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Revista Judaica. Seleccionado con permiso de "why should i stand behind the
mechitas when i could be a prayer leader?" (¿por qué debo estar detrás de la
mejitzá cuando podría ser una conductora de la plegaria?). publicado por
www.targum.com
Para una akeret habait, las tareas domésticas constituyen un medio para
lograr un fin, y no un fin en sí mismo. Akeret es la versión femenina de ikar,
que es el aspecto central o la esencia de algo. Bait generalmente significa
"casa" u "hogar". Al Templo que se levantaba en Jerusalén se lo denominaba
el Beit HaMikdash, beit que significa "casa de" y hamikdash que significa
literalmente "santidad". A menudo, se alude al mismo simplemente como
HaBait, "la Casa". Por consiguiente, en hebreo se utiliza la misma palabra
tanto para un hogar como para el Templo Sagrado. De hecho, el propósito de
un hogar es ser un mikdash me´at, un santuario en miniatura.
Se considera que una mujer está hecha a imagen de D´s, al igual que el
hombre, y no se ve a ninguno de los dos como más "religioso" que el otro. A
una mujer no se la considera la pieza que le falta a un hombre, de otro modo,
completo. Ella, como el hombre, equivale a la mitad del ser humano.
Las dos cosas que distinguen al ser humano de los animales son el libre
albedrío y la capacidad de comunicarse. Cuando una mujer se casaba, se
esperaba que cediera ambos al esposo. La voluntad de éste debía ser la
voluntad de ella y no se le permitía expresarse. La "unidad" de marido y
mujer se lograba, por lo tanto, despojando a la mujer de su humanidad. Esta
no era una unidad entre dos seres humanos, sino la adquisición por parte del
hombre de un cuerpo femenino…
Si una mujer trabaja, sigue teniendo derecho a que su esposo provea a todas
sus necesidades. A cambio de esta seguridad económica, las ganancias de
la mujer pertenecen a su esposo. Sin embargo, una mujer puede elegir la
independencia económica declarando que quiere quedarse con sus
ganancias. El esposo, entonces, queda eximido de algunas de sus
obligaciones económicas hacia ella. Un hombre, no obstante, no puede
decirle a su mujer que trabaje y se quede con sus ganancias para que él
pueda disminuir sus responsabilidades hacia ella.
Puede parecer que las leyes referentes a los asuntos económicos entre
maridos y esposas son desiguales. No obstante, los rabís sabían que tratar a
los hombres y las mujeres como si fueran iguales (es decir, lo mismo), en
cuanto a la posición económica, conduciría a resultados sumamente
desiguales. Esto ha sido confirmado por la experiencia americana.