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ORACION PREPARATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

¡oh Espíritu divino, amor eterno, amor consustancial del Padre y del
Hijo: ¡yo te adoro, te alabo y te amo! ¡Cómo desearía oh Dios
amabilísimo, haberte amado siempre! ¡Cuán profundo es mi dolor al
recordar cuánto te he contristado con mi indiferencia e ingratitud, y las
innumerables veces que te he arrojado de mi corazón por mis graves
culpas! Perdonadme ¡oh Dios amantísimo! tantas infidelidades y
miserias, tantos extravíos y pecados, e infundid en mi pecho una
contrición profunda y una gracia tan eficaz de conversión, que quede mi
alma totalmente purificada, no vuelva a ofenderte jamás, y llegue a ser
morada digna tuya, para siempre.
¡Oh divino amigo de las almas, y nuestro único y verdadero Consolador en todas las pruebas y
aflicciones de la vida!: confiado en vuestro generoso y omnipotente auxilio, resuelvo firmemente
variar de conducta, obedecer vuestros preceptos, seguir vuestros llamamientos y ser dócil a todas
vuestras inspiraciones, aunque esto parezca repugnante y duro a mi flaca y corrompida
naturaleza. Para ello te pido que ilumines mi entendimiento, fortalezcáis mi voluntad y llenes a
mi alma de todos vuestros done frutos.
¡Oh Espíritu Santísimo, mi consuelo, mi vida y mi amor: quiero servirte, alabarte y honrarte en
tiempo y eternidad; sed Señor, mi padre, mi conductor y mi maestro; concédeme las gracias que
te pido (en esta Novena) y la de gozar de tu vista y posesión en el Cielo, juntamente con la del
Padre y del Hijo, ¡por los siglos de los siglos! Amén.

PRIMER DÍA
“Cómo debemos prepararnos para recibir al Espíritu Santo”.

El regalo más precioso que Jesucristo ha hecho a su Iglesia, ha


sido enviarle a su mismo divino Espíritu. En efecto, después de
haber derramado hasta la última gota de su sangre adorable, y
haber muerto por nosotros en una cruz, no contento con tantas
pruebas de infinita caridad al subir al cielo nos envió a su
mismo divino Espíritu, y con Él la plenitud de todos los dones y
gracias.
«El Espíritu Santo es quien nos comunica a cada uno en
particular los frutos de la Encarnación y Redención. El Padre nos ha dado a su Hijo; el Verbo se
nos ha dado a sí propio y nos ha rescatado sobre la cruz: he aquí los efectos generales de su
amor.
Pero ¿quién nos hace participar de estos efectos divinos? El Espíritu Santo, Él forma en nosotros
a Jesucristo, Él lo completa. El tiempo presente, desde la Ascensión de Nuestro Señor, es pues el
tiempo propio de la misión del Espíritu Santo. El Salvador nos indicó esta verdad, cuando dijo:
“Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros”. Jesús
nos ha adquirido las gracias; ha juntado el tesoro, y depositado en su Iglesia el germen de la
santidad: la misión del Espíritu Santo es cultivar ese germen, y conducirlo a su término. El
Espíritu Santo acaba y perfecciona la obra del Salvador” Y esto lo hace, no sólo comunicándonos
sus gracias, sino dándose El mismo a nosotros.
EJEMPLO DE VIDA.
Acercándose una ocasión la fiesta de Pentecostés, santa Gertrudis pidió al Señor, antes de
comulgar, que le adorna. se de cuatro virtudes para prepararse a recibir al Espíritu Santo. La
primera virtud que pidió fue la pureza del corazón. que le fue concedida en el acto, pues tuvo una
visión en que le parecía que el corazón se le tornaba blanco como la nieve. La segunda fue la
humildad que también le fue concedida, pues le pareció que el Señor formaba en su alma una
profunda cavidad, destinada a recibir los celestiales dones. La tercera fue la paz interior; y al
instante que pidió esta virtud le pareció que el Señor le circundaba el corazón con una muralla de
oro, para defenderla de todo ataque de enemigos.
La Santa dijo entonces al Señor: "Ay! ¡Señor mío!; temo que muy pronto rompa yo ese muro de
tranquilidad, porque no puedo contenerme cuando veo que se hace algo contra ti, ni menos dejar
de oponerme con vehemencia a aquellas cosas". A lo que le respondió el Señor: 'Esta clase de
emociones no quitan paz del alma, al contrario, embellecen más esa muralla de oro, como con
otras tantas almas, de que se sirve el Espíritu Santo para refrescar más seguramente al alma,
derramando por ahí en ella sus inextinguibles ardores". Lo cuarto que pidió fue la virtud de la
concordia, o caridad con el prójimo, que también se le concedió inmediatamente, pues el señor se
sirvió de esta virtud, bajo el símbolo de un velo, para cubrir y conservar, en el alma de la Santa,
todos los dones y gracias del divino Espíritu. Y como Gertrudis manifestase también temor de
herir esta virtud, reprendiendo con energía ciertas faltas contrarias a la Religión,
el Señor le respondió: "No se pierde la virtud de la concordia por oponerse a la injusticia; y si
alguna vez el corazón estalla, transportado por el celo de mi causa. yo me coloco en la brecha
abierta en él y conservo con más seguridad que antes, en ese corazón, la morada y las
operaciones de mi divino Espíritu". Santa Gertrudis conoció, además, que todos los que pidiesen
al Señor estas mismas virtudes, para prepararse a recibir al Espíritu Santo, y se empeñasen por
progresar en ellas, obtendrían gracias semejantes a las que el Señor la concedió en esta ocasión.

ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu Santísimo! dádiva la más preciosa que hemos recibido de la caridad infinita del
Padre y el Verbo a los hombres: venid a nuestras almas, llenad nuestros corazones de sabiduría,
amor y fortaleza. Tu que has fundado la Iglesia, renovado la faz de la tierra, y cambiado a los
Apóstoles hasta constituirles en columnas de la Iglesia, doctores del universo y modelos de toda
virtud y perfección, cámbianos también a nosotros de débiles en fuertes, y de pecadores en
santos y para ello concedednos tus gracias más escogida y eficaces para prepararnos como es
debido, te hospedamos con amor en nuestras almas, y participamos de abundancia de tus dones,
la grande y hermosa solemnidad en que se encuentra vuestra venida sobre los Apóstoles. Amén.
RESOLUCION
A imitación de Santa Gertrudis, prepararemonos para la próxima fiesta de Pentecostés, pidiendo
fervorosamente al Señor se digne enviarnos a su divino Espíritu, y adornar nuestros corazones
con una pureza sin mancha, una humildad profunda, una caridad ardiente y una grande paz
interior; esforzándonos por nuestra parte en ejercitarnos constantemente en estas virtudes para
que con ellas muestra alma pueda ofrecer al Espíritu Santo una morada menos indigna de su
soberana e infinita majestad. y alcanzar de su munificencia divina una abundante efusión de sus
gracias y dones. En seguida se dirá: recemos sietes padres nuestros, Avemarías y glorias en
honor del Espíritu Santo, pidiendo sus siete dones, la propagación de la fe católica entre los
pueblos y por las intenciones del Santo Padre.

