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¡oh Espíritu divino, amor eterno, amor consustancial del Padre y del
Hijo: ¡yo te adoro, te alabo y te amo! ¡Cómo desearía oh Dios
amabilísimo, haberte amado siempre! ¡Cuán profundo es mi dolor al
recordar cuánto te he contristado con mi indiferencia e ingratitud, y las
innumerables veces que te he arrojado de mi corazón por mis graves
culpas! Perdonadme ¡oh Dios amantísimo! tantas infidelidades y
miserias, tantos extravíos y pecados, e infundid en mi pecho una
contrición profunda y una gracia tan eficaz de conversión, que quede mi
alma totalmente purificada, no vuelva a ofenderte jamás, y llegue a ser
morada digna tuya, para siempre.
¡Oh divino amigo de las almas, y nuestro único y verdadero Consolador en todas las pruebas y
aflicciones de la vida!: confiado en vuestro generoso y omnipotente auxilio, resuelvo firmemente
variar de conducta, obedecer vuestros preceptos, seguir vuestros llamamientos y ser dócil a todas
vuestras inspiraciones, aunque esto parezca repugnante y duro a mi flaca y corrompida
naturaleza. Para ello te pido que ilumines mi entendimiento, fortalezcáis mi voluntad y llenes a
mi alma de todos vuestros done frutos.
¡Oh Espíritu Santísimo, mi consuelo, mi vida y mi amor: quiero servirte, alabarte y honrarte en
tiempo y eternidad; sed Señor, mi padre, mi conductor y mi maestro; concédeme las gracias que
te pido (en esta Novena) y la de gozar de tu vista y posesión en el Cielo, juntamente con la del
Padre y del Hijo, ¡por los siglos de los siglos! Amén.
PRIMER DÍA
“Cómo debemos prepararnos para recibir al Espíritu Santo”.
ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu Santísimo! dádiva la más preciosa que hemos recibido de la caridad infinita del
Padre y el Verbo a los hombres: venid a nuestras almas, llenad nuestros corazones de sabiduría,
amor y fortaleza. Tu que has fundado la Iglesia, renovado la faz de la tierra, y cambiado a los
Apóstoles hasta constituirles en columnas de la Iglesia, doctores del universo y modelos de toda
virtud y perfección, cámbianos también a nosotros de débiles en fuertes, y de pecadores en
santos y para ello concedednos tus gracias más escogida y eficaces para prepararnos como es
debido, te hospedamos con amor en nuestras almas, y participamos de abundancia de tus dones,
la grande y hermosa solemnidad en que se encuentra vuestra venida sobre los Apóstoles. Amén.
RESOLUCION
A imitación de Santa Gertrudis, prepararemonos para la próxima fiesta de Pentecostés, pidiendo
fervorosamente al Señor se digne enviarnos a su divino Espíritu, y adornar nuestros corazones
con una pureza sin mancha, una humildad profunda, una caridad ardiente y una grande paz
interior; esforzándonos por nuestra parte en ejercitarnos constantemente en estas virtudes para
que con ellas muestra alma pueda ofrecer al Espíritu Santo una morada menos indigna de su
soberana e infinita majestad. y alcanzar de su munificencia divina una abundante efusión de sus
gracias y dones. En seguida se dirá: recemos sietes padres nuestros, Avemarías y glorias en
honor del Espíritu Santo, pidiendo sus siete dones, la propagación de la fe católica entre los
pueblos y por las intenciones del Santo Padre.
Santísimo Espíritu,
De Dios viva llama,
Fulgente derrama
En mí tu esplendor;
Dueño de las gracias,
Autor de los dones,
De los corazones Monarca y Señor.
De mi ánima ingrata
Huésped olvidado,
Vives a mi lado
Sin saberlo yo.
En mi pecho anidas
ANTIFONA
Ven ¡Oh Espíritu Santo! llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu
amor.
V/. Envíanos tu Espíritu criador.
R/. Y se renovará la faz de la tierra.
ORACION
¡Oh Dios! que has instruido los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo,
concédenos la verdadera sabiduría, por el mismo Espíritu divino, y gozar siempre de sus
consuelos. Por Cristo nuestro Señor. —Amén.
ORACION A LA SANTISIMA VIRGEN
Para que nos alcance una abundante efusión de los dones y gracias del
Espíritu Santo
¡Oh María, Esposa Inmaculada del Espíritu Santo y reina augusta del Cenáculo! que con vuestras
poderosas oraciones contribuisteis tan eficazmente a la venida de este Espíritu divino sobre los
Apóstoles, nosotros, aunque miserables y pecadores, nos atrevemos a suplicar impetréis la
misma gracia en favor nuestro; sí, Virgen Sacratísima, pedid al eterno Padre, pedimos a
Jesucristo vuestro Hijo, que nos envíen su divino Espíritu. Y para prepararnos convenientemente
a recibir una gracia tan grande, adorne usted misma nuestros corazones con aquellas virtudes que
conoce nos hacen más falta para ser un nuevo Cenáculo del Paráclito divino: alcáncenos
especialmente el amor al retiro y la soledad, el don de la oración, gran pureza de alma y una
caridad ardentísima que nos desprenda de las criaturas y de nosotros mismos, y enteramente nos
mude y transforme. Rogad con instancia a divino Esposo que descienda a nuestras almas, las
llene de celestial sabiduría, amor y fortaleza, junto con los demás divinos dones, y nos haga
digna morada suya en tiempo y eternidad. Amén.
