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Los Libros Apócrifos del

Nuevo Testamento

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         Una gran proporción de la literatura apócrifa cae dentro de una de las
formas literarias del NT: evangelios, hechos, epístolas, apocalipsis. Pero a
menudo esta similitud formal va acompañada de una gran diferencia
conceptual. Esto resulta particularmente evidente en los evangelios; tenemos
evangelios sobre la infancia, evangelios sobre la pasión, documentos con
dichos y meditaciones teológicas; pero (si excluimos los evangelios
fragmentarios primitivos, de los que de todos modos tenemos insuficiente
información) es difícil encontrar obras que, como los evangelios canónicos, se
ocupen de las palabras y obras del Señor encarnado. Los documentos que
relatan hechos forman una clase numerosa, y probablemente la más popular,
sin duda por la gran atracción no sectaria de muchos de los relatos. Las
epístolas no son comunes a pesar de que casi todas las obras del NT que a
veces se han considerado seudoepigráficas son epístolas. En cuanto a los
apocalipsis, existían precedentes judíos para atribuirlos a alguna celebridad
del pasado.

       Hubo otra clase de literatura que adoptó algunas de las características de
la apócrifa: las disposiciones eclesiásticas de Siria y Egipto. Estas colecciones
de cánones sobre la disciplina y la liturgia en la iglesia, de las cuales
Constituciones apostólicas es la más popular, y que pretenden representar la
práctica apostólica, llegaron por convención a pretender origen apostólico; y la
más audaz, denominada Testamento de nuestro Señor, trata de pasar por un
discurso de Cristo posterior a la resurrección. Quizás la costumbre fue
estimulada por su éxito en la Didascalia del siglo III, y el equívoco sobre la
pretensión de apostolicidad de la Tradición apostólica de Hipólito (dos obras
que fueron muy saqueadas), junto con, en algunos casos, la popularidad del
cuento clementino.
 
       Motivos
       Ya en tiempos apostólicos había comenzado la creación de literatura
apócrifa; aparentemente Pablo debe autenticar su firma a causa de
falsificaciones que circulaban (2 Ts. 3.17). En el siglo II la literatura alcanza el
nivel que le corresponde, y a partir de ese momento adquiere un auge
vertiginoso, especialmente en Egipto y Siria. Prosigue hasta la Edad Media
(época en la que todavía se apreciaban las leyendas antiguas) y,
ocasionalmente, a impulso del sentimentalismo o de la simple excentricidad, o
debido a una opinión preconcebida, hasta nuestros propios días. Los
diferentes motivos que hay detrás de esta tendencia se relacionan así con el
curso total de la historia cristiana y subcristiana; pero algunos de los motivos
que influyeron al comienzo son particularmente importantes.

       a. La literatura novelesca y el impulso literario


       Se evidencia de diferentes maneras. Se manifiesta el deseo de satisfacer
la curiosidad en asuntos sobre los que el NT nada dice. Se produce una
inundación de evangelios sobre la infancia de Jesús, sin valor alguno, que
cubren los años de silencio entre Belén y el bautismo. A medida que el tema
de la virgen María adquiere prominencia en la teología y la devoción, obras
seudoapostólicas describen su nacimiento, su vida, y, finalmente, su asunción
al cielo. Un lector de Col. 4.16 consideró que le correspondía aportar la carta
aparentemente perdida a los laodicenses. El impulso literario aparece sobre
todo en los "hechos" novelísticos y en algunos de los evangelios, grotescos y
fétidos, pero repletos de maravillas y anécdotas; sin embargo, con todos sus
defectos, muchos de ellos tienen una cierta animación. Podremos entender
mejor este movimiento si lo consideramos como una rama de la literatura
cristiana popular, y, si lo estudiamos desde este punto de vista, encontramos
que los libros más primitivos revelan algunos de los temas que preocupaban a
las congregaciones en los siglo II y III: las relaciones con el estado,
controversias con los judíos, discusiones sobre el matrimonio y el celibato;
además, dada su agresiva insistencia en los milagros, ponen de manifiesto
que la verdadera era de los milagros ya había pasado. Las obras son toscas y
aun vulgares; pero sus autores conocían a su público. Para muchos deben
haber reemplazado la literatura erótica pagana popular, y en muchos casos
con un verdadero deseo de edificar. No cabe duda de que a los autores les
resultaría muy difícil diferenciar sus propios motivos o intenciones de los de
autores del siglo XX tales como el de El manto sagrado. No es necesario
cuestionar la sinceridad del presbítero asiático que fue expulsado por publicar
los Hechos de Pablo cuando dijo que lo había hecho "por amor a Pablo", que
había muerto cien años antes. Esto ayuda a explicar cómo ciertos cuentos y
hasta libros enteros originados en círculos heréticos mantuvieron y
aumentaron su popularidad en círculos ortodoxos. Fueron los maestros
heréticos los que primero hicieron uso efectivo de este tipo de literatura; y
tuvieron tal éxito que otros trasmitieron, expurgaron e imitaron las formas
concebidas como vehículos de su propaganda.

       b. La inculcación de principios que, según el autor, no estaban


enunciados con suficiente claridad en los libros del Nuevo Testamento
       Naturalmente, aun cuando fuese una obra escrita "por amor a Pablo",
cualquier desproporción o aberración doctrinal del autor pasaba a su obra;
más aun, es posible que parte de su propósito edificativo fuese justamente el
de inculcar dicha aberración: el presbítero asiático, por ejemplo, tenía una
obsesión en lo que respecta a la virginidad, lo que hace que su obra, que de
otro modo es más o menos ortodoxa, esté alejada del espíritu evangélico.
Pero hay muchas obras cuyo propósito es deliberadamente sectario: el de
promulgar un cuerpo de doctrina complementario de la doctrina de los libros
canónicos, o que la remplace. Estos fueron fundamentalmente el resultado de
los dos grandes movimientos reaccionarios del siglo II, el gnosticismo y el
montanismo. Las "Escrituras" montanistas surgieron casi por accidente, y en
nuestro sentido no eran estrictamente apócrifas, porque, aunque pretendían
preservar el testimonio vivo del Espíritu Santo, no eran seudónimas;
prácticamente han desaparecido. Escritos que representan las múltiples
expresiones del gnosticismo, sin embargo, existen en gran cantidad. Obras
como el Evangelio de la verdad, meditación en términos gnósticos que refleja
el lenguaje de las Escrituras canónicas, son menos comunes que las obras
que seleccionan, modifican e interpretan dichas Escrituras en una dirección
sectaria (comparece el Evangelio de Tomás de Nag Hammadi), las que
audazmente profesan contener doctrinas secretas que no se encuentran en
ninguna otra parte (comparece el Apocrifón de Juan), y las que simplemente
atribuyen al Señor o a los apostóles las trivialidades de la doctrina gnóstica. Y
por todos estos fines la forma literaria apócrifa se volvió convencional.
       La razón no es difícil de encontrar. En la era subapostólica y
posteriormente, debido a la inmensa expansión de la iglesia, a la
intensificación del peligro de persecución, y a la proliferación de doctrinas
falsas, la apostolicidad se convirtió en la norma de fe y de práctica; y a medida
que decrecía el recuerdo viviente de los apóstoles, la apostolicidad se fue
centrando cada vez más en las Escrituras del NT, sobre la mayor parte de las
cuales había unanimidad en la iglesia. Por lo tanto, para que se generalizara
una nueva forma de enseñanza, era necesario establecer su apostolicidad.
Comúnmente se lograba esto declarando poseer una tradición secreta
procedente de un apóstol, o del propio Señor por medio de un apóstol, ya sea
como complemento de la tradición abierta de los evangelios, o como
correctivo. El apóstol favorecido variaba; muchas sectas tenían inclinaciones
judaicas, y Jacobo el justo, y, curiosamente, Salomé, eran frecuentes fuentes
de tradición; Tomás, Felipe, Bartolomé, y Matías también aparecen
constantemente. En el Evangelio de Tomás, por ejemplo, es Tomás el que
demuestra haber comprendido mejor la persona del Salvador (Mateo y Pedro
–quizás por ser los apóstoles vinculados a la confección de los dos primeros
evangelios de la iglesia– aparecen en desventaja). La obra Pistis Sofia, más
fantástica aun, concibe una especie de congreso de los apóstoles y las
mujeres con el Señor, pero indica que Felipe, Tomás y Matías tenían que
escribir los misterios. Probablemente algo contribuían a la selección del
apóstol ciertos factores locales: todos los mencionados estaban relacionados
con Siria y el Este, algunos de los lugares más fértiles para este tipo de
literatura; y las especulaciones acerca de Tomás como el mellizo del Señor
ofrecían un motivo adicional de fascinación. El proceso trajo aparejado un
renovado interés en el período posterior a la resurrección, en el que se solía
ubicar discursos del Señor; esto es significativo, porque poco se dice de este
período en los evangelios reconocidos, a la par que era característica
constante de los gnósticos subestimar la humanidad del Señor encarnado. Es
digno de tener en cuenta que, si bien las sectas sincretistas que adoptaron
algunos elementos cristianos podían obtener sus revelaciones en cualquier
parte, el gnosticismo cristiano tenía que mostrar que su conocimiento derivaba
de fuentes apostólicas.

       c. La preservación de la tradición


       Resultaba inevitable que, en la primera época de la iglesia, algunos
dichos del Señor fuesen trasmitidos fuera de los evangelios canónicos. Como
consecuencia, algunos probablemente se transformaron hasta llegar a ser
irreconocibles, mientras que otros fueron adulterados tendenciosamente. El
célebre prefacio de Papías, que lo muestra recolectando oráculos del Señor
para sus Exposiciones, nos revela cuán conscientes estaban los cristianos
ortodoxos a principios del siglo II de la existencia de estos materiales
circulantes, y los problemas que ofrecía la tarea de reunirlos. Cualesquiera
hayan sido sus limitaciones, Papías fue escrupuloso al estudiar su material;
sin embargo, los resultados no siempre fueron felices, y quizás no todos sus
contemporáneos hayan tenido tantos escrúpulos. Es posible, entonces, que a
veces se haya preservado material genuino junto con otro que ni siquiera es
digno de mención.
       De igual manera, es probable que el recuerdo de la vida y la muerte de
los apóstoles se haya mantenido vivo por algún tiempo, y los "hechos"
apócrifos, aun cuando teológicamente fueran dudosos, a veces podían
preservar tradiciones genuinas o reflejar situaciones adecuadas.
       El deseo de trasmitir dichos recuerdos sin duda ejerció influencia en la
producción de la literatura apócrifa; pero no podía vencer la tendencia a
inventar, ampliar, mejorar, o reorientar. Cualquier tarea de selección resulta,
por lo tanto, peligrosa; y como bien sabían eruditos tales como Orígenes, ya
era peligroso en la época patrística. En consecuencia, se reconoció
universalmente la necesidad de basarse únicamente en los documentos
indiscutibles.
 
       La literatura apócrifa en la iglesia primitiva
       La presencia de tan variados escritos bajo nombres apostólicos cuando la
apostolicidad constituía la norma hizo imperioso determinar cuáles eran los
verdaderos escritos apostólicos, y a los primeros eruditos cristianos no les
faltaba ni visión ni talento crítico. (Canon del Nuevo Testamento). Pero es
admirable cuán poco se ve afectada la lista de libros generalmente
considerados canónicos por las discusiones sobre la literatura apócrifa.
Algunas iglesias tardaron mucho en aceptar libros que actualmente se
consideran canónicos. Algunas dieron un lugar de prominencia a obras como
1 Clemente y el Pastor de Hermas. Pero casi ninguno de los libros en,
digamos, el Apocryphal New Testament de M. R. James fueron alguna vez
"libros excluidos del NT" en ningún sentido. Estaban más allá de toda
consideración. La literatura petrina ocasionó mayor preocupación que otras.
En la época de Eusebio, la discusión, con excepción de la concerniente a 2
Pedro, ya estaba cerrada, pero hay pruebas positivas de que al menos el
Apocalipsis de Pedro fue empleado durante un tiempo en algunas partes.
       A este respecto resulta de interés la carta de Serapión, obispo de
Antioquía, a la congregación en Rosón ca. 190 d.C. La iglesia había
empezado a utilizar el Evangelio de Pedro. Evidentemente había habido
oposición, pero Serapión, satisfecho de la estabilidad de la congregación,
había autorizado su lectura pública después de una breve inspección. Pero
luego hubo problemas. Serapión leyó el evangelio más cuidadosamente y
encontró que no sólo lo habían aceptado iglesias cuyas tendencias eran
sospechosas, sino que también reflejaba en algunos puntos la herejía
docética (que negaba la realidad de la humanidad de Cristo). Según su propio
resumen, "la mayor parte pertenece a la verdadera enseñanza de nuestro
Señor", pero algunas cosas (de las cuales agregó una lista) le habían sido
añadidas. Dice también: "Aceptamos a Pedro y los otros apóstoles como a
Cristo, pero como hombres de experiencia sometemos a prueba los escritos
que falsamente se les atribuye, sabiendo que tales cosas no nos fueron
trasmitidas.
       "En otras palabras, la lista de libros apostólicos ya era tradicional. Podían
leerse otros libros, siempre que fueran ortodoxos. El Evangelio de Pedro entre
otros no era tradicional; su uso en Rosón era resultado de un pedido
específico, pero hubo oposición. Al principio Serapión nada había hallado que
justificase una prolongada controversia: dado el caso que fuera espurio, al
menos era inofensivo. Cuando una mejor inspección reveló sus tendencias, se
prohibió su uso en cualquier forma en la iglesia.
       Parecería que es posible entender mejor el curso de los acontecimientos
si, siguiendo el ejemplo del proceder de Serapión, admitimos que el
reconocimiento de que un libro era espurio no comprendía necesariamente
una completa prohibición de su lectura pública, siempre que fuera de algún
valor devocional y no tuviera tendencias heréticas: una especie de posición
intermedia análoga a la de los apócrifos en el sexto artículo anglicano. Pero
aun un libro herético, si tenía otros aspectos positivos, podía, no obstante,
leerse privadamente, y ser objeto de los elogios correspondientes. De esta
manera la literatura apócrifa llegó a ejercer influencia duradera sobre la
devoción medieval, y el arte y la historia cristianos.
       Sin embargo, nada hay que sugiera que formaba parte aceptada de la
práctica universal del siglo I o II el compilar libros en nombre de un apóstol,
procedimiento que insinúan algunas teorías sobre la paternidad de ciertos
libros del NT, y el caso del autor de los Hechos de Pablo es un ejemplo de
acción drástica contra este tipo de publicaciones.
       Al pasar de cualquiera de los escritos del NT a los mejores escritos
apócrifos neotestamentarios (que realmente emanaron de la comunidad
cristiana primitiva) nos introducimos en un mundo diferente. Si 2 Pedro (para
tomar el libro del NT que más comúnmente se asigna al siglo II) formara parte
del apocrifón, se trataría de un libro único entre los apócrifos.
 
       Algunas obras representativas
       Podemos mencionar algunas de las formas apócrifas más
representativas. Hablando en general, se trata de algunas de las obras más
antiguas y de mayor importancia. En pocos casos existen textos completos;
para algunos de ellos dependemos de citas de escritores de épocas
primitivas.

       a. Evangelios apócrifos primitivos


       Escritores de los siglo III y IV citan una cantidad de fragmentos de estos
primeros evangelios. Todavía se debate acerca del carácter y las
interrelaciones de dichos evangelios. El Evangelio según los hebreos era
conocido por Clemente de Alejandría, Orígenes, Hegesipo, Eusebio,
Jerónimo, quien dice (aunque no siempre se le cree) que lo tradujo al griego y
al latín (De Viris Illustribus 2) del arameo en caracteres hebreos, y que lo
usaron los nazarenos, que constituían una secta judeocristiana. La mayor
parte de las personas, dice, erróneamente lo tomaron por el original hebreo
del Evangelio de Mateo mencionado por Papías, lo cual recuerda que Ireneo
conocía sectas que sólo utilizaban Mateo. Por cierto que algunos de los
extractos que nos han llegado tienen puntos de contacto con Mateo; otros
vuelven a aparecer en otras obras, siendo la más reciente de ellas el
Evangelio de Tomás. Tiene un fuerte tono judeocristiano, y registra una
aparición después de la resurrección a Jacobo el Justo. Eusebio menciona un
relato, que se encuentra tanto en Papías como en el Evangelio de los
hebreos, de una mujer acusada de muchos pecados ante Jesús. A menudo se
la ha considerado como la historia de la mujer adúltera que figura en muchos
manuscritos de Jn. 8.
       Este evangelio probablemente refleja la actividad de judeocristianos de
Siria que empleaban una tradición de Mateo (el evangelio "local") y otras
tradiciones locales, algunas de ellas indudablemente válidas. Los nazarenos
lo llamaban "El evangelio según los apóstoles", título sospechosamente
beligerante.
       Epifanio, un autor siempre confuso, menciona una versión mutilada de
Mateo utilizada por la secta judeocristiana que él llama "ebionita". Se lo ha
tomado como el Evangelio de los hebreos, pero los extractos ofrecen una
versión diferente de la natividad y el bautismo, e indudablemente se trata de
una obra sectaria y tendenciosa. Puede tratarse del Evangelio de los doce
apóstoles mencionado por Orígenes.
       El Evangelio de los egipcios se conoce principalmente a través de una
serie de citas en el Stromateis de Clemente de Alejandría. Algunos gnósticos
lo usaron, y sin duda se originó en alguna secta egipcia. Las porciones que
aun permanecen se refieren a un diálogo entre Cristo y Salomé sobre el
repudio a las relaciones sexuales. Se incluye un documento con el mismo
título en la biblioteca de Nag Hammadi, pero no está relacionado con la obra
que conocía Clemente, sino que se trata de un tratado gnóstico esotérico.
       Los papiros nos han dado una cantidad de fragmentos de evangelios no
canónicos. Los más celebres, designados, serán considerados posteriormente
bajo el Evangelio de Tomás. El que le sigue en interés es el llamado Evangelio
desconocido publicado por H. I. Bell y T. C. Skeat en 1935, que describe
incidentes al modo sinóptico, pero con diálogos y vocabulario propios de Juan.
Este manuscrito, fechado ca. 100 d.C., es uno de los más antiguos manuscrito
griego que se conocen. Según algunos se basa en el cuarto evangelio, y
quizás también en uno de los sinópticos, mientras que otros consideran que
es un ejemplo primitivo de literatura cristiana popular independiente de
aquellos (Lc. 1.1).

       b. Evangelios sobre la pasión


       El evangelio más importante del cual contamos con una porción
considerable es el Evangelio de Pedro de (mediados [?]) del siglo II, del cual
existe un gran fragmento copto que abarca desde el juicio hasta la
resurrección (El fragmento Akhmim). Se lo ha equiparado con las "memorias
de Pedro", quizás mencionadas por Justino, pero esto es inapropiado.
       Se destaca el elemento milagroso. La guardia ve tres hombres que salen
de la tumba, dos cuyas cabezas llegan hasta el cielo, y uno que lo sobrepasa.
Una cruz los sigue. Una voz del cielo exclama, "Les has predicado a los que
duermen", y una voz desde la cruz responde, "Sí" (1 P. 3.19). Se reduce la
culpa de Pilato, y a la vez se destaca la de Herodes y los judíos; quizás se
refleja aquí tanto una apologética favorable al estado como una controversia
con los judíos.
       El fallo de Serapión no estaba equivocado; la mayor parte es
sensacionalista, pero no peligrosa. Pero hay frases reveladoras: "Mantuvo
silencio, como el que no siente dolor", y la interpretación del grito de
abandono: "Mi poder, me has abandonado," seguido por el emocionado "fue
levantado", demuestran que el autor no valoraba adecuadamente la
humanidad de nuestro Señor.
       Evangelio de Nicodemo es el nombre que se le dio a la obra compuesta
que existe en varias recensiones en griego, latín, y copto, del cual los
principales elementos son "Los hechos de Pilato", que pretende ser una
versión oficial del juicio, la crucifixión y la sepultura, una síntesis de los
debates y las investigaciones del sanedrín, y una relación sumamente colorida
del "Descenso al infierno". Hay diversos apéndices en las diferentes
versiones; uno de ellos, una carta al emperador Claudio, podría constituir el
ejemplo más antiguo de los "Hechos de Pilato". Apologistas tales como
Justino apelan confiadamente a los registros del juicio, en la suposición de
que existen. Tertuliano conocía relatos sobre los informes favorables de Pilato
a Tiberio acerca de Jesús. Dichos "registros" habrían de aparecer en su
momento, especialmente cuando un gobierno perseguidor ca. 312 d.C., utilizó
informes falsificados y blasfemos del juicio con fines de propaganda. Nuestro
libro de "Hechos" podría ser un documento destinado a oponerse a los
mencionados. El "Descenso al infierno" puede pertenecer a una época
bastante posterior en el mismo siglo, pero ambas partes de la obra
probablemente se sirven de materiales más antiguos. La característica
sorprendente es la virtual vindicación de Pilato, sin duda por motivos políticos.
Cuando estos relatos entraron a formar parte de las leyendas bizantinas,
Pilato se convirtió en santo, y la iglesia copta todavía rememora su martirio.
No hay ningún texto crítico adecuado.

       c. Evangelios sobre la infancia


       El Protoevangelio de Jacobo adquirió gran popularidad; existen muchos
manuscritos en muchos idiomas (aunque ninguno en latín), y ha tenido una
profunda influencia en la mariología posterior. Orígenes lo conocía, de modo
que debe ser del siglo II. Nos brinda el nacimiento y la presentación de María,
su casamiento con José (un anciano con hijos) y el nacimiento milagroso del
Salvador (una partera corrobora su virgnidad en el momento del parto). Fue
escrito, evidentemente, en apoyo de ciertas teorías sobre la virginidad
perpetua. El supuesto autor es Jacobo el justo, aunque en determinado
momento José se convierte en el narrador.
       El otro evangelio influyente de la antigüedad relacionado con la infancia
es el Evangelio de Tomás, que ofrece algunos relatos bastante repulsivos
sobre los años de silencio. La versión que tenemos parece haber sido
expurgada de sus discursos gnósticos. Es distinta de la obra existente en Nag
Hammadi del mismo nombre; a veces resulta difícil saber con seguridad a qué
obra se refieren los escritores patrísticos.

       d. Los evangelios de Nag Hammadi


       En la biblioteca de Nag Hammadi hay varios evangelios en copto que no
se conocían anteriormente, además de nuevas versiones de otros
(Quenoboskión).
       Uno de los textos comienza así: "El evangelio de la Verdad es un gozo"
(frase inicial y no título), y continúa con una verbosa y a menudo oscura
meditación sobre el plan de la redención. Es evidente la terminología gnóstica
del tipo de la escuela valentiniana, pero no en la forma evolucionada que
vemos en Ireneo, Alude a la mayoría de los libros del NT de una manera que
sugiere el reconocimiento de su autoridad. Comúnmente se piensa que es el
"Evangelio de la Verdad" que Ireneo atribuye a Valentino, aunque esto se ha
negado. Van Unnik presentó la atractiva proposición de que fue escrito antes
del rompimiento de Valentino con la iglesia de Roma (en la que una vez fue
candidato a un obispado), cuando estaba tratando de establecer su ortodoxia.
Esta obra constituiría así un testimonio importante para la lista de libros
autorizados (sustancialmente similar a la nuestra) en Roma ca. 140 d.C.
       El hoy famoso Evangelio de Tomás es una colección de dichos de Jesús,
que suman aproximadamente 114, con poca organización aparente. Una
elevada proporción se asemeja a los dichos en los evangelios sinópticos
(inclinándose más hacia Lucas), pero casi siempre con diferencias
significativas que a menudo adoptan una dirección gnóstica; y entre otros
temas gnósticos se minimiza el AT y se destaca la necesidad de eliminar la
conciencia del sexo. Se cree que se trata del evangelio utilizado por los
gnósticos naasenos, pero se ha puesto en duda su carácter originalmente
gnóstico, y algunos están dispuestos a ver en él tradiciones independientes de
cierto valor. Para G. Quispel las variantes son de tipo similar a las del texto
("occidental") de Beza, como así también a las del Diatesarón de Taciano y las
obras seudoclementinas. En un artículo más reciente Quispel relaciona el
Evangelio de Tomás con los encratitas más que con los gnósticos. Los Logia
de Oxirrinco, que incluyen el celebrado "Levanta la piedra y me encontrarás",
vuelven a aparecer en una forma que sugiere que pertenecieron a una antigua
versión griega de dicho libro. Tomás (a quien probablemente se considera
gemelo de Jesús) desempeña el papel central en la tradición, pero se afirma
que Jacobo el Justo se convierte en el jefe de los discípulos, una de las varias
indicaciones de que existe una fuente judeocristiana.
       Este libro curioso e inconsecuente está plagado de problemas, pero hasta
el momento parecería que con seguridad podemos ubicar sus orígenes en
Siria (lo que posiblemente explique los semitismos que aparecen en el texto),
donde siempre hubo una actitud más liberal hacia el texto del evangelio y más
influencias nocivas que en otras partes.
       El principal interés del Evangelio de Felipe (gnóstico, aunque resulta difícil
descubrir la secta correspondiente) radica en su doctrina sacramental
extraordinariamente perfeccionada, en la que hay mayores misterios en lo
relativo al crisma y a la "cámara nupcial" que en lo relativo al bautismo. El
lenguaje es repulsivo: el interés que pone en el repudio de lo sexual equivale
a obsesión.

       e. Los hechos "leucianos"


       Los cinco principales "hechos" apócrifos tendrán que representar a un
número considerablemente mayor. Los maniqueos, que seguramente los
heredaron de fuentes gnósticas, los reunieron en un corpus. Fotio, bibliófilo
del siglo IX, atribuyó todo el conjunto a un tal "Leucio Carino", pero es
probable que Leucio haya sido simplemente el nombre ficticio del autor de los
Hechos de Juan, el libro más primitivo (y menos ortodoxo) de todo el corpus.
       Data del 150–160 d.C. aproximadamente y describe milagros y sermones
(decididamente gnósticos) del apóstol Juan en Asia Menor. Refleja ideales
ascéticos, pero contiene algunas anécdotas atractivas entre elementos menos
dignos de aceptación. También pretende relatar lo que el propio Juan narró
acerca de algunos incidentes con el Señor, como también su despedida y su
muerte. Litúrgicamente resulta de algún interés e incluye la primera eucaristía
por los muertos de que se tiene noticia.
       También los Hechos de Pablo es de fecha temprana, porque Tertuliano
conoció gente que justificaba la predicación femenina, como asimismo la
facultad de bautizar, apoyándose en dicha obra. Dice que fue escrito
ostensiblemente "por amor a Pablo" por un presbítero asiático, que por ello
fue depuesto. Esto tiene que haber ocurrido antes del año 190 d.C.,
probablemente más cerca del 160 d.C. Esta obra refleja una época de
persecución. Contiene tres secciones principales:
       (i) Los hechos de Pablo y Tecla, una joven de Iconio que rompe su
compromiso matrimonial después de escuchar la predicación de Pablo, es
milagrosamente protegida del martirio (ganándose el interés de la "reina
Trifena", Trifena y Trifosa), y ayuda a Pablo en sus viajes misioneros. Puede
haber existido algún núcleo histórico, si bien no necesariamente una fuente
escrita relativa a Tecla.
       (ii) Correspondencia adicional con la iglesia de Corinto.
       (iii) El martirio de Pablo (legendario).
       El tono es intensamente ascético (comparese las bienaventuranzas de
Pablo en relación con el celibato, cap(s). 5), pero por lo demás es ortodoxo.
Hay muchos manuscritos incompletos, incluyendo una considerable sección
del original griego.
       Hechos de Pedro es algo posterior, pero siempre dentro del siglo II. El
manuscrito principal, en latín (a menudo llamado Hechos de Vercelli), empieza
con la despedida de Pablo a los cristianos de Roma (quizás proveniente de
otra fuente). A causa de las intrigas de Simón el mago la iglesia romana cae
en la herejía, pero, en respuesta a la oración, llega Pedro y derrota a Simón
en una serie de encuentros públicos. A esto sigue un complot contra Pedro
iniciado por paganos cuyas esposas los habían dejado como resultado de su
predicación, la huida de Pedro, que incluye la historia de ¿Quo Vadis?, y su
retorno para ser crucificado, lo que se hizo cabeza abajo. Un fragmento copto
alusiones a una porción perdida indican que otras historias se ocupaban de
las preguntas que surgieron en la comunidad acerca del sufrimiento y la
muerte. Al igual que en otros "hechos" apócrifos, las actividades de Pedro y
Pablo se complementan, y la iglesia romana aparece como una fundación
paulina. El tono ascético es tan intenso como siempre, pero el elemento
gnóstico no siempre se impone; es posible, sin embargo, que tengamos
ediciones expurgadas. Se disputa su lugar de origen, pero es casi seguro que
tuvo origen oriental. Es digno de mencionar que en la biblioteca de Nag
Hammadi los dos únicos documentos descritos como "hechos" se relacionan
con Pedro. Los Hechos de Pedro, de origen copto, tienen alguna afinidad con
los Hechos de Pedro, de origen latino, pero estos últimos son mucho más
exagerados en su interés por destacar lo ascético.
       Los Hechos de (Judas) Tomás se diferencian de los otros. Son producto
del cristianismo sirio, y es casi seguro que fueron escritos en siria en Edesa, a
principios del siglo III. Describen la manera en que los apóstoles echaron
suertes para dividirse el mundo, y Judas Tomás, el mellizo, fue nombrado para
ir a la India. Fue como esclavo, pero fue el instrumento de la conversión del
rey "Gundafar" y de muchos otros indios notables. En todas partes predica la
virginidad, y con frecuencia es encarcelado como consecuencia del éxito que
obtiene. Finalmente es martirizado.
       Esta obra tiene ciertas características gnósticas; por ejemplo el famoso
"Himno del alma" que aparece en ella tiene el conocido tema gnóstico de la
redención del alma de la corrupción de la materia: el hijo del rey es enviado a
matar al dragón y a traer de vuelta la perla del país lejano. Evidentemente hay
cierta relación, que todavía no se ha podido precisar, con el Evangelio de
Tomás; y el título de Tomás, "mellizo del Mesías", es elocuente. El
llamamiento a la virginidad es más pronunciado, más estridente, que en todos
los demás "hechos", pero se trataba de una característica del cristianismo
sirio. Pocos rastros hay de gnosticismo en el sentido de la posesión de
misterios ocultos; el autor está demasiado ocupado en predicar y recomendar
su evangelio.
       Hay versiones completas en sirio y griego. Aparentenente estos "hechos"
evidencian cierto conocimiento real de la historia y la topografía de la India.
       Hechos de Andrés es el más reciente (ca. 260 d.C. [?]) y, en nuestros
manuscritos, el más fragmentario de los "hechos" atribuidos a Leucio. Está
estrechamente relacionado con los Hechos de Juan, y Eusebio menciona su
carácter gnóstico. Describe predicaciones entre los caníbales, milagros,
exhortaciones en favor de la virginidad, y, quizá añadido de otra fuente, el
martirio en Grecia. Gregorio de Tours nos ofrece un resumen del mismo.

       f. Epístolas Apócrifas


       Las más importantes son la Tercera epístola a los corintios (véase Hechos
de Pablo); la Epístola de los apóstoles, que en realidad es una serie de
visiones apocalípticas de principios del ss. II preparadas en forma de un
discurso en nombre de todos los apóstoles para trasmitir enseñanzas de
Cristo posteriores a la resurrección (importante por ser uno de los ejemplos
más primitivos de este tipo); la Correspondencia de Cristo y Abgar, en la que
el rey de Edesa invita a nuestro Señor a su reino, y de la cual Eusebio nos
ofrece una temprana traducción tomada del sirio; la Correspondencia de
Pablo y Séneca en latín, apología del siglo III en defensa de la dicción de
Pablo, evidentemente con el fin de conseguir que se leyeran las cartas
genuinas en círculos distinguidos; y la Epístola a los laodicenses, en latín, un
centón de lenguaje paulino que se evoca en Col. 4.16. El fragmento muratorio
menciona epístolas a los laodicenses y a los alejandrinos, de origen
marcionita, pero no hay pruebas de su existencia. La tan citada Carta de
Léntulo, que describe a Jesús, y que pretendidamente estaba dirigida al
senado, es medieval.

       g. Los apocalipsis


       El Apocalipsis de Pedro es la única obra estrictamente apócrifa de la cual
tenemos pruebas concluyentes de que mantuvo una posición cuasi canónica
durante algún tiempo. Aparece en el fragmento muratorio, pero va
acompañada de una nota que dice que algunos se oponen a que se lea en la
iglesia. Al parecer Clemente de Alejandría se refirió a ella en una obra perdida,
considerándola canónica, y en el siglo V era leído el viernes santo en algunas
iglesias de Palestina. Pero nunca se la aceptó universalmente, y su
canonicidad no era una cuestión candente en los días de Eusebio. Parecería
ser sustancialmente ortodoxa. Una antigua esticometría le asigna 300 líneas;
aproximadamente la mitad aparece en la copia principal del Evangelio de
Pedro. Contiene visiones del Señor transfigurado, y espeluznantes relatos de
los tormentos de los condenados, quizás con una confusa referencia a un
futuro período de prueba.
       Hubo varios Apocalipsis de Pablo gnósticos, uno de ellos conocido por
Orígenes, inspirado en 2 Co. 12.2ss. Una versión de uno de ellos (que influyó
en Dante) ha sobrevivido.
       En la biblioteca de Nag Hammadi el libro V comprende cuatro apocalipsis,
uno de Pablo, dos de Jacobo y uno de Adán. El Apocalipsis de Pablo en esta
colección es diferente a los que se conocían anteriormente. Todas estas obras
son gnósticas en su enseñanza.

       h. Otras obras apócrifas


       Las Predicaciones de Pedro (o Kerygmata Petrou) nos son conocidas
sólo por fragmentos, en su mayor parte conservados por Clemente de
Alejandría. Orígenes tuvo que vérselas con eruditos gnósticos que las
utilizaban y los desafió para que demostraran su autenticidad (en Jn. 13.17).
Esta obra ha sido postulada como fuente de la obra clementina original. Los
fragmentos que tenemos pretenden preservar palabras de nuestro Señor y de
Pedro, y por lo menos uno de ellos concuerda con el Evangelio de los
hebreos.
       Las Homilías clementinas y las Recogniciones clementinas son las dos
formas principales de un relato en el que Clemente de Roma, en busca de la
verdad suprema, viaja por los mismos lugares que el apóstol Pablo, y
finalmente se convierte. Es probable que ambos deriven de una novela
cristiana inmensamente popular del siglo II, que puede haber utilizado las
Predicaciones de Pedro. Los problemas literarios y teológicos que encierra
son sumamente complejos. Las homilías, en particular, promueven una forma
sectaria de cristianismo judaizado.
       El Apocrifón de Juan era popular en los círculos gnósticos, y ha
reaparecido en Nag Hammadi. El Salvador aparece a Juan en el Monte de los
Olivos, le ordena que escriba doctrinas secretas, las deposite en lugar seguro
y las imparta solamente a aquellos cuyo espíritu pudiera entenderlas y cuyo
modo de vida fuese digno. Hay una maldición para todo el que imparta la
doctrina con fines de lucro a personas indignas. Ha de fecharse antes de 180
d.C., probablemente en Egipto. En los documentos de Nag Hammadi hay un
relato de la creación, la caída y la redención de la humanidad.
       El Apocrifón de Jacobo también se ha descubierto en Nag Hammadi. Es
una exhortación a buscar el reino, en forma de un discurso posterior a la
resurrección, dirigido a Pedro y a Jacobo, que ascienden con el Señor, pero
no pueden entrar en el tercer cielo. Su interés reside en que es muy antiguo
(125–150 d.C. [?]), en la prominencia de Jacobo (el Justo [?]), que envía a los
apóstoles a hacer su obra después de la ascensión, y, en opinión de van
Unnik, en que está libre de influencias gnósticas. F. E. Williams, en sus
acotaciones introductorias a su traducción del texto de Nag Hammadi en The
Nag Hammadi, cree encontrar indicios de temas gnósticos y sugiere que es
de origen gnóstico-cristiano.

Algo más de 30 textos se pueden leer en: http://www.supercable.es/~flor/apocri.htm

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