PRECES AL ESPIRITU SANTO


Ven, divino Espíritu
Ven, divino Amor,
Ven, haz en mi pecho
Eterna mansión,

Santísimo Espíritu,
De Dios viva llama,
Fulgente derrama
En mí tu esplendor;
Dueño de las gracias,
Autor de los dones,
De los corazones Monarca y Señor.

De mi ánima ingrata
Huésped olvidado,
Vives a mi lado
Sin saberlo yo.
En mi pecho anidas

Ven, Padre de pobres,


No tardes, te imploro:
Ábreme el tesoro
Del divino amor;
Tu gracia preciosa
Engalane mi alma,
Y me dé la palma
De la eterna Sion.

¡Oh mi amante dueño!


¡Oh mi fiel amigo!
Quédate conmigo,
Sé siempre mi amor. La miseria, el lodo,
En ti está mi dicha, Mas tenemos todo
En ti mi reposo: Si nos das tu amor.
Sé mi tierno esposo,
Mi Dios, mi Señor.
Apenas tu amparo
Y tu lumbre pido,
Sé el alma de mi alma, Susurra a mi oído
Haz de ella tu templo, Plácida tu voz;
Haz de ella un ejemplo Me enseñas, exhortas,
De extática unión; Reprendes, consuelas
Viva para amarte, Y excelsos revelas Secretos de amor.
Viva de tal suerte
Que me sea muerte Muéstranos la senda
Vivir sin tu amor. Ignota, escondida
Que lleva a la vida,
Cuanto hay en el hombre Y conduce a Dios,
Tú le diste pío, Por ti lograremos
De ti es Amor mío, La final victoria,
Todo excelso don Y en la eterna gloria
Sin ti somos nada, Gozar de tu amor.

ANTIFONA
Ven ¡Oh Espíritu Santo! llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu
amor.
V/. Envíanos tu Espíritu criador.
R/. Y se renovará la faz de la tierra.
ORACION
¡Oh Dios! que has instruido los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo,
concédenos la verdadera sabiduría, por el mismo Espíritu divino, y gozar siempre de sus
consuelos. Por Cristo nuestro Señor. —Amén.
ORACION A LA SANTISIMA VIRGEN
Para que nos alcance una abundante efusión de los dones y gracias del
Espíritu Santo
¡Oh María, Esposa Inmaculada del Espíritu Santo y reina augusta del Cenáculo! que con vuestras
poderosas oraciones contribuisteis tan eficazmente a la venida de este Espíritu divino sobre los
Apóstoles, nosotros, aunque miserables y pecadores, nos atrevemos a suplicar impetréis la
misma gracia en favor nuestro; sí, Virgen Sacratísima, pedid al eterno Padre, pedimos a
Jesucristo vuestro Hijo, que nos envíen su divino Espíritu. Y para prepararnos convenientemente
a recibir una gracia tan grande, adorne usted misma nuestros corazones con aquellas virtudes que
conoce nos hacen más falta para ser un nuevo Cenáculo del Paráclito divino: alcáncenos
especialmente el amor al retiro y la soledad, el don de la oración, gran pureza de alma y una
caridad ardentísima que nos desprenda de las criaturas y de nosotros mismos, y enteramente nos
mude y transforme. Rogad con instancia a divino Esposo que descienda a nuestras almas, las
llene de celestial sabiduría, amor y fortaleza, junto con los demás divinos dones, y nos haga
digna morada suya en tiempo y eternidad. Amén.

SEGUNDO DÍA
“El Espíritu Santo es Amor eterno del Padre y del Hijo”

La fe católica nos enseña que Dios nuestro Señor es uno


en esencia y trino en personas. El Padre conociéndose a sí
mismo, desde toda la eternidad, engendra al Verbo, que es
su imagen perfectísima, el esplendor de su gloria y la
figura de su substancia. El Padre y el Hijo viéndose y
contemplándose se aman con amor eterno e infinito, y de
este amor procede la tercera persona de la Trinidad
beatísima, el Espíritu Santo; esto es, el arranque, el
movimiento santo, la aspiración purísima y sin mancha del
amor divino. "El Espíritu Santo, dice San Agustín, es el inefable abrazo del Padre y del Hijo,
realizado en la fruición, la caridad y el gozo infinitos.
El Espíritu Santo es, pues, aquel amor, aquella delectación, aquella felicidad infinita de la
Trinidad beatísima". Esta suavidad dulcísima de que gozan el Padre y el Hijo no es creada sino
eterna: suavidad que se derrama hasta sobre las mismas criaturas, llenándolas de gozo, según la
capacidad de cada una.

EJEMPLO DE VIDA
Yendo una vez Santa Ángela de Foligno, en peregrinación a Asís, al pasar delante de una
caverna, refiere la misma Santa: "Oí distintamente una voz que me decía: Soy yo el Espíritu
Santo que vengo a ti para hacerte gustar consuelos que no has experimentado todavía. Voy a
entrar en tu corazón y acompañarte hasta la tumba del bienaventurado Francisco". En seguida,
para provocarme a amarle, me habló de esta suerte: "Hija mía, dulce y agradable a mis ojos; hija
mía, mi templo, mis delicias; dame tu corazón. ¡Te amo yo tiernamente i0h! sí, mucho más de lo
que tú me amas! Hija mía, esposa mía; de entre todas las almas que existen en el valle de
Espoleto, la tuya es la que yo quiero más. Y pues he venido a fijar mi mora da en ti, fija tú
también la tuya en mí, y descansa en mí". Luego me manifestó cuánto le hería la ingratitud de los
hombres, y cuánto había hecho Dios por ellos, especialmente en el misterio de la Encamación;
después de lo cual, me explicó la Pasión, y dijo: "Ve, hija mía, si hay en mí otra cosa que amor".
Se quejó de encontrar pocas almas dispuestas a recibir su gracia, y añadió: "Ámame, pues, al
menos tú, mi querida hija; ámame, pues, mi muy amada; el amor que tengo a un alma que me
ama francamente y sin retomo, es inmenso". Comprendí, concluye la Santa, que el amor que el
Espíritu Santo pide a los hombres es el mismo que Él les tiene, y que, si éste fuera el único deseo
de un alma, ciertamente el Señor lo dejaría satisfecho, comunicándole el amor divino en la
medida de su capacidad".

ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu divino, oh Amor eterno del Padre y el Hijo, qué tarde te hemos conocido, y qué mal
hemos pagado las tiernas y amabilísimas invenciones de tu caridad para con nosotros! Pues, si
eres el mismo amor ¿cómo no te amamos? ¡Oh! no sea así en adelante, Espíritu Santísimo:
infunde en nuestros corazones el fuego de tu caridad, para que renunciando a las criaturas
hagamos de ti el único objeto de nuestro amor, en ti nos gocemos, y en ti encontremos nuestra
plena y cumplida felicidad. Por amor a ti renunciamos desde ahora al pecado, mundo, demonio y
carne, y formamos la firme resolución de seguir fielmente en todo tus santas y divinas
inspiraciones, para que logremos la dicha de poseerte eternamente en el cielo. Amén.
PRACTICAS
Para obtener una abundante efusión de los dones y demás gracias del Espíritu Santo, y
especialmente un grande acrecentamiento de divina caridad en nuestras almas, nos ejercitaremos
estos días en frecuentes y fervorosas aspiraciones de amor al divino Espíritu, diciéndole: ¡Ven,
oh Espíritu Santo!, ¡llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor!

TERCER DÍA
“Porqué llamamos Espíritu Santo a la Tercera persona de la Trinidad Santísima”

Dios es espíritu purísimo y la santidad misma, sin embargo, se da


por la Escritura Sagrada y la Iglesia el nombre especial de Espíritu
Santo a la tercera persona de la beatísima Trinidad, para
significarnos la manera cómo procede esta persona adorable, y la
acción especial que se le atribuye en nuestras almas. En efecto,
según nos enseña la fe católica, el Verbo es engendrado del Padre,
pero el Espíritu Santo no es engendrado, sino procede del Padre y el
Hijo, como procede el amor, por aspiración recíproca del amante al amado. Si, pues, el Espíritu
Santo es amor, es la aspiración infinita, la tendencia, el movimiento eterno que impele el Hijo
hacia el Padre, y el Padre hacia el Hijo, y que los une en ese abrazo inefable y suavísimo que es
el Espíritu Santo. 'He aquí porqué, dice Santo Tomás, en las personas divinas la que procede por
modo de amor, procede como espíritu; con cuyo nombre se designa la moción, el impulso vital,
en cuanto que alguien se dice que por amor es movido e impedido a hacer alguna cosa'.
Santo se llama todo aquello nos lleva a Dios y nos aparta de las criaturas ¿con cuánta mayor
razón no se deberá pues, llamar santo aquel impulso infinito que lleva el Hijo al Padre, y el
Padre al Hijo? "El Espíritu Santo, dice San Agustín es una cierta comunión inefable del Padre y
del Hijo.
EJEMPLO DE VIDA
Santa Ángela de Foligno aprendió una vez, teórica y prácticamente, cómo el divino Espíritu es el
único y verdadero santificador de las almas. Habiendo orado, en cierta ocasión, con mucho
fervor a San Francisco de Asís, pidiendo le alcanzase el remedio de varias necesidades que
entonces tenía, oyó al Espíritu Santo que le dijo: Has orado a mi siervo Francisco, esperando
obtener por su mediación las gracias que deseas. En efecto yo he hecho mucho por él, porque él
me ha amado mucho; pero si hoy hubiese en el mundo alguien que me amase más que él, yo a mi
vez haría mucho mayor bien por medio de él'. Añadió, refiere la Santa, en este siglo hay pocas
almas buenas, porque la fe está casi extinguida, y se quejó de la ingratitud de los hombres,
diciendo: “Las almas que me tienen amor me son tan queridas, y si yo encontrase alguna que me
amase más tiernamente que esos santos de quienes se cuentan tantas maravillas, yo les
concedería favores aún más señalados que a aquellos. Ni hay tampoco corazón alguno por
desprovisto que esté de caridad, que pueda justificarse de esto con excusas valederas No: todo
hombre puede amar a Dios y Dios no busca sino almas que le amen, y es El mismo su amor”.
Este divino Espíritu, me dijo también: “Mi muy amada, mi esposa, ámame; con tal que me ames,
todas tus acciones, aún las más comunes, como beber, comer, dormir, me agradarán mucho: tu
vida entera me será muy agradable”. Me dijo aún otras muchas cosas semejantes, añade la Santa,
pero yo recordando mis faltas me creía indigna de estos favores, y temí que fuese el espíritu del
mal, quien me hablaba así para enorgullecerme. A lo que el Espíritu divino contestó: “A ver,
enorgullécete, si puedes; o al menos esfuérzate por distraerte de mis palabras, u ocúpate de otros
pensamientos". Hice en efecto todos mis esfuerzos para concebir vanagloria, y ensayé distraerme
de su conversación mirando las viñas del campo; pero todo fue en vano. “Y bien, me decía el
divino Espíritu; ¿ves esos pámpanos, esos racimos?... Soy yo que he hecho todo esto”; y al
escucharlo sentía una dulzura inefable. Sin embargo, mis pecados no dejaban de presentarse en
mi memoria; no veía en mí más que defectos y experimentaba un sentimiento de humildad tan
profundo que no he tenido jamás otro semejante.
ASPIRACIONES
Henos aquí humildemente en vuestra divina presencia, ¡oh espíritu amabilísimo! Vos conocéis
muy bien nuestra miseria y sondeáis el abismo de nuestra nada. Somos obra de vuestro amor,
¡pero ay! el pecado nos ha envilecido hasta el extremo; nada podemos ni valemos; sentimos el
peso de la corrupción y nos vemos impotentes, para todo lo bueno. Venid a nosotros. oh Espíritu
divino!: límpianos de nuestros pecados y miserias, purificadnos con vuestra gracia e inflamadnos
en los ardores de vuestra santa caridad. Pues. somos pecadores, no tengáis compasión de
nosotros, castigadnos de nuestra ingratitud y protervia arrojándonos los fuegos eternos de vuestro
amor; haciendo que ardamos para siempre, en tiempo y eternidad, en ese abismo insondable de
tu infinita caridad, oh Espíritu de mi Dios. Amén.
PRACTICAS
Por grandes que sean nuestros pecados y miserias. no desconfiemos jamás de la bondad divina,
recordemos que el eterno Padre y Jesucristo, su único Hijo, nos han dado a su mismo divino
Espíritu, para que sea la remisión de nuestros pecados, el consolador de nuestras almas y nuestro
santificador.
Pidamos constantemente a este Espíritu amantísimo y omnipotente que ejerza su caridad con
nosotros, nos lave de nuestras miserias, nos purifique hasta de las menores imperfecciones y nos
haga grandes santos. Digámosle siempre: lava lo manchado, riega lo que es seco, haz lo enfermo
sano.
CUARTO DÍA
“El Espíritu Santo es don del Padre y del Hijo”

El don de los dones que Dios en su bondad infinita ha


hecho al hombre se primeramente su Hijo unigénito, y
luego su mismo Divino Espíritu. Hasta este extremo ha
amado Dios al mundo: El Espíritu Santo es un regalo que
nos ha hecho Dios (Rom. V, 5). El Hijo divino es dádiva
que nos ha hecho el Padre y el Espíritu Santo es dádiva
del Padre y del Hijo.
La Iglesia llama a este divino Espíritu: Don de Dios
altísimo y con mucha razón, porque, según enseña Santo Tomás: «la palabra Don tomada
personalmente es nombre propio del Espíritu Santo; pues don, en su acepción más propia, es lo
que se da sin intención de retribución i y significa donación gratuita. Ahora bien, el motivo de
toda donación gratuita es el amor, pues si damos algo gratis a una persona es porque queremos el
bien para ella.
Luego lo primero que le damos es el amor, por el cual le queremos ese bien. Luego es claro que
el amor tiene razón de don primero, por el cual se dan todos los dones gratuitos. De donde se
deduce que, procediendo el Espíritu Santo como amor, procede en razón de don primero. Luego
el Espíritu Santo que es el amor sustancial e infinito, es el primero de los dones que debemos a la
munificencia divina. Don amabilísimo, don que nos ha estado preparado desde toda la eternidad,
y que está siempre en acto de darse a todo el que quiera recibirle.
EJEMPLO DE VIDA
Santa Matilde, la ilustre compañera y émula de Santa Gertrudis, en el célebre monasterio de
Helfta, tuvo una vez la siguiente hermosísima visión. Celebrase la gran fiesta de Pentecostés, y
llegada la hora del oficio de Tercia todas las religiosas del Convento se congregaron en el coro, y
entonaron solemnemente el himno Ven, oh Espíritu Criador. Apenas resonaron estas dulcísimas
palabras, la Santa miró aparecerse el Espíritu divino, bajo la forma de un águila que revoloteaba
sobre el coro: y advirtió que del corazón de aquella águila celestial partían tantos rayos de luz,
cuantas eran las personas que se hallaban allí presentes, y para cada rayo de luz había mil ángeles
que se ocupaban de hacer llegar esos divinos esplendores a las almas. Cuando llegó el rato de la
Comunión el Espíritu Santo, no ya bajo la forma de águila, sino de paloma más blanca que la
nieve, apareció flotando sobre las religiosas, y acercándose a ellas las tocaba a cada una con el
pico, en el corazón, y prendía allí, donde tocaba, una llama de fuego, que en unas se extinguía al
punto, mientras que en otras crecía hasta convertirse en un vasto incendio.
ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu divino, pues sois dádiva del Padre, y don el más precioso que nos ha enviado
Jesucristo Señor nuestro, desde el cielo: ¡no tardéis, venid a nuestros pechos! Renunciamos al
mundo y sus vanidades, al demonio y sus pompas; no queremos goces de la tierra, ni cosa
alguna de aquí abajo; por Vos suspiramos, oh Espíritu de amor; venid, venid a nosotros.
Ablandad la roca de nuestros pechos, derretid el hielo de nuestros corazones, y encended en ellos
el fuego abrasador de la caridad divina, de modo que nunca se extinga y crezca siempre más.
Todo cuanto somos y tenemos de Ti lo hemos recibido, y a Ti lo devolvemos, venid tú mismo a
nuestras almas; este es el don que ansiamos; dadnos tu amor para siempre, y no os pedimos más.
PRACTICAS
Aunque el Espíritu Santo es un don que está ofreciéndose a todos, es necesario que lo pidamos al
eterno Padre, para que: tengamos la dicha de recibirlo. Así nos lo ha enseñado nuestro Señor
Jesucristo; “Si vosotros, dice: siendo malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos:
¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?”.
Acostumbrémonos pues, a hacer todos los días alguna oración especial al Padre eterno, pidiendo
que nos dé a su divino Espíritu; clamemos como la Iglesia lo hace, diciendo: Envíanos, ¡Señor, a
tu Espíritu!

QUINTO DÍA
“El Espíritu Santo es el Maestro de las almas”

