Está en la página 1de 3

CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO

LA PENA COMO SANCIÓN: UNA CONTRIBUCIÓN A SU CONCEPTO.


Se habla de las notas características del concepto de pena, que la distingue de las otras
sanciones en la Iglesia. El concepto tradicional de la pena es “La privación de un bien,
infligida por la legitima autoridad para corregir al delincuente y castigar su delito”. El bien
privado puede ser de naturaleza espiritual o de oficio. Esta tiene cuatro elementos en su
definición, a saber: La privación de un bien, infligida por la autoridad competente, la relación
entre la pena y el delito, y, la finalidad de la pena.
La sanción adopta dos direcciones: una positiva, que indica consagrar, ordenar,
mandar dentro del sentido de llevar algo a su plenitud. Y una negativa, que indica la
prohibición, para evitar una degradación. Sancionar, indica la aplicación de una pena o una
aprobación de algo. La pena es una sanción por un delito: se trata de un acto humano, por el
cuál un fiel bautizado, en modo voluntario y consciente decide no obedecer, dejar de lado o
simplemente transgredir una disposición del legislador que lleva ajena una pena.
La pena es una sanción represiva, algunas están ordenadas más que nada a la tutela
del bien común reaccionando contra aquellos que han violado la ley en modo represivo, y
otras en modo preventivo, que están ordenadas principalmente a evitar que tales lesiones no
se produzcan estableciendo las condiciones idóneas para la búsqueda del bien común. Sin
embargo, hay algunas sanciones que no son penas, por ejemplo: la dimisión de un religioso,
la negación de la sepultura eclesiástica o las sanciones previstas en el c. 1457.
Es claro que para entender la pena no podemos perder de vista que se trata de una
especie de sanción y que debe ser vista en su conjunto para ver qué comparte con las otras
sanciones y en que se le distingue.

DE SACRAMENTIS
X. DE MINISTERIIS ECCLESIASTICIS
Del sacerdocio común y ministerial
Los bautizados participan del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio común de los fieles
y el sacerdocio ministerial o jerárquico se ordenan el uno para el otro, aunque cada cual
participa de forma peculiar del único sacerdocio de Cristo, su diferencia es esencial y no solo
de grado. El sacerdocio que confiere el orden sagrado a algunos fieles, es ministerial y por
institución divina, no por institución de Cristo pues el no instituyo directamente el
presbiterado y el diaconado. El carácter indeleble manifiesta una mutación ontológica y
perpetua que imprime carácter.
Los tres órdenes del sacramento son: el episcopado, el presbiterado, y el diaconado.
Sacramentalmente los obispos por la imposición de manos reciben la plenitud del sacerdocio
del sacramento del orden, son sucesores de los apóstoles, se les transmite la potestad
necesaria para gobernar la iglesia particular.
Los sacerdotes están unidos a los obispos en la dignidad del sacerdocio y solo pueden ejercer
su ministerio en dependencia y en comunión con ellos. Los diáconos no reciben el sacerdocio
ministerial, pero son miembros ordenados para el servicio de la iglesia, es un ministerio
clerical no sacerdotal. Y los ministerios de lector y acólito, orientados a la recepción de las
sagradas órdenes, no modifican la condición canónica de quien los recibe.
La idoneidad del candidato a las órdenes sagradas debe ser probada de modo positivo
fundándose en la certeza moral, basada en argumentos positivos acerca de la idoneidad del
candidato. El escrutinio debe hacerse para cada uno de los cuatro momentos del Iter de la
formación sacerdotal: admisión, ministerios, diaconado, y presbiterado.

XI. DE COMUNIONE IN SACRIS


El Concilio Vaticano II dice en OE 26 que está prohibido por la ley divina la comunicación
en las cosas sagradas que ofenda la unidad de la Iglesia o bien que lleve consigo adhesión
formal al error o peligro de herrar en la fe, de escándalo o de indiferentismo. Sin embargo,
Unitatis redintegratio estima licito e incluso deseable que los hermanos separados para orar
en ciertas circunstancias especiales y que no se deben considerar la comunicación de las cosas
sagradas como un medio indiscriminado para establecer la unidad de los cristianos.
Se entiende por comunicación la participación de alguien de un culto litúrgico o de
sacramentos en otra iglesia o comunidad eclesial. La norma ordinaria es que los católicos
reciban los sacramentos de los ministros católicos dentro de la comunidad católica, pero en
casos extraordinarios donde las circunstancias no sean posibles puedan recibir los
sacramentos de la penitencia y de la unción.
También se puede hacer uso común de lugares sagrados y de otros objetos de culto
para celebrar la Eucaristía en un templo acatólico siempre y cuando tenga una licencia
expresa del ordinario del lugar y evitando el escándalo. Referido a la comunicación de los
sacramentos, el bautismo es un caso extraordinario en el que el ministro pude ser cualquier
persona en casos de gravedad, pero en los matrimonios mixtos se prohíbe la dualidad de
ceremonias para señalar la unidad del matrimonio. Si el matrimonio es mixto se recomienda
que sea fuera de la liturgia eucarística.
En el caso de la Eucaristía se pude hacer legítima la comunicación de los sacramentos
de la penitencia, Eucaristía y unción de los enfermos con los cristianos de otras Iglesias y
comunidades eclesiales, siempre y cuando sea imposible que asistan a un lugar donde se
encuentre un ministro católico. En caso inverso, para administrar los sacramentos a cristianos
orientales o equiparados a ellos solo se exige que pidan estos sacramentos de manera
espontánea y que estén bien preparados. Por último, está prohibido a los sacerdotes celebrar
la Eucaristía con sacerdotes o ministros de Iglesias que no están en plena comunión con la
Iglesia católica.
Luis Gómez Aguilar

También podría gustarte