SEGUNDO DÍA
“El Espíritu Santo es Amor eterno del Padre y del Hijo”
EJEMPLO DE VIDA
Yendo una vez Santa Ángela de Foligno, en peregrinación a Asís, al pasar delante de una
caverna, refiere la misma Santa: "Oí distintamente una voz que me decía: Soy yo el Espíritu
Santo que vengo a ti para hacerte gustar consuelos que no has experimentado todavía. Voy a
entrar en tu corazón y acompañarte hasta la tumba del bienaventurado Francisco". En seguida,
para provocarme a amarle, me habló de esta suerte: "Hija mía, dulce y agradable a mis ojos; hija
mía, mi templo, mis delicias; dame tu corazón. ¡Te amo yo tiernamente i0h! sí, mucho más de lo
que tú me amas! Hija mía, esposa mía; de entre todas las almas que existen en el valle de
Espoleto, la tuya es la que yo quiero más. Y pues he venido a fijar mi mora da en ti, fija tú
también la tuya en mí, y descansa en mí". Luego me manifestó cuánto le hería la ingratitud de los
hombres, y cuánto había hecho Dios por ellos, especialmente en el misterio de la Encamación;
después de lo cual, me explicó la Pasión, y dijo: "Ve, hija mía, si hay en mí otra cosa que amor".
Se quejó de encontrar pocas almas dispuestas a recibir su gracia, y añadió: "Ámame, pues, al
menos tú, mi querida hija; ámame, pues, mi muy amada; el amor que tengo a un alma que me
ama francamente y sin retomo, es inmenso". Comprendí, concluye la Santa, que el amor que el
Espíritu Santo pide a los hombres es el mismo que Él les tiene, y que, si éste fuera el único deseo
de un alma, ciertamente el Señor lo dejaría satisfecho, comunicándole el amor divino en la
medida de su capacidad".
ASPIRACIONES
¡Oh Espíritu divino, oh Amor eterno del Padre y el Hijo, qué tarde te hemos conocido, y qué mal
hemos pagado las tiernas y amabilísimas invenciones de tu caridad para con nosotros! Pues, si
eres el mismo amor ¿cómo no te amamos? ¡Oh! no sea así en adelante, Espíritu Santísimo:
infunde en nuestros corazones el fuego de tu caridad, para que renunciando a las criaturas
hagamos de ti el único objeto de nuestro amor, en ti nos gocemos, y en ti encontremos nuestra
plena y cumplida felicidad. Por amor a ti renunciamos desde ahora al pecado, mundo, demonio y
carne, y formamos la firme resolución de seguir fielmente en todo tus santas y divinas
inspiraciones, para que logremos la dicha de poseerte eternamente en el cielo. Amén.
PRACTICAS
Para obtener una abundante efusión de los dones y demás gracias del Espíritu Santo, y
especialmente un grande acrecentamiento de divina caridad en nuestras almas, nos ejercitaremos
estos días en frecuentes y fervorosas aspiraciones de amor al divino Espíritu, diciéndole: ¡Ven,
oh Espíritu Santo!, ¡llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor!
TERCER DÍA
“Porqué llamamos Espíritu Santo a la Tercera persona de la Trinidad Santísima”
QUINTO DÍA
“El Espíritu Santo es el Maestro de las almas”
SEXTO DÍA
“El Espíritu Santo el Consolador de las almas”
EJEMPLO DE VIDA
Santa Ángela de Foligno, tan devota del Espíritu Santo, experimentó bien cómo este divino
Espíritu es verdaderamente el Consolador de las almas hállese en cierta ocasión abrumada de
tales penas interiores y tan recias enfermedades del cuerpo, que poco faltó para que exhalara su
espíritu a la vehemencia del dolor. En tal situación todos los remedios y consuelos humanos le
eran no sólo fastidiosos sino intolerables, la muerte era el único alivio que deseaba: pero
entonces vino el Consolador en su auxilio, y con él la calma y la salud.
Oigamos a la misma Santa. 'La muerte! ¡clamaba yo, la muerte! Pero, ¡oh dolor! la muerte no
venía y continuaba yo viva, y me parecía que todo el cuerpo se me descoyuntaba. Sentí en mi
alma el amor y la cruz, y ésta redundó en mi parte física, de modo que sentí corporalmente la
cruz, y mi alma quedó liquidada. Cuando estuve en mi casa experimenté una dulzura tranquila,
apacible, demasiado inmensa para que la pueda yo explicar. Pero con esto me volvió nuevamente
el deseo de la muerte, porque tales dulzuras, paz y delectación, superiores a todo encarecimiento,
me hacían cruel la vida de este mundo. ¡Ah! ¡la muerte! ¡la muerte! exclamaba, porque la vida
me causaba tal pena que era ésta superior al dolor que he experimentado en la muerte de mi
madre y de mis hijos, y a cualquier otro dolor que pueda ser concebido De suerte que caí
desfallecida entierra, y que dé postrada por ocho días, clamando siempre: ¡Ah! Señor, Señor:
¡sacadme, sacadme de este mundo! Al cabo de ocho días percibí de repente perfumes deliciosos,
como no los hay en la tierra, y tan maravillosos que causaron en mi alma efectos inexplicables.