Durante tres años consecutivos predicó


el Salvador a la Judea, sin que las turbas
que le escuchaban, ni aún los discípulos,
se penetrasen de la sublime doctrina del
Evangelio. Muchas veces el Señor
increpó hasta a los mismos Apóstoles esta lamentable ceguedad diciéndoles: “¡Cómo! ¿también
vosotros estáis aún tan faltos de conocimiento?" Y era que, en los planes de la misericordia
divina, la semilla de verdad sembrada en el mundo por el Salvador, no había de germinar ni dar
su fruto sino al calor fecundante del Espíritu divino, quien, como maestro de los corazones, había
de hacer penetrar en ellos la luz del Evangelio, derramada en la tierra por el Verbo Encarnado. El
mismo Salvador lo anunció así: "Estas cosas os he dicho estando con vosotros. Mas el
Consolador, el Espíritu Santo, que mi Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará cuantas cosas os tengo dichas". El Espíritu Santo es no solamente amor, sino también
verdad; es el Espíritu verdad que nos enseña todas las verdades.
“El Espíritu Santo es Espíritu de verdad, dice Alápide, porque es el autor y único doctor de la
verdad pura e íntegra, que nos enseña todas las verdades necesarias para la salvación, y nos libra
de todos los errores”. Este Espíritu divino nos enseña por la Escritura sagrada, que es palabra
suya: nos enseña por medio de la Iglesia, a quien asiste perpetuamente y ha concedido la
prerrogativa admirable del magisterio infalible; finalmente nos enseña por medio de sus santas
inspiraciones y locuciones interiores, con que adoctrina a cada alma en particular, allá en el
retrete del corazón, les hablaré al corazón (Os. II. 14).
EJEMPLO DE VIDA
Una noche, el diablo molestó de muchas maneras a Santa Francisca Romana, para apartarle de la
oración; pero la Santa auxiliada de la gracia divina, no cedió a la tentación y perseveró firme en
su propósito. En premio de esta gloriosa victoria, se le concedió a Francisca el don de una
contemplación altísima, y fue de esta manera. Apenas derrotado el diablo, apareciese a la Santa
el Espíritu divino bajo la forma de una blanquísima paloma que después de revolotear un rato
bajó a reposar sobre ella. Momentos después, una luz bellísima inundó el cielo de resplandores;
entonces aquella divina paloma emprendió el vuelo a lo alto, y subió y subió como hundiéndose
en el seno de aquella luz inefable.
Al ver esto la Santa quedó inmediatamente arrebatada en éxtasis. y cual, si estuviera ya separada
del cuerpo, le pareció que volaba por los cielos, siguiendo al Espíritu Santo. Una vez
transportada en Dios, el alma de nuestra Santa, se halló de repente en presencia de la Santísima
Virgen, quien se le mostró coronada de estrellas y en el centro de una luz deslumbradora. Mas
cuando el ojo de Francisca pudo acostumbrarse a este espectáculo, otra luz mil veces más
brillante descendió de lo alto y envolvió a María; esta luz no se le mostró sino por reflexión en
un hermoso y limpísimo espejo. donde leyó estas palabras de San Pablo: un Dios, una fe, un
bautismo; enseñándole con esto el divino Espíritu, como verdadero maestro de las almas, que ni
aún en las más sublimes cumbres de la contemplación se ha de menospreciar la santa oscuridad
de la fe, prescindir de los sacramentos, fuertes ordinarias de la gracia, ni aspirar a otra cosa que a
la unión del alma con Dios.
Esta lección del Espíritu Santo fue el principio de aquellos admirables éxtasis que elevaron a
Francisca a la cima de la más elevada perfección.
ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu Divino, doctor sapientísimo de las almas y maestro amabilísimo de los corazones!
no te alejes de mí, ni me niegues vuestras santas y dulces enseñanzas, aunque soy indigno de
ellas por la indocilidad con que hasta ahora he correspondido. ¡Ay Señor! cuán grande es mi
dolor por ello! Perdonadme, te ruego, tanta maldad e ingratitud. Apiádate de mi miseria, ablanda
la dureza de mi corazón, y hazme dócil a las inspiraciones de la gracia. Por lo mismo que soy
ciego y estoy sentado a las sombras de la muerte, disipa las tinieblas que me cercan, ilumina mi
entendimiento y fortalece mi voluntad. ¿Qué maestro habrá jamás que se iguale a Ti que eres la
misma sabiduría y el mismo amor y guías a las almas con dulzura infinita? ¡Haced oh maestro
amabilísimo! que guiado por Ti ascienda mi alma a las cumbres más altas de la perfección y
desde ellas a la gloria inmortal de los cielos. Amén.
PRACTICAS
Honremos de modo especial al Espíritu Santo como a Maestro divino de las almas, imploremos
las luces y pidamos su asistencia muy frecuentemente, sobre todo, en las circunstancias difíciles,
repitiendo con la Iglesia esta breve invocación: ¡La gracia del Espíritu Santo nos alumbre!
Además, estemos siempre muy atentos a su voz y habla interiores, y seamos fieles en seguir sus
inspiraciones divinas, por sacrificios que nos cuesten. De esta manera aprovecharemos mucho en
la escuela del Espíritu Santo.

SEXTO DÍA
“El Espíritu Santo el Consolador de las almas”

Cuando el Salvador anunció a los Apóstoles que había


llegado la hora en que debía volver al Padre, y les vio
por ello conturbados y tristes, les animó diciendo: "No
os dejaré huérfanos: Yo rogaré al Padre, y os dará otro
Consolador, para que esté Con vosotros eternamente.
¡Oh qué promesa tan dulce y amable! y cómo se realizó
maravillosamente cuando el Espíritu Santo descendió
sobre los Apóstoles, en Pentecostés.
Para consolar a una persona afligida es necesario
derramar luz en su inteligencia a fin de que se disipen
sus aprehensiones y temores, fortalecer su Espíritu para
reaccionarla contra la desgracia. infundir en su ánimo la
esperanza de un porvenir mejor, y hacerle compañía en su aflicción. Pues éstos y otros más
excelentes oficios de divina caridad hace el Espíritu Santo con las almas. 'El Paráclito, dice San
Bernardo, es el que da la prenda de Salvación, la luz de la ciencia y la fortaleza vivificante, para
que lo que es imposible por naturaleza se haga posible y hasta fácil por la gracia'. Este Espíritu
divino nos sostiene en las pruebas, nos alienta en las dudas, nos fortalece en los desmayos, nos
alumbra en las tinieblas, y nos regocija en las tribulaciones. Su consolación dulcísima penetra
hasta la médula de los huesos, hasta lo más recóndito del alma, y todo lo hace fácil, suave y
llevadero en el divino servicio.

EJEMPLO DE VIDA
Santa Ángela de Foligno, tan devota del Espíritu Santo, experimentó bien cómo este divino
Espíritu es verdaderamente el Consolador de las almas hállese en cierta ocasión abrumada de
tales penas interiores y tan recias enfermedades del cuerpo, que poco faltó para que exhalara su
espíritu a la vehemencia del dolor. En tal situación todos los remedios y consuelos humanos le
eran no sólo fastidiosos sino intolerables, la muerte era el único alivio que deseaba: pero
entonces vino el Consolador en su auxilio, y con él la calma y la salud.
Oigamos a la misma Santa. 'La muerte! ¡clamaba yo, la muerte! Pero, ¡oh dolor! la muerte no
venía y continuaba yo viva, y me parecía que todo el cuerpo se me descoyuntaba. Sentí en mi
alma el amor y la cruz, y ésta redundó en mi parte física, de modo que sentí corporalmente la
cruz, y mi alma quedó liquidada. Cuando estuve en mi casa experimenté una dulzura tranquila,
apacible, demasiado inmensa para que la pueda yo explicar. Pero con esto me volvió nuevamente
el deseo de la muerte, porque tales dulzuras, paz y delectación, superiores a todo encarecimiento,
me hacían cruel la vida de este mundo. ¡Ah! ¡la muerte! ¡la muerte! exclamaba, porque la vida
me causaba tal pena que era ésta superior al dolor que he experimentado en la muerte de mi
madre y de mis hijos, y a cualquier otro dolor que pueda ser concebido De suerte que caí
desfallecida entierra, y que dé postrada por ocho días, clamando siempre: ¡Ah! Señor, Señor:
¡sacadme, sacadme de este mundo! Al cabo de ocho días percibí de repente perfumes deliciosos,
como no los hay en la tierra, y tan maravillosos que causaron en mi alma efectos inexplicables.
Entre otros, sentí una alegría tal que jamás lo podré decir. Escuché palabras interiores tan
inefables, que aunque después las he oído también, pero nunca tan apacibles, tan dulces ni tan
profundas como entonces.
Mientras yo estaba en esto, mi compañera, admirable por su sencillez, pureza y virginidad, oyó
distintamente una voz prodigiosa que le decía: 'Acércate a Ángela. ¡El Espíritu Santo está aquí,
en esta cámara!’, ¡Tan benigno y amable, tan dulce y compasivo es el Consolador divino de las
almas!

