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Un gélido ultimo baile.

Sentado en medio de la sala, con la luna justo afuera como testigo; el manto negro de la noche y el gélido
ambiente causado por la incesante lluvia; no hay mejor escenario, no hay una situación que alimente de mejor
modo la imaginación de un suicida en potencia, que solo anhela tener un baile con la muerte; aquellos que
alguna vez lo han pensado, sabrán a que me refiero.

La lluvia de ideas no se hace esperar; tal vez el instinto funcione del mismo modo que los superconductores;
mientras más frio, mayor velocidad de tránsito de electrones; y hablando de tránsito, el tren del pensamiento
inicia su recorrido.

Está ahí de pie y con la mirada clavada en el piso, intentando olvidar, intentando perderse solamente en el
movimiento de sus propios pies; aquellos que casi por inercia se mueven hacia adelante, dibujando pasos
nuevos, pasos que inexorablemente lo llevan al final de la calzada, al encuentro con la avenida.

Una mirada al cielo y una última inspiración de aire son preludio del impacto que abre las puertas del descanso.
Su sangre salpica la avenida como una firma, como una firma de su último acto en este mundo que ya no
extraña.

Un parpadeo imposible de evitar hace que mis pensamientos regresen al presente, a darme cuenta de la paz
que siento, mezclada con la llegada de una nueva imagen que cae con la lluvia.

Definitivamente puede sentir la brisa casi como una caricia en su rostro, algo que le hace sentir libre y en paz;
veinte pisos más abajo se encuentra esa ciudad que le duele, ese sitio que le lastima en cada esquina con las
agujas inclementes de los recuerdos que no le dejan respirar, que no lo dejan pensar, que no lo dejan vivir; abajo
se encuentra su peor pesadilla, pero aquí, veinte pisos más arriba, puede sentir la brisa que le acaricia,
invitándolo a cruzar la puerta hacia su libertad.

¿Cómo negarse a pasar? Cierra los ojos sintiendo el aire, y da el paso a través de la puerta, sintiendo el vacío,
sintiendo el aire a toda velocidad, el zumbido en sus oídos, y la liberadora caída, como si estuviera en un túnel,
al final del cual, está esperándole su libertad.

Un suspiro me trae de vuelta a esta cárcel del alma, a esta prisión de recuerdos; aquí, al centro de mi sala vacía y
gélida, de vuelta a la realidad que me aflige cada vez que la lluvia cae, de vuelta al dolor imbuido por los
recuerdos incesantes, y de vuelta a la seguridad de pensar en la muerte siempre en tercera persona por una
sencilla razón... ya estoy muerto.
Historia de una vida.

Refulgiendo triunfal en la mañana, indiscreto colándose por la ventana, el sol se acerca y me acaricia; muy a su
estilo, muy a su modo, me abraza y saluda a diario, dándome los buenos días; sin embargo, estoy tan absorto en
mis cosas, mis problemas y pensamientos; planificando el día y pensando en mis pasos aún antes de abandonar
el lecho, tan ocupado que ni siquiera me doy cuenta de la mirada de aprecio del astro rey.

Taciturno y pensativo al momento de iniciar el trayecto hacia la ducha, sentado en el borde de la cama; ni
siquiera es perceptible el buenos días de la persona que alguna vez fue objeto de mi cariño, mi atención total y
mis suspiros, la musa idolatrada que antes llenase mi alma y mi mente con la más hermosa poesía salida de su
mirada, de su olor y su recuerdo; ahora no es más que un triste espacio vacio, y un buenos días silente.

Es un momento agradable aquel que se presenta bajo la ducha en la mañana, un momento perfecto para
pensar, y para que las ideas fluyan; programando reuniones y analizando movimientos, pensando en las metas a
cumplir; ciertamente es perfecto, no como en la época en que perdía el tiempo sintiendo las gotas recorriendo
el cuerpo, y las ideas flotando como ninfas en el agua a mi alrededor, susurrándome al oído las frases que
llegarían a impregnarse con tinta en el papel, frases de amor, de alegría y esperanza; ya no hay tiempo para eso,
no hay tiempo para el canto de las ninfas, y mucho menos para escribir sus palabras inútiles en un informe
laboral.

El tiempo apremia y el día continúa, con el afán implícito y el consecuente apuro; no hay tiempo de tomar un
desayuno, mucho menos lo hay para saludar a los dos espacios vacíos en la mesa, que de seguro están
perdiendo el tiempo con frases fútiles como "Buenos dias papi" o "Te prepare el desayuno amor", no, no hay
tiempo ya, y nadie más que yo lo entiende, nadie más que yo puede ver la trascendencia de un minuto perdido;
he de salir ahora o no llegaré a tiempo, y hay mucho en juego, mucho he trabajado por lo que tengo hoy y no
puedo menguar, no puedo perder mi tiempo y debo estar a tiempo en la oficina.

Y así empieza mi día, concentrado en mi futuro, en mi momento, en mi labor, en hacer lo mejor para mi familia y
para mí; por eso mi esfuerzo, por eso mi afán. El día transcurre y está lleno de gloria y de éxitos, la junta ha visto
mi trabajo y lo ha aprobado, sé que será mayor ahora pero bien vale la pena, bien vale luchar por buscar estar
mejor; sé lo que debo hacer, y eso en este momento, es quedarme hasta tarde preparando un nuevo plan de
acción; no hay necesidad de devolver las llamadas perdidas, más tarde tendremos tiempo de hablar, por ahora
prima concentrarme en mi labor.

La oscuridad de la noche está en su punto álgido mientras me dirijo triunfante a mi hogar; es tarde, lo sé, pero
podré descansar suficiente; la llave en la puerta y luego en la mesa, suenan como eco en caverna, no hay
necesidad de encender la luz, solo dirigirme al dormitorio y descansar.
Un nuevo día se impone a la noche anterior, y el sol nuevamente acaricia mi cara; incorporándome en la cama,
inmerso en mis pensamientos, el espacio vacio a mi lado me acompaña como todos los días, en la ducha las
ninfas intentan hablarme, pero no las escucho como suelo hacerlo; en la mesa los dos espacios vacíos hoy no me
saludan, aunque de seguro tampoco los hubiese escuchado; y en el centro de la sala, de pie, frio e inerte,
mirando alrededor, escudriñando cada rincón, puedo sentir la ausencia, puedo sentir el frio que recorre la
espina y abre mis ojos, los ojos de mi cuerpo, los ojos de mi alma; al subir las escaleras hacia el dormitorio, soy
consciente que lo hago sólo con la intención de corroborar lo que ya presiento; abro la puerta de la habitación
solo para encontrarme con el mismo espacio vacio, como si algo hiciera falta, algo que fuese parte de mí y que
ya no está; el closet sin llenar me recuerda que algo solía estar ahí; pero no tengo claridad de que era; por un
momento silencio mi mente y cierro mis ojos, olvido mi rutina y mis deberes, solo para indagar en mi mente, y
de pronto estas allí, de pronto ya no es un closet vacio, sino lleno de tu ropa, de los vestidos que me gustaban, y
de aquellos que incluso odié, de tus zapatos graciosos, y del recuerdo del tiempo que gastabas en elegirlos; al
mirar atrás a nuestro lecho, no puedo ver el espacio vacio, solo veo tu recuerdo, como si estuvieras aún allí, la
imagen fantástica de un ángel sobre la cama, diáfana y brillante, compitiendo con la brillantez del sol que se
asoma por la ventana; extasiado con tu vista, de un momento a otro escucho la voz más dulce del mundo, que te
llama y me llama a gritos, con la alegría implícita de la infancia, saltando a la cama y abrazándote, es una imagen
tan pura y hermosa, que los mejores artistas competirían por inmortalizarla; y sin embargo ya no está allí, ya no
ilumina mis días; de hecho lo hizo cada día, incluso cuando no la viera, incluso cuando para mí sólo era un sitio
vacio, ahora te veo a diario, en mi recuerdo, anhelando tu presencia, presencia que ya no está; ahora te veo al
levantarme, y al despedirme en el comedor, te veo al desayunar solitario, y al ducharme con las ninfas, que de
mil maneras me enseñan a decirte que te amo; ahora te veo en mis informes, en mis reuniones y en mis
papeles, en el brillo matutino del sol, y en la compañía pálida de la luna, te veo en todas partes y todo me
recuerda a ti, pero nada cambia el hecho de que ya no te tenga, nada cambia el hecho de que ahora el único
puesto vacio sea el que ocupa mi corazón desde que ya no estás.
Nostalgia

Diecinueve años apenas tenía cuando llegó a revolver mi vida, a cambiar todo aquello que creía arraigado en mí,
a cortar mis prejuicios, a derribar mi orgullo, a revivir mi ilusión, a llenar mi vida de sueños y sensaciones que
nunca creí sentir; en definitiva, a apropiarse de mi corazón sin darme cuenta.

Cada día un nuevo capítulo en una historia única, de esas historias que uno desea que sean eternas; cada sonrisa
en su rostro, cálida como el sol en una mañana de primavera, cada caricia como bálsamo capaz de eliminar
cualquier dolor, pasado o presente; cada palabra de sus labios como una canción capaz de envolverte y hacerte
volar al infinito; así eran los días con ella, así las horas que perdían su magnitud y se sentían eternas.

Para ser sincero, las palabras se quedan cortas, o quizás no conozco las suficientes para describir el torrente de
hermosas sensaciones en las cuales me sumergía a diario; con ella tomaron sentido muchas palabras antes
vacías, entre ellas la más importante, la palabra amor.

Pocas veces en la vida tienes la oportunidad de encontrar alguien que le dé sentido a cosas tan sencillas como
sentarse en la banca de un parque a hablar por horas, a veces de cosas tan triviales que no logras entender de
que manera se tornan interesantes; pero si te fijas atentamente, puedes notar que sucede gracias a la mágica
compañía de la que gozas en ese momento.

Sin temor a equivocarme puedo decir que cambió mi vida al tomarme de la mano y llevarme a volar con ella; al
darle vida a las palabras de un mágico bolero que alguna vez oyese sin creerlo posible, o a un poema lleno de
sentimiento que hubiera tomado como una simple exageración. Cada uno de sus besos podría compararse con
un trago del más dulce vino, y cada uno de los rincones de su cuerpo sinuoso provocaba las más intensas
sensaciones; nada como volar a través del movimiento ondulante de su cabello o perderse en el brillo de su
mirada, nada tan mágico como recorrer su cuerpo desnudo cubriéndolo de besos, o escalar las montañas de sus
senos con mis manos ávidas de acariciar cada centímetro de su piel que embriaga, que invita a quedarse, a
fundirse en uno con ella, vibrando en un éxtasis único e incomparable.

Podría decirse que cada aspecto que ella aportaba a mi vida era un ladrillo más en la construcción de la felicidad
absoluta; desgraciadamente no siempre las construcciones son eternas, y algunas veces en lugar de ser
arquitectos de nuestra dicha nos convertimos en destructores de la misma; justo como sucedió en esta historia;
no supe cuidar lo que tenía ni aprendí a mantener esa llama que debería haber brillado sobre cualquier noche
oscura; y sin remedio alguno todo aquello tan hermoso terminó, dejándome tan vacio como antes.

No es esta la historia que uno desea contar; hoy la veo distante, tan lejana e intangible; hoy mil cosas han
cambiado y ya no siento su risa alegrando mis días; hoy la busco incesantemente pero ya no está; hoy miro
fijamente ese espacio donde solía estar, donde soñaba al verla dormir, con un futuro hermoso para los dos; pero
al siguiente parpadeo solo un espacio vacio me acompaña; hoy el ruido de los autos ocupa el lugar que otrora
llenara tu risa sorda alegrando mis días; hoy que no está no puedo sentir otra cosa que un enorme vacio que me
inunda, que me agobia; algunos suelen llamarlo ausencia, yo en cambio, únicamente por no querer sentirme sin
ella, lo llamo por su nombre… lo llamo Daniela.
Hijo de la libertad.

Cuentan los testigos, no sé ni cuantos, ni cuales, que una noche la libertad volaba por el mundo, mirando lo que
de ella se hacía, y oyendo lo que de ella se hablaba; volaba tranquila y fresca cual brisa matinal, cuando de un
momento a otro, en su mente apareció el recuerdo de cierto lugar, donde alguna vez había dejado un puñado
de sus semillas, y decidió entonces mirar que había sido de ellas; teniendo esta idea en mente, enfiló hacia el
sur; volaba cual saeta aún a pesar de su estado,(han de saber que su vientre albergaba el fruto de su relación
con el amor), así pues, en poco tiempo, arribó libertad a su destino; ansiosa por ver lo que la gente había hecho
de sus semillas.

El aire cálido ya no era el mismo que Libertad recordaba, se sentía un ambiente diferente, como enrarecido;
preocupada inició un viaje a través del tiempo y el espacio de aquel lugar donde sus semillas había dejado, y a
cada vuelta que daba, se entristecía aún más y más; pudo ver cómo, en ese tiempo, muchos dieron sus vidas
protegiendo las semillas de libertad, y asimismo, vio como la sangre de muchos inocentes había teñido esta
tierra, todo cobijado bajo su nombre.

No pudo resistirlo más, Libertad se dejó caer, directo hacia la tierra, donde con el pasar del tiempo sus semillas
habían sido dañadas; sin más, Libertad gemía y lloraba. ¿Qué hacen los humanos? ¿Qué hacen con mis regalos?
¿Por qué olvidan que somos hermanos? ¿Por qué se hacen daño? Corrompen mis semillas y no cosechan
libertad, solo un tipo diferente de opresión. ¿Por qué? Libertad gemía y lloraba, y las lágrimas que por su rostro
corrían, se mezclaban con los ríos de sangre que bañaban esta tierra ahora triste, en la que alguna vez dejó sus
semillas.

Sentada en el fango creado por esta tierra y sus lágrimas, con sus manos húmedas por la sangre de tantos
derramada; mientras gemía y lloraba, los dolores de parto apuraron, y Libertad supo que, para el fruto de su
vientre, la hora de ver la luz había llegado; sus manos en el caudal de sangre, su espalda apoyada en tierra, y la
vista en el amplio cielo, se mezcló todo en un instante, y Libertad parió un hijo, hijo de ella y el amor, hijo de
esta tierra y el amplio cielo, mezclado de sangre y fango... y le llamó Verdad.

Verdad era un niño hermoso, con las alas de la libertad, la fuerza del amor, con el sentir de esta tierra, y la
sangre de los caídos corriendo por sus venas; alzóse orgulloso ante su madre, con los ojos hacia el amplio cielo,
seguro de lo que debía hacer. Luego de despedirse de su madre, inició Verdad su correría por esta tierra que le
vio nacer, decidido a encontrar errores, y si era posible remediarlos; errores que no habrían permitido que las
semillas de su madre germinasen. Y anduvo Verdad por ríos y valles, por mesetas y sabanas, por cada uno de los
rincones, cercanos y alejados, y al terminar su recorrido, y al haber oído las historias, y al ver los rostros tristes,
hijos de la violencia y el conformismo, dolióse Verdad en gran modo, pues pudo darse cuenta, que las semillas
de su madre, se vieron contaminadas por el poder, la manipulación, y el afán por el bien propio antes que el
bien común, y, de ellas disfrazada, solo nacía opresión.
Pudo ver Verdad entonces para qué había venido a este mundo, y, con su afilada arma, la palabra, se dispuso a
enfrentarse a opresión, que reinaba en esta tierra, y hacía sufrir a su pueblo. Ya armado y listo, partió una vez
más, yendo por cada uno de los rincones, cercanos y alejados, recordando a la gente que todos somos iguales
bajo el sol, y dentro de nuestro corazón.

Verdad no temía por sí mismo, aun cuando intentaran evitar que hablase; él seguía su camino impasible,
sabiendo que hacía lo correcto, buscando sacar del dolor a su pueblo, buscando hacer la diferencia.

Cuentan los testigos, no sé ni cuantos ni cuales, que opresión asustada, corrió a su jefe diciendo: “Poder; Verdad
me hace daño, vuelve a la gente contra mí, y también contra ti, y no tengo la fuerza para luchar contra él.”.
Poder se quedó pensativo, hasta que de pronto, una oscura sonrisa se dibujó en su rostro. Fue así, como un
buen día, Verdad caía de muerte herido; Poder había encontrado el modo de detenerle; una bala asesina
disparada por uno de sus esbirros... cobardía.

Lo que poder y opresión no sabían, era que Verdad no solo había visto dolor en su camino, sino que, además,
conoció a aquella que vivía entre su pueblo, y que habría de hacerle inmortal; en medio de su pueblo conoció a
Esperanza, y Esperanza y Verdad fueron uno, y lo seguirán siendo hoy y siempre, sin importar cuantas veces
intenten detenerle, Verdad se levantará una y otra vez, animado por Esperanza; habitando juntos en los
corazones de aquellos que buscan el bien común, de aquellos que saben que todos somos iguales bajo el sol, de
aquellos que anhelan poder ver el día en que por fin en esta tierra, germinen nuevamente las semillas de la
libertad.
El Ángel caído

Corría la mañana del 20 de mayo cuando los habitantes de la ribera del rio Atrato habrían de encontrar el
cuerpo inerte que el agua les llevaba para dejarlos estupefactos.

Domitila fue la primera en verlo; cuando se dirigía a la plantación le pareció que algo extraño se encontraba
enredado entre las raíces de los árboles, y con la curiosidad pura de una mulata inocente, se acercó al bulto que
sobresalía como abrazado al árbol de plátano; lo que encontró le horrorizó tanto que no pudo evitar lanzar un
grito aterrador; medio pueblo acudió a su auxilio, únicamente para darse cuenta que al lado de una Domitila
envuelta en un mar de lágrimas, se encontraba el frio cadáver de un hombre que nadie jamás por allí había
visto, con su ropa hecha jirones, estancado entre las raíces del árbol y con los ojos aún abiertos, mostrando una
mirada vacía y perdida.

Muchas suposiciones empezaron a generarse entre la comunidad del pequeño pueblo; que de seguro era una
víctima de la violencia, aunque a simple vista no se notaran marcas de agresión; que probablemente era alguien
perdido en medio de la selva que había encontrado un fatídico destino, casi seguramente huyendo de alguna
parte; que tal vez sencillamente era un suicida que había buscado un lugar remoto para morir. Cada una de las
teorías pudo haberse acercado de cierta forma a la verdad, pero definitivamente el comentario más acertado
fue el del anciano Diógenes, uno de los más viejos del pueblo, quien había recorrido medio mundo y había
regresado dispuesto a dejar que sus huesos se secaran en el pueblo que lo vio nacer; cuando Diógenes vio esa
mirada vacía y perdida en los ojos aun abiertos, se limitó a decir: "Nunca sabremos quién es este hombre o
como murió, pero algo les digo; a ciencia cierta, este hombre estaba muerto mucho antes de dejar de respirar".

Nadie entendió las certeras palabras del viejo Diógenes, pues nadie en el pueblo había recorrido, conocido,
vivido y sufrido tanto como ese viejo que debido a su comentario todos empezaron a considerar como un simple
anciano senil que desvariaba; pero si al menos uno de ellos hubiese compartido tantas experiencias, podría
darse cuenta del pequeño detalle que vio Diógenes, se hubiera dado cuenta que la clave de la muerte del
extraño, residía en su mirada vacía y perdida, mirada que mantuvo aún después de que le cerraran los ojos por
misericordia.

Se llamaba José Ángel, y la gente del pueblo jamás lo supo, así como tampoco supo que venia del oriente del
país, que tenía 36 años y que estaba huyendo de los recuerdos de una vida que le atormentaban y que no podía
dejar atrás ni siquiera poniendo tanta tierra de distancia.

La vida de José Ángel era bastante simple, se limitaba desde hace mucho a la rutina de trabajar y cubrir gastos;
poco quedaba del José Ángel mitad loco mitad poeta, que se enamoraba de la vida a diario y que se fascinaba
con la belleza de la mujer y las maravillas que el mundo le obsequiaba; ese José Ángel solo era recordado por sus
antiguos compañeros de colegio, quienes vieron de primera mano cómo alguien noble pretendía cambiar el
mundo con sus poemas sencillos y mal logrados, y como fallaba a menudo en su intento por conquistar el
corazón de la chica que tanto le gustaba. Tantos fallos y tantos tropiezos le llevaron a creer que su nobleza y
romanticismo no servía de nada, a tal punto que le dio un drástico giro a su vida si bien salió del colegio.
Contaba con 18 recién cumplidos cuando tomó la decisión que cambiaría su forma de ver la vida, su nueva
actitud lo arrastraba cada noche a los locales de licor junto a sus inseparables amigos, con quienes gastaba las
horas hablando de nada en un ambiente nuevo en esta etapa, donde cambió sus sonetos por vallenatos y sus
ilusiones por aventuras de una noche, donde buscaba evitar el dolor de la pérdida o el fracaso, o aun peor, el
dolor de la indiferencia, con una táctica fría y oscura, causarlo primero sin importarle nadie.

Los días de enamorarse y llenarse de ilusiones y versos, viendo la vida con esperanza habían quedado atrás, o al
menos eso deseaba creer; la vida puede darte sorpresas, golpes, o incluso regalos, pero sea como sea, siempre
encontrará la manera adecuada de recordarte quien eres; y a José Ángel, esa medicina para la memoria se le
presentó en una forma que no podía rehusar, en forma de una mujer. Una aventura más y nada de qué
preocuparse pensó para sí, pero nunca llegó a sospechar que esa simple persona se adueñara de sus
sentimientos reavivando la ilusión y la esperanza, a tal punto de formar una familia con ella y crear la maravilla
más grande de la humanidad, un hijo. Pero cuando llevas tiempo equivocándote y haciendo las cosas mal sin
sentido ni razón, usualmente sueles cometer errores; y después de todo, los humanos solemos equivocarnos, así
que no es de extrañarse que José Ángel fallara como esposo y como padre, quedándose solo de nuevo y
retomando su fría actitud.

Es en este punto de su historia donde se vio envuelto en la rutina; siempre inmerso en su trabajo sin esperanza
alguna de volver a enamorarse; con esa certeza que solo aquel que ha decidido ser inamovible posee, y José
Ángel ya había decidido jamás entregar su corazón nuevamente, y nada ni nadie le haría cambiar de opinión; era
su última palabra y se mantendría firme; en efecto así lo hizo, impasible frente al mundo, inmune al encanto de
las mujeres, pues estaba decidido que nadie entraría a su corazón; sin embargo no puedes decidir sobre algo
que no es tuyo, al menos no cuando el dueño llega a reclamarlo; y sin esperarlo ni estar preparado, como las
grandes cosas de la vida, ella llegó hasta él una mañana de un lunes cualquiera.

Para José Ángel se trataba de una reunión de rutina, algo de poca trascendencia; hasta que sus ojos tropezaron
con la visión más hermosa que hubiese visto jamás; frente a él, como una imagen de otro mundo, de un mundo
lleno de perfección, se encontraba ella, la dueña absoluta de su corazón, no solo desde ese momento, sino
desde el momento en que fue creado; era una mujer tan hermosa, tan única, poseedora de una belleza diáfana,
como la de los mismísimos ángeles, con esa luz que te asombra y enceguece pero que no puedes dejar de mirar,
con una risa que más allá de ser simplemente eso, es una canción de sirena que te deja atrapado al instante; con
algo de temor, preguntó su nombre, solo para confirmar que quedaría embrujado por una frase tan simple: “Mi
nombre es Daniela”.

Como era de esperarse, cuando el verdadero amor toca a tu puerta, no queda más remedio que abrirle, y
nuevamente, aunque por última vez, la magia invadió la vida de José Ángel, nuevamente se sintió vivo, con una
alegría tal que no era posible esconder, tan lleno de esperanzas e ilusiones; atravesando las horas de los días
que vinieron, a veces a saltos, a veces volando, riendo y soñando, siempre de la mano de la dueña de su otrora
rígido corazón, ese mismo que ahora latía sin cesar, a veces con tanta fuerza que le asustaba, pues parecía que
quisiera salir del pecho para ir directo a las manos de la que siempre fue su dueña.
Los instantes hermosos se daban a diario, las locuras compartidas, el esperar por horas el momento de verse, el
compartir en lugares prohibidos y hablar muchas veces en clave, esperando que nadie se enterara, jugando a
mirarse en secreto, a tocarse por debajo de la mesa, a inventar encuentros furtivos y horarios diferentes solo
con el fin de verse; ¿quién no lo ha hecho, y quien desconoce la magia del verdadero amor?

Definitivamente no había día más brillante que aquel en que se veían, y no había noche más larga que aquella de
la espera, no había milagro más grande que abrazarse en una calle cualquiera, besarse bajo la lluvia y desearse
con tal intensidad, que en el momento de ser uno solo, pudiesen abrir sus alas y volar libres como dueños del
cielo, viviendo la eternidad en un instante, en el roce de sus manos, en los besos que fluían, en la sensación de
una cálida piel desnuda y el latido compartido de un solo corazón; era la vida perfecta y decidieron compartirla
juntos.

Algunas decisiones no parecen malas en sí, pero muchas veces una buena decisión en el momento equivocado o
en las circunstancias incorrectas puede generar un mal resultado; y no olvidemos que no hay nada que muestre
más fácilmente una contaminación que algo totalmente puro. Las cosas no solo no se dieron en este
bienintencionado encuentro, además la relación perdió ese toque de divinidad, y como un dios en caída,
empezó a humanizarse y a contaminarse de los problemas de la gente común; mientras pasaban los días las
distancias se hacían insalvables, y la rabia y el dolor ocuparon el espacio que antes solían llenar el amor y la
paciencia; la avidez por estar juntos poco a poco se convertía en apatía, y la relación que en algún momento se
consideró un castillo fortificado y bien diseñado, empezó a desmoronarse como un triste castillo de arena
arrastrado por la marea.

Como ya se veía venir, las cosas terminaron; José Ángel jamás volvió a ser el mismo; pero, ¿quién podría serlo
cuando te falta algo tan indispensable como tu propio corazón? Puedes retar a quien sea a intentarlo. Cambió su
forma de ver, de pensar y de sentir, su esperanza, ilusiones e incluso su propio ser había muerto, los restos de su
alma eran lo único que le quedaba, alimentando la tristeza a diario al ver tantos lugares conocidos y revivir
tantos recuerdos; sus lágrimas quemaban a diario la piel de su rostro y sus ojos poco a poco se fueron volviendo
inútiles, pues donde quiera que mirara, solo podía verla a ella.

Decidido a resistir, partió sin rumbo, tan lejos como pudiese, hasta el día en que se sintió tan lejos de ella que le
faltaba el aire, que se asfixiaba con su ausencia; hasta el día en que se dio cuenta que sin un corazón propio no
es posible vivir; hasta el fatídico día en que se dio cuenta que no puedes huir de lo que eres, de lo que realmente
eres, y José Ángel era simplemente un ser que tenía dueña, una dueña con nombre propio, una dueña a la que
ya no le importaba, pero él no podía dejar de escucharla, de extrañarla, de verla con su mirada vacía y perdida,
esa mirada que el viejo Diógenes reconoció al instante; ciertamente, José Ángel García Uribe había muerto en
vida; había muerto de amor.
Una historia diferente

Voy a compartir esta historia, muy especial para mí; es la historia de mi hijo, uno que aún no he engendrado,
pero que ya tiene historia; su nombre es Esteban.

Es un hermoso niño mi Esteban, algo molesto como su padre, pero hermoso como su madre; tal vez no tenga los
ojos azules que ella deseaba, pero la pureza y profundidad de sus ojos miel hacen que uno lo mire extasiado y se
pierda en ellos por horas; tal vez no sea rubio como ella quería, pero puedo garantizarles que ese negro cabello
revoltoso, en punta como un erizo, vuelve loca a su madre, es casi como el hombre de sus sueños; es el
hombrecito que la ha enamorado.

Sentados frente a la casa, una casita situada en el campo, rodeada de verde; su madre y yo lo vemos correr, ya
tiene cinco años y salta como canguro en medio de la hierba, corriendo de aquí para allá, con los brazos abiertos
como si fuera a alzar el vuelo, con la brisa de la tarde acariciando su cara, dando vueltas y vueltas hasta que
finalmente tropieza y cae; como un resorte me levanto de la silla para sentir la mano de la mujer que amo
invitándome a sentar de nuevo; lo hago con cierta angustia, pero ella solamente sonríe mientras Esteban ya de
pie nuevamente, se limpia la hojarasca adherida a su cuerpo y cabello e inicia de nuevo su galope de potrillo,
inmune a su caída, concentrado únicamente en la alegría de sentir que vuela.

Es un alma libre mi Esteban, lo ha sido desde pequeño; ahora que tiene once se ha convertido ya en un
hombrecito, un poco menos saltarín pero más encantador que nunca; le ha robado esa sonrisa de ensueño a su
madre y la ha hecho de su propiedad; ahora es más inquisitivo, imagino que como su padre; “Tan preguntón
como el papá”, como diría su abuela; cada día es más apuesto y muestra un mayor interés en las cosas
importantes de la vida; sé que es solamente un niño, pero cada vez más me parece un hombre pequeñito; es
muy placentero charlar con él, respondiendo sus preguntas hasta donde mi escaso conocimiento alcanza;
compartiendo incluso algunas dudas, que él, tiempo más tarde y después de haber investigado, llega a
aclararme; no se queda con nada pendiente mi Esteban, poco a poco va creciendo y es cada vez menos lo que
puede aprender de mí, pero veo con gran placer que hay mucho que puede enseñarme; no hubiera deseado
mejor maestro que mi hijo.

¡Como vuela el tiempo! Ya han pasado dieciséis años desde que ese pedacito de cielo llegara a nuestras vidas;
mientras capturo con la cámara la imagen de él y su orgullosa madre tomada de su brazo en el día de su grado,
no puedo ocultar una lagrima que resbala por mi rostro; es un cuadro magnifico el que tengo frente a mí,
Esteban es ya todo un hombre, y su madre al fin cumple su sueño de estar junto a el radiante, hermosa como
siempre ha sido, recibiendo halagos de los compañeros del primero de la clase, nuestro Esteban. “Su novia es
muy linda Esteban”, “No parece la mamá sino la hermanita”; me llena de alegría ver ese sueño cumplido, me
llena de orgullo tener una esposa maravillosa y un hijo que nos alegra a diario; hay que celebrar este día, incluso
por lo que viene, incluso por la inevitable separación que sigue a un día tan lindo.
Que extraño es el transcurrir del tiempo; parece que lleváramos horas esperando, aun cuando solo han pasado
cinco minutos desde que llegamos; pero paradójicamente, parece que en lo que dura un parpadeo, ha pasado el
tiempo en que ha estado lejos, el tiempo que estuvimos sin verlo, sin abrazarlo, sin sonreír juntos al lado de una
taza de café; hoy nuestro Esteban regresa al país; catorce años se han ido volando sobre las alas de una
mariposa y nuestro hijo ya con treinta cumplidos vuelve a su patria; ha absorbido una enorme cantidad de
conocimiento en este tiempo; filosofía, arte, ciencias políticas, su doctorado. A veces me da miedo hablarle, aun
sabiendo que es la misma persona que casi apenas ayer me preguntaba de donde venía el arcoíris; hoy me
siento temeroso en su presencia, pero también me siento feliz; el niño que desde hace mucho ya me enseñaba
cosas viene a acompañarnos; viene con ilusiones nuevas no solamente a enseñarme a mí, sino a enseñarnos a
todos un poco de lo que sabe, un poco de lo que es, un poco de lo que sueña.

Veinte años pasan muy rápido, especialmente cuando eres tan exitoso; pujante empresario, gestor social
aguerrido, dispuesto siempre a trabajar por los menos favorecidos; su paso por el periodismo fue un fatídico
golpe para los mentirosos de la nación; su hoy en día propio periódico realzaba las virtudes y las labores de los
héroes del común, y a su vez, se mostraba inmisericorde al momento de denunciar los cánceres de la sociedad;
la fuerza bien encaminada de mi Esteban había marcado un cambio y por primera vez en mucho tiempo, el país
respiraba con renovada esperanza habiendo conseguido al fin su anhelada paz. Que orgullo y que alegría ver al
hombre en que te has convertido hijo; siempre fui consciente del gran futuro que te deparaba, has hecho
realidad los sueños de muchos acabando con las pesadillas que siempre nos aquejaron; la nación está orgullosa
de tener un hijo como tú, un presidente digno y una gran persona; yo estoy orgulloso de tenerte como maestro
y a pesar de querer compartir más contigo y alegrarme de tus logros, ya no me queda tiempo, los años reclaman
descanso y creo que por fin puedo partir tranquilo; no solo has cumplido mis sueños, sino que los has superado
con creces; no se puede estar más orgulloso de lo que estoy ahora, solo me queda pedirte que cuides mucho a
tu madre; ella siempre fue el complemento de mi vida y no habrá mujer más maravillosa que ella. Te encargo mi
bien más preciado.

Nada más tranquilizador que cruzar al otro lado con la plena certeza de que todo está bien; desde aquí, de vez
en cuando espío a mi Esteban solo para darme cuenta que sigue triunfando; esta es la historia de mi hijo hasta
donde puedo contarla; si de alguna manera esperaban un trágico giro, no lo hay; si esperaban un triste final para
él, lamento decepcionarlos; la historia de Esteban es diferente, al fin y al cabo, ¿No merece algo diferente una
persona tan maravillosa como él?
Ese triste espacio vacio

Mis noches se hacen largas mientras charlo con ese espacio vacio donde ya no estás; espacio que luce triste y
gris, justo en el sitio desde donde tiempo antes, llenabas el cuarto de luz con tu sonrisa, llenabas de ilusión mi
corazón con tu mirada; justo en ese sitio donde podía verte dormir por horas, riéndome de la forma como
cambiabas de posición minuto a minuto como un acróbata dando giros en el aire; justo en ese sitio donde, con
tus ojos cerrados cada vez más me parecías un ángel, cada vez más me parecias un milagro del cielo en mi vida.

No puedo evitar verte en mis recuerdos, recuerdos que deambulan cual ebrios por las calles, recuerdos de tu
mirada perdida, mientras vagabas por otros mundos, sintiendo el aire en tu rostro y oyendo la música que te
gusta, pensando simplemente en nada, vagando con tu mente por los confines del universo, mientras yo
manejaba y te veía a cada rato por el espejo; y es que te veo en todas partes, en la lluvia que cae y me recuerda
un cálido abrazo en medio de un parque; en las canciones que te gusta repetir aun incluso cuando sea de forma
incompleta; en el sitio que estaba ocupado por tu ropa y tus zapatos, ropa que siempre pensé que te sobraba,
no solo porque casi ni la usabas, sino porque para mí tu cuerpo desnudo podía hacerme olvidar del mundo; es
cierto que te veo en todas partes, pero donde más me duele verte es en ese espacio vacio donde sé que ya no
estas.

Hay frases que toman sentido hoy en día; como esa frase poco poética de mi madre, que se grabó en mi cabeza
desde mi niñez, esa frase que resonaba cuando se sentía angustiada y sin salida. “Me gustaría salir corriendo”.
En mi caso no es tan sencillo; no puedo huir corriendo de tu recuerdo, pues me alcanzaría en la puerta de la
casa; y, paradójicamente, no puedo intentar volar pues tú te habías convertido en mis alas; solo contigo he
podido volar.

Ese triste espacio vacio en una esquina del cuarto, en definitiva me habla a diario; me dice que he sido un tonto
al dejarte ir, pero también en secreto me dice que nunca aprendí como mantenerte a mi lado; me dice que mi
vida sin ti no es vida, y a la vez me embriaga en las noches, haciéndome pensar que solo tengo vida en mi
pasado, cuando aún estabas ahí; cuando ese espacio no estaba vacio, cuando allí te encontraba siempre, en un
abrazo tierno y un dulce buenas noches; en un beso de madrugada, en una caricia perdida, en un aprender a
acomodarnos al dormir juntos, en un acariciarte el cabello y un te amo a primera hora de la mañana; en tus
constantes tengo sueño y tus posteriores vamos tarde; en tu respirar, en tu latir del corazón, en tus charlas
despierta y dormida, en todo aquel cúmulo de sensaciones y emociones que dieron sentido a mi vida; y, que al
no estar presentes hoy, se la han quitado por completo.

Hoy ya no estás aquí, no comparto contigo mis risas ni mis miedos, mucho menos mis ilusiones; hoy comparto
con mi triste espacio vacio mis lágrimas, mi culpa, mi dolor y soledad, me abrazo a las paredes como antes me
abrazara a tu cálido cuerpo; me asustan las sombras que se forman, donde antes me daba paz ver la luz que
irradiabas; me entristece ese vacio y el saber que tus recuerdos con el tiempo tal vez también me abandonen,
justo como tu amor ya lo hizo.
Miles de veces le he dicho te amo y te extraño a ese espacio vacio, no por evitar decírtelo, sino porque cada te
amo y te extraño que escuchas te separa más y más de mí; así que es más fácil decírselo al espacio vacio que me
escucha, y, aunque no me responda como en su tiempo tú lo hacías; al menos no me aparta, me soporta en mi
insoportable miedo y desazón, pudiera decir que me entiende, pero al fin de cuentas tan solo es un triste
espacio vacio; no eres tú y por eso no me importa.

Hoy le estoy diciendo adiós a este espacio vacio; ya no veré sus paredes húmedas acompañantes de mis
lágrimas, ya no veré esa esquina que tan solo me la recuerda a ella y como era dueña de ese espacio y de mi
vida; te garantizo que no me harás falta espacio vacio, no voy a extrañarte pues has hecho mi dolor algo más
intenso y del extrañarla algo que crece más y más ahogándome siempre; todo esto se acaba hoy, mis maletas ya
están listas y en la puerta al mirar atrás, sin tristeza te digo adiós espacio vacio; no voy a extrañarte pues no me
harás falta y al fin podre desprenderme de los recuerdos con los que me atormentas, te dejo y no podrás
seguirme; solo llevo conmigo mis cosas, mi tristeza implícita y los sentimientos que guardo por ella siempre en
mi corazón; tal vez algún día me dé cuenta que la ausencia no se queda contigo, y que los recuerdos no
quedaron en tus paredes, tal vez algún día me dé cuenta que los recuerdos de ella siempre estarán conmigo
pues son parte de mí, y me hace tanta falta que deseo tenerla aunque sea al recordarla.

Luis José García.

Siete escritos

Bucaramanga, Mayo 28 de 2014

A la mujer que me ha dado tanta alegría y con la tristeza de la separación un nuevo motivo para escribir.

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