa me la cuentan para que la
incluya en mi repertorio. Las que más me gustan son las estrellas polares, las que dan dirección.
Me encanta la palabra todavía .

Cuénteme.

En un periodo oscuro, mi amiga Carmen fue a una revisión ginecológica. El médico le preguntó
qué había estudiado. Ella le dijo que no había acabado la carrera. “Todavía”, contestó él. Le
preguntó en qué trabajaba, “No tengo trabajo”... y él volvió a repetir: “Todavía”. Finalmente le
preguntó si tenía pareja, y una vez más ella le dijo que no, y él repitió: “Todavía”.

Le curó el alma.

Todavía se convirtió en su palabra talismán. Hay una escuela en Chicago que también es
consciente del poder de esta palabra y en lugar de suspender a los alumnos los califican con un
“todavía no”. Es bonito y esperanzador, e incluso mágico, pensar que si algo no ha acabado
bien, es que no ha acabado todavía.

Somos las historias que nos contamos.

No es lo mismo contar una historia desde la herida que desde la cicatriz, dice Catherine Burns,
experta en storytelling . El 90% de la gente cuando le preguntas cuál es su problema te habla de
otra persona.

Interesante observación.

Las historias dan o quitan poder, y si yo estoy hablando de otra persona le estoy dando a ella el
poder y restándomelo a mí.

Bien visto.

A Steve Jobs sus padres no le dijeron “te adoptamos” sino “te elegimos”. La única diferencia
entre la esperanza y el miedo es la historia que te cuentas de lo que crees que va a pasar. Si te lo
cuentas desde la curiosidad no vas con miedo. Eso es el tono: como en una melodía, marca el
ritmo de un estado de ánimo.

A veces las cosas no salen bien.

Woody Allen dice que la única diferencia entre una comedia y un drama está en dónde pones el
punto final. Leí una historia preciosa sobre un viejito desconsolado porque había enviudado.
...

Su interlocutor le preguntó cómo se sentiría su mujer si él hubiera muerto antes. “Tiene razón –
dijo el viejito secándose las lágrimas–, me alegro de que ella haya muerto antes”.

Todos deberíamos volver por la noche a casa con una historia bajo el brazo.

Hay tres grandes tipos de historias. Las que nos contamos sobre el mundo, las que nos contamos
sobre los demás y las que nos contamos sobre nosotros mismos.

Esas últimas son las que nos construyen.

No cambian la realidad, pero sí la percepción de la realidad, y al cambiar la percepción


cambiamos nosotros, y al cambiar nosotros, de alguna manera, cambia la realidad.

Nos han criado con historias.

Cierto: “Si pasas por debajo de una escalera tendrás siete años de mala suerte” es mucho más
poderoso que “si pasas por debajo de una escalera puedes hacerte daño”. Nos mueven las
historias, no nos mueven las ideas. Pero no somos conscientes de la historia que nos contamos.

Hay que evitar insultarse a uno mismo.

Mejor “soy una persona dispersa” que “soy un desastre”, tenemos ese poder pero no lo
utilizamos. Una vez conté eso de que mi madre estaba en todas partes a un grupo de ingenieros
durante un curso. “Eso es mentira”, dijeron.

Qué duros.

“¿Habéis visto porno?, ¿os habéis excitado?”, les pregunté... Sí, contestaron. “Pues es mentira”.
Una película de terror es mentira, pero nos da miedo porque le damos credibilidad. Las historias
son conjuros que hechizan.

Siempre estamos a tiempo de mejorar nuestra propia historia.

Todo el mundo tiene derecho a tener una infancia feliz aunque sea a posteriori, en lugar de
contarte que tu padre era un cabrón, cuéntate que tu padre hizo lo que pudo. Puedes cambiar el
significado que le das a lo que te pasó. El lamento no alimenta.

No es muy nutritivo y espanta.

Nos quejamos de lo que no queremos en lugar de pedir lo que queremos. Si los sentimientos
estuvieran hechos de palabras, creo que la tristeza estaría llena de peros y la felicidad de y ...
Porque no es lo mismo decir “estoy superenamorado pero vive a 300 km” a “estoy
superenamorado y vive a 300 km”.

Es mejor ponérnoslo fácil.

Creo que el mejor regalo que podemos hacernos y hacer a los demás es la confianza. Cuando
nos preocupamos por alguien a quién queremos, ese alguien lo nota, y lo que transmitimos no es
amor sino desconfianza que para el otro se traduce en inseguridad.

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