ASPIRACIONES
¡Oh divino Espíritu, cuán tiernas son las invenciones de tu amor! siendo Dios de majestad te
abajas hasta nuestra miseria y no te desdeñas de nuestra nada. Con dulzura y suavidad infinitas
nos curas las llagas del alma y sanas las heridas del corazón. En medio de las tempestades de la
vida, en las amarguras de la aflicción, tú eres nuestro único y verdadero consolador, ¡oh Dios
amantísimo! ¿Ni dónde hallaremos amante alguno que pueda compararse a ti que eres fidelísimo
amigo de las almas, el mismo Amor, ¿el Amor infinito? Los consuelos del mundo, vanos y
mentirosos como son, no pueden mitigar nuestros dolores; sólo Tú que nos sacaste de la nada, y
sabes todos los secretos de nuestro miserable corazón, y que eres la gracia y la dulzura mismas,
nos sanas sin herimos, nos consuelas, tranquilizas y alegras de modo inefable y divino. Resuene,
pues, siempre en nuestros oídos tu suavísima voz que nos exhorte, reanime y consuele en los
senderos de la virtud y nos conduzca a la gloria eterna de los cielos. Amén.
PRACTICAS
En medio de las tentaciones, tribulaciones y pruebas de toda clase, así de alma como de cuerpo,
acostumbrémonos a recurrir al Espíritu Santo, implorando su divina consolación. Honrémosle
especialmente como al Consolador de nuestras almas, y en vez de buscar los consuelos de la
tierra, acudamos a este divino Espíritu, seguros de que experimentaremos su soberano auxilio en
todas las necesidades de la vida, si le invocamos con humildad y confianza.

SEPTIMO DÍA
“El Espíritu Sato es huésped de nuestras almas”

Todo cristiano verdadero y práctico, que observa la ley santa del


Señor, es templo de la Santísima Trinidad. Nuestro Señor Jesucristo
nos dijo: 'Si alguno me ama, observará mi doctrina, y mi Padre le
amará y vendremos a él, y haremos mansión dentro de él'. Dice, sin
embargo, que el justo es templo especial del Espíritu Santo, porque
apropiándose a este soberano Espíritu todas aquellas obras divinas
en que resplandece con más brillo el amor de Dios a los hombres,
como la santificación de las almas, significase con esto el contacto
íntimo y la dependencia incesante en que estamos respecto del
divino Espíritu, cuando nos hallamos en gracia.
Ignoráis, dice San Pablo, ¿que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?'. ¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, que mora
en vosotros? He aquí porqué la Iglesia invoca al Espíritu Santo con el amable título de huésped
dulcísimo de nuestras almas. No huésped de paso, sino perpetuo, como que, si no le arrojamos de
nuestros corazones por el pecado mortal, habitará eternamente en nosotros en los esplendores de
la gloria.
EJEMPLO DE VIDA
San Felipe Neri, antes de ordenarse de sacerdote, siendo joven todavía, acostumbraba en Roma,
donde vivía, visitar las Catacumbas, y pasar en ellas diez y más horas al día, en oración, lectura
espiritual y varios ejercicios de penitencia; todo esto, durante diez años seguidos. En 1544,
hallándose ya muy próxima la gran fiesta de Pentecostés, oraba el Santo con encendido fervor,
en las Catacumbas de San Sebastián, pidiendo al Espíritu Santo que viniese a su pecho y lo
inflamase en sus sagrados incendios. Mientras con más vehemencia oraba. se le apareció un
globo brillantísimo de fuego, que, acercándosele, y como envolviéndole, se le entró por la boca y
fue a depositarse en el corazón.
El Santo cayo entonces derribado por el suelo, en un éxtasis de ardentísima e intolerable caridad.
Al salir de aquel sublime arrobamiento advirtió que se le había tornado un gran tumor en el
pecho, al lado del corazón, y era que éste se le había ensanchado en demasía, y por un estupendo
prodigio se habían abierto y arqueado las costillas del lado izquierdo, para dar cabida suficiente a
aquel corazón convertido en templo viviente del Espíritu Santo.
Desde entonces el Siervo de Dios se abrazaba constantemente en el divino amor de tal manera
que se veía obligado, hasta en los rigores del invierno, a descubrirse el pecho y abrir las puertas
y ventanas de su habitación, para encontrar algún refrigerio, Además, el corazón le palpitaba con
tal vehemencia, especialmente cuando oraba o se ejercitaba en cualquier otro acto de piedad,
que, como dice un testigo presencial, eran tan fuertes esas palpitaciones que semejaban golpes
de martillo, con lo cual el Santo se encendía en tales ardores de caridad que parecía devorado por
la fiebre de un vivísimo fuego. Tan estupendas son las maravillas de amor divino que el Espíritu
Santo causa en las almas.

ASPIRACIONES
¡Dignidad y alteza verdaderamente admirables las del cristiano santificado por la gracia!
¡Hospedar en pecho de barro al Dios inmenso e infinito que no cabe en los cielos de los cielos!
¡Oh Espíritu amabilísimo! ya que es tan grande tu bondad que te impele a buscar una morada en
nuestros pechos miserables: ven a nuestras almas, fija en ellas el trono de tu amor y habita en
nosotros para siempre. Derrama a torrentes el fuego de la divina caridad en nuestros corazones
para que, purificados en sus llamas, como el oro en el crisol, sean sede de gracia y santidad. Tú
que has embellecido la tierra sembrándola de flores, el firmamento tachonándolo de astros
brillantísimos ¿dejarás a nuestras almas, criadas para ser tu habitación trono, tan pobres de
virtudes, tan estiles de buenas obras, tan vacías de méritos, tan frías y desprovistas de divina
caridad, como lo son hasta hoy? ¿Será gloria tuya abandonar así en la imperfección y la miseria a
la obra predilecta de tus manos? ¡Oh Espíritu divino, no te desdeñes de nuestra nada, ven a
nuestros corazones, inflámalos en tu amor y reina en nosotros para siempre! Amén.

