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Si en tu diálogo personal con Dios te reconoces pecador puedes decir como el publicano en
el templo: «¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lucas 18,14.)
Con un corazón arrepentido y afligido por mis faltas, deseo acudir a recibir tu perdón de
Padre Misericordioso por medio de mi madre la Iglesia, por quien has querido custodiar y
administrar tu gracia en la celebración de los sacramentos.
Tú que le dijiste a tus ministros: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Juan
20,23), envía al Espíritu Santo a mi corazón y a mi mente para que pueda preparar un
buen examen de conciencia y así disponerme bien para acudir preparado al confesionario
y recibir tu perdón.
«El hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo
tuyo”.
¿Cómo sería un hijo digno de Padre tan misericordioso y bueno? ¿Quién merece ser
llamado hijo digno del Padre? La respuesta es el Señor Jesús de quien Dios Padre dijo:
«Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.»
¿Me percibo como una persona dócil? ¿Soy más bien llevado a mis ideas, terco y
contestador? ¿Cuán disponible realmente estoy a acoger lo que Dios me quiera decir,
sabiendo que puede incluso ser algo que no me gusta? ¿Cómo es mi relación con los
demás? ¿Soy educado, amoroso y respetuoso? ¿Cuáles son mis reacciones frente al mal o a
la injusticia que me hacen? ¿Devuelvo el mal con el bien? ¿Cuánto vivo apegado a los
gustos del mundo, y a mis propios gustos, entorpeciendo mi relación de hijo que escucha y
obedece con amor a su padre?
¿Cuánto me duele el estar lejos de Dios? ¿Cuánto enfrento y asumo mis propios dolores?
¿Se los ofrezco a Dios? ¿Busco ayuda y consuelo en mis hermanos? ¿Sufro por el mal
ajeno? ¿Ofrezco perdón y consuelo? ¿Descubro que aún en el dolor Dios me acompaña?
¿Descubro que muchas veces mi dolor es causa de mi pecado personal? ¿Acudo a la
misericordia de Dios? ¿Aprovecho mi sufrimiento para acercarme más a Dios, a Cristo
crucificado?
¿Vivo en plena comunión con Dios? ¿Soy en el mundo presencia visible de la vida de
Cristo? ¿Busco y promuevo la reconciliación en las relaciones personales? ¿Soy una
persona activa en la vivencia de la paz? ¿Estoy en el mundo, anunciado al Señor, sin ser
del mundo? ¿Me reconozco hijo de Dios? ¿Cómo anuncio al Señor desde mi realidad?
¿Estoy dispuesto a asumir esta radicalidad? ¿Soy consciente de lo que me puede llegar a
tocar por seguir a Jesús? ¿Confío en él? ¿Estoy dispuesto a ser maltratado por Jesús, a
morir por él? ¿Sufro por los pecados de la Iglesia, y por los ataques hacia ella? ¿Estoy
dispuesto a sufrir por otros? ¿Tengo vergüenza o temor de manifestar públicamente o
privadamente mi fe?