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Un Mito de Devoción 

de Louise Glück 
 
Cuando Hades decidió que amaba a esta chica 
construyó para ella un duplicado de la tierra 
todo igual, hasta el prado, 
pero le agregó una cama. 
 
Todo igual, incluyendo la luz del sol, 
porque sería difícil para una joven 
ir de la luz brillante a la total oscuridad. 
 
Gradualmente, pensó, introduciría la noche, 
primero como la sombra de hojas agitadas. 
Después la luna, las estrellas. Después ninguna luna, ninguna
estrella. 
Deja a Perséfone acostumbrarse despacio. 
Al final, pensó, lo sentirá reconfortante. 
 
Una réplica de la tierra 
salvo que había amor acá. 
¿No deseamos todos el amor?  
Esperó muchos años, 
construyendo un mundo, observando 
a Perséfone en el prado.  
Perséfone, dedicada a oler, a saborear. 
Si tenés un deseo, pensó, 
los tenés todos. 
 
No deseamos sentir en la noche 
el cuerpo amado, brújula, estrella polar, 
escuchar la respiración callada que dice 
estoy vivo, que significa también 
que vos estás vivo, porque me escuchás, 

estás acá conmigo. Y cuando uno se da vuelta, 


el otro se da vuelta – 
  Así se sentía él, el señor de la oscuridad, 
mirando el mundo que había 
edificado para Perséfone. Nunca se le cruzó por la mente 
que no habría más olores acá, 
y ciertamente, no más comidas. 
 ¿Culpa? ¿Terror? ¿Miedo al amor? 
No podía imaginar estas cosas; 
jamás un amante las imaginó. 
 Él sueña, se pregunta cómo llamar este lugar. 
Primero piensa: El nuevo infierno. Después: El jardín. 
Al final, decide nombrarlo 
el espacio femenino de Perséfone. 
 Una luz suave crece sobre la llana pradera, 
detrás de la cama. Él la lleva en sus brazos. 
Quiere decirle te amo, nada puede lastimarte 
 pero piensa 
que es una mentira, y finalmente dice 
estás muerta, nada puede lastimarte 
y esto le pareció 
un comienzo más prometedor, más verdadero.

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