PRACTICAS
Una de las prácticas de piedad cristiana más provechosas y llenas de encanto para el espíritu, es
el ejercicio habitual de la presencia de Dios. Dediquémonos a él con todo empeño,
representándonos a nuestro corazón como un templo donde habita y reside el Espíritu Santo.
Allí, en ese oculto recinto visitemos con la mayor frecuencia posible a este divino Huésped, y
ofrezcámosle fervientes homenajes de amor y adoración.
No dejemos solo ni abandonado al Esposo amantísimo de nuestras almas y Dios de nuestros
corazones; mantengamos encendida siempre delante de Él la lámpara de la caridad, y ordenemos
a nuestras potencias interiores que le hagan la corte. En este trato continuo y familiar con Dios
está la esencia de la vida interior, que es el verdadero y único camino para adquirir la santidad.

OCTAVO DÍA
“El Espíritu Santo es la Unción de nuestras almas”

La santificación del alma se llama unción en los sagrados


libros: Ahora bien, como la caridad es en cierto modo la nota
propia del Espíritu Santo, caridad de la cual participa el
justo; además, como este divino Espíritu se llama Santo, por
cuanto siendo él mismo el primero y sumo Amor, impele y
levanta a las almas a la santidad, que al cabo no se contiene
en otra cosa que en el amor a Dios; es propio y adecuado
invocar al Espíritu Santo con el hermoso nombre de Unción
de nuestras almas como lo hace la Iglesia. Nuestro Salvador
divino que, en cuanto hombre fue santificado, desde el
primer instante de su Encarnación, por la unión hipostática
del Verbo, llámase Cristo o el Ungido, por esta
abundantísima efusión del Espíritu Santo en su humanidad
sagrada.
El mismo lo dijo: "El Espíritu del Señor reposó sobre mí":
De esta unción divina participan todas las almas que están en
gracia, de manera que podemos decir de ella que, 'es como el oloroso perfume, que, derramado
en la cabeza, va destilando por la respetable barba de Aarón, desciende hasta la orla de su
vestidura'. Dice San Cirilo de Alejandría: 'El don y la comunicación del Espíritu Santo han
descendido de Jesucristo sobre nosotros: y Jesucristo, que es verdadero Dios, como engendrado
del Padre, aplica su propio Espíritu (el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo) desde luego a
santificar su propio templo (la divinidad habitaba en Jesucristo como en un Templo) y luego en
todas las criaturas.
EJEMPLO
Hallándose una vez Santa Ángela en Forligno en oración, oyó una voz que le decía, ¡Oh hija mía
muy querida! te amo yo muchísimo más de lo que tú me amas; ¡oh mi templo de predilección! el
corazón del Dios Omnipotente descansa sobre el tuyo'. Un sentimiento desconocido e
inefablemente delicioso dice, la Santa, al oírlo, todos mis miembros, caí por tierra, y allí me
quedé tendida.
La voz tornó a decirme: 'El amor que el Omnipotente ha puesto en ti es tan grande, que su
presencia es continua en tu alma, aunque no siempre la sientas. En este momento sus ojos están
clavados en ti'. Entonces con los ojos de mi espíritu vi... ¿Pero ay! cómo podré expresarme? Por
no dejar de hablar diré, entre transportes de gozo inefable: vi. con los ojos del alma los ojos del
Espíritu Santo. Pero como me viniese entonces el recuerdo de mis pecados, y temiese ser víctima
de una ilusión diabólica, por ser totalmente indigna de semejantes favores, pedí al Señor una
señal de que era El quien me hablaba.
El Señor me contestó: “Yo te daré la señal que me pides; pero déjame a mí su elección. La señal
más segura y auténtica de mi presencia es ésta: He aquí que infundo en ti la caridad; en ella
quedarás encendida y embriagada, y soportarás por mi amor todas las tribulaciones. Este es el
signo cierto de mi gracia. En este momento hago en ti una unción como la que recibieron San
Ciro y muchos otros siervos míos'.
Al punto mismo sentí yo esa unción: sí, la sentí con dulzura tan inefable la sentí, que ardía en
deseos de morirme, pero morir entre todas las torturas posibles. Me parecían nada los tormentos
de los mártires; deseaba otros más terribles todavía. Habría querido que el mundo entero me
hiciese este regalo; atormentarme con todos los suplicios de que él dispone, abrumándome al
mismo tiempo con todas las injurias imaginables. ¡Ah! me habría sido tan dulce orar por los que
me hiciesen este obsequio. En vez de admirarme de que los santos hayan orado por sus
perseguidores y verdugos, me parecía que habían debido hacer algo más aún: insistir cerca de
Dios para arrancarle alguna gracia especial en favor de ellos. ¡Oh! cuánto habría amado yo a los
que me hiciesen semejante regalo! No: jamás podré expresar la dulzura de esta unción, que hasta
entonces me había sido desconocida. En otras consolaciones, deseaba morir cuanto antes; pero
en ésta que era muy distinta y de otra naturaleza, ambicionaba una muerte horrible y lenta
acompañada de todos los tormentos posibles. Juraría sin miedo, que está asegurada la salvación
eterna de todos los que quieran ir por este camino.
ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu Santísimo! cuán estupendas e incomprensibles son las maravillas que realiza tu
omnipotencia en la santificación de las almas. Y qué, ¿Señor, solamente yo quedaré privado de
tus bondades? Ciertamente que soy el pecador más miserable de cuantos existen en la tierra; he
sido muy ingrato para contigo y me reconozco totalmente indigno de tus gracias. Pero, Señor,
¿dónde ha de brillar tu misericordia infinita sino en los miserables? ¿Dónde tu omnipotencia sino
en criar las cosas de la nada? Derrama copiosamente la unción de tu gracia sobre esta alma
pecadora y la vera al punto encendida en tu amor. Crea en mí un corazón puro y renueva en mis
entrañas el espíritu de rectitud. Rocíame, Señor, con tu gracia y quedaré purificado; lávame y
quedaré más blanco que la nieve. Unge a mi alma con el óleo de la caridad, y veras derretirse la
roca de mi pecho e inflamarse en vuestro amor. Derrama, oh Dios, derrama, sobre nosotros, tu
unción suavísima; cambia el corazón de piedra en otro de carne, y correremos presurosos en la
senda de tus mandamientos, abrazaremos gustosos la cruz, y nos inmolaremos cual hostias de
santa y divina caridad.
PRACTICAS
No desmayemos jamás en las sendas de la perfección, por rudos y penosos que nos parezcan los
sacrificios que ella exige. Aunque nos sintamos tan fríos como el hielo y tan duros como el
mármol, confiemos siempre en la divina bondad e invoquemos los auxilios del Espíritu Santo. Si
nuestra oración es humilde, confiada y perseverante, al fin este amantísimo Espíritu se dejará
vencer de nuestros ruegos, vendrá a nosotros y nos santificará; bastará una sola gota de su unción
divina, para cambiamos de pecadores santos.

NOVENO DÍA
“El Espíritu Santo es fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna”

Sentado Jesús sobre el brocal del pozo de Jacob, hablando


con la Samaritana, dijo: "Cualquiera que beba de esta agua,
tendrá otra vez sed: pero quien bebiere del agua que yo le
daré, nunca jamás volverá a tener sed: antes el agua que yo le
daré, vendrá a ser dentro de él una fuente de agua que manará
hasta la vida eterna". ¿Qué agua es ésta prometida por el
Salvador a sus fieles servidores? Lo vamos a ver. "En el
último día de la fiesta (de los Tabernáculos) que es la más
solemne, Jesús se puso en pie, y en alta voz decía: "Si alguno
tiene sed venga a mí y beba. Del seno de aquel que cree en
mí, manarán, como dice la Escritura. ríos de agua viva". Qué
agua sea esta nos lo enseña el mismo pasaje evangélico:
"Esto lo dijo por el Espíritu Santo, que habían de recibir los
que creyesen en él: pues aún no se había comunicado el
Espíritu Santo, porque Jesús todavía no estaba en su gloria".
El Espíritu Santo es la fuente de agua viva que mana sin cesar
en las almas justas, y salta hasta la vida eterna. He aquí porqué, con mucha razón, llama la
Iglesia al Espíritu divino: Fuente de Agua viva.
EJEMPLO DE VIDA
Santa Gertrudis oraba una ocasión en la vigilia de Pentecostés, rezando el oficio divino, y
clamando al Señor que se dignara prepararla a la venida del Espíritu Santo. Al punto oyó
mentalmente que el Señor le decía con infinita ternura: 'Recibirás la del Espíritu Santo que
descenderá sobre ti.
Estas palabras al mismo tiempo que le hicieron gustar una maravillosa dulzura, le causaron un
sentimiento muy vivo de su nada e indignidad. La consideración de la propia miseria le absorbió
de tal suerte que le parecía que se iba formando en su corazón una cavidad tanto más honda,
cuanto más se entregaba a estos pensamientos de humildad, Creíase, pues, la criatura más vil del
universo, cuando he aquí que se le apareció el Salvador; entonces, del Corazón dulcísimo de Hijo
de Dios brotó una fuente purísima como raudal de miel, que llenó poco a poco aquella profunda
cavidad abierta en el corazón de Gertrudis, hasta colmarla.
Comprendió la Santa que esto designaba la dulzura del Espíritu Paráclito que mana con
suavidad, por el Corazón del Hijo de Dios, en el corazón de los elegidos. Al punto el Hijo de
Dios bendijo con su mano divina aquella fuente colmada, como se bendicen las fuentes
bautismales, advirtiendo que cuantas veces el alma se sumergiese en ese baño, saldría de él
lavada de toda mancha y más agradable que antes a los divinos ojos.
Gertrudis llena de gozo se felicitaba por haber recibido gracia tan preciosa, pero al mismo tiempo
recordando sus faltas, se acusaba de ellas ante el acatamiento de Dios. 'He aquí Señor. decía una
pecadora indignísima que con pena os confiesa haber cometido por ignorancia, fragilidad y
malicia muchos pecados contra vuestra divina Majestad. Padre de las misericordias, tened piedad
de mí". Mientras Gertrudis hablaba así, le pareció que estas palabras le sumergían en aquella
fuente purísima y cristalina que manaba de su propio corazón, y al salir de aquel baño saludable
de la contrición humilde y sincera, se vio limpia de toda mancha y más blanca que la nieve.
Entonces reclinándose amorosamente entre los brazos del Señor, esperó tranquilamente que el
Espíritu Santo le colmase con una nueva efusión de gracias y bendiciones, como que es la fuente
perenne de la vida.
ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu Santo, fuente purísima de gracia y amor, brotada en el seno mismo de la Divinidad
ante todos los siglos: venid a nuestras almas! ¡Ay Señor! estas almas criadas por vuestro amor,
para serviros en esta vida y alabaros eternamente en el cielo, están manchadas con el sello de la
culpa, se encuentran agonizantes, y tal vez ya muertas, en el orden de la gracia. ¿Quién les
tornará a la vida? ¡Sólo vos, oh Espíritu divino! Pues sois fuente de agua viva que salta hasta la
vida eterna, lavadnos, purificadnos y santificadnos más y más en las ondas saludables de la
gracia; infundid vuestra vida divina en nuestras almas, para que así seamos un día partícipe de la
herencia de los hijos de Dios, y bebamos del torrente de vuestras delicias en la eternidad de la
gloria. Amén.
PRACTICAS
Una de las jaculatorias Predilectas de Santa Teresa era la exclamación hermosa de la Samaritana:
“Señor dadme de esta agua”. Cuando en la oración y demás prácticas de piedad, nos
encontremos áridos, sin gota de devoción; cuando queramos excitarnos al dolor de nuestros
pecados, y nos veamos como abandonados de la gracia de la contrición humilde y verdadera: no
desesperemos, sino clamemos confiadamente al cielo: Señor dadnos de esta agua; y el Espíritu
de Dios vendrá a nosotros, y de la roca durísima de nuestros fríos pechos, brotarán raudales de
contrición.: al soplo de su divino Espíritu se precipitarán las aguas.
Las gracias del Espíritu Santo se comunican a las almas de varios modos, pero especialmente por
medio de los sacramentos; recibámoslos siempre con la debida preparación, y encontraremos en
ellos la fuente de agua viva mana hasta la vida eterna.
H IM N O
VENI, SANCTE SPIRITUS
Venid, oh santo Espíritu, Descanso en los trabajos,
Y enviad desde el cielo En el crudo tormento
De vuestra luz divina De la aflicción alivio,
Un puro rayo que penetre el pecho. Y del llanto dulcísimo consuelo.

Venid, padre de pobres, Sin vos, sólo es el hombre


Venid, liberal dueño La nada, de que fue hecho:
De celestiales dones; Todo sin Vos es nada,
Venid, del corazón amante fuego. Pues sin Vos nada hay santo, nada hay
Del pecho atribulado (recto).
Consolador excelso,
Y del alma piadosa Lavad lo que está inmundo,
Huésped amante, dulce refrigerio. Regad lo que está seco;
Y, Médico divino,
sanad en mí lo mucho que hay enfermo.

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