Entre otros, sentí una alegría tal que jamás lo podré decir. Escuché palabras interiores tan
inefables, que aunque después las he oído también, pero nunca tan apacibles, tan dulces ni tan
profundas como entonces.
Mientras yo estaba en esto, mi compañera, admirable por su sencillez, pureza y virginidad, oyó
distintamente una voz prodigiosa que le decía: 'Acércate a Ángela. ¡El Espíritu Santo está aquí,
en esta cámara!’, ¡Tan benigno y amable, tan dulce y compasivo es el Consolador divino de las
almas!
ASPIRACIONES
¡Oh divino Espíritu, cuán tiernas son las invenciones de tu amor! siendo Dios de majestad te
abajas hasta nuestra miseria y no te desdeñas de nuestra nada. Con dulzura y suavidad infinitas
nos curas las llagas del alma y sanas las heridas del corazón. En medio de las tempestades de la
vida, en las amarguras de la aflicción, tú eres nuestro único y verdadero consolador, ¡oh Dios
amantísimo! ¿Ni dónde hallaremos amante alguno que pueda compararse a ti que eres fidelísimo
amigo de las almas, el mismo Amor, ¿el Amor infinito? Los consuelos del mundo, vanos y
mentirosos como son, no pueden mitigar nuestros dolores; sólo Tú que nos sacaste de la nada, y
sabes todos los secretos de nuestro miserable corazón, y que eres la gracia y la dulzura mismas,
nos sanas sin herimos, nos consuelas, tranquilizas y alegras de modo inefable y divino. Resuene,
pues, siempre en nuestros oídos tu suavísima voz que nos exhorte, reanime y consuele en los
senderos de la virtud y nos conduzca a la gloria eterna de los cielos. Amén.
PRACTICAS
En medio de las tentaciones, tribulaciones y pruebas de toda clase, así de alma como de cuerpo,
acostumbrémonos a recurrir al Espíritu Santo, implorando su divina consolación. Honrémosle
especialmente como al Consolador de nuestras almas, y en vez de buscar los consuelos de la
tierra, acudamos a este divino Espíritu, seguros de que experimentaremos su soberano auxilio en
todas las necesidades de la vida, si le invocamos con humildad y confianza.
SEPTIMO DÍA
“El Espíritu Sato es huésped de nuestras almas”
ASPIRACIONES
¡Dignidad y alteza verdaderamente admirables las del cristiano santificado por la gracia!
¡Hospedar en pecho de barro al Dios inmenso e infinito que no cabe en los cielos de los cielos!
¡Oh Espíritu amabilísimo! ya que es tan grande tu bondad que te impele a buscar una morada en
nuestros pechos miserables: ven a nuestras almas, fija en ellas el trono de tu amor y habita en
nosotros para siempre. Derrama a torrentes el fuego de la divina caridad en nuestros corazones
para que, purificados en sus llamas, como el oro en el crisol, sean sede de gracia y santidad. Tú
que has embellecido la tierra sembrándola de flores, el firmamento tachonándolo de astros
brillantísimos ¿dejarás a nuestras almas, criadas para ser tu habitación trono, tan pobres de
virtudes, tan estiles de buenas obras, tan vacías de méritos, tan frías y desprovistas de divina
caridad, como lo son hasta hoy? ¿Será gloria tuya abandonar así en la imperfección y la miseria a
la obra predilecta de tus manos? ¡Oh Espíritu divino, no te desdeñes de nuestra nada, ven a
nuestros corazones, inflámalos en tu amor y reina en nosotros para siempre! Amén.
PRACTICAS
Una de las prácticas de piedad cristiana más provechosas y llenas de encanto para el espíritu, es
el ejercicio habitual de la presencia de Dios. Dediquémonos a él con todo empeño,
representándonos a nuestro corazón como un templo donde habita y reside el Espíritu Santo.
Allí, en ese oculto recinto visitemos con la mayor frecuencia posible a este divino Huésped, y
ofrezcámosle fervientes homenajes de amor y adoración.
No dejemos solo ni abandonado al Esposo amantísimo de nuestras almas y Dios de nuestros
corazones; mantengamos encendida siempre delante de Él la lámpara de la caridad, y ordenemos
a nuestras potencias interiores que le hagan la corte. En este trato continuo y familiar con Dios
está la esencia de la vida interior, que es el verdadero y único camino para adquirir la santidad.
OCTAVO DÍA
“El Espíritu Santo es la Unción de nuestras almas”
NOVENO DÍA
“El Espíritu Santo es fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna”